22. Negociemos.

22. Negociemos.

ALONSO

—En Searchix jamás sucedió algo parecido. Esto va más allá de la ética y la lealtad profesional —habla Astrid, preocupada.

—Tiene razón —concuerda Jorge—. Por eso que nunca avanzamos. El perpetrador conocía nuestros movimientos y se preparaba para ello.

—De ahora en adelante, nuestra prioridad será descubrir quién está filtrando la información —apunta Brad—. Si Regina llega a enterarse, nos demandará por millones. Dejará a Searchix en la ruina.

—A cada involucrado —interviene Astrid y siento un escalofrío.

—Sólo nosotros nos concentraremos en descubrir al topo. Nadie más —exige el señor Turner—. Manejaremos este asunto con cuidado. Nuestro prestigio está en riesgo.

Marcus Turner, Brad, Jorge, Astrid y yo nos pasamos el día detallando una nueva estrategia. Jorge y Luther se encargarán de descifrar el resto de archivos encriptados hallamos. La mayoría están cifrados y requieren un tratamiento minucioso. Brad pide que me quede al terminar la reunión.

—Gracias por traer a tu amigo. —Me tiende una botella de 7 up.

—Él es feliz con tal de hacer una buena acción —Ironizo. No ha parado de insistir con respecto a mi hermana y yo de esquivar el tema.

—Varios chicos del A se quedarán esta noche con algunos de nuestro equipo —avisa—. Encontraron una pista. No quieren interrupciones para rastrearla. Te quiero a ti dentro. Ahora sólo podemos confiar en pocos.

¿Qué?

—No puedo quedarme. Tengo una presentación musical en dos horas.

—¿Eres músico? —Me mira con sorpresa.

—Toco el saxofón en una banda.

—De joven jugaba beisbol hasta que me lesioné el hombro en prácticas para un campeonato estadal. —Mueve circularmente su hombro, impotencia en sus ojos—. Solía soñar que entraría a las nacionales.

—Lo siento. Suena duro.

Hace una mueca de pesar.

—Fue fatal.

—Yo quiero tocar frente a un gran público —confieso—. Al ritmo que vamos, tal vez se cumpla algún día.

—Y eso es un gran sueño; sin embargo, hoy tendrás que ausentarte.

—Pero...

—Concéntrate en lo primordial, Alonso. —Coloca una mano en mi hombro—. Has logrado mucho. Cuando terminemos este caso, está más que asegurado tu ascenso.

Se va, dejándome helado en mi lugar, sin moverme o poder articular una defensa apropiada. ¿No debería sentirme feliz porque me toman en cuenta? ¿No debería estar eufórico por mi posible ascenso? Tiro del cuello de mi camisa y aflojo el nudo de mi corbata. Más allá de sentir molestia, la frustración me descoloca. No puedo volver a ausentarme. Envío un mensaje de voz a Gary, el color azul indica que lo leyó pero no responde. Extraño esos tiempos en los que podía componer, tocar y hacer lo que me gustaba cada vez que quería. La vida de adulto da asco. Las horas transcurren con una lentitud que amenaza con matarme. Una vez termino el trabajo en la oficina, voy al piso veintitrés, en donde se halla el servidor principal de Azzagor Enterprises y Luther hace su magia en silencio. Estar fuera de su hábitat natural le causa ansiedad

—El sistema está hackeado —corrobora Luther.

—¿Nuestro sistema nuevo? —pregunta Jorge, palideciendo.

—Está más podrido que el anterior. Pude bloquearlo pero ya sacaron copia de todos los registros.

—¿Si ya tiene los millones en su bolsillo, por qué tomarse el riesgo de continuar con el sabotaje? —musita alguien.

—Vigila el cadáver para que nadie se acerque —responde otro.

El color abandona el rostro de más de uno. Los murmullos se hacen escuchar y Jorge da instrucciones. Miro a mis compañeros detenidamente, son los mejores de Searchix y no paro de preguntarme si el topo está entre ellos. Me siento irritado, desanimado y cansado cuando, por fin, a punto de dar la medianoche, Curtis me releva y puedo irme a casa. Arrastro los pies hasta el elevador viendo en Instagram los post de Austin. Están celebrando el éxito de la presentación. La paliza que me dieron el día que intenté formar parte del equipo de rugby en la preparatoria, dolió menos que escucharle decir que su banda está compuesta por tres. El video se corta antes de que Harper intervenga. ¿Decidieron expulsarme?

Del tumulto de personas que espera, sólo entran algunos, me abro paso sintiéndome aturdido y abordo. Cierro Instagram y anhelo mi camita. Las voces son como zumbidos y aumentan mi dolor de cabeza. ¿Por qué tanta conmoción? Sigo el rumbo de las miradas curiosas y entiendo. Regina mantiene su habitual gesto serio e inescrutable en el otro extremo del elevador. ¿Todavía sigue aquí? Juro haber escuchado que se fue antes de mediodía. Mientras el elevador desciende, se detiene para que más personas aborden y otras bajen.

Regina frunce los labios mientras ve a los empleados comunes. No hay que ser lector de mentes para darse cuenta de que no le gusta la acumulación de gente, la compañía... o, sencillamente, juntarse con la plebe. Paso una mano por mi cabello, miro al frente y... joder, joder, mis ojos se encuentran con dos verdes en el acero. Repasa con disimulo mi camisa. Yo miro a otra parte. No tengo ánimos para lidiar con ella. Queda alguien más y nosotros. Vamos por el piso diez cuando las puertas se abren y la última persona baja. En el reflejo del acero noto que Regina vuelve a desviar los ojos hacia mí, específicamente a mi pecho. ¿Qué ve? Tengo todos los botones de la camisa abrochados. No hay manchas. Arrugas. Estoy impecable. Pulcro. Peinado. Hasta uso el perfume que me dio.

La tensión se densifica al punto que podría cortarse con un cuchillo.

—¿Qué? —La miro serio.

—Nada. —Aprieta los labios para evitar sonreír.

—No, ¿qué? —insisto, fastidiado.

—Traes el Tommy Hilfiger y la corbata azul de tu primer día aquí.

«Ese primer día».

Miro mi reflejo en la pared. Sí. Luzco bien. De verdad me esmeré en venir arreglado hoy por la reunión con el señor Turner; sin embargo, esta mujer le encuentra un pero a todo. TODO.

—¿Y eso es malo? —pregunto, tirando de las mangas del saco.

—No. No. —Sonríe—. Para nada.

—Ah.

Ninguno aparta la mirada del otro. Lleva un vestido negro que le queda como una segunda piel, con un escote que invita a contemplarlo más de lo socialmente permitido. Cierro los ojos. ¿Cuánto falta para llegar? Para mayor o menor tortura, no trae medias de seda. Sus piernas están descubiertas y me llaman como imán al metal. Quiero tocarlas.

—¿El aire acondicionado falla seguidamente? —Veo la ventilación mientras aflojo más mi corbata.

—Nunca.

—Creo que hoy sí.

—¿Tienes calor? —su tono insinuante.

—Más que eso, parece electricidad estática. —Siento mi piel erizarse.

—Sí, es espeluznante.

—¿También lo sientes?

—Y no me gusta nada. —Esboza una mueca.

En efecto, noto que la atmósfera entre los dos se carga. Debería evitar todo tipo de contacto no profesional con esta mujer; pero en este lugar tan pequeño, me atrae a un nivel primario que no comprendo. Nos limitamos a mirarnos fijamente. Al igual que a mí, se le entrecorta la respiración. Una chispa ardiente derrite el hielo de su mirada impenetrable.

Ella muerde su labio inferior.

Yo retengo el aire en mis pulmones.

Todo ocurre demasiado rápido y no sé quién se mueve primero. De lo único que soy consciente es que impide con habilidad que la acorrale contra la pared, dejándome a mí contra el acero. Nuestras bocas se mueven en sincronía desesperada. Hambrienta. Tengo una mano perdida en su cabello a la vez que las suyas tiran de las solapas de mi traje. Sospeché que tenemos química, pero no me esperaba algo tan explosivo. La fricción entre nuestros cuerpos emite una onda eléctrica que se expande por mis venas y me impulsa a explorar todas sus curvas. Su cuerpo se yergue y hace presión contra mí. Sin despegar sus labios de los míos, como puede se las arregla para intentar alcanzar el botón de emergencias. La detengo, sujetándola con fuerza para mantenerla quieta.

Se tensa y se libera de mi agarre en sus muñecas.

—¿Qué pretendes? —Su gesto es de absoluta incredulidad.

—Evito cometer otro error —La sujeto por la cintura cuando intenta de nuevo llegar al botón. Niego con la cabeza.

—¿No quieres? —Frunce el ceño—. Una parte de ti grita sí. —Se restriega en mi bulto. Gruño por la sensación. Hoy en día uno no puede confiarse ni de su propio cuerpo.

—Regina... —mi voz ronca también me delata—. Después de cómo me trataste ayer, no deberíamos estar haciendo esto.

—No, no deberíamos —reconoce a centímetros de mi boca.

—Entonces, suéltame.

—Suéltame tú. —Rodea mi cuello con sus brazos.

—No. Suéltame tú primero.

Entorna los ojos Sus senos suben y bajan al ritmo de su agitada respiración. Mi cavernario interno grita que acepte para distraerme de mi chasco laboral, mas no puedo hacerlo. No la usaré.

—Tú te estás quejando.

—Tú dijiste que sólo somos clienta y auditor —devuelvo, confuso, caliente y molesto.

—¿Es mentira? —Su nariz recorre mi mandíbula—. Tú eres el ofendido por recordarle una verdad.

—¿Con malos tratos?

—Despreciaste un regalo que pedí especial para ti —alega ofendida.

—No rechacé la ropa con esa intención.

—¡No soy adivina!

—¡Yo tampoco! Eso no justifica que me trates mal y tampoco explica el beso que nos acabamos de dar —reclamo confuso.

—¿Es reproche? —Sonríe pícara—. ¿No te gustó?

—Usted aseguró que no se repetiría, madam. —Intento mostrarme serio a medida que acaricio su espalda.

—¡No es culpa mía que me calientes! —Tira de mi corbata—. ¡Es tuya por verte sexy con este traje! —me acusa como una niña pequeña.

Nos retamos con la mirada. Esta mujer es incomprensible en todos los sentidos. Tan voluble. Impredecible. Fascinante. Aprieto los dedos en sus glúteos para pegarla más a mí, jadea y vuelve a frotarse rítmicamente. La esperanza nace en mi pecho. ¡Ejerzo efecto sobre ella! No me da tiempo de asimilarlo. Cuando me acerco a su boca para besarla, el elevador se detiene y nos separamos sobresaltados antes de que las puertas se abran.

Exhalo. Un grupo de personas entran, algunos le buscan conversación a Regina, otros la miran con curiosidad, temor e incluso admiración. Ella evita el contacto visual directo y, discreta, se concentra en acomodar su maquillaje. No lo veo necesario. Casi no se nota que... aunque, no... sí... rayos... le dejé un tanto desordenado el cabello. Ay. ¿Se enojará? Las puertas se abren en el vestíbulo. Afuera, la italiana se me acerca con aire autoritario bajo la atenta mirada de todos los curiosos.

—Aquí le señalo la cláusula que debe corregir. —Me entrega una nota doblada—. Que sea la última vez que recibo un informe con errores o estarás fuera —advierte con voz fría.

Regina pasa de mí como si nada hubiera ocurrido segundos atrás y hace su camino a la puerta principal. Leo la nota sintiendo mi pulso acelerarse de nuevo.

Mañana en el restaurante del hotel.

20:30

***

Mis planes habituales de un sábado se basan en hacer compras, ensayar, jugar o pasar tiempo con mis sobrinos. Paso toda la mañana y la hora del almuerzo practicando platillos extranjeros con la señora Marcia. Le llevo algunas de nuestras creaciones a Nathaniel pero prefiere lanzarse por la ventana del último piso antes de ser envenenado. Por la tarde, tras sacar a Otto a caminar un rato, me doy una ducha. Estoy terminando de afeitar mi barba cuando el timbre suena. La insistencia y los ladridos provocan que casi me quede sin nariz.

—¿Cuándo pensabas decirme que te hicieron una sesión fotográfica casi desnudo, Benjamin? —inquiere Natasha apenas abro.

Estampa contra mi pecho una revista. Frunzo el ceño y leo el artículo con mis fotos... mis ojos se salen de órbita. Mierda.

—¿Sabes lo incómodo que fue enterarme por mis posibles futuras colegas, quienes babeaban como idiotas, que mi hermano pequeño es un modelo de bóxeres exclusivos? —Rasca la panza a Otto sin dejar de fulminarme con la mirada.

—Ya no soy pequeño —murmuro.

—Lena y tú siempre serán los más pequeños para mí. —Entorna los ojos—. Habla ahora, Benjamin.

Suspiro y revelo cómo sucedieron las cosas. Antes omití la sesión por inseguridad y miedo a la reacción de mi padre. Incluso aprovecho para contarle sobre Luther, pero me sorprende con que ayer acordaron salir. Su furia se medio disipa y habla sobre cómo le fue en la entrevista. La abrazo y le transmito mi total apoyo. Aún no es seguro que obtenga el empleo.

—La asistente de la jefa de recursos humanos enloqueció cuando emparentó nuestros apellidos. Quieren conocerte en persona y sacarte más fotos. A otras les costó creer que somos hermanos. —Baja la mirada—. ¡Puff! Estoy... —Niega con la cabeza.

—Sácalo o la presión será peor —insisto cariñoso.

—Estoy asustada. No sé cómo encajar ahí —murmura y acaricia a Otto—. Investigué y me gustan los nuevos objetivos de Reflecteur. Me llaman la atención, pero sigue siendo una revista de modas, de las grandes. Elegante y prestigiosa. No me proyecto rodeada de todas esas... Barbies.

Natasha Roswaltt es preciosa y no lo digo porque sea su hermano. Es idéntica a mi madre. Sin embargo, la falta de confianza en sí misma le ha traído repercusiones. Sobre todo, cuando la familia de Eleazar Gastrell, el cobarde británico que fecundó a mis sobrinos, la humilló hace unos años.

Hay situaciones que marcan y no se olvidan.

—No te preocupes. Lorena no sigue esos estándares anticuados, su visión es más flexible. —Señalo mi traje—. Durante los primeros días en torre Azzarelli, sentí que no encajaba entre tantos ejecutivos estirados, pero estoy aprendiendo a desenvolverme en las altas esferas sin convertirme en un tonto snob. No cambiaré mi forma de ser porque otros me juzgan.

—Te aseguro que no es igual. —Rueda los ojos—. No lo entenderías.

—¿Porque soy hombre?

—Comenzando porque eres hombre y no te maquillas.

—No, Nat. Lo imbécil está en todos los géneros.

Vuelve a negar con la cabeza, hundiéndose en la negatividad.

—¿Y si le dan el puesto a alguien que se amolde mejor? —Detiene su caricia y Otto reclama su atención apoyando la cabeza en su pierna.

—Si otro consigue el puesto, enhorabuena por esa persona. Pero la revista perderá a alguien muy talentosa. —Aprieto su mano—. No puedo asegurarte si saldrá bien porque no lo sé, mas sí conozco tus habilidades. Cuando ellos también lo hagan, se sentirán afortunados de trabajar contigo.

—Dudo que suceda tan fácil —musita y esboza una sonrisa triste.

—Lorena es amable, no creo que sea mala jefa.

—Tal vez, pero si logro entrar, seré sólo su asistente —suspira—. No podré escribir nada a menos que presente un título. La posibilidad de hacer escala es menor a cero.

Aprieto la mandíbula. Maldito sistema.

—Joder.

—Sí. —Suelta una risita cansada—. Joder.

Cambia el tema direccionando la conversación hacia mí. Hablo limitado sobre cómo me va en Searchix, pero omito los problemas con la música para no preocuparla. Se hace tarde y me toca correr para llegar a tiempo a mi ¿cita? ¿Es una cita? No, una cita no... ¿o sí? Inhalo. Exhalo. Inhalo. Exhalo. No quiero que crezca más la estúpida emoción que me recorre de pies a cabeza. No quiero salir lastimado. Me reuniré en privado con una mujer increíblemente hermosa con la que ya tuve intimidad, mi clienta, técnicamente mi jefa y la misma que aseguró fríamente no repetir.

Sonrío cuando entro al hotel y reviso que mi cabello rebelde siga peinado. No mentí sobre que me importa una mierda la sociedad y sus prejuicios pero las cosas cambian cuando se quiere quedar bien ante una mujer. Indico al maître que busco a madam Azzarelli. Me avisa que me está esperando y ordena a un camarero que me oriente. Cuando llego a su posición, mi ánimo decae. Regina está sentada en una mesa con su abogado, quien me saluda formal y se levanta tomando su maletín. Se retira luego de decirle a la italiana algo que parece una advertencia.

Regina, seria, informa que cenaremos en otra parte. Suspiro. Su perfume y vestido negro ajustado me nublan. ¿Cuándo me acostumbraré? No puedo verla como si fuera la octava maravilla del mundo. Le doy un repaso y meneo la cabeza. «Es la jodida octava maravilla del mundo». No soy el único que lo cree. Tengo que colocarme tras suyo mientras subimos unas escaleras, pues advierto que varios tipos no despegan su vista de ella con fascinación y algo más oscuro que no me gusta. «Cabrones». El piso de arriba es más exclusivo que el inferior. Un chico con uniforme nos conduce hasta una lujosa sala privada. Dos camareros nos retiran las sillas, nos colocan servilletas sobre el regazo y luego los platos en la mesa.

—Espero no te importe que haya pedido antes, quise ahorrarnos tiempo. —Regina me desliza la carta de vinos—. Elige tu bebida. No sé si quieres beber alcohol o no.

Le pido recomendación porque jamás había leído tanta tipología de vinos. Mi cena es escalopes de ternera con guarnición de papas horneadas y ensalada de champiñones. Esbozo sonrisa viendo lo que hay en su plato.

—Sí te gusta lasaña —comento una vez estamos solos.

—Es mi platillo favorito —admite y mi sonrisa se ensancha.

—Ah, qué casualidad que lo haya adivinado.

Bebe de la copa y saborea el vino sin cortar el contacto visual, apenas tocamos la comida por estar distraídos entre nosotros. Carraspeo sin poder contener más la presión.

—¿Por qué me citaste, Regina? —Suelto el tenedor y me acomodo en el respaldo de la silla.

—¿Impaciente? —Enarca una ceja

—Más bien intrigado.

Seca sus labios con una servilleta. Refleja finura y estilo en cada uno de sus movimientos.

—Quiero hacerte una propuesta, pero debes tener una mente abierta.

Esbozo una pequeña sonrisa.

—Con usted siempre hay que mantener la mente abierta, madam.

—Buena puntualización, querido. Iré al grano. —Bebe de la copa—. No negaré que me atraes y no es necesario preguntarte si yo a ti. Es fácil reconocer el deseo en un hombre. —Hace una pausa, estudiando mis reacciones—. Estaré en el país hasta que se resuelva el caso del desfalco, durante ese tiempo, quiero que estés dispuesto a satisfacer todas y cada una de mis fantasías sexuales.

Parpadeo y seco el sudor de mis manos en mi pantalón.

—¿Quieres tener sexo conmigo... varias veces?

Necesito confirmar que estoy cuerdo. O despierto.

—Básicamente, sí. El convenio durará lo mismo que las ganas. Nos detendremos cuando uno de los dos se canse. De aceptar, te advierto antes que mis gustos no son convencionales.

—Esto es demasiado confuso. —Sacudo la cabeza—. ¿Qué pasó con lo de que no mezclas placer y trabajo?

—Dije que no me gusta, no que no lo haga. No es muy ético que un auditor mantenga una relación más que profesional con su clienta.

Me tenso, alarmado.

—¿Podrían despedirme?

—Podrían. —Asiente muy seria—. Si nos descubren, es posible que no vuelvas a ejercer como auditor. Tu moral sería puesta en duda.

—No lo sé —titube pensando—. La verdad es que no puedo correr esos riesgos y darme el lujo de perder el empleo.

—¿Olvidas con quién hablas? —Me mira con arrogancia.

—Con todo respeto, el trabajo en tu torre es temporal. No eres mi jefa directa. Mi responsabilidad inmediata es con Searchix.

Soy franco. Ningún enredo caliente vale perder mi empleo. Mis sobrinos me necesitan, mi padre me mataría y estoy ahorrando. No quiero malentendidos, muy a pesar de que mi neandertal interior me amenaza con su mazo para que no se me ocurra rechazarla.

—Estás en todo tu derecho de negarte. Si lo haces, no habrá resentimientos. Entre nosotros dos nunca ocurrió nada —su tono satírico.

Asiento, aún pensativo. Detesto la idea de no volver a tocarla. El camarero aparece rompiendo la tensión del silencio, nos llena las copas, le deja una bandeja con bombones y a mí lo que me parece un pudín.

—¿Qué tipo de fantasías quieres que te cumpla? —pregunto curioso.

Sonríe con suficiencia.

—Nada complicado. ¿Tienes experiencia con el bondage? —Muevo mi cabeza dubitativo y acaricia mi mano—. A ver, la comunicación debe ser fundamental para que esto funcione. Exprésate sin cohibiciones.

—Pues... Tengo poca experiencia en general —revelo tímido.

Me mira boquiabierta.

—No me digas que eras virgen. —Sus ojos brillan con morbo.

Me atraganto con el pudín.

—¡No! —Toso—. Me refiero a que... estoy acostumbrado a lo vainilla y lo que hicimos fue diferente. Muy diferente. Fantásticamente diferente. Nunca había hecho algo tan... intenso.

—¿Hace cuánto que no follabas? —Ladea la cabeza.

Mis orejas arden y me remuevo en la silla. Genial. Creerá que estoy desesperado, urgido... bueno, quizá un poquito... un poquito bastante. Me mira con intensidad, insistente por respuestas

—Mi fiesta de graduación. Hace ya más de... un año.

Me mira como si me hubiesen salido tres cabezas. Mis orejas arden.

—No. Imposible. —Niega con el índice—. Dime cualquier otra cosa pero eso no te lo creo.

—Es la verdad.

—¿Ni sexo casual? —Niego—. ¿No hay ninguna chica de tu interés?

«Tú».

—Nada serio desde mi última novia.

—Eres joven y guapo. Llamas mucho la atención. No... no entiendo.

Salí parecido a mi mamá, sé que feo no soy.

—Después de terminar con mi ex, salí con algunas chicas. Me gusta conocerlas antes de quitarles la ropa, pero perdían interés apenas salía a flote que era mesero y músico de bar —confieso apenado—. Asumieron que no pude ofrecer algo, que era un don nadie sin un futuro muy claro.

—Como si no pudieran tener su propio dinero —bufa indignada—. A mí no me importa si vives en la calle cual pordiosero; pero no seremos novios, sino amantes —aclara rompiendo mi ilusión—. No pierdo tiempo en implicaciones sentimentales. Me gusta mi libertad y tomar decisiones con lógica: la razón de un noviazgo es alcanzar el matrimonio. Eso no va conmigo. Menos puedo imaginarme follando con la misma persona el resto de mi vida. —Rueda los ojos.

—¿Y no le temes a la soledad? —murmuro.

—No puedo temerle a la compañera que me respalda —responde con cinismo—. ¿Todavía Crees en las relaciones formales después de tantas decepciones amorosas?

—Yo sería feliz con tal de hacer sonreír a la misma mujer hasta que mis días finalicen. —Le sostengo la mirada—. Sí. Me han roto el corazón otras veces, pero no significa que permitiré que una experiencia afecte al resto de oportunidades. Se aprende de los errores. Creo que sólo no he coincidido con la persona correcta.

Confieso sin importar que piense que soy idiota. Los rechazos no me afectan como antes. Aprendí a dejar ser lo que tiene que ser, y no forzar lo que no... pero con Regina, mis leyes de paz interior quedaron obsoletas.

—Dicen que el amor se extingue con los años y queda la complicidad del compañerismo, la lealtad o la mera costumbre para no divorciarse. No lo sé, pero quiero averiguarlo. Quiero vivir la aventura de enamorarse y amar siendo correspondido. No me niego al matrimonio. Hincaría la rodilla y daría el por una mujer que tenga sentimientos sinceros, y esté conmigo incondicional en las buenas y en las malas. —Sonrío sin despegar los labios—. Me doy cuenta que es muy diferente a tu forma de pensar.

Regina se queda inmóvil. Todo rastro de diversión, sarcasmo y arrogancia desaparece de su rostro. Mueve el cuello como si buscara quitarse un nudo tensional, aclara su garganta y bebe de la copa. ¿En qué piensa? ¿Me mandará al diablo? Es jodidamente difícil leerla.

—Sí, es muy distinto. —Da vueltas al vino—. En fin, mientras no encuentras a esa mujer especial, tú y yo podríamos divertirnos en grande. Mi prioridad es que lo nuestro sea secreto y me des exclusividad. No pondré mi salud en riesgo. Eres mi excepción, Roswaltt. Nunca repito con alguien que no pertenezca a cierta agencia de gigolós, o a los clubes de placer que tienen reglas estrictas.

Me pongo rígido. La comida me empieza a caer mal.

—La exclusividad debe ser recíproca —demando.

—Son mis términos. Acepta o rechaza. —Encoge los hombros—. La variedad de sabores evita el aburrimiento de la monotonía. Entre mis gustos, están los juegos grupales donde domino, pero quiero experimentar otras cosas sólo contigo. ¿Cuál es el problema? —Me mira confusa—. Acabas de revelar que no hay nadie esperando por ti. Sólo yo.

No puedo creer que sea tan egocéntrica.

—Es muy injusto. No confías en que me cuidaré al estar con otras mujeres, pero yo sí debo creer que tú te cuidarás. Tus palabras no me dan seguridad —mi voz contundente—. De igual modo te deseo, pero no aceptaré un trato sin equilibrio. O somos exclusivos o yo también podré estar con otras mujeres.

Alza el mentón, sus ojos estrechos con ese aire de superioridad que me exaspera y, a la vez, me fascina. Pero no me intimida y nos retamos con la mirada. Supongo que está acostumbrada a que acepten sin rechistar.

—Tienes agallas —susurra.

—Alguien me enseñó a poner límites y no permitir que me pisoteen.

La comisura de su boca tiembla. Quiere sonreír pero se contiene.

—Veo que ninguno quiere perder. —Bebe del vino—. Negociemos: ambos nos haremos revisiones semanales. Si follarás con alguien más, controla la calentura y primero la llevas a hacerse pruebas. Las pago yo si es necesario. Serás sincero conmigo sobre tus elecciones y yo contigo para que estemos seguros. —Mira mi boca—. ¿Te parece?

Aprieto los puños. No eligió la exclusividad.

—Si jugamos y nos descubren, quiero saber si usarás tu influencia para mitigar los daños.

—Entras a la partida bajo riesgos; pero sí, te apoyaré. No soy tan miserable. Aunque, ¿cuánto más aplazarás la música? —Enarca una ceja.

Tomo su mano y beso sus nudillos sin cortar el contacto visual.

—Eso todavía está en veremos, madam.

Se inclina hacia adelante, mirándome con desbordada hambre.

—¿Ya tiene respuesta para mi proposición, signor Roswaltt?

Admiro su provocativo escote y sus labios rojos. Beso y mordisqueo su palma arrancándole un jadeo. Está excitada. No quiero que vaya con otros. Debería levantarme, rechazar esto porque se siente como vender el alma al diablo... pero anhelo repetir. Tener sexo con Regina, bajo sus condiciones, es mejor que no probarla.

También me inclino, dejando mi cara muy cerca de la suya.

—Acepto el juego, madam —digo bajito y sonríe, levantándose.

Coloca una mano en mi hombro para que me recueste del respaldo, y se sienta en mi regazo. Toma un bombón y lo acerca a mis labios. El sabor es intenso, exquisito y oscuro. Animado, le ofrezco un bombón. Muerde la mitad mirándome y junta nuestras bocas. Mueve su lengua esparciendo el chocolate en mi lengua, no desperdicia ni una pizca. Mi mano se desliza por su rodilla, palpa la gloria de sus muslos y sigue subiendo.

—Los bombones Baci son afrodisíacos —ronronea contra mis labios.

—Contigo no los necesito. —Muerdo su cuello y gime.

Me da un último beso antes de bajar de mis piernas. Presiona un botón y, en un instante, entra un camarero. Regina pide la cuenta y siento cómo las paredes se mueven a los lados tras leer el monto total. Trago grueso y busco mi billetera.

—¿Qué haces? —inquiere, escandalizada.

—Pagar la cena.

—Ah, eso no. —Me arrebata la cuenta sin mirarla—. Tendrás que acostumbrarte si vamos a frecuentarnos.

—No quiero que parezca que me aprovecho.

—Yo te invité. Si fuera al revés, obvio que pagarías tú. —Entrega una tarjeta al camarero y me siento incómodo.

—Estamos aquí porque me mareo —le recuerdo.

—Podríamos estar en cualquier otro lugar más barato. Soy consciente de a dónde te estoy trayendo. No me gustan los límites. No dejaré de ir a los lugares que me gustan sólo para evitar discutir contigo sobre dinero.

Asiento con un suspiro. Creo fielmente en la importancia de cortejar. Toda mi vida tuve la idea de mantener intimidad con una mujer que tenga conexión conmigo más allá del deseo y la lujuria. Explorar su alma antes de sus bragas. Una relación sentimental. Regina propone algo que no encaja en mis principios. Una relación basada en el contacto físico sin derecho a reclamar. Un gusto para satisfacer una necesidad fisiológica del cuerpo: sexo sin amor.

¿Puedo con un trato como ese?

¿Puedo con una mujer como ella?

¿Un plebeyo con una reina?

«Claro que sí, soy un hombre todoterreno. Un soltero libre. Debo disfrutar hoy sin pensar tanto en el mañana». Me convenzo, recordando las palabras que siempre repite Nathaniel, sin saber en realidad en dónde carajos me estoy metiendo.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top