24. Squali.
24. Squali.
REGINA
—Algunos medios ya están cambiando el titular de Asesina de ballenas a Líder injustamente acusada —comenta Dorothy mirando la tablet de regreso al backstage.
—Es un inicio. —Ajusto mi blazer—. ¿Qué tan mal abrimos?
—Las acciones de Global Beauty han caído un 8% —informa Julius. Camila me entrega una tableta y ver la gráfica roja es como recibir una patada en el estómago—. Azzagor Enterprises muestra una caída de 2%. Los índices siguen volátiles. Los analistas dicen que puede estabilizarse antes de que cierre el mercado con más declaraciones públicas.
Siento arcadas mientras analizo las cifras. Es manejable, pero sigue siendo un puto daño de ciento veinte millones. Clavo mis uñas en las palmas para que el dolor me ancle. No puedo permitirme perder la compostura frente a mi equipo.
—Quiero un informe de cómo esto está afectando a nuestras otras marcas y cuáles son los puntos débiles —ordeno a Camila y miro a Julius—. Vamos a nadar con los tiburones.
Doy indicaciones a Dorothy antes de retírame con mi abogado hacia el vestíbulo. Nos dispersamos y saludo primero a Tyler Specter. Sus gafas esconden unos ojos caramelo bordeados por ojeras. Tiene nariz aguileña, cabello pelirrojo canoso, complexión delgada y postura recta.
—Impecable discurso, Regina. —Estrecha mi mano—. La situación es un desastre, pero lo estás manejando con clase. No eres fácil de intimidar. Estoy contigo. Si necesitas algo más, solo dilo.
—Gracias, Tyler. Tu apoyo significa mucho ahora mismo. —Esbozo una sonrisa que, por primera vez en horas, no está forzada.
Jezabel Fournier es la siguiente. Está preocupada por la percepción mediática, pero su confianza en mí no tambalea. La anciana es dueña de una cadena de prestigiosos salones de belleza.
—Elton tuvo que irse, pero cuentas con nuestro respaldo —garantiza Jezabel—. Sabemos lo que vale la asociación contigo y esto no cambiará nuestra relación comercial.
Su nieto Elton es CEO de la importadora de su familia. Tengo planeado movilizar las cargas de minerales venezolanos con sus barcos.
—Aprecio su lealtad. La situación es solo un bache, nada más.
Otros empresarios y representantes ejecutivos son más cautelosos que solidarios. No me exaspero, yo actuaría igual velando por mi propio beneficio; sin embargo, basta que aparezca Antonio Wallace con su habitual sonrisa socarrona, y vuelvo a sentir leves punzadas en mi sien.
—Extraordinario, Regina. —Mete las manos en los bolsillos de su pantalón—. Nada como una crisis para empezar la semana.
Cruzo los brazos, mis dedos tamborilean contra la tela del blazer.
—Si no tienes algo útil que decir, no desperdicies mi tiempo.
—Me preocupa cómo este escándalo podría afectar a Kraptio, especialmente, en un momento en que nuestras propuestas ambientales son clave para cerrar contratos con los gobiernos europeos. Ya sabes cómo son de sensibles con las credenciales ecológicas.
—Curioso que menciones credenciales. —Finjo pensar, ladeando la cabeza—. Si no me equivoco, Kraptio ha enfrentado más de un escrutinio ambiental por decisiones tuyas... Oh, vaya que sí. Ya recuerdo las multas del Departamento de Energía en California y las críticas por el proyecto fallido en Manaos.
Lo veo tensar la mandíbula. Da un paso adelante como si eso fuera a intimidarme. Aaww. Sonrío divertida sin retroceder.
—Aquellos fueron problemas aislados y manejables —replica—. Nada comparable con el nivel de exposición de este escándalo. La mayoría de titulares no sólo dicen "Global Beauty", sino que llevan tu nombre bien grande —su tono malicioso—. Tampoco me trago eso de la auditoría rutinaria. No me digas que algo también se jodió en Azzagor Enterprises o ASysture y está por explotar otra bomba mediática.
Suelto una ligera carcajada.
—Son asuntos internos. Me parece adorable que intentes redirigir la mierda sobre mí cuando yo conseguí los contratos europeos que tanto te preocupan. Esta situación no pesará sobre Kraptio más que los escándalos que provocaste. —Sonrío cínica—. Tranquilo. La constructora estará bien.
Ajusta su corbata, su nariz arrugada y mirada desdeñosa.
—Sólo me aseguro de que no nos metas a todos en problemas.
La tensión escala mucho más antes de que yo pueda decir palabra, ya que su expresión cambia a una de cautela y retrocede un paso.
—Necesito un momento con Regina —exige una voz áspera.
Me giro encontrándome con un hombre robusto que se conserva a los cincuenta y siete años, de ojos gris azulado y ridículo bronceado que se ve tan artificial como su cabello rubio. Lleva un traje negro y, en la solapa, un pin con la bandera estadounidense.
Bernand Keegan.
Perfetto. Del idiota al imbécil.
Por puro reflejo, por si se le ocurre difamarme, busco con la mirada a Julius. Nada. Wallace se escabulle como un perro entrenado, lanzándome una última mirada de advertencia.
—Bernand, qué gran honor —mi tono dulce veneno. No extiendo mi mano. Él tampoco—. Me sorprende que un titán de la industria se presentara en lugar de enviar a otro para lidiar con esto.
Keegan mantiene su semblante neutro, pero hay un brillo en sus ojos que me pone en alerta. Es un depredador que acaba de olfatear la sangre.
—Nuestras carteras están interconectadas y no me conviene la baja estrepitosa que se aproxima si no se estabiliza la situación —su voz helada y postura rígida, casi militar—. Esto no desaparecerá con declaraciones y una campaña de relaciones públicas. Quedas como alguien incapaz de manejar los estándares éticos que se esperan de la CEO de un holding tan grande como Azzagor Enterprises. —Frunzo los labios por su énfasis como si yo fuera una ignorante—. Pero, por suerte para ti, puedo darle la vuelta al asunto. K-Corp mantiene una reputación impecable en prácticas sostenibles. Podríamos colaborar para redirigir la narrativa.
Impasible, enarco una ceja y mido su lenguaje corporal.
—Y sospecho que tu buena voluntad no es gratis.
—No te pediré algo que ya no hagas —su tono condescendiente—. Estamos a punto de lanzar una línea de dispositivos de monitoreo ecológico. Los chips Klass que produce Alphagine son perfectos para garantizar el rendimiento que buscamos. Sólo quiero que nos des exclusividad de distribución y una rebaja del 20% del costo actual.
Me tenso por dentro, pero no lo dejo notar. Mi expresión indiferente no cambia. Es un maldito buitre que se quiere aprovechar de la crisis.
—Puedo manejar el descuento; sin embargo, la exclusividad implica perder alianzas nacionales e internacionales —mi tono cortante—. Mi situación no es ideal, pero tampoco es desesperada.
—Con el volumen que manejarás, seguirás obteniendo beneficios. Además, piensa en lo que ganarías en reputación. "Regina Azzarelli se asocia con K-Corp para liderar la sostenibilidad tecnológica" Suena bien, ¿verdad? Mejor que lo que dicen ahora, porque, francamente, la prensa no te está tratando con amabilidad.
—¿Y tú sí? —bufo con ironía y su sonrisa se agranda.
—La cosmética no es tu terreno y quedó muy claro para el público. Pero está bien, no todos nacen para manejar tanta diversidad. —Niega con la cabeza—. Te ofrezco recuperar credibilidad y aumentar la confianza para futuras alianzas. Y, mientras tanto, dejamos que la competencia de ambos muerda el polvo. Nadie quiere ver a una mujer tan talentosa fracasar, porque su orgullo no le permite aceptar ayuda de un experto.
»Italia es conocida por ropa y comida, tu país no es precisamente un referente en liderazgo tecnológico —su tono burlón—. Aquí, en Estados Unidos, jugamos en otra liga. Charlotte será quien maneje los detalles. Yo sólo te abro la puerta al éxito.
Siento un calor que sube desde mi pecho, mis manos quieren cerrarse en su cuello. Me cuesta todo mi autocontrol no ceder al impulso de mandarlo a meterse su propuesta por el culo. Hierve mi sangre escuchar que no solo intenta pisotearme, sino que además menosprecia mis raíces.
Pero no le daré la satisfacción de verme perder el control.
Mis ojos se entrecierran un milímetro y alzo el mentón.
—Lo consideraré y hablaré con Charlotte. —Sonrío satírica—. Los italianos tenemos más claro el concepto de calidad sobre la producción en masa gringa. No me sorprende que vengas corriendo a mí, ya que necesitas excelencia para lograr innovar y tener éxito global.
Sus facciones se endurecen, mas no refuta y se gira brusco sacando un móvil de su bolsillo. Ignora a cualquiera que intente abordarlo y se larga. Converso con dos personas más, Camila me avisa que los auditores están presionando y que mi abogado se fue a mi oficina.
Raro.
Aprovecho la interrupción para buscarlo. No hay rastro apenas entro, pero noto la puerta del balcón abierta. Frunzo el ceño. Julius habla rápido por un teléfono satelital con tono molesto, su postura es tensa y su mirada preocupada cuando se encuentra con la mía. No cuelga y me regreso al interior para servirme whisky.
Voy por el segundo vaso escucho pasos detrás de mí.
Julius tiene la mandíbula apretada, se ve pálido. Tarda en hablar, como si buscara las palabras correctas.
Finalmente, suelta un suspiro pesado
—Edmond —musita.
—¿Qué pasa con él?
—Acaban de encontrarlo muerto. Se colgó en su habitación.
El vaso de vidrio resbala de mi mano y se rompe estrepitosamente. Me quedo mirándolo sin reaccionar por unos instantes. Arrugo la frente.
—¿Cómo...? —Trago en seco.
—Sospechamos que se asustó por el escándalo. —Toma mi brazo y hace que me siente en el sofá—. Dejó una nota para su prometida donde se despidió e hizo leve referencia a sus errores.
Muevo mi cabello hacia un lado, sintiéndome en extremo tensa.
—¿Posibilidades de que lo asesinaran?
—Ninguna. Los sabuesos son infalibles. Hank me lo corroboró.
—Merda, Julius. —Llevo una mano a mi frente por la presión—. No quiero a las autoridades en esto. Las implicaciones son claras.
—Despreocúpate. No habrá investigación. Hay evidencia de que tomaba antidepresivos antes de comprometerse e iba a terapia. El hombre tenía problemas. Ya encontraremos otra forma de obtener los registros.
Mi mano tiembla ligeramente. Porca miseria. No puedo permitirme esto ahora. Inspiro despacio dejando que el aire enfríe la ansiedad que amenaza con apoderarse de mí. Me centro en el dilema inmediato. Discutimos la propuesta de Bernand Keegan y la estrategia que planeo implementar. Es una decisión que no puedo tomar a la ligera.
—Si aceptar esto mejora las acciones lo suficiente como para estabilizar los índices antes de que cierre el mercado, podríamos ganar tiempo. La intervención de Specter Industries reguló las cifras un poco pero no podemos fiarnos —sopeso—. Tampoco puedo otorgar la exclusividad total de los chips Klass. Negocia hasta un 15% de descuento o el pago total con privilegio nacional de unos ASIC.
—Hablaré con su equipo legal para detallar los términos. —Se levanta—. Demostremos a los auditores que tienes el control absoluto. Debemos darles la noticia de Edmond para que ajusten la auditoría.
No nos lleva mucho prepararnos para la reunión con Searchix. Me sorprende que sólo se presente Turner y cuatro de sus subordinados, incluyendo a cierto individuo vestido con una camisa cuadriculada color amarillo yema de huevo. ¿Quién hubiese imaginado que bajo toda esa ropa espantosa sin gracia hay un exquisito manjar? Roswaltt es buen aprendiz. Una potencia sexual. Le sacaré máximo provecho para drenar el maldito estrés que he acumulado en menos de veinticuatro horas. Sin embargo... Es extraño... Busco su atención y, lejos de sentirse intimidado o tímido por mi mirada invasora, me mira serio, molesto...
¡¿Por qué carajos estaría molesto después de regalarle la segunda mejor noche de su vida?!
Lo ignoro cuando las voces se entrecruzan subiendo el tono de voz. Emerson difiere con mi asesor sobre la compra de acciones y cuestionan la legalidad de la transacción. Relacionan el método con la evasión de impuestos que llevan rato tratando de implicarme. Vuelvo a negar todo. Turner me echa en cara que, si exijo eficiencia y calidad, debo colaborar con ellos sin obstaculizar su trabajo.
Dejando a Julius orgulloso por mi fría diplomacia, les doy la razón a los auditores y con rapidez consigo calmar el ambiente. Si alguien gana cuando tiene todo en contra, esa soy yo.
Pactamos un acuerdo, Julius se retira para monitorear la negociación con los Keegan y recibo los avances de la auditoria que corresponden a cada lunes. Al terminar, me dispongo a ir con Dorothy, pero Roswaltt me alcanza en el pasillo. Enarco una ceja.
—¿Por qué torturas mi vista con esa camisa tan horrorosa?
Me cuesta creer que no comprenda la importancia de la apariencia.
—Quiero hablar contigo un momento —su tono serio. Muy serio.
Pienso en pedirle un oral, pero es riesgoso que nos vean juntos.
—No puedo, será luego.
—No, será ahora.
Antes de que pueda mandarlo al diablo, me toma de la mano y me lleva hacia un pequeño cuarto. Comprueba que nadie nos vea entrar y cierra la puerta encendiendo una luz. Lo fulmino con la mirada al darme cuenta que me ha metido en el cuchitril de conserjes.
—¡Alonso Roswaltt, espero que tengas una buena explica...!
—¿Compraste esas acciones de forma ilegal? —me interrumpe, colocando sus manos en mis hombros.
Enderezo mi espalda sin mostrar ni una pizca del ataque de nervios que me azota. El espacio es tan reducido que no puedo cruzarme de brazos sin tocarlo. Roswaltt está enfadado pero sus ojos lo traicionan para mirar las lomas de mis senos.
La acción aumenta mi seguridad.
—¿No escuchaste lo que dije en la reunión? —mi tono natural.
—Sí o no, Regina —sin alzar la voz, me mira con reto como un auténtico suicida—. Quiero que me digas la verdad. En las pocas veces que pudimos comunicarnos con Edmond Bartis siempre te señalaba por evasión de impuestos y tratos sucios.
—¡¿Y encontraron pruebas?! —Alzo las cejas, indignada, ofendida. Culpable o no, me cabrea que me señale así. Que él me señale así—. Investigaron a Bartis hasta el cansancio y si la evasión fiscal fuera cierta, desde un principio me pudo entregar para salvar su propio pellejo. Turner ya lo platicó conmigo y se tomaron las medidas necesarias en mi yate. Es inaudito que llegues a esa conclusión. Todas mis empresas operan de forma legal. Me expuse abriéndole mis puertas a Searchix de buena fe —bufo—. ¿Crees que sería tan estúpida como para ponerme la espada de Damocles en la nuca? ¡No oculto nada, Roswaltt! —Clavo mi dedo índice en su pecho—. Tu gente y tú ya deberían haberse dado cuenta de la cantidad de enemigos que esperan una oportunidad para dañarme.
Guarda silencio anclando su mirada en mis ojos sin apartarla ni un segundo. Suspira con un asentimiento y su gesto se suaviza. Se pasa la mano por la nuca y vuelve a su seriedad.
Se ve muy sexy así.
—Escúchame. Hay cosas que se escapan de mis manos... —Cierra los ojos y respira hondo—. Regina, será mejor que tomes precauciones. El perpetrador juega sus cartas para atacarte otra vez.
—El sabotaje de Global Beauty —susurro.
—Desfalcar tus fondos no le fue suficiente e irá por más.
—¿Por qué lo relacionas?
—Mi amigo Luther está rastreando los orígenes de la información filtrada en el escándalo y encontró pequeñas coincidencias. No tenemos nada conciso todavía, pero es un indicio.
Creo sufrir un aneurisma cuando siento mis arterias ser recorridas por la rabia en estado puro. Muerdo el interior de mis mejillas dando un paso atrás y mi espalda choca contra un estante. Roswaltt atrapa una caja con agilidad antes de que me caiga encima, la devuelve a su lugar cerniéndose sobre mí, sin tocarme... Pero es suficiente la cercanía para hacerme tragar saliva. Odio sentirme acorralada por otro cuerpo.
—Te pido que no seas terca en cuanto a exigirme un informe porque no escribiré nada de esto. Usa la información con cautela sin exponerme. Es todo lo que puedo contarte. —Me da la espalda y abre la puerta.
Sujeto su brazo antes de que salga y vuelvo a cerrar la puerta.
—No puedes soltarme todo eso e irte así —siseo—. ¿Por qué me adviertes si hace segundos dudabas de mí?
Roswaltt me mira por varios segundos, dando la sensación de que el tiempo se ralentiza y mi respiración se acelera al perderme en sus ojos.
—Porque quiero creer en tu palabra, Regina. Me pediste que confiara en ti y es lo que hago. —Sonríe de lado—. Entre tantos enemigos, es obvio que la reina necesita un aliado. —Toma mis manos para depositar un beso en cada una y se va.
Se va, dejándome con muchas preguntas, ira, confusión, un inmenso dolor de cabeza y una extraña opresión en el pecho que se conecta con una sensación de ligereza que no me gusta nada. La razón me da una bofetada mental sacándome de una especie de trance.
¿Qué demonios intenta ese chico?
El trato con Charlotte se concreta una hora antes de que cierre el mercado. Pese a la ausencia de mi experto en riesgo, Roche; el resto de mi equipo y Julius han hecho un trabajo impecable.
Ajustamos las condiciones para que me favorezcan más. Acordamos un descuento de los chips Klass del 12%, conservan distribución nacional e internacional; sin embargo, añadimos un descuento de 13% a la venta de los ASIC personalizados y exclusivos por un año. Charlotte garantiza el respaldo público Keegan y su intervención personal para calmar a los inversores. El comunicado oficial sale media hora después. La estrategia hace eco en los mercados, pero las cifras aún no recuperan su valor inicial.
La mañana siguiente inicia en Alphagine con una reunión junto a Zack Malone, quien ahora ocupa el cargo de Bartis como CEO. Nuestro ex socio fue cremado y no me interesó ir a la ceremonia. Nuestro ex socio no tuvo funeral, sino que fue cremado. ¡Puff! Aún no asimilo que el bastardo me cambió la jugada.
Cuando reviso los índices bursátiles a mediodía, en el Phantom rumbo a mi torre, veo que las acciones de Global Beauty han superado su valor previo a la caída. Respiro con alivio, pero mi irritación regresa elevada a la potencia de mil, tras recibir un mensaje de Emmett.
No pregunta, no pide, sino que exige que nos veamos en un hotel para almorzar. Entre más lo aplace, más exigente se pondrá, pero no estoy de humor para tratarlo. Sé que terminaré estampándole la primera silla que vea si intenta insinuar que tiene control sobre mí.
Me carcome que no pueda librarme de él.
Llego a la suite y Emmett me recibe con una sonrisa de suficiencia. Viste de negro, la camisa ajustada marca sus músculos, pero eso no disminuye las ganas de lanzarlo por un balcón.
—No recuerdo haber agendado una cita contigo —mascullo apenas cierra la puerta y cruzo los brazos.
Emmett entorna los ojos.
—Aclárame algo, en serio espero equivocarme, pero creo que me estás evitando —su tono enojado me causa gracia.
—Querido, permíteme recordarte que no eres el centro del universo, ni de mi vida. —Levanto mi barbilla—. Como habrás escuchado en las noticias, estoy lidiando con un ataque a mi reputación. Pero claro, ahora que la marea baja, decides aparecer. —Finjo indignación—. Vi tus fotos del domingo con una rubia en Miami. Quien debería sentirse evitada soy yo. Me desplazaste por completo.
Merezco un maldito Oscar. Emmett suaviza las facciones e intenta tomar mi mano. Repelo su toque.
—No es personal, me gustan más las rubias —admite descarado—. Deberías teñirte alguna vez. Serías irresistible.
—Amo mi cabello negro. Estoy divina al natural, no tengo la culpa de que no puedas percibirlo. —Lo esquivo yendo a la mesa, pero su mano atrapa mi brazo. Me zafo con brusquedad—. ¿Qué? No puedo creer que me hicieras venir porque no puedes esperar a la noche para tener sexo. Tenemos un trato, Emmett, pero no soy tu puta —gruño queriendo decir extorsión—. Si estás tan urgido, ¿por qué no llamaste a otra?
Saca una cajita blanca de su chaqueta y la extiende hacia mí. La tomo y abro sin despejar mi ceño fruncido.
Son unos pendientes de diamante.
—No me apetecía esperar hasta la noche para dártelos. Los vi y pensé en ti. No son cualquier joya. —Sonríe arrogante—. Pertenecieron a la familia imperial rusa. Sólo quedan tres de su tipo en el mundo. El brazalete yace en un museo de máxima seguridad, los pendientes están delante de tus ojos y, la tercera parte, de seguro expuesta en alguna subasta del mercado negro. —Se encoge de hombros.
Disimulo una sonrisa burlona. El collar, la pieza más grande, está guardado dentro de mi caja fuerte en mi yate junto con otras joyas. Nadie me lo regaló. Lo compré personalmente en uno de mis viajes por Europa.
—Son hermosos —murmuro.
No miento. Son hermosos, mas no me quitan el sueño y menos valen el preciado tiempo que estoy perdiendo aquí.
—Sobre todo caros y excéntricos, como te gustan —alardea y evito rodar los ojos—. También me preocupa el escándalo. Quiero saber cómo lo llevas. Yo también estuve ocupado y no pude llamarte.
Elijo la salida del cinismo.
—¿Y eso te preocupó antes o después de ir con la rubia?
Su mandíbula se tensa.
—No me gustan las mujeres celosas, son inseguras —advierte.
—No son celos. Soy un privilegio, no la segunda opción de nadie.
Me hace feliz que se distraiga con otra. Yo misma le pago un ejército de prostitutas, pero es necesario demostrar lo contrario para que piense que me interesa. Emmett no sólo quiere mi cuerpo, reclama mi atención.
—Las acciones de Global Beauty van en alza. —Coloca un mechón de cabello, que se escapó de mi coleta, tras mi oreja—. No entiendo cómo ocurrió el escándalo. Nunca tuviste problemas con compras de ese tipo. ¿Qué fue lo que pasó?
«Merda».
—Detesto los interrogatorios. —Ladeo la cabeza, seria.
—¿Por qué siempre piensas que estoy en tu contra? —su tono es de fastidio. Mmm. Qué difícil. ¿Será porque me chantajeas?—. En extremos de riesgo, tendrás que mover todos tus activos antes de que los congelen. Tú y yo debemos estar en buenos términos, lombarda bonita. —Posa sus manos en mis caderas—. Tengo formas de ayudarte, pero nunca me dices nada. Mi poder es limitado sin información.
Este tipo me gana en cinismo e hipocresía.
—Aprecio tu disposición, pero quiero resolverlo sola —soy escueta. Necesito desviar su atención: masajeo sus hombros y pectorales. Me trago mi mal humor, el asco y tomo su mano para que me siga—. Si vamos a pasar juntos este rato, prefiero desconectar. Haz algo más útil y quítame el estrés por lidiar con hippies.
Lo empujo al sofá y sonríe, consciente de que no debe presionar si quiere desnudarme. Antes de exponer mis negocios, prefiero complacer su necesidad carnal porque también me beneficia a mí. Después de todo, sea con él o no, el sexo despejará mi mente. Sí o sí, yo siempre gano. Aunque no me gusten los métodos, siempre gano. Siempre.
***
—¡¿Qué hiciste qué, Regina Helena?! —chilla Lorena, consternada, al otro lado del teléfono.
—¡No tenía opción! —Miro por la ventana del Phantom—. Lo odio, pero estoy lidiando con suficientes incendios como para que el maldito eche más leña. Quiso abordar el tema. Ya imaginé mil maneras de cómo podría usar la situación para manipularme. Julius investiga por si está involucrado. ¡Incluso a Roche, maledizione! —Aprieto el puente de mi nariz, mi respiración se acelera—. Es asfixiante no poder confiar ni en mi propia sombra. El escándalo no es una simple filtración.
—Gina...
—¡Y mi nombre todavía arde en las redes! ¡¿Hasta cuándo tendré que repetir que no patrocino ninguna matanza de ballenas?! —Palmeo el reposabrazos—. No lo toleraré. Demandaré a la ciudad entera.
—¡Regina!
—¿Qué? —jadeo.
—Tu gente trabaja arduo buscando a los culpables. Aparecerán, ya verás, pero te dará un infarto antes si no te relajas. Ven a mi casa esta noche —implora— Te preparé el jacuzzi.
—No puedo —mi tono seco—. Perdí demasiado tiempo con Emmett. Tengo una reunión pendiente.
—Y no es más importante que tu salud mental —regaña—. Vendrás a mi casa y, si prefieres, nos enfocaremos en el desfile de invierno para que sientas que todavía trabajas. Amas la mitología, mi amorosa compañía y la de Diana. Ven, te haremos sentir mejor. Pediré Brownies.
Paso saliva tratando de bajar el nudo que se forma en mi garganta.
—Iré a cenar si me desocupo temprano —susurro.
—Temprano o no, te esperaremos. No me gusta que pases la noche sola en medio de esta crisis —dulcifica su voz—. Tómate las cosas con calma, Gina. Entiendo que no es fácil estar en tu posición, pero la actitud con la que enfrentas las dificultades, influye mucho en tus decisiones. Saldrás de ésta con la cabeza en alto. Pase lo que pase, me tienes aquí.
Rivers estaciona frente a mi torre y me mira por el espejo retrovisor.
—Gracias, Lorena. —Cierro los ojos—. Ya llegué. Debo colgar.
—Te quiero. Cuídate.
Relamo mis labios.
—Igual —musito y cuelgo.
Tomo aire para ahuyentar la presión en mi pecho, ajusto mi abrigo y abro la puerta que luego sostiene Enrique. Al menos, gracias a las demandas por difamación, ya no hay ningún parásito en los alrededores.
O eso pensé porque una mujer bajita intenta abordarme.
—¿Regina Azzarelli? —inquiere con voz irritante.
—La única e inigualable —contesto de mala gana sin detenerme.
La castaña usa zapatillas bajas por lo que no se le dificulta alcanzarme.
—Mi nombre es Inés Lacroix, me gustaría hacerle un par de preguntas sobre la compra de Global Beauty —insiste imperativa.
—No tengo tiempo para periodistas.
Un gesto de mi cabeza basta para que Enrique se interponga entre ambas. Malditos paparazzi. ¿Hasta cuándo el acoso?
—Vengo de la fiscalía —sube la voz con toque divertido.
¡PUTA MADRE! Mi tacón se queda atorado en una rejilla y casi pierdo el equilibrio. Rivers se acerca rápido junto a dos guardias de la entrada. Me giro con lentitud y repaso a la maldita mujer de abajo arriba. Su cabello va en un moño ajustado y trae puesto un blazer negro barato. Ni yo anduve con esas fachas horripilantes en mi época de Wall Street.
—¿Es mensajera? —mi tono de burla.
Pido a Enrique que le permita acercarse y la mujer esboza una sonrisa.
—Soy la fiscal de distrito. —Muestra su placa con ínfulas y mi sonrisa desaparece. Un escalofrío recorre mi espalda y mi corazón se desboca—. Recibimos informes de la SEC que sugieren que usted manipuló el mercado. Las fluctuaciones en las acciones de Global Beauty son, cuanto menos, irregulares. Se sospecha que organizó una caída artificial para obtener beneficios antes y tras el repunte de las acciones.
Me cuesta todo mi autocontrol mantener mi rostro impasible.
—Pues, déjeme decirle que... —Levanto mi barbilla para marcar la diferencia de estatura—. Me niego a contestar bajo el fundamento de que no quiero. No tiene una orden para hacerme este tipo de preguntas.
Niega con la cabeza sin dejar de sonreír.
—¡Tan escurridiza como dicen! —alude, ¿feliz?—. Qué bueno que no vine con las manos vacías. —Me tiende una hoja de papel.
—¿Una citación? —Levanto una ceja—. Las acusaciones que hace son bastante fuertes.
—¿No están a la altura? Siempre escuché que la torre Azzarelli es el reflejo de su dueña. —Mira el alrededor. Varios metiches se han detenido a una distancia prudencial para ver el espectáculo—. Una organización prospera, elegante pero también construida sobre una base de engaños.
—No le temo a tu cargo... ¿Cuál dijiste que es tu nombre?
—Inés Lacroix —repite con falsa amabilidad—. Haré que no lo olvides, reinita, eres corrupta y eso me asegura que disfrutaré al máximo bajándote de tu exquisito pedestal. —Se despide con un gesto de la mano—. Nos vemos en la corte mañana.
Vuelve a sonreír y se da la vuelta para subirse a una camioneta negra custodiada por tres hombres con placa. ¡¿De dónde carajos salieron?! Aprieto tanto los dientes que podría romperlos. Enrique estira la mano en un ademán para que comience a caminar y salga del escrutinio ajeno.
Julius no responde y, desesperada, le envío un mensaje. Camila me espera fuera del elevador en mi piso y ordeno que nadie me moleste hasta nuevo aviso. El torbellino de ira no me deja pensar con claridad y menos razonar. Entro en mi oficina yendo directamente por el whisky. Bebo de la botella, pero mi respiración empeora. Salgo al balcón y aspiro el aire helado, negándome a sentir la presión de todos los eventos.
Negándome a ceder ante la debilidad.
Repaso mi mantra: mente fría. Postura altiva y mirada cínica. El secreto para ser intocable es hacerle creer al resto que nada puede afectarte. Nada. Un corazón de piedra no flaquea. No duda. Nadie puede joderte si no demuestras puntos débiles.
Aplico uno de los ejercicios de respiración que Sandra me recomendó para momentos así, cuando una ansiedad, que con vergüenza admito que me cuesta manejar, saca sus garras y las clava en mi cuello, ahorcándome, asfixiándome. ¡Cálmate, Azzarelli! La extensión de la ciudad a mis pies se nubla por lágrimas que me prohíbo a derramar, pero no son de miedo, son de rabia e impotencia. Maldigo el día en que acepté jugar póquer con los Goldskin y el día en que conocí a Emmett O'Conner. Doy un trago a la botella. Me instalo en una mesa de la terraza y me concentro en trabajar mientras llega Julius. No tengo cabeza para nada más.
Si Emmett no levantó estas alertas, igual podría aprovecharse del escrutinio legal para aumentar la presión sobre mí. Ni loca lo permitiré. Considero pagar la multa por los impuestos antes que se filtre la evasión y endeudarme a punta de favores con el gobierno. Pero será difícil explicar el silencio por no haber reportado el desfalco... y las transacciones que no borramos por culpa de Bartis.
«Estoy jodida».
Julius llega y lo pongo en corriente con la situación. Nos acomodamos en mi escritorio y decide hacer una videollamada, encriptada, con Roche. La noticia lo descoloca y, sin que se lo pida, decide regresar esta misma noche. Cazzo. Ambos reconocen que entramos en código negro.
—Nadie vinculará una cosa con la otra. La muerte de Bartis sólo nos perjudica retrasando la disolución del desfalco —asegura Roche pensativo.
—La fiscal no tiene pruebas para acusarte de nada o de lo contrario hubiese aparecido con una orden de arresto —explica Julius. Contrario a Roche que está igual de tenso que yo, luce tranquilo—. Debemos ganar tiempo para mantener al margen la auditoría.
Mi abogado y mi asesor debaten el proceso que cumpliremos al pie de la letra para que no puedan llevarme a juicio. Mientras observo cómo Roche se impone a la mayoría de las ideas de Julius, lucho con los instintos por volver con mi botella. Mi abogado hace una llamada que me parece eterna y cuando por fin cuelga, noto que tiene el semblante sombrío.
—En esta ocasión, no tendremos al juez Palermo de nuestro lado. Tendrás que declarar, Regina —decide.
—¡No! —me altero—. No puedo subir al estrado.
—Nos preparamos para esto —me recuerda Roche, poniéndose de acuerdo con Julius.
Me recuesto del respaldo de mi silla ejecutiva.
—Si me preguntan algo relacionado con Bartis, no podré mentir.
—No si los confundes —acota Julius mirando a Roche y luego a mí—. Te diré lo que vas a hacer.
A continuación, me hace repasar toda una estrategia de defensa en conjunto con Roche. Si me llevan a mí, no tardarán en citarlo también.
—El último caso de Inés Lacroix duró casi dos años —Julius lee la información que le acaban de enviar—. No descansa hasta obtener lo que quiere y contigo se ensañará. Para ella, eres peor que el anticristo.
Niego con la cabeza, soltando una risa seca.
—Perfecto. Que se luzca en este primer round. —Doy golpecitos con mi dedo índice a la citación—. ¡Es ridículo! A una gatita le ha dado por asumir que tiene lo necesario para enfrentarse a una pantera. Está muy equivocada si cree que me quedaré de brazos cruzados.
—Complicarás las cosas —advierte Roche.
Julius me mira fijamente esperando órdenes.
—Ustedes hagan lo que tienen que hacer. No me interesa qué, sólo desháganse de los cargos —zanjo y miro a mi abogado—. Quiero que averigües todo dato que sea de utilidad. Quiero saber lo que Inés Lacroix hace al despertar y antes de irse a dormir. Dónde vive, familia, seres queridos y enemigos. Lo que más le importa y lo que aborrece. —Paso la lengua por mis dientes. Mis colmillos—. Si esto se pone feo, usaré el comodín que sea necesario para ganar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top