Capítulo 10

PARTE 2: El cumpleaños de Aurora

Aurora Miller del Valle


10. EL CORREO ESPERADO

Al atravesar la puerta de casa siento como si mi cuerpo llegara a una dimensión paralela donde puedo ser otra yo, una menos nerviosa y menos afectada.

El corazón me galopa en el pecho —no de nervios, es que corrí desde la parada del autobús— pero me las arreglo para llegar a la habitación que comparto con mi hermano. Suspiro de alivio al ver que de momento no está aquí; lo último que necesito es tener que sonreír más fingiendo que nada pasa.

Me dejo caer en la cama y respiro tantas veces como mis pulmones exigen hasta que mis latidos vuelven a su velocidad normal. Estoy en casa, estoy bien. Gato llega luego de un rato y se recuesta a mi lado como si me confirmara que sí, que todo está perfecto.

Zacharías me ha gritado hoy en frente de todos y odio que la gente me grite.

No es el desprecio normal e instintivo de las personas a que otra le levante la voz, ni siquiera es el hecho de que fuera en público, es que realmente me da pánico e impotencia que me griten. Cuando me alzan la voz, algún lado traumado con los gritos de mi infancia sale a la superficie y me hunde en mi lugar.

Estoy en mi casa, tengo casi diecisiete, no seis años y estoy bien.

Tendré que contarle a mi terapeuta de todas maneras sobre este episodio. Es nuestro trato: cruda honestidad a cambio de maneras de lidiar con esos traumas. Es un buen negocio.

Cuando me siento lo suficientemente tranquila para seguir con mi vida —porque las dos horas tensionadas de clase posteriores a la escena no fueron suficientes—, me levanto y me dirijo a la cocina a buscar algo de comer. Gato ni se entera de que me fui; no soy su ama favorita. No encuentro más que una banana y media galleta pero me vale mientras llega la cena.

—¿Aurora? —escucho la voz de mi madre y a los pocos segundos entra a la cocina—. Ay, no escuché la puerta al abrirse.

—Creí que no estabas, perdón por no saludar.

Se acerca y me da un beso en la frente, igual que siempre, a modo de saludo. Soy un poco más alta que ella pero es una costumbre desde que nací, así que debo inclinar mi cabeza para que mamá me alcance la frente. Me sonríe.

—¿Qué tal las clases hoy? ¿tienes hambre? ¿te duele algo?

No respondo hasta que termina su santa trinidad de preguntas diarias.

—Estuvieron bien, ma, saqué cinco en un quiz de biología. Era solo una pregunta, así que era todo o nada. No tengo hambre, con esta banana estoy bien. Y no, no me duele nada.

El interés por las dolencias es algo exagerado e infundamentado, pero mamá lo hace con buena intención. Creo que secretamente espera el día en que yo diga "sí, tengo cólicos" o "sí, tengo dolor de cabeza" para poder darme una píldora de su inmensa mini farmacia en el gabinete del baño; ninguno de nosotros está enfermo pero mamá siempre ha sido hipocondriaca. Ya lo maneja mejor que antes, pero sigue siéndolo...

—Estuve mirando más recetas de pastel en Internet —comenta entusiasmada—. ¿Alguno de tus amigos es alérgico a algo? No quiero que tu cumpleaños termine con una ambulancia en la puerta.

Ruedo los ojos pero por dentro siento un cariño inmenso por ella.

—No te preocupes por eso, ma. Si alguien es alérgico, lo sabrá de antemano y no comerá.

—¿Alguno es diabético? ¿O...?

—Mamá —la freno—. Tranquila. Tú haz el pastel como quieras, no te mates la cabeza con eso.

—¡Ja! ¡Que no se mate la cabeza! —exclama mi hermano con sarcasmo, entrando a la cocina también—. Mamá vive para matarse la cabeza, literalmente.

—No puedes decir "literalmente" así, literal significa "al pie de la letra" e implicas que mi mamá se mata la cabeza cada...

—Ay, con razón no tienes amigos —me interrumpe. Me cruzo de brazos pero esbozo una sonrisa. Leo agacha también su cabeza un poco para recibir el beso de mamá en su frente, luego me quita mi media banana—. Hola, mujeres.

—Yo me estaba comiendo eso.

—Y ahora lo hago yo, gracias.

Mamá, siempre en terreno neutro, se estira para tomar otra banana del frutero y dármela con una sonrisa complaciente.

—Tu hermana sí tiene amigos —me defiende.

—Ver para creer.

—En su cumpleaños lo verás —dice—. Varios están invitados. Comeremos pastel casero y pizza del señor Renta.

—Uy, pero tengo cosas importantes que hacer ese día. —Leo finge una tristeza profunda y le da otro mordisco a su banana. Mamá lo mira entrecerrando los ojos—. Pero veré si puedo venir.

—Si no estás desde el comienzo de la reunión, te quedas durmiendo en el patio —amenaza—. Es tu hermana, Leo.

—Eso dices, pero yo creo que es adoptada.

Mamá le da un manotazo en el hombro que lo hace reír y salir de la cocina. Por inercia, nosotros vamos detrás hasta la sala. Leo me pasa un brazo por los hombros y me sonríe, diciéndome que solo es una broma.

—Si me adoptaron, a mí me eligieron. A ti solo te recibieron porque fue necesario —susurro.

—Auch, que insulto tan potente —ironiza, blanqueando los ojos—. Te juro que no sé cómo tienes amigos.

—Soy encantadora.

Mamá se ha ido a su habitación y Leo me arrastra sin soltarme el hombro hacia la nuestra. Al entrar, tira su mochila en su cama —espantando a Gato por la irrupción— y me suelta. Me quedo en el umbral, recostando el hombro en el lado derecho.

—Sé que es tu reunión —dice—, pero yo invité a Fanny, a mi tocayo y a Ignacio. Con alguien debo hablar ese día y un montón de adolescentes no es lo mío.

—Solo me llevas tres tristes años, que mezquino eres.

—De diecisiete a veinte hay un largo puente según la ley y yo me rijo por la ley.

Resoplo, pero sin poder evitarlo me río.

—Da igual. Fanny y tus amigos son geniales. Diles que nada de licor.

—Es la fiesta más aburrida del mundo.

—No es fiesta, es reunión.

—Como sea. Nos embriagaremos luego de que tus amigos imaginarios se vayan.

—¿Puedo unirme?

Leo me lanza una mirada divertida, a sabiendas de que la única vez que probé una cerveza —gracias a él— casi me vomito por el sabor. De todas formas lo digo a modo de chiste y él lo sabe.

—Claro, es tu cumpleaños.

—Y no son imaginarios, Leo.

—Ver para creer —repite, sacando de su armario una chaqueta roja—. Saldré a dar una vuelta un rato, volveré para cenar.

—Suerte.

Al pasar por mi lado me da un rápido abrazo con un solo brazo; mi madre siempre dice que cuando está mucho tiempo en casa le pica el trasero y por eso debe estar en la calle todo el tiempo.

Regreso a mi cama y saco de mi mochila los libros y cuadernos de hoy para organizarlos en su lugar y luego poner los de mañana adentro. Al terminar, saco mi computador —una reliquia heredada de un amigo de un amigo de Leo— y lo prendo para distraerme un rato mientras es hora de cenar. Las páginas fijadas en Chrome se abren automáticamente y la primera siempre es el correo electrónico.

El corazón me da un vuelco al ver —luego de semanas sin saber de él— un mensaje de mi ángel de la guarda.

De: [email protected]

Para: [email protected]

Asunto: El show de Zack

Hola, Aurora.

Vi lo que sucedió en la cafetería hoy y lo lamento mucho. Admito que fue sorprendente, ese tipo de escenitas no se ven nunca en Winston. Solo se habló de eso después, mayormente para odiar a Zack. La mayoría ni saben de qué era la pelea pero gritos+Azael+el que se enamoró de la lesbiana, siempre llaman la atención.

Me siento en parte culpable de lo que ha pasado porque, al igual que todos (menos Azael), no movimos un dedo para ayudar.

Es curioso. Azael, el acosador, resultó ser el único que te defendió. Las vueltas de la vida; debiste caerle bien para que sacara la cara por ti. Luego de que te fuiste le dio un empujón que casi deja un hueco con forma de Zack en la pared.

No fue lindo de mirar pero luego de su forma de actuar no hubo muchos dispuestos a brindarle simpatía. En fin. Solo te escribo para asegurarme de que estás bien; no merecías esos gritos. He notado que te afectaron demasiado.

No sé si me respondas luego de estar ausente todo este tiempo, pero me sentía mejor escribiéndote para intentar.

Con cariño, yo.

Siento por un segundo que voy a hiperventilar, luego noto que no leí bien el correo por la emoción y lo repaso más a conciencia una, dos y cinco veces. Intento ordenar mis ideas... bueno, las ideas del remitente.

Sé que estuvo en la cafetería —aunque eso no me dice nada, medio colegio estaba ahí—; que se quedó después de que me fui porque vio el ataque a Zacharías; que se dio cuenta de cómo casi me muero por los gritos —que vergüenza, a propósito—; que mi ángel de la guarda no se ha olvidado de mí y lo más importante de todo: ¡que le importo y se preocupa!

Su último correo fue hace tres semanas, casi un mes y sinceramente creí que yo había hecho algo que lo molestó, o que su misión conmigo estaba terminada y no le interesaba mi insulsa amistad. Eso último aún es una posibilidad, pero al menos me queda el consuelo de que tenerlo enojado no es una opción.

Me quedo un largo rato mirando la pantalla pensando en una respuesta valiente, inteligente y normal. Necesito elegir bien mis palabras si no aspiro a otra ausencia de tres semanas. No sé quién está detrás de esa pantalla, pero le debo demasiado como para fingir que no me interesa hablar con él, así sea por medio de correos.

Además, esa persona me salvó hoy de una manera que agradeceré por siempre.

Respiro hondo y empiezo a teclear:

De: [email protected]

Para: [email protected]

Asunto: Apareciste

Hola, extraño.

Sinceramente creí que mi dirección de correo se había perdido de tu computador para siempre, me alegra saber que no es así.

Primero, gracias por preocuparte y te respondo con sinceridad: estoy bien. Sí me sentí mal en la cafetería pero en este momento estoy muy bien.

Yo tampoco esperaba nada de Azael, supongo que es otra de las novedades que debo cruzar gracias a ti. No me quejo, es mejor que me defienda a que me ataque.

No tengo mucho más que decir (en realidad, tengo muchísimo por decir y preguntar, pero no quisiera hacer un correo de dos mil palabras sin saber si te ha de interesar), así que con un agradecimiento más, me despido.

Ojalá, Extraño, no desaparezcas de nuevo. Tengo mil dudas y solo tú puedes responderlas; te juro que no he hablado ni hablaré con nadie sobre nuestros correos (si es que decides no desaparecer y continuarlos).

En fin, gracias por escribirme.

Con cariño, Aurora.

Le doy enviar y cierro el portátil antes de arrepentirme o de que el aparato muera por vejez. Mi corazón sigue en una maratón y decido no releer mi respuesta porque de hacerlo me sentiré miserable, examinaré cada línea, la cuestionaré, veré que fue un fracaso y me odiaré... y no quiero eso.

Ya se envió, ya no puedo desenviarlo.

Cuando estoy recuperando mi respiración normal, tapo mi rostro con mis manos, algo abrumada. Las manos me tiemblan un poco pero no sé a qué emoción se debe dado que mi día ha sido un cóctel de todas ellas.

Le he dicho al Extraño que Azael es una de las novedades que tengo gracias a él y de repente recuerdo solo ese fragmento del mensaje y me hace reír. Novedades. Linda manera de decirlo.

Meto la mano al bolsillo de mi pantalón para sacar la cadena que recuperé luego del incidente de la cafetería y una vez más le agradezco mentalmente al Extraño por ayudarme con esto.

—No sé si me das más alivios o problemas —susurro al relicario.

La Suerte de Zacharías no me responde, pero logro sentir su calidez rodeando mi mano, es una fuerza inquieta que parece decirme hoy estuvo cerca, ten más cuidado.

Debo tener más cuidado. 

🧿🧿🧿

¡Mil gracias por leer! 

NECESITO con violencia leer sus opiniones o teorías ►

🧿Se vienen cosas lindas y cosas feas ♥ Ya vamos a mitad de novela y estoy muy emocionada ♥ Mil gracias por su apoyo. Nos leemos pronto 🧿

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