Capítulo 14
14. FLECHAZOS AQUÍ, FLECHAZOS ALLÁ
Para: [email protected]
Asunto: Las razones
Admito que justiciero de la fortuna suena de maravilla, amo el título, pero no creo ser tanto.
No tengo nada malo en contra de Zack, pero no te voy a negar que es chocante su forma de afrontar la vida en sí. Lo he visto por años ser despreocupado al punto de perder totalmente la empatía, no solo por él mismo sino por todos los demás, ya nada le importa porque tan ahogado está en su auto confianza que da todo por sentado.
Tú misma lo has dicho, te agrada el Zack de ahora pero no estás segura de que el normal te tomaría en cuenta para nada; yo también lo dudo porque con su suerte siempre se ha encerrado solo en su burbuja.
Creo que en el fondo es una buena persona, solo que no ha aprendido el verdadero valor de las cosas, de los triunfos, y ¿por qué no? de los fracasos.
Hace unas semanas escuché que unos compañeros hablaban de la suerte que le compraban a Zack y de cómo eso les ayudaba a "llegar a segunda base" con no-sé-quién, o a "que la mamá de uno no se enoje por verlo fumando hierba", o cosas tan horriblemente... desagradables, que no voy a repetir; el caso es que Zack lo sabe, yo sé que lo sabe y aún así lo hace, les sigue vendiendo sin pensar más que en su bolsillo.
Soy consciente de que Zack (ni nadie) no es responsable de lo que otros hagan con su suerte, pero si aún sabiéndolo sigue con eso, creo que lo hace algo cómplice. Yo solo quiero con esto que él vea la realidad sin la venda de su azar que a veces parece cegarlo.
Lamento mucho que estés pasándola mal, te lo juro, de haberlo sabido siempre hubiera querido estar más aquí para ti. Sé que es complicado para alguien con tu buen corazón sentir que le sacas a otra persona algo que no te pertenece, pero me atrevo acá a pedirte que no te flageles tanto por ello, no estás perjudicando a un santo.
No te niego que me siento mal por el hecho de que luego de devolver la suerte, esté la posibilidad de que Zack y Azucena tengan problemas contigo, no sé qué tan lejos has llegado a quererlos y quisiera asegurarte acá que si cuando el momento llegue te ves sobrepasada, acudas a mí y yo tomaré mi culpa ante quien sea necesario.
Siéntete libre de, en cualquier momento, decirme lo que desees, desahogarte, contarme o solo mencionar de paso. Acá tienes un apoyo y el único motivo por el que no te revelo quien soy es por la naturaleza de los eventos que nos han unido. Te prometo que cuando todo esto acabe, sabrás todo sobre mí.
En otras cosas, tu cumpleaños se acerca, ¿cómo te has sentido al respecto? Vi que repartiste muchas invitaciones (ninguna en digital para mí, eh). Es broma, no te preocupes.
Te mando un abrazo de consuelo (por inútil que sea en un correo) y espero seguir leyendo de ti.
Con cariño, yo.
Suspiro al terminar de leer el correo (es el primero, no es sobre mi pequeña rabieta con Zacharías, de ese aún no tengo respuesta) y me pregunto si el Extraño sonríe como yo cuando recibe mis correos. Me siento algo absurda al sentir tanto, pero la verdad es que es la primera persona que se ve mínimamente interesada en mí, no a nivel romántico —que yo tampoco lo veo así—, sino como alguien que me presta atención sin fingirlo y que siente simpatía por mí.
En ocasiones me da miedo que me diga quien es y deba verlo en los pasillos de Winston; soy menos accesible en persona y temo que si él pasa tiempo con mi yo real, se aburra pronto de mi compañía. Así, en digital, al menos sé qué decir porque tengo tiempo de pensarlo mientras escribo y tengo menos probabilidades de ser indeseable.
Veo a Leo entrar a nuestra habitación y sentarse en su cama para ponerse los zapatos con apuro.
—Oye, Leo me llevará en su auto, de camino está Winston, ¿te llevamos? Pero es ya porque me está esperando afuera.
Cierro pronto el computador y me levanto de la cama para ponerme los zapatos también. Siempre me despierto, ducho, desayuno y visto con tiempo porque odio ir al apuro, y por eso cada mañana tengo un rato para holgazanear antes de ir a esperar la ruta de Winston... ruta que en definitiva no es mejor que el auto de Leonel, el amigo de mi hermano. Llegaré más temprano de lo necesario pero lo prefiero.
En menos de tres minutos estoy lista mientras Leonardo aún busca sus cosas para poner en su mochila. Su lado de la habitación siempre parece una página de Encuentra a Waldo hecho un caos total, pero aprendí a vivir con ello y ya no me quejo mientras mi lado permanezca intacto.
—Te estoy esperando —increpo.
Me mira mal una vez antes de terminar de guardar todo y pasar por mi lado casi arrollándome. Corro tras él para llegar a la calle; ambos gritamos una despedida a mamá y cerramos con fuerza la puerta.
Mi hermano se sube de copiloto en el pequeño auto de Leonel y yo me meto en la parte de atrás, poniendo mi mochila junto a mí.
—Hola, Leo. Leonardo me invitó, así que si no me tenías planeada, reclamos a él.
Se ríe.
—Pequeña Aurora —saluda. Sonrío—. No me molesta llevarte, igual pasamos por Winston.
—Eso dije yo —dice mi hermano.
—¿No es muy temprano para tus clases?
—Sí, pero ir en auto y temprano es mejor que ir en la ruta y a tiempo.
Conduce en silencio unos minutos hasta que me observa por el espejo retrovisor durante un instante y me habla:
—¿Cómo va la planeación del cumple? Ya te tenemos regalo; Fanny, Ignacio y yo te compramos algo bonito.
—¡Dije no regalo!
—No lo dijiste.
—Lo puse en la invitación.
—Y a nosotros no nos dieron —objeta. Abro la boca para discutir pero la cierro cuando veo que tiene razón—. Leo nos invitó por su cuenta. —Mi hermano se ríe al ver mi expresión—. No te preocupes, te gustará. Y si no te gusta, podemos darte el recibo para que lo cambies en la tienda.
—Jamás cambiaría un obsequio —musito—. Es solo que me da pena.
—No te da pena usar esa cadena nueva con tu inicial —se mete Leonardo. Leonel presta más atención, especialmente porque mi hermano lo mira a él con intención de burlarse de mí—. Creo que hasta la he visto suspirar al mirarla.
Leonel mira por el espejo retrovisor hacia mi cuello y debo apretar los puños para no proteger la cadena de forma instintiva y así quedar en evidencia.
—Eso no es cierto, metiche.
—A mí me hacen suspirar los objetos cuando me los regala alguien especial —insinúa Leonel con picardía.
Lamento sonrojarme cuando Leonardo gira en redondo desde adelante para observarme inquisitivamente —pues Leonel conduce y no puede hacerlo—. De repente creo que fue una mala decisión montarme en este auto.
—¡Se sonrojó! ¡Se lo dio un chico especial! —dice el conductor.
Aclaro la garganta.
—Me lo dio una amiga.
Ellos dos se miran a los ojos un instante, y asienten sincronizadamente.
—¡Se lo dio una chica especial! —replica mi hermano entusiasmado—. ¿Está invitada a la fiesta?
—No es una fiesta, es...
—Una reunión —completan los dos al unísono, blanqueando los ojos.
—No diré nada más —manifiesto y me cruzo de brazos.
Leonel y Leonardo no escatiman en pullas sobre mi amiga especial y sobre si irá a la reunión, pero cumplo con mi voto de silencio lo que queda del camino y no me dejo caer en su jueguito. Cuando finalmente llegamos, agradezco a Leonel por traerme y camino los pasos que quedan hasta la entrada de Winston.
Si bien es muy temprano las puertas ya están abiertas, aunque el estacionamiento está vacío casi en su totalidad —solo hay un par de autos de los maestros— y los estudiantes presentes son pocos. Me gustan los pasillos así: casi desolados, es algo pacífico para mí, aunque mi hermano —que se graduó de Winston hace unos años— asegura que es algo tenebrosa esta soledad.
De camino a mi casillero está el de Azucena y me sorprendo de verla allí con la puertecilla abierta y su mochila en su hombro. Camino en su dirección y le toco el hombro; tiene los auriculares puestos y al verme se los quita, dedicándome una amplia sonrisa.
—¡Aurora! Llegas tempranísimo.
—Puedo decir lo mismo.
—Yo llego a esta hora cada día. Mamá me deja de camino a su trabajo. ¿Qué tal el fin de semana?
—Rutinario. Tutorías y dormir mucho, no hago gran cosa. ¿Y el tuyo?
—Igual pero sin tutorías. Zack anda con su onda depre por estos días y no quiere salir conmigo.
El recuerdo fugaz de Zacharías diciéndome que me regalaría suerte hace que agríe un poco mi gesto. No sé cómo será hoy cuando nos veamos, no quedamos precisamente enojados pero quedó claro que nuestras opiniones chocan con destino a repelerse.
—Bueno, podríamos haber hecho nada juntas de haberlo sabido —digo.
Azucena asiente.
—Hay que tenerlo en cuenta para próximos fines de semana. Podemos ver doramas juntas y comer palomitas. Soy medio ermitaña y no me gusta salir mucho pero los planes dentro de casa son lo mío.
—Los míos también.
Hay una chispa siempre notoria en la mera presencia de Azucena.
Si la miras de lejos es su piel morena, su cabello crispado hacia arriba o sus uñas que siempre van de colores brillantes, pero una vez la tienes cerca es su sonrisa, el hoyuelo que solo se marca en su mejilla derecha cuando sonríe y el largo de sus pestañas. Luego hablas con ella y es el tono de su voz, la forma en que entona las eses de modo que casi todas suenan como zetas, sus gesticulaciones y su forma de escucharte.
Me gusta Azucena y a veces creo que lo sabe, a veces creo que lo ignora y a veces soy demasiado fantasiosa y quiero creer que lo corresponde.
No es algo nacido hace unos días, me empezó a gustar cuando vi lo fácil que podía hablar con ella una tarde en que coincidimos en la oficina de Salud Emocional; la psicóloga nos citó para pedir ayuda con unos carteles (que cuentan para nosotras como las horas de servicio social requeridas para la graduación) pero estuvo en un embotellamiento y llegó tarde a Winston, así que Azucena y yo, puntuales, nos quedamos solas toda esa hora charlando.
Desde ese día la noté más en clases y ella también se convirtió en mi amiga, alguien que me escucha y que disfruta su tiempo conmigo. Fue a mi casa una tarde para una tarea que compartimos, conoció a mi mamá, llevó pastelitos, nos reímos y ahí me dije con firmeza que me gustaba. Luego entre charlas empezamos con las tutorías, nos volvimos más cercanas y... ahí quedó todo.
Nunca insinué nada ni ella lo hizo tampoco, y en este momento es menos que probable intentar algo, no cuando guardo el secreto de la suerte de Zacharías en mi bolsillo; no es que en algún momento me hubiera hecho demasiadas ilusiones de tener algo con Azucena, pero sin duda cualquier chance murió cuando acepté afectar así a su mejor amigo.
—Zack me dijo que fuiste una tutora excelente —comenta—. Yo ya lo sabía, pero él lo corrobora.
—Él aprende rápido. Creo que es muy listo, solo necesita esforzarse un poquito.
—Te quitas crédito. Al menos en cuanto a mí, nunca se me ha hecho tan fácil aprender como cuando tú me enseñas. Puede ser tu vocación.
He sido tutora desde hace un par de años pero solo ahora es que tengo alumnos por montones —relativamente hablando— de mi curso y aunque siempre me ha ido bien con todos los menores, me pregunto si la suerte influye en que ahora reciba tantos halagos y entusiasmo de mis compañeros.
—Eso creo. Si se me presenta la posibilidad de seguir estudiando, quiero ser maestra algún día.
—Eres de las más opcionadas para conseguir un cupo en la universidad, eso ni lo dudes, Aurora.
Recuerdo de nuevo a Zacharías y me pregunto si Azucena conoce su tonto plan de vender fortuna para los exámenes, y además, si está de acuerdo con eso. La verdad es que ella jamás toca el tema de la suerte de Zacharías —como es obvio pues es su mejor amigo y no irá por ahí diciendo sus secretos— pero ahora me parece necesario sacarlo a colación.
—No si mis competidores son personas que pueden pagar bien por la suerte de Zacharías.
Azucena retrae el labio inferior y parece encogerse un poco en su lugar.
—Zack me contó sobre el tema del artículo. Me dijo que cree que estás enojada por su postura.
—Estar en contra no es enojo. ¿Qué tanto te contó?
—Todo. Me cuenta hasta cuántas veces al día va a al baño. —Sonríe un poco—. Yo tampoco apoyé mucho que digamos su negocio de la suerte y los exámenes de admisión. Se lo dije, obviamente, aunque él es oídos sordos a todo.
Suspiro de alivio.
—Es obstinado. Ojalá usara esa cualidad para otras cosas y no para dar todo por sentado.
Azucena se encoge de hombros.
—Me gusta pensar que a esta edad todos estamos propensos a meter la pata, y tengo la esperanza de que el Zack de en unos años no sea tan... irresponsable, como el de ahora.
Noto que una pequeña oleada de estudiantes va entrando lentamente, es decir que los buses escolares empiezan a llegar. Asiento a Azucena porque no deseo entrar en discusión y creo que decirle que pienso que su mejor amigo no cambiará por nada del mundo sería ideal para discutir.
—¿Y tú ya cometiste tus errores de esta edad? —pregunto a cambio.
Azucena sonríe.
—He imaginado que mis errores de esta edad tendrán que ver con el amor.
Los míos con suerte robada.
—¿Por qué?
—Es lo más probable, el corazón es lo único de mí donde no tengo control, así que es deducible.
Me maravillo unos segundos con su sonrisa, pero luego recapacito en que el tema no debería hacerla sonreír.
—Luces muy animada para estar hablando de tus errores.
—Lo estoy. Considero que los errores por amor, al menos antes de que todo se joda para que se llame error, son los más bonitos de la vida. Son emocionantes. Y aún los reservo, no los he desperdiciado.
Rio abiertamente.
—Solo en las películas esos errores son lindos y terminan, o con reconciliación, o con una de las partes yéndose de la ciudad para iniciar una nueva vida; final feliz. Creo que en la realidad nada de eso acaba bien.
Estira sus labios hacia un lado, como si lo pensara con seriedad.
—Haré que sea lindo —asegura—, y tendré un destino nacional para irme en caso de que el error sea tan grande que deba reiniciar mi vida.
—Nunca había escuchado a alguien ansiosa de cometer errores y que temiera desperdiciarlos. ¿A qué esperas?
—A la persona correcta. Debe ser perfecta para que el error valga la pena. El error debe ser lo que pase con esa persona, no el mero hecho de elegirla.
El corazón se me acelera en un segundo y los deseos de decirle "podría ser yo" me rasguñan el pecho por dentro. Me muerdo el labio para evitar decirlo.
—La persona perfecta a lo mejor querrá ser más que un error.
Azucena encuentra mis ojos. Su espalda está levemente recostada contra el casillero vecino al suyo —que permanece abierto— y sus manos están asidas a las solapas de su chaqueta púrpura. Se ve tan relajada, tan tranquila, tan bonita... tan coqueta.
O así quisiera pensar que está.
—Le preguntaré qué quiere ser cuando la encuentre.
Y no seré yo porque vas a odiarme. Doy medio paso hacia atrás.
—Es una buena decisión.
🧿🧿🧿
Hice el doloroso esfuerzo de gastar algo de dinero poniendo datos en mi celular para poder revisar mi correo, pero al menos me alegra que no sea en vano porque ya tengo la segunda respuesta del Extraño, aquella a mi rabieta estúpida. De hecho tenía intención de enviar otro correo primero retractándome porque ya con la cabeza fría decidí no querer conservar la suerte, pero me alegra ver que tengo respuesta.
Para: [email protected]
Asunto: No puedes
No sé a qué se debe tu repentina decisión pero temo decirte que no podemos hacer eso. Bueno, en realidad, de poderse se puede, pero no debemos.
Está bien que Zack merece su lección pero la verdad es que esa suerte es suya y en este momento la tenemos prestada, no debemos robarla, no sé qué tantas consecuencias en Zack eso tendría y no tengo intención alguna de que nadie salga lastimado.
Me ha sorprendido la rotundez con que lo has dicho, pero espero sinceramente que hayas cambiado de opinión. Podemos discutirlo cuando quieras, pero por favor, sácate eso de la cabeza.
Con cariño, yo.
Casi me río frente a la pantalla. Ha sido una respuesta muy lógica y sosegada considerando mis palabras de completa convicción con robar la suerte.
Entonces recuerdo que Zacharías me ha dicho que su don no solo lo atañe a él sino a su familia y sé que debo decírselo al informante; de seguro él no lo sabe tampoco y quizás eso cambie las cosas... puede que no tanto, dado que mi plazo con la suerte se acorta, pero creo que debe saberlo.
Le doy en "responder" para elaborar mi correo y es cuando siento que alguien se ubica frente a mí. Es Azael, que trae en sus manos dos refrescos y me tiende uno con naturalidad, como si yo se lo estuviera pidiendo. Estamos en hora de receso y es una mañana soleada, así que lo tomo sin remordimientos.
—¿Qué haces?
—Nada, solo revisaba mi correo.
—Este refresco es de agradecimiento —suelta, algo incómodo. Enarco las cejas en su dirección—. Hoy rendí en Historia, saqué nueve gracias a ti.
—¡Felicidades! Pero no era necesario el refresco, ya me pagaste las tutorías.
Azael se encoge de hombros.
—De todas maneras... gracias. Le he contado a mi madre, se puso contenta y de seguro quiere abrazarte.
Con las tutorías descubrí que Azael no es el idiota redomado que todos dan por hecho que es; es decir, sí, es un abusivo con algunas personas y en general su personalidad es indeseable de muchas maneras, pero no es taaaaan terrible como lo pintan. Es bueno con su madre y tiene un hamster, atendió bien a mi clase de Historia, es entusiasta y ha sido casi un amigo mío desde que me contrató su madre. Creo que solo es un chico intentando mostrar algo que no es porque cree que esa máscara es mejor, pero no, es mejor el verdadero él... al menos la cara que me muestra a mí.
Sigue siento un idiota, pero no lo es 24/7, es más como 7/5, solo en el horario escolar: siete horas por cinco días a la semana.
Azael es otro que antes de mi racha de suerte nunca me dedicó ni una mirada —ni buena ni mala— y me pregunto si sin el relicario y en caso de que igual me contratasen para ser su tutora, se llevaría tan bien conmigo. Mucho temo que cuando devuelva la suerte me pase lo mismo que a Zacharías: que todos esos amigos desaparezcan.
Cruzaré el puente cuando llegue a él.
—Ha sido un gusto, Azael. Ahora sabes que con un poco de esfuerzo puedes sacar excelentes notas.
Asiente un poco sonrojado, de seguro extrañado de recibir ese tipo de comentarios positivos.
—Otra cosa... le dije a mi mamá que cumples años el sábado y quiere saber cuál es tu color favorito.
Abro mucho los ojos.
—¿Qué? No irá a darme nada, ¿verdad? No, no, no, que vergüenza con ella. Olvídalo, no...
Luego recuerdo que no invité a Azael a mi reunión y peor es mi bochorno.
—No es gran cosa. Ella hace manualidades y está bordando en este momento un pequeño tapiz, es pequeño, lo juro. Le falta bordar las flores de la parte de abajo y dijo que quería dártelo, que te preguntara de qué color. No es regalo si sabes lo que es, vamos.
Me pregunto entonces si en realidad no es su mamá sino él el que desea darme algo. No puede estar interesado. Por favor. Es Azael y yo soy Aurora. No se puede.
Aunque... su madre fue realmente linda conmigo y me habla como si fuéramos amigas. Es una jovial mujer que estuvo presente en todas las tutorías, es factible que desee darme algo... sí, prefiero pensar eso.
—Dile muchas veces que no es necesario...
—Solo dime tu color favorito y me iré —replica fastidiado.
Resoplo.
—Bien: púrpura.
—Gracias.
Y cumpliendo su promesa, Azael se va cuando termino de decirlo.
Miro en todas direcciones para asegurarme de que nadie vio o escuchó el extraño intercambio. Sacudo la cabeza para desprenderme de ideas tontas y tomo mi teléfono de nuevo para poder escribir una respuesta, sin embargo, antes de hacerlo suena el timbre y debo volver a clase.
La respuesta tendrá que esperar.
🧿🧿🧿
¡Hola, amores míos!
Primero, ¿qué te pareció el capítulo? ►
Les cuento que actualizar no estaba en los planes. Estoy en un break alejada de todo porque no me he sentido bien, pero esos planes cambiaron por hoy porque...
✨GANAMOS LA SEGUNDA RONDA DEL ONC✨
El ONC es el reto de escritura gracias al cual ¡Esa suerte es mía! nació; son 3 etapas. Pasamos la primera hace un tiempo, y esta vez no solo pasamos la segunda, sino que LA GANAMOS.
No imaginan la felicidad que eso me ha dado, y este logro es de todos, así que GRACIAS, los amo un montonazo ♥ En celebración traigo capítulo l a r g o, CAMBIAMOS DE PORTADA, e hice este bello edit de #Azurora 🥺🥺 *Goals*
¡Muchas gracias por el amor! ♥
♥ Los amo un montonazo ♥
*vuelvo a mi cueva*
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top