TRES
Practico los puñetazos en el saco de arena, pesa demasiado y apenas lo puedo mover, pero al menos ya consigo algo más que al principio. Cuando acabo la serie, practico la defensa con Ogue, después con Yaroc y luego practico mi velocidad. Ambos están cansados.
—No sé por qué insistes en esto, Yadi, pero yo tengo hambre.
—Cállate Yaroc y haz algo —refunfuño.
El chico dirige su puño a un lateral y lo bloqueo con mi antebrazo. Cambia la posición de los pies y lo intenta de nuevo, bloqueo todos sus golpes y patadas hasta que una me da en la pierna y acabo de bruces en la colchoneta.
—Bien, ya es suficiente para la primera semana de entrenamiento —dice Ogue después de dar una sonora palmada.
Yaroc se queda sentado en el suelo, bebiendo agua y echándosela por el cuello. Parece no acostumbrarse a utilizar ropa sintética y botellas de aluminio. Está rojo por el ejercicio y el pelo rubio se le apelmaza en la nuca.
—Sigo sin entender por qué quieres entrenarte, qué más da —repite.
—Claro, a ti te da igual —pongo los ojos en blanco—. Compara tu brazo con el mío.
Su brazo es el doble del mío y está musculado, mientras que el mío es delgado y, aunque los músculos se marcan ligeramente, apenas tengo fuerza. Bebo un buen trago de agua y suelto lo que he querido decir durante todos estos días:
—Estoy harta de que me rescaten, de ser la pobre chica débil que necesita lamerse las heridas.
Yaroc se sorprende ante mi tono de voz y luego se echa a reír. Le doy un empujón y voy a comer. Las comidas aquí son tan parecidas a las de casa que por un momento me olvido de mis problemas. Judías verdes con pescado y una salsa especiada, panecillos integrales y zumo de piña. Después de repetir dos veces, Misuk me llama para hablar con ella a solas.
—Como seguramente sabrás, la situación fuera del búnker ha empeorado. Estamos buscando a Hyo. No está con Abía y Nómed, no sabemos qué ha sido de él. Pero necesitamos encontrarlo pronto. Quiero que sepas que estamos poniendo todo nuestro empeño en ello.
—Gracias, pero... ¿por qué queréis encontrarlo?
Si por mi fuera, si me dejaran salir del búnker, lo buscaría día y noche y no dormiría hasta encontrarlo. Pero ellos, ¿por qué quieren encontrarlo? Está bien, Misuk es la hermana de Hyo, es lógico que quiera estar con él. Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué no lo han buscado antes? ¿Por qué han tenido que esperar a este momento?
Misuk sonríe con tristeza.
—¿Te contó que recibía señales de aquí? —yo asiento— Era yo, le estaba llamando. Para qué, te preguntarás... —recuerdo las palabras de Ogue: Encontraremos a Hyo, y Misuk le devolverá la parte de humanidad que le arrebataron— Yo poseo todos los recuerdos de Hyo, todas sus memorias, desde que fue creado hasta que... hasta que se lo llevaron.
¿Sus memorias? Los recuerdos de Hyo, los cuales no conservaba. Desde que fue creado hasta que se lo llevaron... ¿Quién se lo llevó? ¿Qué ocurrió?
—¿Cómo es posible? ¿Qué os ocurrió? —consigo preguntar al fin.
—Empezamos a sentir como los humanos, nos dimos cuenta de que lo que hacíamos no estaba bien. Con ayuda de nuestro creador, el cual nos había implantado esa habilidad, totalmente oculta en dos de sus creaciones, escapamos del complejo militar en el que servíamos y ayudamos a los que escapaban de la guerra. Hasta que alguien nos delató... Yo conseguí huir, pero Hyo no. Sabía que podían usar su humanidad para hacerle sentir odio y rencor, así que le formateé el cerebro. Desde entonces, he estado recibiendo sus recuerdos —voy a protestar, decirle que eso es entrometerse en los sentimientos y acciones que no le incumben; sin embargo, ella parece leerme la mente—. No obstante, no he podido acceder a ellos, pues cada androide posee unos códigos únicos e infranqueables.
—Entonces... ¿Qué fue de ti? ¿Cuánto tiempo llevas activada?
Misuk sacude la cabeza y se mira las manos.
—Más de lo que tendría que haber estado. Cuando se llevaron a mi hermano, intenté ayudar a los humanos, pero se había corrido la información y nadie confiaba en mí. Acabé vagando sola por el campo, las ciudades, hasta que un día dejé de recibir el flujo constante de información proveniente de Hyo y decidí desactivarme. Pero hace unos años me reactivaron humanos que no tenían miedo de lo que era, humanos que sabían que yo no les iba a hacer daño...
—¿Hace cuanto de eso?
—Menos de veinte años. Y, de nuevo, volví a recibir la información de Hyo, hasta que se lo llevaron de nuevo y perdí toda conexión con él.
—¿Y quién te activó?
Misuk me mira con ojos dulces, pero no contesta.
* * *
Salimos del búnker, llevo un abrigo verde con una capucha cubierta por pelo sintético. Aprieto la pistola de plasma contra mi cinturón, el corazón me late muy fuerte bajo las costillas. Sensa me acompaña, junto a Ogue, ambos vestidos con abrigos oscuros. Nuestras botas se hunden en la nieve. Los muros de Táborshlek se alzan amenazantes, un extraño silencio reina por la zona exterior, no hay nadie en las casas de fuera. Frunzo el ceño extrañada y examino mi brazalete de información, busco desesperadamente alguna señal de Hyo, pero no recibo absolutamente nada. La oscuridad cubre nuestros movimientos y nos permite pasar desapercibidos hacia una de las oberturas causadas por las explosiones de los drones. Cuando entramos, el panorama hace que se me hiele la sangre: las casas están derruidas y quemadas, hay sábanas cubriendo cuerpos por todas partes y la gente camina con rostros sombríos, todos empuñando un arma, examinando su alrededor como perros heridos.
—Han atacado.
Asiento ante el comentario de Ogue, en efecto, ha habido más ataques. Hyo ya me lo advirtió. Pero no tenemos tiempo para preocuparnos de la gente, necesitamos encontrar a los sanadores, Myd y Hyo, y Fiko, a ser posible. Sacudo la cabeza para no mirar a los rostros alicaídos de los demás y suspiro. Nos movemos por los callejones con sigilo y esquivamos a los agentes de seguridad. Siento un escalofrío cada vez que veo un reflejo dorado, esperando ver el rostro de Tobat. Sin embargo, no ocurre. Guío a mis compañeros hasta la puerta de la muralla que dirige a casa de Abía y Nómed. Pero un estruendo nos obliga a volvernos hacia atrás.
—¡Preparaos! —el corazón me da un brinco, es la voz de Tobat— ¡Nos atacan!
Los drones entran en tromba por el muro roto y empiezan a producir destrozos, sus armas de plasma, las cuales forman parte de sus brazos impactan contra los edificios y las personas, produciendo fogonazos de luz cegadora. Con los nervios a flor de piel, empiezo a abatir algunos. Un chaval le dice algo a Tobat, al lo que el hombre asiente. Veo como el chico se aleja hacia los muros.
—¡Síguele! —chilla Og.
Obedezco, aunque no veo ninguna razón para hacerlo. Esquivo como puedo los proyectiles de las máquinas y me deslizo entre la gente. Por todas partes veo a niños que lloran, algunos junto a los cadáveres de sus padres. Me desvío del camino y cojo a los pequeños de la mano, necesitan ponerse a cubierto. Oigo las voces de Sensa y Og, diciéndome que no vale la pena, pero no puedo dejarlos ahí sin más. Los niños me siguen desesperados hasta una casa, está vacía.
—Quedaos aquí, ¿entendido? No salgáis hasta que todo esté calmado. No os asoméis a ver qué pasa. Si entra un robot, corred lo más rápido que podáis, ¿de acuerdo? —los niños asienten con lágrimas en los ojos.
Salgo de la casa y localizo a Sensa, me hace señas para que vaya a dónde está ella. En el camino, una mano fuerte me ase del brazo, chillo e intento clavarle las uñas, pero mis dedos se encuentran con metal frío. Tiro fuerte del brazo y siento como se me tensan los músculos de la espalda, no tengo fuerza suficiente para levantar al dron, pero al menos consigo ponerme de cara a él. Sus ojos blancos me observan y dirige su mano a mi cuello, la esquivo y le disparo; está demasiado cerca y noto que el disparo me calienta la piel. El dron cae inerte y continúo con mi marcha. Volvemos al exterior de la ciudad, reconozco al chico que habló con Tobat, se encuentra solo, frente a demasiados drones. Golpea a unos cuantos con una gracia increíble y abate a otros tantos. Sus brazos se mueven con gran agilidad y esquiva disparos a una velocidad increíble.
Entonces, un dron se le acerca por detrás y le dispara. El chico se aturde unos instantes y los disparos empiezan a alcanzarle. Sin pensarlo dos veces, me acerco a donde está y empiezo a disparar. Sensa y Ogue se agachan junto al chico. Por suerte, más personas me apoyan aquí fuera.
—¡Yadei! ¡Tenemos que llevarlo al búnker! —exclama Ogue— Vamos, ven. ¡Son demasiados!
—¡Puedo con ellos! —chillo enfadada.
—¡Miércoles, Yadei! ¡No se trata de eso! ¡Es Hyo! —¿qué?— ¡Es Hyo!
Me giro bruscamente y veo que el hombre señala al chico que tiene Sensa en los brazos. Suelto un chillido y me acerco. Es él, el chico que hablaba con Tobat. Me arrodillo junto a él, me cubro la boca con las manos.
—¡Hyo!
Uno de sus brazos se sostiene únicamente por un cable, tiene partes de la cara quemadas, bajo la piel sintética se ve el metal. La ropa está hecha jirones y cientos de líneas oscuras cubren su cuerpo. Su sistema es incapaz de repararse. Ayudo a Sensa y a Ogue a llevarlo al búnker y tumbarlo sobre una mesa de metal. La puerta se cierra tras nosotros con un estruendo metálico.
—Yadei, mírame —Ogue me agarra la cara con sus manos y me obliga a mirarle—. Tenemos herramientas, vamos a ayudarle, ¿de acuerdo? —yo asiento— Necesito que estés en tus cabales, tú sabes algo de tecnología, pero no te pido que nos ayudes. Solo no pierdas la calma.
Asiento repetidas veces, por alguna extraña razón me siento más centrada que nunca. Centrada y serena, así que me quedo para ayudarles. Primero se deshacen de los restos quemados de la camiseta y, con algún tipo de herramienta, abren el torso de Hyo. Suelto una exclamación, el interior de su cuerpo es tan similar al de un humano que me sorprende. Reconozco lo que él describió como un procesador de alimentos, y sonrío ante el recuerdo. Su fuente de alimentación, su corazón, es también muy similar al nuestro: bombea energía de una manera cada vez más débil.
—Yadei, sé que Hyo es muy importante para ti, pero si quieres, no hace falta que estés —recomienda Sensa con suavidad.
—Quiero estar —Afirmo.
—En ese caso, coge esa llave de allí y...
Ogue y Sensa me van dando instrucciones sobre lo que debo hacer. Colocamos el brazo de Hyo en sus sitio y reparamos todo lo que podemos. Según Ogue, ese líquido gris que cubre todos los circuitos de Hyo contiene unos nanobots específicos para reparar los sistemas dañados.
—Ahora solo queda que se repare a sí mismo, hemos hecho todo lo que podíamos —dice Sensa mientras termina de conectar el último tubo al pecho de Hyo—. Estos tubos le suministraran la energía necesaria hasta que termine de repararse —me explica.
Sus voces son lejanas, y mi respiración agitada. Misuk me llama. Está pensativa.
—Debes saber, Yadei que, a pesar de todo lo que habéis hecho por él es posible que no sobreviva o, al menos, que no se acuerde de ti... De nada, en realidad. —Le tiembla la voz.
Asiento, serena, a pesar de que siento como si me derrumbase por dentro. Me dirijo a mi habitación, esquivando a Yaroc, quien me saluda con algún comentario sarcástico. Quiero encerrarme y llorar, pero lo único que consigo hacer es lanzar mi almohada bien lejos.
* * *
Observo a Hyo tumbado en la camilla, varios tubos surgen de su pecho, líneas oscuras cubren toda su piel. Parece dormido, su pecho se mueve arriba y abajo lentamente y bajo sus párpados, los ojos a veces se mueven. Yo me quedo sentada a su lado observándole, acariciándole el cabello. Es posible que no sobreviva, o, al menos, que no se acuerde de ti, las palabras de Misuk se repiten en mi cabeza. Siento que no puedo más.
—No te has olvidado de mí, ¿verdad? —le susurro.
Las máquinas que están conectadas a su cuerpo empiezan a emitir un suave pitido. Mis sollozos lo ahogan.
En mi mente no cabe la idea de perder a Hyo. Siento un vacío muy grande solo de pensarlo, Hyo no puede morir. No puede dejarme, prometió que me llevaría a casa. Me apoyo en la camilla, cerca de su rostro y me concentro en su cabello, mis dedos se arremolinan por él, nerviosos y temblorosos. Normalmente me alejo de las personas por miedo a que éstas me puedan traicionar, pero, a veces, algunas personas se ganan un espacio en mi corazón y luego me cuesta mucho alejarme de ellas. Hyo lo ha conseguido: se ha ganado un hueco en mi corazón y ahora no puedo imaginar qué es perderlo.
—Hyo... —digo con un hilo de voz—. No puedes dejarme, no...
Me incorporo levemente y le miro a los ojos cerrados. Cierro los míos y sonrío con tristeza. Le acaricio la mejilla.
—Te quiero, Hyo —confieso al fin y dirijo mis labios a su mejilla—. No me dejes, por favor...
Vuelvo a apoyarme en la camilla y dejo que mis sollozos se vayan aplacando.
Me despierto con dolor de cuello, me he quedado dormida apoyada en el metal. Al abrir los ojos veo el rostro de Hyo. Me mira con una sonrisa tierna en los labios, está girado hacia mí. Uno de sus brazos está alrededor de mis hombros. Abro la boca para decir algo, pero su mirada me desconcierta. Hyo me mira con unos preciosos ojos marrones, extremadamente humanos. Ahora ya no tiene líneas negras bajo sus ojos, ahora su aspecto es totalmente humano.
—Buenos días, Yadei —me susurra dándome un apretoncito en la espalda.
Sonrío al ver que me recuerda, tengo el rostro manchado por las lágrimas, y una nueva aparece por él. Hyo me la limpia con el pulgar. Me levanto y veo que lleva nueva ropa. Él también se incorpora y lo abrazo con fuerza. Se separa un poco, sin soltarme, y me mira.
—Jamás te dejaría, Yadei, jamás —promete con seguridad.
Ayer escuchó lo que decía, me sonrojo ligeramente y sonrío.
—No me digas que dijiste todo eso solo porque estaba a punto de morir —el tono de Hyo es divertido.
—Claro que no, tonto —digo dándole un empujoncito.
—Menos mal —susurra, y añade más serio—: porque a mí me convenciste.
Sonrío de nuevo y apoyo mi cabeza sobre su pecho. Asiento, le quiero, sí. Hyo se inclina y me da un beso en la frente.
—Yo también te quiero —susurra antes de volverme a abrazar.
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