12. Perfume.
12. Perfume.
ALONSO.
El secuestro de Bartis derivó un aumento discreto en la seguridad de la torre. A muy pocos se les explica que es un cambio de rutina preventiva para no levantar alertas entre los directores y empleados. Astrid, Brad y yo firmamos un acuerdo de confidencialidad que impide revelar la verdadera razón. En la oficina, mis compañeros discuten sobre un esquema dibujado en una pizarra. Las fotos de Zack Malone, Paul Archer y Edmond Bartis son las más grandes, seguidas por la de Antonio Wallace y otros directivos de menor grado. Luego está el esquema de su círculo cercano con su asistente, asesor, analistas y auxiliares, el esquema con los externos que representan a la competencia en tecnología encabezada por los Lancaster; y los socios como el conglomerado Goldskin, Keegan, Fournier y Gerussi.
Mi equipo estudia a cada uno. Nadie es descartado. Los saludo y voy a mi mesa. Susan está en la mesa diagonal, viendo su laptop con la frente arrugada. De mi mochila saco un folder y lo deslizo en su dirección.
—La minuta de la reunión de más temprano.
Alza las cejas. No se esperaba que compartiera información con ella. Aquí cada pista que consigamos sirve para acumular puntos con los jefes.
—¿Qué decidieron?
Explico lo que tengo autorizado divulgar.
—El señor Turner ordenó volver a revisar todo para encontrar otra pista. —Me apoyo en el borde de la mesa y cruzo los brazos—. Por un lado, está la herencia del tío de Bartis. Llamé a la Seguridad Social. Es verdad pero la cuartada no sirve mientras existan los registros bancarios; sin embargo Bartis juró que todas las transacciones fueron autorizadas.
—Usar empresas fantasmas es legal hasta cierto punto —concuerda.
—Exacto. Basta con averiguar cuales están destinadas para Alphagine y ASysture —sopeso y asiente—. Hablaré con Brad para que considere convocar una reunión con Paul Archer y tratar el tema con sus gerentes.
—No será necesario. El sistema de seguridad está listo. —Abre un calendario—. Este miércoles se explicarán las nuevas medidas preventivas a los principales directores de ambas subsidiarias. En la reunión estarán Paul Archer y Zack Malone.
Chasqueo los dedos. Esa reunión será clave.
—Nos ahorrará tiempo en hacer un comunicado si todos están juntos.
—Sí. Que bien. —Esboza una sonrisa forzada y levanta el dedo pulgar, volviendo a trabajar.
Ladeo la cabeza. Sé que no puedo agradarle a todo el mundo, pero no me gusta dejar malentendidos. Ella no tiene la culpa del cambio que hizo nuestra caprichosa clienta. Después de todo, desde mi primer día, Susan ha sido simpática conmigo.
—Oye... está por dar la hora del almuerzo. —Veo el reloj de mi teléfono—. ¿Me dejas invitarte una hamburguesa en la cafetería?
Me da toda su atención.
—Depende. —Entrecierra los ojos—. ¿Carne o pollo?
—Doble ración de lo que elijas y queso, si gustas.
—¿Con papas?
—Y coca cola.
Acaricia su mentón, pensando. Mira la hora en su reloj de muñeca y sonríe, radiante.
—De acuerdo. Me convenciste.
—Estupendo, porque lo que pasó con Brad... En serio nunca pretendí quitarte méri...
—Olvídalo. —Encoge lo hombros—. Ya estoy acostumbrada. No importa qué haga, no importa el tiempo que lleve en un caso, siempre le dan prioridad a un hombre.
—No significa que no puedas...
—Ya. No importa —asegura—. De todas formas, no me apetece tener trato directo con esa mujer tan superficial —su tono de molestia.
En la planta diez, nos sentamos en una mesa junto a un ventanal. Charlamos divertidos sobre nuestro fin de semana. Susan es una chica de apariencia sencilla, menuda, cabello azabache rizado, ojos color chocolate que contrastan con su piel trigueña y le saco unas dos cabezas de altura aun con sus zapatos de plataforma. Sí. Es bonita. Lo que no me explico es por qué, viéndola sonrojarse, me pregunto cómo se verá cierta vampiresa con las mejillas ruborizadas... o sonriendo de verdad.
No sus sonrisas irónicas o ególatras.
Una sonrisa que ilumine la oscuridad que ocultan sus ojos.
Desde el sábado no logro sacármela de la cabeza. Es de forma inconsciente. Como esa canción que repites mentalmente una y otra, y otra vez sin saber cómo rayos detenerla. Te persigue. Te atormenta y, al final, terminas consumiéndote con la melodía.
Gusano musical, le dicen.
Por la tarde, estoy ensimismado leyendo documentación cuando suena mi teléfono. Gregory levanta la mirada por el volumen del repique. Pido disculpas y lo coloco en vibrador. Desilusionado por no ver nada de Gary, descarto el resto de mensajes de Whatsapp y abro el chat con Brad, me está pidiendo los estatutos de los trabajadores de Alphagine, y todo sobre Chelsea Dubois, la secretaria de Bartis. Ya iniciaron el proceso para ir por ella.
Busco lo que me pide, escaneo los documentos en la sala de fotocopias y vuelvo a mi mesa para enviarle todo por correo. Hoy no está en el edificio pero en cuanto llegue hablaré con él sobre la evasión de impuestos. Necesitamos encontrar un hilo de dónde tirar o continuaremos en un laberinto sin salida hasta que den con Bartis.
Retomo el documento que estaba leyendo. Antes de iniciar, en la esquina inferior de la pantalla aparece una notificación indicando que tengo un nuevo correo.
«Qué rápido»
Abro y veo una dirección que me deja atónito. No es Brad.
De: Regina Azzarelli.
Fecha: 24 de septiembre 16.23
Para: Alonso Roswaltt.
Asunto: Error en el informe.
Querido signor Roswaltt.
Hay un error en el último informe emitido por su parte. En quince minutos quiero la debida corrección sobre mi escritorio.
No se retrase.
Atentamente,
Regina Azzarelli
Presidenta de Azzagor Enterprises, Inc.
¿Un error? Vuelvo a leer el corto mensaje. Minimizo la ventana y busco el documento al que se refiere. Leo de nuevo el correo y busco entre varios folders, encuentro la copia del informe que le entregué en la reunión. Leo la hoja y releo el correo. No entiendo. Todo está bien.
De: Alonso Roswaltt.
Fecha: 24 de septiembre 16.28
Para: Regina Azzarelli.
Asunto: Re: Error en el informe.
Buenas tardes, Madam.
Acabo de revisar el documento y lo encuentro perfecto. Por favor y si no es mucha molestia, ¿podría señalar el error?
Atentamente,
Alonso Roswaltt
Le doy a « Enviar». Su respuesta es casi inmediata.
De: Regina Azzarelli.
Fecha: 24 de septiembre 16.29
Para: Alonso Roswaltt.
Asunto: Acato de órdenes.
Suba a mi oficina en diez minutos.
Atentamente,
Regina Azzarelli.
Presidenta de Azzagor Enterprises, Inc.
Pero...
Releo cinco veces el informe preguntándome qué puede estar mal. ¿Es posible que la impresora fallara? No, el resto de documentos son óptimos. Como no tengo que corregir, procuro volver a mi lectura anterior mientras espero los diez minutos... No logro concentrarme. Cierro los programas y guardo la laptop en mi mochila. En mi libreta de notas apunto lo más importante del último párrafo que leí.
Subo al piso veinticinco leyendo la copia del informe. Ya me lo sé de memoria. No es por alardear, pero soy muy cuidadoso con la redacción de documentos legales, un error y podría haber una pérdida de dinero, aplicarse cargos de más o de menos, o, incluso, despidos.
Me guste o no, me tomo muy en serio este trabajo.
En la recepción no veo a Camila por ningún lado. Exhalo viendo de la puerta a mi propio reflejo en una pared de cristal. Me paso una mano por el pelo desordenado intentando peinar mis mechones. No logro mucho. Apenas retiro mi mano las puntas vuelven a dispararse. Gruño. Cercioro que tengo buen aliento. Cuadro mis hombros y repaso mi ropa: No uso corbata y no es que no me guste... no estoy acostumbrado. Me ajusto el cuello de la camisa blanca, aliso las arrugas y bajo las mangas que hasta hace un segundo estaban recogidas hasta mis codos.
No debo estar nervioso. Me convenzo. Esa noche ella bebió de más.
Cojo un poco de aire y toco la puerta. Se oye un «Adelante». Entro y veo a dos mujeres vestidas con elegancia explicándole algo a Regina, quien está sentada de piernas cruzadas en uno de los sofás. Sobre su escritorio y en la mesita de en medio, hay un montón de pequeñas cajas de diversas formas y colores.
Al girarse, me sonríe sin dejar de hablar y hace ademán para que tome asiento a su lado. ¿Me sonríe? Mmm. Raro.
Dudo.
—No tengo problema en pasar después —señalo la puerta.
—No. Ya terminamos —se levanta—. Les enviaré mi opinión esta misma noche —avisa a las mujeres mientras las acompaña hasta el umbral—. Son de la perfumería que está en la jurisdicción del otro equipo —Comenta y nos sentamos—. Te escucho mientras termino de revisar esto —señala las cajitas.
Asiento y me muevo un poco a la izquierda para evitar la tentación de mirar su escote traicionero, su vestido azul oscuro es de manga corta y deja sus hombros expuestos... su clavícula... se me seca la boca, tiene puestas unas gafas de montura cuadrada que le favorecen mucho, muchísimo al tener el cabello completamente liso. Así le luce más largo.
Vuelvo a la realidad cuando noto que me mira, esperando a que hable. Meneo la cabeza. Puedo jurar que la comisura de sus labios se eleva un poco. Solo un poco. Es casi imperceptible.
—Esta es una copia del informe que recibió —se lo muestro—. ¿En dónde está el error?
—Página siete —dice, tomándole una foto a las cajitas y luego a los frascos que están dentro de ellas.
—¿Qué hay de malo en la estadística?
—Es muy subjetiva. Quien haya hecho el análisis podrá decírtelo. Pídele que te dé una escala media.
—Los cálculos los hice yo.
Se echa el cabello hacia un lado y su ceño se contrae. Me mira impactada por unos segundos hasta que enarca una ceja, volviendo a su gesto impasible.
—¿Y tomaste en cuenta el periodo anterior? —bufa.
—No. Eso estará en el informe del señor Turner.
Se levanta y de su escritorio toma una hoja. Es el informe que le di, en el margen ha hecho varias anotaciones.
—Igual. Aplica estos cambios y haz la corrección en el cuadro comparativo —ordena.
Tardo unos segundos en procesar lo que está sucediendo. ¿Puedo refutar? Creo que no. Mirándola de reojo, saco mi laptop y la coloco sobre la mesita.
Mientras edito el documento, se inclina sobre mí, muy cerca... peli-grosa-mente cerca para ver lo que escribo. Mi corazón se dispara. Me roza el brazo con el suyo y me enderezo. Ella continúa con actitud despreocupada. Recuerdo sus palabras del sábado y mi cerebro se ofusca entre miles de incógnitas.
«Aunque hoy parece estar sobria»
No. No. Olvídalo. Eso no pasó. Necesito cordura. Concentración. Mente en blanco, Alonso Roswaltt, mente en blanco. No le daré el gusto de saber que me causa déficit de concentración. Ya tiene los humos bastante subidos. Es más inteligente que la mayoría de hombres que trabajan en este edificio, es demasiado joven para ser tan rica por su cuenta y tiene los atributos para ser una reina del porno. No me conviene en absoluto una mujer que evade impuestos. Fijo la vista en la pantalla... pero no ayuda el hecho de que lleve esas gafas.
«¡Maldito pervertido!»
—También revisa la cláusula cuatro —Susurra y ese acento suyo llega directamente a la tela que se tensa en mi pantalón.
Ay.
Un minuto atrás creía que la voz más sensual que existe era la de Scarlett Johansson. Contengo la respiración y, disimuladamente, coloco el folder de la copia sobre mi regazo para ocultar una creciente erección.
Muevo mis dedos a una velocidad ruidosa. Quiero y necesito volver a mi piso.
—Lis-to —anuncio, la voz me sale ronca.
—Sí. Ya está —se aparta y coge una cajita de la mesa—. Envíalo a mi correo.
Lo envío y bajo la pantalla de mi laptop con prisa. Antes de ponerme de pie, ella pregunta:
—¿Sabías que para los romanos los aromas tienen atributos mágicos, místicos... incluso eróticos?
Trago grueso.
—Algo así leí una vez, pero sobre los griegos. La leyenda dice que el perfume tiene orígen relacionado con Afrodita.
Sus ojos vagan un momento por toda mi anatomía antes de volver a los míos, ¿por qué siempre hace eso cuando me ve?
—Es una creencia milenaria. Bajo esos principios, esta marca quiere lanzar al mercado una nueva fragancia para caballeros —mira la cajita en su mano y luego a mí—. Personalmente creo que un hombre que huele bien, es un hombre que domina su universo.
—Es buen eslogan.
—¿Quieres una muestra? —Coge tres frascos y los coloca uno junto a otro.
¿Qué pasaría si le digo que la única muestra que me interesa tener es la de su perfume o su champú? Ambos tienen aroma a coco. Cualquiera de los dos me sirve para fantasear.
—Adelante. Elige uno —me anima.
Miro los frascos y los llevo a mi nariz. Wow. Son buenos. Sin saber cuál elegir, me decido por el de envase negro y Regina sonríe misteriosa.
—Buena elección —comenta en voz baja—. Ahora, requiero tu ayuda para probar la calidad del producto.
—Claro —miro el frasco con curiosidad— ¿me lo aplico y...?
Levanto la mirada y me arrepiento, Regina se ha inclinado hasta dejar su cuerpo a centímetros del mío. Por inercia mis ojos caen en su escote. ¿Alguien aumentó la calefacción aquí dentro? Cuando conecto con sus ojos, embobado miro sus pupilas dilatarse, su verde oscurecerse, las vetas amarillas tornarse doradas. Vale, se me está yendo la olla.
Procuro tomar mi mochila para irme, pero Regina coloca su mano sobre la mía. Me quita el frasco y me mira con intensidad.
—Quieto, signor Roswaltt —murmura.
Trago saliva y me erizo al sentir la cercanía de su respiración. «Señor, piedad». Regina aplica el perfume en mi cuello y lo recorre con su nariz, dejando sus labios a milímetros de mi piel. Siento un violento escalofrío que atraviesa mi cuerpo y aumenta las palpitaciones en mi pene. Cierro los ojos con fuerza y respiro por la boca. Quiero hacer lo mismo con ella. Quiero tocarla. Quiero desnu... Clavo los dedos en el borde del sofá.
«Aguante, soldado».
—Canela, sándalo y roble —su aliento acaricia mi oreja—. Con il tou odore é un mix affascinante. —Su nariz llega a mi cabello y sus dedos pasean por mi pecho—. Aquí desprendes un olor dulce, como talco de bebé mezclado con algo afrutado —su tono extrañado—. ¿Es tu champú?
—Ajá. Uso un gel dos en uno —confieso en un hilo de voz, tenso.
Regina se inclina más, descansando sus senos sobre mi brazo. Coloca su mano en mi rodilla y comienza a trazar círculos ascendentes rumbo a... ¡Joder! Me deslizo de golpe hasta el reposabrazos. Esta mujer despierta mi lado primitivo. Tengo que largarme o no podré responder por lo que haga mi cavernícola interior.—¿Por qué tienes cara de que te duele algo? —frunce los labios.
¿Cree que es poco? A este paso voy a sufrir de priapismo. La miro. Ella me mira también. Y a nuestras miradas le sigue un más que significativo silencio. Su verde tiene vocabulario propio. Deseo con todas mis fuerzas no entender lo que está insinuando.
¿Qué está haciendo conmigo?
No quiero entender la necesidad de besarla que me embarga al ver sus labios granate, la dureza bajo mi pantalón y las ganas de empotrarla contra el ventanal como un poseído.
Quiero averiguar cómo se escucha mi nombre envuelto en su acento italiano mientras gime.
—¿Te volviste mudo? —rompe el silencio, altiva.
Su actitud se torna fría y distante. Resopla y, murmurando algo en italiano, se levanta. ¿Se ha enojado? Me pongo de pie y aprovecho que me da la espalda para acomodarme la erección.
De un cajón saca una botella y sirve el líquido en un vaso de cristal. Me preocupa que sea una adicción. Regina cierra los ojos con fuerza a medida que bebe, como si lo necesitara para calmarse.
—¿Por qué demonios...? —denota querer arrojarme la botella—. ¿Sabes cuántos matarían por estar en tu lugar? —Mira su vaso—. Esto no debería ser tan difícil.
No comprendo su reacción. ¿Qué esperaba que hiciera?
—Madam...
Niega con la cabeza y suspira viendo por el ventanal. Yo, masoquista, estudio su trasero torneado con intención de sacarme una maestría.
—Puedes tutearme —Me mira por encima del hombro.
¿Qué? No estaba... Ella acaba de... ¡Qué mujer tan voluble! Tardo unos segundos en reaccionar.
—Sí. Escuchaste bien. —Rueda los ojos viendo mi desconcierto—. Te permito prescindir del honorífico cada vez que estemos solos. —Señala la puerta con la barbilla—. Ahora quiero que te vayas.
La miro una última vez antes de irme.
¿Y si lo estoymalinterpretando todo? Meneo la cabeza. Tengo que alejarme de ella antes dehacer algo que luego terminaré pagando muy caro. Es mi jodida clienta. No pierdas el foco. No eres su Ken. No eres su vibrador. No eres su juguete. Desanimado, paso ambas manos por mi cara, buscándole orden a mi descolocada mente. Esa mujer es peligrosa. Ignoro la vocecita de mi cavernario que me insulta en todos los idiomas posibles por rechazar a semejante diosa.
¿Hice bien?
«¡Que sí, idiota!».
No me importa quedar como un tonto. No quiero problemas.
No es correcto.
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