Primera Cita

Los días en Trost luego de recuperar el muro María cobraron cierto gusto a calma. Mientras gran parte del tiempo se lo pasaban apoyando a la reconstrucción de las diferentes ciudades, aun quedaba algunos momentos para realizar una vida normal.

Jean recorrió los pasillos del cuartel general en dirección a la salida. Vestía de civil, como varios que estaban de día libre. Jean no era alguien especialmente sociable y, la verdad, disfrutaba de su tiempo en soledad.

Salió a la calle, el sol casi alcanzaba lo más alto indicando el mediodía. Se acomodó la visera de la gorra frente a su reflejo en una ventana sucia. Arregló el cuello de su camisa y sacudió el chaleco alisando un par de arrugas. Retomó la marcha.

Sus pasos los guiaron con destreza por las estrechas calles de la ciudad. Se detuvo en los puestos de la feria, compró una manzana y un ramo de flores. Siguió su camino masticando la jugosa fruta. Pasó frente a la plaza y repasó el pequeño espacio con la mirada. En una de las bancas,una figura conocida.

Mikasa vestía de civil, tal como él. Estaba sola y miraba a sus manos sobre su regazo. Tenía las mejillas teñidas de rosa, Jean supuso que llevaba mucho tiempo bajo el sol. Se acercó a ella.

-Ey -dijo sentándose a su lado.

Mikasa pegó un pequeño respingo, pero al ver que quien la acompañaba era su compañero se relajó.

-Ey -respondió.

-Te vas a insolar, el sol está muy fuerte -comentó dejando las flores sobre sus piernas -¿Esperas a alguien?

Mikasa asintió, pero luego negó. Jean ladeó la cabeza.

-Eren dijo que saldríamos este día -murmuró mirando al frente -Que daríamos una vuelta por la plaza, tomaríamos un jugo…

Jean sonrió entristecido. Eren y Armin se encontraban en entrenamiento e investigación con la comandante Hange. Para ellos no había días libres ni descansos. Quizás si tuviese algo más de confianza con Mikasa, como la que tenía con Armin o Connie, la hubiese instado a haberle comentado que estaría de día libre y no tenía con quien salir. Él la hubiese acompañado con gusto. Más allá de la pequeña inclinación romántica que tenía por ella, aquello era lo que hacían los amigos.

-¿Y tú? -preguntó Mikasa viéndolo bien arreglado, peinado y hasta podía oler a colonia… además de aquellas flores -¿Tienes una cita?

Jean se sorprendió. ¿Una cita? Como si en todo ese tiempo hubiese tenido algo en su mente aparte de sobrevivir. Negó.

-Voy a ver a mis padres -miró a las flores -Son para mamá. Le gustan mucho.

-Están bonitas -apreció Mikasa.

Jean la vio volver la vista al frente. ¿Acaso pretendía pasar el resto del día sola? Trost no era el sitio más divertido en el cual alguien pudiese encontrar los más amenos pasatiempos. Temía que Mikasa terminara regresando al cuartel.

-Ven -se puso de pie y le tendió una mano que Mikasa se quedó mirando -Mamá cocina muy bien, le gustará saber que tengo amigos a quienes llevar a casa.

Mikasa no era de las que fuera precisamente sociable. Le gustaba su soledad. Pero también había aprendido de Carla que no se rechazan las invitaciones tan personales como ir a almorzar a casa de amigos. Algunas veces los Jaeger invitaban a amigos o eran invitadosa cenar. Carla decía que cuando alguien te deja ingresar a su familia es porque te tiene afecto y confianza.

No podía rechazar el gesto de Jean. Aceptó su mano y se puso de pie. Caminaron en silencio por las calles hasta llegar a una casa de dos pisos, pareada junto a otras en un pequeño pasaje.

-Aquí es -anunció antes de llamar a la puerta.

Mikasa miraba alrededor inspeccionando el lugar. La puerta se abrió dejando ver a un hombre un poco más alto que Jean. Cabello cano, bien vestido y muy parecido a su compañero.

-Hola, papá -saludó el muchacho -Ella es Mikasa Ackerman, una compañera de la legión.

Si bien el hombre tenía un aspecto severo, el ver a la chica cambió su gesto a uno suave. Extendió su mano para estrechar la de la chica, quien lo hizo con timidez.

-Dieter Kirstein, un gusto señorita.

-Igualmente -respondió suave -Disculpe haber venido sin avisar…

-No hay problema, niña. Pasa, pasa -le dejó el pase y luego palmoteó a su hijo en la espalda con orgullo -¡Ellie! -llamó al interior -Jean está aquí… y trajo a una amiga.

El pasillo al interior de la casa era algo estrecho y oscuro. Había un espejo a la izquierda y a la derecha una escalera. Casi tropezó con una alfombra.

-Todos tropiezan con ella -Mikasa escuchó una dulce voz y vio a la madre de su compañero -Creo que debería quitarla… la alfombra.

-Y siempre dice lo mismo -comentó el padre tomando la delantera hasta la sala.

La mujer le sonrió examinándola detenidamente y le extendió la mano luego de limpiarla en el delantal.

-¿Cuál es tu nombre, querida?

-Mikasa…

-Mikasa -repitió ella estrechando su mano -Pasa, cariño, no te quedes en el pasillo.

La muchacha ingresó a la sala tan oscura como el pasillo. Un par de sillones frente a la chimenea, ahora apagada. Algunas pinturas desteñidas colgaban de las paredes pintadas de blanco. El padre de Jean le indicó que tomara asiento y ella obedeció. Pronto Jean se sentó a su lado y la madre se les unió más tarde trayendo las flores en un jarrón que dejó en una mesita de centro.

-Aun falta un poco para el almuerzo -comentó la madre -¿Quieres algo, linda? ¿Un vaso de agua?

-No, gracias.

Mikasa repasaba la sala con la mirada. La madre de Jean la miraba con su inamovible sonrisa. Era la primera vez que su hijo llevaba a una amiga a casa ya de crecido, de niño tenía una amiguita que solía ir a jugar con él. Pero luego la vida les llevó por caminos diferentes... ¿Sería que Mikasa era la novia de Jean? Sin duda debía ser alguien especial para él.

-¿Cómo va el ejército, muchacho? -preguntó el padre encendiendo una pipa.

-Bien -respondió viendo el humo salir entre los labios de su padre -Estuvimos en Shinganshina este último mes. La reconstrucción va por buen camino.

-¿Titanes?

-Ni uno solo -comentó y su madre pareció aliviada -Es curioso… No hemos localizado ninguno desde hace un tiempo. Solo un par de reportes de otros lugares, pero todos han sido controlados.

-Mis oraciones han sido escuchadas -suspiró la mujer -Cada día mi alma pende de un hilo pensando en tu seguridad, Jeanbo.

-No exageres, mamá.

El padre asintió pensativo, mientras que la madre observaba a su hijo con cara de orgullo.

-Así que… Mikasa -habló el padre -Eres compañera de Jean.

Ella asintió.

-Somos de la misma generación y escuadrón -respondió ella dándole una breve mirada a su compañero.

-Vaya, una exploradora -exclamó el hombre -Siempre he creído que el ejército no es el lugar para una mujer -había algo de reproche -Debes tener muchas agallas, muchacha.

-Mikasa es la soldado más fuerte de la legión -comentó Jean con entusiasmo -Debe tener un record de titanes a esta altura.

La chica bajó la vista avergonzada.

-Vaya… -murmuró la madre -Para que veas, Dieter. Las mujeres no solo pueden estar en la cocina -sermoneó a su esposo, miró a Mikasa -Me imagino que no debe ser fácil para una chica estar en un lugar así.

-Hay muchas otras mujeres en el ejército, mamá -bufó Jean -De hecho nuestra comandante es una mujer muy eficiente. Aunque está media loca… -rió malicioso.

-El ejército no hace diferencias por género -comentó Mikasa con voz calma, entendía que los padres de Jean no estuviesen informados de aquello -Claro que para algunas chicas debe ser difícil, pero también para los chicos. El ejército es duro para cualquiera.

Ambos padres intercambiaron miradas cómplices.

-¿Y tus padres que opinaron de tu decisión? -preguntó el padre serio -De tener una hija no hubiese permitido que se uniera al ejército.

-Murieron antes.

Jean miró severo a su padre.

-Lo lamento. Disculpa mi indiscreción.

Mikasa asintió ligero. Llamaron a la puerta. Fue la madre quien se apresuró a abrir. Se escucharon unas voces y unos pasos hasta la sala.

Mikasa vio ingresar a un hombre de unos treintipocos junto con una mujer que cargaba a un bebé de poco más de un año y una niña de no más de cuatro. Se quedaron mirando a Mikasa con sorpresa y luego a Jean. El hombre recién llegado se sonrió malicioso.

-¿Jejejeanbo tiene novia? -exclamó el tipo y Mikasa reconoció la misma sonrisa ladina de su compañero en los labios del hombre.

-Ella es Mikasa y es una compañera de tu hermano, Maurice -aclaró el padre.

Otros pasos se precipitaron dentro. Un varón y una mujer con un bebé de meses.

-¿El enano tiene novia? -el otro joven más o menos de la misma edad alzó la voz. El parecido entre los tres varones era indiscutible -Vaya, y es guapa -alzó ambos pulgares -Buen trabajo, aborto de titán.

-¡Jerome! -exclamó la madre sentándose junto a Mikasa -Avergüenzan a su hermano, ambos.

Los recién llegados tomaron asiento e intercambiaron las presentaciones de rigor.

-No sabía que vendrían, pero debí preverlo -murmuró Jean al oído de Mikasa -Lo siento.

-No lo hagas -respondió dando una mirada de reojo a los hermanos de Jean -Son encantadores -bromeó.

-Como un grano en el culo -masculló y Mikasa disimuló una sonrisa.

El mayor de los varones, Maurice, tomó el mando de la conversación. A Mikasa le recordaba mucho a Jean de cuando estaban en la academia. Fanfarrón y dueño de la verdad. Hablaba sobre su trabajo para un negociante que, según él, estaba pensando en establecerse en Shinganshina una vez que terminara la reconstrucción. Su mujer, Aline, parecía agradable, pero era muy callada para crearse una impresión más profunda. Su bebé era hermoso y la niña la miraba con curiosidad mientras jugaba con su muñeca.

El otro de los hermanos, Jerome, era un bromista y disfrutaba de derrumbar las ensoñaciones de su hermano mayor; aunque era totalmente ignorado por el fanfarrón Maurice. Por lo que entendió Jerome trabajaba en un banco. Y por lo que seguía entendiendo, fue el padre quien instó a sus hijos a seguir ese camino, su propio camino.

Era una familia ruidosa. Los hombres hablaban fuerte, a veces le parecía a Mikasa que discutían, pero notó rápidamente que era su manera de comunicarse. Las mujeres, por otro lado, hablaban de niños y pañales… por decirlo de algún modo. Parecían divertirse.

De niña, Mikasa poco y nada compartía con otras familias. La condición de parias en la que se encontraba con sus padres dictaminó aquello, aunque entonces no era consciente de ello. Los Jaeger tampoco eran especialmente sociables, lo justo y necesario decía Grisha.

-¿De dónde eres, Mikasa? -preguntó de pronto la madre de Jean. La chica de volteó hacia ella -Disculpa… es que tus facciones… No se ven muchas chicas como tú por Trost.

-Del muro María -respondió tratando de no sonar muy seca, pero no dar lugar a muchas más preguntas -Shinganshina.

La mujer asintió pensativa.

-Es cierto -comentó la esposa de Jerome, Caroline -Eres muy linda. Me gusta tu cabello. Es tan oscuro.

-Mi cabello también es oscuro -exclamó Aline -Pero no tanto como el tuyo… muy lindo. ¿Sabes quién tenía el cabello como Mikasa? -dijo a su cuñada y suegra -Faith, la mujer de George. Su hija tiene el mismo cabello. Es una princesa. Lástima que murieran con la caída del muro María -miró a Mikasa -Ellos eran de las afueras de Quinta.

Quinta, la ciudad al oeste del muro María. Mikasa sabía que algunos parientes de su madre habitaban por ese lugar. Grisha había tratado de ubicarlos luego de la muerte de sus padres en caso que alguno pudiese hacerse cargo de ella, alguien de su familia directa. Pero no tuvo suerte, aunque tampoco era como que hubiese querido irse con ellos.

-Iré a darle un vistazo al horno -dijo la madre de Jean.

-Te acompaño, suegra -saltó Caroline y le entregó su pequeño a Mikasa, quien solo atinó a sostenerlo torpemente -Tranquila -le sonrió -Si llora lo meces un poco, es un chiquito bien portado.

Y sin más, ambas mujeres desaparecieron por la puerta.

-Yo me hago cargo -dijo Jean notando el encargo de Mikasa -Caroline tiene la costumbre de dejar a Gabriel con los primeros brazos desocupados que encuentra a su lado.

-No -murmuró Mikasa -Está bien.

Jean la miró un segundo mientras ella tomaba seguridad acunando al pequeño entre sus brazos. Trató de obviar lo adorable que se veía sosteniendo a su sobrino y volvió a concentrarse en el monólogo de Maurice.

-No te entusiasmes, enano -se rió Jerome dirigiéndose a Jean -Primero cumple la mayoría de edad antes de embarazar a tu chica.

-¿Q-Qué? -exclamó Jean volviéndose totalmente rojo -¡Ca-cállate!

-¿Por qué te pones tan nervioso, Jejejeanbo? -bromeó el mayor.

-Déjalo en paz, Maurice -exclamó Aline golpeándolo en la nuca y luego a Jerome -Y tú también. Lo único que van a lograr es que Jean no quiera traer a ningún amigo a conocer a su familia. Y no lo culparía, son insufribles -suspiró, miró a Mikasa -No les prestes atención, cariño.

Pero Mikasa estaba demasiado concentrada observando el rostro del pequeño en sus brazos como para estar escuchando el parloteo de los Kirstein. Era tan pequeño y estaba tan tranquilito. Nunca había sostenido a un bebé y… le traía tanta calma.

-Todo en orden -Caroline ingresaba en la sala indicando que ya era momento de ir a almorzar. Llevó sus manos hasta su bebé y Mikasa se sorprendió al verlo ser tomando de entre sus brazos -Vamos, joven señor -le dijo al chiquito acomodándolo en su hombro -Los grandes, a comer.

Era una cocina grande, pudo apreciar Mikasa. Un mesón estaba dispuesto con sendos platos, cubiertos y verduras en el centro. Todos tomaron asiento, ella junto a Jean. Quiso ayudar a servir la comida, pero la madre de Jean fue clara:

-Las visitas no trabajan -le guiñó un ojo.

Como un engranaje perfecto, fueron los propios hijos quienes hicieron todo el trabajo ayudando a su madre. Mikasa no estaba acostumbrada a dejarse servir, pero acató las usanzas de aquella casa. Jean dejó frente a ella un plato con un gran trozo de carne. La boca se le hizo agua. Hacía tanto que no probaba algo de carne. No era algo común, supo entonces que, a pesar de lo sencilla de la morada, la familia de Jean tenía un buen pasar. Entonces… ¿qué hizo que él, viniendo de una familia con recursos, quisiera unirse a la Legión de Reconocimiento? Recordó en ese momento, que Jean iría a la Policía Militar. Claro, eso tenía más sentido, la vida cómoda tras los muros... Él había cambiado su parecer luego de la muerte de Marco.

-¿Vino? -preguntó Jean a su lado sosteniendo la botella.

Mikasa asintió. Claro, ¿por qué no?

El almuerzo siguió tan ruidoso como hasta entonces había sido toda la jornada. Extrañamente no le molestaba… y la distraía de sus pensamientos. Había estado tan concentrada en lo que sucedía -o le sucedía- en esa situación, que su mente se alejaba de los titanes, de sus responsabilidades y sus preocupaciones… de cómo iría el entrenamiento de Eren y Armin.

-Cuida tus porciones, Jejejeanbo -indicó Maurice al ver la montaña de puré que su hermano menor ponía en su plato -O vas a volver a ser una pelota grasosa.

-Cállate, idiota -gruñó Jean indicándolo con la cuchara del puré.

-Déjalo, Maurice -lo regañó la madre -Debe ser extenuante el trabajo en la legión, míralo lo guapo que está mi bebé. Pero ponerle algo de carne a esos huesos no estaría mal.

-Mamá -masculló Jean avergonzado.

-Si era tan rechoncho y adorable -comentó Jerome burlón y le pellizcó una mejilla, pero en lugar de soltarlo llevó la mano al mentón de su hermano -¿Ya te afeitas? Si estás tan grande -continuó malicioso.

-Déjalo -Jean le apartó la mano de un manotón -¿Acaso no puedo tener un almuerzo en paz?

-No en esta familia -respondió Maurice.

-Dejen de meterse con él -exclamó Caroline risueña -Lo avergüenzan delante de su amiga.

-Gracias, cuñada -ahora exclamó Jean.

-¿Y si contamos historias vergonzosas del enano? -propuso Jerome entusiasmado -Como esa vez que corrió el bolas por toda la casa cuando vino el médico para pincharlo. -¿Cuántos años tenías, Jejejeanbo?

Jean miró a su padre y él se sonrió malicioso.

-No creo que a Mikasa le interese -aclaró Jean completamente rojo.

-Al contrario -ahora fue ella quien tenía un gesto malicioso -Podré chantajearte cuando te metas con Eren.

-¿Quién es Eren? -preguntó Maurice con interés.

-Su hermano -masculló Jean -Y no te atrevas a seguirle el juego a Jerome -lo apuntó con el tenedor -O voy a contar esa vez que llegaste ebrio.

-No te atreverías -gruñó el mayor.

-Pruébame -lo retó.

-Todos tenemos historias vergonzosas -comentó Aline restándole importancia -Mis padres siempre me recuerdan que cuando tenía dos años odiaba ir al baño y me escondía a orinar tras las puertas -se rió -¿Ves, Jean? Eso es peor que correr en bolas a los 11 por la casa por un simple pinchazo.

-Anotado -Mikasa se dio un par de golpecitos en la sien -Jean es un bebé cuando se trata de las curaciones -agregó -Así que no ha cambiado -bromeó.

-Ay, bebé -suspiró su madre -Esas cosas rompen mi corazón. Y tu mamá no está para consolarte.

-Gracias, Mikasa -masculló Jean.

-Un gusto, cuando quieras -bebió de su copa.

-Me agrada tu chica, pequeña bestia -comentó Jerome y Maurice asintió -Duro con él. Necesita una mujer con la falda bien puesta para controlarle ese genio de mierda.

-Igual que tú, odioso -bromeó Caroline -Los Kirstein tienen un carácter horrible -suspiró.

-Estás en terreno enemigo, cuñada -advirtió Maurice.

-Eso no les quita encanto -se defendió la mujer -Una mano dura y tendrás un gatito meloso, Mikasa. ¿Verdad, Jerome? -le pellizcó la mejilla a su esposo.

-Culpable -asumió -Papá me dio un buen ejemplo. Un Kirstein siempre tiene la última palabra en su castillo. Y esa es…

-"Sí, mi amor" -dijo el padre con aire triunfante -El secreto de todo matrimonio exitoso. Para qué pelear por trivialidades. Trata a tu mujer como una reina y siempre tendrás una sonrisa al volver a casa.

El tema quedó en el olvido pasando a cosas como el trabajo, los sobrinos de Jean, los arreglos que había que hacerle a la casa, los fanfarroneos de Maurice, las bromas de Jerome…

Fue de esos almuerzos largos, esos que se extienden entre el vino, la excusa del té para la digestión, algo para acompañar el té. Cada tanto las cuñadas de Jean se levantaban de la mesa para dar de comer a los niños, hacerlos dormir o acudir a su llanto cuando despertaban. Y así se pasó la tarde.

Antes de las seis de la tarde, ambos chicos de la legión estuvieron de regreso en el cuartel. Compartieron una breve despedida, lo usual, un "nos vemos más tarde" y un "gracias" de parte de Mikasa.

-Lamento lo del entrenamiento -se disculpó Eren al encontrarse con su amiga en el pasillo, luego de que ella se separara de Jean.

Armin compartió las disculpas y agregó:

-¿Qué hiciste finalmente? No me digas que te la pasaste aquí… -la voz del rubio estaba cargada de culpa.

Mikasa negó, pero no dijo nada más. Armin ladeó la cabeza. Eren la observó un segundo antes de comenzar a relatar de qué se trató su entrenamiento. Los tres se perdieron en los jardines del cuartel.

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