Capítulo 11
11. ES UNA CITA
Estoy frente a mi casillero ordenando los libros del más grande al más chico, cuando una cadena se balancea frente a mis ojos. El dije que cuelga de ella es una A de color plateado con dos flores a cada lado. Miro la mano que la sostiene y veo a Azucena con el intento de una sonrisa. Tomo la cadena.
—Gracias.
—No tuve oportunidad de entregártela ayer. No sé a dónde huiste, pero no te alcancé.
Toco la A de la cadena y por un momento me recorre un escalofrío. De no haber sido por esta A colgando en mi cuello, la tarde de ayer habría terminado muy diferente.
—Me metí a la biblioteca.
—Corres rápido.
—Tengo talento para huir. —Azucena ríe.
—No sabía que ya estuvieras usando la cadena —añade, buscando mi mirada—. Dijiste que la estrenarías en tu cumpleaños.
No lo dice a modo de reproche, al contrario, parece complacida al comentarlo. Su regalo adelantado de cumpleaños ha logrado —como predije— que me sienta en eterna deuda con ella porque fue un detalle muy bonito; hace unos días mientras le ayudaba con una tutoría de Inglés, vi una A colgando de su cuello y le comenté sin doble intención que me parecía muy bonita, y añadí la coincidencia de que nuestros nombres inicien con la misma letra. Después llegó a mí emocionada con el dulce regalo; no me lo he quitado desde entonces...
Bueno, ayer tuve que quitármelo frente a todos.
—Es muy bonita. —Me encojo de hombros—. Cuando me la puse se veía tan bien que no me la quise quitar.
La mención de la palabra quitar parece incomodar a Azucena y sé que es por el recuerdo de la horrible forma en que tuve que desprenderme de ella.
—Lamento mucho lo de ayer.
—No fue tu culpa.
Agacho la mirada, incapaz de ver sus ojos y mentirle tan descaradamente. Si Azucena supiera que yo realmente tomé la suerte de su mejor amigo, me odiaría de aquí a la luna y... no quiero ni pensar en eso.
De repente a nuestro alrededor se hace un silencio, pero no es solo el de Azucena y el mío, sino que en verdad la gente se ha quedado paulatinamente callada. Ambas lo notamos al tiempo y miramos en ambas direcciones para descubrir el motivo, y me lamento al ver a Zacharías, que va llegando por el pasillo y llamando la atención de todos los presentes.
Azucena se yergue y noto con asombro cómo su rostro pasa de la amabilidad a la hostilidad en un parpadeo. Enrojezco cuando noto que muchos me miran también a mí.
Zacharías llega finalmente y se detiene frente a nosotras; tiene sus hombros caídos y un sonrojo quizás más violento que el mío. Aparto la mirada.
—Hola...
Azucena no le responde y creo que eso, su desprecio, es más doloroso para él. Aclaro la garganta, incapaz de negarle el saludo.
—Hola.
—Creo que les debo una disculpa.
—¿Crees? —escupe Azucena—. Medio Winston está seguro.
Me encojo aún más frente a mi casillero. Zacharías no me debe disculpas porque tenía razón al reclamarme, pero no puedo decirle eso sin contar que tengo su suerte, y no soy capaz de hacer eso tampoco porque aún no es el momento.
En ocasiones me lamento de haber aceptado el trato con el fantasma tras el correo electrónico, me ha traído muchos líos. Aunque en mi defensa diré que en primer lugar no creí que ninguno de sus delirios sobre suerte que sale del cuerpo y se mete en un relicario encantado fuera verdad.
—Sé —corrige—. Sé que les debo una disculpa. —Me mira entonces y sus ojos color miel traslucen la sinceridad de sus palabras—. En especial a ti. Lamento mucho haberte gritado así, yo... paso por un mal momento y tuve una... crisis, por así decirlo... de verdad lo lamento.
Antes del tonto relicario, Zacharías era para mí solo un compañero más. Uno orgulloso, egocentrista y demasiado pagado de sí mismo, pero a fin de cuentas, un compañero más que nunca lastimaba a nadie. Azucena solo era la mejor amiga de ese compañero y con quien ocasionalmente yo compartía charlas entre clases. A lo mejor por eso no le vi grandes problemas a la mera ilusión de poder quitarle a él su suerte —repito, no creía en eso—, pero ahora que los conozco a ambos y sé lo maravillosos que son a su manera, me siento demasiado culpable por haber hecho lo que hice.
Lo peor es que es una red tan fea de mentiras la que he creado, tan enrevesada, que no solo se limita a ellos dos y sé que no puedo salir de ella con la simple acción de decir la verdad. Me despreciarían completamente sin dejarme explicar y no deseo perder su amistad; es la más sincera que he tenido en la vida.
Y yo soy una hipócrita que busca en silencio el mejor momento de decirlo en voz alta.
Con las palabras de Zacharías, Azucena se suaviza un poco y destensa los brazos. Suspira y nos mira a ambos.
—Contigo hablaré más tarde —dice a él—. Ya lo que arregles con Aurora, queda entre ustedes.
Da media vuelta y se pierde por el pasillo. La A que aún está en mi mano es fuertemente apretada cuando quedo sola con él. Algunos nos miran a ambos, otros solo a Zacharías.
—Sé que no hay nada que pueda decir que justifique lo que pasó ayer, Aurora. Solo puedo pedirte perdón, y que no me odies.
—Está bien, no pasa nada.
Mi mirada vaga por todas partes sin hacer parada en sus ojos. Me pica en la lengua el decirle que soy la culpable de que su vida se haya trastornado así, pero al intentar soltar una palabra, quedo muda y sin aire. Debo guardar un poco más el secreto, solo unos días más y luego enfrentar las consecuencias de mis errores.
—Invitaré a Azucena a El trébol dulce, también estás invitada. Hoy a la salida, si puedes. No estás en obligación de ir, es más, ni siquiera sé si Azu quiera ir, pero... quiero compensar de algún modo mi escena de ayer...
Cuando lo llama escena pienso en el fantasma de los correos que lo llamó exactamente así, y quisiera poder tenerlo enfrente para pedirle maneras de lidiar con el remordimiento. Quizás por eso fue que se comunicó conmigo con su plan y no lo hizo él mismo: porque la culpa a cargar es demasiada y de algún modo creyó que yo podría lidiar con ella mejor que él.
El timbre suena y solo hago un ligero asentimiento a Zacharías antes de irme.
En cada rostro que me cruzo intento ver un yo soy el informante escrito en la frente y me da ansiedad pensar que él me ve cada día y está pendiente de Zacharías y su relicario, pero yo no sé quién es; me frustra demasiado y de cierto modo hace que el callejón en el que me metí se sienta más cerrado de lo que es.
Entro al aula y de nuevo busco en cada lugar al informante. Suspiro cuando me resigno a no reconocerlo y me dispongo a atender a matemáticas.
🧿🧿🧿
Desde ayer en la tarde que envié mi correo al informante he estado nerviosa y ansiosa por saber si va a responder.
Mi teléfono no carga Internet, así que de todas formas no podría recibir una respuesta inmediata —si es que él se decide a escribir de nuevo—, pero como no me siento capaz de pasar otras tres horas sin saber, en la hora de receso me he colado en el aula de sistemas para revisar en uno de los computadores. Uso con cuidado el de la maestra pues es el único sin las restricciones escolares
Con dedos temblorosos ante la expectativa de que puedan atraparme —y castigarme— ingreso mi dirección electrónica y mi contraseña. Me contengo de gritar cuando sí hay respuesta y al ver la hora noto que fue recibido solo dos horas atrás, en pleno horario de clases.
Abro el correo.
Para: [email protected]
Asunto: ¿Desaparecido?
Hola, Aurora.
Vaya, me disculpo si he dado la impresión de haber desaparecido. A decir verdad, fui yo quien creí que no tenías intención de entablar más conversación.
No es por lanzar culpas a nadie (te lo juro), pero fui yo quien envió el último correo diciéndote los pasos a seguir con el relicario, nunca recibí respuesta tuya y asumí que no teníamos nada qué decirnos.
Lo que hace la falta de comunicación, ¿eh?
Escuché por ahí que esta mañana Zack te confrontó en el pasillo (no tienes idea de cómo vuelan las habladurías), aunque dicen que iba más bien con cara de arrepentido, no de ataque. Ojalá eso haya sido así.
Tocando otro de los puntos de tu correo: no dudo de tu confianza, Aurora, sé que no le dirás a nadie sobre nuestras conversaciones. Confío en ti, de no hacerlo, no habría hecho lo que hice.
Y eso me lleva a otro punto: tus dudas. Dímelas y las responderé tan pronto como pueda. Repito: creí sinceramente que no tenías nada qué decirme ni dudas ni comentarios, pero jamás te negaré las respuestas que yo tenga a preguntas que hagas.
Sin embargo, te pido algo a cambio, algo pequeñito.
Quiero saber cómo estás, realmente cómo estás. ¿Cómo te sientes con la suerte? ¿Te arrepientes? ¿Quieres menos tiempo, más tiempo? He notado que te has vuelto algo así como amiga de Zack y no sé cómo puede eso chocar con mis acciones que te llevaron por delante. No deseo que nada te perjudique, Aurora, al contrario, sabes que solo quiero lo mejor para ti.
Con cariño, Yo.
Pd: la única pregunta baneada es "¿Quién eres?".
Mi rostro ha pasado por varias versiones de sonrisa a través de todo el correo. Tiene razón: yo nunca le escribí después de aquella tarde en que la suerte quedó atrapada en el relicario y sinceramente fue por el mismo motivo que el suyo: me quedé esperando que él escribiera primero.
En la mente se me arremolinan mil preguntas que tengo para hacerle e intento ordenarlas para que no deba leer seis veces mi correo en pro de entenderlo. Escucho los latidos de mi propio corazón y suelto una corta risa cuando releo su posdata. Era obvio; ni siquiera me atrevería a preguntárselo.
Respiro hondo y miro el reloj de la pared: tengo otros quince minutos antes de que suene el timbre y las clases inicien de nuevo. Pongo las manos sobre el teclado, sorprendentemente ya no me tiemblan y eso me da valor para escribir sin tantos errores.
Para: [email protected]
Asunto: Inesperado
Me cuesta creer que ambos nos quedamos esperando que el otro escribiera (lo digo con tono jocoso, no acusatorio), en fin, la falta de comunicación.
Tenía por descontado que tu identidad no sería respuesta de fácil acceso, así que no me molesta. Eso sí, me alegra un montón la predisposición que tienes a resolver mis dudas.
Tengo tantas que deberé anotarlas en un cuaderno para que no me falte ninguna, pero las primeras vienen con facilidad y creo que son predecibles. Dime tú si las esperabas, jaja.
Son tres, que no me han dejado tranquila, así que aquí van:
1. ¿De dónde sacaste ese relicario? Sé que no hice la pregunta antes, pero es que la verdad nunca te creí nada (perdón por eso, pero admite que tus primeros correos se leían algo delirantes).
2. ¿Cómo supiste ayer que Zacharías sabía del relicario? Me sorprendió bastante hallar esa nota en mi casillero (no es tu estilo), aunque lo agradezco profundamente, de no ser por tu advertencia... uff, no quiero pensar en las posibilidades.
3. ¿Por qué yo? Tengo presente que pudo ser mero azar (no me sentiría ofendida si hubiera sido así), pero si hay una razón para que fuera yo en quien pensaras para cuidar la suerte, quisiera saberla.
Espero que las respuestas no sean difíciles de contar, Extraño.
Sobre tu precio a cambio de respuestas...
Si te soy sincera no me siento al cien por ciento por varios motivos. Mi fuerte no es hablar de mí o darle confianza a alguien como para contarle todo lo que me sucede. Discúlpame si no me explayo demasiado en esta parte. Necesito confiar un poco más, y quiero pensar que al resolver estas tres dudas expuestas, podré sentirme más cómoda (que no es chantaje, eh... o quizás un poquito).
No te molestes.
Quedo ansiosa de tu próxima respuesta.
Con cariño, Aurora.
Esta vez al dar enviar no siento tantos nervios como ayer, y por el contrario, me siento cómoda y de buen humor. Es cierto que mi duda principal es saber quién es, pero tiene algo de encanto no saberlo y de momento comunicarme con un fantasma no está tan mal.
Cierro sesión y borro cualquier rastro de que estuve en esta sala; salgo justo a tiempo para que el timbre suene y el pasillo se llene de gente intentando ir a sus aulas.
De camino a la mía me cruzo con Azucena, que pule una gentil sonrisa en mi dirección. Mi alegría es tanta que le devuelvo el gesto con algo más de entusiasmo del necesario.
—Wow, ¿y esa alegría? Que no me quejo, tienes una sonrisa bonita.
Siento mis mejillas calentarse y desvío la mirada al camino.
—Nada, solo... recibí buenas noticias.
Algo así.
—Bueno, pues Zack me ha dicho que te invitó... nos invitó a El trébol dulce.
—¿Y tienes ganas de ir?
—Siempre quiero ir, amo sus malteadas, en especial si es Zack quien paga. —Reímos—. Pero sigo enojada con él... o algo así. Ya charlamos, pero sabe que soy algo rencorosa.
—Pero, ¿realmente estás enojada?
Una sonrisa ladeada y juguetona se dibuja en sus labios.
—No propiamente dicho, pero debo hacerme la difícil.
—Algo complicado con tu rostro tan dulce.
He soltado el comentario sin pensármelo mucho y aunque el gesto de Azucena de repente parece halagado y brillante, mi corazón se dispara con los nervios. Incómodo. Dios mío... ni la suerte me libra de la lengua suelta.
—Estamos a mano. Halago a tu sonrisa a cambio de halago a mi rostro —musita—. Perfecto equilibrio.
La sonrisa que se abre paso en mis labios es tan fuerte que no logro contenerla como quisiera, así que apenas aprieto los labios con mucho esfuerzo.
—¿Irás? —Cambio el tema—. A El trébol dulce.
—¿Y tú?
—Creo que me sentiré rara con Zacharías a solas, al menos de momento. Aún es muy reciente lo de ayer. Pero si vamos los tres no será tan terrible.
Azucena asiente.
—Pero seguiré haciéndome la difícil.
—Yo seré intermediaria entre los dos, campo neutro.
—Entonces es una cita —replica. Giro mi rostro para mirarla—. Una cita con Zack.
—Sí, de acuerdo.
Separamos caminos al final de un pasillo y no logro quitar mi gesto de buen humor aún, solo que ahora no estoy totalmente segura de si es gracias al fantasma... o a Azucena.
🧿🧿🧿
¡Hola, amores!
¡Muchas gracias por leer! Oigan, ayer anunciaron a las historias que pasaron a la segunda ronda del ONC y ESTA HISTORIA QUEDÓ CLASIFICADA, PASAAAAMOS ♥
♥Estoy super feliz por ello🍀Mil gracias a quienes están acá🍀 Este logro es tan mío como de ustedes ♥
Los amo
Por otro lado... Aurora y Azu 😏
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