CAPITULO 4

BEATRIZ

- Dios, voy a ir presa por esto... - Dice una, muy trágica.

- Y yo, derecho al infierno cuando muera... - Continúa otra, fatal.

- No podré entrar a mi país nunca más... - Gime una tercera.

- Chicas, un voto de confianza, ¿si? - Interrumpe el lamento entre divertido y serio de todas, Caro.

Que a mi lado y frente al gran espejo que cubre una pared de la puerta de mi armario, estoy de pie mirándome a través de él, en ropa interior.

- Solo, será un par de meses... - Miro a cada una por el reflejo. - ...cuando el periodo parcial de prueba pase... - Afirmo convencida, pese a ser una locura. - ...donde estas cosas siempre funcionan igual, comenzando como cadete y permitiendo que me involucre de a poco por no tener experiencia laboral en el mercado... - Me giro a mis amigas.

Y suspiro, caminando a un cajón de la mesita baja junto a mi cama y saco de su interior un papel a medio doblar y se los extiendo a ellas.

Una carta.

Sar lo relee y pasa a Gabriela negando triste, para luego a Mariana como Caro.

Y esta, lo mantiene en sus manos para que lo haga desde el móvil, Yaritza.

- ...mi abuela me escribió, semana atrás. - Prosigo ante la reacción silenciosa de todas, tras leer la humilde carta de mi abuelita. - ...los huesos de mi madre ya no dan más de tanto trabajar en el puerto. - Sonrío triste. - ...cosa que nunca me dijo este último tiempo y la esporádicas veces que viajé en estos cuatro años o cuando hablamos por teléfono...

Nací con mi hermano dos años menor en un seno familiar muy sencillo como mencioné anteriormente.

Donde, toda la vida y por vivir al sur del país.

Pueblito de zona pesquera y portuaria.

Base de cadenas montañosas y ambos océanos rodeando este y lejos de universidades y siendo ellos, hijos de padres pesqueros humildes a su vez.

Lo único que conocieron desde su adolescencia y tras casarse a temprana edad en lo laboral y vida, también fue más puerto y más pesca.

No reniego en absoluto de mi origen.

Todo lo contrario.

Estoy muy orgullosa de ello.

Porque y pese a haber nacido en una cuna lejos de ser de oro y el confort.

Y la palabra lujo prácticamente, nunca existió para mi hermano y para mí.

No cambiaría por nada del mundo eso.

Mi hermoso pueblo del sur del país entre montañas, bosques y océanos.

Donde no tiene nada que envidiarle a la misma Suiza con sus Alpes, nieve y paisajes.

Porque mi pueblo es un cuento de hadas viviente y por ello, entre los favoritos del sur para vacacionar.

Especialmente por viajeros y peregrinos extranjeros.

Cual, mi madre viuda y al quedarnos sin un padre a mitad de nuestra adolescencia con mi hermanito y cobrando un seguro de vida por ello, sin nunca saberlo.

Lo utilizó para abrir un pequeño restaurant sobre las costas de los océanos y regentearlos con esas habilidosas manos para la comida casera que tiene.

Explotando el recurso de nuestro pueblo para el público forastero y el no, en platos deliciosos y referentes a la pesca, cual con los años y aunque no es sofisticado ni elegante, los comensales turistas o no, se abarrotan para probar su famosos guisados de mariscos, como demás menús costeros que ofrece.

Restaurant que ya ella sola pese a tener ayuda, ya no puede mantener y por más que mi hermano corre a auxiliarla cuando no trabaja en su barco.

El que heredó de mi padre como abuelo.

Restaurant simple, pero pintoresco.

Y tan bonito como una postal misma, con su fondo portuario y montañas nevadas de fondo incipientes y poderosas detrás, como temibles guardianes protegiendo el lugar.

Y con sus costas oceánicas y su música de siempre del ir y venir de su oleaje, golpeando estas.

Restaurant que me prometí a mí, misma, y al separarme de mi familia querida, sobre su apoyo incondicional de ir tras mi sueños a la gran capital y su ciudad.

Y con mi estudio que a base de esfuerzo y sacrificio.

Horas desveladas por estudiar.

Y otro tanto en mis trabajos de medio tiempo.

Poder ayudar una vez establecida en lo laboral y de lo que amo.

- ...no me molesta volver a mi pueblo y dedicarme a cuidar el restaurant de mi familia... - Les digo, tomando asiento en el borde de mi cama. - ...no lo siento como castigo, ni como un fracaso, porque lo intenté... - Prosigo, mirando mis manos entrelazadas entre mis piernas. - ...hasta podría conseguir y hacer algo de lo mío en mis tiempos libres en el pequeño periódico y revista semanal de mi pueblo... - Miro la carta de mi abuela que sostiene Caro. - ...pero, tan solo por una vez... - Deseo, cerrando mis ojos. - ...tan solo una vez y por ese tiempo de caducación... - Lo anhelo. - ...quisiera trabajar en ese magazine.

Mis ojos ahora abiertos, recorren a cada una que me escuchan atentas y silenciosas.

- Saber que se siente y a costa de lo que sea ese sacrificio, en ese periodo de prueba... - Suspiro, recordando la postulación de mañana. - ...prometiendo que el tiempo que dure eso, me marcho silenciosa y llena de felicidad a mi pueblo para hacerme cargo del restaurant, así mi madre descansa como se lo merece... - Sonrío entre triste y feliz y a dos segundos de dejarme caer de rodillas y suplicar con un morrito.

- Nunca tuviste una oportunidad... - Al fin habla una.

Yari, desde la pantalla.

Asombroso ese celular y su batería por como dura.

- Nunca se la dieron. - Corrige Gaby, sobre el asentimiento de todas al mismo tiempo con sus barbillas frente a mí.

- Jesús... - Murmura Mariana. - ...esta locura va contra las reglas... - Dice pensativa y frente a punto fijo de una de las paredes.

El mediano estante en madera blanca con un par de libros y varios portarretratos con fotos mías, de mi hermano y mi madre abrazados, con rostros donde hay señales de cansancio por el arduo trabajo diario.

Pero, pese a ello.

Sonrientes y felices, frente a mi cámara de foto.

- ¡Joder, sí! ¡Vamos hacer esto, maldita sea! - Sar aplaude y se frota las manos entre sí, convencida como mirándome y luego a las chicas.

Y yo miro a todas con mi rostro iluminado, porque asienten sonrientes y siendo cómplices de mi locura de amor.

Porque, lo es.

Por amor a mi trabajo y aunque sea por corto tiempo su límite se va a concretar.

Y por amor luego a mi familia, que sea cual sea el resultado final.

Voy a cumplir mi promesa de ayudarlos.

Solo Mariana sobre su sonrisa, duda y por ello todas esperamos su veredicto.

Sus ojos van a todas, para luego a mí y otra vez a todas.

Camina sobre mi habitación, reflexiva.

- Les daría un sermón que les haría sangrar los oídos a cada una... - Niega, luchando contra sus principios.

Me señala con su índice.

- ...prometes, que solo será ese par de meses de prueba y feliz y satisfecha Beti, no seguirás con esta locura? - Me pregunta.

Me pongo de pie.

- Lo prometo... - Junto mis manos. - ...prometo mucho...

Su mueca pensativa, sigue.

Pero tras segundos desgarradores, transformarse en una sonrisa.

Niega divertida.

- Jesús querido... - Murmura al fin y alisando su lindo traje con sus manos, para luego mirarnos con decisión. - ...de adolescente que no hacía pendejadas raras con mi marido... - Ríe. - ...ok... - Ella también palmea sus manos para activar el movimiento. - ...comencemos con esta mierda, porque la noche va ser larga y mañana es el gran día para nuestra amiga. - Ordena, movilizándonos chasqueando sus dedos.

Y que comience.

Sonrío feliz y ante el festejo de todas, abrazándome.

Y suspiro entre sus brazos.

Mi cambio de imagen por ir, aunque sea por un corto periodo.

Tras mi sueño...

Esa noche tras muchas horas con café de por medio para luchar contra el sueño y cansancio de cada una.

Delivery de pizzas que gustosa comimos.

Una escapada de Sar, fugaz a la farmacia más cercana por cosas.

Otra, Mariana al teléfono y pidiendo a su hijo mayor que traiga a mi departamento otro de sus trajes.

El de saco y pantalón y entre sus favoritos.

El negro.

Como también, su canastita de costura de hilos y agujas.

Que siendo muy diestra en ello y con un ángel sus manos para la confección, sin perdida de tiempo una vez entre sus dedos ambas cosas, se dispuso a cambiar y transformar su diseño femenino con aire más masculino.

Mientras.

Y la buena música de mi radio nos acompañaba.

Jesús de los cielos.

Mis otras amigas.

Se encargaban de mi cambio de imagen.

De mujer a muchachito, como me confundió ese sexy gladiador Cael.

- Tú, puedes. - Alenté a Sar detrás mío, muy convencida y sin un atisbo de arrepentimiento.

- No quiero ver... - Gimió Caro a la distancia y tapando con sus manos sus ojos, pero espiando sobre ellos.

- Me duele, hasta a mí... - Soltó Gabriela, sobre mi risa y Yari riendo también.

- Pero hay que hacerlo. - Interrumpo a todas y mirando sin dudar a Sar desde abajo y silla que me encuentro, mientras acomodo mejor la pequeña toalla rosa sobre mis hombros y con una afirmación de mi barbilla, le ordeno que lo haga.

Y ella obedece, sobre un movimiento preciso y diestro, tras los gritos de asombro de todas por ello.

La tijera, en una de sus manos y en la otra, un peine.

El primer mechón de mi largo, ondulado y oro pelo, cae al piso.

Seguido.

Por el resto.

Mi viejo despertador marca las siete de la mañana en punto al día siguiente, sobre los bostezos y miradas de cansancio y falta de sueño de mis amigas.

Una sentada, pero abrazada sobre un almohadón en el piso alfombrado de mi habitación.

Otras, tendidas y recostadas en mi cama, comiendo las últimas porciones de pizzas ya frías y con más café recién hecho.

Y una última, dormitando sobre su sillón azul desde la pantalla del celular.

Pero todas, reaccionan como si fuera que el agotamiento y las ganas locas dormir no existieran, incorporándose rápidamente desde sus lugares.

Cuando Sar abre la puerta de mi baño donde estamos, sonriente y muy orgullosa como satisfecha por el arte final sobre mi persona.

Y saliendo ella primero, abre toda esta.

Para darme paso.

A mí.

Que lo hago con pequeños pasos y mirando a todas entre rara y feliz con ganas de reír.

Mucho.

Porque sus expresiones de ojos fuera de órbita.

Mandíbula desencajada.

Y sus lindas boquitas abiertas por asombro sin hablar.

Me dicen.

Y que ven y tienen, frente suyo.

Con ya el traje negro puesto de Mariana, lejos de ser femenino y ahora con corte jovial y masculino, gracias a sus manos y la costura.

Camisa blanca que olvidó mi hermano en su última visita y siendo casi ambos de la misma contextura física.

Y mi adorado y más de una vez elogiado pelo rubio, ya lejos de ese largo.

Para ahora llevarlo muy corto, con estilo, aire desprolijo y un tinte más oscuro, gracias a Sar y mente maestra por la moda.

Y mi cuerpo con postura casual de manos en los bolsillos y observándolas.

Donde sobre mis prendas, no hay sospechas ni señal de pequeños pechos femeninos bajo este, ya que los cubre y oculta estas, una venda envueltas por Sar que compró entre otras cosas en su visita rápida a la farmacia.

- Dios...eres hermoso... - Aplaude maravillada Caro, dando un salto de la cama para acercarse.

No se la cree.

- ...Te daría sin arrepentimiento y ni necesidad de alcohol... - Argumenta, entre risas y tocando mi plano pecho con un dedo.

- Hasta das ternurita con tu pelito y todo vestidito así... - Gime Gaby, tomando mis mejillas y me las estira a placer, tipo esas tías que nunca faltan en la familia.

- Pe...pero...parezco un hombre? - Pregunto sobre sus adulaciones, preocupada mirándolas. - ...parezco un muchacho? - Insisto, haciendo a un lado mi casi castaño pelo que cae sobre un lado de mi frente con una mano.

Y me gano un gemido de amor de todas con sus manos en sus pechos por esa acción.

Las miro raro.

¿Eso, es un sí o un no?

- Beti gracias a tu cuerpito con pocas curvas y por ende, ese caliente chico te llamó muchachito... - Me dice Mariana. - ...y con tu aire juvenil... - Mira su traje que llevo puesto, para luego ella volver acomodar mi pelo con corte masculino y algo rebelde, que cae otra vez sobre mi frente a un lado. - ...realmente, pareces un guapo hombrecito. - Sonríe, palmando mi mejilla convencida. - Muy atractivo y listo para ir a esa entrevista de trabajo y patear traseros...

Y así.

Sobre el apoyo y un último abrazo por todas, tomando tanto el periódico dejado por esa mujer elegante en la cafetería, como mi carpeta con trabajos de mi carrera.

Y un ya y por el momento, lejana cartera mía que siempre llevé conmigo.

Exhalo un aire, super decidida.

Me encamino a la parada del autobús y en dirección a la editorial donde la revista.

El magazine, para y por la mujer

Féminan.

Espera sus nuevos postulantes para trabajar en ella.

Pero mi ceño se frunce.

Ya que noto algo extraño y miro medio rara como confundida.

Porque, desde que subí al colectivo que me llevó hasta la dirección de la editorial y donde me gané un par de cruces de miradas de estudiantes entre sí, sobre sus asientos y hasta cierta risitas entre ellas por lo bajo, señalándome.

Ahora, mientras ingreso por la puerta principal en su vidrio, donde me roba un gran.

- Guau... - De admiración por el diseño arquitectónico del edificio.

Mobiliario y decoración en su pulcros grises, blancos y la totalidad de su exterior, todo vidriado en tamaño y altura de su docena de pisos.

Me sigo sintiendo observada con cada paso que doy en dirección a la gran mesa de entrada y atención al público de la editorial.

Por mujeres.

Sip.

Docenas de estas entre muchos hombres en este gran vestíbulo caminando.

Muy bonitas en vestimentas y peinados que van y vienen en este emporio editorial para la mujer.

Y les devuelvo a todas en su susurro y regalándome una sonrisa.

Arrugo mi ceño.

¿Seductora?

Una mirada extraña, hasta que me topo con mi imagen reflejándose en una vitrina tipo decorado.

Y mi boca cae al verme de cuerpo entero.

Obligando a que me arrime, porque me cuesta creer lo que me devuelve el reflejo del vidrio, mientras me escaneo de arriba abajo y me giro sobre mis pasos.

- Carajo... - Susurro, acomodando mi ahora lacio pelo corto, algo más castaño y que cae sobre mi frente y casi ocultando mis ojos claros. - ...soy muy guapo! - Exclamo, tapando mi boca por la risa y entendiendo la miradas entre lobunas y felinas de las mujeres.

Carezco de un mega físico y cuerpo de muerte como nos gusta con mis amigas y por eso somos como una especie de mujerzuelas literarias, de tanto leer noves Romance y babearnos por los calientes protagonistas masculinos.

Pero soy tan bonito que hasta yo misma me doy ternura, me digo para mí, satisfecha y echándome un último vistazo, mientras retomo mi camino al distinguido moblaje, donde dos chicas en sus pulcros trajecitos en azul y blanco, detrás de este y con sonrisas amplias en sus labios delicadamente maquillados, ayudan y orientan con tu consulta.

Y por ende.

Me regalan una también con la ubicación de los ascensores y piso que debo ir para asistir a la entrevista laboral, mientras una compone una credencial de visitante para mí, y la otra llena la carpeta de entrada para que pueda subir.

- ¿Nombre? - Me dice esta, muy sonriente desde el mostrador que estoy apoyada y mirando todo lo que me rodea.

- Bet... - Suelto y me trago mi nombre de mujer.

Porque, casi meto la pata.

Y sobre el pestañeo de no entender de la linda chica dudando, mi turno de sonreír haciendo a un lado mi pelo de un movimiento de mi cabeza.

Muy masculino.

Para fingir.

- Beto... - Corrijo rápido y engrosando como puedo mi voz, más una sonrisa seductora que intento hacer, apoyando un brazo en el mostrador con aire casual.

Creo.

- Alberto. - Corrijo, utilizando el de mi hermano. - ...Alberto York... - Repito.

Y que Dios y mi hermanito, me perdonen por ser tan mentirosa.

Como también, rogando que ambas no sospechen de mi verdadera identidad.

Y cierro mis ojos con miedo, esperando que mi farsa no llegue a la luz.

Un silencio algo terrorífico, se hace hasta que.

- Awww...tiene nombre de príncipe... - Dice una, de forma dulce de golpe y entrelazando sus manos en su pecho.

Abro mis ojos.

¿Qué?

- ...y la de un sexy piercing genital de hombre... - Formula la otra.

Arqueo una ceja.

Porque ella, está lejos de una ternura y más bien lasciva.

¿Y eso?

Un momento.

Eso significa...

¿Qué pasé?

¿Y qué, no se dieron cuenta?

Y la respuesta llega rápido.

Sus últimas recomendaciones repitiéndome siempre sonrientes, donde están los ascensores y entregándome con guiño de ojo, mi credencial de pase como visitante al edificio.

Y hasta el número de celular de una, tras este.

Y quiero reír.

Guau.

Porque eso hacemos cuando somos osadas, nos atrevemos y porque, significa que parezco en realidad como de verdad, un muchachito.

Sonrío.

Uno muy lindo, por cierto.

Y hasta ganas de hacer un bailecito de alegría me tienta, mientras me dirijo a uno y aprieto su botón de llamado a planta baja.

Pero retengo ese impulso con el temor constante de ser descubierta y me tranquilizo, buscando con mi mano libre y por abajo de la camisa de mi hermano.

Lo único que me da calma.

Loco, pero real.

A mi dije, que llevo siempre y cuelga por una cadenita de mi cuello.

Esa alianza de compromiso de vaya a saber quién y que apareció en mi mesa esa noche en el mercadito bar, junto a la costosa chaqueta gótica cubriendo mis hombros.

Y vuelvo a sonreír, ante su contacto entre mis dedos y bajo mi ropa.

Sonrisa que se agranda cuando las doble puertas en su acero pulido se abren para mí, e ingreso feliz sola a el dejándome llevar por la buena canción y de moda que suena en su interior y abrazando más contra mí, mi carpeta de estudio como trabajos y el periódico abandonado por la mujer elegante de la cafetería.

Pero algo me congela, casi en sus puertas cerrándose.

Que ni la música puede cubrir.

Y como si fuera esos perfumes importados y tan masculinos, que hasta una cierta distancia llega a una por su aroma.

Tal que en contacto con la piel masculina provocan al sentirlo, no solamente que voltees para ver que Dios Helénico lo lleva puesto.

Sino.

Pedir que las autoridades sanitarias lo prohíban, por promulgar la lujuria y que una se lance sobre ese adonis.

Y es.

Al igual que ese elixir, sobre la piel masculina.

El reconocer la voz.

Ese tono grave.

Caliente.

Y palpitante, irradiando masculinidad.

Seguido y por eso, negando que esto me pueda suceder y apretando más la botonera, como si eso lograra cerrar más rápido las jodidas puertas del ascensor con ello.

Escucho.

Reconozco como un buen perfume de hombre.

Su:

- ¡Muchacho, puedes detener el ascensor!

Sip.

Perra suerte la mía.

Porque es el sexy gladiador en persona, trotando por el vestíbulo hacia mí y mirando su reloj pulsera al mismo tiempo.

Y ni una mierda.

Apuro más, toqueteando el puto botón.

Que jodidamente suba por las escaleras o espere el otro bendito ascensor.

Pero fracaso.

Porque una de sus manos extendidas, impide que las puertas se cierren y automáticamente vuelvan abrirse.

CARAJO.CARAJO.CARAJO.

Y no puedo evitar, sentir que mi estómago se retuerza locamente en señal de que un espacio tan pequeño y reducido, estemos tan cerca uno junto al otro.

Y pánico, porque me llegue a reconocer y lo disimulo, intentando cubrir un lado de mi rostro con la carpeta de mis trabajos como periódico, cuando toma posición con toda tranquilidad una vez que entra.

A mi lado.

Parezco idiota, lo sé.

Pero es lo único que se me ocurre, ya que es un puto milagro cuando me sostiene la mirada mientras se acomoda en el interior, que con mis manos no intente abrir las puertas sin importarme en arrancarme las uñas en el proceso y huya, cual cría me siento.

Y lejos de esa tentadora idea, me obligo a tranquilizarme, ya que siento mis mejillas rojas y que mi respiración se acelera, mientras ruego que el jodido ascensor se cierre de una vez y suba con la velocidad de la luz los pisos hasta el mío para que deje de observarme.

Solo me mira por curiosidad y no por sospechas, me aliento.

Y otra gran y obligada respiración, me calma mientras el ascensor inicia su subida y deteniéndose en varios pisos y en ellos, subiendo personas cosa que agradezco.

Pero, que al notar la presencia de mi acompañante gladiador, las pocas mujeres lo devoraron con la mirada y bajo sus saludos.

Y los hombres sus respetos.

Mi ceja se vuelve a arquear, escondida por mi carpeta que me niego a bajar.

¿Tan conocido es este Dios espartano?

Y simpático.

Parece.

Porque solo se limita a sonreírles con ese jodido y caliente tic de sus manos, pasándose por su pelo arena un par de veces, para luego colocarse al final del ascensor como yo y dar espacio, donde se apoya en la pared ahora y con sus manos en los bolsillos de su pantalón de vestir en un gris tiza.

Es muy alto.

Superando tal vez, el metro ochenta y cinco.

Quizás, más.

Y todo él, emana por más sonrisa simpática y verdadera que demuestran esos labios lindos.

Mucha masculinidad con su porte.

Donde sus hombros definidos delatan bajo su camisa clara, un cuerpo con un importante trabajo en él.

Lo miro con disimulo y tras mi carpeta.

Y esos ojos, entre verdes y cenicientos.

Mi corazón palpita por eso y no me gusta nada, provocando que mis hormonas se disparen.

Pero lejos esta vez y como ayer en la cafetería, de rebelión en su contra.

Sino.

Que ahora, me ordenan que haga cosas muy obscenas e idiotas, como lanzarme sobre él.

Y por eso, ante las puertas del ascensor abriéndose en el piso y sin esperar a que todos salgan.

Pidiendo permiso y abriéndome paso entre el gentío, intento salir de su pecaminoso perímetro invadiendo mi espacio personal.

Porque, siento su mirada en mi nuca.

Pero algo me lo impide.

¿Eh?

Y es su mano envolviendo mi brazo deteniendo mi escape, mientras todas las personas salen de este.

Intento de un movimiento que me suelte, pero su agarre sin ser bruto o doloroso.

Es fuerte.

Al igual, que su mirada en mí.

- No. - Sale de sus labios, presionando con su mano libre la botonera para que se cierre con nosotros solos y dentro, continuando su ascenso el ascensor.

Oh, mierda.

¿El gladiador, acaso me reconoció?

¿Pero si jamás volteo a mirarme en la cafetería?

Trato de no atragantarme mientras sacudo mi cabeza negando y en mi forcejeo por liberarme de su mano sobre la otra, obligando a que baje la carpeta que oculta parte de mi rostro.

Porque es imposible que gesticule una palabra coherente.

Sobre su mirada.

¿Acusatoria?

Trago saliva.

Diablos.

Estoy perdida...

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