23. Global Beauty.

23. Global Beauty

REGINA.


Despierto lentamente, giro la cabeza y miro el reloj en la mesita. Mis ojos se abren más. Merda! ¿Cómo que las dos de la tarde? Me llevo una mano a la frente y bajo los párpados, al sentir un agradable dolor que recorre mi cuerpo completo. Me estiro despacio esbozando una enorme sonrisa. La noche fue perfecta.

Benedetto Roswaltt! 

Quedé tan agotada y satisfecha, que hasta logré dormir profundo. No quiero salir de la cama. Acaricio a mi volpe, suspiro y una deliciosa idea hace que me levante. Me aseo rápido en el baño y voy hacia la otra habitación. El chico debería estar noqueado. Se me antoja desayunarlo, pero me detengo en seco tras entrar. Todo luce ordenado, como si no hubiera estado aquí. 

¿Se fue? 

Me acerco a la cama, gruñendo por la tensión de mis músculos y fastidio en la entrepierna. Tomo la almohada. Huele a él. Inhalo más fuerte antes de darme cuenta de la tontería que hago. Suelto la almohada como si quemara y me pongo de pie abruptamente.

—Che diamine? —gruño en voz baja.

Revuelvo mi cabello y salgo de la habitación. Evito revisar mi móvil, me desconecto del mundo y pido algo de comer mientras me visto con ropa de equitación. Le prometí a Nerón que saldríamos a correr y, como no quiero socializar, evito la entrada principal cuando llegamos a Canterhill.

Opto por el acceso más cercano a los establos y sólo me topo con los empleados que saludo con un leve gesto. Varios me miran con mezcla de admiración e intriga. Los entrenadores veteranos me respetan por mis habilidades de adiestramiento sin violencia. Además, soy la única que controla al caballo más grande y peligroso del club.

El negocio está regido por la familia Coleman y, rara vez, permiten extraños en la mesa. Tuve que mover contactos y efectuar maniobras sucias para conseguir las acciones. Salió caro, una inversión en extremo riesgosa por mi capital débil y porque no evalué las ganancias, sino la calidad de vida que brindan a los equinos. Aquí los tratan con respeto y no como meros activos. Por fortuna, hasta ahora, resultó ser una fuente de inmenso lucro y un hogar seguro para mi ribelle.

Los caballos forman parte de mi infancia y Nerón es el más especial.

No sólo por ser un regalo de mi padre. Lo vi nacer y lo crie desde mis trece años. Somos familia.

No obstante, con insoportable dolor, fuimos separados tres años después y, más tarde, tuve que emigrar sola. Sin conexiones o capital suficiente, me volví loca tratando de recuperarlo antes de que ocurriera lo peor. Casi lo pierdo, pero Lorena me ayudó con el rescate. Nerón se volvió desconfiado con los extraños. Desde entonces, no permite que cualquiera se acerque o lo toque. Envió a muchos al hospital durante su estadía en el centro ecuestre anterior a Canterhill. Tuve que pagar un dineral en daños y extorsiones para eludir las demandas. Cuando lo trasladé aquí, pedí un espacio apartado del resto.

Tiene un corral conectado con su box para moverse a gusto.

Sonrío al verlo entretenido empujando una pelota enorme. Es un majestuoso shire que roza los dos metros a la cruz, musculoso, pelaje negro brillante, crin espesa, frente ancha con franja blanca y unos mechones blancos adornan sus patas. Silbo fuerte entrando en el corral. Mi ribelle deja de jugar, alza la cabeza y sus inteligentes ojos brillan al reconocerme. Suelta un relincho y trota directo hacia mí. Juguetón, me empuja brusco con la cabeza como hacía de potrillo.

Me tambaleo un poco, riendo.

—Sí, sí. Yo también te extrañé. —Beso su frente, acariciando su cabeza con ambas manos. Nos vimos ayer por la mañana.

Rasco detrás de su oreja y cierra los ojos, disfrutando. Es su punto débil. Juan, su mozo, se asoma desde la puerta del box. Es de los pocos que puede acercarse a Nerón sin salir herido, pero no puede montarlo.

—¿Va a sacarlo, madam?

—Sí. Prepara el equipo —ordeno sin mirarlo.

Le doy palmaditas en el cuello a Nerón y me sigue hacia el box. Alistarlo es una ceremonia. Limpio sus cascos uno por uno. Sus patas son inmensas, pero se queda quieto mientras trabajo. Cuando termino y le pongo la montura, salimos y camina a mi lado sin tirar de las riendas. Su brida no lleva bocado. No me gusta lo invasivo. Llegamos a un sendero que conduce a un bosque moteado por el otoño. Subo a la silla, mi cuerpo protesta y Roswaltt emerge en mi mente sin permiso.

Frunzo el ceño.

Doy la orden de acelerar, Nerón trota y luego galopa a máxima velocidad. La brisa fría impacta en mi rostro y me despeja. Me siento libre. Nos detenemos en nuestro prado favorito, una extensión dorada y rojiza. Al fondo, el lago refleja el cielo que empieza a tornarse naranja. Respiro profundo el aire fresco, aderezado con olor a tierra mojada, y desmonto. Nerón resopla fuerte, se acerca para registrar mi chaqueta y choca su hocico contra mi hombro, casi haciéndome retroceder.

—Tranquilo, grandote. —Se me escapa una risa y rasco tras su oreja.

Saco un trozo de manzana seca de mi bolsillo.

Lo dejo a la vista un instante y cierro mi puño. Nerón mueve las orejas, alerta y expectante. Raspa el suelo con su casco derecho, como si contara. Levanto mi índice.

Piaffe —ordeno y ejecuta el movimiento, elegante—. Bravissimo!

Le extiendo la golosina, pero pide más, contando con la pata. Lo insto a darme una vuelta y se gana una manzana entera. Retiro su montura, informo que puede jugar y sale disparado por el prado. El suelo vibra por su galope. Mis ojos lo siguen, maravillada por la fuerza que trasmite al correr con libertad. Es puro ímpetu y, por eso, no me siento en la grama para ver el atardecer, sino en una roca alta cerca de la orilla del lago. El paisaje es hermoso... pero la calma no dura mucho.

Nerón relincha inquieto y me levanto rápido viendo que Enrique aparece entre los árboles, vigilante por si mi caballo intenta algo. Aprieto los labios. Mis escoltas me cuidan a una distancia prudente y pedí cero interrupciones, lo cual indica que algo grave sucedió y todo se irá la mierda. Lo intuyo por su expresión mortal.

—¿Qué pasa? —pregunto, alzando la mano para que Nero se calme.

—El señor Cowan quiere hablar con usted, madam. Dijo que era urgente y la espera en el estacionamiento. No quiso explicar por teléfono.

Mi pulso se acelera y mi mente explota por pensamientos intrusivos.

***

Rivers me abre la puerta trasera de una Range y me preocupo al ver a Julius hablando por teléfono, su ropa sencilla y cabello despeinado. Este hombre jamás aparece en público sin lucir impecable. Cuelga la llamada y, con expresión dura, me tiende la tablet en su mano.

—Tenemos problemas con ecologistas. —Leo el artículo amarillista y frunzo el ceño—. Empezaron a llamarte Cruella de Vil hace dos horas. El reportaje va del abrigo que llevaste a la gala de preservación silvestre.

—Corrección: fui al hotel con el abrigo. Nunca entré en la gala usándolo. —Ruedo los ojos y devuelvo la tablet—. Distorsionan la narrativa. Di una entrevista aclarando que era falso para promocionar la línea alternativa y la conservación. ¿En serio me hiciste regresar por esta estupidez? Deja que Dorothy se encargue. Son los medios; en unos días encontrarán a otra víctima.

—Esto es algo serio...

—Ocúpate —interrumpo—. Te pago para que me des soluciones, no dolores de cabeza. Ya tengo bastante con el desfalco.

Me muestra un reportaje que me petrifica por su titular y fotos de ballenas ensangrentadas.

Mi apellido aparece en grande.

—El rumor empezó en un blog y ahora lo trasmiten en las noticias. Divulgan que Global Beauty usa grasa de ballenas en los productos, que aprobaste las fórmulas y, peor, que costeas la cacería. Los inversionistas temen que las acciones se desplomen mañana. Te advertí que hicieras un movimiento pequeño —regaña—. ¡Compraste un lote enorme!

—¡Y me aseguré de quedar fuera del radar! —espeto frotando mi sien, mi mente va a mil—. Nadie debería vincularme. Ni empleados o socios saben que adquirí la participación. Jugué limpio.

—La información no se filtró sola. —Su mirada se afila—. Roche no responde mis llamadas y ya debió llegar a Londres.

Saco mi móvil laboral y llamo a mi asesor. Me salta el buzón y le dejo un mensaje exigiendo que aparezca para ayer.

—Intentaré localizarlo o lo colgaré del escroto —gruño, leo los mensajes de Dorothy y presiono el botón del micrófono—. Quiero un vocero oficial de Global Beauty explicando su modelo de producción y un experto ambiental independiente para validar sus prácticas. Busca a un par de influencers ecologistas reconocidos. Ofrece colaboraciones con sus fundaciones. Hazlo ver como una iniciativa mía, pero publica gradual, no quiero que parezcamos desesperados. Te llamo después. —Envío el audio y miro a Julius—. ¿Cuánto piden los ecologistas en la demanda?

—Cinco millones y una investigación sobre las cazas.

Aprieto el puente de mi nariz. Si tan solo supieran la fortuna que dono para cuidar la fauna... mas no revelaré mis fundaciones por unos idiotas que comen carne y usan cuero, pero me señalan con el dedo.

—Por mí que se vayan al diablo —bufo—. ¡Maldita generación de cristal que cree todo lo que leen en redes sociales! Se enteraron de mi compra y piensan que acabaré con los cachalotes. —Abro las palmas—. ¡¿Qué sigue?! ¡¿Madam Azzarelli trafica órganos de mocosos?!

—Pudo pasar si hubieras comprado otra farmacéutica —bromea y lo estrangulo con la mirada—. Regina, lo resolveremos. Aclararemos esto antes de que el mercado abra con una rueda de prensa a primera hora. No hagas ninguna transacción bursátil fuera de Azzagor Enterprises. Me ocuparé de las fugas lo más pronto posible para evitar a la SEC.

La mención del organismo aumenta mi dolor de cabeza. Propongo ralentizar el trato con Edmond, extorsionamos a sus abogados, pero no me arriesgaré a soltarlo y que me venda cuando esté en otro continente. Vamos a mi yate y enfrento videollamadas con los accionistas. El comunicado de Dorothy empieza a circular. Niega las acusaciones de manera tajante y destaca las iniciativas sostenibles de Global Beauty. La situación se estabiliza un poco en redes sociales, pero los portales amarillistas aún insisten en vincularme con el escándalo.

Lorena me llama prometiendo su apoyo. Su padre lidera la industria de energía sostenible y se pronunciará a mi favor. No alcanzo a avisarle a Dorothy porque recibo una videollamada encriptada Roche. Envía lo que necesitamos, pero se niega a regresar antes de lo previsto. Alega que perderemos millones si no cierra los tratos acordados. Tiene razón, lo sé, nunca ha sido irresponsable... pero no me agrada el susurro malicioso en mi mente, sobre la tremenda casualidad de que su ausencia se sincronice con este desastre. Tengo la capacidad para resolverlo, pero él estuvo encargado de las negociaciones. Obvio que debería estar aquí.

***

—¿Cómo es posible que se organizaron tan rápido? —mascullo, mirando por la ventana del Phantom.

Dorothy me avisó que entrara por el estacionamiento subterráneo, pero quise ver esto con mis propios ojos. La pequeña plaza al otro lado de la calle, y la puerta principal de mi torre, están atestada por una molesta plaga: reporteros, fotógrafos y ecologistas. La multitud de amantes del mundo verde sostiene diversos carteles en cuyos textos se lee:

Asesina de ballenas. Bruja sin corazón. Hipócrita. Arpía.

Resoplo y redacto un mensaje a Julius para que acabe con este circo ya. Pido un informe detallado de las denuncias y una contrademanda por difamación. Quiero que los asuste y destruya a los más afanados. Les haré saber qué tan hija de puta puedo ser cuando me fastidian el día.

¿Quieren una villana?

Yo misma se las doy, servida en bandeja de diamantes.

Rivers da la vuelta a la manzana sin previo aviso, mi mirada cuestiona qué diablos hace. Se detiene frente a una cafetería de la cual suelo hacer pedidos. Un empleado le entrega una caja, que me extiende. Biscotti de almendras y chocolate caliente con cobertura de malvavisco.

—Son demasiados carbohidratos. —Enarco una ceja.

—Te harán bien. —Encoge los hombros, mirándome a través del retrovisor—. No cenaste, no has desayunado y no puedes darles el gusto a tus enemigos de ver cómo te desmayas en plena rueda de prensa.

Suspiro. No debería consumir esto, pero huele delicioso.

Grazie, Rivers —susurro y devoro todo antes de llegar a la torre.

Entramos al estacionamiento y veo a Camila junto al elevador, firme para la guerra con tablet en mano. Eficiente, presiona el botón para tener las puertas abiertas cuando me acerco.

—Buenos días, madam. Los directores de producto y marketing de Global Beauty acaban de llegar. Ya les aclaré a los auditores que no puede atenderlos pero insisten en reunirse con usted...

Escucho el reporte y le doy nuevas instrucciones. Llegamos al piso cuatro, pero no doy ni tres pasos y Brand Emerson intenta abordarme junto a dos auditores más. Enrique les detiene el paso. El resto de empleados se desaparecen apenas miran mi expresión asesina.

—Madam, necesitamos hablar ahora —su tono insistente—. Hay preguntas urgentes sobre su decisión de desobedecer las restricciones....

—Más tarde —lo corto, levantando mi mano—. Coordine con mi abogado para cualquier pregunta. Concederé a Searchix todo el tiempo que necesite después de la rueda de prensa.

No tengo paciencia para lidiar con esto ahora. Dorothy es la primera en recibirme en el backstage del auditorio. Piel canela, cabello platinado y ojos ámbar llenos de astucia. Recalca por décima vez los puntos clave y alguien de protocolo verifica mi peinado y maquillaje.

—... Reafirma nuestro compromiso ambiental y las iniciativas. Si te presionan, desvías hacia mí. No entres en discusiones, Regina. No es un debate. Y, por favor, sonríe sin cinismo o sarcasmo —estipula rigurosa—. Eres la víctima de un ataque injusto, no una desalmada vengativa.

Camila parece contener una sonrisa.

—¿Y bien? ¿Qué es tan gracioso? —ladro y se pone seria.

Mi tolerancia está al límite.

—Nada, madam.

—Regina —Dorothy se exaspera y frunzo los labios—. No puedes salir estando a la defensiva. Nadie confiará en alguien que parece andar en guerra con el mundo. La amabilidad los desarmará. No te gusta, pero es lo que vende. Piensa en la audiencia que mirará la transmisión. La mayoría no sabe nada de negocios, ni de ciencia. Solo ven titulares sensacionalistas y fotos de ballenas. Tienes que ganártelos. Humanízate.

—Sé perfectamente cómo ganarme al público —mascullo y fuerzo una sonrisa encantadora que la satisface—. Soy una actriz consumada.

Julius aparece a mi lado.

—Darás tu mejor actuación sin mirar las cifras del mercado. Yo me ocupo de esas preguntas. No puedes alterarte. —Mueve la cabeza para que me aparte y baja la voz—. Hay sangre en el agua y afuera están los tiburones, los inversionistas más importantes de Azzagor Enterprises y de tu cartera personal. Tyler es el único que ya se pronunció. El resto espera tu declaración. Los Fournier, Bernand Kee...

—¿No envió a Charlotte? —mi tono incrédulo.

Merda. Incluso ella suele enviar subordinados. La prensa debe estar como loca por la presencia de rostros tan influyentes, quienes aprovechan el boom mediático para su propia promoción.

—Tampoco ha tomado una postura. Antonio Wallace expresó su preocupación y descontento, pero no se pronunció con la prensa.

—Demándalo si me difama —siseo.

Siento cómo una oleada de furia me recorre. No solo tengo que lidiar con los periodistas e hippies, sino también con un grupo de inversionistas que están preocupados por cómo esto les afecta. Los Fournier y los Keegan son valiosos, Tyler está de mi lado, pero a Wallace no le tendré piedad. Cierro los ojos un momento para calmarme y no asesinar a alguien. Control, es lo que diferencia a lo débiles de los líderes.

—Vamos a darles un maldito espectáculo —murmuro.

Intercambio unas palabras con Iris Vasallo, directora de mis fundaciones ambientales, aunque suyas al ojo público, y nos dirigimos al escenario. Las miradas se clavan en mí, erguida, disfruto la presión de las cámaras. Me siento en el medio de la mesa rectangular dispuesta en el centro del escenario, Julius a mi derecha, seguido por el CEO de Global Beauty, el director de sustentabilidad y el de innovación en productos. A mi izquierda, está Dorothy, seguida por Iris, el director de marketing y un asesor ambiental externo. Dejo que mi mirada sagaz recorra el salón, deteniéndose por medio segundo en las filas ocupadas por tiburones pesados... Sentado junto a sus compañeros, Roswaltt cruza los brazos cuando lo enfoco, su mirada es tan seria que me enoja que esté molesto. Evito fruncir el ceño y me centro, tomando el micrófono.

—Buenos días, damas y caballeros —mi voz contundente—. Quiero comenzar confirmando que adquirí una participación de Global Beauty, decisión respaldada por la calidad de sus productos y su potencial de innovación. Sin embargo, estoy indignada por los recientes rumores de prácticas insostenibles. Las acusaciones sobre el uso de grasa de ballena en los productos de Global Beauty no solo son falsas, sino absurdas. —Miro directo a las cámaras—. Sé que algunos piensan que esto es un teatro para salvar mi reputación. Estoy acostumbrada a ser señalada por tomar decisiones difíciles y, en ocasiones, impopulares.

»Sí, puedo ser implacable, dura, pueden llamarme hija de puta, y no me ofende porque a veces lo soy. —Me inclino hacia adelante—. Pero jamás aceptaré que me acusen de algo tan despreciable como financiar la caza de ballenas. Lastimar a un animal está muy lejos de quien soy y de los valores de mis empresas. Me ofende profundo que crean lo contrario.

Hago un gesto hacia la pantalla detrás de mí, donde aparece un video mostrando las instalaciones de la cosmética, los procesos ecológicos, los proyectos de sostenibilidad y los de las fundaciones.

—Esto es lo que hacemos, es lo que somos. Mientras algunos intentan destruir, nosotros seguimos construyendo. Los invito a verificar hechos en lugar de dejarse llevar por rumores sin fundamento. Las difamaciones no son un ataque contra mí, sino contra el trabajo de miles de personas dedicadas a crear un impacto positivo.

»No toleraré que afecten a mis empleados —declaro inapelable—. Evito especular sobre los motivos del detractor, mis abogados están tomando medidas legales para identificarlo. Pero les aseguro algo: quien haya intentado destruirme, no lo logrará. —Sonrío confiada y miro a mi gente—. Ahora, mi equipo y yo responderemos sus preguntas.

El murmullo de la sala se eleva mientras losperiodistas levantan la mano. Algunos intentan desacreditarme y rebatimos susargumentos. La tensión en el aire es palpable, pero se respira mayor respeto.

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