PARTE PRIMERA: DE ZIRATH Y EL UNICORNIO OSCURO
Aquellos años, de entre cientos de ellos, especiales fueron, pues en sus entrañas como meses conocidas actos heroicos fueron ejecutados, leyendas vivas que para la historia quedarían y que después de su muerte se inmortalizarían. Sobre la nieve de invierno andaban los cascos de vigorosos caballos, que con el ímpetu propio que les concedió Dios corrían campantes de un lado a otro cual paloma por los verdes campos, mariposas estrenando sus alas en el celestial jardín. Un tanto y un poco más de la gente que en aquellos días vivió por Francia debió conocer a ley manera y con algo de sobremanera sobre la gran preocupación que entre los nobles surgía por su propia posición, no por la población el bien, y ya hasta el perchero que del muro colgaba entendía a perfección completa el vivir extravagante y lo oneroso de aquellas personas regentes de la sociedad, sin hablar aún de su Gran Majestad, el que todo lo tenía y a nadie le debía.
Como tal, la comunidad era no pobre ni miserable menos, pero no podía compararse con el poder de la simple clase media, aún no entrando de lleno al ambiente político en que la utópica idea de una monarquía rodeada de leyendas épicas en que los guerreros del rey eran los protagonistas se encuentra; sabemos también ya que nuestro tratamiento no parte de lo mismo desde el punto de vista clásico, sino de lo mismo desde debajo visto, no tal y como una aventura, más bien como le percibió la plebe y la repercusión en sus modestas vidas.
El afanoso carácter de los caballeros Reales era símbolo orgulloso de Francia y enaltecidos se sentían todos de tener un ejército tan maravilloso como lo eran aquellas disciplinadas tropas, aunque perfectamente sabían también que si su patria podía con la mitad de Europa, el otro fragmento a la media del mismo era capaz de darle batalla o incluso vencerle si se hablaba de aquellos imperios en constante expansión como lo fueron Español e Inglés.
No causóle misericordia el portento del huérfano al rey, ni el clamor por sus hijos de una abandonada madre, que inundada en sus fatalistas pensamientos, instaba y demandaba justicia para aquel dulce cadáver que entre sus manos apretaba y cuyo rostro diminuto y bello se encontraba empapado de lágrimas ajenas, porque él no había llorado, lo había hecho ya su progenitora por la entera humanidad.
"Por inmundas sus malas obras y de imperdonable índole, bajo las circunstancias que la ley dispone y que el gobierno tan justo impone, queda usted condenada a morir en la hoguera, por ser mala esposa y sospechosa hechicera, a su hijo apuñalar por el repudiar que a su sangre tiene, pues si vuestra alma perdón merece, con el fuego salvada estará, pero si vida en su interior retiene, nosotros como sus hermanos tenemos la obligación de expiar las culpas del mundo para asegurar un puesto en la felicidad del Reino de los Cielos"… Y la Inquisición arrancó de la tierra las raíces de la mujer, sus cabellos murieron primero, sus pulmones después, y su cuerpo ardió por la noche mientras la gente observaba su fallecido ser a su vez con lástima y compasión, al fin y al cabo, de su nación era, sin embargo una pecadora al fin.
"Gocen los hombres de las adulteras bailes, disfruten la intimidad mientras vida les quede"… Ese era el nuevo lema del Santo Oficio a la hora de atormentar prostitutas, asegurando para sí "Que tarde o temprano los criminales caen, sus delictivos actos ante Dios son llevados, resueltos según la ley de los hombres, no así el dictamen del Señor… ¿Pero a quién importa? Una oda para el Altísimo será, que si Cristo la regla del sacrificio abolió, no tiene sentido no volver a establecerla luego de un lapso de tiempo tan parecido al que corrió cuando la nueva norma se decretó. Caiga el que fornica, roba, mata, cortemos el hilo de su vida de las ratas, que ladrones que contra el Divino ladran y que por flojera la tierra no labran, paguen precio justo por su inmoralidad, y alcancen al fin con su castigo la inmortalidad".
Perpetuo era, en verdad, el tirano disfrazado como un tierno corderito al que todos ven bonito, fuera así su triste actuar, y ya sería otro cantar, pero a esas y a las otras, no tenían aires de cambiar.
Triunfantes volvían de la guerra las tropas, las espadas con sangre manchadas venían, marchaban campantes los vencedores y el alboroto les recibió con brío. Y hubo fiesta y vino, y música y baile, y el discurso del rey nadie lo olvidó: "Haya paz en nuestro reino mientras exista el cielo, haya júbilo sin par de la Francia en todo lar y tengamos más victorias de estas mientras vida nos dé Dios, mirad hacia el frente, nobles y plebeyos, hagamos todos juntos un país muy bello que envidien por igual el español y el romano, y levantémonos de las cenizas si en dado momento caemos… ¡Salve a Francia!"… Una ola de aplausos que dejó sordo a más de uno invadió la plaza, la orquesta tocó con destreza desigual el Himno Real y los guerreros recién llegados a la patria de sus padres comenzaron a lanzar botellas al viento, en señal de la ganada campaña en oriente que les hizo pasar a la historia como héroes nacionales.
De entre todos los soldados, Jacques Zirath era un especial elemento, una máquina humana, asesina innata y pensadora erudita, su gran personalidad de líder y un gran rastro de víctimas de la ira del cruel general hacían que sus sublevados le respetaran profundamente, pues Zirath tenía el encargo de eliminar a todo aquel que al mandato Real se opusiese, como la gallina que no ha puesto más huevos, como la mujer anciana que ha perdido su atractivo…
La fiera de Francia era conocido entre el populacho como "El Cazador de Impatrios", pues los más de los corazones que guardaba en su cinturón pertenecieron en el momento dado a extranjeros que desafiaron al país, como lo fue un mercenario inglés con la misión de matar al monarca o un grupo de rebeldes que rechazó la nacionalidad que se les otorgó al nacer y querían partir a Portugal.
Zirath era, también, favorito del rey, le había sido otorgado -a la duda del pueblo, de manera honesta- el puesto de general debido a su excepcional labor en las batallas para contener distintos levantamientos o intentos de invasión por parte de reinos enemigos, como fue bastante común en épocas como las que tratamos; se había casado en innumerables ocasiones, la Iglesia lo sabía…"¿Pero qué más da? No podemos castigar al capitán del ejército, especial persona entre la Corte y noble individuo de alto renombre", era la excusa que ante todo curioso se presentaba.
Como dato adicional, y ya para terminar con la triste descripción del magnífico luchador por la libertad francesa, no podemos dejar sin mencionar su enaltecido orgullo, vanidad absoluta, codicia inmensa y lujuria intensa, gustaba de pasar tiempo en sitios donde había vicios todos, y enormes cantidades de dinero derrochaba en ellos, pues tenía tanto que en lo absoluto le dolía gastarlo en placeres para sí mismo. Ya podremos imaginarnos, con todo lo anterior, lo que ya se sospechaba desde antes de iniciar: sir Jacques Zirath, el Asesino de Impatrios, campante caballero de la Armada Real y conocido en los confines por su inmensurable valentía, era a su vez rey de un imperio de borracheras, mujeres e injusticias, lástima de ropa para un noble tan afamado, como un gato que, con su bello pelaje, oculta sus conductas homosexuales con los de su propia raza, una conducta emulada por la humanidad en aberración sinfín, y aquella mujer de zapatos de seda, que a la noche baila provocando a todo hombre en un repugnante burdel.
Y, por último, vayamos al centro de toda nuestra historia, real y con testigos que dieron testimonio para escribirla:
Por las ocultas profundidades de los valles más oscuros, surgió una leyenda que se extendió al reino entero, hablando de violencia, sangre y muerte, y todo ello propiciado por un unicornio servidor del mal, del demonio era vasallo y su blanca figura era temida por todo el que le veía, que, de inmediato, se ponía a rezar, jadeante por el miedo, e implorando por su bienestar, salía a velocidad bastante sin pensar ni en quien trajera a lado.
Un rumor de confusión extrema, y aquel que no le hubiese temido era o por muy valiente o por tener el futuro garantizado por Satán.
En la incomprensión del controvertido tema, el rey solamente una explicación tenía: "Es poco común que un unicornio por aquí vague, pero es señal, sin duda, de que hemos de cambiar nuestras vidas para que el malvado espectro del animal se retire a sitios lejanos, donde dañe a otros que no seamos nosotros, pues como hombres religiosos que somos, el Señor nos ayudará a ahuyentar todo mal a trueque de mejora y arrepentir sincero".
Las misas se incrementaron, en todo tipo de horarios, y en todas las capillas, siempre había celebrándose en toda ciudad estas reuniones de creyentes para pasar tiempo con Dios. Zirath, como un buen caballero, asistía únicamente a la iglesia más grande, a la que tenían acceso solo los más altos rangos de la jerarquía social francesa, y al salir, tras proclamarse hijo del Dios justo, de amor, compasivo y lleno de misericordia, procedía a ofender al que se le acercara, a mantener relaciones pasajeras todas las noches y a rendir tributo al ídolo de la guerra y la muerte. Afín a su profesión como soldado, Jacques había desarrollado un fetiche por matar, era la cereza del pastel de su satisfacción, y cuando era necesario hacerlo, no dudaba, pues alguien podría tomar el lugar antes y eso sería así una humillación como la pérdida de uno de sus tantos goces.
En extenuantes caminatas a lo largo de todas las ciudades, día con día, el caballero se aseguraba de que todo marchara conforme a la ley, y fueron innumerables las veces en las cuales, percatado ya de algún crimen ejecutado sin titubeo alguno, los miembros superiores se elevaron por los aires impulsados por dolorosas puñaladas y cortes magistrales, desangrado inmediato y muerte segura. Ahora, había puesto una atención algo exagerada en las afueras, en los campos serenos bajo el invierno que llegaba impetuoso…
"Como el rocío de las mañanas, ¡qué hermoso es este país! Con mi cabeza podría jurar que en el mundo no hay así"… Era una de las frases que el soldado se había acostumbrado a decir durante su turno de vigía, que, a veces, él mismo extendía durante indefinido tiempo para no perderse del más insignificante cuello roto. En opinión de la gente, "Cuando sir Jacques se pasa por aquí, nosotros sentimos la confianza de caminar despreocupados en las calles a sabiendas de su gran valor y preocupación para con los suyos, no así cuando andamos cerca de la escena del crimen, pues para él todos somos culpables y ejecuta su dichosa justicia con cualquiera que, vil incauto, se atraviese por ahí"…
Entre los pobladores existían secretos que por su propio bien sabían no convenía exponer, llegaban a acuerdos internos, ocultaban su vida a París a pesar de que confiaban casi ojos ciegos de comparación en el cuerpo del ejército.
Como las plumas que pierden las aves y se lleva el viento, volaban de entre las chozas páginas de libros malditos que atraían al unicornio demoníaco a las sendas francesas, con temor por el mañana, arrepentimiento del ayer, los ciudadanos continuaban ofreciendo rezos diariamente, las misas de los domingos. Cual tormenta empedernida, el caudal del río se elevaba y bañaba con sus aguas turbulentas las orillas secas, los animales se acercaban a beber con precaución para no ser arrastrados por la corriente. Entonces, Zirath arribó por ahí. Volvía de una persecución en la que asesinó a cinco hombres que robaron el fruto de la vid en una casa de amos nobles.
El caballero, agotado por la pelea, se retiró el casco y comenzó a beber, luego acercó a su caballo para que también lo hiciera, y, después, entonó un breve canto que narraba la gloria del ejército.
"Inquietud de la patria noble,
No estés tan alterada,
Que tus soldados valerosos
La vida darán por ti.
Con el filo luminoso
De su reluciente espada
Darán su sangre y doble
Por su bella tierra amada.
¿Quién tendrá la osadía
De enfrentarse cada día
A la sed de la justicia
Del soldado sin igual?
Pues que el mundo se hunda
Con toda nación junta,
¡Corran todos, la tierra se inunda
No se vio nada así nunca!
Pero cuando Francia desenfunda
La espada de la causa justa
Cesan lluvias, terremotos
Como el mal en todo lar.
El ejército del reino,
¡Qué admirable es!
Cada uno de sus soldados
Pelea como lo hacen diez…"
Y, en el último verso, sonrió lleno de orgullo, tomó la espada de su funda y comenzó a practicar honrado de ser un valiente militar al servicio del rey.
"Si el mundo se hunde, lo salvo yo"…
Feroz combatiente, en su mente viajaban desde ladrones corrientes tan comunes como hoy, hasta terribles dragones que escupían fuego por su enorme boca; Jacques nunca había visto una bestia semejante, pero mantenía la esperanza: rogaba fervorosamente por que Dios, su creador, le diese la oportunidad de librar al mundo de una abominación como tal, y en forma de sincero agradecimiento, llevaría a los pies del altar los fríos colmillos de la fiera enorme, gran terror de los hombres más valientes de las planicies mundanas.
Cuando Zirath, en su imaginación, había ya derrotado al centésimo guerrero rebelado, uno de sus subordinados llegó hasta la riviera y le dijo a su capitán: "Sus golpes tan asombrosos duele interrumpir, pero se le ha convocado por algo bastante grande en la Corte del rey".
El gran héroe, luego de pensar si era una burla de los jóvenes insensatos, respondió serenamente: "Le seguiré, soldado. Pero su cabeza se quedará atrás si todo es mera falsedad".
Haberles abierto el camino la espada experta del experto caballero, tan asesina como él y de su misma pasión esclava, se acercaban al galope directo a la gran fortaleza; les vio venir de lejos un zagalillo del castillo, que avisó a su rabadán, y cuando lo escuchó este lo anunció a Su Majestad, con enérgicos gritos desde los campos cercanos.
"¡Abran las compuertas de par en par a la par que pasa el par que cruza el puente al final de los terrenos reservados para su gran Majestad!" Anunciaban los centinelas a los guardias de la entrada, quienes obedecieron al instante y autorizaron la entrada del ilustre hombre conocido como Sir Jacques Zirath, el Cazador de Impatrios…
El capitán entró despacio al gran corredor, se acercó frente al trono, y de rodillas, dijo: "Su Majestad, el más grande de los Señores de Europa, Elegido de Dios en la Tierra para cuidar de Francia, ¿Cómo puede serviros hoy vuestro siervo caballero?"
Su pomposa Majestad, enaltecida de verdad, haciendo uso de autoridad, dijo al general Zirath: "Sir Jacques, noble soldado y gran amigo, hombre de respeto para el reino todo, hay una misión que muchos han intentado, nadie logra cumplir: hablo de una serie de reuniones que tienen lugar en los bosques del norte, que buscan en las sombras de la noche invocar infames al rey del mal. Así, pues, os encomiendo el futuro de esos bellos paisajes corrompidos ahora por las fuerzas de Luzfer. Salga ahora mismo andante, que no hay tiempo que perder, y traedme las buenas nuevas antes del amanecer".
Zirath se levantó campante a la velocidad de su corcel, se colocó valiente el casco y respondió al gran gobernante: "De este asunto se puede olvidar, solucionado quedará esta noche. Si no vuelvo antes de la hora impuesta, es porque un hechicero me asesinó a la mala". Caminó sin dar la espalda acompañado de tres, y salieron a como más pudieron rezando llenos de fé. Jacques soñaba en lo más profundo con un encargo magnífico por parte del rey de turno, pues sabía que el malvado unicornio que era el mismísimo demonio seguía rondando los valles y espantando a los plebeyos y deseaba con el alma ser el libertador, el gran héroe, como ya estaba acostumbrado.
"Es cierto, pues, soldados, que no tienen la experiencia de lo que significa encontrarse rodeado de brujas, es verdad que la sombra de los magos aún no intenta corromper vuestros corazones para arrastrarlos consigo a los infiernos, pero también es, en efecto, seguro que triunfaremos, porque incluso siendo ustedes novicios en este trabajo de asuntos paranormales, es la misma la protección del Señor con ustedes que conmigo, y sepan bien que no nos va a abandonar hasta que estemos en su gloria si morimos peleando". El general daba indicaciones a sus seguidores con total certeza de que la victoria estaba asegurada, y miraba con desprecio la maleza mientras le extirpaba de raíz con sus propias manos.
Los caballeros que acudían al norte con Zirath al mando tampoco dudaban del triunfo, a fin de cuentas, iban protegidos por la fiera a la que temían todos, cuyo valor estaba probado en guerras contra británicos y musulmanes, en los altercados en que tuvo parte y en los movimientos audaces que ejecutaba durante los entrenamientos para mostrar la forma correcta de luchar a sus soldados más jóvenes.
Ágiles e indiscutiblemente furiosos con el mal, iban los cuatro guerreros por las praderas, hasta que llegaron al bosque citado, que ya estaba totalmente oscuro.
Disminuyeron la velocidad de sus finos caballos, y comenzaron a andar con sigilo, atentos a cualquier sonido que les indicara la locación exacta de aquellos terribles brujos que invocaban a Satán como si fuera un hermano. Conforme iba creciendo la noche, el silencio seguía reinante, mas fuera real o un gran farsante, el criminal sería castigado por la mano de Jacques Zirath.
A eso de las tres de la mañana, finalmente escucharon el primer indicio de presencia humana…
"¡Salve el demonio, que nos trajo al unicornio!" Los caballeros andaban con cautela, hasta que divisaron humo en la misma dirección de las voces: estaban sobre ellos. "Les tenemos", dijo Sir Jacques, que ya estaba ansioso por comenzar la matanza, y añadió: "Estos infames seres que se dicen humanos pagarán con sus vidas este bochornoso acto, que avergüenza a Francia y a la Iglesia en su esplendor"…
Aceleraron levemente, pero mantuvieron esa técnica de camuflaje. Más adelante, se separaron y rodearon el lugar, para poder, finalmente, contemplar aquello.
Había entre los árboles un espacio plano, en el cual no había vegetación, y en el centro de este se encontraba una pequeña base de piedra y mármol, con detalladas figuras alusivas al satanismo, con una fogata ardiendo en el centro. A su alrededor, se encontraban varias personas, totalmente desnudas, bailando en círculos alrededor de las llamas, tomados de las manos y entonando extrañas notas en una lengua incomprensible. Zirath hizo una señal con su mano, y todos empuñaron sus armas para comenzar la lucha. Mientras tanto, el más viejo de los danzantes, gritando con viva voz, decía lleno de alegría: "¡Anden los hombres temerosos por todos los valles del sur, nuestro amo nos ha enviado a su más feroz vasallo, rindamos tributo, quiere nuestras almas, demos sin demora lo que quiere él! ¡Satán, en tus manos nos ponemos, tomadnos ya!" Todos repitieron esto a coro, y el valeroso caballero, ya no tolerando más la situación, ordenó con fiereza: "¡Acaben con los hechiceros!"
Los miserables que junto a la fogata se hallaban estaban rodeados, intentaron escapar cuando se vieron en peligro, pero fueron degollados por los enviados del rey. Zirath tomó su lanza y destrozó los leños, la fogata se extinguió así como sus muchos dueños, una de las mujeres que homenajeaba también al demonio intentó evadir al caballo de Jacques, pero este, dispuesto a lo que fuera para evitar la huida de uno solo de los miembros del espantoso aquelarre, se lanzó sin cobardía hasta donde ella estaba, cayó sobre su cuerpo y le aprisionó con sus brazos, y le llevó a rastras hasta donde estaba el corcel; ya estando junto al animal, el indomable Jacques Zirath, con de cinco la crueldad, de la bolsa sacó un puñal, y apuntando al corazón, se preparó para atravesarle entre las súplicas y gritos de la mujer…
…Pero se detuvo…
Mirando su puñal, Zirath le dejó en el suelo, y viendo a sus guerreros, les preguntó de pronto: "¿Las han matado a todas?"
Ellos se miraron entre sí, y uno, el más arriesgado, dio un paso hacia el frente y respondió al general: "La mayoría ha muerto, pero muchos eran hombres, muchas de las mujeres solo han sido pisoteadas por los caballos, debido a su agileza, no les pudimos pillar solos. Pido perdón por la ineficiencia y suplico a vos no nos cortéis la cabeza para ofrecerla al rey por no tomar las vidas de estas brujas malévolas"… El muchacho se inclinó y todos le siguieron de inmediato.
Zirath vio incrédulo al joven, y luego de procesar cada palabra que este pronunció, comenzó a reír con descaro, sin soltar aún a la doncella. "¿Consideráis que os voy a reprender por ello? Vuestras mentes inexpertas no encuentran sentido a mis palabras, son tan jóvenes y a la vez no"…
Ellos, en su perplejidad, veían como su jefe se retiraba el casco y la capa, para después hacer lo mismo con la parte superior de su armadura. Entonces preguntaron: "¿Debemos seguirle en su proceder? ¿Qué hará tras despojarse de su vestimenta?".
Jacques, sonriendo maliciosamente, movió la cabeza en señal de negación, e indicó ufano: "No es necesario que me sigan, soldados de Su Majestad, fue una sugerencia de alguien con gran experiencia para con los más necesitados de un poco de ella, que ya vuestra merced sabrá pronto a lo que me refería, solo por ello os diré como finales palabras algo que deben aplicar en todos sus combates nocturnos: hijos míos, recordad siempre, que en cuanto a lucha se refiere, siempre al servicio de Francia, desde París hasta Marsella, y de Marsella hasta Toulouse, las vándalas, aunque vándalas, no dejarán de ser mujeres".
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