#05: Primera nevada
¿Cómo saber si una decisión era la correcta? Esa era la pregunta que llevaba haciéndose toda su vida, aún incapaz de encontrar una respuesta satisfactoria. Lo podía saber después, cuando las consecuencias de sus acciones lo golpeaban en la cara y debía tomar otra decisión. ¿Pero saberlo antes? Imposible. Sólo podía tomar toda la información disponible y rezarles a las estrellas que los frutos no estuvieran podridos. El problema era que las estrellas no solían escucharlo.
Por primera vez en su vida, había tomado la decisión solo. Algo que no sólo no le gustaba, sino que era casi poético. En su etapa de negación, había dejado que el segundo al mando tomara todas las decisiones y él se limitaba a imponerlas. La ironía podía ser algo delicioso. Géminis se había rehusado a hablar, dejándolo con el deber para él solo. Y Aries sabía que no tenían mucho tiempo para trazar un plan de acción: Las nubes cada día eran más grises, el clima era más gélido.
Lo analizó como nunca lo había hecho antes. Los pros, los contras y esas cosas que Capricornio siempre mencionó, esas cosas a las que él nunca le dio tanta importancia. Lo habló con Cáncer, con Virgo e inclusive con Acuario, prácticamente con cualquiera que estuviera dispuesto a conversarlo. Sobre todo, con Acuario, para variar. La conclusión a la que llegó fue la más evidente, pero no por eso disminuía su ansiedad: Tenían que encontrar refugio.
Las cabañas que Cáncer recomendó fueron la opción más lógica. No sólo estaban cerca, sino que también las sabían abandonadas por completo. Quizás ese había sido su error primigenio, llegar a una ciudad donde invariablemente llamarían la atención de los locales. Quizá cambiar ese factor jugaría a su favor. Aries esperaba que así fuera. ¿El contra? No tenían ni idea de en qué condiciones encontrarían esas construcciones, o si las encontraran en lo absoluto.
La enciclopedia andante de la generación le había explicado que fueron construidas hacía más de cinco décadas, pero su popularidad llegó al mismo tiempo que el auge del proyecto, hacía casi veinticinco años. De acuerdo con Cáncer, eran un complejo turístico vendido al público como una «Experiencia más natural» para vacacionar, lo que sea que eso significaba. Por lo mismo, fueron remodeladas lo mínimo. Aries no quería que las esperanzas de la generación se fueran muy arriba, con ese historial no sonaban para nada seguras, pero lo haría funcionar.
— Virgo— Llamó cuando los edificios se hicieron visibles en el horizonte.
La neblina cubría el mundo como una densa cortina gris, limitando visión. No obstante, un par de edificaciones resaltaban caobas. También el bosque era llamativo. Después de caminar por días sin final en la llanura, ver un puñado de árboles juntos era refrescante e inquietante en partes iguales. No eran muchos, pero ellos no conocían nada parecido.
— No prometo nada.
Era lo mejor que podían hacer para sentirse un poco seguros. Aries era consciente de las limitaciones en la habilidad de Virgo, más ahora en invierno con las opciones reducidas. Vio al peliblanco marchar al frente de la formación y cerrar los ojos, ceño fruncido, en un intento de establecer contacto con cualquier cosa. Si podía tener ojos en esas cabañas, tendrían la ventaja.
Después de todo, no tenían ni idea de si había militares esperando por ellos allá. Nunca se podía ser demasiado cauteloso cuando se era fugitivo. Escuchó al singo de tierra chasquear la lengua, ojos apretados, un par de metros más adelante. No necesitó de palabras para saberlo. Le sonrió, sin embargo, porque sabía que le había pedido algo casi imposible y no quería hacerlo sentir mal. De eso se encargaría Acuario.
— Hay unas voces extrañas, nada que haya escuchado antes, y son completos idiotas.
— No sabía que también podías comunicarte con Acuarios salvajes— Bromeó Tauro, golpe cortesía de Cáncer.
— Cangrejo, controla a tu imbécil— Agregó Piscis, bala de hielo lista para ser lanzada.
— ¿Despertamos de malas?— Preguntó Ofiuco apenas dejó de reír.
— Yo también despertaría de malas si lo primero que veo en las mañanas es a Acuario babeando la almohada— Comentó Libra. Bala de hielo lanzada.
— ¿Acuario babea dormido?— Sagitario, quien por fin había decidido quitarse su casco tejido, ladeó la cabeza. Leo no pudo seguir conteniendo la carcajada.
— ¿Nada sobre humanos cerca?— Aries, pretendiendo saber cómo desviar la atención, interrogó a Virgo.
— No entiendo muy bien su tono, pero no.
El sentimiento de déjà vu era casi increíble. Aries guio a la generación por la llanura, en dirección a donde las construcciones los esperaban. Cabañas de madera, artificiales, creadas por humanos. El bosque las rodeaba, natural como él solo, algo que nadie podría ser capaz de emular. Los árboles más viejos estaban formados en una fila recta, a distancia perfecta entre ellos, delatando su planeación humana, pero los más jóvenes se alzaban indómitos, sin orden aparente, gritando que la naturaleza tomaba lo que quería. Años de abandono habían vuelto ese campamento de controladas vacaciones en el exterior un naciente bosque.
El tiempo pasado también se reflejaba en las cabañas. Las más alejadas no eran más que montones de madera podrida, cimientos colapsados y ramas creciendo entre las vigas. Las pocas que quedaban en pie no se veían mejor, paredes cubiertas de hiedras y musgo, manchas de humedad, ventanas rotas y basura. En el centro, una cabaña más grande que el resto le hacía frente a su destino. Al entrar, el gran escritorio en el centro la delató como la recepción.
Uno a uno, los bultos que cargaban cayeron al suelo. Un par de signos se estiraron, tronando sus espaldas y quejándose sobre lo cansados que estaban. Algunos más se dedicaron a inspeccionar los alrededores. Aries observó la pared detrás de lo que un día fue el escritorio, las llaves cubiertas de polvo y óxido con los números de cabañas ahora vacías, las sillas destartaladas.
Tenía otra decisión frente a él.
— Géminis, ¿puedo hablar contigo?
— ¿Y por qué no con toda la generación?
— ¿Qué tan irónico es que el primer líder que Acuario reconoce sea tan reacio a liderear?— Lanzó Piscis. Acuario, Géminis y Aries resintieron la pedrada, lo cual sólo causó una carcajada en el signo del pez. Era el experto en matar varios pájaros de un solo tiro.
— ¿Qué tal si cierras la boca de una buena vez?— Le pidió Acuario. Las orejas rojas de Géminis lo delataban: Odiaba ese chiste— Pero sí, Aries, ¿Por qué no con toda la generación?
— ¿Ves lo que causas?— Aries le espetó al que decía ser su mejor amigo. El castaño se encogió de hombros— ¿Quieres hablarlo entre todos? Bien, ¿Quién cree que deberíamos quedarnos a dormir en el lobby y quién dice que es mejor dispersarnos por habitaciones?
— Dudo que encontremos suficientes habitaciones con colchones y, aun así, es prácticamente imposible que estén en condiciones sanitarias— Dijo Virgo, estremecimiento incluido al pensar en los posibles ácaros y moho— Además, hay muchas voces de ratas, y no están felices.
— Y— Acuario retomó la palabra con la naturaleza de alguien que nació para eso— Si estamos todos juntos, podemos huir de ser necesario.
— ¿Nadie más quiere un poco de privacidad? ¿Sólo yo?— Libra se opuso. Buscó con la mirada por alguien que lo respaldara, dándose cuenta de que el resto no reaccionaba. Soltó un bufido, frustrado.
— ¿De qué privacidad hablas, Libra? Pasamos toda la vida bañándonos enfrente del resto— Escorpio se unió a la conversación— Yo mismo te he atado a la cama más veces de las que puedo recordar. Quedarnos juntos es mejor, será más fácil mantener un gran fuego a muchos pequeños.
— ¿Cuántos a favor de quedarnos juntos?— Interrogó Géminis, diez signos levantaron la mano— Eso lo resuelve. ¿Ves que no necesitábamos hablar?
— Géminis...— Suspiró Aries. Llevaba días ignorándolo, pero ya no podía hacerlo, necesitaba compartir la carga. Necesita a su segundo al mando— Aún tenemos que discutir sobre las guardias nocturnas.
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Era un banquete. Virgo seguía quejándose sobre cómo habían usado más provisiones de las necesarias y que esto arruinaba por completo su cuidadoso presupuesto alimenticio, pero poco o nada les importaba. Libra y Géminis habían hecho un festín, las paredes del edificio los protegían del viento, habían acomodado los sacos de dormir en torno a la fogata y estaban calientitos por la primera vez en días. Inclusive hicieron chocolate caliente.
Él clavó su vista en su plato humeante, mohín en labios, mientras las llamas ardían en el centro de la recepción. Quiso empezar por el chocolate, pero todos le dijeron que eso sería al final o no sería, así que pensó en comer todo super rápido. Como consecuencia, ya se había quemado dos veces. La comida, como siempre, estaba deliciosa. Le sonrió al fuego, orgulloso de su creación.
Después de dejar las cosas, logró convencer a Aries de que sería buena idea buscar en las otras cabañas por restos de madera seca, ya que la que traían estaba un poco húmeda. El último par de días había pasado demasiado tiempo y el fuego resultante no era más que una flama agonizante. Para su buena suerte, el líder no sólo accedió a su plan, sino que se ofreció para acompañarlo. Eso era bueno, porque así podían traer más madera y no tenían que hacer mil y un viajes. También le pidió a Escorpio que los acompañara, porque no quería ir solo con Aries.
Dejó su plato en el piso, su mano fue directo a la pulsera que su manga cubría. Jugueteó con los abalorios que colgaban de los dos hilos finales. Sentado con el resto de la generación, bromeando y comiendo, se sentía un poco culpable por pasarla bien. La ambivalencia era algo nuevo en su vida y lo odiaba. Estaba feliz por volver a tener un techo y porque el ambiente se sentía un poco más relajado, pero también extrañaba a su familia como loco. La familia que dejó atrás, por supuesto.
Sus ojos fueron hacia Escorpio, quien ya había hablado con él varias veces sobre eso: Muchas personas podían ser importantes para alguien. No porque llegara una persona nueva, significaba que alguien le dejaría de importar. La sexta generación era su familia, eso era indiscutible, pero también su mamá y papá y su hermana. Quería creerle al pelinegro que los humanos eran capaces de amar al infinito, a pesar de que ellos mismos no sabían si eran del todo humanos.
— Mañana deberían explorar un poco el bosque— Soltó Tauro, ganándose las miradas confundidas de más de uno— ¿Qué?
— ¿Tú? ¿El que se queja porque odia caminar? ¿Tú sugieres eso?— Preguntó Virgo. La cuchara llena de comida a medio camino entre el plato y la boca.
— Por eso dije «deberían». Ustedes.
— Cabrón— Farfulló Piscis, sacándole una carcajada a Acuario.
— Yo estoy de acuerdo— Agregó Escorpio. Leo, sentado a su lado, asintió— Digo, no alejarse mucho, pero estaría bien ver si hay algo medianamente útil en el resto de las cabañas o si el bosque nos ofrece algún recurso. Cáncer, ¿estudiaste plantas silvestres comestibles?— El mencionado asintió. Géminis, del otro lado del círculo, empezó a mover la pierna ansioso.
— Si ustedes quieren ir, adelante— Acto seguido, Libra bostezó— Yo estoy demasiado fatigado para una caminata en el bosque. Además, así empiezan todas las historias de terror y nop.
— ¿Así que tu idea es quedarte en la cabaña abandonada?— Bromeó Piscis.
— ¿No hay una película sangrienta de eso?— Cuestionó Sagitario.
— Hay como diez mil, sí— Confirmó Acuario— Así que cuidado con los asesinos prófugos esta noche, estamos en su territorio— Escorpio le lanzó un pedazo de pan— ¿Hey?
— No va a poder dormir en la noche y va a ser tu culpa.
— Hablando de eso— Virgo retomó la palabra. Clavó sus ojos en los de Aries— ¿Cómo quedaron las rondas? Quiero saber si puedo dormir o no.
— Empezando a medianoche, duplas harán guardias de dos horas. Yo estoy en la primera con Cáncer— Empezó a explicar el líder— Seguidos por Piscis y Sagitario y al final Libra y Tauro. Mañana empiezan Géminis y Leo, de ahí Acuario y Escorpio y cierran Virgo y Ofiuco.
— Vaya grupos de mierda— Se quejó Virgo, bien fuerte. Todos concordaron— No lo tomes personal, Ofi— El mencionado se encogió de hombros. Lo entendia, no era como si se detestaran, pero había otras personas con las que preferirían pasar tres horas. El sentimiento era mutuo.
Después de la tradicional discusión, el tema cambió un par de veces y todos parecieron olvidarlo. Sagitario se dedicó a hablar con Escorpio sobre lo que habían encontrado en su pequeñísima excursión maderera en las cabañas y con Piscis sobre cómo se dividirían la última guardia de la noche. En palabras del signo de agua, era mejor tener una ronda súper aburrida a que algo «interesante» ocurriera. Lo cual no hacía lógica: Si su turno era aburrido, había más posibilidades de que se quedaran dormidos.
— Lo que quiere Sagi es una aventura bien divertida— Comentó Acuario. Sagitario asintió, ¡por fin alguien que lo entendía! Pero casi toda la generación le dijo, algunos más amables que otros, que cerrara la boca. El jarrón, como siempre, hizo caso omiso— De hecho, creo que leí algo sobre este sitio en particular en la biblioteca una vez.
— Acuario, te lo juro por las estrellas, si sigues hablando vas a ser tú el responsable de tus pendejadas— Lo amenazó Escorpio— Sagi, no lo escuches, es un idiota.
— ¿Qué historia?
— Cuenta la leyenda— El cobrizo puso una voz tétrica, acercándose más al fuego. Las sombras se apoderaron de gran parte de su rostro, haciendo que las cicatrices en su cuello parecieran más gruesas— Que hace muchos, muchos años un grupo de chicas vinieron aquí para pasar las vacaciones de invierno. Lo que ellas no sabían era que afuera, en el bosque cubierto de nieve, algo estaba asechando, hambriento, listo para atacar— Su voz se hizo más baja con cada palabra, obligando a Sagitario a acercarse más y más. Virgo blanqueó los ojos, Cáncer anotó algo en su libreta— Una a una, las chicas fueron desapareciendo sin dejar rastro— Para esta parte de su cuento, Acuario prácticamente susurraba en su oído— La más valiente, Tamara, les dijo a las pocas que quedaban que esperaran en el cuarto, que ella iría a buscar a las desaparecidas. Era una noche de invierno, justo como esta, y la nieve caía. La energía eléctrica se había ido hace mucho, así que Tamara tuvo que usar una vela como fuente de luz, bajando por las escaleras rechinantes, en la completa oscuridad, Tamara abrió la puerta de su cabaña y ¡PUM!— Gritó, dando un pisotón con todas sus fuerzas.
Sagitario lanzó un grito despavorido, casi saltando hasta el techo por la sorpresa. Géminis también. Acuario rompió en carcajadas, cayendo al piso, brazos cubriendo su vientre mientras se doblaba por la mitad. Escorpio cruzó el círculo para preguntarle a Sagitario si estaba bien, patada gratis al bulto burlón en el suelo. Libra se dedicó a apoyar a su amigo, para luego tranquilizar al origen del miedo. Al otro extremo del círculo, Cáncer anotó otra cosa en su libreta.
— Le puedes ir agradeciendo a tu imbécil, Piscis— Habló Escorpio, brazo rodeando a Sagi. Leo le dedicó una mirada preocupada, así que sonrió— Tu guardia no va a ser para nada aburrida.
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Intentaba parecer calmo, pero en realidad era un manojo de nervios en una gabardina. Sabía que todos estaban iguales, por lo que se sentía acompañado en su mentira. Era gracioso cómo todos sentían lo mismo, pero pretendían no estarlo para confortar a los demás. Quizás era un poco absurdo, quizás era todo lo que conocían. Se preguntó si era una de las reglas de la tercera generación o algo inherente en su modificado ADN. Tal vez era simplemente un vestigio de su inmadurez. Fuera lo que fuera, mantendría la sonrisa mientras acomodaba su saco de dormir.
El lugar a su izquierda estaba vacío mientras el pelinegro bromeaba con Sagitario, una forma de distraerlo de la no tan brillante idea de Acuario. A su derecha, Virgo se devanaba los sesos con su inventario, aun echando pestes sobre lo irresponsable que había sido el banquete que él también devoró. ¿Su manera de expresar aprecio? Lo conocía de toda la vida y quería creer que era eso. En el centro, la fogata ardía con fuerza, balando al mundo con su roja y anaranjada luz.
Debajo de toda la ansiedad por instalarse en un nuevo lugar había felicidad. Era innegable que lo necesitaba: Estaban exhaustos mental y físicamente. Detrás de las viejas y sucias ventanas, la nieve comenzaba a caer. El viento aventaba ráfagas de copos contra las paredes de la construcción, haciéndolos sentirse en especial agradecidos por la protección. Era la primera verdadera nevada del invierno y no quería ni siquiera imaginar qué hubiera sido de ellos de seguir allá fuera.
Aries no lo permitiría, sin embargo. Leo estaba seguro de eso. Escorpio le había dicho mil veces sobre las dudas del líder, pero Leo sabía que el peor crítico siempre era uno mismo. La quinta generación no se había equivocado al escogerlo como líder, a pesar de que él mismo había dudado más de una vez de las capacidades del moreno. Aries era severo, pero justo; era objetivo, pero compasivo; y no podía, no, no debía olvidar que era también humano. A veces, él y la generación cometían el error de juzgar a Aries como si no fuera un niño como ellos.
— ¿En qué piensas?— La voz de Virgo salió como un susurro. El suave sonido de sus pijamas al acomodarse dentro de su saco de dormir. Bostezo— ¿Crees que encontremos algo útil mañana?
— Puede ser— Leo se encogió de hombros— Este lugar tiene muchos años de abandono encima, pero las sorpresas son una constante de la vida, ¿sabes?— De reojo, vio cómo Sagitario le sacaba la lengua a Acuario— ¿Sigues escuchando esas voces?
— Es molesto— El león ladeó la cabeza, confundido— Los entiendo, pero a la vez no. Es como si mi cerebro supiera qué dicen, pero yo no pudiera acceder a la información. ¿Tiene lógica?
El de ojos cartujas no entendía las ramificaciones de tener una habilidad que era afectada por su entorno. Su habilidad era puramente perjudicada por sus emociones, y se estaba volviendo mejor con el paso de los días. Virgo, por otra parte, era un receptor; su habilidad estaba activa las veinticuatro horas del día, todos los días de su vida, independiente de su voluntad o madurez. Con los años, la capacidad de control sobre su habilidad no mejoraba, pero sí había notado un aumento en su alcance. Leo nunca comprendería del todo lo que vivía su mejor amigo, así como Virgo nunca entendería las dificultades que acarreaba la propia. Y, por la mayor parte del tiempo, estaba bien.
Virgo no quería pensar en lo que esas voces significaban. Gracias a pasar la vida encerrado, la cantidad de animales a los que había estado expuesto era limitada. Hormigas y otras alimañas que se escondían entre las paredes del complejo, la ocasional ave, no mucho más. Luego, escaparon. Al principio fue difícil, las primeras veces siempre lo eran. Cuando no conocía al animal, la voz era rara, como distorsionada, una transmisión con interferencia. La distancia no ayudaba mucho. Había aprendido que, mientras más alejado, peor era la recepción. Sabía que en ese bosque había algo, un animal que no había conocido aún, y quería mantenerse optimista a que esta vez sería como la primera vez que se encontró con las ratas o los gatos en la ciudad. No quería pensar en la alternativa.
— Acabas de destronar a Acuario como el rey de los loquitos, sorprendente— El peliblanco le dijo un par de palabras no tan amables. A diferencia de Virgo, Leo se puso dos sábanas encima.
— Te vas a congelar así.
Leo hizo oídos sordos al comentario del peliblanco. Las sábanas eran un poco demasiado delgadas para mantener el frío fuera, pero el fuego ayudaba un poco. Además, acostarse sobre el saco alejaba un poco la dureza del piso. ¿Y qué si Virgo tenía razón? Mientras estuviera cómodo, el frío era mental.
Virgo cayó dormido casi de inmediato, de vez en cuando dejando salir pequeños bufidos y balbuceos sin mucho sentido. Lo vio por un segundo, luz naranja, al tiempo que se revolvía en el interior de su saco de dormir.
El signo del león se quedó en silencio por un momento, observando las manchas de humedad en el techo, intentando encontrarles formas. Poco a poco, las conversaciones a su alrededor se fueron apagando y dieron paso a leves ronquidos y respiraciones calmadas. Los signos que siempre se dormían al último murmuraban en torno al fuego, hablando de todo y de nada al mismo tiempo. La primera guardia empezaría en pocos minutos, pero él no estaba en el rol hasta mañana, podía darse el lujo de dormir un poco más tarde, tendría toda la noche para hacerlo.
Cerró los ojos por un segundo, quizás un poco más. Sus párpados comenzaban a ser pesados y sus extremidades se sentían tan relajadas que era absurdo. Se sentía a salvo, algo extraño, desconocido. El calor del fuego, lo suave de su saco de dormir, lo seco del interior. Afuera, el viento aullaba al pasar entre los árboles, pero por primera vez en semanas no le importaba el clima. No se había dado cuenta de cuán cansado estaba hasta que se permitió bajar la guardia. Escuchó un saco siendo arrastrado hasta quedar junto al suyo, el peso de alguien acostarse a su lado. Sonrió, sin abrir los ojos, mientras una mano se colaba bajo sus sábanas para entrelazar sus meñiques.
Escorpio siempre era cauteloso al inicio. Empezó con sus dedos, para pronto sujetar su mano con fuerza. Las manos del signo de agua estaban heladas. Después de unos minutos, su brazo izquierdo era abrazado por el pelinegro, sentía su cuerpo contra su costado, la respiración tranquila del escorpión, la cercanía. Leo giró su cuerpo con cuidado de no aplastar al menor, teniendo que contener una carcajada cuando vio que Escorpio usaba de nuevo su casco tejido.
— Sólo así pude convencerlo de dormir en su lugar— Murmuró.
Escorpio soltó su brazo, sentándose para quitarse su gorro. Cuando se volvió a acostar, Leo no perdió la oportunidad de tomar el casco para él. Se sentó, tratando de descifrar cómo usarlo. Cuando por fin se lo puso, se dio cuenta de lo calientito que era. El casco se quedaba.
Leo había observado a Escorpio pasar gran parte de la cena junto a Sagitario, haciendo comentarios sarcásticos hacia Acuario e intentando calmar al signo del arquero. Nada funcionó. Sagitario necesitaba ir a dormir antes de que su guardia comenzara, Aries y Piscis insistieron hasta el cansancio, pero cuando algo se le metía en la cabeza a ese chico, poco o nada podían hacer los mortales para que cambiase de idea. Escorpio, por algún motivo, tenía un pase especial. Y Leo mentiría si dijera que esa faceta del signo del escorpión no le parecía lo más intrigante del universo.
Todos tenían una persona que era capaz de hacerlos entrar en razón cuando sus mentes se rehusaban a ser lógicas. El signo del león era lo suficientemente afortunado para tener a dos personas así a su lado. Eso hacía todo un poquito menos malo.
Se reclino un poco sobre el signo de agua, acomodando sus negros cabellos detrás de su oreja, pretendiendo que la caricia en su mejilla fue un accidente. Escorpio parpadeó en cámara lenta. Se volvió a acostar a su lado, hombros tocándose, notando cómo las manos ajenas entraban en calor.
— Sabes que no me molesta si viene a dormir aquí— Confesó con una sonrisa en el rostro. Escorpio se acostó de lado, clavando sus ojos en los de él. Las llamas de la fogata hacían que brillaran anaranjados, como si él contuviera el fuego en su interior— Es por la historia de terror, ¿verdad?
— Pero si viniera a dormir no podría hacer esto.
Escorpio acercó sus cuerpos, halando el yelmo tejido. Leo cerró los ojos, acto reflejo, conteniendo la respiración por ese segundo que le tomó al otro unir sus labios. No eran extraños los besos entre ellos dos, pero ninguno se había detenido a especificar por qué lo hacían. ¿Acaso importaba a estas alturas? A ambos les gustaba y eso era todo lo que importaba ahora. Los labios de Leo eran suaves, mientras que los de Escorpio siempre estaban lastimados gracias a su manía de morderlos cuando estaba ansioso. Fue un beso corto, sin llegar a más, su manera de decirse buenas noches. La nariz de Escorpio estaba helada.
— ¿A ti desde cuándo te da pena besarnos?— Rio Leo cuando se separaron, su brazo rodeando la cintura ajena.
— No enfrente del niño— Fingió indignación, puchero incluido. Leo le lanzó un beso y él blanqueó los ojos— Deberíamos dormir— A Escorpio le gustaba hacerse pequeño contra su pecho. Leo tenía la teoría de que los latidos ajenos lo calmaban. Quizá lo hacía porque le reafirmaba que seguía vivo. Cuidando no tocar su cuello, comenzó a acariciar sus cabellos.
— Deberíamos dormir, sí— Contestó, sintiendo las manos del vidente aferrarse a su espalda— Buenas noches, Escorpio.
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Cuando abrió los ojos, el fuego estaba casi consumido. Parpadeó, confundido, porque sabía que una fogata de esas dimensiones debía durar mucho más. Él mismo la había hecho. Era un idiota en muchas áreas de la vida, pero el fuego no era una de ellas. Conocía su arte y era bueno en eso. Además, si no lo habían despertado significaba que aún no empezaba su guardia. Era imposible que el fuego durara tan poco.
Gracias a la falta de luz, las sombras consumían al mundo. Veía los bultos durmientes del resto de la generación, un círculo de sacos de dormir trazado en torno a la agonizante fogata. El humo blancuzco subía hasta el altísimo techo de la recepción. Afuera, el viento azotaba los vidrios de las ventanas y la nieve no dejaba de caer. A cada respiración, su aliento subía como una nube blanca. Subió su barbote, sintiendo la sangre regresar a sus mejillas de forma inmediata.
Avanzó hacia el centro del círculo, dispuesto a ver en qué se había equivocado al montar la fogata. Que se apagara antes de tiempo era una cosa seria: Era su única fuente de calor y evidentemente no estaban en posición para perderla sin previo aviso. La madera había sido reducida a cenizas y el hollín manchaba el piso. Sagitario suspiró, revolviendo la ceniza para avivar las pequeñas llamas sobrevivientes. Tenía que ir por más madera.
Salió del círculo, el viejo piso crujiendo bajo su peso. Caminó de puntillas, como las películas le habían enseñado. ¿Por qué no podía recordar dónde había dejado la madera? Era noche cerrada, ese momento antes de amanecer donde la oscuridad tomaba más fuerza y ver más allá de su mano era impensable. Extendió los brazos, como había visto a Capricornio hacer tantas veces cuando se encontraba en un lugar que no conocía, avanzando con pasos dubitativos.
Un gruñido grave lo hizo detenerse en seco. Venía del exterior. Quería moverse hacía la ventana más cercana para ver mejor, pero sus pies parecían estar pegados al suelo. No sabía si los temblores que se apoderaron de su cuerpo eran gracias al frío o al miedo. Su mano fue de inmediato a su muñeca, ahí donde su pulsera estaba. Su corazón se detuvo al no sentir el hilo trenzado.
No...
Corrió de vuelta a su saco de dormir, olvidándose del bajo gruñido o del moribundo fuego. Lanzó sus cosas por los aires, buscando frenético por su pulsera. No pudo haberla perdido. No era posible. Con manos temblorosas hurgó entre sus pertenencias, lagrimas cayendo por su rostro. Respirar se estaba volviendo difícil y nada le importaba si sus sollozos despertaban a sus compañeros. Sólo una cosa ocupaba su mente: Debía encontrarla. Era todo lo que tenía.
Entonces un grito desgarró la oscuridad de la noche. Sagitario alzó la mirada, viendo cómo una sombra caminaba alrededor de los restos de la fogata. Era un animal, cuatro patas gruesas, pelaje negro que lo hacía desvanecerse en la oscuridad. Sus pequeños ojos brillaban rojos ante las chispas. Lo vio olfatear un saco de dormir, pararse en sus dos patas traseras y arremeter contra quienquiera que estuviera dentro. No escuchó nada. Vio, congelado, impotente, cómo la bestia ocupaba sus patas delanteras para desgarrar tela y carne, sangre cayendo de sus gigantescas garras.
— ¡SAGITARIO!
Despertó cubierto en sudor, desorientado. Libra lo tenía sujeto de los hombros y lo sacudía, terror impregnado en su rostro. A unos metros, Cáncer ayudaba a Géminis a contener el ataque de pánico sin mucho éxito. Todos estaban despiertos, ojos clavados en él, expectantes.
La bilis subió por su garganta como lava saliendo de un volcán. Apenas pudo apartar el cuerpo del signo de aire antes de que la arcada lo hiciera doblarse por la mitad. Vomitó ahí, frente a todos, mientras su cuerpo se deshacía en temblores. Sintió los delgados dedos de Libra acariciar su espalda, su preocupada voz repitiéndole que todo estaba bien. Se sentía sin fuerza, su cuerpo a punto de ceder ante el cansancio. Acuario llegó con un pañuelo desechable. Podía sentir las miradas de los demás clavarse en él como las garras del monstruo de su sueño.
Empujó a Acuario sin muchas fuerzas. De hecho, sabía que el cobrizo se había apartado. Se levantó, sus piernas tan débiles que casi cae de rodillas. Se forzó a correr, sin embargo. Un paso después del otro, apenas manteniendo el equilibrio, su cuerpo golpeando con las paredes. Detrás de él, la fogata brillaba con fuerza.
Abrió la puerta, ignorando los llamados a sus espaldas. El frío golpeó su cuerpo como mil dagas, como las bolitas que Piscis lanzaba cada que alguien decía una tontería. Nada de eso le importaba. Necesitaba aire, sentía que se asfixiaba. Necesitaba alejarse de las miradas de los demás y de las voces llamando su nombre. Una ráfaga de nieve se coló por el hueco de la puerta abierta, derritiéndose y dejando su huella en el piso.
No pudo salir, sin embargo. Un muro blanco de medio metro cubría la puerta.
— ¿Qué...?— Susurró, sus piernas por fin cediendo ante su peso.
— Hermoso...— Escuchó a alguien exclamar, quizá Cáncer.
Acuario cerró la puerta, luchando contra el viento que forzaba su entrada en el edificio.
— Sagitario, ya sabes lo que te vamos a pedir— Murmuró, hincándose a su lado. Lo ayudó a levantarse, una imagen graciosa considerando la diferencia de estaturas. Nadie les prestaba atención, sin embargo; todos susurraban cosas sobre la nieve.
— No...— Pidió, voz temblorosa. Sagitario puso resistencia, negándose a avanzar otro paso, como si los pocos metros que lo separaban del resto fueran de ayuda— Por favor.
No entendía la insistencia por saber sus sueños. No entendía por qué todos estaban tan sorprendidos por la nieve fuera. Sólo era agua congelada. Nada más. Y su sueño sólo era un sueño.
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