18. Jardín del Edén

18. Jardín del Edén.

ALONSO.

Después de cinco vueltas, tengo que acercarme a un grupo de empleados que fuman cigarrillos mientras manipulan sus móviles para que me indiquen la dirección. Hay setos podados en diferentes figuras por todas partes. Grandes, medianos, pequeños. No parecen tener fin, lo reafirmo al vislumbrar el laberinto de setos. Se ve estrecho. Solitario. Oscuro. Sólo un demente entraría de noche. Regina está parada entre dos estatuas de quimera que presiden la entrada. Tiene los brazos cruzados y no para de golpear el piso con su zapato.

—Madam.

—Creí que no vendrías —Está muy seria.

—Me perdí en el camino —juego con el cuello de mi camisa—. ¿Qué hacemos aquí?

—Vamos a dar un paseo por el jardín. Quiero mostrarte algo —con una mirada enigmática extiende su mano en mi dirección.

«Esta mujer es peligrosa», me recuerdo.

Entrecierro mis ojos. Mi sentido arácnido no detecta dobles intenciones en su invitación. Está demasiado serena. Después de ver su reacción por haber perdido, tanta calma es inquietante. Escalofriante.

Acepto la mano que me ofrece aunque algo en mi cabeza me grita que no al sentir el tacto frío de su palma. Ella tira de mí para que la siga pero sin entrelazar nuestros dedos. El rumor de la carpa queda atrás como una ilusión cuando nos adentramos en el frondoso laberinto. Ninguno habla. Yo no puedo o el corazón se me sale por la boca. El silencio se ve únicamente interrumpido por los grillos, un pájaro nocturno, el crujir del viento y nuestros pasos sobre las losas.

Estamos rodeados por uno que otro árbol con evidencias del otoño, arbustos, setos, flores, principalmente rosales... muchas enredaderas de rosas de diferentes colores densamente enrolladas alrededor de rejas a modo de techo, vallas y los setos, creando así infinidades de rincones oscuros. Ella avanza con paso decidido, mientras yo me aseguro con suma atención de no toparnos con algún reptil o insecto venenoso.

Además de la luz de la luna, somos iluminados mínimamente por un montón de pequeñas linternas de colores que están a un lado del camino. Es como ser trasportado a otro mundo. Desde estar en el jardín de la catedral central de la iglesia Axiom hasta incluso en el país de las maravillas.

¿Regina representa a la reina corta cabezas o al conejito blanco?

—¿A dónde vamos?

Ella no dice nada, solo sigue adentrándose en las profundidades del laberinto. Nos estamos sumergiendo demasiado en la oscuridad. Miro hacia atrás repetidas veces. La sensación de que nos siguen no me gusta. No quiero que me vuelvan a sorprender por la espalda; sin embargo, tampoco quiero soltar la mano de Regina. ¿Soy masoquista? Quizás.

Cruzamos un arco de flores azules para llegar a una pequeña plaza con focos incrustados en el suelo. Una estatua de caballo erigida en la fuente del centro es lo primero que capta mi atención. A un lado, hay una pérgola sostenida por gruesas columnas, coronada por un domo. Debajo yace una mesa y varias bancas de piedra. Sería una vista muy hermosa si las rosas que nos rodean estuvieran en flor.

La italiana se adelanta, se gira hacia mí antes de llegar a las bancas y sube dos escalones. Ahora estamos al mismo nivel dado que no trae tacones. Verla así: con la estructura de estilo griego de fondo, su cabello oscuro por encima de los hombros en ondas, su piel pálida iluminada por la tenue luz de la luna y vestida de blanco, hace que me den escalofríos. Lo que me confunde es que no sé si son buenos o malos.

Bien podría parecerse a una diosa del Olimpo o una mensajera del Tártaro. Su mirada es la de una fiera a punto de engullir a su presa. Turbia, enigmática y peligrosa. Trago saliva con dificultad. Esta mujer es demasiado voluble, un chasquido de dedos y me desaparece del mapa. ¿Tan enojada está por no seguirle el juego que me trajo hasta aquí para enterrarme sin dejar rastros?

¿Tan enojada está que me trajo hasta aquí para enterrarme sin dejar rastros?

—Muy bonito todo —hago un gesto con la mano—. En serio que es un lugar impresionante pero no creo que debamos estar solos en medio de tanta vegetación y con la noche encima. No sabemos quién puede andar suelto por ahí.

Su respuesta es una carcajada. Definitivamente está loca o ebria. Frunzo el ceño y sonríe, mas no es una sonrisa amable o seductora. No. Es una sonrisa psicópata muy Harley Quinn. Doy un paso atrás por seguridad y busco de reojo vías de escape. No tendré oportunidad si me sale su dinosaurio. Mi mente repite un montón de escenas de películas de mafia italiana y sospecho que mañana amaneceré durmiendo con los peces.

—¿Para qué me trajiste aquí? —demando saber.

No le demostraré miedo.

—¿Tú qué crees? —musita, saboreando las sílabas con su acento.

Descuartizarme con tus matones.

—Regina...

—Mira, no tengo tiempo para descubrir si eres tonto, ingenuo o lento. Respóndeme: ¿Los caballos te marean?

Mi ceño fruncido se vuelve más marcado y su sonrisa guasona se ensancha más.

—No.

—¿Y las plantas que nos rodean? —estira los brazos hacia los lados, aumentando la imagen de poder que proyecta.

—No.

—¿La comida te cayó mal?

—No, no y no —niego con la cabeza ¿Se está burlando de mí?—. Me siento muy bien. ¿Por qué la pre...?

Antes de que pueda continuar, tira de mi corbata y me besa con celeridad. Me quedo con los ojos abiertos.

¡¡El diablo me quiere llevar!! 

¡Es un ataque contra mi cordura!

La forma en que mueve sus labios hace que luchar sea difícil. Me resisto. Me... Me... Hipnotizado por la intromisión de su lengua, mi cuerpo se relaja, cierro los ojos, subo un escalón y mis manos se cierran en su espalda, atrayéndola hacia mí para eliminar por completo la distancia. Los besos de Regina te sumergen en una tormenta de sensaciones difíciles de controlar. Pienso un sinfín de consecuencias.

¿Qué está bien y qué está mal?

Estoy besando a la personificación del deseo, la tentación y el pecado. Soy transportado al jardín del Edén e, igual que Adán, si acepto o no comer del fruto prohibido, viviré en desgracia o en el paraíso. Mi voluntad es demasiado débil con Regina, no me reconozco. Es el sonido de mi jadeo lo que rompe el hechizo al que me ha sometido.

—Es una locura. —Tomo su rostro con mis manos y miro por donde llegamos—. Alguien podría vernos.

—Que nos envidien. —Sujeta mi barbilla para que la mire—. Termina lo que comenzaste en mi yate. No quiero palabras dulces, no quiero mimos. No me gusta el sexo suave. Quiero que me folles como si tu vida dependiera de la calidad de mi orgasmo —susurra en mi oído y muerde el lóbulo de mi oreja.

«A la mierda el autocontrol»

Sujeto su nuca y cierno mi boca sobre la suya con demanda. No puedo parar de tocarla. Es cuestión de supervivencia. Siento que estallaré en llamas si me alejo. Si de algo moriré esta noche, que sea por el aliento que me quitan sus labios o por el ritmo frenético de mi corazón.

La tela que recubre su cuerpo es muy delicada, un ligero movimiento sería suficiente para liberar sus senos. El aire es muy fresco por lo que me limito a amasarlos por encima del vestido. Beso y lamo su cuello hasta llegar a su oreja. Sin dejar de buscar mi contacto, me hala para que terminemos de subir los escalones y se sienta en el borde de la mesa, abriéndose por completo para mí. Es una invitación. Una condena. Ya no me interesa que me caiga cadena perpetua. Acepto cualquier castigo divino con tal de estar encerrado entre sus piernas. Me arrodillo para besarle el interior de una rodilla y dejo un camino de besos y mordiscos hasta llegar a su muslo.

Trago saliva.

Me encuentro con una pieza de encaje blanco.

—¿Te gusta lo que ves? —Acaricia mi mejilla.

Recorro con la punta de mi nariz la parte central de sus bragas.

—Me encanta. —Sonrío y las bajo.

—No hay tiempo para preámbulos. Te quiero dentro.

Tira de mi cabello para que me incorpore. Nos miramos mientras llevo mi mano hasta su recóndita calidez. Deslizo mi dedo índice y trazo pequeños círculos. Introduzco otro y la siento vibrar. Está empapada, lista para recibirme. Mi corazón se acelera aún más escuchándola, noto que tiembla y junto nuestras bocas para saborear sus jadeos. Una vez abre mi bragueta, pierdo el dominio de mí mismo cuando empieza a masturbarme con destreza, como si mi miembro fuera suyo. 

Respira, Alonso, respira.

Con premura me entrega un preservativo y me llena de besos el cuello en tanto me lo pongo. Ya listo, se recuesta en la mesa apoyándose sobre sus codos y coloca sus pies descalzos sobre mis hombros.

Es un espectáculo verla con las mejillas rosadas por la excitación. Desesperado, beso sus pantorrillas sin cortar el contacto visual, al mismo tiempo que levanto sus caderas y lentamente me hundo en ella.

Jo... der.

Esto es la gloria.

Ambos jadeamos. Me quedo quieto unos segundos, disfrutando de la exquisita sensación de calor y esperando a que se expanda ante mi invasión; no obstante, ella arquea la espalda, cierra los ojos y balancea las caderas en busca de fricción.

Se la doy.

Doytodo de mí permitiendo que mi neandertalinterno salga a flote. Un instinto salvaje que desconocía me controla, causandoque el canto de Regina ascienda de contralto a soprano. Jamás imaginé que lareina de hielo fuera tan sonoramente expresiva. Con una mano, sujeto su piernay, con la otra, recorro su muslo derecho hasta llegar a su entrada paraestimularla. El sudor perla por mi frente. No dejo de penetrarla mientrasacaricio su clítoris. De su parte recibo una mirada cargada de lujurialíquida y la interpretación de un aria completa. Su cuerpo convulsiona ante la intensidad, sus piernas se tensan y su cavidad se aprieta abrazándome aún más. Me está volviendo loco. Su rostro se deforma y se torna rojo. Unos segundos y echa su cabeza hacia atrás, soltando un gemido que me arrastra con ella.

El mejor jodido orgasmo de mi vida.

Nos mantenemos quietos, tratando de controlar el ritmo de nuestras respiraciones. Aún dentro, todavía la siento palpitar. Beso su empeine derecho. Le extiendo mi mano para que se incorpore, la acepta y pego mi frente con la suya hasta rozar nuestras narices. Mantiene los ojos cerrados y menea la cabeza, apartándose antes de que pueda besarla.

Quiero besarla.

En silencio, me quito el preservativo y terminamos de acomodar nuestras prendas. Le echo mi saco por encima de los hombros y no rechista, es más, recoge sus bragas, y las mete en el bolsillo de mi pantalón. Aun así, no logro descifrar su estado de ánimo porque, con expresión insondable, saca de su bolso un neceser y se entretiene arreglando su cabello y maquillaje frente a un espejo.

¿Y... ahora qué?

Sin saber muy bien qué hacer, estudio la escena del crimen intentando asimilar los hechos. ¿Acabo de...? Paso una mano por mi cabello. Todo fue tan rápido que aún no me lo creo. Camino hacia la fuente y aspiro el aire frío de la noche confiando que regule mi sistema.

Tengo calor.

De todos modos, no me da tiempo para pensar en nada, porque el sonido de su voz hace que me dé la vuelta. Está hablando por teléfono en italiano, cuelga y con un movimiento de su dedo índice pide que la siga.

—¿Viviré? —es lo único que se me ocurre decir.

—La noche aún no termina, querido.

No estoy seguro por la poca iluminación pero creo que está sonriendo.

Permanece callada durante todo el camino. Me gustaría hablar. Iniciar una conversación normal; sin embargo, lo único que hago es mantener las manos en los bolsillos, sin poder pensar en otra cosa que no sea la divina sensación de su lengua en mi boca y su abrasante humedad. Nunca antes había sentido este anhelo por alguien, esta... voracidad.

Salimos del laberinto por un lado diferente por el que entramos y nos acercamos a la casa.

—¿No volvemos a la carpa?

Niega con la cabeza.

—Estar sentada el resto de la noche no es de lo más interesante. —Me mira—. ¿Tú quieres regresar?

—No.

—¿Tienes algún compromiso en otro lado?

—No. Nada

—Perfetto.

Mi corazón se dispara de nuevo. Rodeamos el edificio hasta el estacionamiento. Miro el Rolls Royce aparcado junto a una Range Rover de color negro. El dinosaurio está junto a un hombre que usa gorra de chofer, es más bajo pero de complexión igual de musculosa. Regina les dice algo en italiano, ellos me miran con el tipo de recelo que augura huesos rotos y nos abren las puertas. Nos ponemos en movimiento y el dinosaurio nos sigue con la Range Rover. La calefacción del coche es muy acogedora. Regina se quita mi saco y la veo rebuscar en el pequeño bar.

—Lo único que tengo sin alcohol es agua. —Muestra una botellita.

—Puedo tomar lo que sea.

—¿Lo que sea? —Sonríe maliciosa.

—Siempre y cuando no me emborraches. Me achispo rápido —hablo en voz baja, ronca y entrecortada.

¿Por qué estoy tan nervioso?

—Ah, un poco de tinto no te viene mal. —Me tiende una copa y también se sirve una.

El vino es increíblemente delicioso. Ligero. Regina gira el líquido en su copa, bebe y cierra los ojos, retiene el vino unos segundos antes de tragar, da otro sorbo y luego recorre sus labios húmedos con la lengua. Miro por la ventana. Incluso es fascinante bebiendo. No puedo coordinar ningún pensamiento lógico mientras está a escasos centímetros de mí. En este lugar tan cerrado su perfume embriaga todos mis sentidos.

Me atonta, lo sé, igual lo disfruto.

—¿Y ahora a dónde vamos?

Sería muy fácil dejarme secuestrar por esta mujer pero no puedo darle ese susto a mi familia.

—¿No te llevas con los barcos? —Niego—. No importa, iremos a un hotel. —Vuelve a llenar las copas—. Tranquilo, disfruta el vino sin remordimientos. Si acabas ebrio, igual no saldrás de la suite esta noche... aunque es contraproducente ya que el alcohol tiende a fastidiar las erecciones pero necesito que te relajes.

«Oh».

—¿Quieres... hacerlo otra vez?

Presiona un botón. Un cristal oscuro nos aísla del chofer.

—¿Tú no?

—Sí, claro que sí, pero...

—¿Tuviste sexo después de hacerte los exámenes?

—No.

—Yo tampoco. —Acaricia mi pierna—. Me toqué pensando en ti.

Paso una mano por mi nuca, sintiendo mis orejas arder.

—Tú y yo... ¿Qué tipo de relación tendremos?

—A ver, Roswaltt. —Se gira completamente hacia mí—. Te dejaré claro algo: sexo y nada más. La idea es tener una noche placentera. Ambos somos adultos, estamos limpios y nos deseamos. ¿Por qué negarnos el gusto? Yo propongo y tú dispones. ¿Estás de acuerdo?

Tomo su mano para depositar un beso.

—Sí.

En este instante, lo único que quiero es volver a probar sus labios.

—Por el bien de los dos. —Nos señala—. Ni familia, ni colegas, ni amigos, absolutamente nadie debe saber lo que pase entre tú y yo.

—No hablaré con nadie —prometo, acariciando sus nudillos con mi pulgar—. ¿Ahora es el momento cuando me haces firmar un acuerdo de confidencialidad?

—No habrá papeleo. Tienes mi voto de confianza.

Nos sonreímos y, sin poder contenerme más, le doy un beso, otro que ella no rechaza. Mordisqueo su labio inferior y me responde hincándome los dientes en el labio superior, lo retiene y lo suelta con lentitud. Más que roces, es una lucha por quien entra en la boca del otro. Su frenesí me provoca una cálida ola de seguridad.

Como amante de la buena música, quiero volver a escucharla gemir, así que, aún sintiéndome valiente, aprovecho que el coche es espacioso y, sin dejar de acariciar sus piernas, me arrodillo a sus pies como la reina que es. Beso sus muslos continuando hacia arriba.

Como una gata, clava las uñas en los reposabrazos en el momento que recorro velozmente sus pliegues con mi lengua. Abre más las piernas y profiere un gemido gutural cuando mis labios y mi lengua entran en contacto con su punto más sensible.

Levanto la cabeza para mirarla.

—¿Tu chofer puede oírnos?

Ti taglio le palle se hai il coraggio di fermare il mio orgasmo!

No sé qué dijo pero la forma en cómo hunde los dedos en mi cabello para que regrese a mi tarea me dice que le gusta. Con mi lengua trazo círculos lentos y rápidos, suaves y violentos alrededor de su ya inflamado clítoris. Entre jadeos sube las piernas a mis hombros y cruza los tobillos en mi espalda. Si de pronto decidiera ahorcarme como Sonya Blade, yo no opondría resistencia.

Al contrario, sería feliz. Muy feliz.

Muy feliz.

Llevo mis manos a sus senos y gime cerrando los ojos. Me deleito viendo cómo madam Azzarelli pierde la razón. Mi pantalón se siente muy pequeño. Es la tercera vez que hago esto, la primera sin protección y que noto tanta receptividad. No es una mujer tímida. Sabe lo que quiere y lo manifiesta. Sus gemidos envuelven una versión distorsionada de mi nombre en pleno orgasmo. Limpio todo. Sus jugos son como un oasis y yo soy un viajero del desierto muy sediento. Me inclino sobre ella para buscar sus labios y me corresponde con desbordado ímpetu. Me empuja por los hombros cuando intento pegarme más a su cuerpo.

Me inclino sobre ella para buscar sus labios y me corresponde con desbordado ímpetu. Me empuja por los hombros cuando intento pegarme más a su cuerpo.

—Bájate los pantalones y siéntate —me ordena y presiona un botón en el panel frente a nosotros—. Continua a guidare finché non te lo dico.

Una vez que mis pantalones y calzoncillos están abajo, vuelvo a mi asiento. Regina me lanza un preservativo. Se me seca la boca. Lo haremos otra vez. Echo un vistazo por la ventana. El tráfico y la gente que camina por las calles están a pocos metros de nosotros, sin contar al tipo que conduce. Estoy empezando a creer que los lugares públicos son los que más la excitan.

Mirándome por encima del hombro con una mirada felina, se acomoda sobre mi regazo dándome la espalda, dejando a la vista su trasero redondo y macizo. Apoya sus manos en los reposabrazos y se inclina hacia adelante; de esa manera, toma mi falo y se empala despacio. Suelto aire bruscamente entre los dientes.

Aparto su cabello y peregrino con besos húmedos detrás de su oreja y su cuello. Es irónico que en el techo estén reflectadas un millón de estrellas, porque, aunque cierre los ojos, no dejo de verlas. No me monta con brincos salvajes, sino hace movimientos de pelvis adelante y atrás, masajeando mi pene mientras lo atrapa y libera con succiones internas que jamás experimenté.

Jodida experiencia explosiva.

—¿Qué haces? —jadeo.

—Pompoir. —Me mira por encima de su hombro—. ¿Te gusta?

—¡Me estás volviendo loco!

Sonríe y la tomo de la nuca para besarla apasionadamente. Mi mano derecha pelliza su pezón por encima del vestido y la otra se ocupa de su clítoris. Mi imaginación vuela y no resisto más. Me libero pero, atento, me concentro en su punto más sensible sin dejar de repartirle besos. Sus muslos se tensan y muerde su labio inferior con fuerza para ahogar el sonido de su orgasmo. Es inigualable. Magnífica. La abrazo mientras su cuerpo convulsiona.

Cuando vuelvo a la lucidez, noto que tengo su cabeza apoyada en mi hombro. Su aliento golpea contra mi cuello y eso me gusta mucho. Sonrío. Le doy un beso en la frente con afecto y hundo mi nariz en su cabello perfumado. Huele a coco. Quiero disfrutar del momento pero entonces, ella se remueve pegada a mí y se va a su asiento acomodando su vestido, me quito el preservativo e igualmente subo mis pantalones.

Presiona de nuevo el botón en el panel para hablar y en media hora más o menos el coche se detiene. Su puerta se abre y yo me ocupo de la mía. Estamos en el hotel más prestigioso de la ciudad. Es uno de esos lugares en los que sabes que hasta respirar cuesta dinero. Joder, no asimilo que estamos aquí solamente porque me mareo.

Salimos del elevador en el último piso y recorremos un lujoso pasillo hasta llegar frente a una puerta doble de color blanco. Saca de su bolso una tarjeta dorada y entramos. Lo único que logro detallar es que el salón de la suite es más grande que mi apartamento. Mi mente está en otro mundo. 

Regina deja su bolso sobre una mesa, se quita los zapatos y camina hacia el mini bar. Cuando regresa trae consigo una botella de armañac y sirve dos vasos.

—Solo un trago —chocamos nuestros vasos y bebemos sin desconectar nuestros ojos.

Tras beber otro sorbo, dejo mi saco a un lado, la tomo por la cintura y la beso con rudeza. Nunca me llamó la atención probar el armañac, sobre todo después de lo que pasó con mi abuelo; no obstante, degustarlo directamente de esta boca hace que me guste mucho.

—Que sean dos.  —Recorre mi mandíbula con la punta de su dedo y palpa mi pecho—. No me equivoqué con respecto al chaleco... sobre todo con la corbata. Te ves guapísimo —pasea el dorso de la mano por la tela burdeos y tira de ella para estampar sus labios con los míos—. Quítate la ropa —ordena como la primera vez que nos vimos.

Igual que ese día, mi cuerpo tiembla pero no por nervios, sino debido a la anticipación de lo que vendrá luego. Ella vuelve a llenar su vaso y bebe mirándome expectante. Me quito el chaleco, la camisa, los zapatos, calcetines, cinturón, pantalones y, cuando bajo mis calzoncillos, me muestro como Dios me trajo al mundo.

Me recorre de arriba abajo, bebe de un trago lo que queda en su vaso y se acerca a mí desprendiendo una hipnotizante sensualidad.

—Esta noche usted manda, signor Roswaltt. Dígame qué quiere hacer —se cuelga de mi cuello—, qué quiere hacerme.

—De todo.

—Sea más específico —araña mi torso—. Olvídese de quienes somos allá afuera porque, con tal de satisfacer los gritos de la carne, en las siguientes horas solo seremos un hombre y una mujer que se desean.

Asiento repetidas veces, hechizado.

—Primero quiero quitarte el vestido.

—Concedido —esboza una sonrisa coqueta y se da la vuelta.

Paladeo la sensación de su piel bajo mis dedos. Le acaricio la oreja con la nariz y desciendo por el cuello hasta el hombro sin dejar de besarla y recorrer sus brazos. Hago lo mismo con el otro lado y luego bajo la cremallera muy despacio hasta la mitad de su trasero.

No trae sujetador. Con un leve contoneo, la prenda se desliza como por un tobogán por su cuerpo hasta caer a sus pies. Dobla el vestido y lo deja sobre una silla, se vuelve hacia mí y tengo que dar un paso atrás para poder contemplarla entera.

Mis sueños no le hicieron justicia. Es de belleza inhumana. Benditas sean las raíces genéticas de esta mujer. Su figura reluce cincelada a la perfección como en una delicada escultura griega.

—Eres... una... diosa —tengo la respiración demasiado acelerada.

Esboza una sonrisa cargada de ego. Sabe lo que tiene y cómo usarlo para hacer que cualquiera pierda la cabeza. Me siento afortunado ¿Desde cuándo los mortales tienen permitido jugar en el Olimpo?

—Adelante. No te cohíbas —con un ademán pide acercarme.

Antes de que pueda darme cuenta, caigo sentado y apoyo la espalda sobre algo suave, consecuentemente, Regina se sube a mi regazo, cara a cara, con las rodillas flexionadas junto a mis muslos. Mis manos cubren sus senos y noto cómo sus pezones se agrandan más contra mis palmas. Cierro los ojos cuando acaricia mis testículos con maestría.

Sabe qué tocar y cómo tocar.

Es una jodida diosa del sexo dándole un curso intensivo a un pobre mortal.

—Vamos a tu cama —pido, jadeante.

—Todos fornican en una cama. ¿Por qué seguir el estereotipo?

—¿Por comodidad?

—¿Este sofá te parece muy incómodo? —Su boca juega con mis pezones.

—Mierda...

—Respóndeme —lleva mis manos a sus nalgas—. ¿Es incómodo?

—N-no.

—Nos quedamos aquí —decide.

—Dijiste que yo mando —me quejo pero no le quito las manos de encima.

—La cama no es una opción.

Después de ponerme un preservativo con forma rara, nos une despacio y traza círculos matadoramente lentos. Su boca devorando la mía.

—Con calma. —Sujeto sus caderas cuando comienza a cabalgar—. Mañana no podrás caminar si continúas así.

—Será domingo y caminar se ha vuelto sobrevalorado.

Si fuera sólo por mí, puede hacer lo que le dé la gana conmigo.

—Joder, Regina... De tanta fricción brusca, terminarás irritada.

—No sabes con quién estás tratando. —Ríe entre dientes.

—Sé que no eres de hule. No quiero que te lastimes.

Me mira fugazmente... ¿desconcertada? No, está seria. Creo. Menea la cabeza y sonríe arrogante, demostrando que no le importa lo que dije.

—¿Por qué me trajiste a una suite si no usaremos la habitación?

—Más acción y menos habladuría. —Gime bajito y me empuja para que me recueste en el sofá.

Apoya sus manos en mis hombros y nuestras respiraciones entran en perfecta sincronía. Nos incineramos en la llama impuesta por su desatada pasión, condenándonos a vivir el prohibitivo pecado en cuerpo y alma.


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