Shabná
Shabná observa el sobre desde lejos, lleva allí casi un mes. No ha querido abrirlo. La remitente es Ada, una vieja amiga. Una amiga con la que perdió el contacto después de la desaparición de su marido. Ese sobre contiene demasiados recuerdos. ¿Por qué le escribe ahora después de tanto tiempo? ¿Por qué después del accidente de Yadei?
Se levanta de la cama y agarra el papel amarillento. No puede seguir evitándolo, al fin y al cabo, fue ella quien se alejó de Ada y no al revés. Su amiga solo le dio tiempo, pero el tiempo no ha curado la herida en el corazón de Shabná. Echa un vistazo a la habitación de Yadei y abre la carta.
Querida Shab,
Cuánto tiempo, amiga. Hubiera querido escribirte antes, pero la vida se me ha presentado con problemas. Qué más da, no tengo perdón. En fin, quería escribirte para ver cómo estás y eso. Y para darte mi pésame por Yadei, os vi alguna vez por la calle, era encantadora.
Yo tengo dos niños preciosos, me gustaría que pudieran conocerte. ¿Te parece bien si quedamos para cenar algún día? Creo que aún tienes mi contacto, sino, aquí lo tienes AdaIbder39.
Esperaré tu respuesta.
Ada
PD: sé que la policía cerró el caso, pero tengo información sobre Daran que te puede resultar interesante.
El rostro de Shabná palidece ante la posdata. Información sobre Daran. Durante los dos primeros años de vida de Yadei, ella estuvo intentando localizar a su marido, saber al menos si había muerto; pero nada dio resultado. Daran Alger no existía en el censo y el estado civil de Shabná era un revoltijo de palabras sin sentido. Casada, sí, pero con quién, no especificaba. El inspector le había dicho que esas cosas solían pasar, la base de datos era muy antigua y a veces sufría errores. Shabná decidió dejarlo así, con la esperanza de que algún día su marido volviera a casa. Pero tuvo que aprender a apañárselas sola con una niña demasiado parecida a su padre.
* * *
El restaurante le recuerda a cuando Daran y ella eran novios y quedaban para cenar, Ada siempre les acompañaba, entusiasta, quizás demasiado. Es un local no demasiado grande, pero pulcro, con cortinas viejas y manteles perfectamente doblados. Ada espera sentada en una mesa esquinera, es imposible no reconocerla: continúa con sus rizos naranjas y sus ojos blancos, tan claros que dan miedo. Shabná se acerca lentamente.
—Oh, Shab, qué guapa estás —exclama la pelirroja.
La mujer se levanta y le toca la cara y el vestido. Es uno de los muchos vestidos que Shabná ha confeccionado. Es sencillo, de color verde y manga larga.
—¡Ni una sola arruga en la cara! ¿Cómo lo haces? —bromea Ada.
—No exageres, tú también estás muy bien.
La última vez que se vieron, ninguna llegaba a los treinta años. Un torrente de emociones se apodera de Shabná y se ve obligada a sentarse. Ada ha sido amiga suya, siempre. Les ayudó cuando más lo necesitaban, guardó los secretos con discreción y nunca se enfadó por minucias. Era la persona más coqueta y apañada que Shabná había conocido, se maquillaba con grandes sombras de ojos y estaba cambiándose el peinado cada dos por tres. Al parecer, continúa igual, pues va aconjuntada con un traje azul y una original sombra de ojos. Piden la comida y se quedan un largo rato en silencio. Tienen muchas cosas de las que hablar, pero ninguna de las dos sabe cómo empezar.
—¿Continuas trabajando en la sastrería? —pregunta Ada. Shabná responde que sí— Qué bien, yo sigo en el hospital.
Cuando se conocieron, Ada estaba cursando Enfermería. Unos años más tarde, consiguió un trabajo en la sección de pediatría. Al parecer, sigue con el mismo trabajo.
—¿Qué tal lo llevas con lo de Yadei?
Shabná se vuelve hacia su amiga. Desde el accidente no ha vuelto a ser la misma. Yadei era su alegría, ahora solo queda un enorme vacío. Su corazón resquebrajado se ha hecho pedazos. Tan solo le impulsa una débil esperanza de volverla a ver, una esperanza basada en los últimos datos que pudo obtener de Yadei.
—Siento como si me hubieran arrebatado todo lo que tenía.
Esa frase vuelve a sumirlas en el silencio. Shabná no ha hablado con nadie desde el accidente y le duele hacerlo. Cada día, cada momento piensa en su preciada hija. Las horas más difíciles son las que marcaban la rutina de su hija. A las siete se levantaba y desayunaba, a las cuatro volvía de la escuela. Y, a medida que pasan los días, esos recuerdos se vuelven más intensos. La idea de estar sin su niña es demasiado dolorosa, es una situación que jamás habría imaginado.
Un camarero joven la devuelve a la realidad. Alto y delgaducho, de cabello rizado y pecas. Gathol. El antiguo amigo de Yadei, su mejor amigo de la infancia. El chico lleva su plato, al reconocer a Shabná palidece y su mirada se ensombrece de tristeza. Deja el plato en la mesa.
—Señora Mash, siento mucho lo de Yadei. Creo que no exagero si digo que todos los que la conocíamos la echamos de menos —dice en tono suave y apesadumbrado.
—Gracias —contesta la mujer con un hilo de voz.
Ambas amigas empiezan a comer lentamente. Ada, en un intento de animar el ambiente empieza a hablar de sus hijos. Son de siete y diez años, aficionados a los videojuegos y un poco desastrillos.
—En la carta dijiste que tenías información sobre Daran —corta Shabná en un tono seco y distante.
—Ah, cierto —contesta la otra ligeramente perpleja—. Es difícil de explicar... Pero, está vivo —esas palabras golpean a Shabná como un puñetazo. Ada saca algo de su bolso: una bolsita de cuero sintético con una etiqueta—: Esto estaba en mi buzón.
Shabná coge la bolsita y lee la etiqueta. Algo dentro de sí se desmorona.
Hola Shab, cariño... Hace más de dieciséis años que no hablamos, lo sé. Sé que me debes odiar, pero tuve una razón para hacer lo que hice. Tuve que desaparecer para protegeros. ¿Recuerdas nuestro árbol? Te esperaré allí.
Con cariño, Daran
La mujer abre la bolsita con manos temblorosas y encuentra una pulsera con un tallado de madera. Suelta una exclamación. Es un círculo con dos salientes hacia dentro. Su símbolo, el símbolo de Daran y ella, un símbolo que representaba dos manos de una forma un tanto abstracta. Las lágrimas anegan sus ojos y el estómago le da vueltas.
—Lo siento, Ada —solloza y se marcha del restaurante.
Va corriendo hasta un callejón y empieza a llorar. Su marido está vivo. Después de tantos años. ¿Pero por qué le contacta ahora? Acaricia la alianza dorada en su dedo anular. Sigue vivo, Daran está vivo.
* * *
Shabná se acerca al bosque, las emociones y recuerdos la inundan por dentro. La Zona Agrícola era el sitio favorito de Yadei. La chica solía correr por el bosque y jugar en la pradera. También era la zona favorita de Daran. Su árbol se encuentra en una zona interna del bosque, es un viejo abeto en el que habían tallado su símbolo. Camina hacia allí con el corazón golpeándole las costillas.
Vislumbra el abeto, alto, fuerte y frondoso y, apoyado en él, un hombre al que reconocería en cualquier parte. Suelta un grito ahogado. Viste un largo abrigo negro desabrochado y una bufanda que ella misma le tejió. Cabello oscuro, aunque con algunas canas recientes. De ojos azules y profundos. Alto y fuerte. Ya no lleva el mismo flequillo que hace diecisiete años, sino que lleva el pelo peinado hacia atrás.
―Daran ―exclama Shabná para sus adentros.
El hombre se da cuenta de su presencia y se le acerca, cauteloso. Lleva la alianza, al igual que ella.
―Shabná... ―susurra, con esa conocida voz. Pero algo en su tono ha cambiado, suena triste, apesadumbrado...
Ambos se quedan observándose durante unos instantes demasiado largos. Las lágrimas cubren sus ojos, y el dolor tiñe las expresiones de los dos. Daran acerca las manos a las de su esposa y ella entrelaza los dedos entre los suyos.
―Lo siento ―se disculpa él.
La mujer se separa y el enfado pasa como una nube sobre su rostro.
―Cada día me levantaba sola y desamparada, pensaba y me preguntaba qué motivo tendrías para haberte marchado ―su voz se va apagando y el enfado se desvanece poco a poco―, pero nunca era capaz de encontrar una razón. Quiero que sepas que nunca te odié... Nunca perdí la esperanza de que volvieras... ―los sollozos rompen la voz de Shabná y las lágrimas anegan sus ojos― Pero no ahora, cuando nuestra niña no está...
Se apoya en el pecho de Daran y continúa con su llanto. Su marido le acaricia la espalda.
―Me marché porque me prometieron que era la única forma de protegeros... Pero ahora sé que me mintieron. Jamás dejé de quereros ―Daran sonríe con tristeza―. Os veía cuando la llevabas al colegio, cuando ibais al campo. Lo que hubiera dado por abrazaros entonces, pero temía exponeros. Ojalá te hubiera dicho algo, ojalá te hubiera explicado qué ocurría.
Shabná empapa la camisa del hombre con sus lágrimas. Él le coge de la muñeca delicadamente y sonríe al ver que tiene la pulsera que le ha regalado.
―Yadei está viva ―confiesa. Shabná eleva la mirada―. Y vamos a salvarla.
Los ojos de ella se abren como platos.
―Y seremos la familia que nunca pudimos ser ―asegura Daran.
―¿Cómo lo sabes?
Shabná también lo cree, cree que su hija está viva. Pero solo es una suposición, su esposo le ha asegurado con tal convicción que está viva que le sorprende.
―¿Confías en mí?
―Nunca dudé de ti ―contesta Shabná.
Daran le da un beso y sonríe.
―Te he echado mucho de menos.
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