20. Magia.

20. Magia.


ALONSO.

—Me niego a contestar bajo la quinta enmienda —zanja Bartis, obstinado.

Suspiro, aunque Astrid no se inmuta.

—Muy bien, siguiente pregunta.

Hoy miércoles, Astrid, como abogada del equipo B, lleva casi hora y media intentando hacer que Edmond Bartis confiese algo, cualquier cosa que nos sea útil; sin embargo, el único resultado que hemos obtenido es la pérdida de la paciencia de Brad.

—¿Lo amenazaron? —Astrid apaga la cámara que grababa—. Podemos ayudarlo, Edmond, con tal que usted nos ayude a nosotros.

Sigue sin hablar.

—Mi cliente no responderá más preguntas —alega su abogado.

—Podríamos adelantar el juicio —salta Brad—. Depende de ustedes. Julius Cowan está dispuesto a negociar una rebaja de los cargos.

El abogado susurra algo en el oído de Bartis, pero niega con la cabeza.

—No aceptaré nada que provenga de ella —masculla.

—Es su único trato. —Brad se inclina hacia adelante.

Bartis bufa, indignado.

—Estoy completamente seguro de que me dejarán pudrir en la cárcel como si en realidad fuera un criminal. —Las venas en su cuello se marcan—. ¡Yo no sé nada!

Está protegido por una de las mejores firmas de abogados. Aunque tenga todas las de perder, el proceso será tedioso. Accedió a colaborar antes del secuestro, pero ahora está más cerrado que nunca. Su aspecto físico es deprimente. Luce demacrado. Fue rescatado por un equipo privado pero, supuestamente, no lograron capturar a los secuestradores. Asimismo, su familia y prometida están desaparecidos. Las cosas se están complicando demasiado y la idea de renunciar sigue latente.

Brad y Astrid irán a la fiscalía, alguien debe quedarse redactando las mociones y los informes de la entrevista con Bartis, de forma que, preparándome mentalmente para llevar más tarde uno de esos informes a cierta italiana, pongo toda mi buena disposición en mi labor. No es hasta después de la hora del almuerzo, que salgo rumbo al cuarto de fotocopias y, de vuelta en la oficina, encuentro a Gregory esperando a un lado de mi mesa, tecleando algo en su móvil.

«¿Ahora qué quiere?».

—Esta mañana dejé sobre tu escritorio todos los documentos que solicitaste —aviso, bordeándolo para sentarme.

Gregory es calvo y rechoncho, le saco una mano de altura. No hay día que no vista traje de tres piezas. Me recuerda a John Travolta, solamente que con un humor de perros a diario. ¿Por qué vivirá tan amargado? Nunca lo he visto sonreír ni una vez.

—Ya lo revisé —contesta indiferente.

«Ah, qué bueno, de nada».

—Ahora... —Carraspeo y sigue viendo su celular—. ¿Qué necesitas?

—El estudio de empleo de Alphagine. Completo y en formato digital.

—Eso no lo llevo yo.

—No te pido que lo calcules. —Me mira con gesto adusto—. Te estoy ordenando que lo consigas y me lo facilites.

—Llevará tiempo. Es un estudio a nivel general.

—¿Y? ¡Hazlo ya!

Da un manotazo en la mesa que provoca que la pila de papeles que acabo de traer se desplome sobre el suelo. «Imbécil». ¿Para qué rayos quiere esa información? Ya consulté con Brad sobre las solicitudes de Gregory, contrario a lo que creí, me informó que no hay ningún problema, puesto que es el auxiliar del señor Turner en nuestro equipo. Es un empleado de confianza para Searchix y uno de los mejores en su materia. Mi compañero aseguró que puedo aprender mucho de él, si quiero ser un auditor competente... yo sólo espero que no se me contagie la calvicie.

Suspiro, otra vez saldré tarde de aquí. Por suerte, el jueves, mi horario de salida será más holgado y podré asistir a mi ensayo. Ya casi tengo lista la canción. Suspiro y me concentro en los documentos de Alphagine. En la sección de empleados, el nombre de Angie Sánchez llama mi atención. Busco todo el material de contraloría en la laptop y abro mis notas laborales donde apunté lo más relevante de la cronología de Edmond Bartis. Hago repaso de los hechos, desde que todo comenzó:

En la misma fecha de las primeras transferencias de origen y destino dudoso, hay un registro por gastos de viaje a un congreso, razón por la cual Zack Malone no estuvo en la ciudad; además, en esa misma semana, Bartis recibió la herencia. Se encargó de transacciones, al mismo tiempo que sus cuentas personales estaban en movimiento. Sánchez es despedida un jueves con efecto inmediato. El lunes regresa Malone tomando relevo para permitir que Bartis vaya al exterior a supervisar su nueva cadena de hoteles y disfrutar con su prometida de un carísimo viaje de ensueño.

Una semana después, descubren una fuga enorme en Alphagine y ASysture. Las alertas se levantan, inicia una auditoría interna en las empresas de Regina Azzarelli y el desfalco general sale a la luz.

Me siento más derecho. Es imposible que pérdidas de semejante magnitud pasasen desapercibidas por tanto tiempo, mucho más si son de lugares diferentes. Hay que rastrear la matriz. ¿Paul Archer, Edmond Bartis y Zack Malone se habrán coludido? Imposible. Quienes debieron prever lo que sucedía bajo sus narices fueron despedidos, otros asumieron demandas y otros cargos legales. Regina, aún estando fuera del país, para arreglar el desastre de la administración anterior y buscar el dinero, contrata auditores externos. Profesionales que no tienen ninguna relación con sus empresas. Searchix, nosotros.

—Algo huele muy mal —murmuro.

Entro en la web de Searchix y escribo mi código personal, un código único que permite ingresar. Aquí se almacenan todos los datos y registros de cada caso. En la barra introduzco los datos de ASysture y luego los de Alphagine. Leo casi veinte páginas hasta encontrar lo que busco. Los registros que formuló Angie Sánchez... Me inclino hacia la pantalla. ¿Qué? ¿No aparecen? No siendo una empleada en regla durante nuestra inspección es obvio pero... vuelvo a comparar los documentos que ella nos entregó personalmente, la cronología de Bartis suministrada por la administración actual y la que nosotros armamos. Es casi inexistente la diferencia. Hay movimientos que aparecen en la misma fecha pero con datos diferentes... y luego nada. Muchos espacios en blanco.

¿Qué rayos?

Marco a Brad y me envía al buzón de mensajes. Lo intento otra vez y no contesta. No puedo quedarme con la incógnita. Recojo mi espacio y salgo de la oficina con una tablet. Afuera, muchos ya se fueron. Atravieso veloz el pasillo. En el elevador, el tiempo va demasiado lento. Vamos. Vamos. Vamos. Tengo una ligera sospecha de algo muy malo. Las puertas se abren y entra un grupo de personas, incluyendo a Camila, quien se me queda viendo con interrogante.

—¿Te sientes bien? —Frunce el ceño.

—Sí.

—¿Seguro? —Ladea la cabeza, curiosa—. Estás pálido.

—Sí. —Paso una mano por mi frente y luego por mi cabello—. ¿Aún no cenas? —pregunto mirando la bandeja que tiene en sus manos.

—Ah, esto no es mío. —Sonríe tenuemente—. La jefa no quiso cenar y lo repartiré entre los vagabundos.

Me giro completamente en su dirección.

—¿Regina aún no ha comido? —mi tono de voz llama la atención de algunas personas.

Camila me mira con duda y me aclaro la garganta.

—Termina una reunión y entra en otra. Trabaja demasiado. Si ingiere el almuerzo completo, es un milagro. Es una lucha diaria para que acepte la comida. —Levanta la bandeja—. Hoy perdí.

—¿Y si le llevas un platillo fuera de lo que acostumbra? —sugiero, imaginando cual podría ser su comida favorita.

Me mira con horror.

—¿Estás loco? No puedo comprarle algo diferente a lo que pide.

Antes de responder, llegamos al piso de Kraptio, balbuceo un «adiós» y retomo mi camino. Toco la puerta de la sala de juntas y abre un asistente.

—¿Podrías llamar al señor Marcus Turner? —Miro el interior de la sala por encima de su hombro.

—Se fue hace unos minutos de la torre.

«Joder».

—¿Y a Jorge Brown?

—Para hablar con él tendrás que esperar a que termine la reunión con el señor Wallace.

—Es urgente. Por favor.

—Lo siento, no puedo interrumpirlos. ¿Quieres que le dé un mensaje?

Cambio mi peso de una pierna a otra. Si mis sospechas son ciertas, no puedo revelar lo que descubrí a cualquiera. Debo ser cauto.

—No. Ya lo hablaré con él luego.

Cierra la puerta prácticamente en mi cara. Sin inmutarme, veo mi alrededor. ¿Qué hago? Camino de regreso al piso veinticuatro. En la oficina, me encuentro con Susan sirviéndose agua. Ella y otros del equipo estuvieron en ASysture por la mañana.

—¿Qué tal las cosas con Paul Archer? —inquiero, acercándome.

—Enredadas. —Suelta un suspiro.

La miro fijamente mientras guarda sus cosas en un bolso. Lleva puesto un vestido rosado que le queda muy bien. Trae el cabello suelto y se maquilló más de lo que estaba por la mañana, pero sin ser exuberante. ¿Tendrá una cita? Meneo la cabeza. Aprieto mi libreta de notas, pensando.

Ella fue quien descubrió en primer lugar el despido de Sánchez.

—Oye... —titubeo—. ¿Cuántas posibilidades hay de que un registro específico desparezca de nuestra web?

—Pocas. —Coloca un mechón de cabello tras su oreja—. ¿Por qué?

—¿Recuerdas lo que conseguiste sobre la jefa de contraloría? —Le muestro la foto de Sánchez—. Sus registros no aparecen.

—Es raro. —Mira el reloj, parece pensarlo por un momento—. ¿Tu laptop sigue encendida? —Cedo mi silla. Tecleo el código e indico la página en cuestión—. Aquí dice que todo está completo. —Señala con su dedo índice varios números.

—Mas no todos. —Coloco el IPad sobre la mesa y abro mis notas—. Los datos que omitieron al despedirla se actualizaron después de que Brad y yo hiciéramos la visita.

Encoge los hombros

—Quizá hubo un error durante la implementación del nuevo sistema de seguridad.

El sistema que anunciaron durante la reunión en el yate de Regina.

—Sí, quizás —murmuro, no muy convencido.

—Esos registros apuntaban a Bartis, ¿no? —Asiento—. Ya lo tenemos. En nada se presentará delante de un juez. Concentrémonos en avanzar con el resto de la investigación. —Se levanta—. Ve a casa, es tarde. Mañana nos espera un día largo.

Susan se despide con una enorme sonrisa. Al parecer lleva prisa. Siento que mi cabeza va a estallar, son demasiados asuntos por asimilar. Bajo al vestíbulo rezando encontrarme con Regina y al mismo tiempo no. Es raro. Quiero volver a verla y a la vez... no sé cómo reaccionar. De camino a la estación del metro, busco entre mis contactos a la única persona que sé que puede resolver mis dudas. Contesta al quinto timbre.

—¡Mira quién se digna a llamarme! —ladra Luther.

—Ha pasado una semana, exagerado. —Miro el cielo. No se aprecia ni una estrella por las nubes—. Necesito tu ayuda.

—Ah, de lo contrario no me llamarías. Mal amigo. Ingrato...

—¡Luther!

Refunfuña en japonés. Es otaku. Somos otakus de los que se bañan.

—¿De qué se trata?

—Te lo diré personalmente. —Aguardo en la entrada del metro. Abajo no hay cobertura—. ¿Puedes mañana temprano en la cafetería que está a dos calles de la torre Azzarelli? —Miro el local cerrado.

—Para ir allí tengo que salir de mi apartamento —se queja el ermitaño—. ¿Por qué no me lo puedes contar ahora?

—Tú sabes por qué.

Guarda unos cinco segundos de silencio.

—Quieres que haga magia —su voz cambia a profesional.

—Y un conjuro muy complicado.

—No te saldrá barato.

—Aún no te explico de qué va.

—No tienes que hacerlo. Por tu tono sé que es algo muy serio. Ayer me llegó la Corsair T3 Rush. Dame un incentivo para ir a ver tu fea cara.

Puedo permitirme un gasto adicional después de tocar el piano durante el partido de polo. Exhalo sonoro.

—¿Cuánto pides?

—No hablo de dinero. —Ríe—. Eso lo consigo en cualquier lado. Quiero el número de teléfono de Natasha.

—Olvídalo —serio, contesto de inmediato.

—Ya te di mi precio.

—Si quieres su número, ve y pídeselo tú.

—Ya lo intenté. Ayúdame y yo te ayudo. Si ella me contesta o no, es su decisión. No tuya. Además, sabes perfectamente que con presionar un botón puedo conseguirlo.

—No venderé a mi hermana —recalco.

—De acuerdo, fue un placer no hacer negocios contigo. —Cuelga.

«Hijo de...».

Frustrado, me ajusto la chaqueta. Está incrementando el frío y vuelvo a marcar el número del ermitaño.

—Estoy en una partida de World of Warcraft, habla rápido.

—¿Cuáles son tus intenciones? —mascullo.

—Invitarla a tomar algo. —Lo escucho sorber algún líquido—. ¿Por qué? ¿Debe pedirte primero permiso a ti?

—No es geek como nosotros. Si la incomodas, te las verás muy mal conmigo —amenazo en voz baja.

Natasha no es el tipo de mujer que usará traje de waifu para hacer streaming o para cualquier tontería que se le ocurra a Luther. Entiendo su necesidad. Mujeres que gusten modelarnos un sexy cosplay son irreales.

—Yo creía que debía cuidarme de Nathaniel nada más. —Suelta una risita—. ¿Tenemos un trato?

—Ayúdame con el problema y te llevaré con ella —considero.

—¡Wow! ¿Tan delicado es el asunto?

—Muchísimo. —Miro en dirección a la cima de la torre Azzarelli, la cual resalta entre los demás edificios, preguntándome si aún la fiera estará en su oficina—. Hay vidas en riesgo que dependen de los resultados.



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