SOLO ERAN APUNTES
Una semana había pasado desde el inicio de clases, y poco a poco todos habían retomado la rutina. Las bromas en los pasillos, los profesores imponiendo tareas y los partidos improvisados en el patio llenaban los días de energía juvenil. Como delegada, mis responsabilidades parecían multiplicarse, y aunque algunas tareas eran tediosas, intentaba hacerlas con la mejor actitud posible.
Un viernes después de clases, teníamos una reunión con la junta directiva para coordinar las actividades del semestre. Nos reunimos en un rincón del aula mientras el resto del salón aprovechaba para conversar o terminar sus tareas pendientes. Andrea, quien era conocida por su letra impecable y su obsesiva organización, llevó una lista detallada de propuestas.
—Bueno, yo puedo encargarme de la decoración para la semana de aniversario —dijo Andrea con entusiasmo mientras ajustaba su diadema perfecta—. Creo que un tema retro sería divertido. Podríamos pedirle a todos que vengan vestidos de épocas pasadas.
—Suena genial —respondí, tratando de concentrarme.— Y José, tú podrías hablar con los profesores para coordinar los horarios de los ensayos y actividades.
José, que estaba más pendiente de su celular que de la reunión, levantó la vista con cara de desconcierto.
—¿Yo? Claro, claro, lo que digas, delegada —respondió con una sonrisa perezosa antes de volver a hundirse en su pantalla.
Mientras los demás continuaban con sus ideas, mi atención empezó a desviarse. Miré hacia la ventana y vi a Rodrigo en la cancha de básquetbol. Como capitán del equipo, se movía con una confianza que lo hacía imposible de ignorar. Aunque había decidido evitar cualquier distracción emocional este año, su presencia seguía teniendo un efecto hipnotizante en mí.
Sin darme cuenta, comenzé a garabatear en la esquina de mi cuaderno. Dibujé un pequeño corazón y, casi sin pensarlo, escribí "R + S" dentro de él. Era una tontería, lo sabía, pero no podía evitarlo.
—¿Stephanie? —la voz de Karen me sacó de mi ensoñación. Estaba sentada a mi lado, mirándome con una ceja levantada—. ¿Te pasa algo? Pareces en otro mundo.
—¿Qué? No, nada —respondí, cerrando el cuaderno rápidamente.— Estoy escuchando, lo prometo.
Karen me lanzó una mirada dudosa, pero no insistó. La reunión continuó, aunque mi mente seguía divagando. Cuando terminamos, Andrea se acercó con una sonrisa amable pero que siempre me pareció un poco calculadora.
—Steph, déjame llevarme tu cuaderno. Puedo pasar a limpio los apuntes y organizarlos para que queden bonitos.
—¿Segura? No quiero cargarte con más trabajo.
—No es problema. Además, me encanta hacer estas cosas —respondía siempre Andrea, como si quisiera recordarle a todos que era la "mejor" del grupo.
Le entregué el cuaderno sin pensarlo demasiado. No recordé el pequeño corazón hasta que ya era demasiado tarde.
El fin de semana llegó rápido, y como era costumbre, nuestras familias decidieron salir juntas. Karen y yo habíamos sido amigas desde que teníamos memoria, y nuestras familias eran tan cercanas que muchas veces parecían una sola.
El sábado por la tarde fuimos a un restaurante campestre en las afueras de la ciudad. La comida estaba deliciosa, y entre risas y anécdotas, el día pasó volando. Karen y yo nos alejamos un rato para caminar cerca del río mientras nuestras familias seguían conversando.
—¿Cómo te sientes siendo delegada? —preguntó Karen mientras pateaba una piedra.
—Es más trabajo del que pensé. Pero creo que lo estoy manejando bien.
—¿Y Rodrigo? —dijo con una sonrisa traviesa.
—¡Karen! No tiene nada que ver con esto.
—Claro que noooo —dijo, alargando las palabras con sarcasmo—. Pero bueno, al menos tienes un motivo para disfrutar tus reuniones.
Suspiré y cambié de tema rápidamente, aunque una parte de mí sabía que Karen tenía razón.
El lunes siguiente, todo comenzó con normalidad. En el tablero de anuncios se publicó la lista de grupos para las actividades organizativas de la clase, y todos se agolparon para ver con quiénes les había tocado trabajar. Como siempre, Karen estaba emocionada por cualquier oportunidad de socializar, mientras yo trataba de mantener todo bajo control.
Andrea se acercó para devolverme el cuaderno. Su sonrisa era más amplia de lo normal, y sus ojos brillaban con una chispa que no me gustó.
—Aquí tienes, Steph. Lo pasé todo a limpio. Ah, y por cierto... tienes una letra muy... creativa. ¡Me encanta ver los detalles que pones en tus apuntes! —dijo con un tono que no pude descifrar del todo.
Tomé el cuaderno con un nudo en el estómago, pero antes de que pudiera decir algo, Andrea se alejó saludando a otros compañeros. No tuve tiempo de revisar lo que había querido decir porque la campana sonó, y las clases comenzaron inmediatamente.
El martes por la mañana, algo se sentía diferente. Mientras caminaba por los pasillos, noté que algunos compañeros me miraban y susurraban entre ellos. Al principio intenté ignorarlo, pero para la hora del recreo, ya era imposible no notarlo. Algo estaba pasando, y yo tenía la sensación de que Andrea tenía mucho que ver con ello.
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