34. Talón de Aquiles.
34. Talón de Aquiles.
ALONSO
Urgencias está atestada de personas, siendo la mayoría de edad avanzada. Entre el ir y venir de los enfermeros que entorpece mi camino, logro divisar a Nathaniel abrazando a una temblorosa Natasha en una zona llena de camillas separadas por cortinas azules. Siento mi sangre helarse cuando veo a Níkolas tendido en una de las camillas con una aguja en su pequeño bracito, suministrándole algún medicamento de una bolsa.
«Niko».
—¿Cuál es el diagnóstico? —me apresuro a preguntar.
—Apendicitis —murmura Nathaniel viendo a Niko—. Lo medicaron para aliviar el dolor. Requiere operación inmediata y no lo van a ingresar hasta que obtengan respuesta de tu seguro. El de Nat no cubre el gasto.
—Alonso, si no lo intervienen en la hora siguiente... —la voz de Natasha se quiebra y aprieta la mano de su hijo—, podría convertirse en peritonitis.
Mi hermana respira arrítmicamente, conteniéndose de sucumbir en la desesperación. Nathaniel permanece impasible para mostrarse fuerte y ser de apoyo, pero sé que está igual o más afectado que yo. No hay nada peor que el miedo reflejado en los ojos de alguien a quien amas y que no puedas hacer algo para cambiarlo.
Paso una mano por mi cabello sintiendo que el mundo se me viene encima.
—¿Y Derek?
Nuestro hermano mayor es el más adinerado de la familia.
—Hace quince minutos dijo que "tal vez" podría conseguir una ayuda —Nathaniel responde con molestia.
Y a mí ese tal vez me hierve la sangre. ¡Es su sobrino!
—¿Adónde vas? —Escucho la voz de mi hermano a mis espaldas cuando salgo de la sala casi corriendo—. Alonso, detente.
Se adelanta e intenta sujetarme al ver que miro hacia los lados como un loco sin detenerme. Necesito encontrar una solución ya. La que sea. No importa lo que me pase después, no voy a perderlo.
—No me quedaré de brazos cruzados mientras Níkolas se nos va —lo empujo cuando me alcanza.
Arremete contra mí y estoy presto a usar la fuerza, pero antes que pueda hacer algo me sujeta de los brazos y me deja inmovilizado. Forcejeo. No me va a detener.
—Suéltame o no respondo, Nathaniel —amenazo.
Al no obtener respuesta le doy una patada en la espinilla y un golpe en el estómago con mi codo que lo deja sin aire. Maldice pero no me suelta. Lucho sin importarme lastimarlo o llamar la atención. Mejor. Quiero hablar con el director de este jodido hospital; no obstante, me está costando demasiado librarme del agarre. Es mucho más corpulento y hábil en peleas que yo. ¿Qué no entiende la situación? ¿Por qué no me apoya? ¡La vida de Níkolas está en riesgo!
—¿Y qué sugieres: salir a robar o extorsionar al personal para que lo atiendan? —me quedo pensando. Era eso o... no sé. Lo que sea con tal de resolver—. Te considero el más inteligente de los dos, piensa, hermano, porque a la primera que intentes algo ilegal complicarás las cosas —me toma de los hombros para que lo mire—. Yo menos quiero quedarme quieto, pero no podemos hacer más que esperar por la respuesta del seguro.
—¿Qué pasa si no la conseguimos? —baja la mirada y me suelta. Me llevo el puño a la boca—. No me voy a resignar, me niego —siento una punzada tras los ojos—. ¡Es un niño!
Pateo la primera silla que encuentro. Es un niño que no tiene la culpa que la maldita sociedad haya convertido las necesidades más básicas, como la salud, en un puto negocio. Ahora sí he llamado la atención de algunas enfermeras. No doy ni tres pasos cuando mi hermano se interpone de nuevo en mi campo visual.
—Tranquilicémonos que así no llegaremos a nada —murmura—. Níkolas nos necesita y si nos precipitamos, terminaremos dejándolo solo.
Respiro sin control, sintiendo que la impotencia me consume. Busco mi móvil con la intención de llamar al señor Turner para que interceda por mí con sus contactos y me consiga un préstamo urgente. Como auditores tenemos muchas relaciones con los bancos.
Regresamos a la sala de emergencias y me detengo al notar que Nathaniel lo hace. Levanto la vista de la pantalla y siento cómo un agujero negro se abre bajo mis pies. El lugar en donde se supone que estaba la camilla de Níkolas está vacío y mi hermana tiene la vista perdida a un lado.
«No, Dios, por favor».
Nathaniel es más fuerte y avanza, pero yo no puedo moverme y, al ver que Natasha se lanza a sus brazos en mar de llanto, caigo de rodillas. ¡¿Por qué?! Doy un puñetazo al suelo. Mis lágrimas salen solas. No puede ser verdad. Él... no. Maldición, No. No es cierto. Unas manos temblorosas me cogen del rostro.
—Alonso, mírame —pide Natasha.
Niego con la cabeza. No puedo darle la cara. Le he fallado a quién siempre juré jamás defraudar.
—Perdóname por no cumplir mi promesa de la garrita —sollozo.
—Se lo llevaron a quirófano —mi respiración se corta y la miro—. Lo van a operar, sigue siendo riesgoso, pero confío ciegamente en el niño perseverante que hemos criado. No se rendirá.
—¿Cómo...? ¿El seguro?
—El hospital contactó con una fundación benéfica —Nathaniel me palmea la espalda—.Tengamos esperanza de que saldrá bien.
Abrazo a mi hermana con fuerza. No me avergüenzo de llorar aunque, ahora, mis lágrimas son de felicidad. Mi corazón se oprime por el choque de emociones y se regocija al saber que a quien creí perdido durante un momento, está luchando por volver con nosotros. Mi familia es mi talón de Aquiles y, mis sobrinos, son como mis hijos.
***
Llamo a mis padres y a Milena para informarles la situación actual. Los primeros explotan en angustia puesto que no estaban enterados y aseguran venir a primera hora, Lena, por otro lado, supo al mismo tiempo que yo y se quedó cuidando a Sofía. También dice pasarse por la mañana. Derek tuvo la decencia de llamar y el descaro de pedir una prueba certificada de que Níkolas está en un hospital y no es ninguna trampa nuestra para sacarle dinero.
—A veces me cuesta demasiado creer que fuimos criados por las mismas personas —mascullo volviendo a sentarme con Nathaniel.
Tiene los brazos cruzados y no para de asesinar con la mirada a mi amigo. Si no fuera porque aún estoy digiriendo la situación, también intentaría matar al ermitaño por la forma en que Natasha se aferra a él.
Llevamos una hora y media en la sala de esperas. Aun no aparece ningún médico con noticias y la tensión por saber el rumbo de la operación nos tiene en ascuas.
—Vamos por algo de comer antes que mate a ese tipo —propone, levantándose de muy mal humor.
—Ve tú —mi tono es bajo—. De aquí no me muevo hasta hablar con un doctor.
—La operación dura varias horas y en serio no quiero mancharme las manos. ¿Quieres algo? —le pregunta a Nat. Ella niega.
—A mí tráeme unas gomitas —pide Luther.
Nathaniel le muestra el dedo corazón y se pierde por el pasillo soltando improperios.
—¿Cuándo crees que le caeré bien?
Luther me mira con diversión. Me fijo en cómo Natasha se acurruca en su costado. Frunzo el ceño.
—No pasará, al menos no pronto —soy sincero—. Tienes suerte de que me estés ayudando con el caso de la torre o también estaría planificando patearte el culo.
—Alonso —se queja Natasha con voz mortecina.
—Te hace daño y me olvido que es mi mejor amigo. Entre los dos lo borramos del mapa. No quedará nada para su sepultura —advierto, serio.
No dudaré en proteger a mis hermanas de los imbéciles que solo quieren jugar con ellas. Sé cómo se siente que te rompan el corazón, y no se lo deseo absolutamente a nadie.
El tiempo pasa y ningún médico se digna en aparecer. Nathaniel y yo hablamos de generalidades, Luther de vez en cuando se une a nuestra conversación mientras que mi hermana se limita a escucharnos, conteniendo su nerviosismo. Luce destrozada.
Mi vejiga a punto de explotar me obliga a ausentarme. Aprovecho para estirarme entero. Siento los músculos agarrotados por la tensión. Me quedo quieto mirando a mi alrededor. Solo veo personal con batas y civiles aguardando saber por sus enfermos. Raro. Nadie se fija en mí pero la sensación de que me observan es persistente. Hace días que no me sentía así... Vigilado. Niego con la cabeza. La falta de sueño me está haciendo alucinar. Mi móvil me indica que tengo un mensaje. Lo saco rápido de mi bolsillo sintiendo un subidón de energía y, con la misma rapidez, vuelvo a decaer cuando leo que es Harper preguntándome sobre Niko. Tuve que dejar la presentación a la mitad.
Suspiro.
Reviso por milésima vez la conversación con Regina.
No hay respuesta. No contestó mi última llamada, ni mis mensajes en donde le cuento lo que sucedió. Paso una mano por mi nuca y tiro del cuello de mi camisa. Mi estómago es un revoltijo. Sé que es una mujer libre, pero... ¡Joder! Las hipótesis de lo que quizá esté haciendo en este momento me inducen un agrio suplicio, sin contar que, conociendo su carácter tan volátil, lo más probable es que me mande a la mierda la próxima vez que me vea.
Espero que entienda las circunstancias y si no... tampoco le daré más explicaciones de las necesarias, sí, de verdad quiero salir con ella, pero mi prioridad en este momento es mi sobrino.
Antes de llegar a mi silla, un médico se aparece con una expresión que nubla mi mente. El resto se pone de pie.
—¿Cómo está mi hijo? —Exclama Natasha—. ¿Ya puedo entrar a verlo?
—La operación ha ido bien —suelto el aire que retenía—. Acabamos de trasladar al niño a una habitación. Sigue dormido, despertará en cualquier momento.
—Gracias al cielo.
La estrecho entre mis brazos y Nathaniel se nos une. Una enfermera nos conduce a la habitación en donde tienen a Níkolas. Al verlo tan delicado algo se remueve en mí y me oprime el pecho dolorosamente. Es impresionante cómo el ser humano es tan resistente pero frágil a la vez. Nos quedamos acompañándolo en silencio.
Luther me pide salir al pasillo cuando Natasha se ha quedado dormida junto a la cama y Nathaniel se niega a cederle el puesto contiguo. Nos detenemos lejos de las enfermeras.
—Sé que no es momento, ni lugar —comienza—, pero hace quince minutos me llegó una lechuza. Según informa, lo poco que ha conseguido el troyano confirma que el calvito está limpio. Si es culpable, sabe cuidarse muy bien.
—Sigue buscando. Hablé con Brad sobre mis sospechas y me pidió mínimo una prueba concreta. No podemos intervenirlo arbitrariamente si no tenemos nada.
—Pues piensa en otra persona. Mantendré la vigilancia pero, mientras no encontramos la basura, debemos hurgar en otro lado.
—Tiene que ser él —insisto—. Pedía información que no era de su competencia, actuaba raro con los socios, principalmente Zack Malone; cuestionaba todas las reformas. ¡Todas! Incluso denotaba más desprecio que cualquier otro empleado de Searchix hacia... —guardo silencio, sintiéndome tremendamente miserable.
—¿Quién?
Mi razón me obliga a responder.
—Regina Azzarelli —digo lacónico—. Mi equipo ahora sospecha de ella.
Me mira sin comprender.
—¿Que no estamos en este caso justo porque es la víctima? —Se cruza de brazos—. ¿Cómo se les ocurrió culparla?
—Su silencio con Global Beauty dio de qué hablar. Con Bartis descubrimos que posiblemente está involucrada en evasión fiscal. El señor Turner y el resto creen que si fue capaz de mentir y falsificar documentos, pudo fingir su propio desfalco y así cobrar una fortuna con demandas a su gente.
Mira a los lados y corta la distancia entre nosotros.
—Potter, aquí hay muchos inocentes pagando caro el crimen de otro —murmura—. Piensa bien a quién le vamos a disparar porque, una vez que presionemos el gatillo, no hay cabida para arrepentimientos. Sin retorno —me estudia—. ¿Consideras a tu novia capaz de hacer semejante atrocidad?
—No es mi novia —gruño, triste.
—Me gusta tu positivismo —se burla—. Su sistema privado en la torre es envidiable. Investigarla será difí...
—No —me adelanto—. De ella me encargo yo. Quiero que investigues de forma incógnita y personal a su círculo más cercano. Su asistente, su equipo de trabajo, abogado, asesor, banquero y todo aquel que se maneje de cerca con ella. Si es inocente, alguno de ellos debe estar involucrado.
—¿Y si es culpable?
Camino unos cuantos pasos y le doy la espalda. Inhalo. Exhalo. Un cuchillo invisible me atraviesa y profundiza en mis entrañas con cada pensamiento de ojos felinos.
—Nadie se salvará de la justicia, ni siquiera la reina del juego —decreto.
Regreso a la habitación. Una sonrisa tenue me recibe, se la devuelvo para transmitirle tranquilidad. Beso su frente y me siento en la cama junto a Natasha.
—Soldado caído —musita, adormecido.
Trago el nudo en mi garganta. Tiene siete años y es mucho más maduro que yo.
—Por unos días —acaricio su cabeza con cuidado—. Tendrás que recuperarte pronto o me quedaré con tu puesto de comandante de escuadrón.
—Eso no pasará, viejo.
Su expresión de molestia cambia pronto por una de dolor. Intentamos convencerlo de que vuelva a dormir. Se niega y me pide contarle cómo me fue en la presentación. Le hablo sobre la experiencia hasta que se deja llevar por Morfeo.
Durante toda la noche Nathaniel y yo nos turnamos para estar en la habitación. Una grande con todas las comodidades y atenciones aseguradas. La fundación fue muy generosa. El doctor nos explica los cuidados y el reposo que deberá guardar Níkolas. Por la mañana mi hermano se marcha para relevar a Milena con Sofía. De camino a la cafetería me llevo una sorpresa que no esperaba.
En el pasillo me encuentro con Austin y Gary. Una parte de mí se sienta más viva al recibir mi saxofón. Harper se encargó de guardarlo apenas me fui. Les pongo al día sobre la situación y me garantizan su total apoyo. Me siento aún más aliviado cuando miro lo que saca el pianista del bolsillo de su abrigo.
—Olvidaste esto en la tarima —me entrega mi preciada libreta de notas—. Debería cobrarte.
Me avisan que Níkolas está despierto. Consulto con mi hermana mientras las enfermeras lo atienden y autoriza para que mis compañeros entren. Su expresión de alegría es genuina, más al notar que Gary vino con su guitarra. Le habla de los acordes y luego interpretamos dos de sus canciones favoritas.
—Algún día quiero tocar como tú y mi tío —exclama entusiasmado—. Practicaré todos los días para conseguirlo.
—Retomaremos las clases cuando te recuperes —le promete Gary.
—Serás poco menos que una estrella de rock —le guiño un ojo.
En ese instante la puerta se abre y entra Milena seguida de mis progenitores en la habitación. Me envaro.
—¿Qué acaban de decirle a mi nieto? —inquiere mi padre, viendo de mí al instrumento.
—Papá, por favor, aquí no —advierte Lena.
Mi madre también le transmite una severa petición silenciosa que lo tranquiliza momentáneamente y nos pide salir.
—No voy a permitir que sigas burlándote de mí bajo mis narices —dice cuando paso por su lado.
La tormenta en sus ojos empeora al percatarse del ermitaño y su cercanía con Natasha. Lo empujo para que me siga. Despido a mis compañeros y agradezco nuevamente el gesto que tuvieron, tal como a Austin en particular por traerme mi libreta de notas.
—Tarde o temprano se iba a enterar —susurra Luther.
—Hubiera preferido que fuera un poco más tarde.
Me paraliza completamente la manera en la que me trata mi padre. No negaré que anhelo el día en que sonría orgulloso de mí. Esa motivación me hace querer esforzarme en Searchix; sin embargo, otra parte desea demostrarle lo buen músico que soy y lo feliz que me hace.
Por él dejé de aprender a manejar más instrumentos, me sacó de las clases y me inscribió en las de matemáticas, análisis, administración y leyes corporativas. Mi abuelo fue mi motor. Al irse para siempre, no podía mantener vivo mi sueño. No mientras mi padre lo supiera. Hoy me doy cuenta que fue muy egoísta intentar apagar el fuego de mi pasión. Soy un auditor gracias a él. Conseguí entrar en Searchix gracias a mis buenas notas y por un conocido suyo. Desde que tengo memoria ha estado echándome en cara que todo lo que tengo y todo lo que soy es gracias a él. Toda mi vida se la debo a él.
¿Soy un ingrato o un mal hijo por ambicionar mi felicidad?
Lo crea yo o no, la mirada que me dedica Malcom Roswaltt cuando sale al pasillo y se encuentra conmigo me confirma que sí.
—¿Desde cuándo? —pregunta encolerizado. En su cuello la vena luce hinchada.
—Nunca lo dejé.
—¡Me aseguraste que lo habías hecho! —vocifera.
—Papá...
—¡Cállate! —Sus manos se vuelven puños—. Para convertirte en un auditor reconocido no puedes tener distracciones. ¡Ninguna!
—Me gradué estando en esa banda y trabajo tocando en esa banda. No afecta mi desempeño —intento sonar seguro y fallo.
—Analiza tus propias palabras —ríe burlón—. Desde la universidad y aún no has logrado nada, para la edad que tienes no alcanzarás "fama". Como músico no serás nadie. ¡NADIE! ¿Esos tipejos en dónde trabajan? ¿Empresas de renombre? Con esos vagos no tendrás ni un tercio de lo que conseguirás en Searchix. El tiempo que desperdicias en ensayos lo puedes invertir en algo que te dé más lucro. Sé productivo, Benjamín —aprieto la mandíbula—. Ya no eres un niño y espero que actúes como tal. No arruines tu carrera por una fantasía y menos mi reputación. ¿Qué dirán mis amigos a los que tanto les he hablado de ti para que te consideren? No lo repetiré: Olvídate de ese circo. No me avergüences como Nathaniel y Natasha, no cuando intento que obtengas un estatus como el de Derek.
—Entiendo que tal vez tú...
Su móvil suena y, como algo raro, le da prioridad antes que a nuestra conversación. Atiende y se pierde por el otro extremo del pasillo. Cualquier refutación de mi parte muere en mi garganta. Meto las manos en los bolsillos y camino con la cabeza gacha sin rumbo alguno. Regresaré cuando se haya ido. No quiero hablar. Nunca me escuchó a los ocho, diez, catorce y diecisiete años, así que menos querrá escucharme ahora. Explique lo que le explique, para mi padre de ahora en adelante seré una decepción oficial.
Porque obvio que no dejaré mi banda.
Conocía de sobra su opinión al respecto de mi sueño. ¿Por qué tiene que seguir afectándome? Claro que ya soy un adulto, no un niño. Puedo tomar mis propias decisiones... y, a pesar de todo, un golpe en las bolas hubiera dolido menos que su reacción.
***
El lunes a primera hora paso por el hospital antes de irme a la oficina. Tuve que regresar al apartamento para ver cómo estaba Otto. Níkolas avanza muy bien. Me encuentro con Luther y, después de despedirse en extremo empalagoso de mi hermana, nos enrutamos a la torre. Apenas el coche se direcciona rumbo al estacionamiento subterráneo, nuestra conversación geek muere. Le baja volumen a la música y yo me inclino hacia adelante.
—¿Qué significa esto? —susurra, incrédulo.
En la caseta de seguridad hay más personal de lo normal. Revisan los coches que entran con aparatos y perros enormes. Pasamos sin problemas. Al bajar, mi amigo y yo nos miramos. Antes de llegar a los elevadores establecieron otro punto de control. Armaron una cabina como en los aeropuertos. Los empleados dejan sus pertenencias en una cinta y atraviesan un escáner para poder seguir su camino.
—¡No es lo que creen! —alguien grita.
Avanzamos entre el tumulto de confusos trabajadores. Mark del equipo A corre zigzagueando entre los coches mientras lo persiguen. Abraza un bolso contra su pecho. Dos perros lo alcanzan y lo tiran al suelo. Unos gorilas se le lanzan encima como un 3312.
El pánico se esparce.
Cómo si se tratase de una bomba, del bolso extraen cuidadosamente con unas pinzas revistas porno. Mark se tiñe de rojo y los guardias declaran falsa alarma por los radios. La tensión no disminuye. Hacemos la fila para el escáner. Nos limitamos a mirar todo lo que ocurre intentando descifrar este cambio.
En la entrada le dan paso prioritario a un Aston Martin y una Range Rover que reconozco de inmediato. El deportivo no ha terminado de aparcar cuando del lado del copiloto sale Regina dando un portazo. Poco después, un tipo fornido baja e intenta alcanzarla. Luther tira de mi camisa cuando me salgo inconsciente de la fila. Una asiática y el dinosaurio lo detienen y le hacen regresar al coche.
Escoltada, la italiana pasa marcando tacón junto a nosotros sin fijarse en nadie. Desde aquí percibo el nivel elevado de su furia. Se salta el escáner sin mediar palabra y entra al elevador.
—¿Tu sistema no te alertó de esta situación? —pregunto
—No es omnipotente. Pronto averiguaremos qué está ocurriendo.
Nos separamos. En la oficina Astrid intenta calmar a mis alebrestados compañeros.
—... son nuevas medidas preventivas. Al parecer, Azzarelli quiere cuidarse las espaldas de los traidores y filtraciones de información.
No me convence.
No nos dan muchas explicaciones y, por el contrario, recibimos nuevas órdenes. Me pongo a trabajar sin dejar de darle vueltas al asunto. Mi sentido arácnido me grita que no es ninguna prevención sino una corrección. Algo que no nos están contando tuvo que ocurrir. Estoy noventa y ocho por ciento seguro.
Luther no lo tiene más fácil y confirma mis sospechas. El sistema de cámaras de la torre fue hackeado y la nueva seguridad no le dio permiso para interceder, pues, solo tiene permitido apoyar a Searchix. «¿Qué está sucediendo?». Una vez le entrego mis deberes a Brad, subo al piso veinticinco en búsqueda de respuestas.
A medida que me acerco a su oficina, da la sensación de que estoy por entrar al despacho de alguna sádica y poderosa mafiosa. La puerta está custodiada por dos tipos poco menos aterradores que el dinosaurio. Camila luce muy nerviosa con tanto despliegue intimidante, refleja alivio cuando me ve, principalmente, cuando le entrego una caja de regalo.
—¿Y esto? —sonríe y ladea la cabeza cuando extrae dos cintas, una dorada y otra roja. No me salieron baratas.
—Te gustan los lazos ¿No? —apunto, hoy trae uno verde oscuro.
—Muchas gracias, Alonso, eres un solcito —sus ojos brillan, sin embargo, no me permite el acceso.
—Avísale que vengo por la auditoría. Es importante.
—Tengo órdenes —a diferencia de otras veces, mantiene un tono amable—. Está reunida y no puedo interrumpirla por ningún motivo. Puedes dejar conmigo algún mensaje o documento que quieras entregarle.
Niego.
—Esperaré a que esté disponible —bajo la voz—. ¿Qué sabes del cambio en la...?
—Lo siento, no me compete dar información. No quiero problemas con la jefa —se disculpa.
Cómo no digo más, se dispone a revisar su iPad. Suspiro viendo a los nuevo guardaespaldas. Están más serios que los guardias rojos de la reina Isabel.
—Señorita Vanalti —saluda una voz masculina—. Un gusto ver que sigues aquí, muchacho —me da un apretón de mano y sonríe amable.
—Señor Cowan.
El abogado de Regina no demuestra ninguna sorpresa con el nuevo cambio y entra en la oficina con una facilidad envidiable.
Tengo un mal presentimiento.
Corrijo un último documento y saco mi móvil para redactarle un mensaje. Escribo varias líneas en donde le pido una audiencia de carácter laboral. Me quedo pensando. No sé qué genio endemoniado cargue, así que opto por no predisponerla. Borro todo y tres palabras me parecen más que suficientes.
Alonso: ¿Nos vamos juntos?
Aparecen las rayas azules y no responde. Suelto aire ruidosamente. ¿Me está ignorando? ¿Se molestó por cancelarle? Sé que está ocupada y sé que redactar una respuesta simple no le quitará mucho tiempo. Estrujo mi rostro y sacudo la cabeza. Leyó el mensaje de la emergencia con mi sobrino. ¿Tan congelado está su corazón? No puedo asimilar que esa mujer sea tan insensible. Mis esperanzas se desmoronan.
—¿Qué te trae así de frustrado?
Me enderezo. No sentí cuándo Susan se acercó.
—Mi banda organizó un ensayo para mañana y no podré ir —no es mentira—. He descuidado mucho mis prácticas. Temo que a larga me expulsen.
Alza las cejas.
—Primero, no sabía que eras músico. Segundo, este trabajo absorbe muchísimo. Podrás tocar como hobby pero...
—Ya.
—Lo siento —aprieta mi mano—. ¿Tienes una presentación pendiente?
—Y no quiero faltar.
—¿Puedo ir? Digo, si tú vas, yo iré... si no puedes asistir...
—Me encantaría que fueras —respondo, más animado.
—¡Morris! —Gregory nos mira con desdén—. ¿Terminaste lo que te pedí?
—Me falta un...
—Eres tan incompetente —masculla—. Termina y luego revisarás las cajas que trajeron los del equipo A.
—Ella me estaba ayudando con... —intento hablar
—¡No te incumbe! Vuelve a trabajar o le pasaré queja al señor Turner. Brad no podrá intervenir por su niño prodigio.
Me levanto.
—Lo mismo pienso hacer yo —cuadro los hombros—. Un contador que solo se mete en asuntos que no le competen, deja mucho qué pensar.
—No sé qué mosca te haya picado —da un paso al frente, intimidante. No me amilano—. Que te entiendas con la Gorgona directamente y el trato que te da tu supervisor no me quita el sueño. Respeta el rango. Deja de cuestionar mi integridad y cumple con tus responsabilidades.
Voy a decirle lo que tanto me está carcomiendo, pero Susan tira de la manga de mi saco. Me muerdo la lengua. Gregory se va no sin antes mirarnos con advertencia. Callo porque sé que fui imprudente.
—Gracias —murmura cuando vuelvo a tomar asiento.
Niego.
—Estoy estresado —echo la cabeza hacia atrás—. Este caso es muy escabroso. Está pasando algo realmente turbio en la torre para que hayan aumentado la seguridad a ese nivel.
—El desfalco es por millones. Nadie quiere perder. Tanto dinero corrompe a las personas.
—Hay personas buenas que tienen mucho dinero.
—Y también otras muy crueles. Trabajamos para el mejor ejemplo —frunzo el ceño—. ¿Viste cómo están tratando a los empleados como si fueran criminales? A Madam Azzarelli no le importa nada, ni nadie. Solo ella misma. Al fin y al cabo, como la mayoría de empresarios desalmados, viene de Wall Street.
«Wall Street».
—Dejó ese mundo para incursionar en las finanzas por su cuenta —recuerdo lo que me dijo Camila y lo que leí en internet.
Susan se inclina hacia mí.
—Estuve investigando, Alonso. La mujer tuvo un historial excelente en esa firma de corredores —habla con mucha seriedad—. Nadie se esfuerza tanto para escalar, conseguir un puesto de corredora jefa siendo tan joven y luego abandonarlo con el riesgo de un fracaso inminente. Algo tuvo que suceder. ¿Por qué renunció? Tampoco hay información suya antes de entrar ¿Por qué lo oculta? No hay registros. Ninguno —posa su mano en mi hombro—. Ten cuidado con esa víbora, ¿sí?
Asiento porque no quiero opinar al respecto. Mi mente entra en un nocivo debate interno que me hace cuestionar mi propia moralidad. Reviso mi teléfono y sigo sin tener respuesta suya. Cierro los ojos. Debo ser profesional. Pensar en frío. Ella y yo no somos nada. Nunca seremos nada. Jamás una entidad de hielo me corresponderá sentimentalmente. Entonces, ¿por qué... dudo?
¿Por qué... duele tanto?
Joder.
Esto duele.
_________
*suspira*
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