28. Impotenza.

28. Impotenza.

REGINA.

—Señoría, este caso debe ser descartado. La señora Lacroix no tiene nada de evidencia. A menos que abra el expediente y nos muestre sus pruebas documentales —defiende Julius.

Esquivar los golpes es lo que ha hecho desde que la audiencia comenzó. Lacroix vino con todas las ganas de hundirme.

—Ojalá fuera tan sencillo, nuestro trabajo está protegido por la regulación federal —Lacroix nos mira por encima del hombro, haciendo un puchero que destila burla—. Global Beauty sufrió pérdidas estrafalarias después de ser coaccionada por la competencia, provocando así que el costo de las acciones baje y efectuar una compra barata. Estamos hablando de una competencia manejada por la misma persona. Es un patrón. Un monopolio. No me sorprendería que la cosmética se alce en el mercado después que Regina Azzarelli se establezca por completo en la junta. Además de que, al fin y al cabo —entrega un folder al juez—, estas empresas pasaron por un proceso similar antes de hacerse pública la adquisición de esta mujer —me señala—. Si fue capaz con Global Beauty, estoy segura que pudo hacerlo otras veces. Ahora, Señoría, ¿eso le parece una demanda sin fundamentos?

Lo que dice es una locura total.

Mi abogado pendenciero se levanta y tira de las mangas de su saco antes de hablar. Hora de pasar a la ofensiva. «Acábala», musito y me sonríe de lado. Julius es implacable. Rebosando seguridad, presenta nuestros documentos validados y la declaración de los directores. Miro de reojo a la fiscal. Ha comenzado a tensar la mandíbula. Sonrío sin despegar los labios, recuperando la confianza.

—Señoría, el mercado bursátil es una jungla y todos lo sabemos. La fiscal no puede acusar a mi clienta de fraude sin un argumento con verdadero valor. Todas las transacciones han sido registradas y debidamente informadas ante la SEC.

—¿Por qué Global Beauty no? —Pregunta Lacroix

—¿Señor Cowan? —El juez nos mira.

—Ya lo hemos demostrado —Julius no titubea—. Las empresas fantasmas de la competencia no tienen nada que ver con mi clienta.

—Bien, si es así —Lacroix le entrega una hoja al juez—, Señoría, solicito una orden de registro a los archivos de todas las transacciones de Regina Azzarelli y las de Azzagor Enterprises.

Muerdo mi labio inferior sintiendo presión sobre mis hombros. La perra se dejó de rodeos. Es un golpe bajo el cinturón.

—Esa moción no es admisible sin pruebas —alega Julius—. No hay base en cuanto al estado de derecho.

El juez permanece en silencio, leyendo el documento. No me muevo. Me mantengo erguida sin apartar la vista del estrado esperando la decisión. Esperando a que la guillotina baje o no sobre mi cuello.

Mi abogado me mira de reojo, gesticula unas palabras pero no me entero. El hombre con un feo peluquín negro bebe agua muy lento, tan lento que me desespera.

¡¿Por qué se demora?!

La tensión es insoportable.

El juez carraspea y nos mira. Primero a la fiscal y luego a Julius. Han pasado dos minutos y ya los siento como una tortuosa eternidad.

—La defensa tiene razón, señora Lacroix, tiene un mes para presentar las pruebas necesarias o su moción será denegada —se ajusta las gafas—. Señor Cowan, durante ese periodo de tiempo, su clienta no podrá comprar acciones.

El sonido del martillo se sincroniza con mi sonora y profunda exhalación. No sé cuándo contuve el aire. Necesito blindarme a la de ya. No voy a permitir que esa mujer ponga un pie en mi territorio.

«Un mes».

Julius espera a que me levante primero de la mesa. Lacroix está hablando con dos personas cerca de la puerta, se percata de mi presencia y corta la conversación, esperándome. Chasqueo la lengua.

¿Qué quiere?

—Es sólo cuestión de días para que me dejes en paz —sonrío abiertamente igual que ella—. Si te preocupa perder el empleo una vez que acabe el plazo, ahórrate la vergüenza y dimite. Seré generosa y te conseguiré una entrevista en el Congo —llevo una mano a mi mejilla—. Escuché que el ambiente es bueno para el cutis.

—Anotaré el dato, no hay mejor que un viaje para celebrar la captura de la infame madam Azzarelli —rebosa ironía.

—Ah, magnífico para tus bolsillos que soñar sea gratis —me coloco mis costosas gafas de sol Prada con ceremonia.

—Ambas sabemos lo que está sucediendo en el backstage de la farsa que muestras ante el público. Tu administración impecable es una mentira.

—Ahórratelo, querida. Perderás el tiempo. No encontrarás nada.

—Ya veremos. Tu cartera es muy amplia. Eres consciente que te estaré investigando pero no sabes en dónde... o cuando —ladea la cabeza de un lado a otro—. Conozco bien a los de tu clase: millonarios egocéntricos que creen tener el mundo a sus pies, creen que todos se mueren por complacerlos y toman lo que quieren cuando lo quieren. Global Beauty, por ejemplo. Algo provocó que obraras de esa manera. Hubo un obstáculo. Nadie te puede decir que no e hiciste lo que querías. Hallaré ese obstáculo y nos veremos de nuevo —señala el estrado—, pero tu suerte será distinta.

Mantengo el mentón levantado. No le daré la satisfacción de pensar que es capaz de vencerme porque es imposible.

A mí nada me derrota.

—¿Comemos en tu yate o en un restaurante? —pregunta Julius cuando la Range se introduce en la zona de muelles.

—Mi yate. No estoy de humor para interactuar con nadie más.

En la terraza de la segunda cubierta, me quito la gabardina, los tacones y libero mi cabello del moño en tanto leo un mensaje que me hace rechinar los dientes. Teníamos un acuerdo ¿Cómo que no se fue con Rivers?

—¿Qué van a querer para cenar? —pregunta Hannah

—Lo de siempre. Fruta y granola —desciendo entre mis contactos hasta encontrarlo.

—Por favor, Regina, —su tono es de reproche—. ¿Cuándo comenzarás a comer de verdad?

Muevo mi mano con indiferencia. Escucho que Julius la apoya. Llamo a Alonso mientras camino de un lado a otro frente a la ventana. Los timbrazos se hacen escuchar una y otra vez hasta que, después de la sexta llamada, me salta directamente el buzón de mensajes.

«¿A qué juega

La voz gastada de Hannah hace que me distraiga. Miro la pantalla de mi móvil y lo dejo de lado para sentarme con mi abogado. Debo centrarme en lo importante.

—Cuéntame para que soy bueno —Julius limpia su boca con una servilleta y me mira fijamente—. Dame los cráneos y los destrozaré sin piedad.

—Calma, quiero pedirte algo que requiere toda tu discreción. Sólo podemos saberlo tú y yo —me sirvo más jugo de papaya—. Ninguna otra persona.

—Un trabajo incógnito.

—Necesito que revises con lupa la transacción de Global Beauty y me asegures que esté tan protegida como sea posible —le entrego un sobre. El papel no deja rastros.

—¿Puedo preguntar por qué me pides que revise el trabajo de tu mano derecha a sus espaldas?

Cuando le pido algo delicado a Julius, nunca Roche tiene por qué enterarse y viceversa. Si necesito algo que los incluya a ambos, es lógico que el otro estaría mínimo enterado. Hoy es una excepción.

—Revisarás su trabajo porque la perra de Lacroix nos está respirando en la nuca. Soy víctima de sabotaje. Sé cuáles son los flancos frágiles así que no quiero sorpresas por errores que no hayamos previsto.

—Bien. Lo haré. Ya tengo los papeles para respaldarnos con la auditoría. ¿Y el muchacho de Searchix?

Dejo de lado una manzana a medio masticar, mi ceño fruncido.

—¿Qué pasa con él?

—Ya sé que Wallace convocó a los empleados de Searchix a una reunión informal. Tu chico incluido. Si no están en la calle aún, asumo que no abrieron la boca.

—Antonio sólo busca llamar mi atención. En cuanto tenga tiempo, le haré saber que se está equivocando demasiado conmigo. Con respecto a Searchix, ninguno reveló nada. Le dije al muchacho lo que me sugeriste.

Asiente, conforme.

—¿Te creyó?

Sonrío de lado.

—Lo tengo comiendo de la palma de mi mano —muerdo la manzana, pensando en los besos de esta mañana sobre mi escritorio—. Y no, no me importa si crees que es buena idea. No contaré con su apoyo. Lo quiero fuera de la planificación.

Julius me mira extrañado, sus ojos escrutándome.

—¿Por qué no? Ya lo habíamos hablado.

Llamé a Julius para notificarle los datos que me dio Roswaltt en cuanto salí del cuarto de limpieza aquella vez. Le comenté mi incomodidad sobre las sospechas que tiene Roche y me recomendó hacerle creer al chico que confío en él... a mí manera, por supuesto.

—No lo involucraré —decreto.

—Entre más recursos manejemos, más posibilidades habrá de destruir a Lacroix. Úsalo a tu conveniencia hasta que sea desechable. El chico es tu caballo en una partida que está a dos turnos de que nos dejen en jaque. ¿Desde cuándo no sabes separar lo personal de lo laboral?

—No tengo nada personal con él —aclaro con severidad.

—Fue contigo ofreciéndose a luchar por ti mientras arriesga su empleo. Sabe que estás en proceso legal. No cualquiera hace eso.

Me encojo de hombros.

—No significa nada para mí. En ningún momento le apunté con un arma para que me ofreciera su apoyo. El caso puede llegar a un punto crítico y Lacroix irá a por él. El verdadero ser de las personas se ve cuando están en situaciones desesperadas. Lo acorralarán y no dudará en entregarme en menos de lo que yo me bebo una copa de ginebra —me acabo el jugo y hago ruido al colocar el vaso en la mesa—. Mi único interés en Alonso Roswaltt recae en tenerlo entre mis piernas.

—Regina...

—Es una decisión tomada, no una reflexión.

Julius levanta las manos en señal de rendición y continúa hablando de Inés Lacroix. La información que obtuvo no es suficiente para manipularla. Sabe cuidarse las espaldas. Necesito algo sustancial que me permita moldear el curso de este caso o me veré en la obligación de mover fichas que no quiero.

Me despido de mi abogado después de dos largas horas de plática estratégica. Suelto un suspiro y trato de calmar el latido de mi corazón. Vuelvo a marcar el número de Alonso y nada. No contesta. Muerdo ligeramente la punta de mi lengua.

«¡¿Por qué no contesta?!».

Me sirvo un trago de whisky con hielo.

En mi camarote, la suite principal, admiro la vista que puedo permitirme estando en la segunda cubierta, aquí se encuentra también mi habitación de juegos y una zona de estar con jacuzzi y bar. En la cubierta superior, la cabina de mando junto a la primera terraza. En la cubierta principal está la cocina, otro salón y la sala de reuniones, en la zona inferior más camarotes y un gimnasio.

Después de mi torre, el Sekhmet es mi posesión más costosa.

Chicago está sumido en la típica fría lluvia que genera el penúltimo mes del año. Las olas hacen que el barco se balancee suavemente, trayéndome algo de relajación. Las nubes han engullido a las estrellas, no hay luna, las pequeñas luces de la ciudad luchan para no ser opacadas en la oscuridad. Es divertido e irónico. En días así, lo más lógico es refugiarse en la calidez de la cama, hundirse en sábanas viendo una película dando sorbos a un chocolate caliente.

Casi nunca uso el televisor. No tengo tiempo. Desde que se fue Julius, ni me he animado a encender la luz, me envolví en una penumbra silenciosa, pues, además de la soledad, así me siento más cómoda.

Hago girar el líquido en mis manos pensando, pensando, pensado se me van los minutos. Los días han sido duros y el nivel va escalando sin frenos. Una migraña no me ha abandonado por culpa del estrés causado entre el desfalco, Lacroix y la intensidad de Emmett que me tocó manejar más temprano. Tengo que buscar la manera de deshacerme de ese hombre.

—¿Quieres que vaya a tu yate luego? —susurró en mi cuello mientras su mano se coló bajo mi vestido y se fue acercando a mi entrepierna.

No niego que puede calentarme en segundos aunque sea un jodido dolor de cabeza.

—Hay asuntos que debo atender —respondí con tono suave.

Y no mentí.

No tenía planes de sexo para esta noche. Se supone que habíamos quedado para llevar a cabo una reunión en el banco junto con Julius. Me fui en su McLaren y después ofreció llevarme al tribunal para mi pelea con Lacroix. No pude negarme porque, de hacerlo, sería más sospechoso y lo último que deseaba era que entrara conmigo. Desde que aparcó en el estacionamiento subterráneo, no me quitó las manos de encima.

—¿Y cuándo no? —barboteó, exasperado.

Se acercó a mí para tomar mis labios. Lo esquivé.

—No ha cambiado el hecho de que no me gustan los besos.

—Dejas que el niño te bese —me recordó con voz siniestra.

«Y donde él quiera, sus labios me hacen sentir como una diosa», me hubiera gustado restregarle; sin embargo, conociendo sus reacciones, la prudencia fue lo más lógico. Lo que sucedió en mi oficina fue por culpa del chico, hizo que olvidara por completo que Emmett estaba por llegar y tenía autorizada la entrada.

Enarqué una ceja.

—No empieces a tocarme lo ovarios con el tema otra vez —advertí, gélida—. Continúa y verás cómo te quedas sin follar conmigo lo que dura mi estadía en América.

—No puedes alejarme —gruñó—. Tenemos un puto trato.

Me incliné sobre él sin llegar a subirme completamente a su regazo. Me miró atento, sin perder el gesto inexpresivo.

—Trato que nunca incluyó que yo sea tu pareja o lo que se le parezca. No somos exclusivos —dejé mi mano derecha en su rodilla—. Sí, el sexo contigo es fantástico pero sólo es eso —susurré en su oído y le lamí el lóbulo de la oreja—. Sé hombre y date cuenta que yo nunca estaré contigo. No le pertenezco, ni perteneceré jamás a nadie. No soy una posesión. Seguiré haciendo lo que me dé la gana, cuando me dé la gana y con quien me dé la gana, te guste o no —besé la comisura de su boca.

Me impulsé para separarme de él pero puso su mano en mi cintura, impidiéndolo. ¿Qué intentaba? Repetí la acción y me presionó más contra su cuerpo.

—No te equivoques, lombarda —con la mano libre me sujetó del cuello sin ejercer fuerza—. Me estoy comenzando a cansar. Me tiene hasta los cojones esa altanería tuya.

Estando tan cerca, la tentación por hacerle añicos la polla fue incalculable. Tuve que hacer gala de una fuerza de voluntad, que desconocía tener, para calmar el impulso.

—Es una lástima —sonreí, desafiándolo.

A mí no me cambia nadie.

Se me tiene que aceptar tal y como soy.

—Tarde o temprano te darás cuenta del error que estás cometiendo. En tu situación actual no puedes andar con vagabundos —la furia centellaba en sus ojos—. El poder requiere más poder para volverse invencible y yo soy el indicado. Ni ese niño, ni ninguno de los que te pretenden podrán apoyarte como lo puedo hacer yo —acercó su rostro al mío—, ten más cuidado con lo que dejas salir por esa boquita —mordió mi labio inferior y su mano en mi cuello evitó que pudiera rechazarlo. Las náuseas se hicieron presentes como relámpago—. No te gustará verme cabreado de verdad, no te conviene tenerme de enemigo.

Su mirada no me gustó ni una pizca. Por fortuna, unos golpecitos en el cristal hicieron que me soltara. Mis dos hombres estaban al otro lado. Me he retrasado en bajar. Enrique sabe de sobra mi situación con respecto a Emmett y Rivers nunca le ha tenido buena estima. Me alejé de Emmett y le sonreí con una mano en la manija, disimulando mi intranquilidad.

—Cuidado con las amenazas, no vaya a ser que se te inviertan los papeles. Como enemiga puedo ser letal —abrí la puerta y le lancé un beso—. Intenta no echarme mucho de menos.

—No eres la única mujer que puede complacerme —aseguró, dándose aires.

—No pensarás igual cuando quedes insatisfecho. Ninguna de tus putas logra llegarme a los talones, porque, de ser así, estarías en este momento jodiéndole la vida a alguna de ellas, no detrás de mí. Arriverderci —le guiñé un ojo y salí del coche dando un portazo.

¡Maldito posesivo!

Desde el inicio fui clara con él. Transparente. Que haya montado semejante escena no tiene ningún sentido. ¿Qué espera de mí?

En mis planes no entra la absurda búsqueda de un compañero de vida y muchísimo menos tener... hijos. ¿Para qué joderme más la existencia? Mi objetivo es claro: quiero seguir alcanzando el éxito y disfrutar sin remordimientos de ese éxito. Soy consciente que la vida es muy corta como para ir reprimiendo mis deseos y caprichos. Hay quienes me admiran porque opinan que se debe ser muy valiente para pensar y actuar a mi manera. Yo no lo veo así. No me gustan las limitaciones. Siempre quiero más. Me declaro feliz de ser pecadora y no una hipócrita entre tantos falsos santos.

Amo la sensación de tener mis cuentas bancarias a reventar.

Ser inversionista implica negociar por dinero, planificar con dinero, hablar sobre dinero, administrar dinero y, lo mejor, poner a trabajar para mí ese dinero.

No cambiaría mi estilo de vida por nada ni nadie.

Doy un respigo cuando el denso silencio es interrumpido por unos golpes enérgicos en mi puerta.

Cazzo —rezongo. Parte del whisky saltó sobre la ventana y mi carísimo vestido Givenchy nuevo.

El ritmo desbocado de mi corazón se relaja medianamente una vez confirmo por la mirilla de quién se trata. «Qué extraño». Miro la hora y siento un hormigueo en la cabeza. Son más de las dos de la madrugada.

A Enrique y Rivers les tengo confianza absoluta.

Aunque siempre me refiera a ellos como mi guardaespaldas y mi chofer, son más que eso, Rivers también vela por mi bienestar general y Enrique maneja quién se mueve a mí alrededor como jefe de seguridad. No me quedo en un piso propio porque nunca permanezco mucho tiempo en una ciudad. Trabajar conmigo requiere de la disposición inmediata para viajar, por eso, cuido muy bien de sus intereses. Sus esposas son las encargadas de mantener mi hacienda en Italia y la matrícula de sus hijos está asegurada desde la escuela hasta que se gradúen en la universidad que quieran. Soy agradecida con quienes me muestran sincera lealtad.

Enrique tiene expresión adusta cuando abro la puerta.

—Buenas noches, madam. Hemos localizado al hombre que estuvo involucrado en el secuestro de Edmond Bartis. En este momento, los subordinados del señor Cowan lo están interrogando.

—Hay un pero, ¿no? —apoyo mi codo derecho en mi palma izquierda y mantengo la derecha bajo mi barbilla.

Su porte cambia tornándose casi imperceptiblemente incómodo. Entorno los ojos. Lo siguiente que me revela me provoca una punzada en la boca de mi estómago. Le doy nuevas instrucciones y yo no me tranquilizo ni cuando se ha ido.

«¡¿Qué demonios hacía ahí a esa hora?!».

***

Estoy en medio de una llamada con uno de mis socios en Miami cuando unos golpes en la puerta interrumpen mi diatriba sobre la calidad de producción. Camila entra en mi oficina con expresión seria. Me disculpo con el ejecutivo y la miro esperando una explicación.

—Madam, la señora Keegan está afuera. Le dije que va de salida pero insiste en hablar con usted.

—Hazla pasar —accedo por curiosidad.

¿Charlotte Keegan fuera de la fortaleza que es propio edificio?

Cuelgo la llamada no sin antes amenazar con despido si vuelven a cometer negligencia en la planta de ensamblado. Ya bastante tengo con ASysture y Alphagine. En un minuto, una mujer de complexión ancha pero de una elegancia que incluso a mí me impresiona, entra marcando tacón con cada paso que da.

—No te ves de buen humor —dice, sentándose frente a mi escritorio.

—Es verdad.

No dormí en toda la noche.

—Ya sé que debí avisarte pero agendar nos quitaría tiempo. La situación amerita actuar rápido —esboza una sonrisa—. En la próxima reunión con la junta, se tocará el tema de expandir K-corp a España y Francia —alzo las cejas—. Estuve hablando con Bernand sobre a cuales socios tendríamos en mayor consideración y... ¿quién mejor que la única socia europea que también se está expandiendo?

Le doy vueltas al bolígrafo Montblac en mis manos e inclino hacia atrás el respaldo de mi silla ejecutiva.

—¿Me quieres en la mesa de una sede?

—Te quiero al frente del proyecto, Regina —Mi boca se seca—. Antes de ponerlo en marcha y presentar la idea a los otros socios, necesito cambios en algunas filiales. Cambios radicales. Tengo activos con mal comportamiento que pueden transformarse para aprovecharlos.

—Quieres que compre una parte de esas filiales para evitar que salga la oferta pública en bolsa.

—No confiaría en nadie más. Los otros socios capitalistas son unos desalmados, en las primeras alzas venderán las acciones. No les importa la empresa —habla con desdén—. No es novedad que estamos interesados en tu tecnología. Queremos modernizar y hacer más sostenible el negocio. Sé que necesitas acumular puntos para tu propia expansión, piénsalo: tendrás los millones triplicados con el retorno de la inversión, más patrimonio y tu foto en todos los medios. Este trato mejorará tu imagen, sobre todo después del percance con los ecologistas.

Es el puto negocio del año.

Maledizione, Charlotte. —Apoyo mi frente en mi mano abierta a modo de visera—. No puedo.

Su cara de felicidad es sustituida por la agudeza característica de la dueña de medio imperio Keegan.

—Si lo dices por el escándalo de la cosmética, sabes de sobra que no tenemos prejuicios con...

—Sí, es Global Beauty, mas no por lo que piensas —aclaro—. El tribunal me impuso un bloqueo por culpa de una maldita fiscal que no tiene nada mejor qué hacer. Me están investigando sin razón.

—¿Cuánto tiempo dura?

—Un mes.

—La reunión es a mediados de diciembre. —Esboza un mohín, mostrándose incómoda.

—Quiero comprar —soy sincera.

—Y yo venderte, pero negocios, son negocios, si nos demoramos en firmar el contrato...

—Dame tiempo. Lo resolveré.

No se me ocurre nada.

—Bernand también tiene otras opciones —avisa con dureza—, le diré que esta reunión salió positiva y que programamos otra en diez días para los detalles. Ten una respuesta para ese momento o no hay trato.

—Eso no pasará —me convenzo.

Ella asiente. Se levanta alisándose la falda tubo; sin embargo, se detiene para mirarme.

—Ah, casi lo olvido. Hace días que quiero pedirte el número del chico de ojos azules que llevaste al partido de polo.

Enderezo mi postura.

—¿Para? —soy recelosa.

La conozco. Esta mujer muy casada y todo pero su espíritu morboso nunca desperdiciaría a ningún veinteañero guapo que, por obvias razones, tiene mejor rendimiento que su marido.

Charlotte se me queda mirando por varios segundos.

—Es la primera vez que vas acompañada a un evento —reflexiona, curiosa. O voy con Lorena, o voy sola—. ¿Están saliendo?

—¡¿Qué?! —mi voz sube una octava—. ¡Por supuesto que no!

—Entonces, no debería importarte —sus ojos brillan con malicia.

Alzo una ceja.

—Es mi gigoló exclusivo —digo con la misma chulería.

No me importa. Es un código entre nosotras. Nadie se mete con la pareja sexual de la otra si es "oficial". De tratarse de un ligue casual, ya se lo hubiera entregado en bandeja de plata.

—Haberlo dicho antes —se carcajea notando mi tensión—. Despreocúpate, tengo otra cosa en mente. Quiero que toque en el cumpleaños de mi hermana. Ella es una empedernida del jazz y la música clásica. Lo quiero a él en el piano antes de buscar a otros músi...

—¿Jazz, dices? —me relajo—. No necesitas seguir buscando. El chico es más saxofonista que pianista y si no recuerdo mal, creo que también toca la guitarra.

—Un artista con todas sus letras. Tienes mucha suerte —elogia, subiéndome el ego.

Sonrío internamente al imaginar su reacción cuando escuche la noticia. Busco mi móvil y lo llamo. «El número marcado no se encuentra disponible en estos momentos». Frunzo el ceño.

¿Todavía no quiere contestar?

Alcanzo un bloc de notas y comienzo a escribir.

—Te daré su número, pero —retengo el papel antes de que lo coja—, entiéndete con él sin decirle que hablaste conmigo. No quiero involucrarme de ninguna manera —decido para prevenir que rechace la oferta.

—Lo que tú digas —se muestra altiva, igual que yo—. No lo olvides. Resuelve el bloqueo o no hay trato.

Asiento y, cuando se cierra la puerta, le marco a mi asistente.

—Busca a Alonso Roswaltt y dile que quiero verlo ya sin derecho a reproche. No tengo todo el día —ordeno y cuelgo haciendo sonar la bocina del teléfono.

¡Me va a escuchar!

Llamo a Roche y tampoco responde. ¿Es en serio? Me clavo las uñas en las palmas. Me prometí no gastar neuronas en Lacroix, pero la impotencia me está carcomiendo.

Me siento atada.

Es una sensación con mucho significado para mí, tanto, que me hace sentir la ansiedad más pronunciada que nunca, mi corazón late dolorosamente, escucho el sonido de la puerta abrirse sin toque previo.

«Justo a tiempo».

Me obligo a mantenerme seria ante él pero, viendo de quién se trata, se me dificulta disimular la decepción. En su rostro leo lo que no se atreve a decir. No quiere que medio piso veinticuatro pague los platos rotos.

—¿En dónde está? —me levanto y cojo mi blazer del perchero.

—Madam, el estrés no es...

—Camila, te hice una pregunta —mascullo.

Me implora con los ojos que no lo haga.

—Antes entienda que Searchix tiene la agenda ocupada y...

—¿En.dón.de.es.tá?

—Cafetería, zona B, mesa 19... —titubea—, almorzando con Susan Morris.

«Lo mato».


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