Tiempo a Solas

-Hazle caso a tu hermana, Liesel.

-Sí, mamá.

-Y si alguien te molesta, dile a tu hermana.

-Sí, mamá.

Todos los padres de los niños del grupo de scouts de la escuela estaban en el patio del establecimiento despidiendo a sus hijos que irían de campamento. No era la primera vez para Rosie, quien con dieciséis años, era la líder de su escuadrón. Mientras que para Liesel era su primera vez a sus diez años.

-¿Llevas cambio de calcetines? -preguntó Mikasa agachándose para hurgar en el bolso de la niña por millonésima vez -¿Llevas suficiente abrigo?

-Sí, mami -respondió la niña con seguridad.

Rosie estaba más allá con sus amigas y un par de chicos de la división de varones, algunos eran amigos de Chris. Pero Chris ya no estaba con ellos. Ese año había comenzado su primer año de formación militar en la academia.

-Te voy a extrañar, mami -dijo Liesel con un amago de puchero.

-No me extrañes, amor. Aprovecha de disfrutar con tus amigos -la miró desde su lugar agachada junto al bolso -Lo vas a pasar muy bien. Acuérdate de lo muy entusiasmada que estabas ayer…

Jean terminaba de hablar con el padre de una de las chicas, un capitán del ejército con el que tenía buena relación, para cuando vio a Liesel acongojada. Se disculpó para prestar atención a la escena.

-¿Qué pasa? -la voz del padre fue suave, con gran tacto -¿No quieres ir?

Liesel subió la vista hacia su papá. El mismo puchero que hacía Mikasa cuando trataba de mantenerse entera, pero estaba por llorar. Le parecían increíble el parecido que tanto Liesel como Rosie tenían con Mikasa.

-De acuerdo, entonces nos vamos a casa. No pasa nada -desestimó Jean pasando una mano por el cabello de la niña -¿Verdad, mamá?

-Claro… -afirmó Mikasa -Haremos algo divertido los tres. Chris no tiene salida este fin de semana… así que seremos solo los tres.

Rosie a la distancia vio a sus dos padres junto a Liesel. Se acercó a ellos dejando de lado a sus amigos.

-No, Liesel… Tienes que venir de campamento. Nos vamos a divertir -dijo de manera entusiasta -Podrás hacer muchos amigos. Te lo prometo. Jugaremos mucho, comeremos muchos malvadiscos y las fogatas al anochecer son súper. En casa te vas a aburrir…

Las palabras de Rosie le dieron nuevos bríos a Liesel. Ella adoraba a su hermana mayor, pero también era cierto que Liesel no era la mejor siendo sociable. Era una niña tímida, al contrario de su hermana mayor.

-No te dejaré sola nunca, ¿vale? -propuso la hermana mayor extendiéndole la mano y con la otra tomó el bolso -Vamos a guardar tu bolso y estaremos con mis amigos.

Y así de fácil Liesel se convenció de ir de campamento. Los padres se quedaron hasta que los niños partieron en dirección a uno de los bosques del terreno que antes fue del muro Rose.

El capitán que antes hablaba con Jean les propuso ir a cenar todos juntos más tarde, hacer algo de adultos ya que estaban liberados de los niños. La respuesta de Jean fue políticamente correcta: "tenemos planes, pero la próxima vez lo organizamos con más tiempo".

-¿Tenemos planes? -preguntó Mikasa cuando el capitán y su esposa se retiraron y ella y Jean caminaban de regreso a casa.

-Sí, estar solos -respondió Jean con el mismo entusiasmo que antes mostró Rosie -¿Quieres salir a algún lugar? ¿Ir a cenar, al teatro?

-¿Honestamente? -dijo Mikasa -Quiero estar en casa. ¿Te parece bien?

-Más que bien -respondió Jean -De hecho, estaba pensando exactamente lo mismo. Solo preguntaba por si querías hacer algo diferente.

Mikasa lo miró extrañada y él le sonrió cómplice. Ella siempre había sido de una vida tranquila y Jean no era la persona más sociable del mundo. Asistía a lo justo y necesario. Para ambos, estar en casa era el mejor plan para un fin de semana sin los niños… De hecho, el primer fin de semana sin los niños hacía mucho tiempo. Exactamente hace dieciséis años. Claro que tenían momentos a solas, como cuando la niñera se quedaba con los niños para que ambos fueran a las actividades sociales que el rango de Jean involucraba, o para salir a cenar fuera. Pero solos, sin nadie alrededor más que el par de gatas que habían adoptado, no solían estar solos.

Una vez en casa Mikasa terminó de recoger las cosas del desayuno y Jean se había perdido en su despacho para terminar un par de documentos. Ya era casi mediodía y esperaba poder terminar todo para poder dedicarle el fin de semana a su mujer. Había pedido el viernes libre so pretexto de despedir a sus hijas para el campamento.

Ya para cuando cerraba la carpeta con los documentos sintió un delicioso aroma invadir la casa. Bajó guiado por su olfato hasta la cocina.

Mikasa ya había puesto la mesa. Al centro una botella de vino y un par de copas.

-No me avisaste que bajara para ayudarte -dijo Jean.

-Somos solo los dos, no me voy a morir de agotamiento. Abre el vino.

Pan fresco, un rico guiso de verduras y un par de trutros de pollo. Era un almuerzo promedio, nada especial, salvo por el vino. Aquello ya lo volvía especial.

Charlaron de cosas triviales mientras los platos terminaron vacíos y la botella bajaba su contenido. El efecto fue el esperable, terminaron durmiendo una siesta, de esas reconfortadoras y tan necesarias. Jean estaba cansado del trabajo, Mikasa de hacerse cargo del hogar. Ambos lo necesitaban. Solo se tendieron en la cama se cubrieron con una manta que Mikasa había tejido, Jean la abrazó por la espalda y se durmieron. Así, sencillo.

Fue él quien despertó un par de horas después, fue hasta la cocina y recogió la mesa no sin correr a una de las gatas que terminaba de lamer un plato. Lavó la loza y la guardó. El sol ya se había ocultado y sentía la temperatura algo baja. Su primer pensamiento fue hacia las niñas. ¿Estarían bien? ¿Se estarían abrigando lo suficiente?

Decidió encender la chimenea y se sentó en el sillón frente al fuego con el periódico. De pronto sintió pasos en el piso de arriba.

-¿Mika? -habló fuerte como para ser escuchado.

Pero no recibió respuesta. Se alzó de hombros y volvió a su lectura. El crepitar del fuego y el silencio era un conjunto que no se daba normalmente en la casa. Había que disfrutarlo. Sin embargo tanto silencio comenzaba a incomodarlo. Inevitable pensar en los niños, aunque ya no eran tan bulliciosos y con Chris en la academia todo era más ordenado. Sin duda eran él y su hijo los reyes del desorden. Bueno, Liesel cooperaba con sus lápices de colores por todos lados. Y debía decir que era muchísimo mejor que él en el dibujo. Si tan solo él hubiese tenido más tiempo, hubiese sido tan bueno como ella. Pero su vida fue diferente…

Pensar en lo que era su vida a la edad de sus hijos era, sin dudas, algo perturbador y lejano. Algo que parecía una pesadilla de la que finalmente había podido despertar.

Mientras Chris aprendía la lucha contra otros humanos, él se había enfrentado a criaturas abominables y descubierto un mundo de intrigas y mentiras que cambió el destino de toda una isla. A la edad de Rosie, él soñaba con una vida cómoda en la capital, una que nunca tuvo… o tal vez sí tenía ahora. Y a la edad de Liesel era aun un gordito hijito de mamá que nada sabía del mundo.

Nunca esperó llegar a tener hijos, ni menos verlos crecer. Nunca pensó verse en el espejo y ver canas en su cabello, las primeras de muchas que ya vendrían. Nunca llegó a creer que enterraría a su padre, sino que fuese él quien perdiera primero la vida. Ni tampoco…

-¿Jean? ¿Puedes subir?

Ni tampoco esperó que algún día se casaría con aquella chica del oscuro y bonito cabello .

-Voy.

Dobló el periódico y subió al segundo piso. Vio la luz del baño encendida y la puerta abierta. Asomó la cabeza. Mikasa estaba sentada en un borde de la bañera y pasaba los dedos por el agua que se acumulaba.

-¿Vas a tomar un baño? -preguntó Jean desde la puerta.

Mikasa sacó la vista del agua para verlo.

-¿Te acuerdas lo primero que dijiste cuando cambiamos la tina? -preguntó Mikasa con una sonrisa, Jean negó -Que era lo suficientemente grande para los dos.

-¿Dije eso? Sí que era un gran pervertido -bromeó.

Mikasa le sonrió y caminó hasta él. Tomó el primer botón de su camisa para soltarlo.

-Pensaba que podríamos comprobar tu teoría -dijo Mikasa con voz sugerente -¿Qué dices?

-Digo que eres una pícara -respondió notando que uno a uno los botones de su camisa cedían -Y tienes un gran poder de convencimiento.

-O será que tú eres muy fácil de convencer -murmuró Mikasa.

-Solo contigo, y sueles utilizarlo en mi contra… claro que esta vez es un beneficio.

Mikasa le sonrió divertida.

-Aun después de veinte años juntos, aun te pones todo nervioso cuando tomo la iniciativa. Eres adorable.

Antes que él pudiese defenderse y decir que no estaba nervioso en lo absoluto, Mikasa comenzó a deshacerse de su ropa lentamente y la dejó en una cesta. Se metió a la tina y se sumergió para mojar su, ahora, largo cabello.

-¿Qué? -dijo mirando a Jean que seguía junto a la puerta -¿No vas a meterte?

-Dame un segundo.

Mikasa lo vio perderse por el pasillo y volver al rato con un alto de toallas viejas. De las que usaban para poner en el piso cuando bañaban a las gatas. Mikasa lo miró entrañada.

-Si piensas que me voy a meter a esa tina contigo sin hacer un desmadre, estás muy equivocada -dejó las toallas extendidas en el piso junto a la tina -Voy a besarte, a tocarte y voy a hacerte el amor y voy a derramar toda el agua de la tina. ¿Me escuchaste?

-Claro como el agua que vas a derramar por todo el piso, galán -bromeó mirándolo desnudarse.

Jean cumplió su palabra y el piso del baño acabó siendo un desastre. Claramente en toda pasión habían consecuencias que pueden terminar siendo bastante poco eróticas. Como recoger las toallas, estrujarlas y dejarlas secar. Esa fue tarea de Jean mientras Mikasa se secaba el cabello.

-Te dije que sería un desastre -comentó Jean ingresando en la habitación.

Se estiraba las mangas de la camisa y se tendió en la cama con las manos entrelazadas tras la nuca. Mikasa terminó de cepillar su cabello y se tendió a su lado apoyando la cabeza en el pecho de Jean. Por reflejo él bajó sus manos y la rodeó.

-¿Quieres comer algo? -preguntó Mikasa acariciando el brazo de Jean.

-A ti…

-Tonto -se rio bajito -¿Otra vez? ¿No tuviste suficiente?

-Nunca tengo suficiente de ti -respondió Jean bajando una mano para apretarle el trasero.

-Cursi y sucio -suspiró Mikasa -Se respira tanta paz. Siento que tenemos tanto tiempo y al mismo tiempo tan poco. ¿Qué hacíamos los fines de semana antes de tener a los niños?

-Esto… leíamos mucho también. Nos hacíamos bromas tontas… Inventabas recetas de cocina. Nos emborrachábamos. Recordábamos los viejos tiempos y llorábamos mucho también.

Mikasa asintió y soltó un suspiro.

-Gracias, Jean. Por todo.

Jean la besó en la coronilla.

-Gracias a ti. Por todo.

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