13. El Sekhmet.
13. El Sekhmet.
ALONSO
—Rendimiento. Recursos humanos. Lineamientos... —Coloco los folders uno encima de otro sobre el escritorio de Brad—. Iré con Astrid al centro en cuanto administración firme.
Iremos a una reunión con el gerente del banco en donde estaban los fondos de Alphagine y ASysture. No movieron semejantes cantidades de dinero por arte de magia. La mitad del equipo estuvo toda la noche aquí y no encontraron ningún rastro.
Esperamos que el banco nos ilumine un poco el camino.
—No. Yo iré con ella, tú te vas a la reunión con los directores. Quiero que tomes nota de todo y transmitas las actas del equipo B.
Lo miro anonadado unos segundos.
—De acuerdo. —Guardo los papeles—. ¿Qué decidiste sobre la evasión de impuestos? ¿Hablarán con Regina?
—Marcus lo platicó con ella, debido a la delicadeza de la acusación es un tema que tratarán aparte.
—Hoy es el mejor momento —insisto.
—El equipo A lleva la delantera. Nosotros estamos estancados. Hoy se limitarán a dar a conocer la nueva estructuración preventiva —zanja y me explica los detalles de la reunión.
¿Por qué este cambio de último minuto?
***
Observo los edificios a través de la ventanilla. El corto trayecto se alargó por el típico tráfico de la tarde, la minivan gira hacia la derecha por la carretera de la costa. Extrañado, contemplo los barcos que navegan por el Lago de Michigan a medida que avanzamos.
—¿La reunión no es en Offshore Rooftop & Bar? —pregunto por el edificio de conferencias, notando que seguimos de largo.
—Lo era —contesta Curtis, adormilado—. Ahora es ahí.
Miro al frente y mi rostro se descompone. Nos acercamos a un muelle privado que conduce a un enorme negro. Flota majestuosamente sobre las aguas, reinando sobre todos los demás barcos del puerto.
Carajo, tengo un mal presentimiento de esto.
La última vez que subí a un barco fue cuando tenía nueve años, pasé todo el viaje con la cabeza hundida en una cubeta, desde esa vez no he querido repetir la experiencia. En la entrada del muelle hay dos tipos trajeados enormes que se encargan de verificar nuestras identidades y permitir el acceso. La nueva seguridad va muy en serio. Subo la cremallera de mi chaqueta hasta arriba. La semana comenzó con buen tiempo y eso no es habitual en estas fechas. Que el cielo esté despejado no asegura nada.
El clima aquí es muy cambiante.
La atención de todos recae en un coche color negro mate que estaciona frente a la minivan. No lo creo. No me lo creo hasta que detallo la letra R en los neumáticos y la figurita alada sobre el capó. Dios, he vivido lo suficiente para ver un Rolls Royce. ¡Un Rolls Royce! Las puertas traseras se abren: Camila junto a su vampírica jefa se colocan unas gafas oscuras y pasan a nuestro lado haciendo resonar sus tacones para abordar. Madam Azzarelli camina con su actitud de reina fría quítense-de-mi-camino. Ni nos mira, no lo merecemos. En fin, lo normal.
Vuelvo a mirar el barco decidiendo si será o no buena idea subir, a un costado se lee Sekhmet junto al dibujo de la cabeza de una leona que me recuerda el estilo low poly y... Un momento. Me giro en dirección al par que acaba de llegar. ¡¿Qué hace Regina aquí?!
—¿Y eso que viene con nosotros? —pregunto a Curtis
—¿Porque es nuestra clienta?
Cambio mi peso de una pierna a otra. Joder. No me siento preparado. Contaba con no volver a verla sino hasta la próxima semana, no en menos de veinticuatro horas. Aunque intento mantener la calma, después de lo que pasó ayer, no puedo evitar que se me forme un nudo en el estómago. Ahora menos quiero subir. Já. Como si tuviera opción. Respiro hondo y me mentalizo para sobrevivir a las posiblemente peores horas de mi vida.
En la cubierta principal hay un montón de personal moviéndose de un lado a otro. Mis hombros se tensan. Oigo fuertes golpes metálicos del... ¿ancla? y luego el rumor de los motores que se ponen en marcha. Me paso una mano por el cabello. Mierda. Estamos zarpando. El barco da una sacudida al ponerse en movimiento y siento mi estómago en la boca. Me recuesto de una pared cuando mis piernas fallan, haciendo que varios folders se resbalen de mis manos. Exhalo y los recojo rápidamen...
—Como se te caiga un solo documento al agua, yo mismo te lanzaré por la borda para que lo recuperes —advierte Gregory con severidad.
Curtis niega con la cabeza.
—No pasará —aseguro.
—Más te vale. No hables a menos que yo te lo ordene —sisea—. Nada de sorpresitas. No quiero que nos dejes en ridículo. ¿Entendiste?
Asiento en respuesta y me pregunto si se habrá quedado calvo debido a la amargura. Es una teoría que vengo desarrollando desde que salimos de la torre, pues no ha dejado de gritarnos demostrando así, según él, quien manda aquí. Ya tengo bastante claro que no le simpatizo.
Una bonita rubia con sombrero y traje marinero de minifalda da la bienvenida. Nos entrega folletos y pide que la sigamos. Mis compañeros me animan para que le mire las piernas, las miro pero no logro decir ni una palabra. Lo primero que hago es descubrir que estoy mareado. Creo que el Sekhmet y yo no nos vamos a llevar bien. Lo segundo que hago es observar todo en el salón principal. Esto es lujo y tecnología en detalle. El interior es mucho más grande de lo que aparenta. Que lo hayan alquilado sólo para una reunión me parece demasiado excéntrico. Un gasto que yo ni podría soñar en permitirme.
Después de un recorrido, entramos en una sala acondicionada con una larga mesa y varias sillas, en un lateral hay una mesita más pequeña con una laptop en donde Camila prepara la presentación. Regina está en el otro extremo hablando con el señor Turner, Roche Dagger y Julius Cowan. La mirada implacable de la italiana no admite errores. ¿Habrá notado mi presencia? Evito mirarla y me concentro en las instrucciones de Gregory. Cuando hago algo bien, no dice nada; pero, si tengo un fallo pequeñito, explota como un hongo atómico. No deja de criticar todo lo que hago. Si no fuera porque tardaríamos más tiempo en el barco, consideraría seriamente la idea de usarlo como carnada para tiburones.
Un vez que todos los representantes de Alphagine y ASysture han tomado asiento, el señor Turner da comienzo a la reunión. Mi trabajo es apoyar lo que exponen pero sin intervenir directamente. Se habla de los cambios de personal, las nuevas estrategias de seguridad y un pequeño resumen de resultados de la última semana.
En cierto momento de la reunión, cuando el señor Turner habla sobre la nueva supervisión a los trámites con la agencia fiscal, sé que se refiere indirectamente a la evasión de impuestos. Trago el regusto amargo y me fijo en las expresiones de Regina y Zack Malone que no denotan ninguna emoción. Los de administración, contabilidad y finanzas escuchan atentos.
—Antes de explicar el último punto, haremos una pausa y tomaremos un refrigerio —anuncia Camila.
Un grupo de camareros entran con varios carritos y van colocando con floritura platos, cubiertos y copas frente a cada persona. El olor de la comida hace que mi estómago se retuerza. En la mesa sirven una gran variedad estilo bufet. Desde cruasanes, fruta y pastel, hasta ostras, langosta y sushi. O eso creo distinguir. Bebo un trago de un coctel, y me limito a comer una manzana y queso. El murmullo de las conversaciones me resulta abrumador.
Paul Archer se levanta de la mesa con expresión irritada, parece buscar a alguien. ¿A quién? Sentir vibrar mi teléfono me distrae. Meto la mano en mi bolsillo sin despegar los ojos del CEO. No obstante, ver el remitente hace que toda mi atención se centre en la pantalla. ¡Es Gary! Emocionado, me apresuro a levantarme para contestar.
—¿A dónde vas? —Pregunta Gregory.
—Tengo que atender una llamada —susurro—. No tardo.
—¿Proviene de la torre? ¿Es tu supervisor? —Se refiere a Brad.
—No.
—¿Es una emergencia médica?
—No.
—Apaga el móvil —sentencia y continúa conversando con los otros.
Acomodo de nuevo mi culo en el asiento. ¿Por qué todos los calvos son tan cabrones? Aprieto los labios y apago mi teléfono. No soy un crío. Resignado, decido probar los platos. A la vista todo se ve delicioso. Tomo una rebanada de pastel de queso. Es exquisito. Mi estómago lo aprueba y tomo otra porción. Al poco tiempo, después de haber probado el helado y otra cosa con sabor a piña, tomo la copa para beber de un coctel, pero la mano me tiembla derramando unas cuantas gotas sobre el mantel. Siento la bilis subiéndome por la garganta.
«Oh, no».
Me quedo quieto. Todo me da vueltas. Miro el suelo y se mueve. Ni me molesto en escuchar lo que me replica Gregory y salgo casi corriendo al pasillo. Balbuceo una pregunta a los empleados y me señalan la dirección. Entro en uno de los baños y me inclino frente al váter. No vomito pero las arcadas que me sacuden son espantosas.
¿Por qué carajos tuvieron que cambiar la reunión a un barco?
Humedezco mi rostro en el lavamanos. La lengua me sabe a horrores. Enjuago mi boca y de mi bolsillo saco una cajita de pastillas de menta. La garganta me arde por la cantidad que mastico; sin embargo, el sabor horrible desaparece. Salgo dando tumbos del baño y ubico a un camarero. del bolsillo de su uniforme saca un blíster de pastillas antimareos. Asegura que hacen efecto en unos diez minutos. Le doy las gracias y me recuesto de una pared esperando a que mi sistema vuelva a la normalidad.
Nunca más me vuelvo a subir a ningún puto barco.
¿Que esta gente no vio Titanic?
Paso el rato con mi móvil, marco devuelta a Gary pero no contesta. Espero que tenga buenas noticias. Le dejo un mensaje y camino por el pasillo viendo los cuadros colgados en la pared. El estilo me es familiar. Fuera hace un poco de frío pero la temperatura es agradable. Cierro los ojos para recibir la brisa que impacta en mi cara.
«Mucho mejor».
Aún hay suficiente luz como para teñir el cielo en una arremolinada paleta de púrpura, naranja, rosa y azul. Concentro mi atención en el atardecer aprovechando que tengo tiempo a solas; pero enseguida me distraigo con el movimiento del olaje y siento una diminuta punzada en el estómago. Joder. No quiero volver adentro, por lo que avanzo hasta llegar a unas escaleras. Esta mierda flotante tiene como dos pisos superiores.
Subo a la segunda cubierta, una zona súper lujosa con jacuzzi, mesas y un sofá en forma de U con espacio para ocho personas como mínimo. Desde aquí se siente menos el balanceo del barco y es más silencioso para ver la puesta de sol. Camino hacia la baranda cuando me detengo en seco, sorprendido, al ver a Regina de espaldas. Miro hacia los lados, no parece haber nadie más. Me muevo con sigilo para ocultarme en cuclillas tras un mueble, ella no me ve... así que decido observarla.
No todos los días se ve a una sirena fuera del agua.
Está apoyada en la baranda, sumida en su mundo, mirando el cielo. ¿En qué pensará? Su melena baila al compás del viento. El vestido que usa es ligero y del mismo color de siempre. En una corriente de aire se levanta casi al nivel de mostrar parte de... Gruño frustrado. No, no logro ver el color de sus bragas. ¿También serán de color negro? Paro el rumbo de mis pensamientos. Esa mujer es peligrosa, repito mi nuevo mantra, tratando de convencerme de que debo bajar. Es lo mejor. Me devolveré. Juro que me quiero ir. No obstante, me quedo quieto y continúo admirándola.
El barco da una sacudida y sé que debo volver para no ser notado. Gregory ya debe estar preguntándose en dónde estoy. En el momento que doy media vuelta para volver juiciosamente al salón, casi estampo mi nariz contra una pared humana... en un segundo, una mano enorme se posa en mi hombro apretando con fuerza.
Mi cuerpo instintivamente se prepara para defenderse. Con rapidez me quito la mano de encima y retrocedo. Me encuentro con tipo mucho más grande y sombrío que los otros gorilas. Es la versión siniestra de La Roca pero del tamaño de un dinosaurio, rapado, piel morena, con una horrible cicatriz en la cara y va vestido de negro. Parece un mercenario salido de una película sangrienta.
—No puede estar aquí, joven Roswaltt, le pido que se retire —su voz se asemeja a la de un verdugo.
Lo miro con cautela. El auricular en su oído deja adivinar que es de seguridad. Su expresión amenazante cambia cuando ve a Regina acercarse. Ella mira del dinosaurio a mí.
—Cosa sta succedendo, Enrique?
—Quest'uomo si é intrufolato senza autorizzazione.
—Ho chiesto a Rivers di lasciarlo salire.
Los miro sin entender. El tipo asiente a lo que sea que Regina le haya dicho, me dedica una mirada de advertencia y desaparece por una cabina.
—Perdón. No quería interrumpirle, mada-Regina —corrijo—. Quise estar solo un momento y tomar un poco de aire. —Alzo la mano—. Ya me voy. Te veo luego.
—Quédate, Roswaltt. Subí aquí por la misma razón que tú, sé que abajo no conseguirás esa tranquilidad. —Mira su reloj—. Aún faltan unos minutos para que retomen la reunión.
Lo pienso...
Lo pienso...
Sinceramente, no quiero aturdirme con ruidos fuertes. Suspiro y sigo a Regina hasta la baranda.
—¿Por qué la reunión en un yate? —pregunto, cansado de sentir un revoltijo en el estómago.
Enarca una ceja, diplomática.
—¿Por qué no? ¿No te gusta el yate?
—Bueno. Es bastante... ostentoso.
Mi estómago tiene otros adjetivos más interesantes para describirlo.
—Lo es. Recién acaban de terminar la remodelación del salón de reuniones y quise aprovechar la ocasión para estrenarlo.
Miro su vestido. Miro los colores de la decoración del yate mismo.
—¿Es tuyo?
Se me queda mirando y esboza una sonrisa de niña caprichosa que ha logrado salirse con la suya, pese a que todo el mundo le ha negado su petición. En mi gesto debe estar reflejado el martirio de mi estómago. Muy gracioso destino. Qué ironía que el motivo de mi mareo estomacal esté relacionado con otro tipo de deliro tortuoso.
—Suelo alquilarlo. —Encoge los hombros—. Es una buena inversión. En Italia, uno de los principales medios de transporte es acuático. El turismo es un muy buen negocio. Tienes que ir.
«Como si mi bolsillo me dejara».
Impresionado por lo que veo, saco mi móvil para tomarle una foto al contraste del cielo y el agua, la cámara se empaña por una corriente de aire, que también hace que Regina se estremezca. Sin pensarlo, me quito la chaqueta y se la ofrezco. Me mira con desconfianza.
—¿Qué?
—Ten. Póntela.
—¿Por qué? —Frunce el ceño.
—Hace frío.
—No tengo frío.
Miro su piel erizada en los antebrazos.
—Está comenzando el otoño.
—Creí que era verano. —Ríe con ironía.
—¿Quieres coger una neumonía y morirte? —insisto serio—. Dudo que ese vestido corto te abrigue lo suficiente.
Levanta una ceja.
—Si necesitara abrigo, adentro tengo una gabardina Prada traída directamente de Milán. —Mira mi chaqueta como si fuera radioactiva—. No necesito... eso.
Devuelve la mirada al frente. Otra corriente la hace estremecerse y con terquedad se recompone. Niego con la cabeza y le coloco la chaqueta sobre los hombros. Regina vuelve a estremecerse y refunfuña, enfadada, quitándosela con brusquedad. Por un momento pienso que la arrojará al agua, es mi única chaqueta de cuero, así que intento recuperarla pero no, lo que hace es aferrarse a ella y mirarme con los ojos entrecerrados.
—¿Qué sentido tiene ofrecerla si luego me la arrebatarás? —rechista con sequedad, la sacude y se la pone.
Por alguna extraña razón, me causa gracia su actitud gruñona, sobre todo viendo que le queda grande la chaqueta. Sube la cremallera hasta la mitad, peina su cabello con los dedos y, levantando su barbilla, me ignora. En general, parece fingir que no estoy presente. Sonrío sin despegar los labios. La emulo fijando los ojos en el horizonte y, en silencio, vemos el atardecer. Es una vista fantástica. El cielo crepuscular se refleja en el agua y las luces de la ciudad destellan a lo lejos...
Miro a Regina, cuyos ojos también cambian de tono a medida que el sol se zambulle, volviéndose más hermosos si cabe. ¿Podría ser esto más inapropiado? El cielo, la brisa del mar, el sonido ya no tan molesto de las olas y ella. Ella que está tan cerca, pero es a la vez tan inalcanzable. Quisiera alargar mi mano y acariciar su mejilla, sentir la tersura de su piel, confirmar que esta mujer es real y no una aparición divina.
—La naturaleza nunca deja de sorprender —musito por el cambio en el cielo y de sus ojos.
—Es precioso. —Me mira—. "Durante mucho tiempo, mi única distracción fue la suavidad de las puestas de sol" —cita en voz baja.
Parpadeo.
—Saint Exupéry —reconozco incrédulo—. ¿Te gusta El Principito?
Sus hombros se tensan.
—Tal vez. —Mira al frente—. Me gustan las puestas de sol. El suceso expande una penumbra previa a la umbra de la noche. Marca el final de un día y el comienzo de otro. Una rutina predecible disfrazada con un mañana enigmático. Es impresionante cómo algo tan hermoso funge de antesala a la muerte de la luz. No importa que tan radiante sea, sin falta, el fulgor se extingue ante la inminente oscuridad —habla de forma pensativa, como si su mente estuviera en otro lugar lejano.
—La oscuridad no es tan mala. Con luz perenne nunca veríamos las estrellas —alego—. El amanecer erradica la oscuridad y es tan grato de ver como la puesta de sol. El ciclo de la vida es extraordinario.
Ríe sin gracia.
—Menuda mierda. Ahora nos ponemos poéticos —se burla.
—Pues esa mierda a mí me sirve —defiendo—. Me inspira para componer canciones. Mi madre da clases de literatura. Crecí escuchando a Shakespeare, De la Barca, Cervantes, Homero y todo tipo de literatura épica. También leo comics, mangas y novelas ligeras. Consumo todo lo que me ayude a superar el bloqueo... —Me mira atónita. Carraspeo—. Lo siento. Cuesta frenar mi lengua cuando hablo de lo que más me gusta.
Niega, restándole importancia con un movimiento de la mano.
—La otra noche no lo mencioné. Pero es agradable no hacer más que escuchar música mientras bebo una copa de vino.
«Ah, sí se acuerda de esa noche».
Camina hacia la barra del bar. En una cubeta de hielo hay dos botellas. Una que reconozco como champán y la otra de tinto. Sirve de la primera, me ofrece una copa y la rechazo. No beberé sintiendo nauseas a cada rato.
—¿Por qué bebes? —pregunto sosteniendo el tinto. Estoy buscando en la etiqueta la cantidad de alcohol que contiene.
Regina me mira con el entrecejo fruncido.
—Es eficiente para despejar la mente.
—Comprendo, pero no parece una razón para abusar de cantidades. La bebida es un hábito muy destructi...
—No recuerdo haberte pedido opinión —declara tajante.
Todo rastro de su buen humor desaparece, resopla y emprende camino para subir otras escaleras. Voy tras ella.
—Regina, espera.
—¡¿Quién te crees para decirme lo que está bien o no?! —ruge.
—Lo que intentaba decir es que...
El barco da una sacudida violenta. Tiro de ella hacia mí para que no caiga y me sujeto con fuerza de una baranda con la otra mano. Siento de nuevo un nudo en la boca de mi estómago. Inhalo con fuerza para ahuyentar el mareo y todo mi sistema se vuelve consciente de la cercanía de Regina estando en mis brazos.
Recuerdo lo que pasó ayer y contengo la respiración.
Ver y no comer.
Ver y no comer.
Es tu clienta.
Fue abusiva robando tu ropa.
Te amenazó con despido y te hizo sentir idiota.
Es fría, controladora y tal vez una criminal que evade impuestos.
Nos sostenemos la mirada sin mover ni un músculo. ¿Por cuánto tiempo? No lo sé. No puedo moverme. No quiero moverme. Su cuerpo está pegado al mío y es indescriptible la exquisita sensación de calor que emite. ¿O soy yo? Es confuso porque esperaba toparme con la típica frialdad de los vampiros, no tanta calidez.
La atmósfera entre nosotros cambia y se carga de una potente electricidad. Creo estar a punto de explotar por el choque de sus senos contra mi pecho debido a su respiración agitada. Sus manos están aferradas a mis brazos y una con lentitud ascienden hasta mi nuca. Sus ojos se oscurecen, alternándolos entre mis ojos a mi boca y... y-y yo también miro la suya, entreabierta. Roja. Sensual. Provocativa. ¿Suave?
Recorro con mi pulgar sus labios. Sí, es suave. Su aliento me llama como el canto de una sirena. Sin poder aguantar más, respiro hondo y sé que he firmado mi sentencia permitiendo que su perfume me invada. Dispuesto a morir, me inclino hasta rozar nuestras narices. Vacilo y no se aparta. Me dejo embrujar, corriendo el riesgo de ser arrojado por la borda como un criminal, y tomo sus labios para robarle un beso.
Tiene una boca esponjosa.
Se muestra rígida, paso mi lengua por su labio inferior y sus manos se enredan en mi cabello para darme un fuerte tirón, correspondiéndome con intensidad, pasión y demanda. Me corresponde con desenfreno.
«Me corresponde».
Esto es demasiado perfecto como para ser verdad. La sirena se enciende entre mis brazos. Mete su lengua y su sabor mezclado con champán es excepcional. Pierdo la razón cuando emite un gemido, arquea la espalda y frota su pelvis contra la mía. Con un simple roce provoca que sienta mi pantalón diminuto en medio segundo.
—Contra la pared no —exige.
¿Cuándo empecé a arrinconarla?
Tira de mi camisa para cambiar posiciones, y de esa forma quedo con la espalda apoyada en la pared. La fricción aumenta. Me fascina cómo responde a mi toque. Esta mujer es ardiente y salvaje. Es muy receptiva. Una leona hambrienta. Hundo una mano en su cabello y con la otra tomo su pierna por encima de la rodilla para recorrer su muslo. Jadea sujetando mi cuello cuando empiezo a subirle el vestido.
Quiero saber de qué color tiene las bragas.
El barco da otra sacudida y vuelvo a ser consciente del espacio y tiempo. A lo lejos oigo murmullos que van acrecentando. ¡No! ¡No! Contrólate. Sujeto sus hombros y la aparto. Los dos estamos sin aliento, tiene las mejillas rojas y, si las miradas mataran, yo ya estuviera muerto. Dos hombres vestidos con uniforme suben las escaleras.
—Madam, hay un aumento considerable en el oleaje. Volveremos al puerto —informan con expresión preocupada.
—Sí. —Regina cierra los ojos—. Hagan lo que sea necesario.
Los tipos miran de ella a mí. ¿Habrán escuchado o visto algo? Una voz se oye en el radio que cargan y continúan escaleras arriba hasta la tercera cubierta. Arriba debe estar la cabina de mando.
Evito la mirada de Regina. Necesito agua fría con urgencia. ¿Por qué me siento tan... descolocado? Es su olor... Su cercanía... Sus ojos...
—Yo... —Me aclaro la garganta—.Volveré a la reunión.
—¡No! ¡Alto ahí, Alonso Roswaltt! —Tira de la manga de mi camisa—. ¿En serio piensas dejarme a medias?
Quiero besarte otra vez. Besar todo tu cuerpo. Pero será un error si lo hago. ¡Pero, joder, aún no sé de qué color tiene las bragas! Pe-pero... No, no lo haré. Estoy confuso. Mi mente hace cortocircuito, mi corazón está grogui, mi estómago me odia y mi pantalón quiere lanzarse por la borda.
Al no obtener reacción de mi parte, Regina tira de mi mano en tanto me guía escaleras abajo, regresando a la segunda cubierta. Cruzamos un salón pequeño, un pasillo y abre una puerta. Entramos y pasa el seguro. Estamos en un lujoso camarote con paredes grises y complementos en negro y azul marino, iluminado únicamente por el último resplandor anaranjado del atardecer. Una alfombra color rojo cubre el suelo, un tubo de pole dance al fondo, no hay cama y no me da tiempo detallar nada más.
Trago grueso.
Regina se quita mi chaqueta y la deja a un lado, acercándose a mí con mirada seductora.
—Tiempo. —Doy un paso atrás—. No creo que debamos...
—Chist, chist. Odio que un hombre dé tantos rodeos y no vaya por lo que quiere directamente. No nos engañemos. —Coloca dos dedos sobre mis labios y lleva la otra mano a mi entrepierna, volviéndome loco—. Siente lo duro que te he puesto. Ambos sabemos que me deseas. Deja de comerme con la mirada y hazlo ya de una maldita vez con la boca.
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¿Sí lo habremos perdido? o.o
No sé ustedes, pero yo me río mucho con Alonso. Tiene unas ocurrencias 🤦🏻♀️🤣
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