35. Mi musa.

35. Mi musa.

ALONSO.

Cuatro horas.

Llevo más de cuatro horas sentado en un muro del estacionamiento de torre Azzarelli jugando Minecraft. Sudor corre por mi frente. Temo perder mi armadura encantada. Olvidé equiparme con objetos de oro y ahora huyo de los piglin. No logro concentrarme al cien. Los últimos días madam Azzarelli no estuvo en la torre, intenté buscarla en su yate pero fue inútil. Nunca me permitieron el acceso al muelle.

Poco falta para las diez. Cabeceo. Estoy por rendirme cuando la veo caminar junto a su abogado. Me levanto de un salto.

—Sin contacto. —Me detiene el dinosaurio.

La versión de carne y hueso de Mikasa Ackerman también se interpone amenazante. Pronto diviso a dos tipos más y eso que el pingüino se quedó dentro del coche. Todos usan trajes oscuros e intercomunicadores salen de sus orejas. Regina pronuncia unas palabras en italiano y me dan vía libre. Debieron infórmale de mí, porque lejos de sorprenderse, luce molesta.

Julius mira la escena con gracia.

Abbiamo bisogno di lui con noi —le dice y se gana una mirada fulminante—. Me adelantaré para que hablen a solas —se dirige al Rolls Royce.

—Te estaba esperando.

—¿Acaso debería sentirme honrada? —Regina enarca una ceja—. Dispuse otro coche para ti. No puedes acompañarme.

—Regina...

Levanta la palma y avanza.

—Llevo prisa.

—¿Por qué el aumento de seguridad? —soy directo.

—¿Tus superiores no te informaron?

—También eres mi jefa, ¿no? —Me mira de reojo—. ¿Qué fue lo que pasó en realidad?

—Umm. Repite que soy tu jefa y tal vez... —Ríe, cínica y acomoda el bolso en su hombro—. Olvídalo. Las medidas nuevas llegaron para garantizar un desarrollo seguro de las actividades laborales, querido. Nada más.

—Escáneres de alta gama que te ven hasta los huesos, guardias que parecen agentes secretos, canes entrenados, detectores de armas y drogas... Da la sensación de que convertiste el edificio en una fortaleza de donde nadie entra y nadie sale sin tu permiso. Estamos en torre Azzarelli no el área 51 o corporación Umbrella.

Regina chasquea la lengua. Se detiene y me encara, furiosa.

—¿Qué parte no captas de que no hablaré aquí del tema? —gruñe entre dientes y revisa su alrededor—. ¿Olvidas que no pueden vernos juntos? Ya habrá tiempo para aclaraciones. No es mi problema si no puedes esperar.

Mis pensamientos razonables se desvanecen. En sus ojos noto que el asunto va más allá de lo que imaginé. Trago saliva, desarmado. La detallo y en su rostro encuentro los vestigios de una mujer cansada anímica y físicamente.

—¿Tú estás bien? —susurro, preocupado.

—¿Qué? —Frunce el ceño.

—Tú, Regina, —Me acerco.

—¿Yo qué?

—Una cosa es implementar seguridad "preventiva" en la torre y, otra muy diferente, blindarte con tipos enormes y una waifu ninja. No me des explicaciones, sólo dime si te encuentras bien.

Sus facciones se contraen por la confusión.

—¿No estabas preguntando por la torre?

—Me importa más tu bienestar —admito.

Su ceño se profundiza. Abre la boca y la vuelve a cerrar. Mira a su personal y luego a mí de nuevo. Sacude la cabeza soltando un bufido.

—Otro día —asegura, escéptica.

Retoma su camino, pero antes de entrar al Rolls Royce, se vuelve a medio cuerpo.

—¿Níkolas? —inquiere, dejándome aún más desconcertado.

No le he mencionado su nombre.

—Se está recuperando perfectamente.

Asiente, impasible, y entra en el coche. La Range Rover se adelanta y dos camionetas más arrancan en cuanto el Rolls Royce se pone en marcha. Me quedo observando los focos que se pierden en la distancia.

«««

Harper y yo revisamos con el equipo de protocolo que todo esté funcionando correctamente para dar inicio a la ceremonia de aniversario de un restaurante. En unos minutos comenzaremos a tocar. Gary está hablando con los dueños. Seco el sudor de mis manos en mi pantalón. Los comensales ya han empezado a ocupar las mesas y yo más nervioso no puedo estar.

El resto de la semana transcurrió entre reuniones con Zack Malone, Paul Archer y otros socios, visitar a Níkolas y mis ensayos, tanto de mi banda como la canción para la fiesta otoñal de Azzagor Enterprises. Porque sí, a pesar de los cambios radicales, esa pomposa celebración sigue en pie.

—¡Alonso! —me llaman desde la zona bufet.

Sonrío, mirando a Susan. Está usando un traje blanco a medida. Me da un abrazo que correspondo gustoso. Su cabello huele a flores. Primavera. Calidez.

—Juré que bromeabas.

—No me perdería esto por nada del mundo. —Sonríe de oreja a oreja.

Un carraspeo nos hace separarnos.

—¿Has visto a Austin? —Me pregunta Gary—. No lo encuentro por ningún lado.

—Lleva quince minutos en el baño.

—Ve por él. Lo quiero en el escenario —demanda.

Le indico a Susan en dónde puede sentarse y me pierdo por el pasillo que conduce a un despacho acondicionado como camerino. Está vacío.

Toco la puerta del baño.

—¿Austin?

—Pasa —responde con voz ahogada.

Me quedo quieto.

—Gary quiere que subas al escenario.

—¡Pasa, idiota!

Mi cara de recelo cambia a incredulidad cuando miro el desastre que tiene sobre el lavamanos. Hay cantidades absurdas de jabón, gel, pasta de dientes, enjuague, hilo dental y perfumes.

—¿Que ahora un hombre no puede ser aseado? —pregunta, peinando su cabello hacia atrás.

—Estás exagerando.

—La primera impresión es la más importante. —Se me acerca—. ¿Huelo a mariscos?

—No te oleré la boca.

—Ya no te elegiré como mi padrino. —Vuelve al espejo.

—¿Padrino?

—Acabo de ver a la futura señora Duncan.

«Pobre mujer».

—¿Okay? —Ya tengo un pie fuera del baño.

—Tienes que verla, tiene un culo brutal. Lo primero que haré es ponerla en cuatro. —Mueve sus brazos y caderas, imaginándolo.

—Claro.

Entorna los ojos, se da unos últimos retoques y me hace seguirlo hasta la zona de mesas. Austin luce como uno de esos galanes de las telenovelas que veía mi abuela Liss mientras me cuidaba cuando yo era pequeño... y también se cree uno. Saludo con una sonrisa a Susan al pasar por su lado rumbo a la zona VIP. Si antes estaba nervioso, ahora mi pulso se vuelve incontrolable cuando capto el objetivo del pianista.

—Mírala. ¿A que es única? —Me codea—. Especímenes como ella están en peligro de extinción. Es un derroche andante de sensualidad y erotismo, la mires por donde la mires.

No lo niego.

Está increíble con un vestido escotado de mangas largas, la prenda es de ese color que le queda jodidamente sexy, sin dejar de destacar elegantemente sus atributos. El negro resalta su piel pálida pero también ensombrece sus gestos fríos, remarcando una oscuridad que oculta muy bien tras sus ojos.

«¿Qué hace aquí?».

Respeté darle su espacio. No la veía desde nuestro encuentro en el estacionamiento. Jalo a Austin del cuello de la camisa antes de que comience a caminar. Muy bellaco pero es más bajito que yo.

—¿Qué harás? —mascullo.

—Conquistarla.

«Ni que fuera un país».

—Será inútil.

Me mira con el ceño fruncido.

—No te haces idea del efecto que ejerzo sobre las mujeres. —Sonríe y se libera—. Mira y aprende.

Me cruzo de brazos y recuesto mi hombro de la pared. Austin se le acerca con aires de Don Juan. No sé qué idiotez sale de su boca, pero la expresión de Regina y un suave movimiento de labios basta para que los hombros del pianista caigan y regrese con la cola entre las patas.

—¿De qué te ríes? —refunfuña.

—Te dije que sería inútil digas lo que le digas.

—Le gusto. Sólo se está haciendo la difícil —se auto anima.

—No parece ser de esas.

Vuelve a mirar a Regina.

—Mierda. Espero que no sea lesbiana —murmura.

Sigo riéndome.

—¿Qué? ¿Acaso crees que puedes hacerlo mejor?

Me yergo y meto las manos en los bolsillos.

—La verdad es que sí

Se fija en mi cabello alborotado.

—Lo dudo —dice, burlón.

—Austin, mira y aprende. —Palmeo su hombro.

Regreso al camerino y busco mi libreta de notas dentro del estuche de mi saxofón. Gary entra en histeria cuando ve a Austin tras el escenario, después de reprenderlo, aprovecho que bebe agua para explicarle mi idea.

—Repítelo de nuevo —dice lentamente.

No da crédito a mis palabras.

—Quiero sustituir la canción de mi solo por esta. —Le enseño una partitura.

—No me gustan los cambios de último minuto, Alonso, y menos cuando no has estado en los ensayos. Te perdoné lo que sucedió el otro día por ser una emergencia, mas no quiero errores hoy.

—Todo irá de maravilla. Confía en mí.

Frota su rostro.

—Dame una razón para esta decisión tan repentina.

—Quiero impresionar a una mujer.

—¿La bonita morena que estaba contigo? —Niego con la cabeza. Nos asomamos viendo la zona de mesas VIP. Se ríe en mi cara—. Ya, en serio, dime quién es.

—Es ella.

—Claro, y yo anoche dormí desnudo con Meghan Fox —ironiza.

—Gary, por favor —miro en dirección al escenario. Ya están subiendo los dueños del restaurante para iniciar la ceremonia.

—Tener altas expectativas en la vida es bueno. —Le echa otra mirada a Regina—. Y de verdad que te estimo mucho; sin embargo, dudo que una mujer como esa te preste atención.

«Auch».

—No fallaré.

—Un error y quedas fuera —advierte y regresa con el resto del grupo.

Suelto el aire y contemplo el perfil de mi musa por una última vez. Saco mi móvil y traduzco una palabra en Google. Detengo a un camarero y le indico que todo lo que ella pida lo carguen a mi cuenta y que justo cuando yo comience a tocar mi solo, le lleve una porción de milhojas con crema de coco. «Mi pequeño concierto será para ti, Leonessa» irá escrito en el plato con caligrafía de chocolate. Le entrego una propina generosa por adelantado. Mi corazón bombea tan rápido que la adrenalina no tarda en hacer de las suyas en mi sistema.

Me apresuro a tomar mi lugar en el escenario. Por los altavoces comienzan las palabras de apertura y nos dan la señal para iniciar.

Austin se encarga del introductorio y nos unimos poco después.

Harper sostiene con su violonchelo las últimas notas y me cede el clímax de la apertura de la ceremonia. Me dejo llevar por esta canción nueva. Me siento eufórico sabiendo que mi musa la está escuchando. No fallaré. La he practicado todas las noches pensando en la fiera indomable que socava mi raciocinio.

Termino y los aplausos no escasean.

Bajamos del escenario mientras una cantante se luce con una canción latina. Comemos algunos aperitivos. Gary nos felicita y da las instrucciones del siguiente número. En ese momento, Austin se atraganta con un camarón y empieza a toser, poniéndose rojo. Le doy unos golpes en la espalda. El trozo sale disparado y una chica de protocolo lo esquiva con agilidad. Harper le ofrece agua pero él lucha por ocultar la vergüenza.

Comprendo mejor su apuro cuando un repiqueteo de tacones sobre el suelo hace que nos giremos y veamos a Regina acercarse. Su andar seguro, sinuoso y prepotente consigue llevarse la atención de casi todo el restaurante. Mis manos pican por tocarla. Me adelanto pero me freno de inmediato, recordando la discreción.

—Madam.

Signore Roswaltt —saluda, formal.

—¿Ustedes se conocen? —pregunta Austin, anonadado con la diosa.

—No.

—Sí.

Respondemos al unísono.

Nos miramos. Ella sonríe y yo me siento muy confundido. Austin no le quita la vista de encima y Regina a mí.

—Somos amigos —explica, deteniéndose junto a mí.

—Tienes un acento...

—Italiano, sí. Regina Azzarelli —se presenta—. Mis más sinceras felicitaciones a todos. Tocaron excelente.

—Puedo darte una demostración privada cuando quieras, primor. Yo soy el compositor del gru... —Harper golpea la espalda de Austin.

—Alonso también es nuestro compositor. La última canción es de él. Fiera indomable —aclara la violonchelista.

Regina me mira de una manera que no puedo interpretar.

—Una pieza preciosa. —Coloca su mano en mi nuca. Me crispo, extrañado—. Cada día más asombrada por tu talento.

Siento mis orejas enrojecer. No estoy acostumbrado a los elogios y menos en público. Todos se muestran de acuerdo con ella a excepción de Austin que me mira con desprecio. Me disculpo un minuto con Gary y me la llevo fuera de la mirada obscena de los tipos de protocolo. Una leona no necesita escapar de las hienas pero yo sí de iniciar una disputa.

Nos detenemos en un pasillo.

—¿Qué fue todo eso? —Me cruzo de brazos—. Acabas de romper la regla de la discreción. Más de diez personas nos vieron juntos.

—Los amigos pueden ser vistos conversar públicamente. —Le resta importancia con un gesto.

Meneo la cabeza, aún más confundido. ¿Ahora somos amigos?

—¿Cómo es que estás aquí, acosadora?

—¿Acosadora? ¿Yo? —Alza las cejas—. ¿Me lo dice quien casi arma un campamento de vigilancia en mi vestíbulo, estacionamiento y luego en el muelle? —Resopla—. Mi agenda se aligeró un poco y mi palabra la cumplo... pero hablaremos de trabajo después. En este instante me apetece portarme mal contigo. —Sus dedos caminan por mi pecho—. ¿Eres consciente de lo apetitoso que te ves en traje completo, caro mio? No puedo creer que estés usando chaleco.

Con la paga de Searchix, puedo permitirme ciertos gastos para ocasiones especiales. Estoy vestido con un traje nuevo de tres piezas negro y camisa color azul oscuro con las mangas recogidas hasta los codos. 

Un millón de preguntas surgen en mi mente. Me mantengo serio y no bajo los brazos.

—No puedo creer que sea usted tan superficial, madam —finjo indignación—. Y si estuviera vestido de otra forma, ¿no le parecería atractivo?

—¿Te parecería atractiva si estuviera usando una bata mostaza de anciana, sin maquillaje y despeinada?

—Te verías humanamente hermosa. —Acaricio su mejilla con el dorso de mi mano.

Un mohín forzado borra su asombro y lo sustituye con una sonrisa cargada con sobredosis de ego.

—Obvio, estamos hablando de mí. —Seductora, se cuelga de mi cuello—. Ma, con o senza vestiti, mi piaci cosí come sei —musita y une nuestras bocas.

Me transmite su petición con cada movimiento dominante de sus labios, pero no se lo pongo fácil, la sujeto de la nuca y me hago con el control.

«¿Culpable o inocente?».

«¿Quién es realmente Regina Azzarelli?».

Confundido, molesto y excitado, aprieto sus glúteos sin sutilezas, presionándola más contra mí. Se frota más que una gata en celo. Los beats que emite mi corazón inician un concierto de dubstep, mientras mi sangre comienza a cumularse en un lugar específico.

—Búscanos privacidad —pide entre besos, acariciando mi miembro por encima del pantalón.

La tomo de la mano y entramos en el improvisado camerino. Me aseguro que no haya nadie y cierro con seguro. Tira de mi corbata y vuelve a devorarme la boca. Gime en cuanto magreo sus senos. Nos movemos hacia el interior de la habitación tropezando con algunos objetos.

—No tenemos mucho tiempo. —Mordisqueo su mentón.

—Haz que valga cada segundo.

Con picardía toma el borde de su vestido y lo lleva hasta su cintura. Paso saliva. Me trastoca ver fino encaje negro casi transparente cubriendo su feminidad, tiras laterales se unen a las ligas en sus muslos. No trae medias pero no importa, mi erección palpita dolorosamente. No le quito nada. Me subo más las mangas de mi camisa y bajo mi pantalón. No rechista cuando la giro e indico que quiero follarla desde atrás para admirar la vista. Complaciente, apoya los codos sobre una mesa y alza su trasero en pompa, hago a un lado su lencería e introduzco mis dedos por sus pliegues.

—Las cataratas del Niágara se quedan como un riachuelo junto a usted, madam —susurro cerca de su oído.

—¡Maledizione, Alonso, fóllame ya! —exige tras un jadeo.

Suspiro y niego con la cabeza.

—Tan impaciente.

Tomo sus caderas y entro con facilidad, igual que enterrar un cuchillo en mantequilla. En segundos bajo mi vista hacia el punto de nuestra unión.

Estamos piel contra piel.

Qué sensación.

Qué placer tan inmenso.

Es sublime, magníficamente sublime.

Salgo de ella y vuelvo a entrar con más fuerza, provocando un sonido con el choque de nuestras pieles. La madera golpea brutalmente la pared por el ritmo que marco. Regina sube una pierna a la mesa y me embeleso viendo cómo le luce el tacón de aguja con suela roja. Esta postura me vuelve loco. Me permite llegar tan profundo que creo rozar su estómago.

Sí! Dammi con tutto! —gime y, aunque no le entiendo, escucharla hablar en su idioma me hace perder la razón.

Se balacea acertando mis embestidas. El sonido del choque de sus glúteos contra mi pelvis aumenta. Evito recargar mi pecho en su espalda. Dejo una mano cerca de la suya, con la otra sujeto su pantorrilla y la mantengo pegada a mi cintura. El vaivén es exquisito.

Nos sincronizamos.

—¿Alonso? —Tocan la puerta con violencia— ¿Estás aquí?

«¡¿Por qué, Dios?! », miro el techo.

Es la voz de Austin.

—Sí. Dame un mo-momento —mi voz falla. Regina trazando unos benditos círculos con las caderas.

Mi mente queda en el limbo víctima de los fuegos artificiales que detona la sensación. Me mira con falsa inocencia. ¡Es malvada! La mano me escuece y no me contengo: Le doy una nalgada y súbitamente me calcina con la mirada.

Coglio...! ¡Ah!

Arremeto riguroso.

—¿Decías?

Sonrío observando cómo lleva una mano a su boca cuando acelero las embestidas. Ojalá pudiera disfrutar de la sinfonía que está reprimiendo. Afuera escucho otras voces. Saber que podrían abrir la puerta con la llave de repuesto envía mi nivel de excitación fuera de la atmosfera. Cojo su cabello y lo empuño, arquea la espalda y consigo que eleve más su trasero hacia mí. ¡Mierda! Me siento como un jinete de rodeo sobre un toro asesino. Me mata cómo sus suaves paredes vaginales me apresan y succionan. Sus piernas se tensan como las cuerdas de una guitarra. Dirijo mi mano libre a su clítoris y le doy la atención necesaria para hacerla llegar. No paro de penetrarla hasta que me vacío completo en su interior.

Me quedo muy quieto, mis manos en el borde de la mesa, mientras recupero algo de oxígeno.

—¡Alonso, ya nos toca subir! —Harper se escucha exasperada.

—Voy. Voy.

Con mis rodillas casi fallando, salgo de una igual de temblorosa Regina y todo comienza a moverse en cámara rápida. Somos un desastre. Acomodo mi pantalón. Me arroja un kleenex, se quita las bragas y las guarda en mi bolsillo. Mmm. Otra mouskerramienta que me asistirá por las noches frías y solitarias. La ayudo a limpiar mi semen de sus muslos y luego recojo algunas cosas que cayeron al suelo.

Me siento como un adolescente otra vez.

—Usa el baño si quieres arreglar tu cabello y maquillaje. —Beso sus labios fugazmente—. Me iré primero.

Abro la puerta y bloqueo con mi anatomía la visibilidad. Harper me mira de pies a cabeza con los brazos cruzados.

—Gary te está esperando. —Ladea la cabeza—. Y... Austin está buscando a tu amiga para invitarla a nuestra celebración. —Sus ojos brillan con humor—. ¿Está contigo?

—N-no... sí. —Carraspeo—. Está en el baño. Vamos, tenemos una canción que interpretar. —Comienzo a caminar.

—Alonso. —Tira de mi brazo.

—¿Qué?

—Tienes carmín en la boca... aquí... aquí... y aquí. —Me tiende un pañuelo—. También hueles a perfume caro de mujer. Si vas a follar, al menos disimúlalo mejor.

—No le digas nada a Gary.

—No tengo por qué. No es mi asunto.

—Gracias.

—Nunca imaginé que fueras tan atrevido. —Sonríe de lado.

—Yo tampoco. —Miro mis dedos.

«¿En qué me está convirtiendo esa mujer?».

—Quien diría que tú, precisamente tú, el más sentimental de nosotros, terminarías con una sugar mommy —bromea.

—No estoy con ella por el dinero —me ofendo.

—Oh, claro, entiendo. —Rueda los ojos—. ¿Qué hombre no se puede resistir a esos enormes pechos, piernas largas, cintura avispa, trasero redondo, melena de comercial, acento extranjero y cara bonita? Dudo que ella sepa lo que es odiar su propio cutis. —Pone los brazos en jarra.

—Lo admito. El deseo me bajó a su infierno, mas no es el motivo por el que anhelo llevarla al cielo —musito, consciente que podría escucharnos—. La convertí en mi musa.

Su rostro se transforma y me mira con pena. Sabe que no a cualquiera se le llama así.

—Ay, Alonso, no quiero ser cruel, pero mujeres como ella...

—Lo sé. —Sonrío, afligido—. Sé en dónde me metí literalmente. Con ella descubrí que soy un masoquista en potencia.

—El lado bueno es que con un corazón roto siempre has creado piezas muy buenas. Tu época de despecho por Trixie fue genial... y perdona que lo diga, pero esta augura ser la mejor de todas.

—¿Cómo sabes de Trixie? —pregunto, incómodo.

—Tu querida manager.

Paso una mano por mi cara. La puerta se abre y Regina sale estudiándonos a ambos. Recogió su cabello en una coleta alta. Se detiene a mi lado y repara lentamente en Harper.

—Límpiale el carmín del cuello, tiene que subir en cinco minutos al escenario —le dice Harper.

La italiana asiente sin demostrar ninguna emoción. ¿Cómo lo hace? Harper se pierde dentro del camerino. Nos quedamos viendo la puerta cerrada.

—¿Ella? —murmura.

—Lo sabe.

—Demonios.

Nuestros ojos se encuentran y nos echamos a reír. Ese sonido me cautiva. Destruye la distancia, me quita el pañuelo de las manos y termina de limpiarme su labial.

—Tienes una hermosa sonrisa —confieso hechizado por esa curva.

—Lo usual es escuchar halagos de mis senos después del sexo —los señala divertida.

—Tu cuerpo es un plus extraordinario pero tu cerebro inteligente y pasión para superar retos es lo que más me encanta de ti —admito sin rodeos—. ¡Has creado un imperio inmenso! Si sumamos que eres gruñona culona, entonces te veo sonriendo así... Joder. Se me pone duro otra vez.

Suelta una carcajada.

—Tendrás toda la noche para demostrarme cuánto te fascino en mi suite —susurra en mi oído y acaricia mi brazo—. ¿Has follado antes sin gorrito de fiesta?

Me queman las ganas de tomar su mano, así que meto las mías en mis bolsillos y caminamos juntos por el pasillo.

—Es mi primera vez.

Ahora sé que no quiero volver a usar un condón en mi vida.

—Soy tu primera vez —dice con orgullo.

—¿Ya no estoy castigado.

—Te has portado bien.

Frunzo el ceño.

—¿Sólo bien?

Rueda los ojos.

—Fue alucinante y no diré más al respecto.

—Mi turno no acaba hasta dentro de una hora —lamento.

—La espera no será aburrida. —Ve el escenario—. Descubrí que el entretenimiento musical es muy excitante.

Alzo las cejas.

—No sabía que fueras fan del jazz.

—Soy fan de Alonso Roswaltt. —Arregla el cuello de mi camisa.

Mi nombre envuelto en ese acento me deja atontado.

—Consigue halls negros —agrega—. Hasta llegar al hotel, limítate a ingerir sólo fruta, preferiblemente piña o fresas. Nada de ácidos o picante.

—¿Y eso es por...?

—Explicártelo le quitaría lo divertido. —Besa la comisura de mis labios—. Anda, guapo, hazme caso.

Me guiña un ojo y se enruta a su mesa. No puedo evitar fijarme en el balanceo hipnótico de sus caderas mientras camina. Sonrío. Saber que no lleva bragas hace que sienta mi pantalón pequeño de nuevo.

—¡Estuviste sensacional! —Susan me intercepta camino al escenario.

—Me alegra que te haya gustado.

—Debemos ser cautos —esboza una mueca—. Escuché rumores que nuestra clienta está aquí. ¿La has visto?

—No me he fijado. Dale saludos de mi parte si la llegas a ver.

Gary me hace unas señas y voy a su encuentro. Quiero esforzarme y darle el mejor espectáculo a la diosa de ojos felinos. Ella cree en mí y eso es más que suficiente para alimentar mi seguridad.

—Regina me parece conocida, no sé si la confundo con una mujer que he visto en televisión: madam Azzarelli —me dice Austin desde el piano.

—La misma.

—¡¿La inversionista más poderosa de Chicago?! —respinga—. Azzagor Enterprises compra empresas para repotenciarlas. Esa mujer juega Monopoly a escala real. ¿Cómo la conoces?

—Trabajo para ella.

—¿Crees que...?

—Olvídalo. Está ocupada —lo corto y voy con Gary.

Harper se ríe de la expresión frustrada del pianista.

—Ni por un segundo pensé que aceptaría —lo chincha.

—No ayudas.

—No me mal entiendas, Austin. Veo programas de farándula. Dicen que es de las que prefiere vivir en promiscuidad antes de caer en monogamia. Su lista de amantes es envidiable. Jamás se le ha conocido una pareja formal. Tal como es poderosa, también es la soltera más codiciada de la ciudad. Una de las mujeres más influyentes tanto en este país como en el suyo. Escuché que está planeando una expansión en Reino Unido. —Me mira de soslayo—. Dudo que tenga tiempo para amoríos.

Me desconecto de su conversación. No quiero desconcentrarme. «Regina nunca ha tenido una pareja». A mí me dijo que no entra en sus intereses tener una relación formal. ¿Alguien le habrá roto el corazón? Las palmadas de Gary me sacan de trance. Tocamos canciones de otros artistas y creaciones propias. Dos de las mías, orgullosamente. Conecto varias veces mi mirada con unos ojos felinos y sonrío como un ganador al ver que está disfrutando. La cantante de antes se nos une y el resto de la presentación es todo un éxito.

Recogemos los instrumentos y nos reunimos en el camerino para hablar con los dueños del restaurante. Están complacidos. Rechazo la invitación a la celebración y me despido de todos. Me pongo el saco y calzo el estuche del saxofón en el hombro. Abro la puerta justo cuando Susan estaba por tocar.

—Vine a despedirme. —Frota sus manos—. En serio tocaste muy bien.

—Gracias por estar aquí. Nos vemos el lunes. —Sonrío.

Se pone de puntitas. Me da un beso en la mejilla que dura más de lo normal. Sin esperarlo, roza ligeramente sus labios con los míos. La aparto sin ser brusco y marco distancia.

—Alonso, lo siento, no sé qué... —asustada, intenta excusarse, pero un sonido estrepitoso nos distrae y vemos a un chico de protocolo con la vista en el pasillo.

—¡Caray! Cuánto carácter —exclama en un silbido, recogiendo una bandeja.

Mi corazón se detiene.

—¿De quién hablas? —Doy varios pasos hacia él.

—Una afrodita se cruzó conmigo como huracán destructivo. Pálida, melena oscura y curvas de infarto. Iba murmurando algo en otro idioma. Se veía muy enfadada. —Niega con la cabeza—. Nah, enfadada no, furiosa.

«Mierda».

—Tengo que irme.

—Alonso... —Susan quiere detenerme.

No escucho más porque me echo a correr rumbo a la puerta principal. No veo el Rolls Royce por ningún lado. Salgo a la calle y tampoco está atascado en el tráfico de la avenida. Paso una mano por mi cabello y un bullicio me hace mirar hacia al estacionamiento. Visualizo una de sus camionetas. Camino en esa dirección y la veo discutir con un grupo de personas que rodean un impresionante Bugatti color negro. El dinosaurio junto a los otros dispersan a la gente que no paran de fotografiar el coche. Ella sube al asiento del piloto dando un portazo.

No puede verme llegar. No lo pienso. Antes de que salga del estacionamiento, me planto en su camino. Regina frena de golpe haciendo chirriar los neumáticos. La camioneta tras suyo casi impactando contra su coche. Abre la puerta y saca medio cuerpo.

—¡¿ESTÁS DEMENTE?! —grita, disparando proyectiles ópticos.

—Lo que viste no es lo que parece —explico, jadeante.

Mi respiración acelerada casi no me permite hablar.

—No me interesa. —Hace un gesto con la mano para impedir que sus gorilas se me abalancen, dos me apuntaban con armas—. Quítate o te atropello.

—No lo harás. —Enarca una ceja—. Terminarías en la cárcel. Hay testigos —señalo con la cabeza a los espectadores curiosos.

—Se pueden comprar. —Hace rugir el motor—. Apártate y ve a meterle la lengua en la garganta a Morris, maldito mentiroso.

—No tengo nada con ella y no le correspondí el beso.

—¡No me importa si lo hiciste o no!

—¡A mí sí, joder, no le correspondí porque no eras tú!

Alza el mentón y comenzamos una batalla de azul versus verde. Camino con la cautela que se usa para acercarse a un animal peligroso y me planto frente a ella.

Sus guardaespaldas se acercan más.

—No la besé —repito.

Entorna los ojos, escudriñándome. Se inclina para coger su bolso del coche, lo abre y saca un bote de enjuague bucal que estampa en mi pecho.

—¡Lávate la boca!

—Regi...

—¡Hazlo!

Tomo de mala gana el enjuague, retrocedo y hago un par de repeticiones de gárgaras. Escupo a un lado y la miro serio. Termina de salir del Bugatti y se acerca pegando sus senos a mi pecho con la misma expresión gélida.

Mantengo las manos en mis costados.

—No besarás a nadie más —espeta—. Menos le darás sexo oral a otra. Desde ya tus labios son únicamente para mí. Antes de que me acuses de alguna mierda de posesividad, aclaro que velo por mi salud. No quiero que me contagies ningún herpes.

—Las reglas de nuestro juego dictan que podemos hacer lo que queramos con quien queramos cuando no estamos juntos —le recuerdo.

—Hoy estabas conmigo. No con ella —gruñe con odio.

Sujeto su cintura cuando pretende irse.

—No la besé —repito de nuevo y lo haré las veces que sean necesarias—. Aun así, no hay forma de que acepte esa condición si no es por parte de los dos, Regina. Tus labios también serán para mí.

Quiero igualdad.

No me restringirá nada mientras ella queda campante.

—Esa es nuestra diferencia, querido. Yo sé cuidarme. Desde que esto comenzó, sólo te he besado a ti. —Clava la uña de su dedo índice en mi esternón—. ¿Por qué monitorear la salud de diez hombres si puedo hacerlo perfectamente con uno? Los exámenes que te pedí no fueron por capricho. Tu boca es mía y sólo usarás la polla sin condón conmigo. Si me entero que incumples o, peor, termino en el médico por culpa tuya, date como hombre muer...

Tomo su cara entre mis manos y la beso.

No me corresponde.

Todo ocurre en un pestañeo: me aparta de un empujón y levanta la mano para abofetearme, pero soy más rápido y hago que estampe su palma en la mía. Entrelazo nuestros dedos y tiro de ella contra mi pecho. Mantengo el agarre firme sin usar fuerza. Puede soltarse si así quiere. Levanta la otra mano frenando a sus hombres sin cortar el contacto visual. Yo no me muevo. Me mira, baja a mi boca, vuelve a mis ojos por un instante, y tira de mi corbata juntando nuestras bocas en un salvaje beso.

«Loca posesiva».

Dejo una mano en su espalda para mantenerla cerca y hundo la otra en su cabello cuando me hala con fuerza de las hebras del mío. Nuestras lenguas luchan por entrar en el otro, la sensación es exquisita. Me dejo ganar y me recorre la boca con demanda.

—¡No! —jadea, separándose de mí y mirando hacia los lados. Algunos curiosos se fijan en nosotros—. En público no pueden vernos...

Su estómago protesta escandalosamente, interrumpiéndola.

—¿Tienes hambre? —musito, divertido.

Abre la boca pero su estómago vuelve a protestar. Alzo las cejas. Un rojo que no es por ira o excitación se apodera de su rostro. Vaya. Vaya. Madam Azzarelli sonrojada. Que novedad. Huye emprendiendo camino dentro del coche y me asesina con la mirada cuando entro por el lado del copiloto.

—Bá.ja.te.

—¿No íbamos al hotel? —Me pongo el cinturón.

«Estoy en un Bugatti».

El Bugatti de Regina Azzarelli. Me siento genial.

—¡Argh! —Levanta los brazos viendo al frente—. ¡Bien! Pero no quiero escuchar ni una palabra —advierte, rabiosa.

—¿Almorzaste?

No responde y arranca.

—Regina...

—¡Silencio o te meto en la cajuela! —Me señala.

—No es bueno que te saltes comidas.

Es raro. Me gusta provocarla, se enoja de la nada.

—Hoy sólo ingerí la milhojas y los batidos de fruta. No como desde la cena de ayer —dice en voz baja.

Evito regañarla. En el restaurante se limitó a pedir batidos y no quiero enterarme si antes estuvo bebiendo alcohol.

—Bueno. —Miro la hora—. Si hacemos memoria, tú y yo tenemos una comida pendiente.

Da una palmada al volante, cuchicheando... creo, creo que insultándome en italiano. Suelta una dramática exhalación y me pide a regañadientes una dirección. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top