Capítulo 1
PARTE 1: La pérdida de Zack
Zacharías Leiner
1. EL PRÓSPERO NEGOCIO
En un mundo de siete mil millones de habitantes, yo, un simple pero carismático, guapo, humilde y gentil joven, fui bendecido con un gran don. Y no solo es grande, sino que se puede vender e ir recolectando una fortuna, es decir que aparte de bendecido, soy afortunado.
Por los pasillos de Winston se escucha que Zacharías Leiner, de último año, trafica con algo tan bueno que te mejora el día o la semana, dependiendo de cuánto compres. Los maestros oyen rumores y mantienen un ojo y medio sobre mí, sobre mi casillero y sobre los frasquitos pequeños que tintinean en mi mochila al caminar. Pero jamás hallarán nada que dé problemas porque lo que yo vendo ni es ilegal ni pueden verlo.
Yo vendo suerte.
Y no, no es metafórico. Yo vendo suerte en pequeños frascos que acompañan a su comprador para mejorarles la vida.
Desde pequeño mi padre me dijo que el buen porvenir venía en mi sangre y que mi don era poderoso pues sería capaz de extrapolar esa suerte y beneficiar a otras personas.
Pero nunca dijo que gratis, así que yo le saco provecho.
Es una transacción totalmente buena, legal, de mutuo beneficio y la verdad sea dicha, un negocio próspero, especialmente en época de exámenes de opción múltiple, cerca de San Valentín y los días de entregas de notas a los padres.
Para los maestros —y muchos incrédulos— que ven que vendo botellas en apariencia vacías, lo que hago es una estafa, pero siendo francos nadie pone quejas de mí ni diría algo en mi contra así que no les queda de otra que solo verme como el estudiante que mueve dinero con engaños directos.
Hoy en especial es un buen día; he vendido dieciocho frascos de suerte de un día, dos semanales y un buen negocio para un frasco mensual. Si tengo suerte —ja, la ironía—, podré reunir suficiente para comprar una chaqueta de cuero que es inaccesible desde el bolsillo de mi papá. La chaqueta de delincuente es lo único que me falta para que a mis maestros les salgan canas verdes de pensar en el futuro Steven Russel que se ganará la vida estafando a todos.
Y no solo eso, sino que sé que me vería genial con una.
La jornada escolar terminó hace un buen rato pero siempre rondo más tiempo en los pasillos para encontrarme con aquellos que prefieren las transacciones más privadas. Acabo de entregar mi último frasquito de hoy y me encamino hacia la salida con la satisfacción de un día productivo revoleando en mi pecho.
—¿Disculpa? —Escucho tras de mí, pero es tan bajito el susurro que por un momento pienso que no es conmigo y tardo en reaccionar—. ¿Disculpa? —repite más alto.
Justo cuando volteo siento que mi teléfono vibra en mi bolsillo, así que lo saco para mirar el mensaje de Azucena:
Azu: Me debes una malteada y hoy tengo tiempo, no me saques excusas, mugre.
Sonrío, repartiendo el gesto entre la pantalla y la persona que me ha llamado.
—Hola, dime —digo en voz alta, dándole apenas un vistazo.
Sin dejar de prestar atención a ella, respondo en el teléfono:
Yo: Estás de suerte porque fue un día productivo. Voy saliendo de...
—Me preguntaba si podrías venderme un poco de... —Me interrumpen el mensaje y levanto la vista de nuevo a la cliente.
—Oh... lo siento, se me acabaron por hoy. Pero si quieres mañana te traigo uno. Suerte de un día $1, de una semana $5 y de un mes $18.
—En realidad quiero un poco en esto... —dice, quitándose con cuidado de su cuello una cadena de la que cuelga un dije en forma de corazón—. Es un relicario, me lo dio alguien muy especial y...
—Sí, está bien —respondo a la chica frente a mí—. Dame. ¿Cuánto?
Regreso la vista al teléfono y termino mi mensaje para enviarlo a Azucena:
...de Winston, nos vemos en media hora en El trébol dulce, vale?
—Un día está bien.
Estiro la mano para tomar el relicario y el frío metal contrasta con el calor de mi piel. Cuando mi padre me enseñó a sacar la suerte y embotellarla —en su mente para que yo la regalara cuando alguien la necesitase—, me advirtió que nunca la pusiera en objetos ajenos, sin embargo he descubierto que no dar mis frascos es más económico, además de que cuando hay una petición así, lo encuentro muy tierno, pues el cliente no solo quiere suerte sino convertir un objeto ordinario en un talismán de buena fortuna.
La chica me mira con curiosidad pero le doy la espalda y me alejo unos pasos —como es usual— para que no vea el proceso. En realidad no es complicado ni maravilloso, pero mantener el misterio le da puntos a mis ventas.
Antes de girar de nuevo, recibo respuesta en el teléfono:
Azu: media hora entonces.
Sonrío de nuevo a la vez que regreso a la chica y devuelvo su relicario. Saca un billete de su falda a cuadros y me lo tiende. Lo tomo.
—Gracias, no sabes lo importante que...
—Un gusto, cuando quieras. Nos vemos.
Con la vista en el teléfono retomo mi camino a la salida.
Yo: No me hagas esperar o me iré
Azu: Atrévete a irte y tendremos problemas, mugre
Blanqueo los ojos justo cuando cruzo las puertas, pero camino animado hacia mi casa para guardar el dinero de las ventas de hoy y luego ir a reunirme con mi mejor amiga.
🍀🍀🍀
Cuando veo a Azucena me acerco a la mesa que siempre elige para nosotros: última del pasillo, del costado derecho; vista buena por la ventana y lugar ideal para llamar la atención de las meseras cuando se necesite. Azu siente mi presencia y se gira con una sonrisa de saludo, mas la cambia a extrañeza cuando ve mi gesto.
—Acaba de pasarme algo rarísimo —digo.
—¿Viste un gnomo en un triciclo?
—¿Qué? No.
—Entonces no es rarísimo. ¿Qué pasó?
—El bus se me fue. Iba caminando cuando lo vi cerca de la parada y apuré el paso, pero ¡se fue antes de que yo me subiera!
A oídos de cualquier persona eso sería un reclamo superficial y tonto, pero Azu me conoce mejor que nadie y sabe de mi don, sabe que mi suerte jamás me ha hecho perder un bus solo porque sí. Y eso es lo extraño. En mis diecisiete años de vida jamás he perdido un bus; incluso aquella vez que estaba lejos de la parada mi suerte hizo que el conductor quisiera limpiar bien su espejo retrovisor, causando así un retraso de cinco minutos que me permitió llegar a tiempo.
Así que el hecho de que me pase hoy es incluso más raro que ver un gnomo en triciclo.
Azu me mira con seriedad y se inclina hacia adelante:
—¿Es tu excusa para llegar tarde, mugre? Llevo veinte minutos esperando.
—¡No, Azu! Es en serio.
Por un momento mantenemos silencio y entonces Azu, como siempre, intenta buscar lógica:
—Me dijiste que fue un día productivo, ¿no? —asiento—. ¿Qué tanto?
—Creo que el mejor desde siempre —admito, orgulloso.
Azu se encoge de hombros.
—Eso puede ser. La suerte no puede ser infinita, ¿no crees? A lo mejor sacaste mucha hoy y necesitas recargar energía suertuda.
Y, como siempre, tomo lo que diga como verdad.
—Puede ser. ¿Ya pediste algo?
—Había pedido solo dos malteadas pero a los diez minutos de retraso te odié y como tú vas a pagar, pedí también dos hamburguesas gigantes.
—No tengo hambre, Azu.
—Puedo comer ambas, no te preocupes.
Pule una sonrisa angelical que aunque encaja con su rostro moreno y ojos oscuros, esconde un ser sarcástico, evasivo, hiperactivo e irónico, pero leal a fin de cuentas.
—Serás gorda para el momento de la graduación.
—Te pediré suerte un mes antes y haré dieta. Seré fit de nuevo.
Destenso los hombros al reír tan cómodamente con Azucena. Siendo ella quien conoce mis secretos y aún así no me juzga, es la mejor amiga que pude haber conseguido. Y yo le doy suerte gratis en las cantidades que quiera —aunque rara vez me pide, soy yo quien siempre le regala—, así que puede decirse que ella me consiguió a mí y no al revés.
Veo a la mesera acercándose con la enorme orden y retiro los brazos de la mesa para hacer espacio. Agacho la mirada un momento para buscar mi teléfono y lo que sigue ocurre de forma difusa. Azu lanza una exclamación ahogada, la mesera suelta un pequeño gritito de impresión y medio segundo después la malteada pasa del vaso de cristal a mi pecho y mis piernas. El vaso cae rompiéndose en mil pedazos, la gente voltea a mirar el caos y en medio de mi shock intento quitar la crema batida de mi camiseta.
Busco la mirada de Azu y no veo burla en sus ojos —como en los de todos los presentes—, sino un reflejo fiel de mi sentimiento actual: temor de que realmente haya agotado mi suerte.
🍀🍀🍀
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