VEINTIDÓS
He perdido la cuenta del tiempo que llevamos dentro de este túnel. Ya solo sé que he despertado un par de veces aquí, pero no sé si es de día o de noche, si hace frío o calor. El aire de aquí dentro está viciado. Huele a años, a humedad, a polvo.
A Yaroc tampoco parece gustarle este lugar. Ha empezado a arrastrar los pies y su pierna mecánica se posa en el suelo con un leve chirrido. Misuk es la única que continúa caminando como si nada. Echa la vista atrás unas cuantas veces, para comprobar que seguimos ahí atrás. También mira al techo con regularidad, como si buscara algo y, cuando encuentra lo que sea que busca asiente levemente y se ajusta el fusil al hombro. Casi como si temiera que saltáramos de repente. Pero qué vamos a hacer nosotros: cansados, con frío y hambre. Las raciones son escasas, y las guardamos en caso que la situación ahí fuera sea aún peor.
Temo el ahí fuera. Porque soy consciente de que necesitaré inventarme una excusa cuando salgamos, cuando le dé las coordenadas y ella sepa dónde tiene que ir. Huir no es una opción porque, aunque consiguiera escapar de los disparos de Misuk, no sería capaz de orientarme. No tengo forma de saber utilizar las coordenadas. Hyo me las dio en caso de que no sobreviviera, me dijo que en cuanto pudiera caminar me explicaría cómo llegar. Pero ahora no son más que un conjunto inútil de números. Inútil para mí, claro.
Mi cerebro trabaja rápido para buscar una razón que me haga lo suficientemente valiosa como para no matarme. ¿Y si digo que sé dónde se esconde el Vínculo? No sería más que otra mentira, y me vería obligada a decir la verdad cuando llegáramos al Centro de Mando.
Pero antes incluso de que pueda darle más vueltas al asunto una gota de agua me golpea en la cara. Y, a pesar de que ya me he acostumbrado a la sensación que produce la lluvia, esta gota me estremece. Nos encontramos en un túnel a quién sabe cuántos metros bajo el agua. No debería llover. Miro al techo, escudriñando las tinieblas, esperando ver algo que me indique de dónde viene el agua. Pasan unos instantes hasta que Misuk hace un gesto con la mano. Yaroc y yo nos paramos y aguzamos el oído. No hay duda: cemento resquebrajándose.
Conozco muy bien este ruido. Demasiado bien. Hace unos años, un edificio centenario empezó a derrumbarse estando yo dentro. Se encontraba justo a las afueras de mi barrio, un poco más allá del Vertedero. Era alto y de un color blanco oscurecido por la humedad y los años. Casi nadie vivía en él y las paredes estaban cubiertas de pinturas narrando historias de hacía muchos años. Era un lugar de inspiración para los artistas y un reto para la gente como yo: aquéllos que les gustara la escalada. El ascensor no funcionaba y las escaleras eran inservibles en los últimos pisos, así que la única forma de acceder a la azotea era escalando con cuidado.
Alguno de los primeros en intentar el reto había sido tan amable de dejar una cuerda y varios agarraderos en el hueco vacío de las escaleras. Aun así, era una escalada difícil. Mi poco peso facilitaba las cosas, mis dedos se apretujaban en las oberturas y aseguraba mis pasos. Otra persona había puesto una red en el fondo, para prevenir caídas fatales. Pero no hacía falta, con arnés y una buena dosis de energía, la escalada se podía hacer lentamente.
Fue antes de llegar a la azotea cuando lo oí. Un ruido leve pero constante. Provenía del hueco de las escaleras. Bajé la vista y agucé el oído. El ruido venía de abajo. Comprendí lo que ocurría cuando una grieta pequeña se abrió paso frente a mí. Supe lo que tenía que hacer. Descendí con cuidado hacia la red y, gritando con todas mis fuerzas fui rellano por rellano advirtiendo de las grietas que estaban surgiendo por la pared.
Unos minutos más tarde el edificio se derrumbó y unas cuantas familias perdieron su hogar, pero al menos nadie murió.
Ahora reconozco ese mismo ruido y soy consciente de que esta vez no se trata de escalar, sino de nadar. Y ha quedado bien claro que el agua y yo no nos llevamos para nada bien. Apenas oigo el corred de Misuk, pero ya muevo las piernas lo más rápido que puedo. Veo algo de luz en el horizonte y quiero pensar que esa es la salida, que pronto estaré sana y salva en tierra firme.
No obstante, parece ser que últimamente la vida me interrumpe todos mis pensamientos. Un terrible estruendo seguido por el impacto del agua me desvía de mi camino. Agito los brazos y las piernas inútilmente y al abrir los ojos en el agua me arden. En algún momento consigo sacar la cabeza hacia la superficie y cojo aire como puedo, para enseguida volver a ser engullida por una ola que me hace dar vueltas y vueltas bajo el agua. Noto que la corriente tira de mí y busco algo a lo que asirme, pero tan solo hay agua.
Cuando creo que no voy a poder aguantar más la respiración, noto que alguien me agarra de la mano y nada hacia algún lugar. Lucha contra la corriente con fuerza. Un rato después salimos a la superficie. Cojo aire con todas mis fuerzas. Yaroc se quita el agua de los ojos y hace una mueca.
—No puedo nadar bien con la prótesis —masculla.
Pero yo tiemblo, no solo por la gélida temperatura del agua salada, sino por miedo e impotencia de no saber nadar. Yaroc me coge de los hombros.
—Yadei, tranquila. Necesito que te centres —él también parece tener frío, pues su rostro palidece y tiene los labios morados—. Estamos a pocos metros de la orilla.
Señala tras de sí. En efecto, se ve el contorno de una playa. Me enseña rápidamente cómo he de mover los brazos y qué he de hacer para no hundirme. Yo intento repetir lo que él dice, pero me cuesta mucho pensar con tanto frío y acabo más de una vez agitando los brazos sin conseguir nada. Aun así, la orilla está cada vez más cerca y el agua parece adquirir mayor temperatura. Nos tumbamos sobre la arena, cara al sol, disfrutando de su calor agradable.
La sensación agradable dura poco, enseguida soy consciente de qué quiere decir el hecho de que estemos en tierra. Hemos cruzado el corredor. Hemos llegado. Ahora tendré que decirle las coordenadas a Misuk y pasaré a ser prescindible. Un escalofrío me recorre la espalda.
Tic tac.
Me queda muy poco. Reviso mentalmente toda la historia que he montado en mi cabeza o, al menos, lo que he podido pensar antes de que el agua me interrumpiera.
—¿Crees que si le digo a Misuk que puedo convencer al Vínculo de que acabe con esto me mantendrá con vida? —le susurro a Yaroc, asegurándome que la androide no está cerca.
Él ni siquiera abre los ojos.
—¿De qué estás hablando?
—En cuanto le dé las coordenadas dejaré de ser útil —replico.
—¿Y crees que te matará? —el chico casi suena divertido.
—No sé qué te habrá prometido, pero ¿de veras crees que lo cumplirá? —rebato yo.
—No me ha dado razones para dudar.
—Claro, a ti solo te importa salvar el pellejo —musito.
Yaroc se gira hacia mí, con parte de la cara llena de arena.
—Pues no, listilla, esta vez no es lo único —le tiembla un poco la cara y baja la voz.
—Entonces eres estúpido —y me siento con las piernas cruzadas.
—No soy tan egocéntrico como te piensas —alza los brazos y también se sienta—. Tengo familia a la que también quiero.
No puedo evitar soltar una risa. Suena mucho más cruel de lo que me gustaría.
—¿De veras crees que va a proteger a tu familia? ¿Qué te ha prometido? ¿Que va a mantener a tu madre a salvo? —doy justo en el clavo. El rostro de Yaroc se crispa y su expresión de suficiencia cambia por una de preocupación. No tarda en volver a su cara de póker.
—Supones muchas cosas —sisea sin mirarme y se sacude como puede la arena del pelo.
—Eres más ingenuo de lo que pensaba si de veras confías en su palabra.
Eso le saca de sus casillas. Se planta ante mí y me observa con el ceño fruncido. Tiene los puños apretados en los costados. Pero no me intimida, ya pocas cosas pueden intimidarme, y mucho menos un petardo inútil como Yaroc. Le desafío con la mirada.
—No es mi culpa que no confíes en nadie —escupe y, con retintín añade—: A mí mi padre no me abandonó.
Suficiente. Estoy a punto de pegarle pero aparece Misuk. Su ropa está prácticamente seca y enarca las cejas al vernos.
—¿Otra vez peleando?
Nos separa y nos regaña por comportarnos como críos. Si tan solo supiera de lo que hablábamos en realidad. Yaroc vuelve a su rostro de mirada irónica y yo me quedo con los brazos cruzados.
Nos sacudimos la arena, aunque mucha se nos ha quedado pegada en la ropa aún húmeda. No puedo evitar echar un vistazo a lo que nos rodea. Veo la obertura del corredor, en el fondo de la cual se refleja el agua que ahora entra a través del boquete que se ha abierto. Supongo que ahora habrá quedado completamente inservible.
Pienso en Hyo, y solo espero que no estuviera allí.. Si empezó a cruzarlo algo después de nosotros... ¿Y si le ha pillado en medio del mar? ¿Y si no puede luchar contra la corriente? Tiemblo al pensarlo y unas lágrimas amenazan con salir. Pero no puedo mostrarme débil, no ahora. Además, Hyo es listo, seguro que se le ha ocurrido algo.
El sol relumbra con fuerza y la arena cubre los restos de una ciudad medio inundada. Una playa enorme. Cuando miro hacia el horizonte tan solo veo montones y montones de arena. Hace tanto calor que incluso me quito el abrigo. Es como si de repente el invierno hubiera desaparecido y la primavera ya hubiera llegado.
—Dame las coordenadas, Yadei.
—Espera —digo alzando los brazos con cautela.
Misuk me apunta con el fusil.
—He dicho que me des las coordenadas.
—Antes de dártelas quiero que tengas algo en mente —me acerco a ella, tras lo cual pone el dedo en el gatillo—. Primero, si me matas, no te las podré dar.
—Tienes razón —responde despreocupada, y pasa a apuntar a Yaroc.
El chico da un respingo y le observa con los ojos muy abiertos.
—¡Teníamos un trato! —exclama.
—Oh, querido... Los humanos sois tan inocentes —ríe e imita en tono burlesco—. Oh Misuk, protege a mi mamá, sino me chivaré.
Él me observa con la mirada de un niño perdido al comprender que lo que le he dicho es verdad. Es muy probable que su madre ya esté muerta.
—No lo toques. Si le haces algo no pienso decirte nada —advierto.
—¿Ah, no? Tengo formas de sacarte esa información.
Sacudo las trenzas.
—Voy a darte las coordenadas. Pero quiero que tengas en cuenta una cosa —ahí va la mentira—: soy la hija de LV, tengo influencia en el Vínculo. Y contactos. Puedo encargarme de que no os molesten. Puedo persuadirles para que lo dejen.
Casi me lo creo. No, no pienso persuadir a nadie de nada. No tengo influencia. Pero Misuk alza las cejas.
—No pretendía matarte. Al menos no aún —y sonríe con malicia.
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