Capítulo 18
18. TODO ROTO
El nudo en mi garganta ha estado puesto allí desde hace dos horas; quiero llorar, pero me da vergüenza con mi mamá cerca. Me siento la persona más miserable del mundo, la más penosa, la más ridícula.
Llevo tres horas sentada en la misma silla puesta en la mitad de la mesa, un pastel de dos pisos está frente a mí, burlándose, los cupcakes a mi derecha, la pizza a mi izquierda y la música que resuena en el lugar. Todo resulta humillante porque soy la única acá; nadie ha venido a mi cumpleaños.
Bien mirado, era esperable, pero tenía la esperanza de que la suerte que tuve al invitarlos bastara para que aparecieran hoy, pero ya veo que no. A todos se les ha olvidado, o no quisieron venir, o sencillamente tenían algo mejor en sus planes.
Mi mamá me ha mirado cada tanto y no se atreve a decirme nada; si ella que es tan dramática con todo no es capaz de encararme, es porque me veo más triste y patética de lo que pienso.
Suena el timbre y mi mamá corre a abrir; escucho su voz animada con quien sea que haya llegado pero todo lo oigo amortiguado y borroso, hasta que esa persona cruza la entrada a la sala y noto que es Zacharías. Me yergo en mi lugar, pensando que ya lo sabe todo y ha venido a reclamarme... pero trae una sonrisa en la cara.
—¡Hola! Ay, me ocupé con algo y llegué tarde... —Mira alrededor—. ¿Llegué muy tarde? Ya se fueron todos...
Me levanto de la silla por reflejo, pero no me acerco.
—Nadie vino —confieso, con la cara sonrojada y la dignidad perdida; son las primeras palabras que he dicho en toda la tarde—. A lo mejor todos tuvieron algo mejor que hacer.
Veo la lástima en los ojos de Zacharías y noto que eso duele y me avergüenza más que nada.
Intenta disimular su gesto y fingir que no he dicho nada, aunque también se le han colorado un poco las mejillas. Así de grande es la humillación: causa sonrojo ajeno.
—Bueno, feliz cumpleaños. —Me tiende una cajita mediana envuelta en papel regalo, lo que solo me hace sentir peor—. Dijiste que no regalos, pero Azu te dio algo y creo justo poder darte algo también.
El único que asiste a mi cumpleaños. Me trae regalo. Me sonríe. ¿Qué clase de broma de la vida es esta?
Recibo la caja.
—Gracias, Zacharías.
Un silencio incómodo se instala en el lugar. Zacharías mira a todos lados y sin duda veo tristeza en sus ojos; ve las sillas vacías, la comida completa, el aura de por sí desoladora que hay. Esto es lo más deprimente y bochornoso de mi existencia, toda la vida seré la chica a la que la gente dejó plantada en su cumpleaños.
Mi mamá llega y habla.
—Y bien, ¿quieres algo de beber? —le pregunta a Zacharías con una sonrisa tan grande que parece que estuviera atendiendo una reunión de veinte personas y no de un solo invitado.
—Sí, señora, gracias.
—¿Soda, jugo, agua, té...?
—Una soda está bien, gracias.
—Ya te la traigo.
Nos deja solos de nuevo y me siento en mi lugar. Zacharías, algo dudoso, se sienta en la silla a mi lado.
—Abre tu regalo —pide—. Es una bobada.
Le sonrío un poco y me dispongo a hacerlo. Coloco la caja sobre la mesa, junto al pastel y desato el moño rosa primero, luego con cuidado saco el papel; no me gusta romperlo. Miro a Zacharías antes de levantar la tapa de la caja y veo una sonrisa de expectativa en su rostro. Es obvio que Azucena no le ha dicho nada, pero estoy tan molesta con ella que no le preguntaría el motivo.
Cuando veo el contenido de la caja, sonrío de verdad. Hay muchas cositas en la caja, todas de papelería y de colores: resaltadores, post-its, marcadores de colores, cintas adhesivas estampadas, bolígrafos de punta fina, plumones neón... es como un poco de todo de la sección de decoraciones de apuntes.
—Que bonito —menciono en voz alta, con ganas de llorar. No por el regalo, sino porque es Zacharías quien me lo da.
No lo merezco.
—Vi que todas tus cosas para las tutorías están organizadas y bonitas, así que supuse un kit de cosas de esas te gustarían. La señora de la papelería me miró raro cuando le pedí poner eso en empaque de cumpleaños —admite—, pero es mejor que chocolates, creo...
—Es perfecto, Zacharías, gracias.
—¿Algún día me llamarás Zack?
Rio entre dientes.
—Creo que lo he hecho en algún momento.
—No lo recuerdo. —Me da un gentil codazo y una sonrisa ladina adorna sus labios.
Mi mamá llega con la soda de Zacharías en un vaso alto de cristal. Le dice que puede tomar lo que quiera de la mesa y creo que resulta más triste aún ver comida para veinte personas y solo una a quien ofrecérsela.
—Estaré en la cocina —dice mamá.
Ambos asentimos.
—¿Has hablado con Azucena? —pregunto, yendo en contra de mi voluntad.
—No desde el viernes. Es decir, sí, pero por mensajes nada más. Dijo que quizás no venía porque tenía un compromiso con su madre, que te pidiera disculpas en su nombre.
No le ha dicho, me susurro, y es mentira la excusa. Aparte de que me ha engañado de mil maneras diferentes, también lo hizo al decir que le contaría a Zacharías, que tomaría la culpa.
Ayer cuando lo supe no quise escuchar razones. Parte de mí se sentía hipócrita por enojarme al sentirme engañada porque era lo mismo que yo hacía con Zacharías, pero la otra parte sintió la acción de Azucena como alta traición, no solo contra su amigo, sino contra mí. No quise escuchar sus motivos o sus explicaciones, solo le dije algo como que era una mala persona y luego me fui. Ni siquiera me tomé mi malteada.
Sé que llegará la hora en que pueda ver el panorama con cabeza fría y saber cómo proseguir, pero de momento lo sigo procesando, y el plantón comunal que me dieron, de momento, es lo que más me acompleja. No puedo lidiar con algo más.
—Esto es un desastre —digo, como eco de mis pensamientos.
Zacharías, obviamente, lo toma como que hablo exclusivamente de mi reunión.
—Lo siento mucho, Aurora. Ellos no merecen tu amistad, no te sientas tan terrible por ello.
—Nunca fui buena buscando amigos —confieso—. Esto de hoy es... horrible, pero tampoco es una megasorpresa. Tiendo a ser invisible para los demás... puede que de manera más que metafórica.
El tono me sale más roto de lo planeado.
—Ellos se lo pierden. —La música del fondo cambia de canción y Zacharías se pone de pie—. Ven, baila conmigo. No te amargues, es tu cumpleaños. Mi compañía no es lo mejor del mundo, pero peor es nada.
Le tomo la mano y me pongo de pie. Nos movemos un poco hacia delante de la mesa, el espacio que mamá dejó para posibles bailes sacando los muebles y poniéndolos en su habitación por hoy. Pongo mis brazos en el cuello de Zacharías y ladeo la cara para no tener que mirarlo; él envuelve mi cintura y me guía el movimiento hacia los lados. No es una canción lenta, pero parece entender que el humor no me da para un baile más movido.
—Casi quisiera que no hubieras venido —susurro—, para que no vieras esto.
Para no tener que verte a ti, precisamente, añado en mi mente.
—Si te hace sentir mejor, mis cumpleaños son iguales. Mi papá, Azucena y yo. Y ahora tú; te invitaré al próximo sin duda.
Damas y caballeros, acá una demostración gráfica de cómo alguien, sin querer y con buenas intenciones, puede pisar los pedazos rotos de un corazón y hacerla sentir como la mierda.
—No soy una buena amiga.
Siento el llanto embargarme y sé que aunque él no lo ve, lo escucha.
—No digas tonterías. Eres inteligente, divertida, bonita. Eres la amiga que alguien cuerdo aspiraría a tener.
Zacharías me empuja suavemente de los hombros para mirarme a la cara. Me duele la cabeza, me duele el corazón, me duele el orgullo.
—Soy un desastre.
—No llores —pide con voz dulce, luego pasa sus pulgares por mis mejillas, limpiando mis lágrimas—. La ausencia de los demás no debe molestarte; yo te he conocido y creo que eres maravillosa y que no debes sufrir por nadie. Tú no pierdes nada.
Me animo a mirar los ojos claros de Zacharías y veo una amistad sincera, un cariño genuino hacia mí y eso solo logra romperme más. Las palabras de mi confesión se acumulan en mi paladar, pero a diferencia de ayer con Azucena, no logro sacarlas en voz alta. Zacharías me tiene en un buen concepto, uno en el que de verdad le importo y le agrado y ahora que ya he perdido a Azucena, la idea de perderlo a él me lacera todo por dentro.
Regreso mi cabeza a su hombro, retomando el improvisado baile. No puedo mirarlo a los ojos, no puedo confesarle nada, no puedo ser sincera. Sencillamente hoy no me siento capaz; no puedo hacer ni ser nada.
Así que solo guardo silencio y bailo con él por más de lo equivalente a una canción. Bailamos por muchos minutos; yo lo necesito porque no quiero soltarlo y regresar a la realidad, él me sigue la corriente porque debe pensar que mi tristeza se reduce a mi reunión vacía.
Cada paso de izquierda a derecha es uno más cerca de que ya no sea mi amigo, así que los disfruto... todos y cada uno.
🧿🧿🧿
Gracias por leer ♥
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