22. Shibari

22. Shibari.

REGINA

Impaciente, tiro de la mano de Roswaltt para que se apresure. Camina detrás de mí sin dejar de manosear mi culo. La sonrisa de victoria por lo que se avecina dentro de mi suite, se borra en el instante que veo a Roche recostado en la pared frente a mi puerta.

—Fui a los muelles... —Su rostro se contrae—. ¿Interrumpo algo?

—Lo haces. —Muevo la cabeza—. Hablaremos mañana.

—No es conveniente.

La mirada de Roche delata la seriedad del asunto, igual que el recelo con Roswaltt. Maledizione! Conteniendo el mal humor, abro la puerta y con un gesto le pido que tome asiento. El chico se queda en el umbral con las manos en los bolsillos.

—Puedo irme si quieres. —Mira a Roche, que tampoco aparta la mirada de él.

—Será una conversación rápida —prometo—. ¿Tú quieres irte?

—No —asegura y sonrío por su convicción.

—Pasa. —Me cuelgo de su cuello para susurrar en su oído—. Usa la habitación, date una ducha y espérame vestido con un albornoz.

Retengo el lóbulo de su oreja entre mis dientes y lo suelto despacio. Me complace lograr mi objetivo: su cuello y orejas enrojecen con efecto inmediato. Me encanta hacerlo sonrojar. Entra sin apartar su mirada turbia de mis ojos. Mi asesor me explica que estuvo fuera de la ciudad resolviendo inconvenientes referentes a Global Beauty, y viajará a Londres para precisar nuevos negocios y la compra de mi nueva torre Azzarelli.

Darle la libertad a Roche para moverse entre la sombras por mí, es un acuerdo que hicimos hace mucho para cubrir mis espaldas. Soy dueña de muchísimos activos que no están a mi nombre. Moverlos alrededor del mundo de forma secreta es algo legal. Lo que no, ya depende del uso que se les den a las empresas fantasmas y las offshore. Sus finalidades principales hacen que sea mi método favorito: pagar menos impuestos y ocultar la identidad del inversionista y así ser tu propia competencia a la hora de hacer compras, controlar los precios del mercado... etc.

En mi caso, los usos que les damos, unos más sucios que otros, están en regla. Nuestras transacciones son legales. Julius es experto leyendo letras pequeñas y encontrando puntos ciegos en la ley.

—¿Accediste a las fantasmas de ASysture y Alphagine?

—Todavía no, pero pronto. Julius finiquitará los detalles. —Masajeo mi sien y señalo la puerta—. Como te habrás dado cuenta, estoy ocupada.

Me mira, incrédulo.

—¿Es en serio? —Aprieta la mandíbula—. ¿Desde cuándo pones un polvo por encima de tus prioridades?

Encojo los hombros, denotando que no me importa lo que opine al respecto. ¿Qué le pasa? Actúa como si no me conociera y él, en particular, al trabajar junto a mí, ha presenciado qué tan workaholic puedo ser.

—En este instante, mis intereses son eso: un polvo sucio.

Niega con la cabeza mientras se pone de pie.

—Es uno de los chicos de Marcus.

—¿Y? Es un jugoso colágeno. —Sonrío—. No puedo desperdiciarlo.

Roche tiende a ser serio e impersonal igual que yo, por esa razón, me extraña que su desaprobación se escape por todos los poros de su piel. No es la primera, ni será la última vez que me encuentra con un hombre a punto de meterse entre mis piernas.

—Cometes un grave error quedando con él —su voz se endurece—. Eres como la asesina que busca tener cerca al policía.

Levanto una ceja en un gesto de cínico disgusto. No sabe de mi error con Emmett y las Caimán, pero sí de otros tratos muy cuestionables.

—Mi mano derecha no se entera lo que hace mi izquierda. —Me deleito con su expresión afectada y dolida—. No me jodas si no quieres que te joda —advierto, fría.

Nunca le agradó que considere a Julius su igual. Aprieta el pomo de la puerta con más fuerza de la necesaria.

—Ese niño podría convertirse en un maldito grano en el culo. No sabes si busca meter las narices en donde no debe —rechista—. Ya está aquí. Disfruta tu noche, pero por tu propio bien, considera alejarte de todo lo relacionado con Searchix.

Doy un portazo al cerrar y apoyo mi espalda en la madera dejando salir el aire. Su declaración me molesta y me molesta aún más saber que no pararé. La adrenalina del riesgo me hace sentir viva. Palmeo mis mejillas, me sirvo una copa de vino blanco, paladeo el chardonay con los ojos cerrados y voy a mi habitación para prepararme. No soy idiota. Sé que es peligroso acercarme a un investigador que puede perjudicarme. Tengo la prueba con Emmett O'Conner. Sonrío con sorna. Es un insulto para el chico compararlo con mi banquero. Sin embargo, no confío en nadie.

Me quito la ropa y me doy una ducha rápida con un gorro protector para el cabello. Me embadurno con aceite de coco y un perfume con feromonas. Estrenaré uno de mis más ambiciosos conjuntos de lencería: sujetador con cristales rojos de swarovski, cadenas del mismo material parten de los tirantes y se enroscan en mis brazos hasta mis manos, formando preciosos brazaletes con gemas. Cinturón ajustado a mi cadera con tiras de cristal y cadenas de oro, tan largas como para esconder un tanga diminuto de encaje, otras más extensas, rodean holgadamente mis muslos. No mostraré lo que hay desde un principio, por lo que, para estimular la imaginación, me cubro con una bata negra que me llega por debajo de las rodillas. Mi maquillaje lo hago en tonos oscuros perfilándome bien los rasgos, poniendo mayor énfasis en mis labios con una barra color rojo oscuro. Aumento el delineado y sombras ahumadas en mis ojos, mi cabello lo dejo suelto en ondas, mis pies descalzos. Ajusto las serpientes doradas que abrazan mis tobillos, los pendientes y, por último, me coloco la pieza más costosa y llamativa de mi atuendo: un collar Cartier con una pantera de diamantes y ojos de esmeraldas.

Estoy orgullosa de la imagen que proyecto en el espejo. Me seduce y encanta. Gracias al vino o la anticipación, todo rastro de la vista de mi asesor ha desaparecido. Esta noche es mía. La satisfacción que conseguiré es mía. Cierro los ojos saboreando un instante la sensación de euforia.

En el salón, busco una botella de marsala junto con una copa. Me detengo frente a la puerta, meditando unos segundos. Hace más de tres meses que no juego con las cuerdas. Esta noche, sin duda, marcará un antes y un después en mi viaje a Chicago. Abro y, sin entrar, apoyo un hombro en el marco de la puerta y cruzo los brazos. Che diavoli? Completamente lejos a lo que esperaba, Roswaltt está tendido en la cama con su móvil de forma horizontal entre sus manos, de fondo se escuchan varios sonidos de disparos. ¿Es... un videojuego?

—¿Estás cómodo? —pregunto seria y se sobresalta.

—Por un momento creí que... ¡Wow! —Sus ojos se salen de órbita.

Es transparente para demostrar que le fascina lo que ve; pero, diferente a otros que piensan que soy el premio mayor, o una perra sin correa, este chico me mira con admiración, como si no intentara domarme y, por el contario, me idolatrara. Esa es una de las razones de por qué lo escogí. «Soy su diosa». Entro conteniendo una sonrisa y me muestro inmutable. En el armario, busco la maleta que traje por la tarde. Nadie me dice que no. Predije que aceptaría y equipé ambas habitaciones. No olvidé mi volpe. Extraigo un cofre negro y, por último, mi maletín de triple cerrojo.

—Cierra la boca o no haremos nada hasta que limpies el río de baba del suelo. —Dejo el cofre cobre la cómoda junto a la botella—. Sí, todo lo que ves es real. De carne y hueso.

Evito que me toque. Sirvo en bandeja de oro el festín, pero no lo dejaré comer hasta que conozca las consecuencias de entrar en mi juego.

—¿Escuchaste alguna vez la palabra shibari? —Me siento a su lado.

Me mira atónito y después niega con la cabeza. Me lo supuse. Quito los seguros al maletín con lentitud para dar un toque de misterio. Un "clip", y saco una cuerda de algodón azul índigo que le entrego.

—El shibari es un arte japonés de ataduras eróticas —explico.

Un arte que me concede una tranquilidad inigualable, que no consigo de ninguna otra manera. Ni con Nerón. La dominación es una práctica que sólo Sandra ha logrado explicarme su verdadero significado en mi vida.

Una terapia.

—Es muy larga como para atar solamente las muñecas. —La estudia con curiosidad.

—La cuerda se usa en todo el cuerpo. —Con mi dedo trazo líneas imaginarias por mis piernas, abdomen, pechos y brazos—. El objetivo es mantener quieta a una persona para hacerle lo que quieras.

—Italiana tenías que ser. —Finge horror—. Lo mismo hacen los mafiosos con los rehenes.

Tengo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír.

—La tortura será más placentera, lo garantizo.

—¿Quieres que te ate? ¿Por dónde comienzo?

—No, signor Roswaltt Yo quiero atarlo a usted. —Alza las cejas, enmudeciendo—. Además de la inmovilización, la base del shibari es crear patrones mediante las ataduras. —Le muestro folletos con imágenes—. Es cuestión de estética. No te haré daño. Antes que nada, tienes que darme tu consentimiento para permitirme ejercer mi voluntad sobre ti. Si algo no te agrada en el proceso, podemos parar y ya. Te prometo que estarás en manos expertas. —Dejo mi mano sobre su pierna—. ¿Confías en mí?

Sin pestañear, su vista va de las cuerdas a mí y viceversa, como si estuviera pensando qué contestarme. «Vamos, Roswaltt, habla o me dará algo». Rasca su nuca con duda y me exaspero. No entiendo su indecisión. Suelta un suspiro profundo, mirando la pantera en mi cuello.

—No tengo idea de qué pasará. Soy curioso, no cobarde, así que espero que sepas cómo soltarme luego. —Sonríe animado y esta vez se me hace imposible no contagiarme.

Aliviada, acaricio su pecho bajo el albornoz, arañando suave su piel y le doy un beso, uno húmedo y ardiente como seguramente nunca se lo han dado. No tarda en seguirme el ritmo. Absorbo su ingenuidad para darle la bienvenida a un amante dionisíaco. Me estremezco al sentir sus manos de pianista en mis caderas. Sujeto sus muñecas apenas intenta aventurarse por debajo de mi bata.

—No. —Muerdo su labio inferior y me alejo—. N o podrás tocarme.

En el armario, busco la bolsa que contiene la ropa que rechazó y de allí saco un slip negro Hugo Boss.

—Quítate el albornoz y póntelo —ordeno. No quiero que su polla me distraiga—. Siéntate en el centro de ese sillón. —Señalo el tántrico nuevo que está frente al ventanal.

—¿No usaremos la cama? —Alzo una ceja—. Es por la facilidad de... —Frunzo los labios—. Ah, este sillón es genial. Sí. ¿Quién quiere practicar sexo en una cama cuando se tiene uno como este?

Ruedo los ojos.

—Las manos en la espalda —indico.

Frunce el ceño un momento pero hace lo que le pido. Tanteo una pantalla incrustada en la pared para que una misteriosa melodía árabe inunde el ambiente. Empiezo a masajearle los hombros, me coloco detrás y, con una cuerda mediana, ato sus muñecas a nivel del coxis.

—Tengo unas tijeras aquí. —Se las muestro—. Puedo liberarte en un segundo. Recuerda: si sientes alguna incomodidad, avísame de inmediato.

—¿Una palabra de seguridad?

—No, sólo dime que pare y pararé. Capisci?

—Sí.

—Bien. Sigamos. —Recorro la cuerda con los dedos verificando que no esté apretada y subo por su columna vertebral—. Sei assolutamente mio per stasera —susurro en su oído y dejo un beso tras su oreja.

—¿Qué dijiste?

Mi respuesta es una de mis sonrisas favoritas: una perversa.

Atar a alguien no es sólo atarlo porque sí. Se necesita concentración en todas las reacciones de la otra persona. La presión sanguínea o la circulación es lo mínimo a tener en cuenta. Por ser su primera vez, no podré entrar en modo creativo. No quiero traumarlo. Recorro con mi nariz la línea que va desde su oreja hasta el hombro y de vuelta otra vez. Huele a jabón mezclado con su esencia propia. Inicio con pequeñas ataduras desde sus muñecas y subo a sus hombros dejando inmovilizados sus brazos. Me acomodo frente a él, sentada sobre mis talones, para trabajar en su pecho y torso con toda la parsimonia del mundo, creando figuras de rombos. Diamantes. Su calor corporal hace que arda en deseo. Arriba, los nudos en donde las cuerdas se cruzan, rozan sus pezones y rodean sus pectorales, bajo siguiendo la líneas de su abdomen formando más rombos y contiene el aliento cuando paso la cuerda por su pubis.

Lo miro buscando inquietudes y encuentro una mirada impresionada, oscura de pura excitación. La bata se me abrió un poco, exhibiendo la parte superior de mis senos. Para provocarlo, los paseo frente a su cara. Tengo que reprenderlo y contener las ganas de reírme cuando inclina la cabeza hacia adelante con gesto de inocencia. Respinga cuando aprieto sus glúteos antes de enmarcarlos suavemente con la cuerda.

«Perfetto».

Sirvo una copa de vino y bebo mientras me paseo por la habitación, admirando mi obra maestra. Oh, sí... así quería tenerlo desde que lo vi por primera vez. La luz tenue de la habitación, los rayos plateados de la luna que atraviesan el ventanal y el azul intenso de la cuerda, contrastan perfecto con su piel blanca, regalándome un divino orgasmo visual. Y ni hablar de lo que me provoca ver la combinación con sus ojos.

—¿En qué piensas? —Acaricio su mejilla—. ¿Cómo te sientes?

—¿La verdad? —Apoya la cabeza en mi mano.

—La verdad.

—Me siento ridículo —bufa.

—Las bolas no se te encogieron, querido. —Las acaricio por encima de la tela y se remueve—. En el sexo, no deben existir estereotipos, sólo personas que quieren disfrutar sin límites ni tabúes. Exprésame lo que te gusta o lo que quieres. No te cohíbas. Créeme que cuando terminemos, no serás menos hombre.

—No se trata de eso. —Niega con la cabeza y cierra los ojos—. Me cuesta tragarme que...

—¿Que quiero hacer esto contigo? —Enrojece—. La duda ofende. Ten claro que ni obligada haría algo que no quiero.

No se imagina lo mucho que me pone verlo indefenso. Tomo las tijeras y corto algunos nudos de sus bíceps

—¿Sientes los brazos? —pregunto atenta.

—Sí, no los tengo adormecidos —su voz suena más relajada.

—Levántalos y mantén las manos sobre tu cabeza —ordeno, sus muñecas siguen atadas—. Muévete hacia atrás y apóyate en el respaldo alto. Así estarás más cómodo.

Lo hace con facilidad. Tiene las piernas totalmente libres. El resto de los nudos no están muy apretados. Como buena anfitriona, velo que disfrute. Con mucho cuidado, hago un corte a cado lado del slip. Tiro de la tela atrapada y logro liberar su erección. Se remueve sintiendo el toque de mis dedos en el perineo y la caricia de mi otra mano en su falo.

—Quédate quieto. —Sujeto su barbilla—. O te ato al sillón. —Agito las esposas que cuelgan a los lados del sillón.

—¿Por qué estoy desnudo y tú estás... prácticamente vestida?

—Porque quiero.

Suspira y sonrío. Tomo la botella sin la copa. Se tensa al sentir el contacto frío de una gota de vino en la curvatura de su cuello.

—Suspenderé el juego —advierto seria.

Derramo una pequeña cantidad en su cuello hasta llenar su clavícula. Dejo correr algunas gotas por el resto de su cuerpo, disfrutando entre lametones y besos de la mezcla de sabores: Marsala y Alonso Roswaltt.

—Es una cosecha de 1995. Está buenísimo. —Doy un trago a la botella. Sus ojos se desvían a mis labios—. ¿Quieres probar?

Asiente, doy un sorbo directo a la botella y me inclino para depositar el líquido en su boca. Su calidez al mezclarse con mi frialdad por el hielo, activa mis terminaciones nerviosas más oscuras. Gruñe antes de tragar. Retengo su lengua con mis dientes y la chupo, invitándolo a que haga lo mismo conmigo, y así saboree el vino con todos sus agregados.

—Es fortificado y te necesito sobrio. —Dejo la botella a un lado.

El corazón le late muy deprisa, como a mí. En el centro de cada rombo dejo una marca de labial formando un muy bonito estampado en su piel. Me lo quiero comer entero. Repto siguiendo las cuerdas: con mis labios le acaricio desde el pecho hasta la V en su abdomen. Se sacude entreabriendo la boca en un claro gesto de que le gusta. ¡Está a mi merced! Estoy lo suficientemente húmeda como para darle el toque final a la noche, pero hasta ahora solamente lo he calentado, no ha sufrido y no puede terminar el juego si no lo torturo de verdad. 

«Hora de divertirse en serio»

Alcanzo la botella y doy un par de tragos, está casi por la mitad. Cambio la música y le subo el volumen. Como la profesional que soy, le doy la espalda al ventanal y me giro hacia él moviendo caderas y hombros cuando "S&M" de Rihanna inicia, cierro los ojos para sentir más la movida letra, bebo el Marsala y dejo que algunas gotas corran por mi cuello.

Volviendo a tener contacto visual, abro por completo mi bata siguiendo el ritmo de la canción, pongo las manos sobre mi garganta y dejo que vayan bajando hasta la parte superior de mis senos. No me quito el sujetador. Lo tiento acariciando mi areola por debajo del encaje. No puede ver lo que hago y eso lo está trastocando.

Me seduzco a mí misma. Solo yo tengo permitido conocer mi cuerpo en su totalidad. Sus caprichos. Sus anhelos y por eso es mi responsabilidad auto complacerme. Mis manos se deslizan por mi abdomen, encuentran el borde del tanga y me acaricio por encima de la tela una y otra vez. Introduzco un dedo y hago un círculo que me hace jadear. Mi espectador inhala bruscamente al ver mis reacciones.

Now the pain is for pleasure
'Cause nothing can measure

Quiero subir el nivel.

Del cofre negro que traje de mi habitación saco cuatro juguetes que marcarán la experiencia en su memoria como hierro candente. Sin quitarme los tacones, me subo a la cama, manteniéndome en su campo de visión con las piernas abiertas: una estirada y la otra flexionada para luego apartar despacio el tanga y, así, después de aplicarle lubricante, con cuidado pero con decisión me introduzco una joya anal. Ahogo un gemido. De los otros tres, elijo un vibrador de lágrima a control remoto para comenzar la verdadera faena al mismo tiempo que el coro inicia.

'Cause I may be bad but I'm perfectly good at it.
Sex in the air, I don't care, I love the smell of it

La mirada enfebrecida del chico se mantiene sobre mí emitiendo un silencioso ruego opacado por mis gemidos.

Quiere participar.

Continúo por largos minutos, intercambiando los juguetes y rotando la joya anal. Soy una mujer multiorgásmica. Siempre y cuando esté excitada, puedo alcanzar con facilidad el orgasmo y tener sin problemas otros más con la adecuada estimulación. Me siento en el paraíso.

—¿Ya terminaste? —ladra Roswaltt cuando llego a otro orgasmo.

Sonrío por su rostro de cachorrito regañado, desfigurado por la tortura que le impuse. Debe desear follarme con locura, estoy tan cerca pero a la vez es imposible que pueda tocarme sin mi permiso.

—Puedo continuar toda la noche. —Me incorporo sobre mis codos.

—Eres peligrosa, Regina. —Entrecierra los ojos—. ¡Malvada!

—¿Quieres que te desate o no? —Peino mi cabello con erotismo mientras me acerco a él, caminando como en una pasarela.

—¡Carajo, desde hace una hora! —Echa la cabeza hacia atrás.

Me cuesta evitar reír por su berrinche, incluso está algo trompudo.

—No lo manifestaste. —Beso su mejilla—. Si no tienes objeción, aún te necesito atado. ¿Aguantarás?

—Aguantaré —refunfuña—, pero no más individualismo.

Parece un viejito gruñón y eso es algo que me encanta en él.

—Tranquilo. A partir de ahora, seremos un equipo.

La alarma salta en su rostro tras fijarse en lo que saco del cofre negro.

—Regina... —en su voz hay una advertencia que me causa gracia.

—Tranquilo.

—¿Ya estás ebria?

—Me siento borracha de ti en este instante. —Acaricio sus labios con mi pulgar—. Prometo que no te dolerá. Es un anillo constrictor. Sirve para mantener la erección y darnos más placer a ambos. ¿Puedo colocártelo?

—Si me dejas inservible... —titubea nervioso.

—No te dolerá —repito—. Relájate. No tengo intenciones de castrarte ni nada parecido. Hazme saber si no te gusta y me detendré enseguida.

En su mirada hay curiosidad, miedo y excitación... Mmm.

«Deliziosa combinazione».

—Hazlo.

Corto dos nudos para liberar su mano derecha, apreso la izquierda a su costado y aflojo otros nudos para que tenga mayor movilidad. Le pongo un condón texturizado y luego el anillo. Se estremece cuando activo la vibración. Sólo llevando puesto el sujetador, el collar y otra joya anal, me siento en el espacio que hay entre sus piernas. Tomo su erección para pasearla por mis pliegues empapados. Roswaltt maldice bajito y, cuando menos se lo espera, me penetro provocándonos a ambos un gemido.

No tengo ni idea de qué canción suena, puesto que sólo escucho nuestras respiraciones. Pego mi pecho al suyo sintiendo las cosquillas de las cuerdas en mi abdomen. Recargo los brazos en sus hombros y rodeo su cintura con mis piernas para terminar en loto. Lo siento hasta el fondo. La poca movilidad de esta postura y del mismo chico, sólo aumenta el morbo de la situación. La mano libre de Roswaltt me sujeta por mi nuca para fundirnos en un beso agresivo que me deja los labios hinchados.

No le cayó bien que lo excluyera del juego.

El balance de mis caderas aumenta en conjunto con mis gemidos que mueren en su boca. La vibración del anillo alcanza mi clítoris. Me enloquece sentir su virilidad presionando mi punto G. Mis piernas están temblorosas por mi estimulación anterior, la joya en mi culo me hace flotar, y escuchar y sentir a este hombre me pone en blanco. Siento cómo una presión parecida a las ganas de orinar se aloja en la parte baja de mi vientre. Los gruñidos de Roswaltt provocan que acelere el movimiento de adelante hacia atrás, mis paredes se contraen y el hormigueo en mi vientre crece. Me aferro a su espalda, sintiendo que falta poco para el clímax.

Unos segundos más y me es imposible contener un grito escandaloso, liberando un squirting que me envía directo a un remolino de gozo.

—¡Joder! —gime varonil y se deja ir, apoyando su frente en la mía—. Me maravilla que puedas correrte así.

Sus palabras me hacen sonreír. Le quito el anillo y correspondo el beso que me da con fogosidad. Sería muy fácil volverme adicta a su boca. Nos besamos por minutos hasta que siento cómo vuelve a cobrar vida dentro de mí. No le doy tregua. Saco fuerzas de donde no tengo y le insto a cambiar de posición. Ahora soy yo quien queda en la parte alta del sillón.

—Esto será intenso. —Le coloco otro preservativo y unto lubricante, a pesar de que estamos muy resbaladizos—. Por ninguna razón apoyes tu pecho en mi espalda. —Arruga el ceño y asiente.

Dicen que nunca le des la espalda a tu enemigo. Pero en este preciso momento, no hay nada que me complazca más, que ponerme en cuatro, levantar mi culo en pompa, frotarme contra su erección al ritmo de la música, y presumir lo bien que me luce la joya antes de retirarla.

—Todo suyo, signor Roswaltt. —Lo miro por encima de mi hombro.

Esboza una sonrisa de oreja a oreja. Me toma de la cadera con rudeza e introduce la punta con cuidado a pesar de que estoy completamente dilatada. Me quedo quieta por la inefable sensación.

—¿Estás bien? —pregunta con los dientes apretados.

—Sí, déjate llevar —jadeo.

Me expande de una manera que nadie había hecho antes. A muy pocos les concedo el lujo de invadir mi culo, y no tenían un grosor tan delicioso. Me apretuja una nalga, me recorre el costado hasta llegar a mis pechos y luego coloca su mano junto a mi rostro para mantener el equilibrio. Sube una pierna apoyando la rodilla en el sillón y balancea la cadera. Gimo. Sus estocadas son tan suaves y profundas que pronto el placer suplanta cualquier molestia. Le indico cómo moverse y... Mamma mia! Temo sufrir un paro cardíaco cuando me quedo sin aire ante la irresistible plenitud. ¡No es reacio para captar instrucciones!

Apoyo la mejilla en el sillón para alzarme más hacia Roswaltt, a la par que busco mi clítoris y cierro los ojos, mientras nuestros jadeos retumban en la habitación. Mi cuerpo convulsiona y alcanza las nubes, sube más allá de la atmosfera y sucumbe a un orgasmo con la fuerza de un tsunami, luego otro, y otro que me convierte en un nudo de sensaciones. Roswaltt se quita el preservativo y se vierte sobre mi espalda, soltando un gemido ronco que me eriza la piel. Se queda sentado para no apoyarse en mí.

Sintiéndome peor que una gelatina, me apresuro a tomar las tijeras, corto las cuerdas para liberarlo y me dejo caer sobre la esponjosa alfombra, descansando mi cabeza sobre un enorme cojín. El chico no se queda en el sillón y se tumba junto a mí. Ninguno se mueve, recuperando el aliento. Me ha dejado hecha polvo; sin embargo, lejos de parecer cansado, Roswaltt aprovecha la cercanía para tirar de mi cintura y estrecharme entre sus brazos, apretándome contra su cuerpo.

Me tenso a medida que un escalofrío me recorre entera. Paso saliva.

—No vuelvas a hacer eso —susurro y me suelto de su abrazo.

—¿Regina? —Se incorpora.

Me mira con ojos cálidos y satisfechos mientras trato de controlar mis nervios. Niego y me coloco la bata. Lo empujo para que se tumbe otra vez y me siento a horcajadas sobre su torso para masajear sus músculos.

—¿Te irás conmigo a la cama? —musita.

—Debes darte otra ducha antes de dormir —acoto ignorando su propuesta. El olor a sexo está intensamente impregnado en ambos.

Exhala y mantiene los ojos cerrados. Su respiración, poco a poco, se vuelve más pausada, por lo que aprovecho para quedármele mirando. Lo felicito mentalmente por su buena disposición y aguante. Este chico es todo un hallazgo, es la primera vez que muestro esta faceta a un hombre que no trabaje como gigoló. 

Una faceta que se conecta con la escabrosa penumbra creada por mi pasado.


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