En la biblioteca
El día siguiente y el comienzo del jueves estuve abstraída en pensamientos bastante inmaduros. Distraída también y con un ánimo extraño. Luego de tomarme una taza de café y de dejarme una nota mental para recordarme que debía llamar al plomero, salí en dirección al colegio.
Me había vestido con uno de mis tantos trajes negros y dejado el cabello suelto.
El tráfico de esa fría mañana londinense estaba lento y pesado. Aproveché ese tiempo para hacer un esbozo de lista de las reparaciones que tenía que hacerle a mi casa, que no eran pocas, pues no estaba en muy buenas condiciones, lo que yo ya sabia cuando la alquilé, pero que no me importó tanto pues estaba cerca del colegio y tenía un precio razonable. A pesar del retraso llegué justo a tiempo para comenzar mi clase.
Era un día soleado que hacia resplandecer el blanco impoluto de las paredes del salón. Mis alumnos ya estaban sentados esperándome.
—Lamento el retraso—dije aunque no había tal. Era más bien que todos habían decidido ser puntuales.
Mientras sacaba unas carpetas de mi maletín noté una mirada fija en mi. Billy me miraba con tanta insistencia que pensé que iba a traspasarme y hacerme un hueco. Le sonreí con cierta incomodidad que él pareció no notar, o ignorar por completo. Billy se veía muy bien hoy. Parecía haber domado sus rizos, tener bien acomodado y lustroso su uniforme; el aroma a colonia juvenil que se había puesto, generosamente, se podía percibir hasta donde yo estaba sentada, mirándolo, y preguntándome cosas que no debería, y asumiendo otras que eran descabelladas. Él era muy atractivo, y yo debería estar pensando en otra cosa. Creo que fue más o menos en ese momento en el que me di cuenta. ¿Estaba admirando a un niño de diecisiete años?¡Estaba admirando a un niño de diecisiete años! Ni yo sabía como había llegado a eso. Sin dar mas vueltas comencé la clase, no era de sabios perderse en preguntas que no tenían respuesta. En vez de retirarme o quedarme en mi asiento, al finalizar la clase me quedé parada en la puerta. Saludé a los chicos conforme se retiraban, menos a ese que a propósito juntaba todo a paso de tortuga. Tardaba mucho, quizás tenía algo más que hacer. El solo pensamiento me hizo sentir aliviada. No era un problema, podíamos dejar la ci... la elección de las obras para otro día.Cuando vi que se dirigía a la puerta con la mochila colgando de un hombro, me apresuré a tomar la palabra.
—¿Puedes hoy, Billy?... porque no es una obligación, si tienes algo más que hacer...
—Claro que puedo—me cortó, cerrándome la última vía de escape—Es más, lo esperaba ansioso.
Mis nervios tenían nervios y no sabía porqué ni de qué.
—Bien, entonces vamos—le dije. Él asintió antes de hacer un gesto galante con la mano.
—Usted primero.
—Gr-gracias—tartamudeé, su caballerosidad me había dejado asombrada. Me quede petrificada por unos larguísimos veinte segundos, luego me giré y crucé el umbral de la puerta. Salimos de ahí y subimos dos pisos por las escaleras. Al verlo caminar a mi lado noté lo alto que era, muy alto. Quizás de un metro ochenta o más, cuando yo solo alcanzaba el metro sesenta y cinco. Entramos en la enorme biblioteca. Elegimos una mesa del pequeño bar que funcionaba dentro y pedimos dos cafés.
—¿Mientras los traen hojeamos algo?—le pregunté. Deseaba terminar con esta reunión rápido.
—Si, señorita, claro—me respondió con esa voz tan linda y suave que tiene. Nos acercamos a la sección de literatura inglesa y empezamos a buscar a los elegidos para el grupo. Después de un momento Billy me propuso el primer autor: Skakespeare.
—¿Romeo y Julieta?...¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? Es el Oriente, y Julieta,el sol! ¡Surge esplendente sol,y mata a la envidiosa luna...
Lo citó con tanta exactitud y gracia en sus simpáticos gestos, que sin poder evitarlo me reí... bastante fuerte. La bibliotecaria nos echó una mirada de advertencia por el ruido. Pero fue tan gracioso que seguimos riendo, aunque en un tono más bajo.
—Billy, basta ¿Quieres que nos echen?
—Señorita—me dijo él—¿Porqué nos echarían solo por divertirnos? Me pareció un comentario encantador. Billy era un chico encantador.
Negué con la cabeza y seguí en la búsqueda. Tomé dos obras de Adams y una de Bequer, mi escritor preferido.
—Estos me parecen adecuados—le dije a Billy mostrándole mis elecciones.
—¿Becquer? Me gusta mucho. Recítelo, seño, es su turno—me desafió con esa dulzura tan suya.—¡Claro que no!—respondí.
Y no era no.
—Oh, sí... ya lo dije es su turno. Resultó ser insistente el muchachito. Negué con la cabeza. Él sonrió y asintió. Tampoco era cuestión de ser tan estructurada.
—Bueno, pero solo una pequeña parte—cedí al fin y me aclaré la garganta—Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar y otra vez con el ala de sus cristales purgando llorarán, pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha al contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres esas... ¡no volverán!
Al terminar fue Billy quien soltó una carcajada, una que yo acompañé. Otra mirada de advertencia y ya iban dos. Qué vergüenza " Profesora de Literatura expulsada de la biblioteca" diría el diario escolar.
—Billy—dije entre risas—Basta, en serio, con estos cuatro bastará, vamos a la mesa.
Él asintió y fuimos a sentarnos. Justo estaban dejándonos las dos tazas de café. Los bebimos mientras mirábamos los libros que habíamos decidido llevar.
—Uhm, bien. Creo que para empezar estos son geniales.
—SÍ... más que nada el que elegí yo.
Su respuesta me enterneció.
—Romeo y Julieta. Qué romántico.
Billy me miró muy profundamente en ese momento. No recordaba que nadie me hubiera mirado así jamás.
—Si, no voy negarlo. Soy un romántico empedernido.
Por unos segundos nos observamos. En ese pequeñísimo tiempo olvidé que era solo un niño y yo su profesora. Un olvido peligroso. Ese instante pasó y volví a la realidad. Apuré mi café. Billy se movía un poco nervioso en su silla.
—¿Nos vamos? Tengo algunas cosas que hacer—mentí, realmente no tenía clases, ni nada que hacer después, pero esto, no sé.
—Si—dijo él y luego de pagarle a la camarera nos retiramos. Fuimos a dejar asentado el retiro de los libros y salimos de la escuela en silencio. Me acompañó hasta mi auto. Me giré para despedirlo.
—Fue una linda cita, seño—me dijo.
—No fue eso, Billy, pero sí, fue bueno, pues ya tenemos algo de material para empezar con el club de lectura. Entonces, hasta el lunes.
Él se acercó y me dio un pequeño beso en la mejilla, por una milésima de segundo sentí su aroma unido al tacto suave de sus labios.
—Hasta el lunes—me respondió y se fue caminando.
Suspiré.
¿Qué había sido todo aquello? ¡Dios! ¿Qué me estaba pasando?
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