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ZITTI E BUONI — Måneskin

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No voy a mentir, siempre recibía correos de broma y por eso contraté a Sandra para que los leyera y filtrara así poder recibir las propuestas de trabajo que me ofrecían.

Tenía que pasar por la oficina antes de tomar un vuelo a Noruega para una conferencia con el director de una empresa electrónica. Retoqué mi labial rojo y abroché el último botón de mi traje blanco.

Era momento de irme, no pensaba perder el vuelo.

Prendí el motor de la moto, me coloqué el casco y me fui a mi despacho. Acomodé mi cabello en el camino antes de bajarme a recoger los papeles en la oficina.

Se sentía una vibra extraña. La puerta no estaba siendo vigilada por los guardias y en el lobby no estaban los pasantes, al ser viernes siempre vienen a recoger el trabajo para organizar el fin de semana. Mis tacones eran el único sonido que se escuchaba el solitario lobby. 

Llegué al piso dos y se me erizó el vello de la espalda al ver que Sandra no estaba en su cubículo, pero seguí adelante.

No podía ver mi oficina ya que el vidrio polarizado me lo impedía. Me arrepiento de colocarlo, sin miedo a nada abrí la puerta de mi despacho. Ahí lo vi, con cinco hombres amenazando a mis trabajadores mientras el veía por la ventana, observando mi moto desde su punto de vista.

Me había observado bajarme y caminar hasta aquí.

Sin darse la vuelta al observarme hizo una seña con el dedo índice y el dedo del medio. Estos guardias agarraron a las diez personas que estaban en el suelo. Ahí vi a Sandra, con los ojos llorosos sin poder dejar de observarme. Los sacaron a la fuerza de mi despacho, dejándome sola con él.

—Necesito el archivo que usted guardó, señorita. Por favor, no lo niegues porque sé que fue descargado.

—No lo tengo en mi poder.—Me crucé de brazos. Observándolo.

Carcajeó, mirando la vista. 

Se dio la vuelta, ordenándose la corbata. Tenía los nudillos con sangre.—Necesito que me dé su maletín.—Señaló con su meñique mi brazo izquierdo.

Sin pensarlo dos veces caminé hacia él. Colocando el maletín encima de la mesa, sin apartar la vista hacia él. Tenía un corte de ceja a mejilla, la mirada perdida y una serpiente salía del cuello de su camisa.

Un chico de mi despacho entró a la sala con una pistola en las costillas, directo a mi computadora. Yo sabía el rol de él. Era similar a mi hermana, pero con menos experiencia.

—Jackson no encontrará nada ahí.—Apunté al computador. Observándolos a los dos.

—¿Lo eliminaste?

No respondí, Jackson seguía revisando mi computadora y solamente podía encontrar imágenes de mis viajes y documentos no importantes.

El hombre comenzó a recorrer el despacho, revisando todo. Tomó el folio que venía a buscar para irme a Noruega—, ¿Quieres escapar?

—Es trabajo.

Me acerqué a él para arrebatarle el folio, pero fue rápido para levantarlo por los aires. Negó con la cabeza, recorriendo todo de nuevo.

—Se supone que nos íbamos a ver unas semanas después, pero el error de uno de mis trabajadores me trajo hasta aquí...—abrió una botella de agua—, Él ahora espera por ti.

—¿Y quién eres tú?—Me crucé de brazos, observando cómo se bebía mi agua.

—Está agua está realmente buena—miró la botella—, verdad, pido perdón.—Dejó el frasco de vidrio en la mesa.— Soy Frank Lanstov dí Riina, dueño de la petrolera de Italia. Teníamos una cita para unas semanas, pero lastimosamente se adelantó.—Me respondió en italiano, sarcástico.

Ella descargó el archivo en una memoria USB.—Confirmó Jackson.

Frank levantó las cejas en modo de sorpresa, sonriendo.—Así que... "No lo tengo en mi poder"—vació todo el maletín. Mostrando tampones, maquillaje, pasaporte y papeles diversos.

Me miró extrañado, observando todo lo que estaba tirado.—¿Qué?—miré las cosas— Soy mujer, ni modo que sea un alíen. De todas maneras, el USB que Jackson dice, no está aquí eso sería muy descuidado de mi parte sabiendo el contenido...

Cerró los ojos mientras suspiraba.—Lo leíste...—Colocó la mano en el hombro de Jackson.

La sangre manchó mi traje blanco y restos de su cráneo estaban en mi cabello y cara. El tipo que había traído a Jackson le había disparado en la cabeza.

—Vete, Luca.—Habló Frank, tranquilo.—ah, lo olvidaba—lo detuvo en medio camino—, Mata a la recepcionista, ella sabe quién soy ya que hablamos por teléfono.

Luca asintió y se marchó.

Frank lanzó el computador al suelo, rompiéndolo en millones de piezas. Sacó un pañuelo de su chaqueta, acercándose a mí para comenzar a limpiarme la cara.

—Mírate... ninguna expresión en tu cara. Deberías estar aterrada, pero estás aquí—señaló de arriba a abajo—, parada, sin demostrar ninguna sola expresión cuando los dos sabemos que Sandra es una de tus mejores amigas y Jackson es tu primo.

Mi mirada estaba fija en la una planta, me estaba pellizcando el interior de la mano y mordiendo el labio. Sujetó firmemente mi mandíbula, obligando a que lo mire.

—Te estoy hablando, Emma.

No había escuchado los últimos minutos de lo que había dicho, mi cuerpo estaba aquí y mi cabeza estaba salvando la única razón que quedaba en ese momento.

—¿En dónde está la memoria? No lo preguntaré por tercera vez.—Su aliento pegaba en mi cara, él era mucho más alto que yo. Diría que 1,93.

Lo miré, enfrentando la realidad.—Está escondida, tan escondida que no podrás encontrarla. Y si sigues jodiéndome voy a exponerte a ti y al coreano que nombras.—Solo salía un hilo en mi voz, rasposa y llena de rabia.

Retrocedió dos pasos y sacó el arma de su vientre. Apuntándome en el pecho.

Dispara, bastardo, pero en la cabeza.—Me acerqué.

—¿Acaso quieres morir?—Miró por encima de su brazo.

—En realidad adoraría saber que aún después de muerta te puedo joder la existencia.—Le guiñé el ojo, subiendo el arma a la cabeza.— Dispárame.

—No te conozco en nada, dudo que lo puedas hacer.

Le quitó el seguro al arma.

Todos los celulares comenzaron a sonar, el mensaje de esa persona llegó, Luca entró a la sala, deteniendo mi muerte.

—Señor, sí la mata el archivo será filtrado, revelando el nombre de usted el nombre de Zayto y todos sus tratos ilegales.

Podía ver como la mandíbula de Frank se tensaba, juraría que pude escuchar sus dientes rechinar de la rabia. Miró hacia el techo y se fue contra el cadáver de Jackson, descargándole todas las balas que su arma tenía, sin importarle el sonido de esta.

Me miró por encima del hombro, caminando fuertemente en mi dirección, agarrándome por el brazo conduciéndome a la salida.

—Díganle a las sombras que vengan a limpiar y a sacar toda esta basura, déjenlo inmaculado. Sin huellas. Nos vemos en el auto.

—¿Que hará con la chica?—Preguntó Luca. Mirándome de arriba abajo.

Luca era enorme, piel canela y con unos ojos cafés intensos. Su mirada mostraba más odio que otro sentimiento, es intimidante.

Frank estaba por colapsar, una derrota que jamás había experimentado estaba saliendo a flote. La paciencia se estaba agotando, pero su respiración sigue siendo tranquila.—La llevaré a Italia, ahí acordaremos algún trato, pero libre no va a quedar.

Luca asintió, sacando el celular para hacer una llamada. Yéndose por las escaleras de emergencia.

—¿Tienes algo aquí que quieras llevar a Italia?—marcó el ascensor.

—Los mataste.

Mis condolencias.

El ascensor llegó y me subí primero, dejándolo atrás.

—Quítate el traje, no quiero sospechas ahora mismo.

No respondí y solo hice lo que me pidió, me lo quitó de las manos y cuando el ascensor llegó al menos uno se lo lanzó a otra persona. —Quémalo y quema todas sus datos. Sácale una nacionalidad italiana.

El hombre asintió, abriendo la puerta del auto.

—Así que—se sirvió un trago, acomodándose en el asiento—, graduada de Harvard en idiomas y economía empresarial...

—Creo que alguien hizo su tarea.—Miré por el vidrio polarizado como el auto se ponía en marcha.

—¿Cuantos idiomas sabes?

—Los suficiente para saber que tus guardaespaldas prefieren matarme y encargarse solos de este "problema". —Arreglé mi cabello detrás de mi oreja.

Carcajeó internamente, mirando por la ventana. 

Llegamos a un sector del aeropuerto exclusivo para Jets privados.

—Espero que no le temas a las alturas.—Comentó Frank, irónico.

Lo miré de reojo, sonriendo.—Las alturas es el menor de mis problemas.

Me bajé del auto, cerrándole la puerta en la cara. El lugar estaba con algunos autos y varios hombres armados.

—Tendrás que aprender algunos modales, las mujeres que conozco son educadas.—Se acomodó la corbata, silbándole a una persona para que viniera.

—Menos mal no me conoces, ni me conocerás.

Un guardia trajo a un sujeto golpeado y sangrando, el hombre ya no podía ni caminar.

—Emma, él es quién te mandó el correo—lo miró— Leandro, ella es Emma, la mujer que ahora puede cortar nuestros cuellos.—Sacó su celular del bolsillo y le sacó una fotografía.

No entendía por qué Frank sacó una fotografía, pero la mayoría de ellos bajaron la cabeza. Ellos sí sabían.

—Lo vas a matar tú.

¿Así qué eso quiere? No va a poder quebrarme. Tragué saliva y acepté el arma que Frank me estaba entregando. Miré al cielo, los santos que me ven van a tener que perdonar a la persona que seré desde que ponga un pie en ese avión no será la misma que mis padres querían cuando les rezaban.

Le quité el seguro y lo miré a los ojos, un descuido que le costó la vida. Y yo, se la iba quitar. Le disparé en la cabeza, el cuerpo cayó sin vida a mis pies, manchando mis tacones blancos de sangre. Suspiré, quitándole las balas restantes al arma, tirándola a los pies de Frank.

No me iba a quedar a ver como quitaban el cuerpo del suelo, me fui directo al avión. Pisadas de sangre dejé con los tacones, caminando directo hacia la puerta de entrada, sin importarme si Frank pensaba dispararme por la espalda, como un cobarde. Miré por la ventana como se llevaban el cuerpo de Leandro, mis condolencias para la familia.

—¿Estás lista para lo que nos espera en Italia?

Una azafata pasó por mi lado, ofreciendo tragos. Me miró y me dio una copa, yo la bebi y me dio otra, y la bebí. Suspiré acomodándome en el asiento. El celular de Frank comenzó a vibrar, alguien lo estaba llamando.

—Frank—aceptó el trago de la azafata, guiñándole el ojo—Sí, en una semana te espero aquí, ya sabes, con el trato de paz o colgaré tu cabeza en la punta de mi casa como recordatorio.

Colgó y bebió el trago, lanzado el celular a la mesa que nos separaba.

Mi celular comenzó a sonar, y Frank levantó la ceja—, ¿Tienes un celular?

—Nunca me preguntaste, además, soy empresaria, vivo con uno en la mano.

—Eras...

—¿Era?—Lo miré con un ojo, manteniendo el otro en relajo. Sin ánimos de mirarlo completamente.

—Ahora trabajas para ambos, él y yo estamos encargados de que observes todo lo malo que puede pasarte.

—Prefiero que me mates de una vez y así ver como se destapa todo en mi tumba.—Saqué el celular de mi pantalón, respondiendo la llamada de un número sin nombre. Yo sabía quién era.

Se había tardado exactamente dos horas.

—Rastrea, analiza y si no tengo pulso, Publícalo.

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