18. Incubi.
18. Incubi.
REGINA.
Soy la más llamativa, la única que toda prenda le queda bien, los clientes aclaman mi nombre, soy la mejor en el escenario y lo demuestro bailando hasta que los tacones me provocan dolor... Otra propuesta codiciosa... No me importa cuánto hayan pagado, no quiero ir, no con ellos. Paredes rojas. Sábanas rojas. Esposas de cuero. No puedo moverme. Olor a tabaco. Música a máximo volumen. Risas... y no puedo moverme.
Lucho en vano.
No puedo liberarme.
Umbra...
Me despierto, incorporándome sobresaltada.
«No. No. No. No».
Sujeto mi cabeza entre las manos mientras trato de controlar el latido desbocado de mi corazón. La sensación de asfixia es horrible. Jadeo en busca de aire, estoy bañada en sudor y el borde de los ojos me arde, mas no me permito llorar. Masajeo mis sienes y paseo la mirada por la habitación. Mi cama tiene dosel, las paredes son color crema y el estilo lujoso de la decoración es Luis XV.
No es mi camarote.
«Tranquilízate. Estás en América, en una suite de hotel. Sólo fue una pesadilla por no dormir con el volpe».
Es extraño.
No suelo tenerlas tan seguido. Sufrir una a la semana es mucho. Las escenas fueron muy vagas. Froto mis manos varias veces para que dejen de temblar. No vuelvo a dormir fuera del yate sin mi volpe.
Necesito calmarme.
Alcanzo mi bolso sobre la mesa de noche y consigo el antídoto para esta clase de emergencias. «Macallan». Quito la tapa y cierro los ojos mientras bebo directo de la pequeña botella. El fuego quema mi garganta, arrastrando consigo toda la ansiedad y el desasosiego que sentía unos momentos antes.
Es la forma más eficiente para calmar mis nervios. Pasé años bebiendo de forma compulsiva mas no soy adicta. Estoy muy orgullosa del dominio que he desarrollado con respecto a la bebida, pero en momentos como este, es lo único que puede tranquilizar a mi desperdigada mente.
Odio con todas mis fuerzas sentirme así.
«La debilidad es un síntoma de incompetencia en la carrera de la vida».
Van a dar las cuatro de la madrugada. Sé que no podré volver a conciliar el sueño, así que, como siempre, sigo la rutina que he repetido desde que tengo memoria tras despertarme de madrugada, esté donde esté, siempre es igual: voy al baño para lavarme el rostro con agua fría, me cepillo los dientes, regreso a la cama, en mi bolso busco mi IPad y finjo que no ha pasado nada. Que todo está normal y me concentro únicamente en mi trabajo.
Mi refugio.
Revisando mis correos, encuentro uno de la organizadora que está a cargo de la fiesta de otoño de Azzagor Enterprises. No escatimo en gastos. Espero el día con ansias no por lo que todos creen. Para mí es más que la típica festividad, es mi forma de honrar la memoria de Pasquale Azzarelli. Una vez envío mis elecciones con un par de dudas, me sorprende ver que tengo un correo de mi asesor con carácter de urgencia. Lo abro y mis ojos casi se salen de órbita. El hormigueo se expande por mis palmas. No me sorprende que esté en línea, por lo que no dudo en hacer una videollamada.
—¡¿Qué demonios significa esa estadística?! —increpo.
Roche tarda en responder... detallándome. Por un mero segundo me fijo en mi imagen en el inferior de la pantalla. Tengo la nariz enrojecida. «Patética». Él, contrariamente, luce muy despierto aun con el pijama puesto. Por el fondo deduzco que está en su estudio y yo sigo en la cama vestida con una bata de seda negra. Alzo una ceja, exasperada.
—Conocíamos los riesgos —responde simple—. No es la primera vez que tenemos algunos problemas al iniciar con un nuevo rubro.
—Antes no tuvimos una fuga de fondos. —Aprieto el puente de mi nariz—. No podemos darnos el lujo de cometer errores. Se supone que no es un experimento de fallo y acierto. ¡Tenemos que recuperar dinero!
—Y lo haremos. Te dije que era inversión a largo plazo. Es probable que debas inyectar más capital para solventar algunos baches en el camino.
—¡¿Más capital?! —chillo, sentándome derecha.
—Compra minoritaria —me recuerda con un gesto—. Tenemos menos del cuatro por ciento de las acciones. Si aumentamos mínimo a un diez por ciento, los cambios serán casi inmediatos. Tendrás mayor control.
«Mayor control».
Me recuesto del respaldo acolchado. Diversificar el portafolio es la regla de oro para invertir. Jamás pongas todo el dinero en un solo tipo de empresa, una caída puntual puede ser cubierta con un alza en otra inversión. En otras palabras: recoges fresas cuando no es temporada de mangos y, en dos meses más, sobrevives cosechando manzanas porque tu huerto es diversificado. De esa forma, mantienes una entrada de ingresos constante sin importar la estación, las preferencias de los clientes o la competencia, ya que no dependes de una sola fuente. Odio que mi capataz prometa grandes beneficios de una semilla nueva, y ahora, cuando necesito vender el fruto, todo el cultivo esté podrido.
—¿Cuánto tiempo tenemos? —pregunto, controlando mi genio.
—La compra debe efectuarse mínimo esta semana.
—¿Por cuánto va la acción?
—Más de la mitad del precio anterior y subiendo.
«Cazzo».
—No puedo hacer movimientos grandes o levantaré alertas.
Mi motor es la adrenalina del riesgo. Pero, teniendo en cuenta mi situación actual, hasta el más idiota sabría que, por más tentadora que sea la propuesta, es de suicidas tomar una decisión de esa índole. Un error y tendré a los sabuesos del gobierno husmeando en mi torre.
—Yo me encargo. Lo hemos hecho antes miles de veces. Dame la orden y me ocuparé de todo el proceso.
Niego con la cabeza.
—¿Olvidas que tenemos la lupa encima? No quiero lidiar con la SEC.
—Peor será si no actuamos —alega y tuerzo la boca—. Mi intención no es presionarte, Regina. Sé que el asunto de la torre es una mierda, por eso busco lo mejor para ti.
Miro el techo y bebo un trago largo de la botella. Roche me observa paciente. ¿Cuántas veces hemos estado en situaciones similares? Así. De madrugada, discutiendo sobre el destino de alguna empresa. Somos tan adictos al trabajo... y al riesgo. Ambos nos formamos en Wall Street.
—Hazlo.
—Comenzaré de inmediato —responde serio.
Ya no hay vuelta atrás. El desfalco no hubiera sucedido de no haber estado tanto tiempo en Londres. Nadie se atrevería a traicionarme de frente. Este desastre pudo prevenirse y me lo echarán en cara como un descuido. El mundo cree que estoy en trámites para hacerme un lugar en Reino Unido. Es una verdad a medias. Quiero abrir una torre Azzarelli para mis empresas. Sin embargo, aunque es muy importante y encabeza mis metas, no es mi prioridad. La expansión es una fachada que me permite justificar mis jugadas en la zona para Minerva. El proyecto más grande de mi vida que podría llevarme a la quiebra... o convertirme en una leyenda. Los rumores de que tengo problemas financieros no tardarán en circular y lo último que me conviene es una investigación de este gobierno.
Los ojos me escuecen por trabajar sin usar las gafas, dejo la laptop a un lado y camino hasta el ventanal. A lo lejos, brillan tenues los primeros rayos del sol. Apoyo mi frente y la palma derecha en el cristal. Todo irá bien. Conseguiré lo que quiero cueste lo que cueste. Medito unos segundos y salgo al salón para ir en busca de agua. Por el rabillo del ojo percibo una sombra. Me detengo en seco y miro el bulto en uno de los sofás. «Roswaltt». Sirvo el vaso con agua. Antes de cruzar la puerta de mi habitación, me detengo otra vez. Miro al chico y sacudo la cabeza. Busco mi móvil personal y vuelvo al salón.
Apoyo mis codos sobre el espaldar del sofá y sonrío con suficiencia viéndolo dormir plácidamente. Rompí mi regla de besos por culpa de sus labios besucones. «Tú lo besaste primero». Niego con la cabeza. Este chico tiene una resistencia maravillosa. Podría ser un perfecto gigoló si no fuera tan hablador y tan... Suspiro. Después de acabar, poco exhausto, consiguió desencadenarme otros orgasmos estimulando mi punto G con un vibrador. Obtuve mi victoria en la apuesta y él la mejor noche de su vida. Aparto la sábana que le traje para dejar descubierto su culo, coloco mi mano allí luciendo mis uñas, y le tomo una foto en donde se aprecia que está dormido en una suite. Abro Whatsapp y voy al chat con Lorena. Envío la foto con un escueto mensaje:
Regina: Ocho orgasmos en una noche. Está hecho.
—Roswaltt —susurro y no se mueve.
Pincho su mejilla con mi dedo índice y se da la vuelta, boca arriba. Rodeo el sofá y lo zarandeo suavemente.
—Roswaltt, despierta.
—Otra vez no.
—Alonso. —Continúo zarandeándolo.
—No, Otto, no.
¿Quién es Otto? Pongo los ojos en blanco. Es peor que yo. Dejo las sutilezas y zarandeo con fuerza. Parpadea. Antes de que pueda reaccionar, tira de mí y me deja encima de él, sus manos cerradas en mi espalda baja. Todo mi cuerpo se tensa. Balbucea algo pero sólo intento soltarme. Es inútil. Mi desesperación causa que me sujete con firmeza del espaldar y use mis piernas como palanca para empujarlo al piso. Rueda y se incorpora de golpe mirándome con los ojos muy abiertos.
—¿Regina?
—Ho cercato di svegliarti, sbadato! —reclamo.
Más dormido que despierto, me mira confundido. Pasa ambas manos por su cara para desperezarse. Al rodar, la sábana se hizo a un lado dejando a la vista su desnudez. Me veo tentada a abalanzarme sobre él pero me contengo. No lo necesito.
Ya cumplí mi objetivo.
—Esa habitación está vacía. —Señalo la otra puerta—. Continúa durmiendo ahí, a menos, claro, que quieras tener un dolor de espalda —me levanto y le paso por encima para regresar con mi IPad.
—¿No dormiré contigo? —pregunta en medio de un bostezo.
¿Qué?
—Me gusta dormir sola.
Lo miro por encima de mi hombro. Parece querer decir algo más pero guarda silencio. No puedo evitar soltar una risa seca.
He pasado toda mi vida sola.
***
ALONSO
A lo lejos escucho mi teléfono sonar. No quiero despertar. Me giro para seguir durmiendo. Estoy muy cómodo... Un momento, mis almohadas no tienen tanta suavidad. Abro los ojos de golpe, me incorporo y noto que estoy en un lugar que no conozco. Esta no es mi cama. Es muchísimo más grande y... estoy desnudo.
No tengo idea de qué hora es. Las luces están apagadas y las cortinas cerradas. Enciendo una lámpara que está sobre la mesa de noche. La habitación es enorme y está decorada con mucho lujo... ¿En dónde...? No... ¡Cierto! Estoy en un hotel... en una suite... La suite de Regina.
«La guarida de la pantera».
Tiempo. Tiempo. Tiempo.
Regina...
Ella...
Yo...
—Nosotros...
Tirode mi cabello mientras me dejocaer de nuevo sobre las almohadas suavecitas. ¡Sigo sin poder creerlo!Hicimos algo que sólo era real en mis más profundos sueños. Tiene el mejorcuerpo que veré en mi vida. Sus habilidades volverían loco a cualquiera. Jamás había sentidotanta pasión en una mujer, tampoco es que tengo un largo historial con qué comparary, aunque existiera, Regina no tiene comparación.
Pero no durmió conmigo...
Froto mi rostro, soltando un suspiro. Encuentro mi móvil, mi billetera y mis llaves sobre la cómoda. Regina debió sacarlos del bolsillo del traje.
El reloj marca las 09:13 AM.
Salgo de la cama y entro en el cuarto de baño. Este es más grande que mi habitación. Al salir de la ducha, con una toalla atada a mi cintura, tomo aire antes de abrir la puerta. Aquí voy. Abro y prácticamente veo un estepicursor dando vueltas. El salón está despejado y silencioso. No hay rastros de la italiana ¿Seguirá durmiendo? Lo dudo.
Sigiloso, busco mi ropa pero no la encuentro por ninguna parte. En cambio, sobre el sofá testigo de lo que pasó anoche, yacen varias bolsas con estampados de marcas costosas.
Tomo la nota que está pegada sobre una.
Querido signor Roswaltt, ahora podrá desechar todas sus feas camisas cuadriculadas.
Regina
Abro las bolsas y la palabra exageración no para de repetirse en mi mente. La variedad de conjuntos elegantes es absurda. Todo se ve carísimo y de mi talla. Vuelvo a revisar el salón y la habitación.
Nada.
La loca desapareció mi ropa de nuevo.
Con o sin razón, debo prepararme mentalmente para volver a verla.
Me visto con lo más sencillo que encuentro y me olvido del resto de las prendas. Tengo hambre por lo que me apresuro a recoger mis cosas y salir de la suite.
***
Harper suelta un grito de celebración cuando la última nota del contrabajo se expande en la estancia y desaparece, indicando que hemos terminado.
—Esta vez me gustó más que la anterior —felicita Gary—. Sigamos con El mañana.
—No reconozco esa canción. —Confuso, miro de él a la partitura.
—Es de Austin.
Frunzo el ceño.
—Creí que usaríamos la mía.
—Se tomó la decisión ayer —alardea Austin—. ¿Ya lo olvidaste? Ah, sí, es cierto. No estabas aquí. —Ríe.
Aprieto la mandíbula.
—Tú tienes un día libre a mitad de semana.
—Así es la vida. —Encoge los hombros.
Harper lo reprende con la mirada.
—Aún tienes otra oportunidad —dice Gary—. Nos invitaron a un evento cultural para principios de noviembre. Será en el teatro. Quiero que ensayes con Harper la última partitura que me enviaste.
«Ay».
—Verás, las cosas se complicaron un poco en mi trabajo y... el caso es que aún no la termino.
La expresión de Gary se ensombrece con decepción.
—Usaremos otra canción de Austin si no terminas antes del quince de octubre. Debemos notificar lo que tocaremos a los organizadores.
Asiento sin poder refutar. Estuve ausente durante los últimos ensayos.
—Acá tenemos un claro ejemplo de lo que sucede cuando comes más de lo que puedes masticar —murmura Austin, burlón.
—Te equivocas —defiendo, serio—. Sé que puedo hacerlo. Sólo no he tenido inspiración.
—A mí las musas nunca me abandonan —fanfarronea—. Déjame ver lo que tienes. Puedo ayudarte como en los viejos tiempos.
Lo miro con recelo.
—Siempre pedías algo a cambio —recuerdo.
—Ya no. Me basta con saber que podré ocupar tu puesto cuando estés hasta el cuello con el otro trabajo.
Tengo que admitirlo. Pese a que Austin es un arrogante que necesita ser el centro de atención, eso no le quita lo buen músico que es. Gracias a él, logré superar una gran infinidad de bloqueos.
—Bien —gruño y saco el borrador de mi mochila—. Pero será la que usaremos si llega a estar lista para la fecha de la presentación.
—O de lo contrario tocaremos la mía. No tengo problemas. —Lee la partitura y después la letra de la canción—. Gary comentó que se te dificulta darle un cierre.
—El suspenso va en crescendo al inicio, luego del segundo coro se pierde la carga emotiva.
Toca algunas notas en el piano para identificar el ritmo. Toma un lápiz, papel y apunta varios cambios que podrían realzar la melodía.
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