21. As bajo la manga.

21. As bajo la manga.


ALONSO

—Un capuchino, dos cajas de galletas, una bolsa de gomitas con forma de ositos, tres cruasanes con mermelada de albaricoque y dos pies de queso.

—¿El capuchino grande, mediano o pequeño? —pregunta el cajero.

Miro a Luther y hace una separación exagerada con sus manos.

—Grande —respondo, pensando en la factura.

Una vez que he pagado todo en caja, vuelvo a la mesa con Luther y le deslizo la bandeja. Cuando llegamos, no me permitió hablar hasta que le comprara el desayuno. Únicamente me quedo con una caja de galletas, la más pequeña, por cierto.

—Algún día tienes que ir a la pastelería que está frente a la estación de bomberos. —Repara en la comida—. Los pies son mucho mejor que estos y ni mencionar las magdalenas.

—No soy fan de los pies.

—No para ti, idiota, para que me invites —habla sin dejar de masticar—. ¿Y bien, qué es lo que quieres que haga?

—Algo sencillo. —Coloco frente a él una hoja de papel.

Lee, me mira como si me hubiese salido otra cabeza, arruga la hoja hasta convertirla en una bola de papel y la arroja hacia mí.

—Estás demente —espeta tenso—. Si es para un atraco, no cuentes conmigo. —Niega con la cabeza—. Soy muy joven para ir a la cárcel.

—Quiero verificar los datos en ese orden —Estrujo mi cara con un poco de sueño—. Creo que nuestros registros están siendo saboteados. Sospecho que alguien de Searchix ayuda al desfalcador. Es la única explicación que encuentro a la ausencia de huellas.

Su postura cambia.

—No puedes recurrir a nadie de ese edificio para que haga el trabajo sucio porque no confías en cualquiera —se regodea, migajas de galletas sumándose a sus pecas.

—Me contenta saber que tienes las neuronas despiertas.

—Tú pagas el siguiente café. —Bebe un sorbo del capuchino—. Déjame ver si entendí: Quieres que revise el algoritmo de la web de tu empresa, que acceda a la base de datos de una línea telefónica y luego a la de un banco. —Me mira con los ojos muy abiertos—. Todo eso corriendo el riesgo de perder mi trabajo por una hipótesis de nerd.

Me acomodo en la silla, sonriendo digno.

—Es justo lo que te pido. De nerd a nerd.

Suspira y sigue comiendo. Luther trabaja para el gobernador. Es un genio con las computadoras. En palabras más sencillas: un hacker. Nos conocemos desde la adolescencia y coincidimos en algunos cursos en la universidad. Juntos asistimos a convenciones geek y jugamos videojuegos.

—¿De cuál empresa estamos hablando?

—No de cuál, sino cuáles y quién. La auditoría es a la cartera personal de Regina Azzarelli, presidenta y CEO de Azzagor Enterprises y una poderosa inversionista. —Sonrío leve y le muestro un documento—. Las pérdidas principales ocurrieron en ASysture y Alphagine.

—¿Tantas? —Pregunta extrañado—. ¿A un psicópata le dio por sacar dinero de una empresa sí y de otra no? —Sacude su tenedor antes de probar bocado—. Es eso o Azzarelli puso al mando a la gente equivocada.

No sé qué refutar.

—Regina nos contrató también para corroborar que la fruta podrida no haya afectado al resto. Es una purificación general —explico y tomo una galleta—. No puede haber errores o rodarán las cabezas equivocadas. Ella también podría salir perjudicada.

Achica los ojos.

—Hablas como si la conocieras —hay humor en su voz.

Eso me toma desprevenido.

—Es mi clienta.

—Ajá. —Se ríe—. Tu mirada, la sonrisita y tono preocupado es similar a cuando andabas ilusionado con...

—No la menciones. —Niego con la cabeza—. ¿Trajiste tu laptop?

—La pregunta ofende. —Abre su bandolera—. Nunca salgo sin ella.

El tiempo pasa y los vasos de café, al igual que las envolturas de pies, se acumulan en la mesa. Evito formar una montaña de basura y me levanto a depositar todo en la papelera. Luther tiene un estómago sin fondo y es mucho más delgado que yo. Su cabello negro apunta a todas partes y, mientras yo uso traje, él viste una sencilla camisa de Ram y Rem. La imagen que proyecta se vuelve más curiosa cuando lo miras comiendo con parsimonia sus preciadas gomitas con forma de osito.

—Date prisa. —Miro la hora en mi viejo reloj—. Falta poco para que tenga que volver a la oficina.

—Tardaré lo que tenga que tardar. Estoy usando una IP con dirección en Tanzania. —Sonríe—. ¿Quieres que use la de tu apartamento?

Gruño negando. Observo ansioso el fondo negro de la pantalla con las combinaciones de cifras y letras resaltadas en color verde.

¿En quién y en quién no se podrá confiar si llego a tener razón? ¿Qué tan complicado se volverá el asunto? Decido enviar un mensaje avisando que estoy algo indispuesto, por lo que llegaré tarde. Luther suelta un silbido a las diez y media.

—La base del banco es como un laberinto de datos —dice asombrado.

La palabra «laberinto» hace que me estremezca por los recuerdos.

—¿Puedes encontrarle sentido? —pregunto con apuro.

—Sí, ya lo hice. Mira aquí. —Acerco mi silla a la suya—. Sacaron el dinero de ésta cuenta bajo el nombre de una empresa fantasma y luego lo transfirieron a cuatro cuentas más en diferentes países. —Abre varias ventanas—. El resto está encriptado. Descifrarlo llevará tiempo.

—Empresas fantasmas. —Le entrego una memoria—. Guarda la información. Debo irme, llámame en cuanto logres avanzar.

—Hey, no, espera. —Me detiene—. ¿Y el número de Natasha? Lo prometiste. Tus promesas son sagradas.

—Y las cumplo. Te dije que concertaría un encuentro cuando hayamos solucionado el problema.

—Siento que me estás estafando. —Hace un mohín.

—Te doy mi palabra. —Me coloco el abrigo.

Me señala con su índice antes de volver a desviar la atención a la pantalla. Salgo de la cafetería sintiendo un nudo en el estómago. Bartis jamás sacaría dinero para su propio beneficio mediante una empresa fantasma, la administración apuntaría primero a él. Nadie en su sano juicio obraría de esa manera. Aminoro el paso cuando estoy cerca de la entrada de torre Azzarelli, observando el lujoso coche que se estaciona a pocos metros. La carrocería es inconfundible. Me detengo automáticamente sintiendo cómo mi respiración se corta y mi corazón da un brinco.

Regina Azzarelli baja del Rolls Royce con actitud de diva... seguida por su asesor pero mis ojos sólo se fijan en ella. Únicamente en ella que en ningún momento mira hacia los lados. Trago saliva. ¿Cómo rayos podré volver a hablarle con normalidad? No es como si antes del fin de semana tuviésemos una comunicación muy abierta pero... No me siento el mismo hombre después de probar sus labios cargados de pecado. Es como si hubiese despertado a un animal dormido. Algo... algo cambió en mí y es lo que me tiene más confuso, mucho más que todo este enredo de su dinero desaparecido.

En la oficina, cerca de la hora del almuerzo, saco de mi mochila un recipiente térmico y una cajita con un brownie. Los observo dudoso por milésima vez. Hoy me levanté más temprano no sólo por la reunión con Luther. Dando gracias que encontré la cocina desocupada, me dispuse a preparar mi almuerzo y otro adicional. «Al menos, inténtalo». A las doce en punto subo al piso veinticinco. Hombros atrás y barbilla alzada.

Camila, con el entrecejo fruncido, me indica que la italiana aún no ha comido. Sin satisfacer su curiosidad por las bolsas en mis manos, indico que vengo por motivos de la auditoría. Toco la puerta y, tras escuchar un frío pase, entro. Contengo la sonrisa boba que amenaza con plasmarse en mi cara y permanezco sereno.

Relajado.

Regina está ensimismada leyendo unos papeles. El abrigo que vi hace un rato está colgado en un perchero, por lo que ahora soy testigo de su perfección entallada en falda tubo y blusa borgoña manga larga, unos rombos de oro fungiendo como gemelos relucen sus iniciales. Adrede o no, siempre luce escote generoso por el tamaño de sus senos. Lo entiendo porque el primer botón de su blusa amenaza con salir disparado. Cabello recogido en una coleta que permite apreciar la R dorada con corona de diamantes que adorna su cuello.

Ese cuello que he recorrido y deseo recorrer de nuevo con mi nariz. Su aroma me acompaña incluso en sueños. Haría lo que sea con tal de que se me permita cerrar la distancia y besar esa boca dulce que...

—¿Piensas quedarte todo el día ahí? —Me mira por encima de las gafas, su expresión indescifrable.

—No, yo... —¡Reacciona, tonto!—. ¿Tienes un segundo?

—Es todo lo que puedo darte.

—Bueno, me preguntaba si...

—Se acabó el tiempo —sentencia impasible.

Ladeo la cabeza y me acerco unos pasos.

—Traje esto. —Levanto la bolsa—. Escuché que no has almorzado... y eh... te preparé lasaña. También traje el brownie.

Inclina hacia atrás el respaldo de su silla ejecutiva y se pone cómoda. Su mirada verde es filosa, hipnotizante.

—¿Y qué te hace creer que me gusta la lasaña?

—¿No? —Me giro hacia la pared de atrás—. Es la única comida que aparece en esos cuadros.

—Una coincidencia —musita.

—Está en más de ocho pinturas. —Me acerco a la parte en donde están expuestas las portadas—. En esta revista apareces degustan...

—Ya entendí. ¿Por qué dos bolsas? —Sin demostrar emoción alguna, mira de mí a las bolsas en mi mano.

—Creí que... —Rasco mi barbilla y sonrío—. Tal vez podríamos comer juntos otra vez.

—No. —Continúa con sus papeles—. Estoy muy ocupada.

Exhalo derrotado.

—Vale. Te la dejo aquí... —Coloco una bolsa en su escritorio.

—Llévatela. —Hace un gesto con la mano—. Mi dieta ya no permite brownies. Y, si quisiera comida, la mando a pedir con mi asistente.

—No puedes saltarte el almuerzo.

—Roswaltt, debo atender mil asuntos, ¿crees que puedo darme el lujo de perder tiempo? Así que lo siento si no puedo aceptar, tengo algo mucho más importante de qué ocuparme.

¿Más importante que su salud?

—Regina....

—Aquí, para ti, soy madam Azzarelli. Tu jefa y clienta mientras dure el contrato con Searchix. —Señala la puerta—. Vuelve a tu piso y limítate a cumplir con tus funciones.

Frunzo el ceño, molesto.

—Mi contrato como auditor no dicta que asista a partidos de polo los fines de semana —rezongo achicopalado.

—¡Ten los pantalones para repetir eso! —Se levanta de la silla,

Me aniquila con la mirada e irradia desconfianza por cada poro de su piel. Esta mujer es imposible. Imposible. Imposible.

—No entiendo por qué estás enojada y a la defensiva. Intento tener un detalle contigo. Es todo.

—¿Lo dice quien rechazó la ropa que le obsequié? —contraataca.

«Ah, así que es por eso».

—Es muy distinto —digo en tono conciliador.

—No veo ninguna diferencia. —Cruza los brazos—. Explícame, ¿fue por hombría? ¿Te avergüenza el regalo de una mujer?

—¿Qué? ¡No! —Niego con la cabeza. Discusiones con mi padre vienen a mi mente—. Independientemente de quien venga, no me gusta recibir nada costoso. Suele pasar que te lo echan en cara, sobre todo porque no lo puedes pagar...

Me callo al ver que le cambia la cara y lleva las manos a sus caderas. Ahora parece profundamente ofendida.

—¿En serio crees que sería capaz de caer tan bajo? —musita dolida. Abro la boca y sacude su mano—. No respondas. No me importa. No sé qué piensas que pasa entre tú y yo como para querer hacerme "detalles". —Hace comillas con sus dedos—. Te recuerdo que la sintonía es la misma de antes del fin de semana: clienta y auditor. Jefa y subcontratado. No me gusta mezclar el placer con el trabajo. Por nuestro bien, lo que sucedió no se volverá a repetir —asegura con severidad—. Ahora, sal de mi oficina.

Asiento, fingiendo que no me afecta su frialdad. Sin embargo, suelta aire con frustración. Tiene los ojos cerrados y una mano en la sien.

—Pero deja la bolsa ahí —masculla sin mirarme.

Lo hago, confuso, sin saber qué decir. Abordo el elevador sintiendo... No sé cómo debería sentirme.

La Regina amable y divertida del sábado, no es la misma que este Hitler versión femenina del siglo XXI que me acaba de tratar como un judío. Aceptó la comida. Allí bien; sin embargo... que viera lo sucedido como... ¿Un error? ¿Se arrepiente de haber tenido sexo conmigo? Mi ánimo decae. ¿No la satisfice? ¿Fui insuficiente? No soy apto para estar cerca de ella. Es más que obvio. Somos polos opuestos y de dos mundos muy diferentes. Tiene razón. Lo que pasó fue un error. Lo supe desde un principio y por débil me dejé llevar. Debo ser empático así que intento convencerme que entiendo su posición. La vibración de mi teléfono interrumpe mis divagaciones.

Luther: Te encargo una gran responsabilidad.

Seguidamente llegan varios archivos con información crucial.

Alonso: La seguridad del mundo será tu gratificación.

Luther: Me debes un mes de desayunos pagos. Si no cumples con respecto a Natasha, difundiré las fotos del baile de graduación.

Alonso:  :O

Alonso: Dijiste que las habías eliminado

Luther: Son útiles en este tipo de situaciones.

Sacudo la cabeza. Encontraré una forma de desviar su atención de mi hermana. Descargo los documentos y, leyendo, un escalofrío recorre mi columna. Voy en busca de Brad. Esto confirma todas mis sospechas.

—... Ya está decidido... El juez Palermo está de nuestro lado... Azzarelli se reunió con él, parece que son buenos amigos... —Brad hace un gesto para que me siente frente a su escritorio—. Están contra la espada y la pared. Cualquier abogado con sentido común dejaría el caso.

Está hablando por teléfono al mismo tiempo que busca algo en un estante. Cuelga y le muestro todas mis notas, los registros que imprimí de nuestra web y, cual cereza del pastel, le enseño lo que descubrió Luther.

—Las islas vírgenes de Inglaterra, Islas Marshall, Suiza y Francia. Cuatro capas. El plan es hacernos perder meses revisando papeleo tras papeleo —explico—. Seguimos el rastro equivocado. Bartis maneja todas las transacciones de empresas fantasmas, era obvio que se le señalara al descubrir que el dinero fue movido así.

El alivio en su cara es evidente, sabe que es un avance considerable.

—Es un chivo expiatorio —concluye igual que yo.

—La opción perfecta. Posiblemente sí esté involucrado en evasión de impuestos pero no es un desfalcador.

—¿Cómo descubriste todo esto?

—Tengo un as bajo la manga en el área de informática.

—Mantén esa carta activa. La necesitaremos. —Se levanta—. Hablaré con Marcus. Tendremos que reestructurar nuestra estrategia.

Me pongo de pie rápidamente.

—Brad, debes saber algo más antes de irte.

La tranquilidad se extingue. Su rostro se descompone en todos los colores menos el natural de su piel cuando le explico la otra diligencia que hizo Luther. Hay un jodido topo en Searchix.

***

REGINA

Termino una videollamada con mi personal en Texas a poco para las ocho de la noche. Aviso a Rivers que prepare un coche discreto, y llamo a Camila para repasar mi agenda antes de que se retire. Se sienta frente a mi escritorio con su tableta.

—... el domingo tiene cita con la pedicurista, el martes con el dentista y el miércoles, tras cancelar el almuerzo con el alcalde, lo tiene libre. La señora Fournier le envió un pase VIP a su nuevo centro de estética y el señor O'Conner volvió a llamar hace media hora.

Arrugo la nariz.

—¿Qué le dijiste a Emmett?

—Que usted no se encuentra disponible hasta el año próximo.

Perfetto. —Sonrío—. Averigua cuándo y por cuánto tiempo Sandra se irá de vacaciones en diciembre.

La fecha nunca me sienta bien.

—¿Concreto una cita con su psiquiatra? —indaga neutra.

—Sólo avísame si tiene fecha de viaje —aclaro—. Necesito que redactes un informe y borrador del contrato para...

—¿La compra de Gold Alligator, la empresa de minería venezolana? Lo envié a su correo hace cinco minutos. —Me muestra la pantalla—. Hablé temprano con el señor Crocker. Su hijo, Logan Crocker, se reunirá con usted la próxima semana. ¿Va a cenar algo?

Niego firmando un documento.

—Ve a casa. Buen trabajo

Se levanta, pero regresa antes de salir y dudar en hablar, cautelosa.

—Quería saber si puedo retirarme mañana a mediodía.

Enarco una ceja.

—¿Algún motivo? —pregunto sin inmutarme.

—Asuntos familiares. Dejaré todo listo —alega sin soltar detalles.

La miro fijamente. Camila tiene veinticinco años y, cuando la contraté hace dos, acababa de graduarse. Charlotte me la recomendó. Tuve mis dudas al principio, pero supo ganarme anteponiéndose a todo lo que le pedía y necesitaba. Mis asistentes anteriores habrían armado un drama para conseguir permiso. Camila es hermética. Eso me gusta. Nunca ha habido excusas, ni ausencias inoportunas. Su eficiencia es impecable. Justo por eso, la valoro y mientras me sea útil, tendrá incontables beneficios.

—Está bien —cedo—. Quédate con el pase VIP de Fournier y pasa por la boutique de Simon. Yo cubro el gasto. Pero si te atrasas con los pendientes, no habrá más salidas anticipadas.

Camila contiene la sonrisa.

—Gracias, madam. Y no se preocupe. Todo estará listo.

Son más de las diez cuando Rivers conduce una camioneta que no pertenece a mi flota habitual. Uso ropa discreta y una peluca rubia. La calle del vecindario está desierta, el ángulo de la entrada a la mansión dificulta la visión de chismosos, pero no me fío. Yo no debería estar aquí. El sonido de mi andar en tacones es lo único que se oye. El cielo nocturno nublado confiere un aire bastante lúgubre al paisaje, como mi humor. Me quito la peluca cuando entramos. Los guardias me saludan con un asentimiento de respeto. Son parte del equipo de Hank, sabuesos, hombres dispuestos a cruzar los límites de la legalidad por la cantidad de dinero suficiente. Pagué millones para que rescataran a Edmond, pero no pudieron dar con los hijos de puta que se lo llevaron. Una anciana con uniforme de ama de llaves me ofrece de beber y me niego. Aquí menos tengo estómago para ingerir algo.

Mientras espero en el salón principal, camino detallando las estatuas y antigüedades. Una puerta se abre a mi espalda, pasos arrastrados me indican que alguien acaba de entrar. Lo confirmo por la mirada de Enrique y el reflejo distorsionado en una vasija de oro. Hora del espectáculo.

—Esta casa es impresionante. ¿Perteneció a tus bisabuelos? —Me giro hacia el enorme retrato sobre la chimenea, de reojo noto cómo la mirada de Edmond se ensombrece—. Aww. Cuando te sea confiscada, pensaba comprarla y derrumbarla para construir un supermercado. Pero admito que tiene mucho encanto. —Chasqueo los dedos y lo miro—. Creo que cambié de parecer, la conservaré y la pondré en alquiler.

—Eres una maldita bruja —gruñe rabioso.

—Lo tomaré como un cumplido. —Río suave.

—¡Lárgate, Regina! ¡Ya! —Las venas en su frente y cuello saltan.

—Edmond, Edmond, Edmond, así no se tratan a las visitas. —Me acerco—. Deberías sentirte halagado. Vine para verte únicamente a ti.

—¿A regodearte con mi miseria?

—¿Yo? —Llevo una mano a mi pecho, mofándome—. No, querido. Eres uno de mis más antiguos socios. Uno que nunca creyó que una niña llegaría tan lejos. —Veo mi reflejo entero en un espejo grande—. Entré a este mundo de negocios como una gatita. —Lo miro y me señalo a mí misma con ambas manos—. Mírame ahora. Me convertí en una pantera negra. Un sueño para algunos y una pesadilla para ti. —Me siento en un sofá y cruzo las piernas—. De mí depende que te encierren.

—Y eso te enorgullece. —Se mantiene de pie.

—¿Saber que tengo poder sobre ti? Sólo un poquito. —Separo mi dedo índice del pulgar—. Tú te buscaste este problema. Eres culpable de la desaparición de mis fondos. Lo triste es que era un dinero que nos beneficiaba a todos. De no haber sido tan estúpido, pudiste mantenerme como tu aliada y nada de esto estuviera pasando.

Menea la cabeza

—¿Qué haces aquí?

—Negociar. —Levanto mi mentón—. Quiero que me digas cuales son las fantasmas que manejaste para mover los fondos de Alphagine y ASysture. No importa que las clausuraras. Dame la información.

Su expresión se endurece y me fulmina con mayor intensidad.

—No existen porque eso nunca sucedió.

—Nah, nah... —Niego con mi índice—. Estoy muy segura de que has repetido lo mismo miles de veces, pero a mí no me mientas.

Se sienta en el sofá frente a mí y se inclina hacia adelante.

—Te están pisando los talones. —Sonríe malicioso—. Sin mí, tienes problemas con las empresas fantasma que no puedes controlar. Quieres asegurarte de que todas estén cerradas y sin rastro alguno. Eres consciente de que soy el único que puede manejar la situación.

No demuestro ninguna emoción.

—No eres indispensable. Tengo a otra persona ocupándose.

—¿Entonces, por qué estás aquí? —Finge pensarlo—. Ah, ya entendí. Esa persona no sabe que autorizaste usarlas para evadir impuestos.

—¿Qué quieres? —Cruzo los brazos.

—Líbrame de toda esta mierda.

—No puedo intervenir. Mis auditores encontraron pruebas que te culpan. Estás hundido hasta el fondo.

Se pone de pie y levanta la mesita que está entre ambos con furia. Los cristales resuenan en todo el salón. No me inmuto. Con un gesto le pido a Enrique que se quede en su lugar.

—¡No desfalqué y lo sabes! —Lleva las manos a su cabeza—. ¡Lo sabes, maldición! El culpable sabe de la evasión, está usando el desfalco para que lo descubrieran y tú te aprovechas de que apuntan a mí para que no te salpique. No me dejarás solo. Te juro... —Me señala—. Sácame de esto, Regina, porque te juro que si yo me hundo, tú te vienes conmigo.

—La evasión de impuestos la cometiste tú, no yo. —Me levanto, seria—. No puedes probar nada.

—¿No? —Ríe alzando las cejas—. ¿Madam Azzarelli se arriesgará a una investigación de la SEC por evasión? Te acusarán de fraude como mínimo. Estás tan comprometida como yo. Arréglatelas. Sé que tienes contacto con el juez que asignaron a mi caso.

Encojo los hombros, despreocupada.

—Aunque quisiera, no es tan fácil como crees.

—No me importa. ¡Llámalo! —Se desquicia—. Vamos, llámalo ahora y dile que retiras la demanda. Te hará el favor encantado con tal de volver a folla... —Mi mano se estampa en su mejilla con sonoridad.

—Cuidado, mucho cuidado con lo que dices, mi querido Edmond. No te conviene hablarme de esa manera. —Me mira con rencor. Gracias a los tacones le saco varios centímetros de altura—. Quiero que me escuches: por mera lástima podría levantar mi teléfono y hacer que se aseguren de enviarte a una prisión ejecutiva, conseguirás la libertad condicional por buen comportamiento y saldrás antes... O, podría hacer de la vista gorda en todo tu caso si me dices lo que quiero. Repito: vine a negociar.

—Eres...

—Chist. Chist. No he terminado. —Coloco un dedo en su frente, afincando la uña para que se siente—. ¿En dónde crees que estarías si yo no hubiese pagado por tu rescate? ¿Dónde estarás si ordeno que me alegren la vista deshaciéndose de tu patética existencia? Me debes la vida, Edmond. Elige bien a tu oponente porque no te daré otra oportunidad.

El color escapa de su rostro, sus hombros hundiéndose. Soy la reina y él es un mero peón en mi juego. Uno de muchos. Una pieza sacrificable para mi propio beneficio. No me iré de aquí sin menos de lo que exijo.

—Te diré todo —agonía en su voz—. Todo, con tal de que veles por la protección de mi familia, mi prometida, su familia y también cuides de mí. Mueve tus contactos. No te costará mucho si en verdad planificas una expansión por Reino Unido.

—Hecho. —Me siento otra vez, sin saber si puedo cumplir con su petición—. Te escucho.

—No. Así no. Quiero que lo dejes por escrito —exige, aplastando su índice en el reposabrazos—. Un documento firmado por tu abogado y por ti. Quiero que dejes registros. Sé cómo operas y no caeré en tus artimañas. Cuando Chelsea me llame avisando que está protegida, hablaré.

Frunzo los labios y estudio detalladamente su lenguaje corporal. Algunas marcas sutiles en su cuello podrían revelar que estuvo arañándose durante un ataque de ansiedad... o delatar la tortura de los sabuesos de Julius para que hable.

—¿Cómo sé que no me estás engañando?

—Yo tampoco sé si tus intenciones son sinceras —escupe.

Touché. —Entorno los ojos.

—¿Hay trato o no?

—Enviaré a mi abogado mañana. Si me fallas, me aseguraré de que te encierren esta misma semana —dictamino sin compasión—. No durarás ni una semana respirando en la cárcel.

Me estoy jugando todo negociando con este hombre. No quiero cabos sueltos. Pediré a Julius que haga un trato: su libertad por los nombres de las empresas y detalles del secuestro. No tengo idea de cómo enfrentaré al equipo de Searchix. Maldigo echando la cabeza hacia atrás. Una de las condiciones será que desaparezca del país y lo mantengan vigilado. Nadie puede saber que le dejé ir. En la camioneta, Rivers carraspea y sus ojos se clavan en los míos a través del espejo retrovisor.

—¿A los muelles?

—No. —Miro mi reloj. 11:37 P.M—. Llévame a la torre.

Aprieta los labios, arrugas alrededor de sus ojos. No está de acuerdo en que vaya a la oficina; sin embargo, calla su reproche. Es inútil hacerme cambiar de opinión. No tengo nada mejor que hacer más que trabajar, nadie me espera de regreso. Me conozco. Si me voy al yate en mi estado actual, terminaré ebria y con una resaca del demonio mañana.

No quiero pensar.

****

Sin encender las luces, camino hasta el balcón de mi oficina y contemplo la ciudad a mis pies. Este es mi reino. Respiro profundo, la niebla cubre los techos lejanos y la brisa sacude mis mechones. Dentro, me quito el abrigo, tomo una bolsita de granola de un cajón, me siento en mi escritorio y despliego mi laptop. Reviso informes, contratos y autorizo decisiones que aderezo con pequeños tragos de ginebra. Quema lo justo para mantenerme enfocada. Cuando dan las dos de la madrugada, en Londres ya son las siete de la mañana. Echo un vistazo a mi cabello y marco una videollamada en la laptop. Unos segundos después, aparece Alistair Kane. Llevo meses lidiando con su carácter de mierda. Un calvo estilizado y robusto, su gesto pétreo augura otro rechazo que no aceptaré.

—Madam Azzarelli —su voz condescendiente—. Leí su correo y concedo esta llamada por simple cortesía. Su persistencia es agotadora.

—Es perseverancia. Lo agotador, por lo general, es rendirse.

—Si se desveló para insistir en que participe en el desfile de su amiga, lamento decepcionarla. Mi respuesta es un rotundo no. Mis colecciones no perderán exclusividad.

—Conozco su rechazo a comercializar fuera del Reino Unido. Las marcas emergentes están imitando su estilo y lo llevan a mercados que usted desprecia. Eventualmente, los británicos lo olvidarán.

Noto que aprieta la mandíbula. Bien. Estoy tocando fibras.

—¿De verdad cree que necesito a Estados Unidos para seguir siendo relevante? —pregunta con un dejo de burla.

—No necesita a un país, sino a alguien: Regina Azzarelli. —Sonrío.

Arquea una ceja.

—Una empresaria sin sueño, por lo que veo.

—Soy italiana, señor Kane. —Cruzo los dedos sobre la mesa—. Mi nombre abre o cierra puertas. Me aseguré de que sus proveedores de textiles milaneses supieran que no estaba contenta con sus negativas hacia esta colaboración. ¿Notó retrasos en su cadena de envíos?

Su expresión se endurece. No está enfadado; está evaluándome. Finalmente, sonríe apenas, pero sus ojos siguen fríos.

—Jugó sucio. Forzar a las personas no da buenos resultados.

—No lo estoy forzando. Lo estoy empujando hacia donde pertenece: al escenario global. Pero no se preocupe, su colección no necesita retrasos. Solo requiere presentarse en el mercado correcto. Tengo un socio británico que se sienta en la Cámara de los Lores. El conde de Somerset, Gwain Goldskin. Me confió que sus cenas de gala necesitan un nuevo nombre para encargarse de los trajes de temporada. Insinué que destacarán con usted. El hermano mayor Goldskin tiene lazos con la familia real. ¿Se imagina vistiendo a los príncipes? —mi voz persuasiva—. Si acepta, me encargaré personalmente de que eso se cumpla y regresen sus proveedores italianos. Sé que lleva tiempo buscando una apertura en Milán. Prefiere decir que no está interesado para no revelar que lo rechazaron. —Sus ojos me fulminan—. Tal vez, porque nadie quiere arriesgarse con un diseñador que no sabe adaptarse.

Me estudia con un respeto que no había mostrado antes. Desliza una mano por su afeitado mentón con gesto pensativo.

—Tendré control absoluto sobre mi presentación —dictamina lento.

—Por supuesto. Usted manejará cada detalle. Ni Lorena Specter o yo somos tan arrogantes como para meternos con un genio —mimo su ego—. Pero en cuanto al círculo Goldskin, necesitaremos que su colección esté lista para una muestra privada un mes después del desfile.

Esboza una pequeña sonrisa.

—Me debe una botella de Barolo de su tierra —exige firme—. Y el contrato hoy mismo.

Muevo mi mano con ceremonia y pulso un botón en mi IPad.

—Ya lo tiene en su correo. —Sonrío presuntuosa.

Niega con las cejas alzadas.

—Por Dios... Posee un talento preocupante para salirse con la suya. Fue un placer confirmar que merece su reputación de tenaz visionaria.

La videollamada termina, me estiro sin perder la sonrisa por la victoria. Recojo las cosas y entro en el baño. Salgo con una bata negra, dos almohadas y una sábana. Maldigo la ausencia de mi volpe. Despliego la extensión del sofá más largo y me recuesto mirando el techo, sin sueño. No es la primera vez que me quedo aquí y no será la última. No sé a qué hora logro dormirme, pero la alarma suena a las siete. Me levanto despacio y una punzada se instala en mis sienes. El espejo devuelve mi reflejo con espantosas ojeras. Camila ya llegó, pero es Rivers a quien le pido mi desayuno. Me siento lista para dominar el mundo cuando me enfundo en un conjunto negro de falda y blazer. Me instalo en el balcón para comer, me deleito con la vista matutina y luego llamo a Lorena.

—Conseguí los textiles de la casa Mazzone —revelo y jadea—. La tela de seda y los bordados exclusivos están apartados para ti.

—¡Me encanta iniciar el día con buenas noticias! —celebra.

A mí me encanta escucharla feliz. Lorena es una mujer brillante que optó por construir su propio camino desligado al negocio de su padre. No dudó ni un segundo en apoyarme cuando estuve abajo, me ayudo a rescatar a Nerón, conoce parte de mi pasado, me entiende y es la única que tolera todas mis facetas. Se convirtió en mi hermana.

—Pero no es todo.

—¿Qué más hiciste? —se le escapa el entusiasmo.

Envío un correo con los detalles del trato. El asunto en mayúscula.

—Es imperativo que Reflecteur destaque. Revisa tu Gmail —aviso y... suelta un gritito, alejo el móvil—. Merda! ¡Casi me dejas sorda! Controla las emociones, no pierdas el glamour —mascullo sonriendo.

—Alistair Kane participará con su última colección... ¡Nunca ha trabajado con Estados Unidos! ¿Cómo lo lograste?

Miro mis uñas.

—Presenté una oferta que no pudo rechazar... Si no quería hundirse.

Suelta una carcajada.

—¡Estás rompiendo fronteras! Estoy en shock... Cambiaste todo, perra monopolista. ¡Te amo! No te imaginas lo feliz que me haces —su voz pierde alegría—. Pero... ¿cuándo hablaron? Aquí dice que aceptó a las siete de la mañana, hora Londres. Lo cual... significa madrugada en Chicago. ¿Regina, dormiste? —su tono demandante.

Me quedo en silencio. Maledizione.

—No importa —susurro.

—Ni todo el botox evitará que te arrugues antes de tiempo —regaña.

—No empieces con tus necedades.

—No empieces con tu terquedad. Te ves espléndida, pero tu cuerpo colapsará a este ritmo. Te enfermarás. Los desvelos afectan el corazón. Usa el somnífero, Gina —suena desesperada—. Te estás matando.

Me tenso. No puedo morir sin trascender. Quiero ser una leyenda.

—Tomaré la maldita pastilla esta noche —refunfuño.

—Hazlo, por favor, no dejes huérfano a Nerón —alude y cierro los ojos—. Entiendo que para ti no es fácil silenciar la mente, pero si no puedes usar un día para descansar, al menos, procura reducir el cortisol.

Suspiro y tomo una cucharada del yogurt.

—François salió de viaje y Jean Pierre está ocupado —lamento.

—Quedamos en un gigoló o ve con Alonso. Es guapo y simpático.

Frunzo el ceño. No repetiré con ese chico meloso y besucón.

—Pensaré lo del gigoló.

—¿Tan mal lo hace? —su tono asombrado.

—Ese no es el tema en discusión —refuto recordando esa noche.

—El tema es que debes relajarte.

—Iré con Nerón.

—¿Y qué harás en la noche?

—Dormiré —ironizo y suelta un quejido.

—A ver. Imagina que eliges jugar con Alonso y las cuerdas. Lo tendrás a tu entera disposición, inmóvil mientras te hace un cunnilingus...

—Suficiente —espeto entre dientes, apretando los muslos.

Acalorada, bebo el jugo de moras. Odio que Roswaltt me caliente tan rápido. No lo entiendo y es mejor tenerlo lejos. No puedo perder el control.

—¿Sigues ahí? —inquiere Lorena con humor.

—No repito con ligues de una noche —mascullo irritada—. ¡Nunca!

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¿Opiniones sobre la actitud de Regina?

¿Quién es el topo? -.-

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