#13: En círculos

Los segundos pasaban tan lentos que se sentía al borde de la locura. El mundo iba demasiado lento y, al mismo tiempo, nunca se detenía. Los medicamentos habían perdido el efecto sobre su mente, pero todavía sentía sus extremidades pesadas, torpes. Estaba atrapado dentro de su propia mente, dentro de su propia habitación, dentro de su propia prisión. Se quedó en la misma posición en la que los militares lo colocaron, acostado sobre su espalda, mirada perdida en el blanco techo, la única fuente de luz era la diminuta ranura inferior de la puerta, sin nada más que escuchar que su respiración y la sangre bombeando en sus tímpanos.

Era la primera vez en su vida que dormía solo. Ni siquiera fuera del laboratorio lo había hecho, nunca. Se daba cuenta, tarde, que la división entre él y su generación no era tan grande como lo creía: Siempre lo habían incluido, a pesar del peligro que acarreaba su proximidad. El cambio no había sido tan colosal como para otros, por número le había tocado el B12, sólo que sin los otros tres chicos con los que lo compartía. No escuchar las respiraciones o ronquidos ajenos lo hacía sentir como la única criatura viva en el universo, a pesar de saberlos al otro lado de las paredes. Estaba solo, sin nada que lo distrajera de sus pensamientos.

Después de unos minutos que parecieron tres eternidades, juntó la energía necesaria para girar su cuerpo, quedando de lado. Observó la pequeña alcoba, sus ojos acostumbrados a la oscuridad, al tiempo que las lágrimas comenzaban a acumularse. Se sentía tan perdido, tan impotente. La habitación vacía donde estaba, sin las familiares literas, era un molesto recordatorio de que les habían quitado todo. Volvían a la primera base, sólo que peor, incompletos. Estaba exhausto. Y era su culpa.

¿Qué clase de líder de mierda era? Un par de meses fuera de esas blancas paredes les costaron dos miembros de su generación. Dos. Ni siquiera les pudo dar un poco de tranquilidad. ¿Esto era todo lo que serían? De nuevo, estaban encerrados. De nuevo, estaban a merced de unos científicos con complejo de dioses. De nuevo, estaban aquí, incapaces de romper con el bucle.

«Acuario, por favor responde». Por primera vez en su vida no le molestó saber que el signo de aire podía escuchar sus pensamientos. Le imploró, por más patético que se sintiera, que se presentara en su mente, sin obtener respuesta. Insistió, hasta que las primeras lágrimas dieron el salto. «¿Por qué te quedas callado ahora?».

:・゚✵ :・゚✧ :・゚✵ *:・゚✧:・゚✵ :・゚✧:・゚

Lo último que vio antes de que el joven en uniforme de camuflaje empujara su silla de ruedas al interior de la habitación, fue a Escorpio sonriéndole a su derecha. Adentro, la oscuridad lo era todo. El cabo lo ayudó a acostarse en la cama, lo dejó ahí. Luego las puertas se cerraron. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la falta de iluminación, aunque no había mucho que ver en el pequeño cuarto. Sentía los brazos y piernas rellenos de algodón, a pesar de que podía moverse casi a la perfección, y lo último que quería era tener un accidente y volver a ver los dientes amarillos de su demonio personal. No tenía nada en contra de ella en específico, sus años antes había pasado por debajo del radar sin ningún problema, pero ahora necesitaba un rostro al que lanzar todo su odio. ¿Por qué no la mujer que les dio la bienvenida?

Su cabeza dolía, tenía unos pequeños rasguños del lado izquierdo de su rostro y la piel de sus talones al rojo vivo de tanto batallar contra los amarres que le pusieron. Escorpio y Tauro se cansaron de decirle que dejara de moverse, que sólo lo empeoraría, pero no podía quedarse quieto. Se sabía en mejores condiciones que los que fueron tomados en el otro bus. Aries y los demás, los que fueron sedados durante todo el recorrido. A ellos los vio hasta que llegaron al complejo, siendo llevados en sillas de ruedas con amarres por todos lados. Vio a Aries, incapaz de mantener en alto la cabeza; y a Libra, vomitándole las botas a uno de los militares.

Él estaba relativamente bien, ¿no? En cuanto le soltaron los amarres, pudo subirse a su cama sin mucha ayuda y el dolor de cabeza casi se iba por completo. Pasó lista mental de todos los que tenía la certeza que estaban bien. Habló con la mayoría en el vehículo de camino al laboratorio, aunque sólo fueran ellos diciéndole que cerrara la boca antes de que los descubrieran. Y vio a Ofiuco y los faltantes cuando llegaron y en la reunión de bienvenida. Eso alivió un poco su ansiedad.

No le gustaba estar solo. Nunca lo había estado, no de esta manera. Claro, lo habían metido al Agujero Negro por un par de días antes, pero esto se sentía diferente. Sí, el espacio no era tan reducido, y la luz entraba por la ranura de su puerta, pero no podía evitar tener miedo. Se sentía como una versión adulta de ese infantil lugar, y lo peor era que era demasiado sutil para que pudiera quejarse de manera legítima. Su mente le seguía recordando que la había tenido peor, que por lo menos en esta habitación sí podía levantarse y moverse, que sólo era no tener sus literas... No sabría ponerlo en palabras, no obstante, para Sagitario iba mucho más allá de eso. Y lo odiaba.

Se cubrió de pies a cabeza con las sábanas, dándose cuenta de que ahora estaban compuestas de pequeños agujeros, como una red. No le diría a nadie, pero el diseño era inteligente, así no le costaba respirar debajo de estas. Cerró los ojos, con la esperanza de que el aburrimiento lo arrullara. En voz muy bajita, les pidió a las estrellas que esto fuera un mal sueño.

Se sentía tan inútil. La mayoría de la generación no sólo empezaba a controlar sus habilidades, sino que también habían tenido mejoras. Pero él estaba igual que cuando se fueron, sin poder acceder a su habilidad a voluntad, sin siquiera comprender cómo demonios funcionaba. Y, lo que era peor, ni siquiera les era útil. ¿Para qué querrían a un oráculo que no puede ver el futuro? No más que un idiota que consumía los recursos y por el que debían preocuparse. Antes pensaba que su habilidad se activaría cada que lo necesitara, cada que un evento importante estuviera al doblar la esquina. ¿Acaso su captura no entraba en esa clasificación? ¿Qué debía ocurrir para que tuviera uno de sus sueños?

No había podido evitar la muerte de Capricornio. Sí, la víctima original fue cambiada, pero ¿acaso no podían corregirlo por completo? ¿Acaso no podían utilizar ese vistazo como una ventaja y moldear el futuro a su antojo? ¿Acaso no era eso El Sueño? Y no había podido ver el colapso de Piscis. No sólo eso: No había podido ver el inicio de la temporada de colapsos. Tal vez no hubiera podido hacer nada para evitarlo, pero... Se sorprendió al escuchar un sollozo de frustración, que escapó sus labios sin previo aviso.

Se hizo bolita, sintiendo cómo una mezcla de lágrimas y mocos mojaba las sábanas, llevando una mano a su boca de manera instintiva. No quería molestar a nadie. Un segundo después lo recordó: Estaba solo. No tenía que preocuparse por hacer demasiado ruido, nadie lo escucharía.

Buscó a tiendas por Copito, sus manos deslizándose por la cama, el nudo en su garganta cerrándose a cada segundo que no lo encontraba. Se dio cuenta de que estaba a nada del ataque de pánico, su pecho oprimido por una fuerza invisible, así que llevó su mano a su muñeca, donde debería estar la pulsera de hilo rojo.

Nada...

Sin poder evitarlo, comenzó a hiperventilar. Se levantó de su cama, aventando las sábanas a no-le-importaba-dónde. Su cabeza dio vueltas gracias a la velocidad y lo repentino del movimiento, casi haciéndolo caer. Le dio igual. Se movió cual león enjaulado, recorriendo la inmensidad de su nueva alcoba como un niño perdido, gruesas lágrimas cayendo por sus mejillas, hipidos y manos temblorosas, mientras su cordura se le escapaba de las manos. No podía haberla perdido. No...

Una repentina ola de energía lo invadió. Volteó el colchón, hizo nudos las sábanas, intentó mover la cama sujetada a las paredes. Alzó sus mangas, con la esperanza de que la pulsera estuviera más arriba de lo normal y todo fuera un malentendido, todo mientras sentía cómo las paredes se cerraban en torno a él. No tenía a Copito, no tenía la pulsera roja, no tenía nada dentro de ese lugar. Terminó por dejarse caer, su espalda recargada contra la pared, y abrazó sus piernas contra su pecho con toda la fuerza que pudo conjurar, un intento de detener los temblores que lo invadían, mientras sus lágrimas y mocos mojaban las rodillas de su pantalón.

Había perdido su única conexión tangible con su familia. Sin ese pedazo de hilo trenzado, se sentía como un náufrago a la deriva, aferrándose a los restos de un buque que ya no existía. ¿Cómo recordaría que eran reales si no tenía algo para probarlo? ¿Cómo evitaría olvidarlos si no podía sentirlos cerca? ¿Cómo esperaba que ellos no lo olvidaran si no volvería a verlos?

Cerró sus ojos con fuerza, sintiendo sus pestañas frías, mientras la imagen de su hermana apareció en su mente una vez más.

— Perdón...

Murmuró, sabiendo que no lo podían escuchar.

:・゚✵ :・゚✧ :・゚✵ *:・゚✧:・゚✵ :・゚✧:・゚

El primero fue Sagitario. A pesar de la distancia entre sus cuartos, pudo escucharlo, sus llantos, sus súplicas que serían ignoradas. Pudo escuchar las cosas siendo aventadas, los jadeos, el cansancio. Pudo escuchar la desesperación y luego el silencio que siempre seguía. Fue como un efecto dominó, gritos y maldiciones, preguntas que desgarraron las gargantas de quienes las hicieron, golpes en las puertas metálicas, uno a uno, todos terminaron por sucumbir al silencio.

Al final, Aries se encontró sentado en medio de los destrozos que él mismo causó.

Después de meses durmiendo en el piso, era sólo lógico que terminara en este. Su cama le parecía demasiado suave, incómoda, y lo hacía sentir como si estuviera en una caída perpetua; el suelo era mejor. Recargó su espalda contra el marco de metal de la cama, sabiendo que la Directiva sería lo suficientemente considerada como para hacer su cuarto a prueba de su habilidad. Extendió sus piernas, sintiéndose tan pequeño, sus acalambrados músculos lanzaron punzadas de dolor que espantaron su cansancio por un par de minutos, antes de que regresara a los bostezos.

Las ya tan conocidas alarmas lo hicieron despertar con un brinco. Gracias al movimiento repentino, su cabeza reparó contra el metal, la cefalea fue casi instantánea. Parpadeó un par de veces, las luces de su alcoba encendidas lo cegaron momentáneamente, en lo que su cerebro encontraba sentido a su situación actual. Miró a su alrededor, los nombres de sus compañeros de generación en la punta de su lengua, desesperado. Entonces lo recordó.

Los habían capturado. Estaba de vuelta donde todo inició. Las paredes blancas reflejaban la fría luz azul, paredes vacías que antes solían tener literas, un cuarto desordenado y las pocas cosas que pudo arrojar esparcidas en pedazos por el piso. Sus piernas, aún extendidas, vestidas con un blanco pantalón que lo hizo odiar el nuevo día. ¿A dónde se había ido el color?

No se levantó cuando el pitido que anunciaba las puertas abriéndose remplazó el despertador. Se quedó sentado, en medio de un mundo de cosas rotas, observando las cicatrices que cubrían sus nudillos y la forma en la que su piel parecía haber perdido su subtono cálido en cuestión de horas encerrado. Oyó pasos en el pasillo, le dio igual, estaba seguro de que el resto de la generación se rehusaría a volver a como las cosas eran antes, no podían hacerlo, sería como negar todo lo que vivieron bajo el sol y las estrellas. Si los pasantes querían que saliera de su cuarto, tendrían que venir a sacarlo por la fuerza. Sonrió un poco al pensarlo, estaba seguro de que podía romper un par de brazos antes de que lograran ponerlo en pie.

Usó su antebrazo para cubrir sus ojos, cabeza echada hacia atrás, mientras la puerta se abría y más luz se metía en su dormitorio. No obstante, los pasos se detuvieron en el marco de la puerta.

— Levántate— Ordenó la voz temblorosa de uno de los pasantes— ¿Qué demonios pasó aquí?— Aries tuvo que esforzarse para contener la carcajada, ¿en verdad le habían enviado a un novicio? Ni siquiera cuando lo creían obediente lo dejaban en manos inexpertas.

— ¿No escuchaste? Levántate— Habló la gruesa voz de una mujer. Sus botas de trabajo hicieron eco al dar un paso hacia delante. La mujer en uniforme militar tenía la mano recargada en su cinturón, sobre una cajita negra. Al parecer, esos dúos serían algo recurrente.

Aries miró de reojo al par, el escuálido pasante al que la bata blanca le quedaba demasiado grande; la fornida militar que pretendía pararse imponente frente al hueco de la puerta. Curioso era que el miedo brillaba en los ojos de la mujer y no en los del científico. No, en los de él lo que se veía era curiosidad, eso le confirmó que era nuevo en su puesto. De seguro pensaba que este lugar era lo más genial del mundo. Blanqueó los ojos, preguntándose si podría meterse en problemas por rehusarse a levantarse del piso de su habitación. No es como que estuviera haciendo algo que lo pusiera en peligro. Sólo estaba ahí, existiendo en medio del caos, mientras su estómago gruñía. Se estiró, la mujer dio un salto y tomó el rectángulo de su cinturón, chispas salieron de uno de sus extremos: Un taser. Casi se ahoga en su carcajada contenida. Volvió a cerrar los ojos.

— ¿Qué mierda le hiciste a tu habitación?— Esa voz lo hizo tensarse de inmediato.

Sus ojos se abrieron sin que pudiera evitarlo, una sonrisa que desapareció en un latido cruzó por su rostro. La voz, tan familiar como la de los mismos miembros de su generación, le dio un poco de energía e hizo que su cabeza dejara de doler un poco. Lo vio, había cambiado tanto y, a la vez, no había cambiado para nada: Ojos azules oscuros, llenos de una amabilidad y preocupación sin fin; su bata blanca arremangada, estetoscopio alrededor de su cuello, la misma sonrisa autosuficiente de siempre, con ese tono de fastidio en su voz, como un hermano mayor, o tan siquiera como Aries creía que un hermano mayor sonaba. Era como si alguien hubiera dejado caer una bengala encendida en el fondo en el que estaba sumido.

— En serio, Aries, no te puedo quitar los ojos de encima porque ya te lastimaste de nuevo— El médico dio un paso hacia enfrente, pasando por un lado de la militar, quien lo fulminó con la mirada, quieta en su lugar, un muro humano— ¿Me puedes dejar pasar para examinar a mi paciente?— Cuando se dirigió a la mujer, sus palabras no dejaron lugar a réplicas. Era una orden disfrazada de pregunta, era un decreto absoluto.

Los ojos del médico se encontraron con los de la mujer, un desafío. El rubio le mantuvo la mirada a la de camuflaje, el pasante tartamudeó algo. Aries observó, divertido, el encuentro de egos. Al final, la mujer soltó un bufido y blanqueó los ojos antes de apartarse del hueco de la puerta. El médico traía un maletín en su mano izquierda, y no tardó en ingresar a la alcoba. Los miró por un par de segundos más, hasta que los otros dos dieron media vuelta y se alejaron. La puerta quedó abierta, sin embargo.

— La última vez que te vi, tenías un cabestrillo— Comenzó. Aries creyó ver una sonrisa cómplice en los labios ajenos, pero de seguro la imaginó, al parpadear ya no estaba. El hombre de la bata comenzó a sacar un par de cosas de su maletín, jeringas con una etiqueta morada, tubos de vidrio con su nombre y su número ya escritos, una vieja libreta— ¿Te causa alguna molestia?

— Así que sigues trabajando para ellos— Fue todo lo que respondió. El médico se agachó hasta quedar a su altura, en cuclillas, y le dedicó esa mirada que siempre le dedicaba después de encontrarle una herida que había intentado ocultarle. Aries vio los ojos ajenos moverse a la velocidad de la luz, de su rostro a una esquina de la habitación y de vuelta a él. Lo entendió: Estaban siendo escuchados— ¿A qué debo el honor de una visita privada?

— Extiende el brazo, Aries— De su maletín, el médico sacó un lazo hemostático morado y lo comenzó a atar en torno al brazo derecho del signo de fuego. Sus movimientos eran seguros, tal como los recordaba. Él era una de las pocas personas que no se andaban con miedo cuando lo tenían cerca— Lo voy a apretar para ver la vena mejor— Avisó. El primero de la generación bufó divertido.

— Lo dices como si no lo hubiera hecho cada mes por quince años— Pero sabía que no tenía mucho sentido quejarse, el médico siempre se lo diría. Le avisó también cuando la ingresó la aguja, un leve quejido por parte del moreno, mientras el cilindro transparente se llenaba de su sangre. Tres tubos después, el de la bata blanca le puso un pedazo de algodón con un fuerte olor a alcohol.

El médico lo auscultó, le hizo un par de preguntas más y le pidió una demostración de su rango de movimiento con el brazo que terminó de sanar fuera del complejo. En más de una ocasión, la militar asomó la cabeza por la puerta abierta, cada vez recibió la misma reacción: El hombre de la bata blanca se detenía por completo, esperando impaciente hasta que la mujer se hartaba y los volvía a dejar a solas. En su mente, si no podía darle la privacidad de su consultorio, o como mínimo de una puerta cerrada, no se mostraría complaciente ante la intromisión de una guardia. Lo había discutido con la señora Katsaros y con el Director en persona, y se mantendría firme.

La pregunta sin hacer flotaba en el silencio entre ellos, el médico la podía ver en la forma en la que Aries lo miraba, le tenía que recordar cada par de minutos que las paredes tenían oídos. La verdad era que no sabía la respuesta. Aries estuvo sorprendido al verlo entrar, como si no esperara que lo hubieran conservado en el trabajo después de esa noche; y si era del todo honesto, él tampoco se lo esperaba. Pero aquí estaba, por el motivo que fuera, algo tenía que significar. ¿No?

Cuando terminó su revisión, Aries estaba menos tenso. El signo de fuego lo miró por un segundo, sus ojos pasaron del pedazo de algodón en el que mantenía presión, ahí donde la aguja había perforado su piel, y de vuelta al mayor. Tragó saliva, llevándose de paso el nudo que comenzaba a formarse en su garganta. El elefante en la habitación tenía su pie sobre su pecho y se sentía a nada de explotar. Sus oscuros ojos fueron hacia la esquina de la habitación donde el adulto le había indicado, tenía que pensar muy bien sus siguientes palabras, sólo tenía una oportunidad para obtener la información que quería y no tenía ni idea si el rubio era bueno captando claves, pero sabía que podía confiar en él. Le había avisado sobre la falta de privacidad, ¿no? Y no podía olvidar que le dio el botiquín la noche de la Gala. Aún no sabía cuál era la meta final del extraño doctor, porque en su mente nadie que le deseara el bien a una generación seguiría trabajando para la Directiva, pero sus acciones no eran del todo atroces. Sacudió la cabeza. Había decidido que confiaría, daría ese salto de fe. ¿Qué más podía perder?

— Dadas las circunstancias...— Empezó, aclarándose la garganta. El mayor estaba en medio de guardar sus cosas en su maletín. Lo observó, en sus recuerdos, el médico era más alto— ¿Puedo asumir que vamos a volver a la rutina de antes? ¿Con toda la generación?

— Después de la cuarentena, sí— Señaló el brazo de donde había extraído la sangre— La Directiva insistió con los exámenes, sólo para asegurarnos de que todo está bien y que no traen nada peliagudo... Y también...— Por un segundo, la sonrisa más triste se dejó entrever detrás de la máscara de calma. Suspiró— Una vez establecido que el balance se ha alcanzado...— Sus ojos de nuevo hacia la esquina, exasperado— Eres nuestra prioridad como C— Así que no sólo entendía cuando le hablaban en clave...

...Sino que también sabía darle el pésame en su idioma.

:・゚✵ :・゚✧ :・゚✵ *:・゚✧:・゚✵ :・゚✧:・゚

No esperaba que las cosas fueran iguales a como lo eran antes de su escapada, pero ese lugar era notorio por jugar con sus mentes de la peor forma posible. Tenía que darles puntos por creatividad. Era la ruta más lógica, la que él hubiera tomado si los papeles estuvieran invertidos, lo que lo hizo darse cuenta de lo parecidos que eran. Sonrió, por supuesto que eran parecidos, lo odiara o no, técnicamente ellos lo habían criado. O tomado parte en sus años formativos, como mínimo. Aprendió de ellos, observación, ensayo y error, a ver a las personas como peones en un tablero de ajedrez, no más que medios para un fin. Por más que lo pretendiera, no era mejor que ellos.

A pesar de que fueron ellos quienes lo hicieron mejor.

Primero pasaron los primeros quince años de sus vidas llenando sus mentes de oscuridad. Luego los dejaron solos con sus pensamientos. Decidió no prestarle mucha atención al hecho de que sus habitaciones estaban cambiadas, ni siquiera quiso pensar en que muy probablemente esa misma alcoba no había sido ocupada desde quizá Cobre de la segunda; o tal vez Serpiente de la tercera, antes de que la cuarta hiciera su aparición, claro estaba. No. No pensaría en eso, no se metería en ese agujero de conejo sin final visible.

Lo que no se esperaba era que la rutina cambiara. Las alarmas despertadoras lo encontraron con los ojos ya abiertos, aunque decir que había dormido era una exageración. Se levantó, sentándose en la cama y asustándose momentáneamente cuando sus pies tocaron el piso. Tardó un segundo en recordar que no estaba en la parte superior de la litera.

Se quedó parado frente a la puerta, esperando que esta se abriera. Sólo que no fue así. Escuchó a lo lejos cómo la primera puerta se abría, su característico pitido, pero no hubo más ruido hasta un par de minutos después. Cada tanto, los silbidos se acercaban, los pensamientos ansiosos de un pasante y aquellos hastiados de una militar resonaban en su mente. El cambio le sentó mal, a pesar de que intentó poner una sonrisa ladina cuando el médico se presentó frente a él, falsa confianza, mientras evadía el contacto visual y respondía con monosílabos. Se quedó con la impresión de que el médico le quería decir algo, la sonrisa triste que le dedicó al despedirse lo dejó con más dudas, pero no se sentía con la energía de iniciar una conversación. Lo mejor era que lo volvieran a dejar solo. Al cerrarse la puerta, el suspiro que soltó se sintió como dejar de cargar el peso del mundo en sus hombros.

Su brazo le dolía ahí donde le extrajeron la sangre para las pruebas. Se acostó en su cama, mirada perdida en el blanco techo, el frío de la torunda de alcohol bajo sus dedos, el levísimo olor que tenía. Lo había vivido un millón de veces, había perdido por completo la sensibilidad a eso. Su cabeza dolía y la falta de comida le provocaba náuseas. Oyó una puerta más abrirse, luego el silencio volvió a dominar.

Era un experto el ignorar los pensamientos de sus compañeros de generación. Aries seguía intentando usarlo como línea de comunicación, pero no tenía intenciones de responder. Ni al líder, ni a ningún otro miembro de la sexta. Quería estar solo, a pesar de saberse rodeado, porque se sentía emocionalmente cansado y había decidido que no tenía caso seguir. No había tenido caso nada de lo que habían hecho: Estaban de vuelta aquí, sólo que peor. Por lo menos antes no sabían de lo que se perdían dentro de esas blancas paredes. Por lo menos antes estaban completos...

No supo en qué momento volvió al reino de los sueños, pero el pitido de la puerta abriéndose lo hizo despertar con un salto. Una pasante entró, dejó una bandeja plateada con un tazón con papilla blanca y una caja de jugo de naranja, la misma militar de la revisión matutina resguardando la puerta abierta, luego se fue sin decir una palabra, justo como había llegado. Dejó la bandeja en la silla que tenía como único mueble. Un tazón y una cuchara de plástico, nada más. Miró la masa, sin olor ni color específico, antes de regresar a su cama sin tocarla.

No tenía apetito, a pesar de morir de hambre. La mera idea de consumir eso de nuevo lo hacía odiar a los dioses. Debía ser una maldita broma, ¿verdad? Esa cosa apenas y era comestible cuando no habían probado verdadera comida. Más temprano que tarde escuchó los tazones del resto de la generación siendo lanzados contra las puertas, gritos de vocabulario no apto para todas las edades, un millón de pensamientos. Casi rio. Por una vez, decidió que no participaría en la rebelión, ¿para qué hacerlo? Dejaría la comida en su tazón, lanzarla contra la puerta no haría que la Directiva cambiara el menú y no le interesaba ensuciar su celda, después de todo, no sabía si se molestarían en limpiar las alcobas como lo habían hecho antes. ¿Para qué arriesgarse?

Sin forma más efectiva para medir el tiempo, se dio cuenta de que las puertas volvieron a ser activadas cuando la papilla se enfrió. Esta vez los intervalos se prolongaron, cuando estaba a punto de caer dormido, un nuevo pitido sonaba, ¿unos diez minutos? Esperó por su turno, sin más opción, hasta que la misma combinación pasante-militar le pidió que se levantara y les siguiera.

La joven científica se puso enfrente de la comitiva, y sentía el ceño fruncido de la militar perforándole la nuca. Caminó por los desiertos pasillos en silencio, intentando encontrar un reloj que se iluminara en el segundo que lo veía, sin mucho éxito. El aburrimiento lo estaba consumiendo como un parásito, pronto no quedaría nada de él. Pasaron enfrente de todas las alcobas, puertas cerradas, en lo que Acuario reconoció como el camino hacia el bloque A. Perfecto.

Mientras más se alejaban, más paz tenía. La distancia siempre actuaba en su favor cuando de ignorar los pensamientos ajenos se trataba.

No le sorprendió entrar a los baños. Las únicas otras tres razones por las que iban a esa parte del complejo eran para comer, entrenar y sus revisiones de rutina; y las dos que se hacían tan temprano ya estaban tachadas de la lista. Lo que le sorprendió era tomar una ducha solo.

Desde que tenía uso de razón, las duchas habían sido un lugar más bien público. Si bien las instalaciones tenían un pequeño muró que les llegaba hasta la cadera, su estilo abierto no daba lugar a mucho pudor. De niños, recordaba cómo solían lanzarse burbujas y hacer enojar a los pasantes que los cuidaban, en más de una ocasión mojándolos por terminar en medio de una guerra de agua. Luego se volvieron molestos preadolescentes, con sus estúpidas ideas. No obstante, siempre se ducharon con compañía, a pesar de que las duchas eran accesibles casi todo el día. Nunca pensó que algo tan simple como pararse debajo de la cascada artificial se sentiría tan solitario.

La militar le gritó que le quedaban dos minutos, lo que lo hizo regresar al presente. Se apresuró a enjuagar cualquier rastro de jabón, la espuma flotando hasta la coladera, mientras se concentraba en lo que estaba pasando en la realidad. Sus ojos vagaron hasta la última ducha, esa donde el agua había sido ajustada para salir casi hirviendo, y por un momento deseó ser la espuma.

Lo escoltaron de regreso al B21, donde su cama ya hecha lo esperaba, las sábanas recién cambiadas apestaban a desinfectante. Se habían llevado su comida sin tocar, aunque le dejaron la caja de jugo y un vaso de plástico lleno de agua que bebió en cuestión de segundos. Doblada a la perfección, una nueva cambia de su uniforme se perdía, blanco contra blanco contra blanco. Se vistió con las prendas limpias, dejando las sucias en la silla, antes de regresar a su cama.

¿Cuánto tiempo viviría de esta manera? Una mejor pregunta: ¿Cuánto tiempo soportaría antes de enloquecer?

Cuando estuvo frente a la pelirroja con las respuestas, se mordió la lengua.

— Estoy impresionada, Acuario, pensé que serías de los que optaron por... expresar sus emociones con la comida— Comentó, su falsa sonrisa acentuaba las arrugas alrededor de su boca. Su bata blanca resaltaba lo amarillo de sus dientes.

No obtuvo respuesta, sin embargo. Llevaban quince minutos de sesión y Acuario no había dicho una sola palabra. La estática en su mente al intentar leer los pensamientos de la mujer, que en otra vida lo haría enojar, ahora lo arrullaba. Sabía que era la décima cita que la señora Katsaros daba ese día, no era idiota y el cansancio se podía leer en el rostro ajeno, así que esperaba que fuera más corta que de costumbre. Ignoraba si los otros miembros de su generación habían hablado, no le importaba, lo único que quería era que lo llevaran de regreso a su dormitorio y dejaran de molestarlo por el día.

La mujer lo miraba perpleja, casi decepcionada con la actitud ajena. Acuario se veía... apagado. Era, por mucho la sesión más aburrida que había tenido en todo el día. Algunos no tardaron en mencionar el hecho de que esta nueva oficina era más pequeña que la anterior, consecuencia de su desliz la noche de La Gala; o en hacer algún comentario sarcástico sobre su prótesis metálica. Cualquier cosa que los hiciera hablar, la tomaba. Necesitaba saber varias cosas sobre el tiempo que estuvieron fuera, llenar el espacio en blanco sobre esos meses sin observación que la generación pasó. Sabía que no eran más que niños, y que mantener los secretos en silencio era difícil inclusive para los adultos cuando la ira era demasiada. Los picaba donde sabía que dolía, en esperanza de que en medio de la explosión se les escapara información útil, y en verdad esperaba que Acuario cayera en su trampa sin necesidad de un golpe bajo.

— ¿Te gusta mi nueva oficina?— Preguntó, un intento desesperado que no causó la más mínima respuesta en el otro. Tomó un sorbo de su termo, café negro, luego se quitó los lentes para limpiarlos— Ustedes no fueron los únicos que cambiaron estos meses.

Acuario volvió a morder el interior de su mejilla, forzándose a no reaccionar. No le daría lo que quería. Sin sus lentes, su mirada era más intensa. Se concentró en la estática.

— La verdad estoy impresionada por haberlos atrapado a todos juntos, debió ser difícil quedarse junto a Géminis ahora que es una bomba de llanto— Otro disparo al aire.

El cobrizo podía oler la desesperación. ¿Acaso no lo había conocido por quince años? ¿Por qué lo dejó casi al último? Ella sabía, mejor que cualquier persona viva, que sus jueguitos mentales no funcionarían, no con él. Acuario estaba casi ofendido. De haber tenido energía, se hubiera carcajeado. Entonces entendió que el pretendido desespero era parte de la farsa.

Sí, ya no tenía intenciones de seguir jugando a los rebeldes con el resto de su generación. Estaba cansado de correr en esa rueda de hámster, la vida les había demostrado que nunca serían más que ratas de laboratorio. Pero arruinarle la tarde a la vieja terapeuta era tan estimulante.

— Aunque supongo que después de lo de Piscis tú no estabas en condiciones de quejarte... Lo entiendo— A pesar de todos sus esfuerzos, su cuerpo reaccionó ante el nombre de su novio siendo pronunciado por los labios de la mujer. Cada músculo de su cuerpo se tensó antes de que pudiera evitarlo, una grieta en su máscara de indiferencia que ensanchó la sonrisa ajena. Le quería gritar que no tenía el derecho de pronunciar su nombre, no después de ser la causante de su muerte y de todas las otras muertes anteriores.

«Ese no es su nombre, no en realidad». Se tuvo que recordar, forzando a su cuerpo a volver a la posición de apatía anterior. Demasiado tarde. Ella lo había notado.

— Así que es por eso por lo que estás actuando de esa forma— Enarcó una ceja, casi divertida— Algo bien. ¡Me sentí tan estúpida cuando el General me dijo que uno de los sujetos más problemáticos se rindió voluntariamente! No lo podía creer y luego— Lo miró de arriba abajo, como quien sacude un asqueroso insecto— El gran Acuario se rindió. Dime, ¿Qué se siente no haber podido salvarlo?— Entonces la alarma de su celular sonó.

El signo de aire dejó salir un pesado suspiro, relajando sus hombros.

— Parece que nos quedamos sin tiempo— Fueron las únicas palabras que le dedicó.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top