27.Confusión y rebeldía.

27. Confusión y rebeldía.


ALONSO

Mi equipo está en un punto muerto.

El estancamiento que al principio creímos que solo duraría unos días, se convirtió en dos semanas para ser exacto. Investigamos a Paul Archer y Zack Malone hasta en sus calzones sucios. No encontramos nada. Luther estuvo ocupado con su propio trabajo así que tampoco ha tenido avances considerables.

El caso en la corte está basado en un tira y afloja por parte de ambas mujeres. Inés Lacroix es temiblemente brutal pero Regina Azzarelli no se queda atrás, despiadada y astuta, logró dilatar las audiencias. Mientras no se presenten las pruebas necesarias, aún hay tiempo antes de que el juez dé la orden de un juicio.

Y, hablando de la italiana, ella finge de maravilla eso de "no te conozco, si te he visto no me acuerdo" en todas las pocas veces que hemos coincidido en la recepción, reuniones generales o el elevador. Sin embargo, acordamos por mensaje que, cuando ambos salimos muy tarde de la torre, la espere a una cuadra para que me lleve a casa. Incluso en oportunidades que nuestros horarios no coinciden envía a un pingüino por mí. ¿Madam Azzarelli siendo amable? Al principio me costó asimilarlo. Se ha mostrado muy insistente en eso de que no debo andar tan entrada la noche en la calle y solo.

No. No es lo que creen.

Hay veces en las que ni nos dirigimos la palabra en el trayecto. Aunque, reflexiono, nuestros silencios y miradas dicen muchísimo más, como justo ahora, en una reunión de avances con el señor Turner, nuestras miradas se cruzan varias veces. Unas más inocentes que otras; pues, ella usa un vestido que es tortura y alivio para la vista, mientras que yo, como buen seguidor de las reglas, vine de traje completo.

—El otro día me encontré con Camila en el elevador —le digo camino a su oficina—. Llevaba una bandeja con una curiosa variedad de chocolate.

Frente a mis compañeros sigo siendo un intermediario secundario con la clienta, así que no es extraño que nos vean "conversar" siempre y cuando mantengamos la compostura profesional.

—Bien por ella y el sobrepeso —contesta con seriedad.

—¿No era para ti?

—El gimnasio no hace milagros si comes como una cerda. —Se detiene en el mostrador de su asistente y firma un par de papeles.

Camila secunda a su jefa con un asentimiento.

Las tonificadas piernas de Regina y su duro abdomen demuestran lo mucho que se cuida, aun así, una excepción de vez en cuando no le hace daño a nadie.

—Es una lástima. Hoypreparé postre

—Dáselo a Camila.

La asistente nos mira sin comprender.

—¿Qué es? —me pregunta la chica soltando una tablet.

—Brownie relleno con doble capa de crema.

—Oh, lo acepto encanta...

—Entra, Roswaltt —ordena Regina, debido a su posición sólo yo puedo ver su gesto de exasperación—. Pídete lo que quieras de la pastelería y cárgalo a mi cuenta —le dice a Camila, quien no sale del desconcierto. Cierro la puerta a mis espaldas—. ¿Qué demonios? ¿Por qué ibas a darle mi brownie?

Entorna los ojos y cruza los brazos.

—Cumplía sus órdenes. —Sonrío levantando mis manos.

—Los brownies son algo nuestro y más te vale no ir repartiéndolos en mi edificio. Te lo prohíbo, Alonso Roswaltt. —Me señala mientras retrocede hasta sentarse en el borde de su escritorio—. ¿Quedó claro?

—Sí.

Son algo nuestro.

—¿Sí, qué? —Alza el mentón.

—Sí, madam.

Mi respuesta la complace. 

—¿Qué tipo de relleno?

—Crema de coco.

Su semblante se relaja y sonríe. De mi mochila saco un recipiente tupper, se lo entrego y apoyo las manos sobre el escritorio, a cada lado de sus muslos para acorralarla. Nuestras narices se rozan.

Enarca las cejas,sorprendida por mi iniciativa.

Deslizo mis dedos por su cintura y comienzo a plasmar besos en su cuello. La respiración se le acelera. Sus garras se clavan en mi culo y descruza las piernas para seguidamente meterme en ese espacio.

—¿Qué tiene incrustado? —Abre el tupper. Olfatea con los ojos cerrados y su expresión placentera me activa en segundos.

—Galletas Oreo, chocolate blanco y avellanas.

—Muy apropiado. Dame de probar —ronronea, introduzco dos dedos en la crema y los llevo a su boca. Chupa haciendo que mi pene exija la misma atención—. Delicioso.

Adoro su acento cuando se pone en modo sensual.

—Mi intención es complacerla —susurro sonriendo.

Puedo saborear su aliento sin problema estando nuestros rostros tan cerca. Admiro las vetas diminutas del iris de sus ojos verde camaleónico: trazos plata líquida y el fascinante amarillo felino que se transforma a dorado. La mezcla de colores es tan indecisa que la variedad de puntitos no son más que millones de estrellas intentando formar una constelación.

Paso mi lengua por su labio inferior, recorro el superior y reclamo su dulce boca. Sus dedos se enredan en mi cabello. Lo que comienza con besos húmedos y caricias estimulantes, no avanza más al ser interrumpidos por una voz cargada de rabia y los intentos de Camila por detener al tipo.

—¡¿REGINA?!

La italiana se tensa cuando mira por encima de mi hombro.

—¿Cómo se te olvida poner el seguro? —masculla en mi oído y me aparta para bajarse del escritorio, molesta—. Emmett —fuerza una sonrisa y con un gesto de la mano echa a una atemorizada Camila.

El tipo me «evalúa» con una mirada imbécil de superioridad. Su actitud me crispa pero me mantengo callado. Especialmente porque no tengo ningún derecho sobre Regina.

—Sabes que no me gusta que me hagan perder el tiempo. Me has hecho esperar más de trece minutos por... —me mira despectivamente—. ¿Y él es...?

—Alonso —respondo por el silencio de Regina. Le tiendo una mano y él la mira bufando. No me corresponde el apretón.

—Creo que te he visto antes...

—Searchix —me yergo.

Niega con la cabeza, horrorizado.

¡¿Un subordinado?! —Habla en italiano—. Es intolerable. De seguro lo llevas a tu hotel porque no tiene un apartamento decente y mucho menos con qué pagar una suite digna. ¡Has caído muy bajo!

Miro a la italiana esperando que mínimo me traduzca lo que dijo... pero no pasa, pues ella esboza un gesto altanero y acomoda su bolso en su brazo, fingiendo en todo momento que soy invisible. Los músculos de mi cuello, hombros y espalda se tensan. ¿Se va... con él?

Empieza a caminar o te cancelo —le dice ella en el mismo idioma, poniéndose a la defensiva.

Se le nota la inexperiencia a simple vista —ríe, burlón—. ¿Por qué gastas energías con él?

No es de tu incumbencia —hay advertencia en su voz. Con una seña le pide que la siga fuera de la oficina.

¿Es algo pasajero? —la hala por el codo bruscamente para que regrese.

Ella intenta zafarse con antipatía y él aprieta el agarre, zarandeándola. Siento un subidón de vigor. Me muevo como un rayo pero Regina se suelta a tiempo con la única razón de poner ambas manos en mi pecho.

—Quédate quieto —me empuja para que retroceda.

—No puedes pedirme eso —le reviso el brazo.

Aprieto la mandíbula al reparar en la marca rosada. ¡Hijo de puta! Regina tiene que colocarse entre ambos para evitar que le parta la cara a ese cabrón.

—¡Roswaltt, es una orden! —Exclama con un tono tan frío que me deja mudo. En sus ojos no veo titubeos.

—Escucha a tu ama, Fido —el banquero arruga la nariz—. Es un salvaje. Me sorprende que aún no lo hayas sacado de la oficina para que podamos hablar con tranquilidad —se muestra indignado.

La italiana me mira de reojo.

—No te confundas. Es un affaire igual de pasajero que lo nuestro —sea lo que sea que le haya respondido, lo hace con firmeza.

Permíteme ponerlo en duda, lombarda, porque, a mí me necesitas más que nunca para enfrentar a esa fiscal —de espalda a él, ella cierra los ojos y esboza una mueca fugaz de fastidio—, tengo mucho que ofrecer mientras ese niño no tiene ni dónde caer muerto. Considera también que —tira de su cintura y esta vez... esta vez ella le sigue el juego— jamás has tenido que enseñarme a darte placer —eso último lo dice besando su cuello, sin dejar de verme y en inglés.

Trago duro percibiendo que la garganta me duele. Regina evade mi mirada y se muestra estoica.

—Ya es suficiente. Vámonos... ¿Emmett? —se impacienta al notar que el otro sigue retándome.

El banquero sonríe complacido y coloca una mano en su espalda baja. No enfoco nada más. La reina se va con él. «Con él». Siento que el alma se me cae a los pies y me sumerjo en una sensación muy parecida a quedar atrapado entre dos dimensiones. Otro mundo.

¿Cómo puede estar con ese imbécil?

¿Por qué?

El pecho me duele y no sé si es por la sensación de falta de aire. ¿Por qué me siento así de...? Joder, los ojos me arden ¿Por qué? Soy otro de sus... ligues casuales. Otro más del montón. Eso ya lo sabía. No siento nada por ella. No estoy enamorado de Regina. Solo... es atracción ¿no?

«Te estás confundiendo solito»

Dejo caer mis hombros. Soy un estúpido. Ella lo dijo... no es exclusiva. No tengo por qué sorprenderme. Sin embargo, es muy diferente imaginar su promiscuidad que presenciarla.

¿Cómo dijo que se llamaba eso de las cuerdas...? ah, sí. Shibari.

¿Practicará shibari con él?

Ambos son guapos, poderosos, exitosos, adinerados, hablan italiano... Él debe tener un penthouse o una mansión, mientras que yo comparto un piso minúsculo con mi hermano, él muchos coches mientras yo voy en metro. Sorbo mi nariz sin dejar de sentirme avergonzado. Regina se ve bien rodeada de gente de su especie. Imaginarme a su lado en un futuro es como un chiste. No tengo nada que ofrecerle. Jamás me elegirá.

«A Regina le gusta la música»

Por supuesto, le gusta la música de los artistas famosos. No de cualquier tonto aficionado. Introduzco una mano en el bolsillo interno de mi saco y palpo el papel doblado en donde tengo el borrador de una canción inspirada en ella. Solo en ella.

De nuevo y por milésima vez desde que la conocí, me siento como un idiota.

Al salir de la oficina Camila me mira con lástima. ¿Cuántas veces habrá presenciado la misma escena protagonizada por su jefa? Debo lucir patético. Porque eso soy. No debería sentirme así de mal. No debería tener estas ganas de llorar y gritar. Visito el baño para lavarme la cara antes de ir a mi piso.

Pierdo la cuenta de las veces que me equivoco en las redacciones, impresiones y fotocopias. Molesto, golpeo la impresora para que escupa el papel atascado y solo termino empeorando la situación. En serio que estoy poniendo todo de mí para distraerme con el trabajo; sin embargo, es inútil porque pasada una hora, mi móvil vibra. Miro al techo. No abriré el mensaje. Lo guardo en mi bolsillo... Entierro la cabeza entre las manos ¿A quién quiero engañar? Suspiro y lo saco de nuevo.

Regina: Rivers te recogerá en el lugar de siempre. No uses el transporte público.

¿Se acordó de mi triste existencia mientras toma el descanso para el próximo round? ¿El tercero? ¿Sigue con él?

¡Y un carajo!

Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, cierro la conversación y busco el número de Curtis entre mis contactos.

***

—¿Tú qué vas a querer? —me pregunta una camarera cuando nos sentamos en una mesa

—No bebo, gracias —el brandi y cualquier tipo de alcohol me recuerda a la que no debe ser nombrada.

—Qué amigo tan raro tienen —le dice al resto de mis compañeros que beben chupitos animadamente.

Desde nuestra posición tenemos la mejor vista de todo el club, el cual está dividido en dos zonas: una lujosa VIP y la de la plebe, que al menos, para satisfacción de mis acompañantes, tiene una discoteca.

—Un trago no le hace daño a nadie.

Curtis coloca frente a mí un botellín de una bebida que no reconozco. Arrugo la nariz al olerla. Esto me va a dejar noqueado.

—Mañana hay que trabajar —me quejo, lánguido.

—Querrás decir que debemos relajarnos precisamente porque mañana hay que trabajar —insiste Mark—. El caso de la torre es el más engorroso que hemos tenido. Todo se irá a la mierda con esa fiscal. Lacroix es una bestia.

Mi móvil vibra por quinta vez.

—Y Azzarelli es el diablo —comento irónico viendo su nombre en la pantalla.

Cuelgo en un arrebato de rebeldía. Que llame a su banquero. Ella no quiere una relación conmigo. Terreno sin título no tiene dueña. Doy el primer trago al botellín y mi garganta quema. Ya está... para que se entere. Estoy muy enfadado. No puede dejarme así y pretender después que estaré disponible cada vez que le dé la gana.

Tengo corazoncito, no soy un juguete sexual.

—Pero no estamos aquí para hablar de trabajo —Curtis da dos palmadas a la mesa antes de acercársele a una chica—. ¡Hola, bonita! ¿Quieres bailar conmigo? —le pregunta lo suficientemente fuerte como para escucharse por encima de la música.

La chica lo aparta de un empujón y mi colega vuelve con un puchero típico de un niño de cinco años que, por primera vez en cinco horas, me hace reír.

Los chupitos comienzan a acumularse en la mesa mientras continuamos hablando de tonterías hasta que algunos de nuestros compañeros entran en la pista de baile. Otro chico del grupo A se acerca a mí junto con dos mujeres que no conozco y me piden que los acompañe, me niego y continúo un rato más observándolos a todos.

—¿Estás aburrido? —Susan ocupa el puesto vacío de Mark.

—No sé qué hago aquí, la verdad.

—Yo tampoco. Ángela me convenció —señala a la chica que baila con Curtis.

Pedimos unas cervezas y aprovecho a conocerla más sin que mi móvil deje de vibrar. Lo reviso pendiente que no sea alguno de mis hermanos... no. Es el diablo. Esta noche no caeré en su tentación. Haré lo correcto. Decido apagarlo y escucho con toda mi atención a la morena junto a mí. Se ha dejado el cabello rizado, trae una blusa sin mangas y una mini falda que muestra unas piernas bastante delgadas pero sexis.

La cerveza es sustituida por una mezcla de no sé qué, pero igual me gusta así que bebo hasta el fondo. Mi cuerpo se relaja de una forma impresionante; no obstante, que la compañía de esta chica me reconforte mientras pienso en otra hace que me sienta como una mierda. Cierro los ojos y veo una mirada camaleónica. ¡Suficiente! Me bebo el trago de golpe y sin saber por qué, beso a Susan.

Me rehúso a seguir tonto por esa egoísta sin sentimientos. ¡No está aquí! ¡Se fue con otro! Cuando abro los ojos soy consciente de que nos hemos movido hasta un pasillo al fondo. Abro la puerta del cuarto de baño para comprobar que no hay nadie. Despejado. La protesta de Susan por ser el de hombres es sustituida por un gemido cuando la empujo dentro de uno de los cubículos individuales y la beso como me enseñaron.

Lo debo estar haciendo bien porque enloquece restregándose contra mí. Sin embargo, su boca me sabe amarga. Su perfume no me aviva. No siento nada más que simple deseo carnal. Sexo es sexo ¿no? Entonces... ¿Por qué no me libro de unos ojos verdes? ¿Por qué me tortura el recuerdo de su melena perfumada, el sabor de su piel y ese jodido carácter volátil? ¿En dónde está la sensación de quemarse con fuego y arder en una explosión?

Sí, la chica en mis brazos encendió una llama pero eso dista mucho de ser un incendio. Un incendio de origen itálico.

Quedo sentado en la tapa cerrada del retrete y ella a horcajadas sobre mi regazo. Le subo la falda y para no herirla disimulo mi desilusión mordiendo su cuello. No hay encaje. Sus bragas son de simple algodón. ¿En qué carajos estoy pensando? Las rompo con rabia sin dejar de besar sus orejas, cuello y hombros. Su humedad es abrumante. Amoldo uno de sus pequeños senos a mi mano por encima de la blusa y con la otra acaricio su clítoris.

—Alonso, vas muy rápido... —me sujeta el rostro con ambas manos—. No quiero hacerlo en un club.

—Lo acaban de inaugurar. Seremos los primeros.

—No. Vamos a mi apartamento, por favor —farfulla en un hilo de voz.

—¿Qué? —frunzo el ceño, confuso—. ¿Por qué?

Mira a los lados con nerviosismo. Lo está observando todo menos a mí. Coloco una mano en su mejilla y sus ojos avergonzados se encuentran con los míos. Durante un momento me siento horrible. ¿Qué estoy haciendo?

—Nunca lo he hecho en un lugar público —sus dedos retuercen la tela de su blusa—. Lo siento, yo no soy...

Enmudece y se ruboriza a más no poder mientras acomoda su ropa. La humillación le cubre el rostro, aunque no se aparta de mí.

—No te avergüences. Eres una mujer muy hermosa —apoyo mi frente en su hombro—, no sé qué me sucede.

No pretendía hacerle pasar un mal rato.

—Bebiste de más —acaricia mi espalda.

Niego con la cabeza repetidamente.

—No estoy borracho.

No estoy borracho. No estoy borracho. No estoy borracho.

Joder que no estoy borracho, mas reconozco que ya siento los primeros efectos del alcohol en mi cerebro.

«Vete a casa»

Me ofrezco a llevarla a su apartamento pero alega que se irá con su amiga. Doble mierda. De seguro ya no querrá volver a hablarme. Busco mi abrigo y me tenso en el momento que escucho la conversación de dos tipos gigantes que van saliendo del club y pasan por mi lado.  Me giro para detallar mejor al más grande. Mis tripas se contraen y la lucidez vuelve a mí al reconocerlo.

Es el guardaespaldas de Edmond Bartis.

El tipo que me dejó inconsciente.

¿Me recordará? ¿Llamo a la policía? ¿Qué hago?

Tambaleándome, los sigo guardando una distancia prudencial hasta llegar al estacionamiento. Por momentos debo quedarme cubierto detrás de algún coche. Los veo detenerse junto a unas Hummer y reunirse con un grupo de hombres de rasgos iguales.

Detrás de mí se escuchan risas y pasos.

Me escondo tras una columna. Tres tipos trajeados avanzan sumergidos en una charla amena sin notarme. Enderezo la espalda y mi corazón amenaza con salirse de mi pecho al distinguir una de las voces. «¿Qué hace él aquí?» Saco un poco la cabeza cuando parece que se han alejado. Me quedo lerdo.

Confirmado. Es él.

Un aluvión de pensamientos se agolpa en mi mente. Tal vez solo sea una coincidencia que se conozcan y se hayan encontrado en este club... No. Un escalofrío me recorre. Después de todo lo que ha pasado últimamente, esto no puede ser una coincidencia.

De pronto, a quien jamás creí tener esa orientación es tomado por el cuello y se deja besar por el tipo que acompañaba al guardaespaldas de Bartis. ¿Okay? No quiero ver hasta dónde pueden llegar con tanta fogosidad.

Pongo un pie fuera de los límites del club y una sensación desagradable de advertencia me sube por la columna vertebral.

Me siento observado otra vez.

Cauteloso, miro repetidamente hacia tras. La calle está desierta y... ¡Joder! Doy un brinco. Basta con escuchar un ruido metálico en un callejón sombrío para que empiece a correr sin detenerme. El ritmo de mi corazón es doloroso. Entro en la primera tienda que consigo abierta. Una farmacia. Los pulmones me arden por el frío. Ha empezado a lloviznar y no me había dado cuenta hasta ahora. «No debí venir». Cojo una bolsa de Doritos y una Coca Cola del área de comestibles mientras merodeo los pasillos esperando a que mi respiración se calme.

Meto las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Saco mi billetera y... ¿Dónde está mi móvil? Reviso el bolsillo trasero, no. Saco todo el contenido de los bolsillos de mi abrigo: una cajita de mentas, las llaves del apartamento de donde cuelga un Mjolnir y un mini funko de Hatsune Miku, muchos papeles doblados con vagas estrofas... ¿En dónde dejé mi móvil? Lo que me faltaba. Hago memoria y lo único que se me ocurre es que debí extraviarlo en la carrera camino aquí.

«¿Por qué, Dios?»

Las ganas de regresar e ir por él se esfuman al notar que la lluvia ha empeorado. En caja pido un móvil prestado para pedir un taxi y llamar a Nathaniel que, desconsiderado, sin saber si es la última vez que me escucha, me acusa de paranoia. ¿Quién y por qué querría seguirme?  Nadie me vio... ¿o sí? Joder. No por nada me dejaron inconsciente el otro día. Al salir echo una mirada furtiva a mi alrededor. Todo parece en orden.

Ni rastro de movimientos sospechosos.

                                ***

Miro la comida frente a mí buscando algo que alivie la ferocidad de mi estómago. Cojo un poco de todo. Cuando tengo hambre no razono correctamente y mi humor puede ser fatal. En la sección de fruta levanto la vista al escuchar una voz familiar y me quedo petrificado.

—¿Tienes algún problema? —pregunta Gregory, harto de que lo mire con recelo.

—Ninguno.

—Pues avanza, tonto, estás obstaculizando la fila —hace un ligero movimiento con su cabeza.

Me hago a un lado sin retirarme completamente. No puedo mover mis pies. Anoche me desvelé temiendo sufrir pesadillas. No soy homofóbico, pero deseo con todas mi fuerzas que el cloro fuese suficiente para borrar la imagen de Gregory con otro hombre.

Sin embargo...

Y, aunque eso me ayudara a no pensar en mi Voldemort personal, no es el hecho más relevante.

¿Gregory, el contador calvo, auxiliar del señor Turner... es el topo?

¿Cómo podré confirmarlo? Obvio no le atacaré de frente. A primera hora le pedí a Luther que se enfocara en él. La espera me está matando y más cuando lo veo merodear la oficina tan tranquilo. Si es él, detenerlo ahora podría evitarnos más problemas.

Por el rabillo del ojo miro a Susan entrar en la cafetería y me olvido de la estupidez que estaba por cometer.

—¿Puedo sentarme? —pregunto señalando la silla vacía frente a ella.

—Adelante —mira mi bandeja con humor—. Comes bastante para ser alguien esbelto.

—Salgo a correr con mi perro los fines de semana —me encojo de hombros, siento mis orejas enrojecer—. Quiero disculparme contigo, Susan. Anoche me comporté como un imbécil.

Lejos de mostrarse molesta, me sonríe comprensiva.

—No te preocupes. No te culpo de nada. Te seguí el rollo porque besas muy bien —baja la mirada, sonrojada—. Quiero que entiendas que no me gusta andar de exhibicionista —me mira—. No es mi estilo. En verdad espero que no haya incomodidad entre nosotros, de modo que, por favor, olvidemos lo sucedido.

—Es un alivio —también sonrío pero sin dejar de sentirme culpable—. Porque quiero que sigamos siendo amigos.

—Somos amigos con una condición —me roba un puñado de papas fritas—, me debes unas bragas y una hamburguesa —establece dubitativa, mirando más allá de mí. Su gesto se vuelve serio en segundos.

Me vuelvo.

¿De verdad?

Camila se abre paso con facilidad entre la gente. A medida que avanza la siguen con la mirada, aquí todo el mundo sabe de quién es asistente y, por lo tanto, temen incordiarla, además, es muy raro que merodee en la cafetería de la gente común. ¿A esto le llama ser discretos? No deja de verme con, lo que me parece, desaprobación.

—¿Puedes dejarnos a solas un momento? —Le pide a Susan, ella me mira sin saber qué hacer.

—Quédate —le digo son una sonrisa y me dirijo a la castaña, serio—. Camila, hola.

Nos mira y frunce lo labios... recordándome con ese gesto a quien no debo recordar.

—¿En dónde estabas? inquiere, molesta sin dejar de ver a Susan.

—¿En mi piso? —contesto sin entender.

Camila me mira por fin. Susan se mantiene al margen, ignorándonos, mientras come y revisa su móvil.

—Regina lleva rato buscándote —La asistente mantiene un tono bajo—. No le has dado señales de vida y será mejor que lo hagas ya.

La mención de su nombre crea una grieta en el domo de mi falsa tranquilidad. No. Ahora no. Por favor. Me remuevo incómodo. Mi mente es un asco, si me descuido, evoca lo que he pasado con la italiana... y eso duele. Duele de una forma no apta para permitirme trabajar. Funcionar. Mente en blanco. Mente en blanco.

—El informe de esta semana se lo envié por correo —sueno seguro. Bien. Sigue así—. No tengo ningún pendiente con ella.

Mira a los lados y se inclina más hacia mí. Tenemos muchos ojos encima

—Quiere que subas a su oficina —anuncia bajito, entre dientes.

—No voy a ir —bajo la mesa, seco en mi pantalón el sudor de mis manos.

—Irás.

—Que no —meneo la cabeza.

Mi cavernícola interior se golpea ruidosamente el pecho, dándome ánimos.

—Lo peor que puedes hacer es tentar su paciencia —abre mucho los ojos al digerir mi determinación.

—Dile que estoy ocupado.

—¿Estás bromeando? —cambia su peso de una pierna a otra. Susan levanta la mirada—. ¡Madam Azzarelli te quiere ver ahora!

—Estoy ocupado —repito y señalo mi comida—. Quiero terminar mi almuerzo tranquilo y de regreso tengo mucho trabajo que hacer. Dale mis saludos

La mandíbula de Camila cae al suelo.

«¡Y la pelota se va... se va... es un Home Run, damas y caballeros! »

Aprieta los labios mirándome como si hubiera dicho el mayor sinsentido del mundo. Niega con la cabeza y se marcha no sin antes susurrar para que solo yo escuche un "después no digas que no te lo advertí"

Dejo escapar aire sonoramente, desinflándome.

Qué manera de echar a la basura mi paz en cuestión de segundos ¡Maldición! Es imposible. Insaciable. Impaciente. Imposible. Imposible. Imposible ¿En dónde dice que no puedo ausentarme unos minutos? ¡¿En dónde, joder?! No logro asimilar que esa mujer ya esté histérica.

—¿Ocurre algo? —Susan me mira atenta.

—Nah, sin problemas —me arrellano en la silla, conteniendo soberanamente las ganas de levantarme y subir.

Estoy haciendo los mayores esfuerzos de mi vida por ignorarla. ¿Regina verme? ¿Qué quiere? ¿Sexo? Sin duda. ¿Qué otra razón podría ser si, total, lo único que le importa de mí es mi miembro?

—¿Seguro que no tienes que subir al piso veinticinco?

—No —juego con una pieza de pollo. Perdí el apetito—. El señor Turner me pidió revisar unos documentos de fiscalía. Mi jefe es él. Madam Azzarelli tendrá que esperar —digo en modo automático.

Sonríe y se ofrece a ayudarme con los documentos. Me obligo a pensar en cualquier cosa. Continuamos almorzando contándonos anécdotas sobre las fiestas decembrinas. Eso me eleva el ánimo un poquito. Su familia no tiene la costumbre de colocar árbol y, en su lugar, hacen una especie de ritual con velas llamado janucá.

Salimos de la cafetería rumbo a nuestra oficina sin dejar de conversar, aunque, un poco distante, mantengo las manos en los bolsillos y arrastro los pies, pensando.

—Cuando estaba en la universidad, solía tocar villancicos junto con otros músicos en un hospital infantil —rememoro con nostalgia.

—¿Ya no lo haces? —Niego con la cabeza—. ¿Qué pasó?

—No era muy cool —hago comillas con los dedos—. La atención extra se limitaba a las enfermeras y padres. Los músicos querían más, así que lo dejaron por ir a tocar en bares. Yo seguí yendo por un tiempo pero no es lo mismo un saxofón a una orquesta completa.

—Es una buena acción.

—Lo sé. La sonrisa de los más pequeños en esa fecha es lo que hace que cualquier sacrificio valga la pena.

—Y vaya que es increíble que te gusten los niños —habla como si yo fuese un animalito en peligro de extinción.

—Para mis sobrinos soy como una especie de superhéroe —tiro del cuello de mi camisa—. Lo último que quiero es defraudarlos. La familia es todo para mí —comento, pensando en mi padre.

Por la ausencia de mi abuelo, nada me gustaría más que tener su apoyo. Pero es impensable. Él quiere un ejecutivo. Un auditor. Con eso en mente, atravesamos los pasillos del piso veinticuatro saludando a quienes nos conseguimos en el camino, chicos del A y otros empleados de Azzagor Enterprises. Varios se nos quedan mirando de forma especulativa. Me fijo en Susan que camina a mi lado: No desentonamos. No hay diferencias marcadas. ¿Por qué no puede gustarme una chica como ella? Rasco mi nuca y sacudo el pensamiento en tanto me vuelve a doler el pecho.

«¡Mente en blanco, soldado!»

Frunzo el ceño a pocos metros de nuestra oficina. ¿Qué hace la mitad de mis compañeros afuera? Algunos están hablando con los empleados de los cubículos y otros forman grupos cerca de las esquinas. En sus rostros cruza la confusión, tensión e incluso pavor.

—¿Qué está pasando? —pregunta Susan en general.

—Dieron aviso de desalojo momentáneo —responde alguien.

—¿Fumigarán?

—Se requiere una notificación previa  —digo, reuniendo a la gente.

Se ven peor que las víctimas de un ataque zombi, dispuestos a proteger el fuerte pero también prestos a huir de ser necesario. ¿A qué le tienen tanto miedo?

—No dieron explicaciones —una chica señala la puerta con un dedo tembloroso—. Es orden superior.

—Wallace —deduzco, sintiendo un torrente de calor en todo mi cuerpo.

«No se saldrá con la suya»

El cuchicheo cesa e intentan detenerme pero es inútil. Se lo dejaré claro. Sin Brad o Astrid aquí, es mi responsabilidad recordarle que no puede interferir en nuestra investigación. Camino dando grandes zancadas y abro la puerta de golpe.

Le quito el seguro a la M4A1 y voy a por el jefe de la mazmorra.

Soy poco menos que Emiya al enfrentarse contra Gilgamesh.

Rocky subiendo a la arena.

Thanos no se compara conmigo.

La adrenalina me recorre las venas con violencia.

«¡Vamos, carajo! »

Susan y otros curiosos me siguen sin dejar de repetir que no entre. No permitiré que nos saboteen. La oficina está desolada a excepción de mi mesa. ¿Es personal? Me subo las mangas de la camisa a los codos. El tipo está sentado en mi silla con el respaldo hacia mí.

—¡Señor Wallace! —me acerco con paso decidido—, le informo que las cláusulas de nuestro contrato nos dan potestad para reconocer a cualquiera individuo como presunto sospechoso, si interfiere en una investigación deliberadamente. Está advertido. Retírese ahora o me veré en la obligación de sacar...

Me detengo en seco haciendo chirriar mis zapatos. «¡Corre, Potter, corre!» Me grita mi cavernario interior antes de encerrarse en una cueva y sellar la entrada con una roca.

Mi sangre se enfría.

El tiempo se ralentiza.

Todo da vueltas a mí alrededor.

—Es bueno saber que recuerdas las cláusulas del contrato, querido —Mis compañeros se quedan sin respiración. Yo me ahogo con mi propia saliva—. Clausula nueve — escucho pasos apresurados en retroceso. Yo no puedo moverme—. Una decisión del cliente en cuestión, es una orden irrevocable que garantiza su satisfacción durante la ejecución del servicio prestado. Cualquier empleado de Searchix que incumpla dicha cláusula asumirá graves consecuencias —enfatiza su acento. Quiero llorar—. El despido incluido.

Esa voz.

Ese olor.

Esa presencia.

—Y no es una clienta cualquiera a la que has desobedecido.

La silla gira y mis ojos se cruzan con una mirada felina capaz de congelar el infierno en segundos. Una mirada que es capaz de ponerme de rodillas y me taladra con palpables intenciones asesinas. Una mirada que transmite con elegancia que puedo correr y esconderme del mundo entero, menos de Dios y de Regina Azzarelli.

¡Joder!

_______________

Niño malcriado o.o

Este capítulo fue todo un cóctel de emociones, pero, el que sigue es explosivo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top