#15: Acción
El breve instante en el que pudo ver a Leo lo valió. A pesar de que lo vio entre los cuerpos de un pasante y un militar, a pesar de que no pudieron intercambiar más allá que una mirada y una sonrisa, a pesar de que sus respectivas escoltas los empujaron hacia las salas de entrenamiento antes de que sus cerebros pudieran procesar lo que estaba pasando, lo había valido. Ver que su mejor amigo, y que Sagitario, estaba bien lo valió.
Los pasantes se negaban a responder sus preguntas y los gritos a través de los muros sólo podían comunicar una fracción de lo que querían. Sabía que Leo y Libra estaban bien, si esa era la palabra correcta para su situación, pero sus cuerdas vocales se romperían antes de que pudiera tener una buena conversación si se ponía a gritar. Eso y la amenaza de que los sedaran si siquiera lo intentaban. Acuario había sido otro punto muerto. Irónico era cómo antes detestaba la idea de que el cobrizo pudiera escuchar sus pensamientos y ahora se pasaba las horas esperando una respuesta que no llegaría. De haber tenido más tiempo fuera después del colapso de Piscis... No, estaba siendo injusto. Esto no era fácil para ninguno de ellos.
Cuando los sacaron para llevarlos a los salones de entrenamiento, ese segundo en el que pudo ver que los otros estaban alimentados y de pie, bastó para calmar un poco de su ansiedad. Intentó hablar, pero sus guardias se interpusieron, empezando la marcha hacia los A40, y después del altercado que Tauro causó, no quería probar la paciencia de la Directiva.
Virgo siempre había sido un poco más inteligente que la media generacional.
No era tan inteligente como para dar miedo, pero no era un idiota que se dejaba llevar por sus emociones, a pesar de que varias veces lo había hecho. Era lo suficientemente inteligente como para saber que su mejor estrategia era mantener un bajo perfil y no pintarse dianas en la espalda, sobre todo después de haber sido capturados, después de haber huido: El mayor acto de insubordinación. Si antes de que la Directiva los considerara una amenaza le había funcionado, ahora sería su segunda naturaleza.
Pretender que lo habían derrotado era sencillo, sobre todo cuando los pasantes nunca lo habían visto genuinamente victorioso. La mayoría de los pasantes eran rostros nuevos, muchos se veían muy jóvenes, y podía ver el miedo que les imponían: La necesidad de militares a sus lados era prueba suficiente. Antes de escapar, los subestimaban, ese fue su error, y la señora Katsaros y el resto aprendieron. Quizás ahora los estaban sobrestimando, pero no sería Virgo quien les diría. Él jugaría el papel del rebelde roto, sin esperanza, mientras esperaba.
¿Esperaba?
¿Qué esperaba?
Las cosas no mejorarían, sólo tenían que ver los resultados de su pequeña escapada: eran trece al salir. Las estrellas sabían que escaparon por puro milagro, más bien por accidente, cuando los subestimaban y tenían todas las cartas a su favor, cosa que ya no era verdad. Habían aumentado desproporcionadamente la seguridad, ni siquiera los dejaban hablar entre ellos. Si no podían hablar, no podrían crear un plan, ¡Ellos ni siquiera habían hecho el plan que los llevó a la libertad! Fue idea de la tercera generación, fue idea de varias generaciones, fue idea de niños que murieron sin conocer más allá de estos blancos muros. Fueron más de quince años de mover las piezas, su única oportunidad, y ahora estaban de vuelta aquí.
No tenían quince años delante de ellos. El recordatorio de que su temporada de colapsos empezó lo hizo detenerse por un segundo. Miró sus manos, sin sentir nada diferente, pero él era un A, él sería de los últimos. Siguió avanzando después de que el militar a sus espaldas le dio un golpe con su arma, se mordió la lengua para no insultarlo, recordando cuál era su lugar ahora.
Pronto, entró al salón A42. El cuarto estaba como lo recordaba y completamente diferente al mismo tiempo. Lo observó por un segundo, el pasante instalándose enfrente y el militar colocándose en posición de firmes en la puerta. Se quedó parado en medio del todo. Ya no había necesidad de atenuar las luces, Capricornio no estaba, y eso lo perturbaba a extremos que no creyó posibles. En la esquina, un cubo cubierto por una sábana negra llamaba su atención. No obstante, no preguntó, sabía que no tendría respuesta.
Esperó. Oyó a lo lejos cómo la puerta de otro salón se abría y cerraba, luego del otro. Esperó por su turno, aunque le pareció estúpido que los sacaran en grupos de tres si los iban a hacer esperar de cualquier manera, pero no hizo ningún comentario. Con un pitido, la puerta de su salón de entrenamiento se abrió y dejó entrar a un rostro que lo hizo soltar un resoplido.
— Un gusto verte también, #12-6— Se mofó el instructor, primera vez que lo veía fuera de su papel estricto— El pasante Miranda va a decirte qué esperamos de ti hoy en tu nuevo entrenamiento personalizado. Yo voy a estar observando— Señaló una cámara para nada escondida en la esquina superior derecha— Y el cabo Eustis va a cerciorarse de que esto sea tan seguro como posible, para todos los involucrados— Hizo un movimiento de cabeza hacia el militar posicionado en la puerta— ¿Tienes alguna duda, #12-6?
El hecho de que lo estuviera llamando por su número y no por su nombre lo irritaba, y podía ver en el brillo enfermizo en los ojos ajenos que ese era su objetivo. Ese idiota había sido su instructor por años antes de que llevaran a cabo el plan, por supuesto que conocía su nombre, no lo estaba usando por elección. Prestó atención a lo que tenía enfrente: A la sonrisa socarrona que el mayor exponía, a la confianza con la que se movía, al conocimiento de la sala que poseía. Lo habían promovido. El maldito no era más un instructor cualquiera. Virgo lo miró con todo el odio posible, detestando que su habilidad no fuera matar con la mirada, y se tragó la letanía de insultos que se acumularon en su garganta. Tomó una bocanada de aire, no podía permitirse ser un idiota.
— ¿Esto formará parte de mi rutina?
El instructor hizo un movimiento y las dos personas se apresuraron a desaparecer por la puerta aún abierta. Virgo se paralizó. Bajó la mirada, concentrándose en las botas de trabajo que se acercaban a él, en el eco de los pasos. Se sintió tan pequeño, y al mismo tiempo sintió cómo toda la ira contenida se acumulaba en su puño. Era una trampa, tenía que soportarlo...
— Vi tu desempeño en los videos de capturas, Virgo— Le susurró, su aliento cálido contra su blanca piel— Sé de lo que eres capaz. Es por eso por lo que yo mismo fumigué todas las asquerosas alimañas que corrían entre las paredes— El peliblanco contuvo la respiración, uñas enterrándose en las palmas de sus manos de los apretados que estaban sus puños— Espero grandes cosas de ti, no me decepciones.
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El que reconoció como el antiguo instructor de los A le dio un breve discurso al que no le prestó atención, algo sobre mejorar en su habilidad y otras cosas sin importancia, luego lo dejó con la pasante y el militar. Por lo que pudo descifrar, lo habían promovido y ahora sería insoportable para todos. La ventaja que tenía la apatía era que no lo afectaba. Nada lo afectaría.
Era la primera sesión de entrenamiento después de que los capturaran, por lo que «empezarían con algo fácil», en palabras del instructor. No le sorprendió que eso significara hacer lo mismo que hacía antes de escapar. Adivinar emociones detrás de una pared, un entrenamiento por demás útil para una habilidad que le serviría en la vida. Nótese el sarcasmo. Por lo menos no hubo más incidentes después del altercado que Tauro causó. Al salir de su habitación, se cruzó con el pelirrojo en el pasillo, el pedazo de gaza pegado a su frente y la hinchazón en su pómulo terminaban de contar la historia. El entrenamiento pasó sin pena ni gloria, su idea de monotonía, y pronto se vio de vuelta en la alcoba en la que lo habían metido. B14.
Géminis nunca creyó en las reglas que la tercera generación les impuso. Sí, técnicamente eran mayores, pero también, estrictamente habían muerto jóvenes. Ellos habían vivido casi siete años más que el mayor de la tercera generación, sus reglas le parecían infantiles, por ponerlo en términos amables. No era culpa de ningún miembro de la generación, ellos habían hecho lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían, pero la verdad era que la quinta generación, y ahora ellos, cometieron el error de aferrarse a las viejas reglas, ignorando que sus necesidades habían cambiado. Una de esas reglas, la que más detestaba, era ocultar cualquier relación emocional de la directiva.
Era estúpido. Porque por supuesto que los pasantes notarían cuáles signos hablaban entre ellos por gusto y cuáles apenas y podían respirar el mismo aire sin intentar matarse, por algo Libra y Acuario tenían sesiones dobles con la señora Katsaros, por algo los habían dividido en grupos de tres de esa manera. Creer que habían hecho creer a la directiva que sus relaciones interpersonales eran distintas a la realidad era una fantasía infantil. Y eso sólo se amplificó cuando los sentimientos románticos se añadieron a la mezcla. Géminis se rehusó a ocultar su relación con Capricornio por el mismo motivo. No tenía caso hacerlo, cualquiera que lo viera observar al signo de tierra se daría cuenta de lo perdido que estaba.
Justo por eso sabía que su asignación al B14 no podía ser una coincidencia.
Lo obligaban a pasar un noventa por ciento de su tiempo encerrado en la alcoba donde su difunto novio había dormido, un castigo super sutil. Nótese el sarcasmo.
Al principio sintió que no podía respirar. Sabía que no tenía sentido, pero podría jurar que el aroma de Capricornio permanecía en ese cuarto, a pesar del tiempo que pasaron fuera y las claras remodelaciones que la pequeña habitación sufrió. No era ni racional ni posible, lo más seguro era que su mente le jugaba malas pasadas. Por supuesto que era su mente. Después, cuando por fin pudo volver a respirar sin sentir que se ahogaba, se dio cuenta de lo solo que estaba. Se dio cuenta que odiaba la soledad.
Al crecer con una habilidad tan invasiva como la suya, Géminis siempre creyó que encontraría algún tipo de confort en la soledad. No era así. Cuando lo encerraron y le quitaron la opción de tener contacto con el resto de su generación, inclusive con los pasantes o militares que lo miraban como si fuera un fenómeno, Géminis conoció lo que era la desesperación. Necesitaba algún tipo de contacto, el que fuera, por más mínimo. Se encontró contando los segundos antes de su revisión matutina, o dedicándole pensamientos a Acuario. ¡A Acuario, de todos los signos! A veces se hablaba a sí mismo, sin decir nada importante, no más que vómito verbal para que el silencio no lo enloqueciera. Porque cuando pasaba mucho tiempo en su cabeza, sus pensamientos iban siempre a la misma conclusión: Capricornio.
Antes de ser capturados, la crueldad de un mundo que no se detenía por nadie lo mantenía ocupado, lo arrastraba hacia delante, lo obligaba a seguir. Más con el genialmente estúpido movimiento de su novio de darle una posición de poder en la generación, porque podía apoyarse en el «me necesitan» para encontrar motivación cuando esta no existía. Antes, cuando el mundo los ocultaba de esos blancos pasillos, no podía detenerse a pensar en sí mismo por mucho tiempo porque siempre había alguna idiotez nueva que resolver. Ahora, el silencio lo terminaría asfixiando.
Entendió por qué Acuario lo amenazó con dejarlo atrás, de vuelta en la llanura, un recuerdo tan fresco que casi podía sentir la tierra en sus manos: Fue su forma de ayudarlo, de la única manera que sabía hacerlo. Y comprendió por qué, con el paso del tiempo, la carga se volvió más sencilla: Simplemente se llenó la cabeza con otras preocupaciones.
Los primeros días no hizo más que llorar. Sollozos que hicieron su cabeza doler y dejaron su garganta al rojo vivo, bajos jadeos que lo mecían hasta que se quedaba dormido. A pesar de su habilidad, no sabía lo que él estaba sintiendo. Irónico. ¿Acaso era todo el dolor que no se había permitido sentir? ¿Acaso era incertidumbre ahora que los habían atrapado? ¿O era frustración? Podían ser las tres cosas.
Estar en la habitación de su novio muerto no ayudaba con su recuerdo. Habían pasado incontables tardes escondiéndose de los pasantes, cuando los creían indefensos y no les prestaban atención, él colándose en la cama de Capri, Capricornio escabulléndose a la suya. Fue en esa misma habitación que descubrió lo mucho que le gustaba estar acurrucado encima del gigante de la generación. Y ahora estaba solo, en una cama que nunca se sintió tan grande y fría...
Al mismo tiempo, estaba aterrado ante la perspectiva de lo que la directiva les preparaba. ¿Qué tanto sabían sobre las mejoras de sus habilidades? No habían seguido la estúpida regla de no mostrar su potencial completo esa fatídica noche, habían revelado más de lo que debían. ¿Para qué los querían de vuelta con tanta urgencia? ¿Acaso sólo era para contener el secreto y no arruinar los nombres de los científicos detrás de esto? ¿Acaso era para contener la destrucción que podían acarrear? ¿Acaso era para que no olvidaran que nunca serían más que sujetos de prueba? Y, fuera cual fuera la respuesta, ¿Qué tenían preparado para garantizar que no volverían a escapar? ¿Podría tolerarlo ahora que tenía punto de referencia y había perdido a su otra mitad?
Y también era frustración. Porque Capricornio había dado su vida para garantizar que él seguiría, se lo había dicho, en alguna parte de su testaruda e idiota y hermosa mente, el signo de la cabra se convenció de que Géminis tenía la fuerza necesaria para seguir sin él. Si Capricornio decidió interponerse entre él y esa maldita bala, era para que él siguiera viviendo allá afuera. Esto, estar cautivo de nuevo, a merced de las retorcidas voluntades de los científicos locos, no era lo que su novio previo para él. Para esto, mejor se hubieran quedado adentro, y entonces la caída no les hubiera dolido, porque entonces no hubieran despegado los pies de la tierra, no tendrían punto de comparación, Capricornio seguiría a su lado...
Si nunca hubieran huido, no los hubieran tenido que capturar. Y la bala nunca hubiera sido disparada.
Darse cuenta de que todo lo que hicieron fue en vano, no, pero: Que todo lo que hicieron lo dejó en una peor condición, lo rompió.
Pudo haber vivido el resto de sus años al lado del amor de su vida y su mejor amigo, de manera semipacífica, en bendita ignorancia. Por anhelar más, se condenó a la nada. A peor que la nada: El silencio y la soledad. Como la papilla blanca, que antes de probar la verdadera comida era aceptable y ahora no era más que una ofensa a su humanidad, como cada amanecer después de despertar en los brazos de su amor. Lo habían apostado todo, y habían perdido más de lo que jamás tuvieron. Ahora que conocía el calor del sol contra su piel, no podía hacer más que añorarlo desde su habitación sin ventanas.
¿Qué caso había tenido hacer todo eso?
Estaba en un edificio lleno de perdedores: Cinco generaciones que colapsaron, tres de estas que murieron pensando que la sexta generación lo lograría; una directiva tan hundida en secretos que le temían a su propia creación; una doctora mutilada por los niños que crio; y una sexta generación que no se levantaría de esta caída.
Pero cada noche que pasaba se daba cuenta de que no podía escupir en el recuerdo de Capricornio de esa manera. No podía desperdiciar la vida que su alma gemela le había otorgado a un precio tan grande. Necesitaba levantarse de esta. No por él, sino por los fantasmas que atizaban las cenizas en espera del fénix.
Porque no importaba si lo volvían a vestir en blancos o le quitaban la comida de verdad de su dieta, o volvían alcobas individuales las que siempre fueron compartidas, o los aislaban del resto: No podían quitarle lo que había vivido afuera. Cada recuerdo, cada momento, cada experiencia llena de color y calidez y felicidad. No quería darles razón a las tonterías infantiles de la tercera generación, nunca lo haría, pero se la daría a Capricornio. Tenía que seguir, de alguna manera. A pesar de que justo ahora no supiera cómo.
Una voz saliendo de las bocinas lo sacó de su mente:
«EQUIPO DE EMERGENCIAS A LOS DORMITORIOS. REPITO. EQUIPO DE EMERGENCIAS A LOS DORMITORIOS».
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Oyó las puertas abrirse y cerrarse de nuevo antes de que fuera su turno. Por lo que pudo escuchar las dos primeras veces que eso pasó, los llevarían a entrenar o algo así. La perspectiva de salir de su alcoba lo haría sonreír en situaciones normales, pero hacía tanto tiempo que nada era normal que... Soltó un suspiro, lo último que quería hacer era seguir las órdenes de la gente en batas blancas. Había escuchado los gritos de Tauro, seguidos del silencio, sabía cuál sería el resultado de resistirse. El anuncio en los altoparlantes, su número siendo dicho, como si no fuera más que un archivo, lo hizo blanquear los ojos. «Sujetos #12-7, #12-8 y #12-11, salgan de sus alcobas»
Miró a su izquierda, al signo de agua que tenía como vecino. Escorpio tenía los ojos rojos, hinchados, y la mirada pegada al piso. Libra intentó llamarlo, pero la militar se apresuró a interponerse entre ellos. Le mantuvo la mirada por un segundo más de lo que era prudente, desafiante, antes de que el brillo del arma siendo cambiada de ángulo llamara su atención. Un par de metros más lejos, el signo del jarrón era obligado a salir de su alcoba.
Los guiaron por los pasillos hasta sus respectivas salas de entrenamiento, luego un idiota cuyo nombre no conocía le dio la bienvenida y dijo algo en el tono más condescendiente que jamás había recibido, y la condescendencia era una norma en ese lugar. Ni siquiera se molestó en ocultar su bostezo a media frase, alguien con ese nivel de ego debía ser esclavo de la impresión de los otros, eso era seguro. Se deleitó en el rictus de ira que el instructor dejó entrever, su voz volviéndose más gutural, las venas de su cuello marcándose. Pequeñas victorias.
El entrenamiento del día consistió en él moviéndose por el techo a través de trabes, fuerza de brazos, nada que no hubiera hecho antes. Dejar sus zapatos en el piso fue una prueba de confianza en sí misma. Confiar en que la directiva no sería tan inhumana como para negarle acceso a su producto de apoyo, la cosa que necesitaba para poder funcionar. Revisaba de forma constante que sus zapatos siguieran donde los dejó. El pasante que le asignaron le gritaba órdenes de vez en cuando, diciéndole que intentara estirarse más o que sería mejor hacerlo de otra forma, pero Libra sólo lo oía a medias. La regla de la tercera generación sobre no dejar ver su verdadero potencial era su escudo mental, la verdad era que no tenía la energía ni las ganas de hacer más de lo estricto mínimo. Dejaría que el tiempo pasara, porque su entrenamiento también tenía que terminar en algún momento.
El pasante tuvo la cortesía de pasarle una toalla cuando hubo terminado. Libra secó su frente, perlada con sudor. Pasó demasiado tiempo sin entrenar de esa manera, había perdido condición física. Las puertas se abrieron al unísono, con un pitido, y salió escoltado por su par de adultos, el pasante enfrente, el militar atrás. Le había tocado el A44, su antiguo salón de entrenamiento, el del fondo. Frente a él, Escorpio salía del A42, y en la cabeza de la procesión Acuario abandonaba el A40. Rio entre dientes al darse cuenta de que la directiva consideraba a Acuario como una amenaza del calibre de los C. Mejor para él, así no lo observarían de cerca.
Avanzó en silencio, el recuerdo de cómo lo habían bloqueado cuando intentó establecer conversación con Escorpio, no tenía caso. Llegaron al pasillo que dirigía a los dormitorios. A veces, cuando regresaban de las salas de entrenamiento, tomaban esa desviación para rodear el bloque A y poder llegar a las duchas más rápido. De reojo vio que los lentes rotos de Tauro seguían en el piso. Cuál fue su sorpresa cuando las puertas de sus alcobas se abrieron. Miró confundido a sus compañeros de generación, Escorpio tenía sus oscuros mechones pegados a su rostro por el sudor, Acuario se veía como un pollo recién salido del cascaron, desorientado. ¿Esperaban que se metieran a sus alcobas así?
— ¿No vamos a ducharnos?— La pregunta salió de sus labios antes de que pudiera suprimirla, una mezcla de indignación y sorpresa en su voz.
— Entra— Habló su militar, mano sobre su cinturón. Por lo menos su pasante tenía la decencia de verse avergonzado.
— ¿En serio esperan que vayamos a dormir en este estado?— Como una presa abierta, las palabras no se detenían. La parte racional de su cerebro, esa con el mínimo de instinto de preservación, le gritaba que se callara, que cerrara la boca y entrara en su alcoba. El resto de su mente parecía desconectada— Deben estar bromeando.
— No voy a repetirlo dos veces, #12-7, entra— Pero Libra no se movió.
Las cosas pasaron demasiado rápido, la tormenta perfecta. Y Libra no era más que un náufrago aferrado a los restos de su buque contra las olas y los rayos.
— Escúchalos, Libra— Murmuró Escorpio. El signo de aire giró su cuello con tanta fuerza que lo oyó tronar, justo en el momento en el que el signo de agua alzaba su blanco suéter para secar el sudor que hacía arder sus ojos.
Libra vio horrorizado cómo decenas de moratones familiares bajaban por el abdomen del menor. El pelinegro se dio cuenta de su error al instante, pero fue demasiado tarde. Libra tenía el rostro congestionado por la ira, porque sabía muy bien quién le había hecho eso al escorpión, por más que el otro intentara negarlo. Y lo peor era que los adultos presentes, aquellos que decían estar ahí para cuidarlos, hacían como si no vieran la evidencia frente a ellos. El castaño trató de llegar hasta donde Escorpio estaba, pero su pasante y el militar de Escorpio sirvieron de muro humano, del otro lado, el signo de agua le repetía que estaba bien, que había visto mal. Libra empujó con su cuerpo los otros dos, forzando la cercanía, y fue cuando el militar a sus espaldas lo haló del brazo. Entonces sus ojos se desviaron hacia Acuario.
Por un segundo, tiempo más que suficiente. Acuario estaba parado enfrente de la puerta del salón B22, cuando su alcoba asignada era la B21, con una expresión del más puro terror jamás visto. Libra no necesitaba saber quién estaba detrás de esa puerta, aunque lo sabía, porque en toda la generación sólo quedaba una persona que haría reaccionar así a Acuario. Una persona que, por ironías de la vida, tenían en común: Ofi.
«¿Acuario?». Preguntó, sintiendo cómo sus manos temblaban. El militar que lo tenía sujeto no perdió tiempo para jalar de su cuerpo con fuerza, tomándolo desprevenido, y lanzándolo al interior de su propio cuarto, rompiendo con el contacto visual que tenía con el otro signo de aire. «ACUARIO».
Si alguien le preguntara a Libra qué pensó en ese momento, no tendría respuesta. Las cosas sólo sucedieron.
En cuanto su cuerpo golpeó la pared, su parte primitiva tomó el control. El miedo por la falta de respuesta y la ira por lo que acababa de ver en el cuerpo de Escorpio se fusionaron en su interior y borraron cualquier rastro de racionalidad. Clavó sus ojos en el militar, quien tenía la más asquerosa sonrisa socarrona en el rostro, dientes torcidos y labios resecos. Hizo contacto visual, retador, causando un atisbo de duda en el hombre en camuflaje. No le dio tiempo para reaccionar. Sus ojos pasaron del bastardo que lo había arrojado a su habitación al piso del pasillo, donde un brillo distorsionado susurraba su nombre.
Concentró su atención en el pedazo de vidrio roto, haciendo que se levantara, pasando desapercibido como tantas cosas dentro de esos muros. El pitido que avisaba el cierre de la puerta. Su sonrisa se ensanchó cuando lo tuvo a la altura que quería, antes de proyectarlo hacia enfrente, clavándolo en el cuello del imbécil que se mantenía ignorante a sus intenciones. Gracias a las estrellas Tauro estaba tan ciego como un topo, vidrios de excepcional grosor, que se abrió paso entre la piel y el músculo del militar frente a él. La expresión del milico pasó de la soberbia a la confusión al terror, al tiempo que caía de rodillas y Libra hacía salir el trozo de vidrio, ahora cubierto de sangre.
«EQUIPO DE EMERGENCIAS A LOS DORMITORIOS. REPITO...».
El signo de la balanza lo incrustó de nuevo en el cuello del hombre, mientras un chorro de líquido carmesí manchaba su verde uniforme. Y de nuevo. Oyó a lo lejos los pasos apresurados de los demás guardias presentes, cómo arrojaban a los otros dos a sus alcobas y les gritaban que se quedaran en su lugar. Libra sintió un dolor agudo, antes de que sus piernas también se rindieran, espasmos invadieron su cuerpo, lo único que lo anclaba a tierra era su conexión con el vidrio flotando.
Dos de los pasantes corrieron para socorrer al militar caído. Un militar más enfrente de su puerta, paralizada a medio cerrar, en sus temblorosas manos la pistola taser origen de su dolor. Cuando los cinco segundos hubieron pasado, Libra se encontró con la cara en el frío piso, riendo como un maniaco, el charco de sangre frente a su puerta donde el militar había caído, el pedazo de vidrio pulverizado por los pies de los que corrieron a ayudar al idiota, eliminando la evidencia.
Antes de que pudiera ponerse de pie de nuevo, otro pasante llegó corriendo. Se agachó a su altura y lo inyectó con algo. Sus sentidos estaban entumecidos, la electricidad residual, pero pudo percibir la aguja abriéndose paso en su piel.
Cuando la conmoción pasó, el silencio parecía más sobrecogedor que al inicio. Oyó el eco de unos tacones, la cadencia que conocía tan bien, al tiempo que la señora Katsaros se acercaba por el largo pasillo. Sus inconfundibles zapatos rojos, a juego con el marco de sus lentes, combinaban a la perfección con la obra que el signo de aire había hecho en el piso. A pesar de que los sedantes en su sistema habían desconectado su cerebro y lo obligaban a caer dormido, Libra forzó una sonrisa complacida cuando vio ese horrible rostro.
— Mira el desastre que hiciste, Libra— Susurró, igual de condescendiente que todos a su alrededor— Átenlo bien, sigue medio consciente.
Acto seguido, un par de pasantes lo subieron a una silla de ruedas, donde lo ataron, recuerdo de cómo regresó a ese maldito lugar. El castaño tuvo que usar toda su fuerza para alzar su mano y bajar todos sus dedos, menos el de en medio. La sensación era parecida a cuando besó por primera vez a Ofiuco, botella de vodka en mano.
— ¿Al C61?— Preguntó el pasante que lo inyectó.
Libra se concentró en la pluma que estaba guardada en el bolsillo frontal de la bata blanca de esa mujer, quizás era su día de suerte, quizá podía lograr otro buen acto antes de que la medicina en su sangre lo obligara a dormir. Se imaginó clavando ese bolígrafo en el cuello de su terapeuta, la ola de euforia casi contrarrestó el efecto de las drogas. Puso toda su fuerza de voluntad en eso, en su deseo.
Cuál fue su terror cuando se dio cuenta de que no podía hacerla levitar. Intentó con otra cosa, cualquier cosa, pero el resultado fue el mismo: Nada. De no ser por los calmantes, hubiera tenido un ataque de pánico ahí mismo. Su mente intentó pensar en mil cosas, pero los efectos de la inyección lo entorpecían. Se escuchó balbucear algo, sin recordar cuándo abrió la boca.
Lo recordó. Géminis le había dicho, después de La Gala, que le habían dado una pastilla que desactivó su habilidad por un par de horas. Recordó todas las veces, en su vida de fugitivos, que se sorprendió pensando en lo que haría con esa medicina, en lo mucho que le gustaría tomarla y ser normal por una vez. ¿Eso iba mezclado con los sedantes?
— Claro que no— Respondió la mujer, como si fuera la broma más divertida que jamás hubiera escuchado— Este va directo al Z50.
Aún con su cerebro nadando en químicos y en el borde de la inconsciencia, Libra reconoció el nombre clave que aquella mujer había dicho. La miró, demasiado drogado para disfrazar su terror o disimular su expresión.
— Así es, querido Libra, tú vas directo al Agujero Negro.
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