33. Intossicazione

33. Intossicazione.

REGINA.

Todos me saludan con respeto en Réflecteur, desde el portero hasta los jefes de cada departamento. El lugar está decorado en diferentes tonos claros, sobre todo en blanco permitiendo que en las paredes resalten los cuadros de accesorios, piezas de ropa, retratos de modelos y personas influyentes de la industria.

Me detengo unos segundos. La pared del fondo está cubierta en su totalidad por cinco fotografías, todas en blanco y negro, menos la perfección del centro, pues mis ojos mantienen su color y mis labios rojos son los protagonistas que se roban la atención.

Mi sonrisa desaparece al tiempo que un avioncito de papel se estampa en la frente de mi retrato. Che diavoli? Tengo que bajarme las gafas oscuras hasta mi tabique para comprobar la escena delante de mí. Una mocosa está corriendo de un lado a otro jugando con los benditos avioncitos, y arroja uno en dirección a... ¡Otro mocoso! que yace recostado en un sofá con cara de mareo. Sus mejillas regordetas no tienen color. Solo falta que vomite sobre la alfombra egipcia.

«¿Y esta plaga de dónde salió?».

Mi cara es atacada de nuevo.

—¡Oye, tú! —La mocosa voltea— Sí, tú. ¡Fuera!, shu, shu, aléjate de ahí —agito mis manos en su dirección.

—La foto es horrenda —ríe. Mis hombros saltan con cada avioncito que le arroja.

—No sabes lo que dices.

—Soy la mejor de mi clase —anuncia con orgullo y arroja ahora una bola de papel.

—Lee entonces que esa foto fue tomada en Milán durante la semana de la moda. —Señalo la esquina inferior, al lado de mi firma ampliada.

Se encoge de hombros con indiferencia

—Sigue siendo fea.

—No lo es —defiendo.

—Sí lo es.

—No.

—Sí.

—Que no. —Llevo mis manos a la cintura y alzo la barbilla.

—Que sí. —Imita mi gesto—. No es una princesa.

—Obvio. —Sonrío presuntuosa—. Es una reina.

—¡No tiene corona! —Zapatea—. La realeza viste de colores bonitos mientras que el negro es para brujas y las brujas son feas.

¿Quiere pelea?

—¿Me estás diciendo que yo te parezco fea?

Doy un paso al frente mostrándome amenazante. Poco falta para que salga humo de mis oídos. Se me queda viendo y luego a la fotografía, vuelve a verme y sale disparada al mostrador de, ahora me doy cuenta, una asistente nueva,  emitiendo un chillido que por poco me revienta los tímpanos y, hace que el otro mocoso suelte un quejido.

—¡Es Morgana!

Retomo mi ruta llevándome las manos a las orejas y los ojos cerrados con fuerza.

—¡Haz que se calle! Que no vuelva a tocar el retrato, la pared. ¡Que no toque nada! —bramo a una atónita joven de cabello castaño oscuro.

La chica hace malabares con la mocosa aferrada a su pierna como una garrapata, mientras intenta descolgar los teléfonos que no paran de sonar.

—¡Espere! —Me llama sosteniendo un teléfono con el hombro—. Oiga, ¡no puede entrar así! ¿Quién es usted?

—La bruja, mamá.

«Contrólate, no vale la pena cometer homicidio infantil».

—Sofía, compórtate. ¡Señorita! Disculpe, —revisa la agenda— dígame su nombre para buscar...

La miro de abajo arriba con una mano en el pomo. ¿Cómo demonios se le ocurre venir a trabajar en vaqueros a Réflecteur?

—Averígualo por tu cuenta, querida, te sorprenderás —contesto abriendo la puerta y la cierro más fuerte de lo normal antes de que sigan colmando mi paciencia—. ¿En qué estabas pensando cuando contrataste a esa chica? —me quejo.

Lorena está concentrada colocando unas fotografías en una pizarra de corcho y hace anotaciones en una acrílica. Me da la espalda mientras estudia el montón de opciones que tiene para escoger.

—Fue el mejor resultado de las entrevistas —contesta con tranquilidad—. Dame un minuto.

Me dejo caer en el sillón más grande y cojo unas de las revistas de la mesita central.

—¿Los mocosos venían incluidos en su currículum?

—El pequeño no se encuentra bien. No tiene con quién dejarlos.

—¿Y? —Resoplo—. Que resuelva y si no puede, despídela y contrata a alguien más eficiente. Te van a destruir la recepción.

Me mira por fin.

—Qué poca empatía tienes, Regina Helena —su tono es acusatorio.

Excuse moi? —llevo una mano a mi pecho—. Sé lo que es pasar por una situación difícil sin contar con nadie y nunca permití que afectara a ninguno de mis antiguos empleos.

Me mira con advertencia.

—Nadie mejor que yo sabe lo mucho que te costó evolucionar, mas no puedes comparar, o, menos, disminuir el esfuerzo de una madre. Te lo digo por experiencia propia.

Resoplo otra vez.

A media excepción con su hija, detesto rodearme de niños.

—Como sea —fijo la vista en las páginas de nuevas colecciones—. Me da igual si quieres convertir tu oficina en guardería.

Generalmente suelo encargar a diseñadores ropa a mi medida, pedirla por catálogo o Donatella Versace las escoge personalmente. No tengo tiempo para salir de compras; pero, por complacer a Lorena, quien respeta los "rituales" y defiende la importancia de una "salida de chicas", esta tarde nos encontramos en una de las zonas comerciales más exclusivas de la ciudad.

Visitamos todo tipo de tiendas desde joyerías, zapaterías hasta parar en Victoria's Secret. Enrique nos espera afuera con las bolsas mientras entramos. Hablamos de nuestra semana en lo que voy viendo sujetadores de encaje copa 36C que cubren solo lo necesario. Lorena sabe que le oculto algo. No quiero parecer débil por lo que se me hace fácil omitir mi incidente con el sedante cuando se lleva dos cestas cargadas de colores neón y desparece rumbo a los probadores. «Luego dice que yo soy excéntrica». Sigo caminando a paso lento hasta que veo una sección que capta mi interés.

Conjuntos de cuero.

A uno que yo conozco lo va a dejar babeando boquiabierto. Sonrío al recordar cuando creyó que soy una dominatriz. Meto un par de color negro en la cesta y sé que luego tendré que comprar unas botas altas a juego.

Sin importarme el precio, cojo varios conjuntos sugerentes de encaje en colores gris plomo, rojo, burdeos, azul rey y el que no puede faltar: negro. Este último consiste en un sujetador de realce con ligas entrecruzadas; culotte prácticamente transparente, el cual deja muy poco a la imaginación; liguero a juego y medias de seda.

En el probador busco mi móvil, apunto al espejo y, sin que se me vea el rostro completo, me saco un par de fotos con los senos al aire mientras muestro provocativamente los conjuntos con una mano. Me pruebo cada uno, preparo la cámara frontal mostrando lo bien que me veo por delante y por detrás, desde los tacones que me he vuelto a calzar, hasta las ligas que se cruzan en mi cuello. No dudo en apoyarme en el sofá y hago varias tomas con poses diferentes: hundiendo una y luego ambas manos en mi cabello, de perfil, de espalda mirando sobre mi hombro, enviando un beso y mordiéndome el labio inferior.

Reviso las fotos y las envío todas por Whatsapp a un único chat. Me distraigo revisando mis redes en lo que la mujer más indecisa del mundo para vestirse sale del probador. Una hora después entramos en una boutique de diseño. Doy mi nombre a una dependienta y nos pasan a una sala privada con una pared espejo, sofás, vestidor y una plataforma iluminada. Aquí la atención no es igual para cualquiera, no hemos soltado los bolsos cuando ya nos están ofreciendo una botella de Moet y nos sirven las copas sin dejar de adularnos. Maldición. Me desplazo al fondo de la habitación como si me ofrecieran veneno. Por suerte, Simon no tarda en aparecer junto a sus ayudantes que traen varios percheros.

Mi diseñador americano favorito viste un traje de raya celeste brillante y gafas en forma de estrella semi traslucidas de color rojo. Cabello decolorado en rubio cenizo y piel bronceada. A donde quiera que va, destaca por su estilo excéntrico para vestir.

Él se encarga de materializar mis proyectos más ambiciosos.

—La belle Lorena et la magnifique Regina!besa nuestras mejillas.

Coge una funda negra, al bajar la cremallera deja a la vista una obra de arte de encaje, rubíes y seda con degradados rojos.

—Tiene buena pinta —opina Lorena a la par que mira las opciones que le muestra la asistente.

—Por ahora, me gusta —concuerdo.

—Espera a que te lo veas puesto —Simon me entrega la funda—. Admito que fue difícil, ya sabes que este tipo de encaje no le luce a todo el mundo, pero tú eres...

—La excepción —completo con una sonrisa y abro la pesada cortina del vestidor.

El degradado va del más brillante rojo sangre hasta algunas zonas que casi llegan al negro. Me queda como una segunda piel, escote profundo en V que poco le falta para rozar mi ombligo. Derecha sin manga e izquierda manga larga precedida por un diseño parecido a escamas. El encaje deja mi piel expuesta en varias partes, principalmente a cada lado de mi cintura y espalda. La falda me llega a los tobillos y se asemeja al corte sirena, sin embargo, al caminar, se nota perfectamente una de mis piernas por la abertura lateral. Pienso de inmediato en el liguero. Levanto los brazos con delicadeza. Como si la elegancia no fuera suficiente, una capa se ajusta a mis hombros y se arrastra frondosa por el suelo.

Sonrío ampliamente frente a mi reflejo. Me siento y veo más hermosa que nunca. Con las joyas, el maquillaje oscuro y un recogido, irónicamente italiano, estaré para matar de infarto. 

«¡Lo voy a volver loco!» pienso... y al instante me reprocho por hacerlo.

¿Qué demonios?

Lucir desaliñada es algo por lo que no quiero pasar de nuevo. Nunca. Jamás. Uno de mis lemas recita que sin importar hora o lugar, siempre debo verme fantástica. No por complacer la vista a otros, y mucho menos a alguien en específico. Me arreglo para mí. Es un lujo que gracias a mis esfuerzos puedo y quiero darme.

Amo verme divina.

Mas no voy a negar que quiero dejar patidifuso a cierto gringo de ojos azules. Uno de mis pasatiempos favoritos es jugar con sus nervios. Apuesto lo que sea a que, aunque pasen cincuenta años, no podrá borrar la imagen que proyecto con este vestido.

—¡¿Ves?! ¡Estás de escándalo! —elogia Simon entusiasmado cuando salgo del vestidor.

—Te luciste —felicito—. Me encanta.

—Ese escote es un arma de destrucción masiva. Vas a arrasar —comenta Lorena con una sonrisa pícara.

El resto de los ayudantes también manifiestan su admiración.

—Y toma —Simon me pasa unos tacones—, Manolo Blahnik.

—Piensas en todo.

—Lo mejor para ti —abre una caja de terciopelo negro.

Mis labios de separan inconscientemente. Dentro hay una reluciente cabeza de pantera hecha de diamantes, onix incrustado simulando pequeñas manchas y esmeraldas en sus ojos. La pieza cuelga de una cadena de oro blanco. Simon me la coloca en el cuello.

—Es...

—Una joya única y exclusiva, digna de una reina —toca las esmeraldas—. Mira. Tienen el mismo color de ojos.

Asiento, feliz.

—Me la llevo. Es perfecta.

—Como tú —alude y sonreímos.

Por eso es mi favorito, sabe complacer mis gustos caros.

Por ser el vestido un diseño único, antes de irnos me hacen unas cuantas fotos para el álbum de temporada. Pagamos y una vez acabadas las compras, entramos en una cafetería a tomar algo, Lorena va directa al baño mientras yo busco una mesa. Recibo la carta pero no pido nada, pues le doy prioridad al sonido de mi móvil. Tengo un mensaje.

Alonso: ¿Ya no estoy castigado? 😁

Regina: Efectivamente, sigues castigado.

Contesta de inmediato, está en línea:

Alonso: Sigo en la oficina. No quiero desconcentrarme.

Regina: ¿Por qué te desconcentrarías?

Alonso: Tú sabes por qué.

Regina: No tengo idea.

Alonso: 🤕

Regina: 🤷🏻‍♀️

Alonso: Lo tengo tan duro que es muy doloroso. 🤦🏻‍♂️ Eres peor que Hitler. No puedes enviarme fotos de ese tipo y hacer como si nada.

Se me escapa una sonora carcajada. Acabo de descubrir que joderlo con conversaciones subidas de tono es un efectivo método contra mi estrés. Lo imagino con cara de sufrir una verdadera tortura.

Regina: Tarde. Es lo que hice. 🤣🤣🤣

Alonso: No es divertido.

Regina: ¿Cuánto te costó escribir desde un principio que te puse duro por segunda vez en el día? Deberíamos llevar la cuenta y así podré romper el record. 🤔

Alonso: 😐

Regina: ¿Qué color te gustaría quitarme con los dientes, lentamente, mientras saboreas cada centímetro de mi piel y gimo tu nombre? 😈🔥💦

Alonso: No empieces con el acoso o te bloqueo  -.-

Regina: A ti te encanta que te acose. Anda. Ayúdame a elegir el que usaré mañana por la noche. ¿Cuál te gusta?

Alonso: ¡Todos! 🤩

Regina: Vuelve a ver las fotos y elige uno.

Alonso: Necesito concentración o me amonestarán. Me gustan todos.

Regina: No habrá nada.

Alonso: Si no llevas nada bajo la ropa, también es válido. 😉

Humedezco mis labios y aprieto los muslos. «Este chico cada vez es más desinhibido».

Regina: No lo sabrás porque solo iré a cenar. Ese fue tu trato. 🙄

Alonso: Eres mala.

Regina: Agradece que te las envío gratis.

Alonso: No te las pedí. 🙂

Regina: Elimínalas.

Alonso: Sería un crimen y yo cumplo fielmente la ley.

Regina: 🤨

Elimino las fotos.

Alonso: ¿ESTÁS LOCA? ¡¿QUÉ HICISTE?!

Regina: Loca siempre he estado. ¿No tienes una auditoría que hacer? Escuché por ahí que tu clienta es muy exigente. 💅🏻

Esta vez tarda un poco más en responder.

Alonso: 😡

Alonso: De verdad me gustan todos los conjuntos, pero ya que insistes: Te veías como una mítica diosa con el negro. 🛐🤤

—¿Por qué le sonríes tanto al teléfono?

Doy un respingo. Lorena me mira, no, me estudia con detenimiento. Parpadeo y me aclaro la garganta.

—Estoy por cerrar un jugoso trato con una empresa de bienes raíces y voy a enlazarla con Kraptio —aclaro con naturalidad, impasible.

No es mentira del todo. Estoy moviendo hilos para, sí o sí, negociar con Charlotte.

—Maldita monopolista —toma asiento.

—Capitalista, querida.

—Díselo al gobierno —ríe, yo no—. Ah, vamos, no me mires con esa cara. Debemos reconocer que la perra que te persigue no es de mala raza —tuerzo la boca—. Ha durado en el ring.

—No por mucho —gruño.

—¿Has pensado en dar una rueda de prensa o una entrevista en algún canal? La gente quiere escuchar tu versión, Gina. Este drama pudo evitarse si velaras más por tu imagen y no hubieras usado el abrigo aquella noche.

—Ya lo discutí con Dorothy. No me importa hablar ante las cámaras mas no lo haré para complacerlos. Me da igual la sociedad. Deberían enfocarse en mi carrera, no en lo que haga o deje de hacer en mi vida personal.

—Te entiendo, yo también pienso que es ridículo, pero es lo que hay. No vamos a cambiar al mundo. De todas maneras, es una sugerencia.

Un camarero toma nuestra orden. Me limito a pedir un batido de fresas y kiwi. La pelirroja me mira con extrañeza y me justifico con mis problemas gástricos. Se alegra de que evite los excesos. Le traen en corto una mouse de maracuyá y un vino suave. Miro fijamente su copa. Mi respiración se vuelve pesada. A este paso evitaré morir de hepatitis pero no de ansiedad. Debo ser fuerte.

—Está divino. En serio tienes que probarlo —lo dice sin culpa y me ofrece del mouse.

—Un minuto en la boca y toda la vida convertida en lorza —rechazo entre dientes.

A veces la envidio. Es de esas personas que, sin importar lo que coman, no engordan. No puedo descuidarme comiendo de más o las consecuencias serían fatales.

—Si a ti la comida se te va a las tetas. No tengo pruebas pero tampoco dudas —se aguanta la risa—. Así que estamos a nada del gran día. Bailar y emborracharnos como nunca hasta el amanecer, ¡igual que en nuestros viejos tiempos! —celebra.

—Ese día romperé la abstinencia —me prometo.

—Hablando de abstinencias, en San Francisco me encontré con Deborah en un centro comercial —alzo las cejas—. Te mandó saludos. Estuvimos charlando sobre trivialidades y...—sonríe— adivina.

—No me gustan las adivinanzas —mascullo.

Niega divertida.

—Le comenté indirectamente que estabas buscando chicos para jugar —saca su móvil, escribe algo y el mío vibra por un mensaje—. Me recomendó siete sumisos dispuestos a asumir el rol que les impongas y practicar bondage. ¿Qué tal? Supuse que si no has contratado un gigoló a estas alturas, es porque se han negado a las cuerdas.

Me remuevo en mi silla. Estudio las opciones. Admito que son muy apetecibles. Las conservo para futuro.

—Es verdad que algunos hombres, sin importar la suma que se les ofrezca, niegan rotundamente en doblegarse, pero...

—Ya sé —hace un gesto con la mano—, por eso consulté con la dominatriz más famosa de toda California. Lee bien los perfiles que te envié. Son profesionales que...

—Ya tengo un voluntario, Lorena —zanjo—. Es... un reto nuevo. Me he follado a mejores físicos, pero no está mal en rendimiento. Cumple con mis exigencias, me satisface y hasta que ocurra lo contrario, no buscaré otro semental para mis prácticas de shibari.

Me mira estupefacta.

—¿Por qué no me lo habías dicho, maldita ninfómana?

Levanto y dejo caer mis hombros.

—No lo consideré relevante.

—¡No evadas! Estás dejando el chisme a medias. ¿Es novato o experto?

—Novato con mucha... muchísima energía acumulada —río internamente.

—Pero lo atas, ¿no? —Su asombro va en ascenso—. La mayoría de los hombres no encuentran placer si no son los que dominan.

—Él es muy diferente —musito, inconsciente.

—Va-ya, vaya —abre muchos los ojos—. Esto es nuevo, Regina Helena. ¿De dónde lo sacaste? ¿Un club? Por todos los cielos, no te quedes callada.

Chasqueo la lengua.

—Alonso Roswaltt, el saxofonista de la gala.

Mantiene silencio por unos segundos con la mandíbula desencajada. Hago mi cabello hacia un lado, incómoda.

—El mismo que va a la torre para arreglar tu desmadre, es decir, lo ves casi a diario —sigue sin poder creerlo—. Ahora sí que me dejas sin palabras. Nada más y nada menos que tú repitiendo con un...

—Ya —la corto—. Lo desecharé en cuanto me canse o él falle. Sabes como soy. Un gigoló nunca me dura más de un mes. Sucederá más temprano que tarde.

Me muestro seria. Como siga sé que hará miles de preguntas que no quiero responder. Su rostro cambia como si hubiera recordado algo sumamente gracioso.

—¿Lo invitaste a la fiesta? —pregunta, curiosa. Muy curiosa.

—Como el resto de empleados.

—¿Francesco y Jean Pierre? —sube y baja las cejas.

Frunzo los labios.

—Están en la lista.

—¿Emmett? —sonríe de lado.

«¿A dónde quiere llegar?»

—Cuestión de cortesía —respondo, gélida.

—¡Válgame Dios! Me muero por presenciar la reunión de tu ganado —aplaude sin dejar de reír—. Será una noche interesante, ya lo creo.

Ruedo los ojos.

—No tendría que ocurrir nada. Son más de trecientas personas, es casi imposible que se encuentren y, menos, que estén enterados que me han follado por turnos.

Casi —repite—. No subestimes el poder de la testosterona, hormona violenta y sexual que, por cierto, te encanta alborotar.

Con Lorena es así, lo que no se me ocurre a mí, se le ocurre a ella. Nuestra diferencia es que ella es más emocional y yo más pragmática. Niego con la cabeza porque simplemente no sé qué contestar.

No permitiré eventualidades. Tengo todo minuciosamente planeado. Llueva, truene, relampaguee o caiga la nevada del siglo, esa noche será perfecta.

***

Ocupo las primeras horas del sábado en adelantar todo el trabajo que pueda. Por la noche no tendré tiempo y, según mi planificación, no estaré libre hasta poco antes del almuerzo de mañana.

No acepté su petición porque sí. Tendrá su cena. Sin embargo, luego lo confinaré aquí en mi suite. Mi cuerpo necesita descargar tensión. Le sacaré el máximo provecho hasta quedar satisfecha... o él deshidratado. Después de mediodía paso por el spa habitual. Otra vez tuve una pesadilla igual de tangible como para borrarme el sueño al instante. Las mascarillas, los masajes y todos los tratamientos que recibo aligeran mi ansiedad. Llevo más de veinticuatro horas sin consumir ni una gota de alcohol. Retocan mis uñas, me arreglan el cabello y maquillan de una vez.

Finalizadas las largas y relajantes horas, regreso al hotel para tomarme el tiempo del mundo en vestirme. Elijo la lencería negra con ligas y un vestido que también compré ayer, del mismo color. Cuello tortuga pero con una abertura que exhibe un escote sencillo. Desisto de coger un bello abrigo de piel de visón, optando por uno de corte clásico gris oscuro. En la habitación dejo preparado los juguetes que protagonizarán la noche y, sin falta, las cuerdas. Esbozo una sonrisa de anticipación.

En el salón me encuentro con Enrique junto a una mujer de rasgos asiáticos, vestida de negro sin rayar en lo formal pero tampoco en lo casual. Desde el incidente con Edmond aumentó mi seguridad y, por lo visto, con lo sucedido habrá más cambios.

—Madam, le presento a Mashiro Yuuki —la chica me hace una especie de reverencia—. Ex agente de la CIA. Experta en combate cuerpo a cuerpo, manejo de armas blancas y de fuego, primeros auxilios y altos conocimientos en programación —se aclara la garganta—. Desde hoy la acompañará de cerca en situaciones que...

—Sí, sí, cada vez que vaya a follar fuera del hotel —me río y le doy la mano—. Un gusto, querida. ¿Durante esa impresionante trayectoria tuviste experiencias voyeur?

—No, Madam —contesta sin inmutarse.

—Prepárate —sonrío maliciosa—. Conmigo manipularás dinamita pura.

La chica asiente. Imperturbable. Me agrada. Volteo, pillo a Enrique negando con la cabeza, detrás de él, Rivers se aguanta una risita.

—Ya tenemos los resultados del análisis —informa Enrique—. Dio positivo.

«Merda». Me tenso. Todo rastro de diversión abandona mi rostro. Un latigazo frío me azota el estómago.

—Así que es la misma droga que usaron con Edmond cuando lo encontraron intoxicado después de su escape —esbozo un mohín—. ¿Por qué una dosis tan baja si me querían muerta?

Masajeo mi sien. Necesito sentarme.

—Creíamos hasta hace unas horas que no fue con esas intenciones, sino para enviarle un mensaje de advertencia; no obstante, después de revisar su oficina y el resto de la torre, encontramos parte de la sustancia en la oficina de Antonio Wallace.

Recuerdos de nuestro pequeño altercado me abordan.

—De su escritorio tomé una banana —un escalofrío me recorre—. Él no sabía que yo estaría allí

—Iban por él —habla Mashiro—. Esta mañana fue sacado de emergencia de su apartamento con fuertes dolores estomacales. A usted la droga le hizo efecto de inmediato y a él con retraso. Los síntomas fueron diferentes pero los análisis revelaron el mismo resultado. Ya tenemos las declaraciones de los empleados cercanos. Nos falta él, estamos esperando que se recupere para interrogarlo. No hay registro en las cámaras de quién accedió con la fruta.

—Antonio estuvo insistiendo en saber qué ocurre en la torre y acosando a los empleados de Searchix —comento viendo un punto inespecífico—. No me sorprendería que se haya puesto a investigar a mis espaldas. Tuvo que descubrir algo y... —cierro los ojos—. Lo querían silenciar como a Edmond. No encuentro otra explicación —Enrique se muestra de acuerdo. Niego—. Ahora más que nunca opino que mi corrupto socio no se suicidó.

Ordeno que me saquen de la suite antes de que termine mandando todo y a todos al diablo. La garganta me escuece por la sed. Evito irme en el Phantom. Aún no he tenido la valentía de mandar a limpiar el mini bar. Necesito con urgencia otro antídoto y sé quién va a suministrármelo. Motivo suficiente para no refutar cuando Rivers se adentra en una zona de clase media. Dista muchísimo de los lugares que frecuento, mas el alrededor luce muy pintoresco.

Aparca, y detengo a Mashiro antes de que pueda abrir la puerta del copiloto en cuanto veo a Alonso salir del pequeño local en donde me citó, desde aquí no le detallo el rostro. Mira a los lados y se acerca corriendo a un taxi del que acaba de bajar un pasajero. Intercambia unas palabras con el chofer y sube al coche.

¡¿A dónde diablos va?!

Miro mi reloj. 8:32 PM

—Sigue a ese taxi.

—Como ordene, Madam.

Saco mi teléfono y no hay ningún aviso de este cambio drástico. ¡¿Pensaba dejarme plantada?! Marco su número, uno, dos, tres timbrazos y al instante me manda al buzón.

En este momento agradezco estar en el Bentley, de lo contrario hubiese reconocido al Phantom. El taxi se adentra por las calles principales a una velocidad considerable. Mi teléfono vibra indicándome que tengo un mensaje. Desbloqueo la pantalla.

Alonso: Lo siento, no podré asistir. Te llamo después.

«¡¿Y ya?!»

Lo dejo en visto.

Seguirlo es más que capricho, quiero saber cuál es la razón equivalente a que me deje plantada. Pasan los minutos y no nos detenemos. Molesta, hago una llamada. La sensación de intranquilidad no desaparece. Es sexo o alcohol, y menos voy a desperdiciar mi noche solo porque él quiera jugar con mi tiempo.

—¿Estás en tu apartamento? —mascullo.

—Llego en veinte minutos —se escuchan bocinas de fondo—. ¿Irás?

Rivers baja la velocidad, para mi sorpresa, el taxi se adentra en las instalaciones de un hospital y se detiene en la zona de urgencias. Al segundo siguiente, Alonso sale disparado hacia el interior del edificio.

—¿Regina? —Me llama Jean Pierre—. ¿Re... gi... na?

—¿Qué?

—¿Irás o no?

Ya tengo una mano en la manija.

—Te confirmo en un rato —cuelgo.

Rivers me mira por el espejo retrovisor.

—Voy a bajar aquí, aparca y espérame —me coloco los guantes de cuero y termino de salir del coche.

Mashiro y Enrique me siguen de cerca. Hoy más que nunca odio el maldito frío. No está lloviendo pero la noche está lo suficientemente gélida como para ver la nube que forma mi aliento. Meto las manos en los bolsillos del abrigo. En recepción una enfermera me impide el paso.

Maldito protocolo.

Maldito hospital.

Maldita enfermera.

Maldito Alonso Roswaltt.

—Estoy buscando a alguien de apellido Roswaltt —intento sonar calmada—. No sé si es visitante o... paciente.

—¿No sabe?

Repiqueteo mis uñas acrílicas en el mostrador.

—Quiero saber si le ha ocurrido alguna emergencia, eso es todo.

Teclea algo en el ordenador y me mira con cautela.

—Sí. Hay un Roswaltt ingresado.

—Quiero verlo. ¿En dónde lo encuentro? —me falta el aire.

Lo que pasó con Antonio no abandona mi mente.

—¿Es usted familiar?

¡Malditas preguntas sin ir al grano! Estoy a punto de explotar cuando escucho una voz familiar a mis espaldas:

—¿Desde cuándo Madam Azzarelli se hace chequeos en el hospital general?

Me giro y me obligo a sonreír al ver de quien se trata. Mi pase de entrada.

—Edgar —nos saludamos con un beso en la mejilla.

—Que sorpresa —da un paso atrás—. Espera. ¿Es una señal? ¿Estoy alucinando o es el mismo abrigo que traías puesto la última vez que nos vimos?

—No sé qué habrás fumado, pero raramente uso la misma ropa dos veces.

—Comprendo. Reconozco que la enorme fortuna que seguramente gastas en guardarropa vale cada centavo —sonríe—. ¿Crees que corra con la misma suerte de terminar en el suelo junto con el vestido que seguro llevas debajo?

—Esta noche no —cambio mi peso de una pierna a otra—. La enfermera aquí presente no me quiere dar los datos de alguien a quien requiero ver con urgencia. Se apellida Roswaltt.

Digo y devuelvo mi vista a la enfermera que ahora se muestra nerviosa y, bajo la mirada de Edgar, se apresura a reabrir los datos en el ordenador. En la pantalla que gira hacia mí aparece un nombre que me suena conocido. Saco mi móvil personal y me voy directa a la información que me envió Enrique sobre los integrantes de la familia del saxofonista.

—Hace veinte minutos trajeron a Níkolas Roswaltt, siete años, estamos esperando la subvención del seguro para ingresarlo al quirófano nueve —explica la enfermera, pero yo ya leí todo—. La familia no tiene el dinero para...

—Es mi sobrino —le digo a Edgar inmediatamente.

Plaga es plaga y que vivan felices a kilómetros de mí, pero no soporto ver a ningún mocoso sufriendo.

—Preparen las gestiones y súbanlo al quirófano dos—ordena él y la enfermera hace una llamada—. Lo atenderá mi mejor cirujano —me dice.

—No sabes cuánto te lo agradezco.

—No tienes por qué. Creí que no tenías hermanos.

—No, no tengo. La situación es un poco... complicada. Ya me ocupo yo del papeleo pero voy a pedirte un favor con respecto al nombre en la factura —digo mientras rebusco en mi bolso hasta dar con mi tarjeta centurión y sacar mi móvil para confirmarle mi visita al francés.

______________

Admiro la disciplina de Regina con respecto a su abstinencia, ya veremos cuánto le dura ese "control".

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top