La Cabaña
-Me encanta volver aquí -suspiró Mikasa.
La cabaña estaba tal cual la habían dejado la última vez que la habían visitado, las últimas vacaciones.
-Es una lástima que los niños no quisieran acompañarnos -comentó Jean desilusionado.
Mikasa dobló una de las sábanas con las que había cubierto todos los muebles para que no se empolvaran. Jean terminaba de barrer la pequeña sala que estaba abierta a la también pequeña cocina. La cabaña solo tenía un piso, dos cuartos, uno de ellos y otro de los niños con dos camarotes y una mesita de noche al centro.
-Están demasiado grandes para querer pasar un par de semanas con sus padres a medio camino entre Shinganshina y Trost en medio de la nada -respondió tranquila -Al menos Chris estará con ellas. Mientras nosotros tenemos a nuestra última víctima.
Mikasa miró a un pequeño de pelo oscuro sentado en el sillón con sus pies colgando y meneándolos todo felicidad mientras jugaba a masticar su caballo de madera. Era un chiquito de un año y medio, de intensos ojos marrones como su padre y… tan parecido a Mikasa como toda la tropa Kirstein.
Benjamin, o Bennie, como lo llamaban sus padres había sido producto del descuido de aquel fin de semana sin los chicos hacía dos años.
La mirada de Jean fue a dar con el menor y último de sus hijos. Fue una sorpresa saber que Mikasa estaba embarazada aquella vez. Ciertamente ninguno de los dos lo esperaba. Con Chris y las niñas habían decidido que tenían su familia completa. Se habían preocupado que así fuese, ya que en las dos oportunidades anteriores se habían percatado que ambos eran muy fértiles y bastaba un solo descuido para traer otra criatura a ese mundo cruel, pero hermoso.
-Bennie -lo llamó Jean y el chico lo miró de inmediato con una enorme sonrisa pícara -No crezcas, ¿vale?
-Upa, papá -respondió tirando sus brazos.
Jean iba a soltar la escoba, para cuando Mikasa lo detuvo con una sola mirada.
-Papá está barriendo, después todos los upa que quieras, bebé.
-Bayenno -repitió en su idioma de bebé -Bayenno.
Se bajó del sofá y fue hasta su padre para tomar la escoba ayudado por Jean. Estaba dichoso de barrer como si fuese el mejor juego del mundo. Repetía "bayenno" todo felicidad.
Mikasa doblaba otra sábana mientras los veía jugar a barrer. Recordó cuando se descubrió embarazada aquella mañana que sintió que el clásico omelette dominicano de Jean olía a diantres. Solo le bastó morar el calendario y estallar en furia culpando a Jean y su "pito preñador". Jean solo se reía, sabiendo que la molestia de Mikasa solo duraría un par de minutos antes de sollozar llena de emoción porque tendrían otro hijo. Su pequeño Benjamin llegó al mundo en primavera, una mañana tranquila, que anunciaba que el carácter del nene sería tan calmo como el día que lo vio nacer.
Pronto todo estuvo en orden y era momento de la cena. Jean se encargó de todo, como solía ser cuando Mikasa estaba criando. Bennie, como buen hijo menor y malcriado por toda la familia, aun pedía que le dieran pecho aunque fuese solo para quedarse dormido. Mikasa no se negaría, se había prometido atesorar cada momento con él.
Mientras Jean terminaba de lavar los platos, Bennie estaba bien pegado al pecho de su madre mientras ella le acariciaba la cabecita morena. Estaba profundamente dormido.
-Me gustan estos cabellos rubios que tiene en la frente -comentó ella sin retirar la vista del rostro calmo del chiquito.
Lo acomodó fuera de su pecho para volver a cubrirse. Jean dejó a un lado la loza y fue por el chiquito para tomarlo y apoyarlo contra su hombro acariciando su espalda.
Fue a dejarlo a la habitación, donde se le escuchó llorar al sentirse dejar en la cuna que habían dispuesto en la habitación de ambos. Mikasa escuchó a Jean cantarle suave al pequeño hasta que la calma volvió a la cabaña.
Aun recordaba cuando con Jean habían decidido comprar la propiedad y arreglarla a su entero gusto. Apenas habían pasado un par de años desde el término de la guerra y la compra de esa casa les trajo ese sentimiento de conclusión. De cierre. Era el momento de escribir una nueva historia, una de esperanza y felicidad. ¿Lo habían logrado?
Jean cerraba la puerta de la habitación y volvía a sus platos.
Claro que sí, lo habían logrado. Con creces y no sin desavenencias. Discutían como toda pareja, por cosas absurdas, de convivencia. Pero, en general, su vida era muy plácida.
-¿Se durmió? -preguntó Mikasa.
-Como un lirón. Pero se molestó cuando se dio cuenta que ya no estaba con su mamá. Lo entiendo, también me enojo cuando el despertador suena y tengo que soltarte.
Mikasa soltó una risa.
-¿Querrás decir cuando tienes que dejarle los senos en paz? Tú y tu manía de agarrarme algo para dormir. Si no es un pecho, me metes la mano entre las piernas.
-Es que eres muy calientita -se disculpó inocente -Además, ¿dónde quieres que deje mis manos?
-¿Alrededor de mi cintura como la gente normal? -respondió Mikasa risueña -Ya, déjalo. Has sido igual por tanto tiempo que si dejaras de hacerlo creería que tienes a otra mujer.
Jean dejó el último plato seco y la miró desde el fregadero, apoyando ambas manos en él.
-¿Realmente crees que podría tener una amante? -preguntó Jean.
Mikasa ladeó la cabeza un segundo mirándolo. Ciertamente alguna vez cruzó por su cabeza. En el ejército había tentaciones. Mujeres más jóvenes, sin un cuerpo con los estragos de los embarazos. Mujeres que haría cosas como seducir a un superior solo atraídas por el poder. Sin desmerecer que Jean tenía lo suyo, pero el poder vuelve a los hombres aun más atractivos.
-Tu silencio me preocupa -dijo Jean avanzando hasta ella y tomando asiento a su lado en la mesa -¿En serio?
-¿Nunca has mirado a otra mujer?
-Con las intenciones que insinúas no. Claro que no. Veo mujeres todos los días, pero son solo eso, mujeres. Tú eres mi mujer, es diferente. ¿Acaso crees que arriesgaría lo nuestro por otra mujer? -Mikasa negó -Muy bien. Porque no lo haría. O, ¿acaso tú has mirado a otro tipo?
-No, cómo crees -exclamó a la defensiva -Me la paso todo el día en la casa o comprando o en la escuela de las niñas. No es como que sean los mejores lugares para conocer a un amante.
-Estamos en igualdad de condiciones, señora Kirstein.
Mikasa sonrió.
-Te encanta decir eso -dijo de buen humor.
-Sí, no lo oculto. Casarme contigo fue lo mejor que me ha pasado. Aparte de los niños. Tengo la vida que quiero, con la mujer que amo. Una mujer que ha sido generosa, amorosa y dedicada. Si no lo reconociera sería un idiota. Nunca pensé que podría enamorarme todos los días de ti, pero lo hago.
Mikasa soltó una risa cantarina.
-Eres tan cursi -volvió a reír.
-Y te encanta, reconócelo.
-Sí, me encanta -admitió Mikasa tomando la mano de Jean -A veces quisiera poder decir las mismas cosas que tú.
-No es tu estilo -respondió Jean -Pero lo demuestras todos los días. Me amas, me adoras y crees que soy todo un guapetón.
Mikasa volvió a reír. Asintió sonriente. Jean llevó sus manos entrelazadas y besó el dorso de la mano de Mikasa.
-Me gustaría volver a vivir aquí -dijo Mikasa mientras Jean le acariciaba el dorso de la mano -Pero arreglemos lo del baño antes.
-Llamaré a unos trabajadores en estos días. Seguro tienen alguna idea. Las casas de las cercanías ya están urbanizadas. Es una buena manera de aprovechar el tiempo aquí. No más letrinas será nuestro lema. Al menos tenemos luz eléctrica, y el generador funciona de maravilla.
-Podríamos ver eso en Trost mañana, aprovechamos de ver a tu madre. Si sabe que estuvimos aquí y no le llevamos a Bennie nos quemará vivos -bromeó Mikasa.
-Es una buena idea -respondió Jean -Le gustará la sorpresa. Esa pobre vieja se la pasa sola o cuidando a los enanos crecidos de mis hermanos.
-Quizás deberíamos decirle que viva con nosotros en la capital, ¿no crees? -propuso Mikasa -Me sería de ayuda con Bennie. Y así no estaría sola. La vejez sola debe ser difícil.
Jean asintió. Le parecía una buena idea. Compensaría los años nefastos que tuvo con su madre en la adolescencia y que, ahora de padre, se reprochaba enormemente. Además, los chicos amaban a su abuela. Hasta Chris la llamaba "abuelita Ellie" y su madre lo adoró siempre como si fuese de su sangre.
-Deberías proponérselo tú, Mikasa. Le encantaría.
-Lo haré con gusto -dijo con convicción.
Jean se puso de pie para preparar un té. Lo vio sacar las tazas y cargar la tetera con agua.
-Jean…
-¿Sí, amor? -preguntó poniendo la tetera al fuego.
-Tengamos otro bebé.
Jean se volteó sorprendido y algo asustado. ¿Qué diantres le había picado a Mikasa?
-¿Ah? -fue lo único que salió de su boca.
Mikasa se rió entre dientes de la cara de Jean. Si hubiese tenido a mano su nueva cámara de fotos le hubiese tomado una de inmediato. Tenía los ojos como platos y su boca abierta le daban un aspecto todo bobo.
-Sabes que odio los números pares y tenemos cuatro niños -explicó ella con calma -Además el pobre Bennie no tendrá con quien jugar. Si nos apresuramos no tendrán mucha diferencia de edad. Pronto estaré de demasiada edad para ello. No sería seguro. Además si tu madre está en casa sería más llevadero… Chris ya no está en casa nunca, tiene a su novia y ya veo venir las campanas de boda. Rosie tiene dieciocho y solo quiere marcharse a la capital a la universidad.
-Ella no se va a ninguna parte…
-Como dije -el tono de Mikasa se volvió fiero -Rosie va a irse a la universidad a estudiar -Jean tragó saliva asustado, no volvería a oponerse obviamente -Liesel ya tiene catorce y seguro va a seguir el mismo camino de Rosie.
-¡Liesel sí que no!
-Va a seguir el camino de Rosie… -retomó Mikasa, Jean masculló por lo bajo una maldición por no tener ni voz ni voto en su propia casa -Y solo quedaremos nosotros con Bennie. Necesita un hermanito o hermanita. Sino será un niño malcriado como alguien que conozco y no voy a decir su nombre. Pero lo estoy mirando…
Jean gruñó molesto y Mikasa le lanzó un beso.
-De acuerdo -exclamó -Pero no quiero reclamos ni que me culpes por lo que hace mi hijo o hija -la apuntó con un dedo.
-¿Cuándo me he quejado? -preguntó Mikasa haciéndose la inocente. Jean volvió a mascullar -Sabes que quieres otro hijo, Jean. Odias los números pares tanto como yo -se puso de pie para quedar junto a él -Y te encanta hacer bebés conmigo. Nos quedan tan bonitos, ¿no crees?
-Eso es porque tú eres hermosa -respondió Jean tomándola por la cintura -Soy tan suertudo. Tengo la mujer más hermosa de toda la isla. Y del mundo, eso seguro.
-Ahí van tus cursilerías otra vez -bromeó Mikasa tomándolo por las mejillas -Y yo tengo el esposo más adorable, cariñoso y guapo del mundo.
Jean enarcó una ceja.
-¿Acabas de ser tierna y cursi? -preguntó sin creerlo, ella le sonrió y lo besó en la nariz -De acuerdo, tú te la buscaste.
De un rápido movimiento se la cargó en el hombro.
-Tú y yo vamos a hacer otro precioso bebé. Y lo vas a disfrutar -sentenció Jean.
-Como siempre.
En un segundo estuvieron en su cuarto siendo tan cuidadosos como pudiesen con el ruido. No querían ser descubiertos por Bennie.
La llegada de Ellie Kirstein a casa fue agradecida por nietos, hijo y nuera. Sobre todo cuando un par de semanas después Frank vino al mundo, en verano. Un chiquito castaño, casi rubio de ojos oscuros, que mientras fue creciendo mostró los fuertes rasgos de su padre.
Tal como vaticinó Mikasa, Rosie y Liesel partieron a la capital a estudiar. Chris se casó con su novia y no tardaron demasiado en hacer crecer la familia.
Cuando Bennie tenía seis años y Frankie cuatro, los Kirstein se trasladaron a su casa en el campo, donde todo había comenzado. Jean había presentado su renuncia a la comandancia y se conformó con el puesto de instructor en la academia de guerra en Shinganshina.
-Entonces el abuelo dirigió las fuerzas de Paradise a la victoria -dijo Chris a su hijo, Jean, de diez años -Y después se casó con la abuela.
El pequeño Jean lo miró con reticencia. Ellie dormía en un sofá con un gato sobre su regazo.
-¿Y cómo es que el abuelo se casó con la abuela? Está bien feo y enojón -dijo ariscando su nariz.
Chris se largó a reír.
-¿Por qué no le preguntamos a la abuela?
Mikasa, quien llegaba a la sala para sentarse frente al fuego con su tejido -un chaleco para el pequeño Jean- los miró con curiosidad.
-Abuelita Miki -dijo el pequeño -¿Por qué te casaste con el abuelo?
-Porque era el soldado más valiente y hábil de todo Paradise -respondió -¿Papá ya te contó de sus aventuras? -el niño asintió -Y porque el abuelo, era muy guapo. Sigue siendo el viejo más guapo de todo el mundo.
-Te escuché, abuela -dijo Jean apareciendo en la sala con un chocolate que entregó al pequeño Jean -Y no estoy viejo, estoy experimentado.
Pronto la esposa de Chris estuvo junto a ellos frente a la chimenea, tal como Rosie, Liesel, Frank y Benjamin. Sin duda las vacaciones en familia era algo que atesorar, pensó Mikasa.
Finalmente tenía la familia que siempre deseó tener, esa familia que logró llenar el vació que durante años cargó en su corazón.
Fin
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