17. Amazona

17. Amazona.

ALONSO.

—Nunca he estado en un partido de polo —comento y nadie habla—. ¿Hay algo que deba saber?

—Evento benéfico —contesta Camila con la vista en su móvil.

El silencio provoca el canto de los grillos. Me acompañan unas ocho personas de Azzagor Enterprises en la limusina. Son unos estirados que de seguro creen que expulsan gases de rubí y cagan zafiros. Camila, frente a mí, es la única que simpatiza conmigo. Su cabello está recogido en un moño, una parte forma un lazo con las hebras. Emana elegancia. 

—¿Y para qué fundación benéfica es? —inquieto, insisto en obtener información.

Camila me mira, paciente.

Ellas pueden. Es una fundación que ayuda a las mujeres de bajos recursos que sufrieron maltrato tanto físico, como psicológico. Las apoyan con alimentación, estudios, trabajo, terapia... El alcance es bastante amplio.

—Es una muy buena causa —musito y asiente volviendo a su móvil.

El resto del jueves y ayer fue un verdadero infierno para el equipo B. Literalmente, tuvimos que adherir nuestro trasero a las sillas buscando cualquier dato que sirva para el juicio de Edmond Bartis. Julius Cowan logró un acuerdo para que Bartis se presente frente a un juez. Quieren presionar para que hable por las acusaciones que encontramos previo al secuestro. Lo tienen detenido en su casa bajo extrema vigilancia como si fuera un asesino en serie y no un desfalcador o víctima de secuestro. Por lo tanto, no pude dormir bien, ni ir a mi ensayo y hoy menos.

El atardecer está por cernirse cuando llegamos al centro ecuestre Canterhill. La arquitectura es una mezcla neoclásica y moderna. Nos escoltan a uno de los campos y al palco VIP principal, donde se congrega la élite de Chicago en sus mejores galas. No desentono. Con este traje soy un pobretón muy bien disfrazado; sin embargo, no debería estar aquí. Me siento completamente fuera de lugar.

Antes de llegar a la mesa, se acerca a saludarnos una mujer de cuarenta y tantos, cabello rubio, regordeta y rechoncha enfundada en un vestido blanco. La reconozco de la lista de socios de Regina. Charlotte Keegan. Forma parte de la dirección de uno de los imperios más vastos del mundo. Es jefa de operaciones del holding y conglomerado K-corp, cuyo presidente y CEO es su esposo, Bernand Keegan.

Con quien, por cierto, no muy lejos, Paul Archer habla muy animado como si fueran viejos amigos. El tipo debe estar entre los cuarenta y tantos o cincuenta y pocos. Bronceado y de cabello rubio estilo Trump, su expresión es una mezcla de desdén y fastidio. Me tenso apenas los ojos de Charlotte se posan en mí y esboza una sonrisa que irradia curiosidad.

—A ti te he visto antes... El sábado pasado, en la gala benéfica de fauna silvestre. —Sus ojos me evalúan—. Tocaste magnífico el saxofón.

Inclino ligero la cabeza.

—Muchas gracias, señora Keegan, fue un honor tocar en ese evento. Mi nombre es Alonso Roswaltt.

Estrecho su mano y mis acompañantes me miran atónitos, Charlotte los detalla calculadora y parece que algo hace clic en su cabeza.

—¿Trabajas en Azzagor Enterprises? —indaga.

Mierda.

¿Qué respondo? ¿Soy un auditor? Los socios más allegados saben la versión pública de una auditoría rutinaria. Dudo pero Camila se adelanta.

—Alonso vino como acompañante de madam Azzarelli.

¿Yo qué? Charlotte parpadea como si no pudiera procesar.

—¡Por mis zapatos! ¡Regina trajo a alguien! —exclama y atrae la atención de los chismosos—. Regina Azzarelli es una gran mujer que inició desde abajo y luchó por todo lo que tiene. Su participación en Ellas Pueden es más que valiosa. Es un símbolo de lo que las mujeres pueden lograr cuando se lo proponen. —Sonríe—. Hoy nos honra jugando polo. Sin duda, una gran aliada para nuestra fundación.

Alzo las cejas.

—¿Madam Azzarelli participa en el partido? —mi tono incrédulo.

—Es la capitana del equipo azul.

—Nada como ver a una italiana jugar un deporte con influencias británicas. Menuda ironía —interviene Bernand Keegan con amargura y la sonrisa de Charlotte se tensa.

Camila desaparece con el resto del equipo, dejándome solito.

—El polo se origina de Asia Central —contesto sin filtro cerebro-boca y el tipo me mira de abajo arriba, arrogante.

—Él es Alonso, un músico que viene con Regina. Tocó un hermoso solo de saxofón en la gala con hologramas del sábado. ¿Te ubicas? En la que no me acompañaste —reprocha Charlotte con sutileza.

La expresión de Bernand es difícil de leer pero hay algo que me incomoda y hace sentir pequeño.

—¿Saxofón? Interesante. Supongo que no todo el mundo puede permitirse una orquesta. —Esboza una diminuta sonrisa—. Cuéntanos, Alonso, ¿es difícil seguirle el paso a alguien como Regina?

—Estoy aprendiendo bastante de madam Azzarelli —respondo serio y erguido, procurando no parecer idiota—. Es un genio de los negocios.

Enarca una ceja.

—Nunca había oído de ti. ¿En dónde tocas?

«¡No menciones el bar!». Mi pulso se acelera.

—Trabajo por contratación en eventos. También toco el piano.

—Vaya, un chico talentoso —aplica una pizca de sarcasmo, mira a Charlotte—. Tal vez podríamos pedirle que toque un solo más tarde.

Mi estómago se comprime. La sonrisa de Charlotte desaparece. Es obvio que no le gusta la idea y a mí tampoco.

—No creo que...

Tu evento es sobre apoyo. Si Alonso se equivoca, bueno, todos lo entenderán. Estamos ayudando. —Ríe. ¿Cree que soy invisible?—. Qué mejor manera de demostrar compromiso que dándole una oportunidad a alguien como él en un evento tan exclusivo.

El golpe clasista es sutil. Soy un caso de caridad, un monito de circo.

—Hoy tenemos todo planificado pero me aseguraré de que participe en otra oportunidad —replica Charlotte bajando la voz, viendo de reojo a la gente. Estamos haciendo un show—. No puedes pedirle así que toque, Bernand. Necesita práctica y no trajo su saxofón.

—A los invitados les gustará lo inesperado y Regina no traería a un músico que no sea versátil. Él dijo que es pianista, sólo espero que sepa usar un Steinway. —Sus ojos me taladran—. ¿Qué te parece, Alonso?

Evito rascarme la nuca.

—No quiero ser un problema para la agenda del evento.

—¡Oh, para nada! —Sonríe malicioso—. Te pagaremos dos mil dólares por una canción. Eso debería bastar considerando tu posición.

El coraje me sube al pecho y siento mi mandíbula tensarse. Me quema su propuesta que aparenta ser una limosna. Mi cavernario interno grita que lo rechace y conserve mi dignidad, mi orgullo. Sin embargo, con los hombros atrás, miro al tipo directamente a los ojos y asiento.

—Acepto, señor Keegan —confirmo tragando mis nervios y las ganas de mandarlo al carajo.

Su sonrisa se congela un instante y entorna los ojos. Esperaba que huyera. Estoy ansioso por demostrar lo contrario. Aparte, dos mil dólares son dos mil dólares. Mi pc gamer no se armará sola.

—Excelente. Esperamos una presentación... memorable.

De reojo veo una sombra. Una mujer pelirroja es la única de nuestro público que se atreve a acercarse. Es Lorena Specter. Saluda con un beso en la mejilla a Charlotte, quien fulminaba a su esposo.

—¿Qué tal, Bernand? ¡Alonso, aquí estás! —Se posiciona a mi lado, actuando como si fuéramos camaradas muy unidos—. Necesito tu ayuda, el partido va a empezar. Si nos disculpan...

Hala mi brazo y la sigo fuera del palco sin mirar atrás. Me suelta y se gira hacia mí con una expresión entre molesta y preocupada. Lleva un traje negro de pantalón, cabello recogido, un auricular se asoma detrás de su oreja derecha y sostiene una tablet en su mano.

—La tensión se notaba a kilómetros. ¿Estás bien?

Respiro hondo, frotando mis manos sudadas en mi pantalón.

—Sí, gracias...

—Soy Lorena y tú eres Alonso. Te recuerdo de la sesión de Calvin Klein para mi revista. Sé que no hablamos pero estuve allí —explica sonriendo—. No te preocupes por Bernand. Es un idiota que odia los eventos de sociedad, pero asiste para conservar las apariencias frente al público. —Encoge los hombros.

—Bueno, su actitud lo deja bastante claro. ¿Tiene algo en contra de los italianos o Regina en específico? —pregunto, recordando su tono.

Lorena asiente con una mueca y revisa su tablet.

—Entre otras cosas. Es un patriota xenófobo que no soporta todo lo que representa a los viejos enemigos de la Nación —revela y frunzo el ceño—. Piensa en los alemanes como nazis, italianos como fascistas, británicos como casacas rojas y así. Historia antigua y ridícula

—Está loco —mascullo.

—Enfermizo y muy machista. Por eso le fastidia la independencia de su esposa o, los exitazos de la italianísima Regina Azzarelli. —Suelta una risita—. Mi padre lo detesta, pero lo tolera por negocios, igual que la mayoría aquí. Así que no le des más vueltas. Regina me pidió que te recibiera, puedes volver a ese palco pero, si no quieres rodearte de más idiotas, acompáñame mientras trabajo.

Ni lo pienso.

Vamos a otros palcos VIP donde intercambia palabras con su equipo de fotógrafos y periodistas o conversa con algunas personas. Anuncian el inicio del partido por altavoces, tomo unos binoculares y nos sentamos en sofás de cuero. Los reporteros preparan sus cámaras. En el campo, aparecen ocho jugadoras sobre sus caballos, sostienen palos largos, usan cascos, gafas, guantes, botas altas, pantalones blancos ceñidos y camisas manga larga del color de su equipo, azul o rojo.

Mi corazón se acelera y me quedo bobo.

La gran madam Azzarelli, toda poderosa, siempre a la vanguardia del glamour, monta como si hubiera nacido para ser una fiera amazona. Ya la había visto usando ropa de quitación en las fotos de su oficina y la imaginé cuando mencionó sus gustos ecuestres, pero... hay algo que genera un magnetismo visceral. Me hipnotiza su balanceo sobre la silla, la manera de estirarse y flexionar al golpear con el taco, sus senos rebotando... y aflora el recuerdo de cuando la tuve encima de mí. Agradezco que mi saco sea largo.

—Regina es fascinante. No solo es talentosa, es un espectáculo por sí misma —murmuro y suspiro—. Es tan genial.

—Te gusta mucho, ¿eh?

—¿A quién no? —contesto inconsciente y me tenso al escucharme.

Miro a Lorena que ríe por mi nerviosismo.

—Regina es una profesional —enfatiza con admiración—. Sólo las mejores jugadoras de Chicago clasificaron para el partido y ella fue la única que, aún ausente, tenía su puesto de capitana intacto por puntos acumulados. Nadie estuvo ni de cerca de repasar su racha. —Mira hacia el campo con una sonrisa—. Confío en que ganará. Aposté por ella y ella apostó con la otra capitana para que concediera su exclusiva a Reflecteur.

Enfoco a la líder del equipo rojo.

—¿Quién es?

Su expresión no delata burla o incredulidad por mi ignorancia.

—Carmen Martínez. La primera mujer negra y latina en volverse la directora creativa de una de las más prestigiosas y antiguas casas de moda: Aurea. Ella revolucionó el diseño clásico con líneas audaces y ha vestido a muchas celebridades de alto perfil en los últimos cinco años. Monarquía incluida. —Su mandíbula se tensa—. Y aun así, hay quienes creen que solo está en su puesto por una cuota de inclusión. Carmen representa exactamente lo que quiero para Reflecteur: diversidad. Quiero que todas las mujeres, sin importar su color, origen, figura o historia, puedan ver algo de sí mismas en cada edición.

En lo personal, no tengo nada en contra del movimiento. Para mí, todos son humanos y ni siquiera debería llamarse inclusión; sin embargo, me disgusta cuando no respetan el físico original de los personajes en las adaptaciones o live action. La supuesta inclusión parece forzada y crea un impacto negativo. A nadie le gustaría ver a T'Challa rubio y de piel clara. Pero tampoco gustaría ver a Elsa de Frozen con piel morena.

—¿Y eso ha sido fácil? —inquiero curioso.

—Para nada —suspira y se gira hacia mí—. Me convertí en editora jefa en enero y, desde entonces, recibo críticas de todos lados. Quieren que siga el molde de siempre: mujeres de piel clara o bronceada, altas y delgadas. —Juega con los anillos en sus dedos—. Quiero que Reflecteur refleje la realidad humana del consumidor, no un ideal inalcanzable. Mi madre fue reina de belleza. Participé en pasarelas desde pequeña, pero hubo un problema en la pubertad: mis caderas se volvieron muy anchas y mi trasero demasiado grande. Nunca encajé en las medidas perfectas y tampoco quería hacerlo. —Aplaudimos cuando el equipo azul hace una anotación—. Tengo esperanzas por personas como Gina o Carmen. La primera es un ejemplo de romper límites, pero la segunda es de mi rubro y mantiene a Aurea en el top de ventas y crítica.

Asiento de acuerdo.

—El concepto de belleza está cambiando, y si no nos adaptamos, nos quedaremos obsoletos. Los estándares no tienen nada que ver con lo que es atractivo para los hombres... —Sacudo la mano—. No, eso suena fatal. Mis hermanas me matarían si me escuchan decir que una mujer luce atractiva para un hombre. Ustedes se arreglan porque quieren verse bien para sí mismas... —Suspiro y rasco mi nuca—. Ya me enredé. No sé mucho de moda, pero lo que intento decir es que eres hermosa, Lorena, y no porque yo lo diga, sino porque lo eres. Tienes carisma y una presencia increíble. No puedo imaginar la presión, pero me pareces muy inteligente con la pasión para posicionar tu revista en la cima.

Sus ojos se agrandan un poco y sonríe, esta vez con mucha calidez.

—Gracias, Alonso. De verdad.

El partido entra en la etapa final con empate, la pelota cruza el campo en dominio del equipo rojo. Una jugadora del azul la recupera y Regina da un golpe justo cuando faltan segundos para terminar. Me levanto viendo la trayectoria que las rojas procuran frenar. Vamos, vamos, vamos... ¡Sí! ¡Anotación! La ovación estalla por la victoria del equipo azul. Aplaudo emocionado. Lo logró. Esa mujer es inigualable.

—Las cosas se pondrán divertidas —murmura Lorena mientras salimos del palco—. Carmen me dará su codiciada exclusiva, pero la de Regina lo es aún más. Es famosa por ser inaccesible en su vida personal. Ellas Pueden ayuda a mujeres que sufrieron maltrato y abusos. Es un tema sensible y, como Regina es contribuyente principal, todos creen que tiene una historia escabrosa detrás.

¿WTF?

—¿No puede sólo querer privacidad?

Lanza una mirada impresionada, como si no esperara mi reacción.

—Exactamente es así, pero esa hipótesis no vende volúmenes, ni genera tráfico en redes. Por eso Regina confía en mí, sabe que tiene libertad para expresarse —su expresión presumida.

Nos dirigimos al área de premiación por un pasillo alfombrado, que lleva a una explanada decorada con arreglos florales en blanco y tonos dorados. Un toldo cubre el estrado en donde Regina sube con su equipo. Sus mejillas se ven rojas, el resplandor de sudor y el ligero despeinado confieren un atractivo riesgoso para mi salud y mente. ¿Esa vampiresa es real? Es absurdo y casi ilegal que se vea así. Recibe su premio pero no toma todo el crédito; reconoce a cada miembro de su equipo con palabras que suenan sinceras y cargadas de respeto.

¿Quién es Regina Azzarelli?

Analizo que es intensa, demandante y extremista con la imagen, pero eso no la define como despiadada. El entorno donde se mueve la obliga a ser dura. Apenas llegué y pude sentir el peso de los cabrones elitistas. Los periodistas y fotógrafos se abalanzan cuando baja del estrado para un apretón de mano con Carmen. Sin embargo, ambas los rechazan dejando que sólo Reflecteur las entreviste. Lorena sonríe con satisfacción, segura de que los otros no tienen ninguna posibilidad. Escucho las respuestas de Regina hasta que se retira para cambiarse, Lorena se vuelve hacia mí.

—Ahora sigue la fiesta, queda por allá. Es solo un paseo corto por el jardín hasta la carpa principal. Tengo que atender unos asuntos y hacer un poco de networking. —Aprieta mi hombro y sonríe—. Pero no te preocupes. Regina estará allí en media hora.

¿De acuerdo?

Nos despedimos, giro sobre mis talones y tomo aire, sacando el pecho. Yo puedo. Sigo a los demás por un sendero iluminado por faroles. La carpa es enorme, decorada con candelabros de cristal y mesas de manteles blancos. A un lado, muchos rostros famosos posan para las cámaras en una alfombra roja. Me indican en donde está mi mesa, es de ocho sillas y mi ánimo se desploma al ver cinco ocupadas por estirados con aire prepotente. No pienso pasar por otra humillación.

Me dirijo hacia la mesa de comida para tratar de calmar mi ansiedad social. El buffet luce prometedor. Consta de platillos que no conozco y se ven deliciosos. Me sirvo un poco de todo. Empiezo a comer rápido, pero pronto noto que la gente come muy despacio, casi de manera ceremonial. El minúsculo contenido de sus platos me hace sentir el muerto de hambre del evento. Tomo una copa con agua y el simple acto de levantarla me parece torpe. Mi corazón late más rápido.

Pregunto a un mesero por el baño. Necesito escapar. Rápido, me encierro en un cubículo, bajo la tapa del inodoro y me dejo caer, soltando el aire. Saco mi teléfono y hago una videollamada a Lena. Su energía siempre logra ponerme los pies en la tierra, aunque sea para regañarme. Responde usando sus gafas de lectura lo que me indica que estudiaba. Su cabello está recogido en un moño desordenado, y lleva una camiseta ancha de la banda Kiss.

—¿Cómo va la súper fiesta?

—Esto es una locura —musito frotando mi cara—. No sé qué hago aquí. Todo el mundo es rico, sofisticado y yo... yo no sé ni diferenciar los tenedores Estoy en el baño para no morir de ansiedad.

Escucha con atención mientras cuento cómo Bernand me humilló y el coraje me impulsó a aceptar la presentación, cómo Lorena apareció ayudándome y Regina resultó ser una jugadora, pero ahora estoy solito y me siento desubicado con ganas de irme.

—Si Regina sólo quería... —Relamo mis labios—. Ya sabes, sexo ¿por qué venir a algo tan exclusivo y público? ¿Por qué no algo privado?

Milena me observa con mucha paciencia.

—A ver, cálmate —su voz suave—. Eso ya lo analizamos y parece que Lorena Specter lo confirmó. Regina quiere que hagas contactos. ¿Por qué? No lo sé, pero la realidad es que estás en un evento que te puede abrir puertas e impulsar tu carrera —remarca—. Asimismo, antes dijiste que tiene gustos por los caballos. Quizá no sólo quiere ir directo a la cama. Tal vez quiso que la vieras jugar porque intenta que la conozcas.

La idea me deja aún más confundido

—No quiero sacar esas conclusiones porque es... Es insólito que ella se fije en mí.

—Basta de menospreciarte tú mismo —regaña severa—. Regina tiene dinero y no se fijará en tu bolsillo como las estúpidas interesadas que te rechazaron. No es tonta. Algo vio en ti y se sintió atraída. Eres lindo, músico, la besaste y quiere más. ¿Qué otras razones necesitas para entender que le gustas?

Golpeo mi cabeza varias veces contra la pared. No me rebajo. Sé cómo soy y estoy consciente de que es fantasioso creer que puedo calar en una mujer como Regina Azzarelli. ¿Qué quiere de mí? ¿Sólo sexo? Nunca tuve ese tipo de relación, no me gustan. Me veo a mí mismo como a Ícaro cuando se acerca demasiado al sol, se quema y se estrella.

—Es mi clienta, podrían despedirme y necesito el empleo —me convenzo—. Tanto por mí, como por los niños. No puedo fallarles.

Milena sube y baja las cejas.

—Huele a romance prohibido —canturrea.

—Hablo en serio —mascullo.

El acuerdo de confidencialidad evita que revele que Regina, en realidad, podría ser una criminal que evade impuestos.

—¿Entonces, por qué aceptaste la invitación al partido?

Paso una mano por mi cabello y tiro de las puntas.

—Porque soy un idiota —gruño y tuerce la boca—. No quiero que me humillen otra vez.

—Ignóralos —enfatiza.

—Es más fácil decirlo —murmuro.

Suelta un suspiro.

—Entiendo que te rodean cabrones sin derecho a juzgarte, da miedo y rabia. Provoca golpearlos pero les quitas poder al ignorarlos. Respira, lávate la cara y sal a enfrentarlos tal como haría Bruce Wayne o Tony Stark —menciona y me enderezo—. Tú estás ahí porque Regina te invitó y sabrás si valió la pena cuando hablen. Después, la insultamos juntos si resulta ser una arpía —promete solemne—. Las reacciones te confirman que no lleva acompañantes y tú eres su primera vez. Los otros se están muriendo de envidia. Siéntate en esa mesa como el afortunado que eres y sonríe. Si ves a algún artista de tus favoritos, te mueres feliz, ¿no?

Me echo hacia atrás, mirando el techo del cubículo.

—De hecho, para tu frustración, Ross Lynch está aquí.

Suelta un grito ahogado.

—¡Te mato si regresas sin una foto! —Me señala con su dedo.

Suelto una carcajada.

—Vale, vale. —Asiento y respiro profundo—. Te debo una, Lena.

—Por supuesto. —Sonríe—. Ahora, sal de ahí antes de que piense que me equivoqué de hermano favorito.

Inhalo y exhalo varias veces. Aún siento la ansiedad revoloteando, pero también un atisbo de valor. Salgo del cubículo, ajusto el saco frente al espejo y fuerzo una sonrisa. Con una última inhalación profunda, camino hacia la puerta del baño y extiendo la mano hacia el pestillo... pero me detengo. Trago saliva. Mejor espero un poco más. Regreso al cubículo, pongo el seguro y saco mi móvil para jugar Minecraft. Minutos después cuando estoy de expedición por el Nether, respingo al escuchar unos golpecitos en la puerta.

—¡Está ocupado! —informo.

—¿Joven Roswaltt? ¿Está ahí?

—¿Quién pregunta?

—Seguridad de madam Azzarelli. Ya lo está esperando.

Mi corazón se detiene. Afuera me topo con el intimidante dinosaurio de Regina. Ajusto el puño de la camisa, aunque mis manos tiemblan.

—Venga conmigo, por favor —pide serio.

Todavía me siento cohibido y extraño mientras lo sigo entre todas las celebridades que nos rodean. A lado de la mesa que me corresponde, hablando con otra persona está... El aire se me queda atascado. Preciosa no es suficiente para describir a Regina Azzarelli. Su cabello va suelto y sus labios rojos despiertan mis ansias por besarla. Se cambió por un vestido negro, cuya tela se adhiere a su cuerpo como si estuviera pintada, realzando cada curva. Expone su hombro derecho, mientras que el otro está cubierto por una manga larga. El escote es una línea diagonal muy atrevida que insinúa más de lo que muestra. La abertura en la pierna... mi garganta se seca y aflojo mi corbata. El dinosaurio avisa a Regina y se gira hacia mí. Me examina descarada, acelerando más mi corazón.

—Debo admitirlo, signor Roswaltt, luce guapísimo. —Besa mi mejilla—. Me fascinan los hombres que se visten para la ocasión.

Aclaro mi garganta.

—Tú... usted s-se ve magistral, madam —balbuceo nervioso— Y también hace rato con las botas. Felicitaciones. El partido fue muy épico. Verla se asemejó al descenso de una diosa de la guerra.

Enarca una ceja.

—¿Una diosa? —su tono mezcla de diversión y desafío.

Siento el calor apoderarse de mis mejillas.

—No... sí, digo, usted estuvo espectacular. Y ahora igual se ve como una diosa. Afrodita le tendría envidia. —Hago un gesto con las manos hacia ella, como si eso pudiera explicar mejor—. Pa-parece una obra de arte de la cual no puedo apartar los ojos. —Sube la otra ceja—. Mejor ignore lo que dije... Está preciosa, madam.

Frunce el ceño y sé que metí la pata como un grandísimo simp.

—Jamás te vuelvas a retractar —reprocha—. Me gustó escuchar que mi belleza se equipara a la de una diosa. La próxima vez, agrega más seguridad a tu voz y será un halago perfecto. Capisci?

Mi cara debe estar más roja que un tomate. Logro asentir y mueve la mano para que vayamos a la mesa. Percibo las miradas curiosas en nosotros, pero Lorena nos observa divertida.

—Mi acompañante: Alonso Roswaltt —presenta Regina—. Músico y compositor en ascenso con talento extraordinario.

Mi cerebro se queda en blanco. El resto de los comensales saludan con sorprendente cordialidad. Todos son líderes de diferentes industrias. Incluso están los padres de Lorena, Lindsay y Tyler Specter, propietario de uno de los imperios energéticos más importantes del país. Todos son amables y respetuosos. Nos sentamos, mi silla está tan cerca de la de Regina que nuestros codos se rozan. Procuro ignorarlo, la ropa evita el contacto de la piel y, aun así, se siente como si fuera un choque eléctrico.

—Creí que vendría por trabajo —susurro inclinándome hacia Regina.

—Las donaciones no son personales. Tú estás aquí representando a Azzagor Enterprises —aclara rozando levemente mi oreja con sus labios.

—¿Siendo músico en ascenso?

—¿No lo eres? —Me mira con extrañeza—. Un auditor no puede relacionarse íntimamente con su clienta. Eres músico y punto.

Paso saliva.

—¿Por qué no estoy sentado con el resto de tu equipo?

—¿No te agrada mi compañía? —su tono sorprendido.

—No es eso, Regina.

—¿Entonces, Alonso?

Miro sus labios y quiero muchos de sus besos. Lo que pasó en su yate se repite una y otra vez en mi mente. Su nota se repite una y otra vez en mi mente. ¿No me quiere despellejar? ¿Cómo me explico? ¿Qué le explico?

¿Cómo le digo que me gusta e incomoda estar cerca de ella?

—No te mortifiques. No estás obligado a quedarte. Puedes ir con los otros cuando prefieras, pero yo no quiero eso. —Posa su mano en mi nuca y hala los cabellos con suavidad—. Te quiero aquí, conmigo.

Me cuesta mucho permanecer quieto debido a las descargas eléctricas que recorren mi columna. Regina sonríe traviesa. Sabe lo que provoca. Maldito cuerpo traidor. No es justo que algo tan simple me ponga así. Ella ni se inmuta. Voy a hablar, en serio voy a decir lo que sea para demostrar que no me descontrola, pero alguien de la mesa solicita su atención y la caricia desaparece. La piel en donde me tocó arde y me sorprendo a mí mismo mirándola de reojo, deseando que vuelva a poner su mano allí.

¿Qué rayos?

—Jack lamenta apostar por el equipo rojo —comenta alguien.

—¿Cuánto apostaste? —inquiere Regina con tono neutro.

—Dos millones —Jack revela como si no fuera nada.

Percibo que sólo le molesta haber perdido, no el dinero.

—Depositó la confianza en la amazona equivocada —opina Lorena.

Ella es la única que recibe miradas suaves de Regina. Es obvio que son muy cercanas. Se comunican de forma peculiar sin palabras.

—Yo creo que la confianza no debe recaer sólo en el jugador, sino en el caballo —opina Regina categórica—. Fury es un caballo con muy buena genética, entrenamiento y una excepcional conexión conmigo. Es mera cuestión de equipo. El jinete queda satisfecho cuando el caballo brinda su disposición en cuerpo y alma.

Levanta la mirada hacia mí y sonríe sin despegar los labios, como si le divirtiera esa broma que sólo ella entiende. Me da la impresión de que habla de otra cosa. Empiezo a notar un hormigueo de sudor en mi espalda.

—¿Cuáles son tus argumentos para crear una profunda conexión con un caballo? —pregunta Jack con interés, ignorando la mirada fulminante de su acompañante.

Regina da vueltas al vino en su copa.

—Dependerá de la personalidad.

—¿Dóciles o indomables? —inquiere otro hombre.

—Me gustan los retos. —Regina encoge los hombros—. Recién adquirí uno con un corcel impredecible. Joven. Sé que disfrutaré amoldar sus instintos para convertirlo en un semental campeón.

La charla se desvía a subastas de arte y donaciones millonarias como si fueran propinas, mientras pienso en mi cuenta bancaria y en cómo apenas podría pujar por un Funko raro edición limitada. Mis ojos viajan y mi mandíbula cae al ver a Keanu Reeves, en una mesa cercana, riendo con un grupo de personas. Es John Wick, joder. La emoción me golpea tan fuerte que por un momento olvido dónde estoy, me levanto pero me siento otra vez. Regina se da cuenta.

—¿A quién miras? —su tono curioso. Sigue mi mirada antes de que pueda apartarla—. Ah, Keanu. ¿Quieres saludarlo?

Niego rápidamente. Sólo imaginar acercándome causa un vuelco en mi estómago. Reconozco un par de políticos entre sus acompañantes.

—No, estoy bien aquí. Ya tuve suficiente humillación esta noche.

Regina frunce el ceño.

—¿Te humillé en algún momento?

—Tú no. —Niego—. Cuando llegué, me recibieron los Keegan. Bernand pidió que toque el piano por dos mil dólares, insinuando que es demasiado dinero para mi posición —confieso molesto. Su expresión cambia al instante, afilada—. Fue como una burla y creo que para fastidiar a su esposa. El problema es... que acepté. No podía huir y permitir que siguiera riéndose de mí. No sé si la propuesta es real y... estoy nervioso.

Regina aprieta los labios en una fina línea. Se queda en silencio unos segundos antes de inclinarse hacia mí, sus ojos fijos en los míos.

—Es un imbécil —farfulla y me estremezco por la furia contenida en su voz—. ¿Sabes qué harás? Si te llaman, vas a tocar el maldito piano como nunca antes en tu vida. No por Bernand, sino por ti mismo.

Alzo las cejas, aturdido. Jamás imaginé que se pondría de mi lado, mucho menos con tanta vehemencia.

—¿Y si me equivoco?

—Aprende de la experiencia y sigue adelante. Nadie nació sabiendo. Pero lo que no puedes hacer es esconderte o perderás oportunidades. Si pasas la vida evitando las situaciones incómodas, nunca crecerás. Entre más miedo tengas, más rápido debes saltar hacia lo desconocido.

Abro la boca y la cierro, sin saber qué decir. Sus palabras me calman más de lo que deberían. Sé que tiene razón igual que Lena, pero... Una comensal menciona algo sobre catas de vino en Italia, lo que provoca risas. Regina responde, aunque su atención apenas se desvía de mí.

—Cuando Bernand y yo nos conocimos, me subestimó por ser extranjera y mujer. Me trató como si fuera ignorante e hizo críticas tan ácidas, que casi lo mando a la mierda —su voz algo ácida—. En lugar de huir, demostré con acciones quién es madam Azzarelli. Hoy me respeta. Bueno, más bien tolera mi presencia porque sabe que soy excelente en lo que hago. Pero suele evitarme y prefiere mandar a Charlotte a negociar conmigo. Yo también lo prefiero porque tampoco me simpatiza del todo y no me gusta callar, pero es un imbécil influyente con el cual no se puede pelear directamente. —Toma la copa y da un sorbo—. Y no es el único. Hay otros peores. Desde que estoy arriba, escucho muchas insinuaciones de que mi éxito se debe a que vendí las nalgas. Te cuento esto para que sepas que te entiendo. Estamos rodeados de tiburones. Huelen el miedo. Yo misma olí tu nerviosismo desde que te vi, pero es diferente porque me gusta cuando te pones rojito. —La comisura de su labio tiembla. Está evitando una sonrisa.

»Escucha, tu paz interior sólo puede ser alterada si le das la llave a alguien más. Tú permites que te humillen sintiéndote humillado. —Se inclina más hacia mí—. No es sencillo pero debes demostrar que no te afecta o aprovecharán para destrozarte. Mantente erguido incluso si por dentro tiemblas, míralos a los ojos, y actúa como si fueras el puto amo del universo, aunque no te lo creas al principio. Porque una vez que te lo crees, los demás también lo harán y se convertirá en una realidad.

Sonrío, incrédulo, pero también sintiendo esa chispa de confianza que busca encender en mí.

—¿Por qué haces esto? —pregunto mirando su boca.

Rueda los ojos y parece querer golpearme.

—¿En serio esa pregunta otra vez?

—Sí, no me gusta suponer.

Chasquea la lengua y mira de reojo a los otros comensales.

—Quiero averiguar si te verás sexy al mostrarte imponente. Lo imagino y es un espectáculo orgásmico —gime, erizándome.

¿Será que de verdad le gusto? Miro su boca y ella la mía.

—Quiero aprender —la voz me sale ronca.

Sonríe satisfecha.

—Me place escucharlo. —Bebe el resto del vino, relame sus labios y deja la copa en la mesa—. El primer paso es salir de tu zona de confort. Ven conmigo a saludar a Keanu Reeves.

Me tenso.

—¿Qué? No, no...

—Mueve el culo, Roswaltt —ordena levantándose.

Antes de que me dé cuenta, estoy estrechando la mano de John Wick. Keanu es muy amable, y su naturalidad me hace olvidar por completo que estaba aterrado. Regina me deja hablar, pero se queda cerca. Luego me lleva a un grupo de apariencia que te hace pensar que tienen el poder para comprarse la mitad del mundo.

—Walter —saluda Regina a un hombre canoso—. Debes conocer a Alonso Roswaltt antes de que se vuelva inaccesible. Es un músico fantástico. Tuve el privilegio de escucharlo en la gala de la fundación Wildlife Guardians y quedé maravillada —su tono como si fuera mi fan número uno—. Si quieres que tu festival de invierno sea recordado este año, deberías escuchar a este hombre.

Me quedo atónito. ¿Soy yo del que está hablando? Echo los hombros atrás y saco el pecho. Los ojos de todos me miran con un nuevo interés.

—¿Qué tipo de músico eres, Alonso? —La ceja de Walter se arquea.

—Me gusta interpretar música clásica contemporánea y jazz, pero he trabajado en algunas fusiones modernas —mi voz sale más firme de lo que esperaba, pero aún siento tensión en el cuerpo.

El hombre canoso asiente. Saca una tarjeta, pese a que los otros murmuran y me analizan como si no estuvieran convencidos.

—Mándame una grabación —pide Walter neutro—. Confío en el excelente gusto de Regina, me encantaría escucharte.

—Por supuesto, gracias —balbuceo.

Regina me lleva a otra parte antes de que pueda digerir lo que acaba de pasar. Es admirable y algo aterrador cómo logra que la gente orbite en torno a ella y hagan lo que quiere. Aunque tuvo razón, no todos se ven muy contentos de su presencia. Varias mujeres ponen mala cara o la saludan con sonrisas que a leguas son falsas, mientras que los hombres más estirados destilan algo entre deseo y desprecio. Regina parece disfrutar desafiándolos a todos.

Su respaldo parece una credencial que nadie se atreve a cuestionar. La gente se dirige a mí con respeto y tampoco hacen suposiciones raras porque la actitud de Regina es muy profesional. La adrenalina fluye y mi nerviosismo disminuye poco a poco, disfruto las conversaciones... hasta que a Regina se le ocurre agregar que soy modelo cuando me presenta con Eric, un diseñador de moda masculina. En el grupo también está una actriz, se llama Vanessa y me come con los ojos verdes.

—... Los límites no existen para él, es innovador y tiene presencia escénica. Estuvo en la última campaña de Reflecteur luciendo Calvin Klein, Eric —presume Regina—. Tiene el encanto que necesitas para tu nueva línea de ropa interior.

El modista bebe del champán, examinándome pensativo. Mientras Vanessa sonríe con pícaro interés.

—El sábado pasado te robaste el show en la gala, Alonso, y en las páginas de Reflecteur igual. —Su mirada va de mi rostro a mi entrepierna—. Hicieron un excelente trabajo resaltando tus atributos.

Mi garganta se seca y no sé qué decir. La mano de Regina se posa en mi brazo. Ambas intercambian algún tipo de señal verdosa porque la sonrisa de Vanessa desparece y voltea a otra parte. Vaya... Podrá ser descarada, pero Regina es peligrosamente intimidante.

—Me gusta este chico. Los últimos modelos que me envió Fifi son muy afeminados, pero él definitivamente tiene porte varonil. —Eric mira mi cabello despeinado y camina a mi alrededor—. Tiene equilibrio entre salvaje y elegante...

En los siguientes minutos, acumulo muchas tarjetas y promesas de contrataciones. Tanto de música como para campañas de ropa. Anuncian la cena y nos alejamos rumbo a nuestra mesa.

—Decirte gracias es muy vago, lo que hiciste significa demasiado para mí, pero... —Rasco mi nuca, dubitativo—. ¿No exageraste en mi descripción? Me pusiste en un nivel altísimo y yo no...

—La modestia no factura, querido —interrumpe con un movimiento de mano—. Esas personas pagarían más de cinco mil dólares para que toques en sus eventos. Imagina participar en varios a la semana, sumando otros servicios e inversiones... Ah, y las campañas de ropa. —Levanta su índice—. Un contrato anual oscila entre los cien mil y el millón de dólares. Mi agente puede encontrar un trato jugoso.

Frunzo el ceño, incómodo y preocupado.

—No soy modelo, menos de bóxeres y tangas.

—Te acostumbrarás. Eres guapo, ¿por qué no hacer que la gente babee? —Mueve su cabello hacia un lado—. La belleza se aprovecha y a ti te sobra. A mí me gusta causar estragos todo el tiempo.

Tiene el ego en la estratosfera.

—Eso no significa que yo quiera hacerlo —rebato firme—. Estoy agradecido, pero no modelaré en bóxer y menos en tanga.

Lleva una mano a su pecho, dramática.

—¿Ni siquiera para mí en privado por ganar el partido?

Quedo estupefacto por el giro de la conversación.

—Haría más que eso... Joder, muero por besarte.

Da un paso hacia mí, clava sus ojos en los míos sin parpadear.

—¿En los labios de arriba o los de abajo? —ronronea.

Desliza su dedo índice por mi corbata y trago saliva.

—Tú decides en cuales, reina.

Esboza una sonrisa torcida casi imperceptible y se inclina hacia mí.

—En ambos —susurra en mi oído—. Tengo que cerrar un trato. Jugaremos después de cenar. —Guiña un ojo yendo hacia nuestra mesa.

Exhalo sonoramente... ¡Dios, qué mujer!

Un camarero llena las copas y otros dejan varios platos con porciones diminutas de comida. ¿Esta es la cena? Resignado a pasar hambre, como con mucha lentitud, pensando en que me siento genial y que socializar con la élite no fue tan difícil como imaginé... casi me ahogo tras sentir la mano de Regina sobre mi muslo. Toso y mi cuerpo entero se tensa. ¿Está loca? La miro de reojo. Participa impasible en la plática con uno de los empresarios al otro lado de la mesa.

Sus dedos ascienden, mi corazón late tan fuerte que temo que se note en mi cuello o alguien lo escuche. Procuro mantener la compostura mientras abre mi bragueta. Siento que me quemo por dentro y ella conversa como si nada. Suelto un jadeo suave apenas acaricia mi pene por encima del bóxer. Intento enderezarme y controlar los espasmos involuntarios. Muevo la cadera hacia adelante, buscando más contacto; sin embargo, como si me hubieran arrojado agua fría, tomo su muñeca y la aparto cuando un camarero se detiene para ofrecer algo a la mesa.

Con discreción, muevo mi silla hacia la izquierda. Regina me mira ofendida, niego y bufa. ¿Por qué se molesta? ¡Casi nos descubren! Ajusto mi corbata y me concentro en comer con los cubiertos correctos, la servilleta en mi pecho evita un par de manchas causadas por mis nervios. Todos hablan de productividad, del último desfile de no sé cuál diseñador, de carencias de la economía, del gobierno y un sinfín de cosas más. Doy mis opiniones cuando se dirigen a mí, menos la italiana que evita verme. Incluso rechaza el champán y pide que le sirvan algo más fuerte. ¿Cómo puede cambiar de humor tan rápido? Es demasiado volátil...

Un hombre vestido de blanco se acerca.

—Señor, es su turno en el piano —informa.

Mierda... esto va en serio. Durante un segundo, pienso que tal vez sea una broma. Miro hacia Regina, sus ojos enigmáticos me retan como si estuviera diciéndome: Hazlo o te entierro vivo. Mi garganta está seca. Lorena me da ánimos, asiento y me levanto de la silla buscando la seguridad que tuve antes. Siento las miradas en mi espalda mientras camino entre la gente. El piano está en una plataforma sutilmente elevada, iluminada por luces tenues que le dan un aire elegante. Perfecto para que todos puedan verme cometer un error. A diferencia del saxofón, tocar el piano requiere mayor concentración. Aunque logres recrear la pieza, matas la magia si te equivocas en la última nota. Y nunca he tocado el piano frente a tantas personas. Acaricio las teclas.

Respiro hondo, rememorando las palabras de Lena y de Regina. No puedo acobardarme. Cierro los ojos y coloco toda mi confianza en mis años de experiencia. Soy habilidoso. Siempre he querido aprender a tocar la mayor cantidad de instrumentos posibles.

«Tú puedes. El fracaso no es una opción».

Inhalo, exhalo y flexiono los dedos comenzando a tocar los primeros acordes de Clair de Lune. Es una pieza que te atrapa y consigue hacer que te olvides del mundo entero, provocándote una extenuante relajación. Hace semanas que no la interpreto. Austin es el pianista de mi banda y, como no tengo piano, cuesta practicar sin desatar algún conflicto. La melodía calma mis preocupaciones y la tensión en mi pecho se esfuma. Termino con una cadencia que resuena en el aire, un eco que tarda en desaparecer. Hay un segundo de silencio absoluto antes de que alguien comience a aplaudir, y pronto el lugar se llena de aplausos. Me vuelvo en la banqueta y me cuesta mantener mi expresión relajada. Todas las miradas están fijas en mí. Los ojos verdes que me enloquecen destilan todo menos hostilidad. Lo... hice.

¡Lo logré sin equivocarme!

Incluso Bernand, desde una esquina, aplaude lento. Su expresión es inescrutable, pero su mirada afirma como si hubiera pasado alguna prueba. La música le da sentido a todo, pero sólo mientras estoy en la burbuja que se explota una vez acaba la pieza. Esto es lo que soy. Lo que me gusta. El hombre de protocolo pide mis datos y recibo una transferencia por tres mil dólares. Alzo las cejas por el excedente y explica que es propina de Charlotte Keegan. Las personas me felicitan de camino a la mesa, Lorena me intercepta con elogios.

—Gracias, Lorena. Hoy... hoy me siento más valiente. A propósito, escuché que buscas una asistente.

Alza las cejas.

—Así es. ¿Por qué lo mencionas?

—Mi hermana Natasha podría ser lo que buscas. Es muy creativa y tiene experiencia escribiendo. Tiene un blog bastante popular, aunque usa un seudónimo, así que no lo presume.

Lorena asiente sopesando mis palabras.

—¿Se graduó o estudia algo relacionado con comunicación o moda?

—No exactamente. —Evito especificar sobre sus estudios porque no quiero que eso influya—. Pero es organizada, se adapta y aprende rápido. Tiene gran habilidad para conectar con la gente a través de sus palabras.

—Podría ser. Anota mi correo y dile que envíe su CV. —Saco mi móvil y le escribo un mensaje a Nat—. Regina te dejó una nota.

Extiende una servilleta, sonriendo como si supiera algo que yo no. Es entonces cuando noto la silla vacía de Regina en la mesa y no la veo por ningún lado. Frunzo el ceño.

—¿En dónde está?

—Averígualo. —Señala la servilleta.

Hay algo en su tono casual que me pone alerta, no encaja con la picardía en su expresión. Desdoblo la servilleta.

Ven a la entrada del laberinto.

Ala oeste. 20:40

Levanto la vista, desconcertado.

—¿Qué es esto?

Encoge los hombros, claramente disfrutando de mi confusión.

—Sigue las instrucciones.

Achico los ojos. Es su jodida cómplice.

—Si no vuelvo, serás tan culpable como ella —advierto y ríe.

Giro sobre mis talones para salir de la carpa y, discreto, llevo la servilleta a mi nariz. Huele a la vampiresa, huele a peligro. La razón grita que no vaya, pero... Esto es muy misterioso y la curiosidad gana. 


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:O

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