#16: Reacción
La bocina lo despertó. Abrió los ojos, confundido, luces encendidas en el blanco cuarto, sólo el sonido de su respiración como compañía.
«Debemos hablar». Dos palabras, eso fue todo lo que tomó para que comprendiera que algo había pasado. Dos palabras, dichas por esa voz, y su corazón cayó al fondo de su estómago. Miró a su alrededor, no más que paredes y soledad. Y el eco de la voz de la señora Katsaros. «Sexta generación, hemos sido comprensibles con ustedes, y aun así no dejan de morder la mano que los alimenta. Estoy decepcionada». Soltó un suspiro por demás teatral. «Después del pequeño... exabrupto de Libra, me queda en claro que no podemos confiar en ustedes». ¿Libra hizo algo? De nuevo, miró a su alrededor en búsqueda de rostros que no estaban ahí. Se acercó a la puerta, oído contra el metal, con la esperanza de oír algo del otro lado, nada. Pensó en susurrar, en gritar, en hacer algo de ruido, pero su cuerpo no se lo permitió. ¿Qué demonios había hecho Libra? ¿Por qué la mujer se escuchaba tan alterada y calmada al mismo tiempo? «Al parecer, nuestro querido Libra extrañaba con tanta fuerza el Z50 que hizo todo en su poder para volver ahí lo más pronto posible, espero esté feliz escuchando esto, ahora que cumplió su cometido». ¿Libra estaba en el Agujero Negro? Apoyó una mano contra la puerta, sintiendo sus piernas a punto de vencerse bajo su peso. «Pero no se preocupen, el cabo Uggeri logrará una recuperación completa y estará activo de vuelta pronto». ¿Cabo? ¿Recuperación? «Mientras, el resto de ustedes haría bien en seguir la rutina».
Con un clic, el sonido se cortó.
El caos se desató a su alrededor. Oyó a lo lejos cosas siendo lanzadas, puertas siendo golpeadas, gritos. Muchos gritos. Hubo maldiciones, hubo amenazas, hubo promesas. La respuesta de la sexta generación fue algo sin precedentes, al unísono, años de frustración y odio salieron con fuerza devastadora, arrasando con todo a su paso. Reconoció las voces de varios, algunas más fuertes que otras, y se sorprendió llorando con ellos. Extrañamente, lo hizo sentir menos solo. Así de repentino como comenzó, los impactos en las paredes se terminaron, dejando paso al más profundo silencio.
Cáncer llevó sus manos a donde su libreta debería estar, sin encontrarla.
Abrazó sus piernas contra su pecho, ¿Cuándo se había sentado en el piso? Le dio igual. Se recargó contra la fría puerta metálica, sintiéndose confundido e impotente. Sabía que, de alguna manera, estaba de vuelta en el laboratorio, junto con los otros doce signos, y que Libra había hecho algo. Aparentemente la presencia de cabos era normal ahora, ¿eso significaba que había personal militar caminando en los blancos pasillos? Recordaba la emboscada la noche que escaparon de la ciudad, no sonaba tan descabellada la posibilidad. Ok. Había militares. Y Libra había hecho algo a uno de ellos. Algo que ameritaba un anuncio. Eso lo aterraba. Había crecido bajo las reglas de la directiva, nada ameritaba un anuncio. Nada. Las temporadas de colapso fueron y vinieron en silencio, así era como todo funcionaba: No pasaba nada aquí. Intentó pensar en qué hizo la balanza para romper la regla de oro.
Se levantó de golpe, manos temblando, rebuscando en toda su habitación por algo con lo que escribir la información reciente. Deshizo su cama, lanzando mantas y almohadas por los aires sin ninguna consideración, pensando que tal vez su libreta se había caído y la encontraría ahí. No. La premura se volvió desesperación, sabía que no le quedaba mucho tiempo para anotar las cosas que debía. Revolvió las cosas que había lanzado, ¿Cómo era posible que en medio de la nada no encontrara lo que buscaba? Hizo girar el colchón también. Nada.
No...
Porque siempre le habían dado libretas. Así como a Tauro le daban anteojos o mantenían las luces tenues en la sala de entrenamiento para Capricornio. La directiva podía ser muchas cosas, pero siempre procuraban tener dispositivos de asistencia para ellos, era literalmente su única cualidad buena: Se hacían cargo de sus errores. No podía creer que lo habían dejado solo, sin ninguna acomodación para que pudiera sobrellevar esto por su cuenta. Rebuscó desesperado, aterrado ante la posibilidad de perder la poca información que pudo retener, queriendo creer que les quedaría un poco de humanidad a las personas en batas blancas.
No obstante, no podía hacer nada para cambiar el resultado. Lo olvidaría, esa era la realidad. No podría escribirlo a tiempo, no tenía con qué hacerlo. En medio de toda la destrucción, Cáncer se resignó a su condena personal.
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Se hallaba sentado en medio del caos. Miró a su alrededor, confundido, buscando rostros que no encontró. La puerta estaba cerrada, y pronto comprendió que no podría salir. Analizó la habitación, entonces, en busca de respuestas mientras intentaba ignorar su ansiedad. ¿Dónde estaba? Y, más importante, ¿Dónde estaba el resto?
Todo era blanco, incluso sus ropas. Cáncer no había usado blanco desde que consiguieron ropa normal, ni siquiera se atrevía a usar beige o gris, necesitaba un poco de color. ¿Por qué estaba vestido en blanco? Y no sólo eso, todo lo era. Las paredes, las sábanas en el piso, el colchón movido de su base. Todo era blanco o plateado. La luz sobre su cabeza era de un azulado frío y el mundo apestaba a desinfectante. El único lugar en el mundo que conocía así era el complejo del que escapó.
Entonces estaba de vuelta. Sus manos fueron hacia donde debería estar su libreta, sin encontrarla. El desorden que lo rodeaba tuvo sentido: No tenía su libreta. Eso lo calmó y lo angustió en partes iguales.
Sin su libreta, no tenía modo de saber cuántos días habían pasado desde su captura. Buscó entre sus recuerdos, lo último que tenía en su mente era estar vagando por la nada, cielos blancos sobre su cabeza y el viento cada vez más frío, la promesa de nieve. Recordaba la urgencia que todos sentían para encontrar algún tipo de refugio, sobre todo cuando despertaban para encontrar el rocío congelado rodeando el campamento. Recordaba lo difícil que era hacer que los bloques de hielo de Piscis se derritieran para tener algo que beber. Después no había nada. Y, por lo que veía, en algún momento sintió la urgencia de escribir algo. La frustración lo golpeó de lleno en el pecho, ¿Por qué no era capaz de recordar cosas? Cinco miembros de su generación habían tenido mejoras en sus habilidades, compartía vida con los jóvenes más poderosos que la Tierra había visto, capaces de doblar el tiempo y la materia a su voluntad, ¿y él? Él podía ver los recuerdos de otros sin su consentimiento, ¡genial! Ahora que se daba cuenta de lo mucho que necesitaba algo tan insignificante como una libreta para pretender que era funcional, se daba cuenta de lo débil que era.
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Abrió los ojos, se había quedado dormido de nuevo, víctima del aburrimiento. Tardó un par de segundos en ubicarse, su voz era el único sonido, llamó a sus amigos en susurros sin obtener respuesta. Estaba solo, en medio de una habitación completamente desordenada, y no tenía ni idea de qué hacía ahí. Y, lo que era peor, no tenía su libreta.
Su cuerpo reaccionó antes de que su yo consciente comprendiera lo que pasaba, memoria muscular. Oyó el pitido que anunciaba la puerta siendo abierta y retrocedió por instinto. Cuando la puerta se abrió, un par de desconocidos entraron. Una mujer en bata blanca, cabello castaño recogido en una trenza apretada, sujeta en lo alto de su cabeza; y detrás de ella un joven hombre con corte y uniforme militar. Si no hubiera estado confundido y asustado, se hubiera reído. La pasante le sacaba una cabeza al cabo, y tenía más músculo que él. En sus manos, la castaña llevaba una bandeja metálica. Al observar el estado de la alcoba, la pasante negó con desaprobación. Si a Cáncer le hubiera importado su opinión, se habría sentido avergonzado.
- Come rápido, estás en la primera ronda de entrenamientos- Le dijo, colocando la bandeja sobre la cama deshecha. El cabo se quedó en silencio, mano sobre su arma.
- ¿Entrenamientos?- Preguntó, genuinamente confundido. La mujer blanqueó los ojos.
- ¿Sujeto #12-4?- Parpadeó, confundido, su cerebro tardó más de lo que debería en procesar la información, hacía años que nadie lo llamaba por su número. Al final, asintió, más confundido que al inicio- Eres el que olvida todo, ¿no?- Volvió a asentir- Tienes tu entrenamiento en dos horas, te sugiero acabar tu almuerzo antes, necesitarás la energía- Con eso dicho, la mujer salió de su cuarto.
Cáncer observó los contenidos de la bandeja, papilla blanca y agua. Le dio asco. Extrañaba la comida de verdad, las chucherías que le robaba a Tauro, más para hacerlo enojar que porque las quisiera para él solo. Lo que daría por una taza de té.
Las palabras de la mujer resonaron en su mente. Soltó un suspiro. Si estaba entrenando de nuevo, tenía razón, necesitaría la energía que esa burla culinaria le proporcionaba. Recordaba cuando eran niños y las cosas que veían en las películas los confundían, cómo le preguntaron a los pasantes porqué ellos no comían como en los libros o en la televisión, y la respuesta de los pasantes. «Esto es lo mismo, nuestros chefs lograron meter todo lo que niños tan especiales como ustedes necesitan en su comida, así podemos asegurarnos de que reciben la mejor nutrición posible. Y, porque son buenos, les dejamos postres para que también puedan comer como nosotros». También recordaba lo que la quinta generación opinaba de eso.
Usó el pan para que fuera más sencillo de masticar, devorando el plato en cuestión de minutos, luego acabó el vaso de agua. Nada tenía buen sabor, aunque eso era lo de siempre. Dejó a un lado los platos sucios, papel, dispuesto a acostarse en su cama deshecha hasta que le recordaran que tenía entrenamiento, pero un detalle llamó su atención.
Pegado en la parte inferior de la bandeja, una nueva libreta lo esperaba. La despegó con premura, hojeando las páginas limpias. En el espiral que las mantenía unidas, un pequeño bolígrafo de tinta negra y, en la primera hoja, un mensaje:
«Lo siento por la tardanza, sé cuánto necesitas esto. Katsaros».
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No podía creer lo que acababa de escuchar. Una sonrisa se pintó en sus labios, sus sentimientos una amalgama confusa que no tenía la paciencia de descifrar. Lo había visto con sus propios ojos, al menos parte de, y aun así no podía creerlo, no por completo. Si era honesto, no quería pensar en que Libra lo había hecho por él, aunque fuera sólo en parte, porque estaba tan fuera de carácter para la balanza y... ¿Desde cuándo tenían ese tipo de relación? Claro que eran amigos, pero por lo menos él no lo creía tan cercano, no a ese nivel. Su cerebro tenía problemas para procesar lo que había pasado, para siquiera aceptar la posibilidad.
Porque Libra no formaba parte de las personas que cometerían semejante idiotez, tan siquiera no por él. Claro, si le dijeran que lo hizo por Géminis u Ofiuco lo creería en un santiamén. ¿Pero terminar en el Agujero Negro por él? Escorpio no podía procesarlo.
Y sabía que su estado había contribuido. Lo vio en los ojos de Libra cuando se dio cuenta de que, al limpiar su sudor, había descubierto los moretones en su abdomen. Tal vez no era La Razón por la que la balanza se volvió el primero de la generación en explotar, pero su granito de arena puso. O tan siquiera quería convencerse de que no era amigo de un lunático que intentaría asesinar a una persona porque no lo dejaron ducharse después del entrenamiento. O tal vez lo era. Que siguieran cuerdos a estas alturas de su vida era un milagro, y tal vez Libra por fin había perdido la cabeza.
Pero sentía cierta calidez en su pecho al pensar que tal vez, aunque fuera en un cinco por ciento, lo había hecho por él también.
Eso lo ayudaba a ignorar el hecho de que alguien más supiera por lo que estaba pasando. De nuevo. Sólo se podía culpar a sí mismo, de no haberse puesto en esa situación antes de escapar, no estaría así. Y no eran tan malo como sonaba, había perfeccionado el arte de dejar su cuerpo atrás. Lo que lo aterraba era que, según había entendido, el bastardo había sido promovido y ahora ocupaba el puesto de la señora Katsaros. ¿Qué quería decir eso? ¿Lo podría llamar a su oficina cada que quisiera? Eso ya había empezado. ¿Se lo haría a otros? No. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos, porque ni siquiera se atrevería a pensarlo. Además, era ridículo, desde el inicio había mostrado una fascinación insana con él y sólo con él. El resto estaban a salvo, y eso era lo importante.
- ¿Por qué regresaste?- Una vocecita lo sacó de sus pensamientos. Parpadeó para alejar las lágrimas que no se dio cuenta se acumulaban en sus ojos. Frente a él, un pequeño rubio lo miraba con ojos llenos de reproche.
El fantasma de Níquel era de los más impresionantes que rondaban esos pasillos. Mientras la mayoría de los muertos se veían normales, había un par que no tuvieron la misma suerte. Y desgraciadamente Níquel era uno de ellos. Por lo que entendía, su colapso había sido menos que ideal. Cáncer lo vio, de vuelta a cuando entrenaban en los armarios de peluches, y Escorpio recordaba haber sostenido el cuerpo tembloroso del cangrejito por varios minutos, en lo que el pobre se recomponía por lo que acababa de experimentar. Tardó meses en poder hablar de eso. Al parecer, parte del colapso de Níquel fue que su cuerpo dejó de ser inmune a su habilidad. Y Escorpio no podía imaginarse un final peor.
Los que tenían habilidades físicas, como Piscis o Aries o Venado de la tercera, no podían hacerse daño a sí mismos. Y era de las primeras cosas que fallaban cuando el colapso se daba, como con Piscis. Algunos efectos no eran tan malos, otros implicaban la pérdida de control de la habilidad, llevando a accidentes, como Vid, esos eran los casos deseables. Por otro lado, estaban los colapsos como Níquel.
Su habilidad era estúpida, ese fue el consenso al que el resto de las generaciones llegó. Su saliva era corrosiva, lo cual no sólo no era inútil, pero también asqueroso. Escorpio no quería imaginarse lo que los entrenamientos de ese pequeño eran, ¿los pasantes lo tenían escupiendo todo el tiempo? Y, cuando inevitablemente colapsó, lo primero que su saliva destruyó fue su boca.
Su fantasma no tenía labios, su lengua era inexistente y ahí donde su saliva cayó después, como su cuello y pecho, estaba cubierto de llagas. La primera vez que Escorpio se topó con Níquel, tenía cuatro años y bastó para que un miembro de la quinta generación lo encontrara llorando en una esquina, un puñado de sesiones urgentes con la terapeuta y meses de pesadillas continuas. Eventualmente se acostumbró, la apariencia del niño perdió fuerza, además de que no era común verlo. En sus casi diecisiete años de vida, lo había encontrado a lo mucho ocho veces. Cáncer le contó el dolor que el pobre niño enduró en sus últimas horas, y gracias a las estrellas que su colapso fue rápido, pero su fantasma parecía atorado en ese estado.
- Duele...- Se quejó el pequeño frente a él. Escorpio puso especial esfuerzo en entender lo que el otro intentaba decir- Ya no dolía y ahora duele...
- Lo siento...- Murmuró, pero el niño seguía frente a él- Lo siento.
Se sentía culpable, aunque sabía que no debía hacerlo, porque no comprendía la naturaleza de los fantasmas que podía ver. Algunos le decían que no sentían nada, otros no dejaban de quejarse. «No sé si Fresno te lo dijo, pero las generaciones pasadas estaban muy molestas cuando él se presentó, al parecer antes de él, los fantasmas no estaban». Fue lo que Sauce le dijo. Por supuesto que se sentía culpable, él los había traído de vuelta, él lo obligaba a estar presente y a seguir soportando del dolor, incluso después de la muerte. «Era como estar en paz, o algo parecido... Una oscuridad absoluta, pero era como flotar en un mar de calma, como... Y luego abrí los ojos y estaba de vuelta en mi habitación».
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La voz de la señora Katsaros dio paso a la ira, y la ira, al silencio. Se encontraba sentado, en medio de un desastre del que él era el único culpable, y nada había cambiado. Arrojó lo que pudo arrojar, rompió lo que pudo romper, y al final seguía en esa habitación, aislado del resto, mientras la directiva continuaba no su larga tradición de torturarlos. Se sentó en el piso, piernas extendidas, en medio del mar de destrucción que su arranque causó, y se dio cuenta de que nunca sería más que esto. Después de todo, esto era para lo que lo habían creado.
Nunca sería el líder que la sexta generación merecía. Nunca sería nada. Pensó en la mentira que les contaron cuando salieron del cuarto de bebés, en lo que sus profesores les repitieron mientras aprendían a contar y hacer sonidos de animales, en la idea de una familia que no lo estaba esperando. ¿Cómo podían esperarlo si ni siquiera sabían de su existencia? La cuarta generación les dijo que era una mentira, que habían sido creados en el laboratorio, que ninguno de ellos pertenecía al mundo exterior mientras, simultáneamente, conspiraban para su gran escapada. Bueno, la escapada se realizó y habían vuelto al mismo lugar. Aries incluso estaba en la misma alcoba que tenía antes de escapar, por lo menos el resto de la generación cambió eso. Esto es todo lo que sería.
Una parte de él se sentía estúpida por alguna vez creer que una máquina de destrucción podría ayudar a construir algo. No sabía lo que Abedul había visto en él, pero claramente se había equivocado. Escaparon, sí, y también habían sido capturados. Lo único que había logrado era volver con dos miembros menos. Vaya líder.
En algún punto de su historia, la señora Katsaros comprendió que a Libra le aterraba el agujero Negro, era la única explicación que podía encontrar a por qué insistía en mandarlo ahí por cualquier pequeño desliz que el signo de aire tenía. Era lo que hacían, analizarlos, averiguar cuáles eran sus miedos y luego los usaban en su contra. Por eso la tercera generación insistía tanto con no dejarlos ver más allá de lo que convenía. Por eso se tuvieron que acostumbrar a vivir en una maraña de secretos. Miró a su alrededor, comprendiendo el calibre del daño que hizo, y se intentó imaginar qué castigo le darían por sus acciones. Estaba cien por ciento seguro de que no podrían concebir algo más doloroso que su propio desprecio.
Como todo en ese lugar, la rutina siguió sin mucho alboroto. Había sido extraño que anunciaran que algo había pasado, a pesar de que todos escucharon en vivo que algo había ocurrido en el pasillo. Era la forma de operar de ese lugar: Negar, cerrar los ojos, dar vuelta a la página. Los adultos pretendían que estaban en control y ellos hacían como si pudieran ver más allá de las mentiras. ¿Eran mentiras si no se decía nada? ¿había un término específico para esto? Después de un par de horas, la puerta de su alcoba se abrió con un pitido y le trajeron su almuerzo.
- Estás en la primera ronda de entrenamientos- Le dijo el pasante mientras la puerta se cerraba. Ni una palabra del estado de su alcoba.
Por un segundo la confusión lo golpeó, haciéndolo espabilar. Por supuesto que el entrenamiento seguía en pie, a pesar de que ayer, por lo que había entendido del anuncio, Libra atacó a alguien. La imagen mental lo hizo soltar una carcajada. No se imaginaba a Libra lanzándose contra uno de los militares, era por demás irrisorio. ¡Y no sólo eso! Lo había mandado al C61. ¡Lo que hubiera dado por estar en primera fila de ese espectáculo! No tenía ni idea de lo que la balanza hizo, pero lo apoyaba con todas sus fuerzas. Quizá la directiva se sentía igual que él, en medio de un caos que no tenían la capacidad de arreglar y se veían forzados a seguir pretendiendo. Si lo veía así, ¿eso decía que ellos eran el castigo de esos científicos locos? Volvió a reír. Cualquiera que lo escuchara pensaría que había perdido la cabeza, quizás era verdad, y eso lo hizo reír con más fuerzas. Que los cerebritos con complejo de dios hubieran apuntado la gloria y ahora se vieran obligados a cuidar de un puñado de adolescentes trastornados era lo más alto que llegaría.
Acabó la comida a regañadientes, sabiendo que el entrenamiento lo dejaría exhausto si no lo hacía. La anticipación era como mariposas en su estómago, haciéndolo sonreír como idiota, la imagen de la pobre pareja que le asignaran hoy, aterrada del otro lado de la puerta, preguntándose si él seguiría el ejemplo del signo de aire, no estaba feliz, pero era lo más cercano que se había sentido en mucho tiempo.
No los lastimaría, no se arriesgaría a que lo castigaran o a que pensaran que era una amenaza. No ganaría nada con hacerlo.
Las puertas se abrieron, la militar ya tenía su arma apuntándole, y Aries se tuvo que morder el interior de la mejilla para no volver a carcajearse. Los dos adultos intentaron con todas sus fuerzas ocultar su nerviosismo, pero cada que se movía de manera repentina los veía saltar, arma siempre apuntándole, voces y manos temblando. Mentiría si dijera que no se movió de manera brusca a propósito más de una vez, deleitándose en las reacciones aterradas de esos dos. ¿Qué? Esto era lo más cercano a entretenimiento que le habían dado desde que lo encerraron, no podían culparlo.
Le pidieron que entrara a la misma sala de entrenamiento que antes de escapar, porque ni siquiera eso cambió. Bueno. Sí, algo cambió: Ahora estaba solo. Bueno, eso no era novedad, por lo que pudo inferir de las llamadas, las sesiones se habían vuelto privadas para todos; pero eso no era lo que quería decir. Porque desde pequeño, siempre entrenó con la única otra persona C de su generación. Ahora estaba solo.
Pensó en Ofiuco. No obstante, no había punto de comparación. El decimotercer miembro de la sexta generación pasó toda su vida encerrado en una cápsula, él no contaba. En su tiempo en el mundo, no pudieron intercambiar muchas palabras y ahora, por evidentes razones, tampoco tenía la oportunidad. Por eso Piscis se convirtió en su mejor amigo, en primer lugar. Al solo ser ellos dos, tuvieron numerosas oportunidades de conversar, de volverse cercanos. Al inicio, cuando pensaban que eran juegos, y después cuando crecieron y se dieron cuenta de que el entrenamiento no siempre sería divertido. Sus personalidades eran por completo diferentes, Aries era explosivo y terco, Piscis era introvertido y evasivo, de no haberse visto obligados a convivir, nunca hubieran sido cercanos. Poner de nuevo los pies en el A40, ahora sabiéndose sin su mejor amigo, era doloroso.
El salón lo esperaba con sacos de boxeo ya listos.
Los sacos estaban repletos de cemento ya seco, su tarea era volverlos polvo. El exterior de esas cosas estaba hecho de un material cuyo nombre no conocía. La directiva había logrado crear dos materiales que parecían inmunes a su habilidad, un metal del que estaba hecha su cama y las puertas de todo el complejo, y una tela, que componía todas sus ropas, vendajes y el exterior de esos sacos. Lo mismo aplicaba para Piscis.
Recordaba la vez que intentaron ponerse la ropa de Acuario, cuando los tres eran cercanos. El short que Aries agarró terminó en jirones a sus pies, y el suéter que Piscis tomó se congeló al contacto. Lo mismo pasaba con las mantas de sus camas. Los pasantes les explicaron por qué no podían tomar cosas que no les pertenecían, otra distinción más. No obstante, al puntualizarlo lo hicieron ver como si fuera por la benevolencia de la directiva: Tan amables y considerados eran que inventaron un material específico para ellos, como si no fuera su responsabilidad garantizar que sus monstruos genéticos pudieran usar ropa. Aries supo que algo estaba mal cuando los pasantes que los alimentaban no pudieron responder por qué no hacían cubiertos resistentes a sus habilidades, aunque tardó un par de años en comprender la respuesta por su cuenta: Era una advertencia. Claro que la directiva podría producir cubiertos que les darían autonomía a la hora de alimentarse, pero no querían hacerlo.
Era su forma de recordarles que eran dependientes de su voluntad.
El objetivo de la directiva era claro: Que fuera más fuerte. Ese no era su objetivo. Todo lo contrario, de hecho. Lo que Aries buscaba con cada entrenamiento era demostrar menos fuerza, ganar control. Su habilidad era abrumadora, en el mejor de los casos, devastadora en lo cotidiano. Aries veía los sacos de boxeo como un reto: ¿Cuánto tiempo podría contenerse antes de que la destrucción le ganara? Necesitaba ser mejor, ese había sido su objetivo desde que tenía memoria. Afuera aprendió que podía tener contacto con otros seres vivos, y dejarlos vivos. Los gatitos no sabían a lo que se afrontaban cuando se tallaban entre sus piernas o se restregaban en la palma de su mano. Y luego estaba el demente de Escorpio, quien sabiendo a la perfección cuáles podían ser las consecuencias no dudó en abrazarlo.
Control...
Sin embargo, su plan para ese día era diferente.
Caminó hasta el centro del salón, pretendiendo que iba a seguir las indicaciones de su pasante asignado, y se sentó en el piso, piernas cruzadas, rodeado por los sacos debía golpear.
Frente a él, dos opciones se presentaron, podía hacer gala de su fuerza sobrehumana o no. Podría usar el miedo que Libra causó en los pasantes y militares, reducir a polvo los sacos de boxeo en cuestión de segundos mientras hacía contacto visual, una amenaza sin necesidad de palabras, recordarles que su destrucción no se limitaba a la sala de entrenamientos. O podía no hacerlo. Simplemente se negaría a entrenar. ¿Qué iban a hacer? ¿Obligarlo? Tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre su siguiente movimiento y decidió que era el mejor curso, a pesar de que verlos asustados eran muy tentador.
- ¡¿Qué haces ahí sentado, #12-1?!- Le gritó el pasante, sin poder disimular el temblor en su voz. Aries se mordió el interior de la mejilla de nuevo, no quería reír y arruinar su imagen peligrosa, por más que fuera una faceta- ¡Levántate y ponte a entrenar!
Aries no movió un músculo.
A los gritos del pasante se sumaron los de la militar, desde una distancia segura, por supuesto. Le parecía absurdo cómo se sentían con el derecho de mandarlo, pero estaban tan obviamente aterrados de él. Vio al pasante tomar su radio, no le importó que llamara refuerzos. Era irrisorio, ¿en verdad estaban llamando a más gente para decirle a un adolescente caprichoso que se pusiera a entrenar?
El eco de los tacones de la señora Katsaros no se hizo esperar. Aries cerró los parpados para que no se dieran cuenta de que blanqueó los ojos, lo último que quería ese día era ver los amarillentos dientes de la terapeuta. La mujer se aclaró la garganta para llamar su atención, Aries mantuvo los ojos cerrados por un segundo más. No pudo evitar sonreír de lado al ver el brazo metálico que cargaba, cortesía de Piscis.
- ¿Me dicen que no quieres entrenar, Aries?- El mencionado soltó un gruñido de asco, era repulsivo cómo la única persona que utilizaba uno de sus nombres era ella, como si se quisiera pintar como su amiga dentro de esos muros, como si el hecho de que lo llamara por un nombre que ellos mismos le dieron para reducir su humanidad fuera un favor.
- Con todo el respeto que merece, señora, ¿Qué va a hacer si es verdad?- Dijo entre dientes. Control...- No es como que pueda amenazarme con el Agujero Negro- Fijó sus ojos en los de la mujer, complacido por la arruga de su entrecejo.
Ambos sabían que era verdad, nunca sacarían a Libra del Z50 para meter a otra persona, de la generación, la balanza era el que se veía más afectado por ese castigo. Era la debilidad de los sádicos, se volvían muy predecibles. La señora Katsaros tardó un segundo en componer su expresión, pasando del enfado a la neutralidad.
- Tienes razón, Aries- De nuevo su nombre- Y si no quieres entrenar, lo entiendo. Bueno, no hagamos perder el tiempo a estas personas, regrésenlo a su habitación.
- Pero el cabo mayor Aliyev...- Habló el pasante, cerrando la boca cuando la pelirroja le dedicó una mirada llena de fuego.
- ¡Dije!- Se aclaró la garganta, disfrazando la ira que impregnaba su voz, forzando una sonrisa- Regrésenlo a su habitación.
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