Capítulo 23

23. FUERTES DECLARACIONES

AURORA

Me ha costado un poco recordar cuál es la casa de Zacharías porque en su vecindario todas las casas son iguales, pero tras errar en dos esquinas, he llegado y lo sé porque recuerdo la cortina negra con naves espaciales de la ventana pequeña del primer piso.

Atravieso el jardín y solo cuando tengo la intención de timbrar, el peso de lo que significa hablar con Zacharías, me oprime el pecho. He venido feliz todo el camino porque ya tengo una solución, pero el caso es que las acciones siguen siendo las mismas y continúo siendo quien lo engañó y traicionó su amistad.

Respiro hondo y sacudo la cabeza. De hoy no puede pasar.

Obligo a mi mano a estirarse para tocar el timbre y aguardo hasta que, unos segundos después, su padre aparece en el umbral. Le sonrío.

—Buenos días, señor. No sé si me recuerda, soy Aurora, estudio con Zacharías, le brindé una tutoría de Lengua.

—Sí te recuerdo. No sabía que hoy tenían otra tutoría.

—No, señor, no he venido por eso. Vengo a charlar con él, no tardaré mucho.

El señor suspira y me da la impresión de que no está en buenos términos con su hijo. Esa es la cara que yo pondría si mi castigado hijo recibe una visita que no tendría que recibir. Me preparo para insistir por si me dice que no puede salir, pero entonces responde:

—No está. Salió hace un rato... no creo que tarde mucho, pero no podría asegurarte nada.

De más allá de la puerta, me llega la voz femenina que menos quisiera escuchar ahora:

—¿Aurora?

Azucena sale por un lado del señor Leiner; luce sorprendida. Borro mi sonrisa de forma instintiva.

—Hola, Azucena. —Miro de nuevo al señor—. Bueno, muchas gracias de todas formas. Lo llamaré y si puedo paso más tarde... si no hay problema.

—Claro que no.

—Hasta luego, señor, gracias.

—Un gusto, Aurora.

Desando los pasos para regresar a casa, olvidando de momento a Zacharías. Entonces escucho lo que más temo: los pasos de Azucena tras de mí.

—¡Espera!

No me detengo, pero tampoco apuro el paso; parte de mí quiere hablar con ella, pero la otra parte son mis pies y esos quieren irse.

Azucena me alcanza y comienza a caminar a mi lado, pero ninguna de las dos dice nada. Cruzamos una calle cuando el semáforo se pone en verde para nosotras y de repente no tengo más a dónde caminar —pues aquí debería esperar el bus, pero no me quiero ir—, así que giro en la esquina hacia ninguna parte.

—Mi mamá te guardó pastel de cumpleaños —comento, rompiendo el hielo—. Te lo iba a llevar mañana. Está en el refrigerador.

—Lamento lo que pasó ayer —dice.

Perfecto, Zacharías ya le contó de mi humillación total.

—Los chismes vuelan...

—Yo quería ir, pero temía arruinar tu cumpleaños con mi presencia. Si hubiera sabido que... ay, lo siento mucho.

La verdad es que internamente agradezco que no haya ido, del mismo modo que me habría gustado que Zacharías tampoco estuviera. Me sentía mal por mil motivos diferentes y todos los incluían a los dos, así que, de haber podido elegir, preferiría que ninguno se hubiera acordado de mí ayer. Ahora no solo Zacharías me vio, sino que Azucena siente lástima por mí.

—No importa. Hubo más comida para mi hermano y él estuvo feliz con eso.

Un silencio se instala entre nosotras de nuevo. Ninguna quiere sacar el tema del informante o de los correos o del relicario, pero sé que ambas sabemos que eso es lo que necesitamos decir.

Pasamos junto a un supermercado y una papelería, y entonces Azucena habla:

—¿Me odias, Aurora? Quiero que escuches mi explicación y...

—No. A ambas cosas. No te odio, pero tampoco quiero explicaciones. —Suspiro, metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón... solo caben los dedos porque los bolsillos son casi inexistentes, pero necesito distraer las manos—. Odiarte por ocultarme que eras... la de los correos, es demasiado hipócrita cuando yo hice lo mismo con Zacharías. Tus razones... bueno, si has sido sincera en los correos, ya las sé, no necesito que me las repitas.

—Sí he sido sincera. Todo lo que te llegué a escribir alguna vez, es cierto.

—No es cierto. Me dijiste que no te había enviado invitación a mi cumpleaños, y sí te la di.

Azucena sonríe con tristeza en los ojos, igual que yo.

—Bueno, dije una mentira. —Llegamos a una esquina con andén ancho; antes de cruzarla, Azucena se pone frente a mí, deteniéndome—. Lo siento mucho. Yo nunca planeé engañarte con todos los correos, yo iba a darte el relicario y dejar de escribirte hasta que fuera momento de regresarlo. Luego iba a eliminar esa cuenta y nunca sabrías que fui yo; no debías ser mi amiga en ese correo, solo debías ser quien recibió la suerte y ya.

—¿Y qué cambió?

Azucena agacha la mirada y varios de sus mechones crespos se mecen sobre su cara.

—Cuando Zack te confrontó en la cafetería y vi ese gesto de terror en tus ojos... Quería consolarte, ayudarte, decirte que todo estaría bien, pero no podía hacerlo en persona porque se suponía que yo no sabía nada del relicario, así que te mandé el primer correo... Luego no me detuve y cuando me di cuenta ya sería terrible decirte que era yo porque sentí que confiabas en esa persona, en ese fantasma.

Pienso en las veces en que esa frase exacta me atravesó los pensamientos: yo confío en el informante. Me sentía a gusto escribiéndole, creí que escuchaba, que empatizaba, llegué a sentirme en una verdadera amistad... saber que todo el tiempo era Azucena fue como un golpe bajo porque de cierto modo me dio la impresión de que estábamos más lejos en nuestra relación de lo que yo pensaba.

—Yo habría guardado el secreto si me lo hubieras dicho, jamás te habría delatado con Zacharías. —Rodeo a Azucena para seguir caminando, pero solo puedo dar un par de pasos porque mi propia mente me detiene. Volteo a mirarla de nuevo y, antes de perder el valor, le pregunto—: ¿Me empezaste a hablar en primer lugar por el relicario? No en los correos, sino en persona. ¿Te acercaste a mí porque querías conocerme para poder darme el relicario? De no haber sido por la suerte de Zacharías... ¿seríamos amigas?

Cuando me escucho decirlo, sé con certeza qué es lo que me ha dolido realmente del asunto. Yo conocí a Azucena antes de todo el embrollo de la suerte y siempre quise pensar que nuestra amistad era bonita, que incluso podría ser más que eso, pero si solo le interesó mi cercanía porque necesitaba un chivo expiatorio... Eso lastima más que cualquier cosa, especialmente para mí, que no acostumbro a querer a las personas tanto en tan poco tiempo.

Azucena alza sus cejas.

—Claro que seríamos amigas. Por Dios, Aurora, yo no te ofrecí mi amistad pensando en la suerte de Zack, eso fue un error terrible, pero siempre te quise por ser tú, no por el relicario. De hecho... —Azucena se muerde la mejilla desde el interior y pone sus manos a su espalda; estamos a una buena distancia de más de metro y medio, pero de repente parece que hay kilómetros entre nosotras—, creo que de no ser por el relicario nuestra... relación pudo haber sido mejor... o algo más que... —Aclara la garganta— que una amistad.

Azucena parpadea tan rápido como mi corazón late. ¿Está insinuando que... yo le gusto? ¿O le gustaba? Siento mis mejillas calentarse y envidio la piel oscura de Azucena que impide que se le note cuando se sonroja.

Mi respuesta no solo sale en forma de pregunta, sino de pregunta estúpida, pero necesito saber:

—¿Qué hizo ese relicario que cambió nuestra amistad?

Azucena susurra algo para sí misma, no sé si ha sido una maldición, una oración o si solo resopló con fastidio, pero al terminar levanta la mirada, decidida y firme, buscándome los ojos.

—Fue Zack. Tú... tú te hiciste amiga de él luego de que te diera el relicario, no sé si fue mera coincidencia o si fue algo como para expiar la culpa, no importa, el caso es que eso no estaba en los planes. Te acercaste a él y yo noté que le gustaste. —Frunzo la frente; nunca me dio esa impresión de Zacharías—. Entonces yo dejé de mirarte porque es mi mejor amigo y me dije "pues ojalá le corresponda, hacen bonita pareja", luego empecé a escribirte y sentí que allí podía hablar contigo con más libertad que en persona, porque viéndote me sentía culpable por él...

—Nunca me gustó Zacharías —interrumpo—. Ahora lo conozco, al menos eso creo, y considero que es una gran persona, pero no me gusta de esa manera.

—Ya no le gustas, si te hace sentir mejor. Fue un gusto de unos días.

Pienso en el extraño momento que tuve con Azael hace unos días, donde también dio la impresión de que yo le gustaba. Si pasó también con Zacharías, quizás no era yo, era el relicario. Tiene mucho sentido.

—A lo mejor le gusté porque tenía la suerte. Te dije en un correo que no sabía si, sin la suerte, Zacharías sería mi amigo. Tal vez tenía razón al pensar que no. Me pasó también con Azael.

—No dejaste de gustarle cuando perdiste el relicario.

—¿Cómo sabes?

—Me lo dijo hoy. Dejaste de gustarle mucho antes.

—¿Entonces por qué?

Azucena cambia el peso de su cuerpo de un pie a otro, como si estuviera sumamente incómoda. A mí me está dando el sol en la cara, y debo entrecerrar los ojos para verla con claridad.

—Porque se dio cuenta de que tú me gustas.

Quedo muda, mirándola a los ojos, esperando que tal vez me diga que es un chiste y se ría para romper la tensión. Pero no lo hace. Luce incómoda, avergonzada, seria, intimidada y otros sinónimos de tensa, pero no mentirosa o bromista. Reproduzco muchas veces sus palabras en mi cabeza en unos segundos. Dijo me gustas, en presente, en ahora, en ya mismo y tanto, que Zacharías se dio cuenta.

—Oh... —Es la única sílaba que logro pronunciar, entonces mi teléfono en mi pequeño bolso suena y me sobresalta—. ¡Dios! —Las manos me tiemblan cuando respondo—. ¿Hola?

¿Aurora? Soy Zack.

Había olvidado que este chico existía, Dios mío.

—¡Zack! —Le he dicho Zack. Azucena presta más atención—. ¿Dónde estás?

Pues... en un aprieto. En fin, ¿recuerdas cómo ir a mi casa?

—Estoy cerca de tu casa.

Grandioso, escucha. Necesito un favor inmenso. Por favor ve a mi casa, allá está mi papá y le pides que busque mi pantalón tirado en el piso de mi habitación y saque mi billetera, luego necesito que me la traigas.

Arrugo la frente, sin entender gran cosa.

—¿Qué? No entiendo, ¿debo llevarla a dónde?

Oigo algo similar a un jadeo.

A la Unidad de detención inmediata del barrio Flores.

¡¿Estás detenido?! —casi grito. Azucena se pega a mi oreja, actuando por instinto, para poder escuchar también—. ¿Qué pasó?

Larga historia, un malentendido, pero salí sin documentos y los necesito. Hazme ese favor y te deberé la vida. ¿Qué probabilidades hay de que no le digas a mi padre?

—¡Ninguna! Si le pediré tu billetera, tendré que decirle.

Lo temía... bueno, por favor, te...

La llamada se cuelga y miro la pantalla pensando que ha sido mi culpa, pero veo que ya marcó cincuenta y nueve segundos; supongo que solo le dieron un minuto. 

Azucena y yo nos quedamos muy cerca y calladas por unos segundos, absorbiendo la información. Tengo muchas preguntas: ¿qué hizo? ¿por qué está tan lejos de acá? ¿por qué me llamó a mí y no a su padre? Sé que Azucena tiene otras tantas dudas, pero cuando giramos la cara y hallamos nuestros ojos, decidimos en silencio dejar cualquier cosa de lado para ir por él.

Damos media vuelta y nos encaminamos a la casa de Zacharías, dejando totalmente en vilo nuestra charla, su declaración, la respuesta de mi corazón y lo que eso junto significa para nuestra relación.

🧿🧿🧿

¡Muchas gracias por leer!

<3 Los dejo con dos Picrews de Aurora y Azu <3

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