Capítulo 12
12. JAMÁS FUISTE AL AZAR
Si ya me parecía lo bastante extraño estar en El trébol dulce con Azucena y con Zacharías, peor es ahora porque en una mesa al otro lado está Azael con dos amigos. No es sorpresa; El trébol dulce es el lugar más bonito, cercano y económico que tenemos desde Winston, así que muchos de los estudiantes somos clientes frecuentes.
Sorpresa o no, es incómodo, porque nada más Azael verme llegar con Zacharías, se puso tenso... no conmigo, con él, sin duda Azael no ha recibido unas disculpas y sigue con el incidente de ayer fresco en la memoria. Los tres fingimos no notar la hostilidad y nos sentamos, Azucena conmigo en la banca y Zacharías solo en la de enfrente.
Yo había dicho que sería campo neutro como chiste pero en este momento siento que Azucena se lo ha tomado literal. Se ha cruzado de brazos y cuando habla, parece que quiere ignorar a su amigo, que se dirige solo a mí, y yo... yo intento ser tan neutral como puedo.
—Parece que Azael quiere matarme —dice él, mirando sobre su hombro sin disimulo. Intento una sonrisa divertida, y entonces Zack me mira—. No sabía que fueras tan amiga de él.
—No somos amigos cercanos. Le doy tutorías de Historia. —Me inclino un poco sobre la mesa para bajar la voz—. Me contó que su madre le contrató una tutora hace un tiempo y que la odia porque es gruñona y fumadora, así que está feliz con el cambio que yo le di. Es distraído, pero aprende rápido si se le sabe enseñar.
Azucena a mi lado, bufa.
—¿Y cómo logras que esa masa de músculo y poco cerebro se concentre?
—Le digo que si aprende, me quitaré la blusa. —Mis dos compañeros me observan con una mezcla de incredulidad, reproche y juicio. No contengo más la seriedad y me río—. Solo bromeo. Con galletas basta.
Azucena y Zacharías sueltan una corta carcajada al unísono, y es corta porque al notar que ríen al tiempo, ambos se enserian, como si no soportaran la ruptura de la brecha de hostilidad aún. Al menos he conseguido que se rían.
—¿Eso significa que el paquete que incluye quitarse la blusa no está disponible? —pregunta Zacharías, y no puedo evitar sonrojarme. Sin nada de sutilidad, Azucena le da una patada bajo la mesa que lo hace brincar en su lugar—. ¡Auch! ¡Solo bromeo! Aurora sí entiende las bromas.
—Eso no es una broma, es casi acoso.
Zacharías resopla.
—Ella misma lo dijo con respecto a Azael, solo era una broma.
—Insinuar que pagarías una tutoría en topless es acoso.
—No cuando es entre amigos y se entiende que es un chiste.
—¿Me dirías a mí que me quite la blusa?
—¡Claro que no!
—Entonces tienes algo contra Aurora.
Las voces empiezan a subir y entro en pánico. Odio los gritos.
—Me quitaré la blusa si ambos dejan de pelear —intervengo, reclamando su atención.
Se callan, y sus frentes fruncidas son el reflejo de que en serio estaban peleando, no era una simple broma. Algo me dice que ambas partes están exagerando el tema por asuntos de orgullo, y de repente me siento más que como invitada, como un chivo expiatorio. A lo mejor ambos querían seguir peleando pero necesitaban motivos y aquí estoy yo.
Hoy nos atiende un joven de sonrisa fácil y cabellos rubios, que por fortuna llega en el momento indicado con las tres malteadas y una hamburguesa para Azucena. En un tenso silencio nos reparte los vasos y tras nuestros formales gracias, se retira. Bebo de mi malteada sintiendo la densidad del aire.
Veo con sorpresa que Zacharías estira la mano hacia la hamburguesa de Azucena, la atrae hacia él y le retira el papel de cuadros blancos y rojos, luego le da una gran mordida con parsimonia y calma. Mastica en silencio, evadiendo la mirada de Azucena, luego devuelve el plato y la hamburguesa al lado de su amiga.
—Está bien —murmura.
—Gracias —espeta ella en voz baja.
Ninguno de los dos parece percatarse de que eso fue raro para mí, así que aclaro la garganta.
—¿Qué fue eso?
—Siempre pruebo la hamburguesa primero —dice él, refunfuñando.
—¿Por si está envenenada? —aventuro, intentando sonreír.
—Puede decirse.
—El año pasado vinimos y comí una hamburguesa —cuenta Azucena—, el primer bocado me supo raro, se lo dije a Zack y no me creyó. Me retó a comérmela y lo hice por orgullo. Resulta que sí estaba dañada y estuve enferma por cuatro días.
—Desde entonces me hace probarla, solo en caso de que esté dañada, yo me enferme también.
—¿Siguieron viniendo después de eso? ¿Están locos? —Miro la hamburguesa ahora con recelo y algo de asco.
Ambos se encogen de hombros.
—Hemos comido decenas de hamburguesas, solo salió dañada una vez.
Zacharías añade:
—E hicimos el reclamo. El dueño es un señor muy amable y verificó con quien le vende la carne de hamburguesas; hubo un problema grande con eso, y nos dio hamburguesas gratis por un mes en compensación.
Intento no darle vueltas al asunto —aunque sin duda jamás pediré una hamburguesa acá de ahora en adelante—, y en cambio trato de llevar esta conversación a otro tema:
—Pues es muy dulce que hagas eso, Zacharías. Eres un buen amigo.
Azucena se digna a darle la primera mirada en la noche y casi, casi, sonríe.
—Lo es —susurra a regañadientes—. A veces es un tonto.
—Es un hombre, es obvio —digo, haciendo reír a los dos. Suspiro—. Vamos, no discutan más. Ustedes son el goals de amistad de Winston, no pueden tratarse así.
Y por mi culpa, añado internamente, siendo consciente de que eso va más allá del incidente de la cafetería.
Me pregunto si es a causa de la ausencia de suerte de Zacharías en que su mejor amiga tomase esto tan a pecho. ¿Sería igual de grave si él tuviera su fortuna?
Estiro una de mis manos para tomar la de Zacharías frente a ella, y luego tomo una de Azucena a mi lado. Ambos se miran las manos a medida que las acerco y las junto. Elevan el mentón y terminan sonriendo uno al otro. Quito mi mano; Zacharías aprieta la de Azucena.
—Cuando entraste en esta amistad conmigo sabías que yo era tonto. No finjas ahora que te sorprende.
Azucena rueda los ojos pero finalmente devuelve el apretón de manos a Zacharías y yo respiro profundo. La sonrisa de ella se expande y se nota que lleva conteniéndose un buen rato porque parece más brillante y bonita de lo normal; parpadeo varias veces y me obligo a desviar la mirada.
El aire se aligera notablemente, incluso los tres encorvamos un poco la espalda, notando que las teníamos tan rectas que resultaba doloroso.
—Y no tuve que quitarme la blusa, ¡fantástico! —exclamo y los tres nos echamos a reír—. Pero en serio, Zacharías, si aún necesitas la tutoría, tengo tiempo el sábado luego de salir de casa de Azucena. Sería a eso de las dos o tres de la tarde.
—Vas a amarla. Es la mejor tutora del mundo. —Sonrío con afecto; Azucena es una buena estudiante—. Y si pudo con Azael, tú serás pan comido.
A cambio de reírse, Zacharías luce un gesto preocupado, luego me mira.
—Suerte conmigo, en serio.
No sé si es ironía, simple apunte o verdadera angustia por sus notas visiblemente bajas, pero de repente me siento incómoda y más culpable que nunca.
Yo tendré suerte, Zacharías, tú, por otro lado...
🧿🧿🧿
Para: [email protected]
Asunto: Cediendo al chantaje
Primero que nada, espero que haya sido una broma lo de anotar tus preguntas en un cuaderno. Nada puede ser más imprudente que eso, aunque confío en que no lo harás por nada del mundo.
Sobre tus preguntas, sí, son bastante predecibles, y aún así acá van sus respuestas, tan honestas y cortas como puedo:
1. El relicario en sí lo compré en un almacén cualquiera; no tiene gran cosa de especial, es de serie. Sobre su poder... bueno, lo he llevado con personas que manejan la magia blanca. Me ha costado un poco, pero no me quejo, ha funcionado.
2. No sé si has notado algo de Zacharías y es que es demasiado "exhibicionista". No un degenerado (gracias al cielo) pero jamás modera su tono al hablar, de ese modo todos se enteran de lo que dice. Creo que todos en Winston saben que anda desafortunado últimamente. Y pues así fue: lo escuché.
3. Jamás fuiste al azar, Aurora. Cuando me planteé la posibilidad de tomar prestada la suerte de Zack, sabía que necesitaba a alguien en quien confiar, pero especialmente, alguien que lo necesitara. No eres tan invisible como crees. No te espío ni algo por el estilo, simplemente compartimos clases y te noto esforzarte más que nadie, pero recibir el menor crédito.
Sé que esto no es permanente, pero me pareció acertado que, de darle la suerte a alguien, fuera a quien realmente hiciera buen uso de ella.
Además, por temas técnicos y porque recurrí a magia blanca, la suerte solo saldría de él si quien la recibía tenía buenas intenciones y necesidad.
Habiendo cumplido con mi parte del trato, me queda solo esperar la respuesta de tu parte. Expláyate todo lo que quieras, estos correos son confidenciales.
Con cariño, yo.
Releo el mensaje un par de veces y suspiro. Que me diga que notoriamente yo necesitaba suerte no es precisamente un insulto, pero es algo tan feo que pasa a ser una verdad que no me gusta leer.
Es como si me dijera "te he visto valiendo cuerno en clases, por eso elegí darte suerte". No sé si alegrarme de no ser tan invisible o avergonzarme de que la gente que me nota sepa que soy de aquellas que nacieron un viernes trece en presencia de un gato negro.
Intento pensar en alguno de mis compañeros que pueda encajar con el ser al otro lado de la pantalla, pero no hallo nada con qué comparar; con las escasas pistas que tengo hasta el mismo Zack puede ser el informante. Cuando dejé de saber de él me dije que lo dejaría pasar, pero ahora que entablamos de nuevo una conversación —o algo por el estilo—, me siento en la necesidad de investigarlo. Puede ser poco, pero saber que compartimos clases y que por ende, está también en último año, ya es un gran paso y pista. Descarta al resto de Winston, limitando mis opciones.
Gato ha estado sobre mi regazo mientras leo el correo, pero ahora lo muevo hacia la almohada para poder escribir una respuesta. Gato se queja pero está tan adormilado que le da igual si son mis piernas o la cama su colchón.
Respiro hondo cuando la pantalla aguarda mis palabras; sé que aún no me inspira la confianza suficiente, pero deseo tanto desahogarme con alguien sobre la culpa y el miedo que siento cada día, que tomo mi única opción: ser sincera con él.
Para: [email protected]
Asunto: Pagando mi parte
Hola, Extraño.
Gracias por la sinceridad, la aprecio mucho.
Sí he notado la tendencia de Zacharías a ser poco discreto. Te confieso que cuando añadiste el "blanca" al decir que usaste magia, he quedado más tranquila...
Aunque no menos culpable. En fin, acá va mi trozo de sinceridad: no me he sentido muy bien porque básicamente la culpa me mata cada día.
Creo que ya lo notaste, pero yo no estoy acostumbrada a que las cosas en general me salgan bien y ha sido algo abrumador. Saber que hallaré lugar en la cafetería sin importar qué tan tarde llegue, que estaré lista para los exámenes sorpresa y que no resbalaré aunque el piso esté húmedo, es inquietante.
No malo, claro, pero sí raro para mí. He incluso hallado dinero tirado en el suelo durante varios días, he recibido dos invitaciones a fiestas de halloween (aún falta mucho y lo más seguro es que saque excusas y no haga nada), mis alumnos de tutoría se han triplicado y no se me volvió a desteñir la ropa blanca en la lavadora.
Aún así no puede decirse que esté bien todo el día. No dejo de pensar que ese billete que me encontré en la calle le hace falta a su dueño; o que el antiguo tutor de X persona ha perdido un cliente por mi culpa. Eso sí, nada se compara con la culpa que siento al ver a Zacharías.
Lo he visto caerse, literal y metafóricamente todos estos días y aunque intento poner en mi mente las razones que me diste antes, me cuesta creer que esto es justo. Sumado a eso, lo estoy conociendo y me agrada mucho, pero no te niego que me pregunto con frecuencia si el Zacharías con suerte me agradaría igual que este.
La verdad es que el que tenía suerte jamás me volteó a mirar ni siquiera para pedir un lápiz, ni me saludó por mera cortesía, ni se aprendió mi nombre en los años que llevamos compartiendo clases.
Es confuso, ¿entiendes? Porque me agrada el Zacharías de ahora pero me agrada la versión que es gracias a lo que le quitamos. ¿Eso significa que tus palabras sobre darle una lección son reales o que yo soy solo una hipócrita? Esa duda es la que me atormenta más seguido.
Te aseguro, Extraño, que de no ser por mi próximo cumpleaños, ya habría devuelto el relicario hace mucho. La suerte es bonita, sí, la certeza de que para mí todo estará bien es maravillosa, pero no me siento del todo cómoda con ella pues siento que robo al universo algo que no me pertenece.
Pienso a cada momento cómo será cuando deba decirle a Zacharías lo que le he hecho y lo lamento, porque sé que estará furioso y me odiará... ni qué decir de Azucena. Eso me entristece: la inevitabilidad de ese odio. Lo entenderé claro, pero duele desde ya.
Creo que es suficiente explayación (¿es eso una palabra?) por ahora.
Cuando hablaste conmigo te limitaste a "quiero que Zacharías aprenda una lección". Como yo no lo creía, nunca indagué más pero ahora que veo que la suerte es real, quiero saber ¿por qué? ¿qué más te daba que Zacharías vendiera suerte o cuál es tu interés en que aprenda una lección? ¿Eres algo así como el justiciero de la fortuna o es algo personal? Ojalá no sea una pregunta baneada, y si no lo es, aguardo la respuesta.
Con cariño, Aurora.
Acaricio con los dedos el relicario y siento una pequeña vibra viniendo de él. Yo creo que no es normal, yo creo que esa sensación fría y punzante que siento de vez en cuando es la suerte misma reconociendo que no está con su dueño real. Puede ser imaginación mía pero no dejo de pensar que cada vez que el relicario vibra así, algo malo pasa o está por pasar.
Además, mi presentimiento se acentúa aún más mientras pienso en Zacharías, en que mañana iré a su casa como acordamos para la tutoría de Lengua —él eligió la materia—, y en que definitivamente algo puede salir mal.
Suspiro. Esta suerte es mía, por ahora, y mientras así sea no me pasará nada malo.
O eso espero.
🧿🧿🧿
¡Muchas gracias por leer! ❤️
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