36. Confianza.

36. Confianza

ALONSO

—¡Aún no quiero conocer a mi creador! —bramo, hundido en el asiento.

Regina acelera más y deja atrás a las camionetas.

Atraviesa la ciudad sin cuidado. Ignora por completo los bocinazos e insultos que lanzan los conductores por adelantarse. Tengo el corazón en la boca. La carretera está húmeda por la lluvia.

Mierda. Mierda. Mierda.

—¡Baja la velocidad! Tengo familia. Mis sobrinos me esperan mañana con ilusión. Mi madre ya tuvo un infarto. Mi abuela tiene casi noventa años. Mi perro depende de mí.

Aumenta el volumen de la música cuando Darkside de Alan Walker inicia. Sonríe abiertamente.

—¡Joder, Regina!

Alé! No seas tan llorón —se queja con humor—. Relájate, caro mio. Me ofende que aún no tengas claro con quien tratas. Esta bestia tiene 1.000 caballos de fuerza, un motor de ocho litros, cuatro turbocompresores... Tendría que buscar una vía con menos tráfico para enseñarte su verdadera potencia —dice y entona la letra de la canción.

Aflojo el nudo de mi corbata. No me tranquilizo. ¿Por qué rayos mi presentación tuvo que ser al otro lado de la ciudad? Está oscureciendo y falta mucho para llegar a mi apartamento. Aprovecharé que Nathaniel baila hoy para cocinarle uno de sus platos favoritos. Clavo la vista en ella para distraerme. Sus piernas desnudas me calman un poquito. Mueve la cabeza y los dedos sobre el volante al ritmo de la música. Desborda seguridad. Es obvio que le gusta.

La leona sabe conducir.

—O-oye... —El pulso me taladra los oídos—. Un Bugatti cuesta alrededor del millón, ¿no?

—Este está valorado en casi dos. —Frunce el ceño mirando por el espejo retrovisor—. ¿Por qué preguntas?

Mis neuronas que no están rezando el rosario, repasan su declaración de patrimonio.

—Llámalo curiosidad financiera. He visto tus conferencias por internet. —Elijo mimar su ego.

Esboza una sonrisa felina. Una sonrisa peligrosa.

—¿Cuántas pajas ya te has hecho con esas grabaciones?

Posa su mano en mi entrepierna, acariciándome con suavidad.

—Concéntrate en no matarnos, por favor —gruño. Resopla y retira la mano—. Quiero que me aclares una duda. Me parece contradictorio que la inversionista que reza sobre evitar gastos innecesarios, haya elegido pagar semejante cantidad por un coche. Comprendo que te van los placeres caros y sé que puedes hacer con tu dinero lo que te venga en gana; pero, tomando en cuenta tus principios, te hubiera salido más provechoso invertir en un coche modificado si lo que buscas es potencia y velocidad.

Believe it, I see it
I know that you can feel it
No secrets worth keeping
So fool me like I'm dreaming.

—Es verdad. Este coche no es práctico. Lo conservo más por colección. Consume muchísimo y ni hablar del costo de los neumáticos. Jamás pagaría un centavo por él. —Nos despega los ojos de la carretera—. Lo gané con una apuesta en el Calígula.

—¿Juegas en casinos?

—La adrenalina del riesgo. —Se encoge de hombros—. Entré apostando una casa en Beverly Hills. Salí con un Bugatti y una propiedad en Palm Beach que tengo alquilada. —Da golpecitos en su sien con su dedo índice—. La mayor parte de mi fortuna no está en liquidez sino en activos que pongo a producir. El valor aumenta con el tiempo, genero ingresos pasivos y me protejo de pérdidas diversificando las inversiones. Yo no trabajo por dinero, el dinero trabaja para mí. Es una...

Regina guarda silencio y su ceño se profundiza. Baja el volumen de la música. Sus ojos viajan seguido al espejo retrovisor. Da un volantazo que hace los neumáticos chirriar y provoca una lluvia de bocinazos. Siento nauseas. Me vuelvo mas no noto nada raro por el parabrisas trasero...

No visualizo sus camionetas. Imitar a Toretto nos alejó demasiado.

—¿Qué ocurre?

Niega y endereza su espalda. Hace otro giro inesperado sin reducir la velocidad. Mi vista va de ella a mi derecha consecutivamente.

—Regina, no.

La bocina se vuelve ensordecedora. En el próximo cruce un camión se aproxima y el semáforo está por ponerse en rojo.

—Frena. —Llevo las manos a mi cabeza—. ¡Regina, frena! No lo lograremos.... ¡MIERDA!

Pisa el acelerador lanzándonos contra los asientos. Le rezo a todos los santos. Se salta el semáforo y el camión pasa detrás de nosotros con separación de centímetros. Jadeo intentando controlar el miedo. Me quiero bajar. Estamos en un ataúd con ruedas. Vuelve a girar en una curva con brusquedad.

El corazón se me va a salir del pecho.

—Toma mi bolso. —Mira por el retrovisor—. Saca mi teléfono y llama a Enrique. El número está en marcación rápida.

Un escalofrío me recorre. Hago lo que me pide. Su expresión impertérrita no oculta la tensión en su tono. Es la primera vez que la escucho tan preocupada. Sostengo en alto dos móviles.

—Los dos IPhone son negros.

—El negro intenso. Usa el que acepte la clave RNerón27. Rápido.

El primero me da error. Hago la llamada del segundo móvil.

El número marcado no se encuentra disponible en estos momentos.

Regina abre mucho los ojos, palideciendo.

—¡Otra vez y prueba con Rivers! —su voz sube tres octavas.

Nadie contesta y el móvil está por quedarse sin batería.

—Me estás asustando, Regina, dime qué ocurre —demando. Mi estómago se hace nudos.

Respira hondo varias veces, manteniendo la vista al frente. Sus nudillos se blanquean apretando el volante.

—Nos están siguiendo.

¿Nos están... qué? Mi piel se eriza. Echo la vista atrás. Pasan varios segundos y veo un Ferrari azul esquivar varios coches para posicionarse en el carril contiguo.

—¿El Ferra...?

—¡Sigue intentado con las llamadas! —grita.

Inhalo y exhalo. Vacío mi mente... a medias.

—Tranquila, reina —intento sonar calmado—. Concéntrate en la carretera. Le llevamos ventaja. La policía detectará el aumento de velocidad. —Reviso en su móvil el GPS—. La estación más cercana está a...

—¡No iremos con la policía! —Entra en histeria—. No estoy segura, pero por la cercanía sospecho que el maldito nos quiere sacar de la calzada. Intentaré perderlo. No me arriesgaré. Sigue marcándole a Enrique. ¡Hazlo!

Parpadeo. ¿Por qué no quiere ir con las autoridades? Toma la autopista y aumenta la velocidad. Intento varias veces y nada. La comunicación sigue igual. Su móvil se apaga y uso el mío, debido a que no sé manipular la pantalla del coche.

—Estamos solos. —Busco información de tránsito—. Vale. Si continuamos por esta ruta, nos toparemos con un embotellamiento a unos doscientos kilómetros. Si retornamos, nos atascaremos en el tráfi... —Mi móvil resbala de mis manos.

El Ferrari nos golpea por atrás, me abalanzo hacia adelante y el cinturón me hace daño en el pecho. Regina maniobra para no chocar con los coches que nos preceden y cambia de canal sin aviso. El Ferrari busca hueco para ubicarse tras nosotros de nuevo. Aprieto los dientes. Más bocinazos. Regina vuelve a cambiar de canal tres veces seguidas cuando una moto plateada de alto cilindraje nos nivela. El menudo conductor es inidentificable por el casco.

—¡En ochenta kilómetros hay un desvío a la derecha! —aviso.

—¿A dónde lleva?

—Fuera de la ciudad. La carretera está más holgada y podrás acelerar.

Regina no para de negar.

Zigzaguea hábilmente entre las filas de coches. Nos separamos de ambos vehículos considerablemente. Me rasco la nuca. La sensación de que me vigilaban en los últimos días me da qué pensar. ¿Van a por Regina, por mí... o por los dos? Aunque, en primer lugar... ¿Por qué yo?

Miro atrás. Ninguno se rinde.

—Empieza a reducir la velocidad. Estamos cerca del desvío:

—No conozco esa ruta.

—Es nuestra única salida para perderlos y buscar ayuda.

—Dije que no —es tajante.

—¿Regina?

Aprieta los labios y sigue negando.

—No sé qué demonios está pasando... No sé quién demonios planificó esto... ¡¿CÓMO SÉ QUE PUEDO CONFIAR EN TI, MALEDIZIONE?!

—Porque ahora mismo mi vida depende de ti, Regina —destaco, seguro—. Yo confío en ti.

Duda...

Duda...

Mira por el retrovisor y muerde su labio inferior.

Vuelvo a rezar.

La distancia se acaba.

A este paso será imposible cruzar.

Y...

«¡Señor, ten misericordia de nosotros!».

Derrapa provocando una inmensa nube de humo. Mi sangre se hiela y miro la película de mis recuerdos frente a mis ojos. Regina consigue evitar por muy poco que nos empotremos contra una pared, estabiliza y pisa el acelerador hasta el fondo. Salimos embalados hacia adelante. El alma me vuelve al cuerpo. Me giro, tembloroso.

No veo el Ferrari.

No veo la moto.

—Estamos vivos... —La miro—. ¡ESTAMOS VIVOS, JODER! ¡NUNCA ME CANSARÉ DE REPETIR QUE ERES UNA JODIDA DIOSA! —celebro.

Regina suelta aire sonoramente, su pecho se mueve descontrolado y... sonríe. ¡Sonríe!

—Dos novatos osaron competir contra una experta. —Señalo el parabrisas trasero con mi pulgar—. Hágales comer polvo, madam, y demuéstreles quién es la reina tras el volante.

Estira su cuello, exhala y asiente con determinación. Intentamos de nuevo contactar a su seguridad por mi móvil y nadie atiende. Un sonido y la pantalla en rojo del tablero nos tensa a ambos.

—En quince minutos hay una gasolinera. —Reviso el GPS.

—Será imprudente.

—Peor si nos varamos a medio camino.

Se detiene farfullando en italiano. Nos mantenemos alertas mientras el personal llena el tanque. Arruga la nariz cuando Bound To You de Christina Aguilera inunda el coche. Interesante. Ladeo la cabeza y la observo detenidamente...

Me echa un vistazo de reojo y, cuando inicia el coro, apurada cambia la canción. Pone la discografía completa de Imagine Dragons.

Comienza Demons.

—¿Por qué la cambiaste?

—No me gusta la cursilería —masculla.

«Esa canción no se puso sola en la lista».

Voy a comentarlo en voz alta pero, ver a dos oficiales regordetes caminar cerca me distrae. Comen rosquillas y se detienen frente a la tienda de al lado. Están armados. Desabrocho el cinturón de seguridad.

—Quita el seguro. Voy a bajar.

—No.

—Serán unos segundos.

—No.

—Pero iré a...

—No.vas.a.salir —zanja, irritada—. El coche está blindado. Afuera no es seguro. —Mira por el retrovisor—. Hazte en los pantalones. No me importa. Te quedas aquí y punto.

Vuelvo a mirar hacia la tienda. Mi ventana está bloqueada. Dentro del estuche de mi saxofón saco mi libreta de notas. Arranco una hoja, escribo una frase y la ondeo por la minúscula abertura que permitió Regina para comunicarnos con el personal. Un trabajador se acerca, lee y me mira por la abertura sin comprender. Muevo mi cabeza hacia ella y con mi mano gesticulo que me decapito. Comprensivo, el hombre asiente en respuesta.

Busco unos billetes se los paso por la minúscula abertura de la ventana. Regina me mira demandando una explicación.

—¿Qué? Tú me tienes secuestrado.

Enarca una ceja.

—Intenta escapar y te ataré de manos y pies al asiento.

Me echo atrás, simulando preocupación.

—¿Qué me harás una vez inmovilizado?

Se inclina hacia mí.

—Follarte sin permitir que te corras. —Entrecierra los ojos—. El dolor de bolas que tendrás, te recordará que no debes colmar mi paciencia.

Y no hay ni una pizca de humor en su expresión. Sigue conmocionada. El hombre sale de la tienda. Regina se muestra reacia antes de bajar más la ventana para que nos pase mi pedido. De la bolsa saco barras de granola y una Coca-Cola light.

Se las tiendo.

—No has comido nada. Necesitas energía. —Tarda en aceptar y arruga la frente. Leo la etiqueta—. No te preocupes. Según está escrito, no tienen muchas calo...

—Gracias —masculla—. ¿No pediste algo para ti? —Mira la bolsa.

Niego y me ofrece una de las barras. La rechazo dando palmaditas a mi estómago

—Yo sí respeto mis horarios alimenticios. —Le sonrío.

Por medio segundo parece afligida. ¿Será cosa de mi imaginación? Quizá. No da ni tres mordiscos cuando en el espejo retrovisor distingo a lo lejos un puntito creciente.

—Regina, la moto.

Maldice. Enciende el Bugatti sin esperar que terminen de llenar el tanque o pagar, hace rugir dos veces el motor para que se aparten y arranca dejando a los empleados anonadados. Me abrocho el cinturón de seguridad. La oscuridad, los arboles a un lado de la carretera, la estructura de la moto y la vestimenta del conductor, a excepción del casco, hacen que recuerde la persecución de Arturia e Iskandar. Trago saliva. Esa no termina bien.

—¡Se está acercando!

Zigzaguear no es una opción por la cantidad reducida de coches. Tenemos medio tanque. La moto consigue mantenerse atrás. Mi corazón brinca al ver un ligero movimiento de su mano.

¿Sacará un arma?

Una llamada a mi móvil resuena por el manos libres. La ignoro pendiente de la moto. Sigue sonando. Número desconocido. Atiendo.

—¡Habla Mashiro Yuuki. Protección de Regina Azzarelli. Bajen la velocidad. Estoy tras ustedes! —vocifera.

Entorno los ojos. La moto hace cambio de luces delanteras.

Regina relaja los hombros y comienza a reducir la velocidad. Nos orillamos. La moto aparca adelante y antes de bajar, la chica se quita el casco. No es rubia como Arturia, ni tan sublime como Asuna. Es la asiática idéntica a Mikasa.

Salimos del coche.

La italiana se adelanta a grandes zancadas. Mashiro tiene un teléfono satelital en la mano. La voz del dinosaurio se escucha al otro lado antes de que se lo arrebate.

Figli della grande puttana, per cosa li pago?! Dove diavolo sono stati?! —ruge. Por su tono y el ligero cambio en la expresión de Mashiro, sé que no es nada bonito.

—Nos cortaron las comunicaciones e inhibieron la señal de su localizador, madam. Estamos por alcanzarlos.

Regina se aleja con el teléfono. Miro la moto. Es una preciosidad fuera de mi alcance. Suspiro profundamente. Mi abuelo solía llevarme de paseo en una tipo chopper clásica.

—Sabotaje —susurra Regina cuando regresa.

—¿Qué pasó con el Ferrari? —pregunto.

—No giró en el desvío —explica Mashiro—. Intenté seguirlo pero Enrique me pidió que los buscara. Los escoltaré de regreso a la ciu...

—Quiero que me cambien de muelle y de hotel. Volver tardará demasiado y en este instante sólo deseo relajarme. Nos quedaremos en otro lugar.

Subimos al Bugatti. Regina pone en el GPS una dirección y conduce en silencio por la carretera de la costa hasta detenerse frente a un portón blanco. Les habla a los guardias en francés, basta con mencionar su nombre para que brinquen en sus puestos y nos permitan el acceso. A la izquierda tenemos el lago de Míchigan y a la derecha una arboleda. Aparca y me quedo viendo la enorme cabaña que se alza frente a nosotros. Techo puntiagudo, paredes de madera y piedra.

—¿Es tuya?

Niega.

Nos adentramos por el camino. Mashiro nos sigue en todo momento inspeccionando el alrededor. Dos mujeres con ropa de servicio salen a recibirnos, pero son apartadas por otra de mediana edad que suelta un grito de emoción en cuanto nos ve.

—¡Regina! Ver para creer que vendrías de visita. —La mujer intenta abrazarla pero la italiana retrocede, disculpándose.

¡¿Se disculpa?!

—Siguen sin gustarme los abrazos. —Regina sonríe a medias.

—¿Mi niña, tanto tiempo sin vernos y me sales con esa? Vives viajando, no llamas, no escribes. ¿Cómo quieres que me sienta si...? —La mujer se fija en mí—. Oh, no seas maleducada y preséntame a tu chico.

Regina se endereza, rígida.

—¿Mi...? No, no, no. —Cambia su peso de una pierna a otra—. Alonso es... es...

—Alonso Roswaltt, amigo de Regina.

Su sonrisa se ensancha y nos mira con curiosidad.

—Martha, precioso. —Me da un beso en cada mejilla—. No se queden ahí parados. Pasen, pasen. Está haciendo mucho frío. Cuidado con la cabeza y fíjense por donde pisan. Ayer comenzamos las remodelaciones para el cumpleaños de Diana.

Hay botes de barniz esparcidos por el suelo de madera. Tablones apoyados en las paredes. Los muebles están forrados con papel de burbujas. Herramientas por aquí y por allá.

—¿Ustedes son familia? —susurro en el oído de Regina.

Me mira como si me hubiese salido otra cabeza.

—Es la nana de mi amiga Lorena. Ella junto a su esposo cuidan la casa vacacional de la familia Specter.

Subimos unas escaleras hasta un segundo piso más organizado. Al final del pasillo, hay una zona de estar. Tres de las paredes son de cristal y da vista al lago. La media luna se refleja en el agua.

—¿Ya comieron? —nos pregunta Martha.

—En realidad...

—No —digo y me gano una mirada fulminante.

—Iré a ver que les preparen algo. Luego podríamos ha...

—Martha, no es necesario que cocines. No es visita social. Estamos de paso. Vinimos a dormir y ya —Regina es insensiblemente directa.

—Yo sí tengo hambre —refuto.

—Dijiste que no. —Lleva las manos a su cintura.

—Antes no, ahora sí.

—Quedan barras de granola —apunta entre dientes.

—Mi estómago no es como el tuyo. A mí las barras de dieta no me llenan —explico, preocupado. Detesto pasar hambre—. Si no como, me desnutriré, perderé fuerzas y no tendré energías para cuando quieras fo...

Cazzo! ¡No seas tan dramático! —Sus ojos centellan—. ¿No puedes guardar silencio unos segundos?

—Con hambre no. —Niego con la cabeza, inflexible.

Regina resopla como un toro y me estómago ruge como una bestia. Me preparo para un violento ataque, sin embargo, la risa de Martha evita que me estrangule. Una chica de servicio antes de retirarse nos mira extrañada, principalmente a la reina.

—Ya pedí que les hicieran la cena y preparen las habitaciones. Ese carácter tuyo no ha cambiado, Regina Helena —habla con dulzura—. Comerás antes de dormir —decreta con una sonrisa y se va antes de que Regina pueda refutarle.

La italiana infla sus mejillas y suelta una exagerada exhalación.

—¡Demonios! —Camina hacia el ventanal y mira el exterior—. Es tan agobiante. ¡Sólo quiero dormir y ahora debo esperar por tu culpa!

—¡¿Mía?! —Me cruzo de brazos—. ¿Me culpas por preocuparme por nuestra salud y nutrición?

—¡Sí! —se queja como una niña pequeña, caprichosa.

Me acerco hasta casi rozar nuestras narices. No baja la guardia.

—Te jodes porque lo haría de nuevo —susurro. Me da la espalda, rezongando en italiano malhumorada—. Martha fue muy amable, no estuvo bien que le hablaras así. —Masajeo sus hombros—. Nos ofreció hospitalidad. Llegamos de improvisto. Ser cortés es lo míni...

—No.

—Ella...

—Me conoce —musita casi inaudible—. La hipocresía no va conmigo. No me gusta interactuar con la gente más de lo estrictamente necesario, ella lo sabe.

—Madam Grinch —mi tono es acusatorio.

—Y con orgullo.

—Yo formo parte de la gente.

Por inercia, mis brazos quieren rodearla, pero el recuerdo del rechazo a Martha me detiene. No quiero alejarla; no obstante, sorprendiéndome, Regina los coloca ella misma en su cintura y descansa su frente en mi sien.

—Eres mi Max —justifica con malicia y la miro con aprensión—. Tú no entras en la ecuación de la gente común. —Sus manos sobre las mías trazan pequeños círculos—. Tú eres... diferente.

Mira el cielo a través de la ventana, pensativa. Quizá no es un cambio relevante, pero las estrellas, en comparación con la ciudad, son muchísimo más visibles aquí.

—¿Diferente bueno o malo? —Soy cauto.

—Diferente. —Cierra sus ojos, acurrucándose contra mí.

Nos quedamos unos segundos así, sintiéndonos. Desde que nos resguardamos en la seguridad de la cabaña, sólo he querido abrazarla. Fue un milagro que no nos estrelláramos. Estamos vivos, ella está aquí, entre mis brazos, sana y salva.

Un carraspeo rompe nuestra adictiva conexión. Me separo de Regina a regañadientes. Mashiro informa que Enrique y el resto del equipo están abajo. Gélida, la italiana advierte que no quiere verlos. Se quita el abrigo y la emulo. Me saco la corbata y abro los primeros botones de mi camisa. Ella mira en la dirección en la que se fue Martha con impaciencia. Libera su cabello de la coleta, se deja caer en un sofá y se quita los tacones con una mueca.

Me siento a su lado y sin que lo espere, cojo sus pies para dejarlos sobre mi regazo.

—¡No! —Intenta retirarlos y afianzo el agarre—. Suelta, no me he duchado.

Reparo en su expresión alarmada, detallo sus pulcros pies y, aguantando una risa, finjo cara de asco.

—Sí, te huelen horrible. —Masajeo la planta del derecho—. Despreocúpate. Lavaré minuciosamente mis manos antes de comer.

Sus ganas de protestar se aplacan por un gesto de satisfacción en cuanto hago presión en sus talones. Cierra los ojos y recuesta su cuerpo. Siento cómo pierde tensión progresivamente.

—Regina.

—¿Mhm?

Masajeo su empeine.

—¿Podemos hablar de...?

—No me atormentes con eso —arrastra las palabras—. Cuéntame cómo vas con la canción de apertura.

—La domino.

—Más te vale. —Suelta un suspiro—. En el restaurante fui sincera, Alonso. Es inútil practicar hasta llorar si no se nace con talento y, de nada sirve nacer con talento, si no lo explotas hasta sangrar. Tú tienes un magnífico don. —Un ojo verde me espía con disimulo—. Por tu bien, espero no olvides invitarme a tus conciertos cuando seas famoso.

Me ahogo con mi propia saliva.

—¿Famoso? —Frunzo el ceño.

—Haz presión más arriba.

—¿Aquí? —Tanteo firme su pantorrilla.

—Sube más... Sí. Justo ahí —gime incoherente—. Un músico famoso con alta demanda. Quiero entradas VIP, nada menos.

—No sé si pueda llegar a ese nivel —musito, viendo su pedicura roja. Las palabras de mi padre dan vueltas en mi mente.

«Como músico no serás nadie».

Regina se incorpora y sujeta mi barbilla para que la mire.

—Si primero no crees en ti mismo, nadie lo hará.

—El problema no es falta de confianza. Conozco mis carencias y habilidades. Sé que soy bueno y... ese es mi mayor temor... mi... frustración. Tener potencial y desperdiciarlo. Hace poco estuve a punto de ser expulsado de la banda. Si pierdo mi puesto, nadie me escuchará.

Omito las razones obvias para ser expulsado.

—Si eso sucede, sigues tocando igual.

—Lo sé. No sería yo si dejo de hacer música, pero... ¿Si nadie se fija en mí, cómo seré famoso?

—Te daré un consejo gratis. —Se acomoda de mejor manera, su codo en el espaldar y su mano jugando con mis mechones de cabello—. Las personas apoyan a quienes no se rinden. A los atrevidos. No será de la noche a la mañana, llevará su tiempo, claro está. Quizá semanas, meses o tal vez años. Para obtener éxito el tiempo es subjetivo. Allí el truco: no detenerse. Si no puedes correr, camina. Si no puedes caminar, gatea, arrástrate mas no te quedes estático.

»Aspira en grande, querido. Propóntelo. Pasa del plan a la acción y con esfuerzo, muchísimo esfuerzo, disciplina, sangre, sudor y lágrimas, podrás conseguirlo... o no. —Acaricia mi mejilla con su pulgar—. Nada en esta vida es fácil o justo, pero si no lo intentas por miedo, jamás sabrás de qué estás hecho. Tendrás que jugártela rudo. Es lo que yo apliqué pero en las grandes de otro deporte —asegura, sonriendo—. "El fracaso no te sobrecogerá nunca si tu determinación por alcanzar el éxito es lo suficientemente poderosa" —cita a Og Mandino—. Ahora repítelo.

Dudo y hace ademán para que me apresure. Suelto un suspiro.

—"El fracaso no me sobrecogerá nunca si mi determinación por alcanzar el éxito es lo suficientemente poderosa".

—Repítelo otra vez. Hombros atrás y saca el pecho. Basta de murmullos de ciervo. Quiero escucharte rugir como un imponente depredador.

Sonrío, eclipsado con su verde persuasivo.

—¡El fracaso no me sobrecogerá nunca si mi determinación por alcanzar el éxito es lo suficientemente poderosa! —exclamo con voz ronca desde mi garganta.

Mamma mia! Si llevara bragas, ya se habrían mojado por ese tono tan oscuro y sexy. —Ríe. Nos reímos—. ¿Te diste cuenta? La voluntad. La determinación es la clave. —Se recuesta mirándome fijamente—. Ponlo en práctica todos los días y luego me cuentas.

Cierra los párpados. En silencio analizo sus palabras mientras continúo el masaje en sus pies. ¿Qué es lo que realmente quiero? Ya no me siento cómodo en el último eslabón de la cadena alimenticia. Quiero convertirme en un verdadero depredador. «Y así nivelarte con la leona». Mi cavernario interno da su opinión. Escucho a la fiera soltar sonidos ronroneantes. Miro su delicado rostro y algo pesa en mi pecho.

¿Qué pretende?

¿Qué pretendo yo?

«¿Qué rayos estoy haciendo?».

No debería estar aconsejándome, ni yo olvidarme del caso. Aún no suelta información. ¿Por qué no quiso ir con las autoridades si estábamos en peligro? No debo sentirme tan absurdamente feliz por esta cercanía tan... normal.

¿Desde cuándo los amantes se involucran tanto?

«Dijo que somos amigos».

No quiero ser solamente su amigo.

***

Comemos sentados en unas hamacas colgadas en el pasillo. Los filetes de atún están deliciosos. Bebemos juego de papaya pues, Regina fue muy, muy, muy tajante rechazando el vino blanco.

Me alegra pero es... raro.

Martha nos cuenta con emoción sobre los cambios que le harán a la cabaña. La sorpresa principal para la cumpleañera será un pequeño parque de juegos en el patio trasero y agregarán un tobogán a la piscina. Me muestro de acuerdo con las preferencias de los niños por jugar al aire libre y comento algunas anécdotas de mis sobrinos; sin embargo, Regina, incómoda cuando hablamos largo y tendido de niños, en papel socia de Kraptio, se limita a preguntar sobre los costos de materiales y hacer recomendaciones. Es impresionante lo impersonal que puede ser.

Una mujer de servicio avisa que ya dos habitaciones están limpias, previamente estuvieron trabajando allí.

—No quiero causarte molestias, ¿pero podrían ser tres? —le pregunta a Martha y señala a Mashiro.

—Las habitaciones de abajo están ocupadas con material de construcción. Las camas son grandes, podrías compartir con...

—Bien. Decidan entre ustedes quien dormirá en el sofá. —Se levanta sin mirar a nadie—. Buonanotte.

Todos nos quedamos viendo a Regina retirarse. Mis hombros caen y suelto un suspiro.

«Obvio que no iba a dormir contigo, idiota».

—La arrogancia le crece con los años —exhala Martha—. Tenle paciencia.

—Ni que lo diga. ¿Siempre fue así?

Sonríe con nostalgia y me conduce a la habitación. Mashiro rechaza la oferta bajo el pretexto de que se quedará vigilando. El espacio es inmenso.

—Tratar con Regina nunca fue sencillo —cuenta, titubeando con las palabras—. No sé qué tanto sepas, pero a ella le gusta hacer todo por su cuenta. A su manera. Es tan cabezota que ni bajo amenaza de muerte pedirá ayuda. Buscará hasta el cansancio la forma de resolver el problema.

—Y aun estando cansada no se rendirá.

—No se rendirá. —Asiente de acuerdo y nos sentamos en la cama—. Regina... Regina fue y sigue siendo muy fría y cerrada.

—¿Tuvo problemas con su familia?

Las arrugas de su rostro resaltan su pesar.

—Está sola. —La miro sin comprender—. Padres fallecidos, hija única, sin abuelos, tíos o primos. Ni aquí. Ni en Italia. Regina no tiene a nadie.

Algo en mi pecho se aprieta.

—¿La familia Specter la acogió cuando llegó a Estados Unidos?

—No exactamente. Los señores Specter viajan igual o más que Regina actualmente, Lorena también es hija única y se sintió muy identificada con ella. —Toca su frente como si lo que está por decir le causara migraña—. Esas diablillas fueron hechas con el mismo molde. Se conocieron en la universidad. Ambas se metieron en un enorme problema. Después de eso, se volvieron inseparables a su manera. Es la única diferencia entre ambas: Regina es reticente para demostrar afecto y Lorena tiende a ceder más fácil. Compartieron piso desde el primer semestre hasta un día en que, prontas a graduarse, Regina comenzó a aislarse más y más. Fue... repentino.

Me inclino hacia adelante, atento.

—¿Qué pasó?

—No lo sé. Fue algo delicado que aún no alcanzo a comprender. Es muy quisquillosa con su privacidad. —Aprieta mi brazo—. Si te cuento esto, es porque eres el primer hombre al que veo que no trata como un polvo más. Estaré vieja, pero no soy tonta. Regina nunca comparte su espacio. Es capaz de haberte dejado a la suerte, enviarte con su personal o darte dinero para que resuelvas. Cualquier cosa para quedarse sola... y aquí estás.

Niego con la cabeza.

—No es así. Ella no busca más que amistad o...

—Follar —completa y sonríe—. Te aseguro que bajo esa cobertura de hielo tiene un corazón latiendo. No es mala persona. Entiendes que es una gran mujer cuando te permite conocerla. O, como diría ella: "lo esencial es invisible para los ojos" —cita a Saint Exupéry.

Me vuelvo hacia la ventana junto a la cama y busco las estrellas en el cielo; no obstante, ha empezado a llover.

—A Regina le gusta mucho El Principito, ¿verdad?

Alza las cejas, sorprendida por mi pregunta.

—¿Te lo dijo?

—Lo deduje.

Me observa por varios segundos antes de responder.

—Es su libro favorito desde la infancia.

Martha me explica cómo funciona el sistema de agua caliente y se despide. Paso ambas manos por mi cara. Son demasiados datos por procesar.

«¿Por qué Regina se aisló?».

Pongo mi teléfono a cargar. Vacío mi vejiga. Me quito la ropa quedando en bóxer y me tiro a la cama tamaño King. Rememoro su perfil de Wikipedia. Tiene estudios de prestigio. No hay mención de beca. Si estaba sola y sin recursos... ¿Cómo pagó la universidad?

Algo no encaja.

Mis ojos se cierran solos. «Regina no tiene a nadie». Una sensación de vacío me atenaza por dentro. No puedo imaginar la ausencia de mi familia. Ni siquiera la de mi padre o mi hermano Derek. Me duermo pensando en lo complicada que puede ser una vida dependiendo el punto de vista.

***

Me despierta el impacto de agua fría contra mi rostro.

—¡Arriba, bello durmiente!

Abro los ojos y, aturdido, levanto medio cuerpo. La sábana y las almohadas están empapadas. Observo a Regina colocar ropa sobre una silla y un cepillo de dientes. Está vestida con pantalón, camisa cuello tortuga pegada al torso, chaqueta de cuero y botines.

Todo en sexy negro.

—A Aurora su príncipe la despierta con un beso —me quejo, apartando mechones de cabello mojado de mi frente.

—Lástima que te tocó Maléfica. —Abre las cortinas y la luz me da en la cara—. Mueve el culo. Tenemos que trabajar.

Reviso la hora y la miro mal.

—¡¿Un domingo a las siete de la mañana?!

Pone los brazos en jarra y frunce los labios. Salgo de la cama a regañadientes. Su vista cae en mi erección matutina. Finjo no darme cuenta. Estiro mis brazos, espalda y muevo mi cuello de lado a lado. Dormí muy bien, solito pero bien. Me quito el bóxer, cojo el cepillo y entro en el baño no sin antes pillar que desencajó su mandíbula. Me doy una ducha. Lavo mis dientes y me visto con las prendas que trajo. Emanan olor a nuevo. No me sorprende ver que son de mi talla. Hago la cama y salgo de la habitación.

Me topo con dos mujeres de servicio y me indican que madam madrugadora está en la parte trasera de la casa. Llego a un porche y me recibe una fría pero agradable brisa. La vista diurna es bellísima. No muy lejos diviso un embarcadero. Un desayuno para dos está servido en una mesa. Regina, Mashiro, Enrique y Rivers están hablando en la parte pavimentada del jardín.

El dinosaurio alza la vista y el resto lo emula.

—Las placas del Ferrari son falsas. No pudieron rastrearlo —me dice la italiana subiendo los escalones.

Nos sentamos en la mesa.

—¿Alguna idea de quién conducía o quién lo envió? ¿Por qué quieren dañarte? —Desvía la mirada—. Ayer los dos casi no la contamos, Regina. Prometiste que hablaríamos sobre tu aumento de seguridad.

Para mí, las promesas son sagradas.

Tarda en responder y se concentra en la comida, dudando en decirme.

—La seguridad es por prevención. —Me mira con seriedad—. Atentaron contra la vida de Antonio Wallace. Lo drogaron en su oficina con una fruta y yo salí afectada.

Mis ojos se salen de órbita. Me explica a detalle cómo sucedió todo, dejándome preocupado por lo cerca que estuvo de sufrir una severa intoxicación. Ya entiendo por qué se deshizo de las botellas en su oficina. Mi mente procesa rápido la información y crea hipótesis nuevas. Regina no se arriesgaría a ser atrapada en la oficina de Wallace. La posibilidad de que se haya intoxicado a propósito para salirse con la suya sin ser acusada no tiene lógica. Escabroso o no, su dinero es suficiente para que personas del submundo se ensucien las manos por ella. Quien entró en la oficina es alguien desesperado y sin recursos.

En general, el incidente le resta puntos a la reina como posible desfalcadora, pero no como evasora de impuestos.

—Wallace se acercó demasiado al cadáver —deduzco.

—Son nuestras sospechas. Me estuvo presionando con el consejo de Kraptio para que le revelara la verdadera función de Searchix en mi torre: el desfalco. —Tuerce la boca—. La droga es la misma que casi mata a Edmond. ¿Casualidad? Él quiso entregarse.

Detengo mi mano antes de llevarme el vaso de jugo a la boca.

—¿Sabes que...?

—¿Que Searchix tuvo contacto con mi socio antes de ser secuestrado, saliste lastimado en el proceso y, a colmo, me lo ocultaron? —Muerde un cruasán—. Sí, lo sé. Vi la grabación de seguridad.

—Edmond fue un chivo expiatorio porque manejaba las fantasmas de Alphagine y ASysture. El desfalcador usó ese método para tapar las transacciones. Sabe moverse. Tiene experiencia y... te conoce.

—¿A qué te refieres?

—Un desfalcador que sólo quería tus millones podría estar en este preciso momento bronceándose en una playa de las Bahamas, bebiendo un coctel y escuchando Rock and Roll. Si no se descubre, técnicamente tiene el resto de su vida resuelta. ¿Para qué seguir tras de ti? Nuestro autor no quería el dinero. Te quiere despedazar lentamente. Necesita un móvil. Un por qué. Una razón lo suficientemente fuerte como para correr riesgos y continuar perjudicándote.

—¿Una vendetta?

—Posiblemente. ¿A quiénes madam Azzarelli le ha vuelto la vida miserable como para querer devolverle el favor?

Echa la cabeza hacia atrás.

—A más gente de la que podría recordar. —Niega—. Seguimos en el mismo punto. Buscando una aguja en un pajar.

Ahora yo dudo. Si ya sabe del escape de Bartis, no tardará en enterarse. Necesito que se abra conmigo para indagar en sus movimientos. Necesito... necesito conocer sus razones. Sus motivos. Quiero creer en ella. Quiero escucharla. Detrás de sus acciones debe existir un por qué.

Peco por desobedecer a mi sentido arácnido.

Peco por obedecer a la parte menos razonable de mí.

—Searchix tiene un hilo del que tirar pero... hay un... muro. Un obstáculo. ¿Recuerdas a Luther Sachz?

—Informático del gobernador.

—Pues... con él descubrí que en Searchix hay un topo. Un cómplice directo del desfalcador.

Regina se levanta de la mesa con brusquedad.

—Metí un zorro en el gallinero. —Me apunta con su índice—. ¡¿Primero me ocultan información y ahora resulta que me están apuñalando por la espalda?!

Rivers y Mashiro miran en nuestra dirección.

—Te lo explicaré. Baja la voz.

—¡¿Desde cuándo lo sabías?!

—Me di cuenta cuando algunos registros comenzaron a desaparecer. Lo confirmé en la semana después del partido de polo. El señor Turner dio la orden de mantenerlo confidencial y nos encomendó rastrearlo... Temen que pagues tu ira con la empresa completa. Tú no harías algo así, ¿cierto?

Sonríe con vileza y baja los escalones del porche. La sigo por el jardín.

—¡No me toques!

—Regina, por favor.

—Joven Roswaltt —Enrique me sujeta.

—¡Te lo iba a decir! —Forcejeo—. Quise encontrarlo primero. Darte una solución. No más problemas. Llama a Luther, él podrá confirmártelo.

—¡Y mientras tú jugabas a ser un superhéroe, a mí me seguían hundiendo! —Abre los brazos—. Searchix tiene control total sobre mis cuentas. Un clic y me destruyen, maldita sea. ¡¿Así querías que confiara en ti, omitiendo información?!

—Tú callaste sobre Global Beauty —le recuerdo y su ojo derecho salta—. Edmond declaró que ambos evadían impuestos. Atrajiste a una fiscal por fraude. Ese mismo día me diste tu palabra y creí en ti. ¿Consideras que confesaría de no hacerlo? ¡Ambos nos concedimos el beneficio de la duda!

—Llama a Julius y dile que quiero verlo esta noche —ordena a Mashiro—. Que se prepare para lanzar un misil.

—¡Piensa primero antes de actuar! Searchix es una empresa enorme. Son demasiados inocentes. Hay familias enteras que dependen de ese sueldo —exclamo, apelando por su empatía.

No se inmuta.

—Si rompes el contrato, ya no existirá el acuerdo de confidencialidad auditor-cliente. El desfalco se va a divulgar.

Eso sí capta su atención.

—Difámenme y ni en dos vidas podrán pagar la demanda.

—Tu reputación... Todo se te irá encima, Regina, no te arriesgues.

Rivers le susurra algo al oído. Martha y el personal de servicio han salido de la casa y nos miran con preocupación. Regina se queda pensando, decidiendo qué hacer.

»No acabes con Searchix —insisto—. Has visto mis avances, análisis e informes. Podemos resolverlo juntos. Tengo acertadas sospechas sobre la identidad del topo, pero mi supervisor no me permite investigarlo sin pruebas. Dame una semana y te lo entregaré en bandeja de oro.

Mashiro mira a Enrique y luego a Regina. Un movimiento de su mano y Enrique me suelta. Se acerca hasta dejar centímetros entre nosotros. Su amarillo verdoso brilla letal.

—Entrégamelo hoy mismo. Dime el nombre.

Asiento sin titubear.

—Gregory Maxwell.

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