Capítulo 21
21. TRAICIÓN TRAS TRAICIÓN
ZACK
¿Es posible sentir que un ente poderoso le ha puesto pausa a la realidad? ¿Sentir que todo se congela por unos segundos en los que ni siquiera parece que respiras? Bueno, si no es posible, estoy entonces sufriendo un aneurisma o algo similar porque me siento ajeno a todo.
Yo le di el relicario. La voz de mi padre, serena y culpable, me ha dejado en pausa.
No sé cuánto tiempo dura el silencio y no sé si me alivia o me frustra que ellos se queden callados también. Pónganse a gritar o algo para salir de este modo congelado.
—No entiendo —murmuro finalmente, mirando a mi padre—. No... no entiendo.
—Yo le pedí a Azucena que te quitase la suerte por un tiempo —dice, dejando en el suelo las bolsas que recién ahora veo; viene del supermercado—. Fue por tu bien.
—¿Por... por mi bien? Tú... tú me sermoneaste... —La incredulidad está estampada en mi voz pero debo hacer un gran esfuerzo por no gritar. Él no es solo un amigo; no puedo gritar a mi padre—. Me dijiste que había sido estúpido por dar mi suerte, que estabas preocupado, incluso me dijiste que dejabas de apoyarme porque era mi responsabilidad...
—Y nada de eso fue mentira, Zack. —Mi padre se ubica en la pared más cercana; lejos de mí, pero con su atención completamente en mi rostro—. Hace unas semanas tu director me llamó a una reunión. Tres de tus maestros estaban ahí, y preguntaron qué era lo que pasaba contigo, qué era esa "suerte" que estabas vendiendo a los demás. Te imaginarás mi sorpresa, pero también imaginarás que fingí que no tenía idea.
»Me dijeron que muchos te compraban esos "frascos vacíos" y que necesitaban saber de qué se trataba, que si era tráfico de algo ilegal, estarías en problemas. Preguntaron si tenías líos en la casa que requirieran que hicieras negocios raros en el colegio... Dijeron que, o solucionaba algo yo, o el caso escalaría, meterías en problemas a varios chicos, se haría caso público y correrías riesgo de expulsión.
»De por sí vender lo que sea está prohibido, más aún si son frascos de nada y que cuando les preguntan a los compradores, ellos responden que es "suerte".
Mi rostro se calienta, pero no sé si de vergüenza al saber que mi padre ha sabido por mucho tiempo de mi negocio, o de rabia porque su solución haya sido esta.
—Pudiste decirme, yo me habría detenido...
—No, no lo habrías hecho.
—Lo dices como si no me conocieras.
—A lo mejor no del todo. Eres un adolescente, Zacharías, ningún adolescente es tan abierto con sus padres como para que ellos puedan decir que lo conocen. A tu edad... te conocen tus mejores amigos.
Desplazo mi vista hacia Azucena, que aunque mantiene su gesto culpable, tiene el mentón levantado, quizás envalentonada ahora que mi padre está para mermar su responsabilidad.
—Habló conmigo —confiesa—. Vine un sábado a visitarte y no estabas, pero tu padre sí. Me dijo que te podía esperar, que estabas en el supermercado, que no tardarías. Y me preguntó si era verdad lo de tu negocio.
—Y simplemente me vendiste.
—No —replica mi padre—. No me lo quería decir, pero le conté la verdad sobre tus maestros y los posibles líos en los que estarías metido. Azucena ha actuado a tu favor todo el tiempo.
Resoplo.
—Te lo dije muchas veces, Zack. Te quise advertir, te quise abrir los ojos... eres terco. Le dije eso a tu padre y él simplemente entendió que hablar contigo no iba a bastar. Yo sabía eso, tú mismo sabías eso. Dime con sinceridad si un regaño de tu padre habría bastado para que cambiaras tu forma de ver las cosas.
Desvío la mirada porque sé que la respuesta es no. No justifica que hayan hecho eso, sin embargo. No ha sido justo.
—¿De dónde sacaste el relicario? —pregunto.
Me obligo a mirar a mi papá y noto que pule una mueca de disgusto. Presiento que no me gustará la respuesta, pero espero escucharla.
Chasquea la lengua y casi escupe las palabras:
—Tu abuelo.
—¿Mi... mi abuelo? ¿El que vive de su suerte te apoyó para quitarme la mía?
—No con gusto. Se lo pedí como favor en nombre de tu madre, que nunca apoyó ese estilo de vida. Discutimos un buen rato. —Me duele el pecho al pensar en mi madre y en lo decepcionada que estaría de mí—. Finalmente me dio el relicario con una sola condición.
—¿Cuál?
—Mi argumento fue siempre darte una lección, que aprendieras de los errores. Su condición fue ayudarme, siempre y cuando, una vez hecho todo, no te diga nada si tomas el camino fácil. Básicamente, aprendas la lección o no, no me voy a meter más. No eres un bebé, debes tomar tus decisiones.
La cabeza me da vueltas entre los motivos y los rencores. Parte de mí quiere entenderlos y de hecho, darles la razón, pero la otra parte se siente traicionada por las únicas dos personas en quienes confío... confiaba.
Ambos me vieron la cara de idiota todo el tiempo al fingir que no sabían lo que pasaba. Eso es lo que más me duele y me molesta, pensar que siempre supieron y aún así me miraron a los ojos y se preocuparon por buscar solución conmigo.
La hipocresía es lo que más me duele.
—Zack, sin suerte te has dado cuenta de lo que era real y lo que no en tu vida —dice Azucena, acercándose un poco—. Viste que esos amigos que has hecho con tus ventas no son tus amigos. Viste que estás perdiendo el tiempo en clases sin aprender nada, siempre confiado a tu suerte. Te has dado cuenta de que hay otro camino más honesto, más correcto, no solo contigo mismo sino con todos los que se afectan con tus acciones.
—No podía ver cómo te conviertes en tu abuelo y no mover un dedo —interviene mi padre—. La suerte que tenemos es un don, Zack, pero no puedes convertirla en moneda de cambio, en arma, en algo imprescindible. Debes ver lo que eres más allá de la suerte. Todo lo que me ha llevado a hoy, todo lo que tenemos en la vida ha sido gracias al trabajo, al esfuerzo, a metas que he conseguido honestamente sin necesidad de pasar por encima de nadie.
Mis ojos deciden de repente llenarse de lágrimas de enojo y frustración.
—Pudiste quitarme la suerte y decírmelo —murmuro, con la voz rota—. Decirme que debía ver la vida sin suerte y aprender, quitármela un año si fuera necesario. Hubiéramos discutido, sí, y a lo mejor estaría en la etapa "odio a mi padre", pero seguiría sin la suerte, obligado a aprender... y de paso no me sentiría como me siento ahora. —Miro a Azu y luego a él—. Ambos saben que mis amistades no son infinitas, que no confío en las personas por deporte. Mis únicos dos centros de confianza son ustedes y de algún modo consideraron que mentirme a la cara sonriendo por semanas era mejor que discutir conmigo y decírmelo.
Azucena agacha la mirada, con sus lágrimas bajando de nuevo. Mi padre se queda callado, pero en sus ojos logro ver el dolor de mis palabras.
—Lo siento mucho, Zack —dice ella—. Yo solo quería lo mejor para ti.
—Igual yo.
—Pero lo hicieron de la peor forma. —Paso mis manos por mis mejillas y mi nariz, enojado—. ¿Y me la van a devolver algún día o seguiremos fingiendo que no sabemos dónde está?
—Nunca fue plan quitártela para siempre —responde papá—. Azucena la tiene, te la daríamos cuando tomaras un poco de conciencia y...
Papá se calla cuando escucha que Azucena jadea. Ambos la miramos y tiene un nuevo miedo instalado en los ojos. Toma aire y a trompicones dice:
—Yo... la he perdido... —Noto por el rabillo del ojo que mi padre la observa con sus ojos muy abiertos—. Lo siento mucho Zack, señor Leiner... no encuentro el relicario desde el viernes. No sé si lo perdí en la calle o... no sé dónde.
De nuevo hay un silencio, pero esta vez ligeramente adornado con el llanto sincero de Azucena.
He recibido tantos golpes hoy que este no me parece más terrible que los demás. Al contrario, bien mirado, tiene una retorcida gracia que me obliga a soltar una risa irónica y estridente.
—¡Lo perdiste! —exclamo con histeria—. ¡Maravilloso, Azucena! ¿Algún otro puñal que deba saber que me estás clavando? —Camino hacia mi habitación, pero no dejo de gritar en el camino—. ¡La perdiste, por Dios! ¡Qué conveniente! —Me coloco mis tenis y tomo el primer suéter que encuentro sobre la cama. Regreso a la sala, donde Azucena llora—. ¡Si esta es otra lección, dime ya cuál es porque mi estupidez es grande y no logro ver cómo aprenderé algo de este giro de acontecimientos! —Doy un paso hacia la puerta y tropiezo con la bolsa del supermercado de mi padre; bajo la mirada y veo que he roto algún huevo del cartón—. ¡Pero mira, mi nueva realidad de meter la pata! —Tomo mis llaves del tazón junto a la puerta—. ¡Y para siempre!
Salgo a grandes zancadas y mi papá, supongo, está tan sorprendido por la pérdida del relicario, que no me detiene. Camino hacia la derecha solo porque hacia ese lado hay una esquina más cerca para poder perder de vista mi casa.
Tantas cosas se me acumulan en la cabeza que me siento perdido en mi propio vecindario. Intento hacer un recuento de lo que me han dicho en la última hora, solo para asegurarme de si estoy o no exagerando.
Mis maestros pensaban que traficaba algo, así que hablaron con mi padre. Este habló con Azucena y ella le confirmó que yo no escucho razones, así que su solución fue llamar a mi abuelo, con quien siempre ha tenido guerra, pedirle algo para quitarme la suerte y enseñarme una lección. Le ha dado un relicario encantado de algún modo, este se ha llevado mi suerte y ahora Azucena lo ha perdido, dejándome jodido para siempre...
Y una mierda. No, no estoy exagerando.
Pienso en cómo Azucena se sorprendió aquella tarde cuando me bañaron con malteada, cómo al día siguiente intentó despreocuparme cuando mi suerte no regresó. Recuerdo que le contó a mi padre, en medio de la desesperación, que yo vendía suerte y que ahora que no la tenía, se preocupaba por mi salud. Pienso en cómo la llamé a contarle de mi abuelo y que juró acompañarme a buscar al culpable, en cómo al día siguiente me ayudó a ir descartando sospechosos.
Y todo fue actuación, mentira. Todo el tiempo fue ella.
Cuando me hizo sentir culpable por acusar a Aurora, no se sentía mal porque la grité, se sentía mal porque la responsable siempre fue ella y no quería meter a su amiga.
¡Me ha hecho sentir como la mierda y siempre fue fingida su empatía! Una excelente actriz, sin duda. Me tragué cada cosa que dijo e hizo a mi favor, sintiéndome agradecido por tener una amiga como ella.
Me traicionó.
Y mi padre... mentira tras mentira. Me traicionaron.
Cuando un auto me sobresalta con la bocina porque estuvo a punto de arrollarme, me detengo. Sé que he recorrido unas cinco o seis calles, pero sigo sintiendo ajeno el vecindario. Miro la acera de enfrente; ahí está la papelería donde compré el regalo de Aurora y algo dentro de mí lo toma como una señal de qué hacer ahora.
Ahí es a donde voy: a casa de Aurora; ella al menos podrá escucharme. No saqué dinero de casa como para autobús o taxi, así que tengo que ir caminando; es lejos, pero de paso puedo matar tiempo para no aparecer tan temprano —y furioso— ante ella. A lo mejor con cabeza fría puedo digerir mejor las cosas y creo que hablarlo con una amiga puede ayudar con eso.
🍀🍀🍀
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top