Yadei

Yadei,

Sé que no vas a leer esta carta ahora. Pero tengo la confianza de que algún día, quizás dentro de poco o quizás dentro de mucho, tus ojos se pondrán a leer este papel.

Sí, Yadei, sé que te volveré a ver. Sé que no has muerto en ese accidente. ¿Sabes por qué lo sé? Tu brazalete de información se apagó antes de que tus constantes vitales indicasen que estabas muerta. Lo sé, sé que sobreviviste. Tú eres fuerte y ahora mismo estarás ahí fuera, descubriendo nuevas cosas sobre el mundo que nos rodea. Sé que no te rendirás y que buscarás una manera de volver, aunque ya seas una mujer cuando eso ocurra...

Hay tantas cosas de las que quiero hablarte... Pero hoy solo quiero hablarte de alguien, alguien que una vez fue muy importante en mi vida, en nuestras vidas: tu padre.

Él se llamaba Daran. Sé que más de una vez has buscado su foto, pues aquí está. Tú tienes sus ojos, esos ojos azules tan preciosos... Pero eso no es lo único que has heredado de él, no. También tienes su curiosidad, sus ganas de aprender nuevas cosas, y eso que él no era ningún niño. ¿Sabías que la idea de llamarte Yadei fue suya? Me dijo que su significado más preciso es "jade", el nombre de una piedra semi preciosa. Entonces, me dio un colgante con una piedra ovalada de color verde, con vetas negras. En la parte de atrás estaba grabado tu nombre con unas letras preciosas. Me enamoré de ese nombre al instante. Mi pequeña piedra preciosa. No conocía muy bien el significado de aquello, pero Daran me aseguró que nuestros antepasados apreciaban mucho ese tipo de piedras. Y, sin duda, tú eres lo que más aprecio en este mundo.

Sé que ahora te preguntarás que por qué hizo lo que hizo. Por qué nos abandonó. Y también sé que lo odias por eso, porque piensas que se arrepintió, que quiso olvidarnos a las dos. Pero... Yo, yo no siento rencor. Él nos quería a las dos. Esas últimas semanas se comportaba de forma extraña. Estaba nervioso, irascible. Daran no era así, tu padre era un hombre pacífico. No sé qué le pasó, pero dudo que fuese culpa suya. Siempre he creído que no fue su voluntad el dejarnos. Te repito: él nos quería con locura. Algo debió pasar y se vio obligado a abandonarnos. Hazme un favor y perdónale. Por favor.

Tú eres mi vida, mi fuerza vital. Tú me mueves, me haces ser feliz. Tú eres la única que puede conseguir que una carcajada salga de esta garganta, seca y cansada de malas vivencias. Sin ti, todo está vacío. Todo es silencio. Todo se convierte en una sombra que me engulle con su risa maliciosa. Quiero ver tu sonrisa y oír tus risas, sentir cómo me abrazas, como te quedas dormida junto a mí las noches más frías...

Quiero que cuando vuelvas puedas leer estas letras, todas las cartas que te escribiré. Así sabrás que yo jamás perderé la esperanza de volverte a ver. Allí estarán, sobre tu cama. Junto a tu Lada, esperando a que tus ojos se posen sobre el papel y empiecen a leer.

Con cariño,

Mamá

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