Capítulo 9


9. ¡FUISTE TÚ!

Azucena me ve llegar a la cafetería y de inmediato me mira de arriba abajo, posiblemente debatiendo con sí misma si enfocarse en las manchas de jugo en mi camiseta, en la ausencia de una de las suelas de mis tenis —mala calidad y mala suerte sumadas— o en la pretina de mi jean, amarrada con una cuerda.

—No sé por qué cosa preguntar primero.

Suspiro con cansancio.

—Alguien derramó su jugo en mí. —Señalo mi camiseta, luego mis pies—. En gimnasia la suela de mi tenis decidió pegarse al piso, no sé cómo; la llevo en la maleta. —Señalo mi cintura—. Me lo quité también en gimnasia para ponerme el short y no apareció cuando me vestí de nuevo. Me lo robaron o se esfumó.

—Te ves como un indigente.

—Oh, lo sé. Un maestro me vio de espaldas y vino a mí creyendo que estaba perdido. Casi llama a seguridad.

—Lo siento. —Azucena muerde su labio con sincera pena en su mirada pero con ganas de reír, luego señala la bandeja sobre la mesa—. Te he guardado pudín de vainilla, tu favorito.

Me siento frente a ella y tomó el vasito plástico. Sonrío.

—Gracias, Azu.

—Y ya revisé, no está vencido ni dañado ni destapado.

—¿Tienes algo de la búsqueda del relicario ladrón?

Pule una mueca de auto decepción.

—No, perdón. Una tenía una cadena: Danna, pero le saqué charla y me la mostró. Es el número quince que su padre le dió hace un par de años por el cumple. No tengo más. ¿Y tú?

—He descartado a una chica. No sé su nombre, pero está descartada. —Lleno mi boca con el manjar blanco y me permito relajarme un segundo; desde que no tengo suerte siento los días eternos y termino tan cansado como si hiciera turnos laborales de dieciocho horas—. Ya no me siento tan convencido de que será fácil. Cada día me parece interminable, Azu, porque todos los pequeños infortunios me alargan la vida en la desgracia. Esa ladrona debe estar... —Me callo de repente, enderezando la espalda.

—¿Qué?

—¡Eso es! La suerte tuvo que cambiar a esa persona. ¡Por ahí podemos buscar!

—No comprendo.

—¡Solo mirame, Azu! ¡Estoy caminando en un zapato y medio, oliendo a sandía y sin cinturón! Esa chica debe estar en el otro extremo usando mi suerte. Debe ser alguien que en estas semanas ha estado mejorando en todo: notas, popularidad, carisma, hasta belleza.

Azucena asiente con la vista en la nada, quizás intentando buscar en su mente a alguna compañera que calce en esas características. Sin duda ella rinde más que yo, que ni siquiera conozco los nombres de muchas personas.

—Tiene sentido —dice secamente—. ¿Tienes a alguien en mente?

Azu busca mis ojos pero sé que ve en ellos la derrota. Ella está de espaldas a la entrada de la cafetería, pero yo tengo buena vista de las puertas; niego con la cabeza a la vez que veo a Aurora entrar. Por un segundo mis instintos detectivescos se difuminan ante su imagen, y noto que sonrío en reflejo. Azu sigue mi mirada y también pierde su gesto serio para observarme con una ceja enarcada. Me golpea con suavidad con su zapato bajo la mesa.

—¡Le echaste el ojo a Aurora! —No es pregunta.

—No le he echado nada, solo la he visto entrando.

—Te brillan los ojos.

—Soy humano, a los humanos nos brillan los ojos.

Azucena ríe al cruzarse de brazos y miro de nuevo a Aurora. Viene caminando muy lentamente porque no va sola, sino con Danna a su lado izquierdo y Azael al derecho; es ella quien va hablando pero los dos le prestan suma atención. Azael hasta parece deslumbrado al verla. Arrugo la frente.

Azael asiente a algo que Aurora dice y parece despedirse, desviando camino hacia la mesa donde están sus amigos. Danna continúa con ella y enfilan en la cola para comprar algo; el chico frente a ellas ve a Aurora y le sonríe a modo de saludo, incluyéndose en la conversación, y luego pasa igual con la chica que llega tras Danna. Todos parecen querer a Aurora. ¿Cómo es que yo nunca la noté?

—Al menos disimula, mugre.

—Nunca la vi antes —respondo, casi ausente—. A Aurora. Todos la quieren, yo ni sabía su nombre hace unas semanas.

—Ella sabe el tuyo. Ella sabe el de todos, la verdad. —Azucena ríe—. Es muy atenta. Me ayuda con Inglés, soy un asco en esa materia.

—¿Es tu tutora?

—Sí, hace poco. Nos vemos los sábados antes del mediodía.

—Linda e inteligente. En Lengua la maestra le preguntaba de todo y a todo le atinó. Nunca antes la vi participando...

—Eres un despistado.

—Pero no soy ciego —suelto sin querer, pero escucharme me hace reflexionar y abro mucho los ojos—. Azucena, yo no soy ciego.

—Un poco miope, la verdad...

—Uso lentillas. Azucena, yo no soy ciego.

Al oír que mi tono es duro, Azucena borra su sonrisa burlona, ahora luce confundida.

—¿Y?

—¿Por qué nunca vi a Aurora? Una cosa es no prestarle atención en general, pero jamás participaba en clase, ni para bien ni para mal, estoy seguro. Lo habría notado. Soy despistado, pero no idiota. —Las ideas se me arremolinan en la mente y van más rápido que mi boca, así que todo me sale atropellado—. Ella me dijo que siempre había sido invisible, que era consciente de ello, que tú la incitaste a ser más extrovertida...

—Bueno, se lo dije una vez, pero...

—¿Y ahora de repente Azael y Danna, los más populares y podríamos decir que abusivos, son sus amigos? ¿Y todos en la fila son sus amigos? ¿Y sabe las respuestas en clases? ¿Y luce tan... bonita? Es imposible que ella, siendo así, pasara de invisible a popular de la nada.

Azucena parece notar lo que insinúo y frunce las cejas.

—¡Se esfuerza mucho estudiando para saber las respuestas! Por Dios, no puedes ser tan mezquino. Hace un par de sábados le aconsejé sobre cómo peinarse y cómo hablar más. Ha sido la única persona aparte de mí que ha sido linda contigo, y ¿sospechas de ella?

Algo me susurra que es absurdo y vuelvo la vista a Aurora. Está terminando de pagar su sándwich y aunque estamos lejos, veo que hace gestos de que le falta dinero, pero claro, Danna tras ella saca unas monedas y se las tiende. Aurora le sonríe y toma de la bandeja en caja dos sobres de salsa para poner a su comida. Luego me ve... y luego a Azucena y se despide de Danna para caminar hacia nuestra mesa.

—¿Por qué tan serio, Zack? —dice animosa, después al ver a Azucena con un gesto similar, frunce los labios—. Ay, ¿interrumpo? Discúlpenme, estaban hablando y solo me he sentado. —Le estaba colocando la mayonesa al pan de su sándwich y entonces empieza a levantarse torpemente—. Lo siento...

—No interrumpes —le dice Azucena, deteniendo su ida—. No pasa nada, Aurora, siéntate.

Aurora me mira y asiento de acuerdo, intentando quitar las arrugas de mi frente. El sándwich a medio abrir se resbala de sus dedos, pero cae en la mesa con la parte que aún tiene el plástico, dejando el lado abierto y con mayonesa a salvo.

Miro a Azucena y sé que me reprende mentalmente por lo que sabe que estoy pensando.

—Qué suerte —suelto con recelo—. Siempre cae del lado que uno va a comer y se arruina.

Aurora sonríe.

—Sí, bueno, el destino sabe que tengo hambre y que no tengo más dinero.

Al igual que aquella vez en El trébol dulce, Aurora se yergue para recoger su cabello con la liga que al parecer tiene siempre en la muñeca. Lo hace con mimo y sin apuro; cuando se siente lista, se encorva de nuevo y entonces lo veo: una cadena plateada en su cuello que se pierde dentro de su camiseta.

La sangre me hierve y actúa más rápido que la razón.

—¡Fuiste tú! —acuso en un grito.

Aurora se sorprende completamente y da un brinco en su lugar, soltando su comida. El resto de la cafetería se calla para mirarme pero de repente no estoy para prestar atención a nadie más; la ira reluce en mi tono, en el temblor de mis manos y sé que en mi rostro colorado.

—¿Q-qué...? —balbucea Aurora, realmente asustada.

Qué cínica ha sido, qué estúpido he sido. ¡Que bajo es lo que ha hecho! ¡Y peor yo, cayendo en su juego, un juego que va ganando con mi propia suerte!

—¡Tú me la robaste! —De repente su tono de voz encaja a la perfección con el de la desconocida que me pagó $1 por una estafa. ¡¿Cómo no lo noté?!—. ¡Tienes mi suerte!

Los ojos de Aurora se humedecen, su piel está tan roja como el tomate de su sándwich abandonado. Azucena me da un golpe en el pecho, un golpe de verdad, fuerte, obligándome a mirarla.

—¡No seas idiota, Zack!

—¡Lo estás viendo, Azucena! ¡Carga mi suerte en su cuello y ¿es que no ves cómo es de afortunada de un momento a otro?!

Mi mirada vaga entre Aurora y Azucena, a una la miro con rabia y a la otra con súplica de que entienda mi lógica. Más se acentúa mi certeza cuando en reflejo Aurora lleva una mano a la cadena de su cuello, protegiéndola, y palidece de repente.

—Ella no tiene nada que ver, Zack —me sisea Azu, procurando mantener tono bajo para que al menos no todos escuchen su parte de la discusión—. No hagas el ridículo más de lo que ya lo estás haciendo.

—¡Pero si lo tiene justo ahí! ¡Carga el relicario que me robó todo!

—Yo no he robado nada —murmura Aurora en tono de animalito herido. Ya no me lo creo; es un lobo vestido de oveja negra—. No sé de qué hablas.

Azael llega a nuestra mesa, alertado como todos y me mira con un odio que me mataría si tuviera rayos láser en los ojos.

—¿Qué demonios te sucede?

Tres de sus amigos, todos dispuestos a golpear paredes si Azael lo hace también, se ubican junto a él. Vale, oveja o no, Aurora tiene más respaldo que yo y no quiero salir sangrando, así que intento bajarle al tono.

—Aurora me ha robado —digo.

Azael ríe.

—¿Aurora robando? ¿Estás idiota? Pídele una disculpa, imbécil, o ni tu suerte te salvará de que te muela a golpes. No puedes ir por ahí gritando a la gente y acusándolos como un demente. Respeta.

El abusador hablándome de respeto. ¡Cuando creí que no podía ser peor!

—Le pediré disculpas cuando me devuelva el relicario que lleva al cuello —escupo, arriesgando mi salud física próxima.

Azael mira a Aurora que se ve más pequeña por lo avergonzada que está.

—¿Cuál relicario? —curiosea él.

—¡Esto es un malentendido! —interviene Azucena, y me enfurece más que la defienda.

—¿Qué pasa contigo? ¡Dijiste que me ayudarías con esto!

—¡No a acusar a quien no es!

—¡Pero lo tiene ahí!

—¡Claro que...!

—¡Suficiente! —grita Aurora, aunque en su voz no es más que un tono alto, tembloroso e inofensivo. Se levanta de golpe de la mesa con los ojos a punto de soltarse a llorar—. ¿Quieres mi cadena? Te la daré.

Contengo la respiración, Azucena también. Incluso Azael y sus amigos prestan suma atención mientras Aurora, con dedos inestables, intenta quitarse la cadena. Le toma unos segundos soltar el broche y cuando lo hace, la saca con cuidado de su camiseta, luego la pone sobre la mesa.

El alma se me cae cuando no veo un relicario de corazón sino una bonita A en plata, adornada con dos flores a los lados. Aurora finalmente suelta sus lágrimas pero sé que son de vergüenza y rabia más que de tristeza. Aprieta los dientes sin permitirse agachar el mentón y me mira con odio profundo unos segundos antes de dar media vuelta y abrirse paso entre Azael y los demás.

Sumo silencio en la cafetería. Todos me miran.

Azucena toma la cadena abandonada y la empuña, mirándome también con odio.

—Yo se la di como regalo adelantado de cumpleaños —escupe, furiosa—. Quizás si escucharas un poco más, serías menos imbécil.

Rodea la mesa y se va. Tardo dos latidos en levantarme también y pretender ir tras ellas, tras ambas; a las dos les debo disculpas, pero Azael no me permite avanzar. No me da un puño, cosa que agradezco, pero me agarra de la camiseta y me empuja con fuerza contra la pared tras la mesa. Me golpeo con brusquedad en la espalda y jadeo intentando recuperar el aire.

Azael ni siquiera sonríe como cuando sus abusos lo divierten, sino que luce furioso, como si lo hubiera ofendido a él. No sabía que era tan amigo de Aurora.

—Aléjate de Aurora, idiota —dice uno de los amigos de Azael, y los demás asienten como si se juntaran para darme una advertencia bastante explícita—. O nosotros te alejamos de ella.

—¿Está claro? —pregunta Azael.

Sin pizca de dignidad —porque ¿a quién engaño? Esa se fue desde mi primer grito— asiento y ellos se dispersan; en pocos segundos el ruido normal de voces regresa, dejándome lejos de la atención.

Espero a que me pase un poco la adrenalina del cuerpo antes de levantarme, e, intentando ignorar las miradas de desprecio que recibo, salgo de la cafetería.

Fue un día excelente; ahora no solo soy un ex vendedor de suerte a quien nadie quiere de amigo, sino que soy el gritón y abusador de chicas buenas y dulces como Aurora, además de ser odiado por mi mejor amiga.

Ya no seré ignorado, estoy seguro, en este momento todos saben mi nombre y reconocen mi cara.

Soy Zack, la nueva paria de Winston, y todos me mirarán a diario con rencor, asco y desprecio.

Maravilloso. 

🍀🍀🍀

Chale, que Zack tan pendejo xD

♥ ¡Hola y mil gracias por leer! ♥

Les cuento que hasta acá llega la primera parte narrada por Zack, así que empezamos con otro narrador. ¿Adivinan quién es? 😏

PASEN SUS TEORÍAS ►

🍀Nos leemos pronto🍀

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