🅔 🅡 🅡 🅞 🅡

   Nami era, ya desde la escuela, una muchacha importante. Una de las que veías y pensabas "ella está destinada a grandes cosas". Por eso, no era sorpresa verla bajo un rol tan importante en el consejo estudiantil, liderado por Sabo y Koala. Ella se esforzaba mucho. Sus áreas, cubrían la sección económica y la de organización de eventos. Así que sí, además de importante, era también una chica ocupada.

   ¿Cómo no iba a estar ocupada? Entre sus tareas, exámenes, el consejo estudiantil, el club de meteorología y el negocio familiar de su madre, la pobre llevaba un agitado estilo de vida que pocos sabrían manejar.

   Al menos, nunca tendría que preocuparse por su almuerzo; Sanji ya la tenía cubierta con eso. Beneficios de ser una chica, y una muy bonita, cabe destacar. A veces, se sentía mal por "usar" al rubio, hasta que recordaba que el mismo tenía novio y que adoraba hacer comida casera para todos sus amigos.

   Dicho sea de paso, uno de esos amigos, le puso el mundo de cabeza. Así de simple.

   Fue casi cómico ver como, un día, el chico se aparecía de la nada misma, entrando a la clase por la ventana. Nami, que para ese entonces aún era nueva en esa escuela de locos, fue la única que se sorprendió. Después, el moreno estiró un poco los brazos y comenzó a saludar a todo el mundo, de una manera increíblemente casual, como si no hubiera escalado cuatro pisos, sólo con sus manos y sus sandalias.

   Mientras la pelirroja se le quedaba mirando estupefacta, Robin entró también a la clase (por la puerta, como los humanos normales), siendo seguida de cerca por un Sanji con ojos de corazón y un medio dormido Zoro. Sin embargo, los tres se quedaron quietos en su sitio apenas divisaron al muchacho de sombrero de paja. Un segundo después, el mencionado se lanzó sobre ellos, en un desastroso intento de abrazo.

“—Chicos, ¿ustedes conocen a este loco? ¡Acaba de entrar por la ventana!”— recuerda haber exclamado.

“Él es el chico problemático y glotón que Sanji mencionó antes, Nami.”— le respondió la morena de ojos azules.

“—¿Eres una amiga nueva? ¡Encantado! ¡Yo soy Monkey D. Luffy!”— se presentó aquel, prácticamente saltando de puro entusiasmo.

   Fue entonces cuando sucedió. Cuando, viéndolo más de cerca, recibió la sonrisa más grande y más bonita que había visto en su vida. Y, así de fácil, el loco trepador de edificios, dejó de parecerle tan loco.

   No tardó mucho en enterarse de que, de hecho, Luffy era el mismo "estresante hermanito menor" del que Sabo a veces hablaba. Pero, más sorpresivo aún, fue cuando supo que también, se trataba del mismo "bebé llorón" del que Portgas D. Ace, el líder del club de boxeo, se quejaba. Al menos, una cosa le quedó clara: esos tres, no pertenecían a una familia normal.

   Y, aún sabiendo eso, aún intentando mantener distancia, no pudo evitar caer. De la misma forma que Bartolomeo, Hancock, Coby y Shirahoshi. La muy desdichada, acabó enamorándose de Luffy. Aunque, ¿quién podría culparla? El chico tenía una apariencia adorable y un carisma enorme. Eso, junto a una determinación aplastante y un corazón de oro. Él simplemente era demasiado bueno como para no quererlo.

   Sus sentimientos no hicieron más que aumentar con el paso del tiempo. De tal forma, que su apenas organizada agenda, perdió todo el control sin que ella lo notara. Pues, con tantas cosas en la cabeza, terminó perdiendo valiosas horas de sueño, arruinando trabajos prácticos, incluso chocando con postes de luz mientras iba por la calle. Hasta que adoptó al mejor amigo de Law; el café.

   Afortunadamente para su salud, el sabor no le gustaba demasiado, preferiría siempre su jugo de mandarina, por lo que esa bebida caliente, no se volvió algo habitual, mucho menos necesario. Útil sí lo era, para qué negarlo.

   Sin embargo, estaba llegando un evento importante en la escuela, junto con un montón de exámenes y un trabajo de historia de más de 35 páginas (que no hubiera terminado nunca, de no ser por Robin, su ángel guardián). Por lo mismo, terminó un discurso para el consejo estudiantil a eso de las 3 o 4 de la madrugada, gracias a tres tazas de café y varios dulces, regalo de Chopper. Lo imprimió, lo guardó en su bolso y, apenas unas horas después, llegó a la reunión de la mañana, lo dejó en la mesa en la que ya estaban todos los demás y fue a recostarse en un sillón.

   Estando a punto de dormirse, no tuvo la oportunidad de sentir los comentarios y risas de los otros miembros. Dormir primero, mundo después, pensó.

   Sus compañeros tuvieron la amabilidad de dejarla dormir por una hora y media, hasta que Sabo, el líder, dijo que sería mejor despertarla para discutir eso que todos habían leído. O mejor dicho, para molestarla un rato. Por lo que Koala (cuya inesperada fuerza era el terror de todo aquel con sentido común), fue la encargada de levantar el bendito sillón y hacer a Nami rodar hasta el suelo.

   La misma, como se puede suponer, se despertó sobresaltada, con un malhumor impresionante y ganas de matar gente. Eso, hasta que el rubio del grupo se le acercó, con esa sonrisa suya, la que ponía cuando alguno se los demás se avergonzaba en público. Sostenía un papel en la mano.

—¿Y eso?

—Es tu discurso.

—¿Y qué tiene? ¿Me equivoqué en algo? Seguro que lo hice.

—Bueno... puede que hayas cometido un pequeño error. O puede que no— su sonrisa se ensanchó y Nami, sinceramente tuvo miedo.

—¿Dónde?

—Justo al final. Léelo.

   De mala gana, la pelirroja tomó el papel, dirigiendo la vista a las últimas líneas que escribió.

“¡No sean tímidos, la participación es buena! Y sepan que, las sugerencias serán recibidas y apreciadas, así como la sonrisa de Luffy.”

   Sintió como toda la cara se le ponía roja.

   De por sí, era muy embarazoso que todos sus compañeros del consejo, lo hubieran leído (aún podía escuchar las risas de esos hijos de puta), pero para peor, Sabo también lo había hecho. Siendo el hermano mayor de Luffy, parecía encontrar hilarante la situación.

—Sabo, yo... ¡dejen de reírse, bastardos!— se enojó. El rubio, sacudió la cabeza con calma.

—No hace falta que me expliques nada. Todos ya nos habíamos dado cuenta.

—¿Qué? ¿Cómo?— cayó rendida al sillón nuevamente. El otro, tomo asiento junto a ella, una sonrisa comprensiva posándose en sus labios.

—Oh, por favor. Tus ojos brillan más que la ropa de Ivankov, cada vez que Lu se pasa por aquí.

—Eso es demasiado. ¿Soy tan obvia?

—Sí. El lado bueno, es que mi hermano es un idiota, por lo que no se ha enterado de nada. El lado malo, es que no tardará en hacerlo— comenzó a silbar de forma inocente. Nami tardó apenas un par de segundos en procesar el significado de sus palabras.

¿A qué te refieres, líder?— preguntó con ese falso tono angelical, que le ponía los pelos de punta a más de uno. Completamente consciente del peligro que corría, el muchacho tragó saliva, antes de continuar.

—Como ya sabes, tu discurso iba a ser copiado y pegado por todos los tableros de la escuela y, bueno... puede que, por falta de tiempo, no hayamos podido corregir tu error, antes de que eso pasara.

   Espera, ¿qué?

   Miró a Sabo con los mismos ojos de un tiburón frente a un pez indefenso y, el mismo, se sintió pequeño, incluso cuando era casi 20 centímetros más alto que ella. Nami y Koala, le habían enseñado por las malas a no meterse con las mujeres pelirrojas. Nervioso, se puso de pie, alejándose a paso lento, atento en caso de tener que echarse al suelo y hacerse el muerto.

   Por suerte, justo antes de que Nami explotara, alguien entró de un portazo. ¡Vaya casualidad! Se trataba del chico de sombrero de paja, con un curioso sonrojo en las mejillas. Antes de que alguien pudiera siquiera molestarse en intentar echarlo, el moreno habló, a los gritos, como era su costumbre.

—¡Tengo dos cosas importantes!— anunció, acentuando el silencio de la habitación —Una sugerencia para Sabo... y una sonrisa para Nami.

   Sí, definitivamente estaba metida en una escuela de locos. Aún así, no lo cambiaría por nada del mundo.

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