#04: La contraparte
Quizá debería disimularlo un poco mejor. Llevaba mediodía con el ceño fruncido y un carácter de los mil demonios, respondiendo con monosílabos a cualquiera que se le acercara. Al final, terminó caminando solo, lo cual empeoró su estado de ánimo. Sabía que se lo tenía bien merecido, que el resto de la generación no tenía por qué soportar su malhumor y que, de estar en el otro lado, también se alejaría del cabrón enfurruñado con el mundo; pero eso no lo hacía más fácil. ¿Tenía que disimularlo? No quería. Y quizás eso tampoco era muy justo.
Podía escuchar a sus espaldas la voz del causante de todo, cómo hablaba sin parar de cosas absurdas e insignificantes, a veces hasta reía. Eso sólo lo hacía sentirse peor. ¿Por qué lo había escogido a él sobre su propio novio? Vaya primer día de andar.
Recordaba su travesía veraniega y cómo había detestado cada segundo de esta. Caminar por horas sin fin bajo el sol a todo lo que daba fue una tortura. Al principio, su piel ardía y su cabeza dolía sin cesar. Ingerían cantidades bestiales de agua para mantenerse lo menos deshidratados posible, y las pausas al baño eran una constante. Luego estaba el olor... Sacudió la cabeza, intentando olvidarlo. Y ahora, en pleno invierno, extrañaba el verano.
Era un reto por completo diferente. Despertar con las sábanas que servían de tienda de campaña empapadas por la nieve, congeladas. La tierra siempre húmeda y resbalosa porque las temperaturas no habían descendido lo suficiente para que la nieve se mantuviera, pero todas las mañanas el rocío congelado que los hacía resbalar. La ropa que lavaban nunca secaba, el hielo de Piscis tardaba más en volverse agua, la comida se enfriaba demasiado rápido. Lamentaban no haber cargado con el hornillo, a pesar de saber que no les sería de gran ayuda en medio de la nada.
Luego estaba el reto de los días y las noches. El sol salía demasiado tarde y se escondía demasiado pronto. Claro, las noches sin nubes las estrellas y la Luna los ayudaban un poco, pero la mayor parte del tiempo se veían obligados a detenerse si no querían tropezar y lastimarse de seriedad. No podía permitirse tobillos torcidos si todos los días debían cargar con sus cosas.
Miró hacia el cielo blanco. El viento los golpeaba de frente y su nariz estaba roja por el frío. Metió las manos en el bolsillo delantero de su sudadera, un intento por calentar sus adoloridos dedos. Rodó los ojos al escuchar la risa de su pareja. ¿Estaba siendo injusto?
— ¿Ya dejaste de ser una mierda de persona?— La voz de su mejor amigo lo hizo sonreír a medias. Observó al cobrizo, quien tenía un gorro que asemejaba un yelmo de caballero, barbote incluido. Ofiuco no pudo evitar reír, ganándose que Acuario le hiciera un corte de manga— Lo tomaré como un no.
— ¿Qué estás usando?— Continuó, doblándose por la mitad gracias a la risa. Pretendió limpiar una falsa lágrima de su ojo derecho. Acuario estaba a nada de volverse la primera persona en asesinar a alguien con la mirada.
— ¿Qué tiene?— Señaló con la cabeza hacia el inicio de la formación, donde Sagitario y Escorpio tenían los mismos gorros— Fue idea del niño, no podía decirle que no. Además, hace frío— Ofi asintió. Su capucha seguía siendo retirada por el viento y la idea de algo que le cubriera boca y nariz para no seguir respirando aire helado no sonaba tan descabellada. Recordó cómo Libra le dijo que usara una bufanda antes de empezar la caminata y las mismas emociones negativas resurgieron— ¿Es porque tu novio está con su novio?
— ¿Puedes dejar de llamarlos así?— Explotó, voz cargada de reproche, casi quebrándose. Acuario sonrió debajo de su casco tejido. Había dado en el clavo.
Ofiuco odiaba que Acuario se refiriera a la relación entre Libra y Géminis como «novios». Lo detestaba. Porque había veces que sentía que estaba en lo correcto, porque en varias ocasiones se sentía reemplazado por el signo de los gemelos. Aún resentía aquella vez que Libra decidió encerrarse en su cuarto, de vuelta en la casa que okuparon, y les negó la entrada a todos. A todos menos a Géminis. ¿Dónde lo dejaba eso? ¿No se suponía que debían confiar el uno en el otro? A veces le daba la impresión de que nunca sería el número uno ante Libra. Y dolía. Dolía porque él había tenido que hablar largo y tendido con Acuario para dejarle en claro que la balanza era importante para él, porque él sí le daba su lugar. ¿Estaba pidiendo mucho?
Las palabras de Capricornio se repetían en su mente cada que se sentía así. Antes de que él llegara a la ecuación, siempre habían sido los tres. Ofiuco sabía que era el nuevo en la dinámica, que era él quien se debía adaptar, que estaba siendo un poco egoísta; pero saberlo no lo hacía más fácil.
No era como si quisiera que Libra no hablara con nadie más que él o si odiara a Géminis. No eran celos enfermizos. Sólo quería pasar tiempo con su novio. La mayor parte del tiempo se sentía tan excluido que no era sano.
— Es tu culpa por fijarte en Libra, ¿sabes?— Soltó el cobrizo después de estirarse. Ofiuco lo miró con ganas de darle una bofetada que le sacara el yelmo volando— Podías haber puesto los ojos en una persona decente, pero no...
— Ya te dije que no me gusta que te refieras a él de esa forma— Lo interrumpió.
— Sólo digo...— Se encogió de hombros.
— Y, según tú, ¿quién es «decente»?
— No lo sé, Tauro, Leo, Cáncer, Escorpio, Sagitario, Virgo...
— ¿Virgo?— Dejó salir una risita.
— Ok, tal vez Virgo es un poco cabrón, pero...
— Acuario, hijoputa, ¿Por qué hablas de mí a mis espaldas?— Gritó el mencionado desde el inicio de la fila. Le pintó dedo. Al final de la formación, ambos idiotas no pudieron más que reír.
— Para tu desgracia, fue Libra en el que me fijé— Contestó, voz bajita al darse cuenta de que su conversación no era tan privada como pensaba.
— Y mira cómo te tiene— Soltó. Ofiuco quería enojarse con él, pero si por algo quería a ese signo de aire, era por su honestidad brutal- Lo siento, Ofi, pero...
— Aldrin...— La voz de Libra llamando su nombre a sus espaldas lo hizo tenerse de golpe. De pronto, la idea de un gorro que cubriera sus expresiones no era tan mala. Miró a Acuario, buscando una respuesta, pero el cobrizo sólo se alejó de ahí- ¿Podemos hablar?- La balanza hablaba dubitativamente. Lo conocía demasiado bien para saber que estaba jugando con sus manos.
— ¿Qué tienes que decirme, Sho?
El signo de aire hizo ademán de tomar su mano. La constelación la quitó, sin embargo. ¿Llevaba todo el día sin reconocer su existencia y ahora iba a pretender que todo estaba bien? No sabía si estaba sobrerreaccionando o si era un dramático de primera, pero no sentía correcto ceder ahora. Vio el dolor del rechazo en los rasgados ojos de Libra. Intentó no caer. Si su novio no le iba a dar su lugar, él se lo daría.
Caminaron un par de metros alejados de la formación principal. Libra echaba miradas sobre su hombro cada dos segundos. Ofiuco sintió la ira crecer en su interior. Aun cuando se suponía iban a hablar los dos solos, el castaño seguía procurando a Géminis. Tomó una bocanada profunda, el aire congelando su interior. Lo escucharía decir lo que quería y después le diría que estaba sintiendo. Sería lo más honesto posible, porque quería arreglar el problema.
— Debes entender que no puedo dejarlo solo— Murmuró el signo de la balanza— Esto no es sencillo para él.
— Lo entiendo— Dijo. Se detuvo al sentir cómo apuñaba las manos. Respiró una vez más— Créeme que lo entiendo, pero yo también me siento solo. ¿Consideraste eso?
— Es que no quiero abrumarlo agregando a alguien no cercano...— Libra se arrepintió al instante, lo vio en su expresión, lo escuchó en la forma en la que comenzó a disculparse no bien terminada la frase. Pero lo que estaba dicho no podía retirarse.
— Soy tu maldito novio— Escupió, incapaz de calmarse— ¿Qué más cercano puedo ser?
— ¡No me refería a eso!
— ¿No? ¿Entonces a qué te referías?- Pero Libra no contestó— Bien, visto que no soy alguien a quien consideres cercano, tal vez debería dejar de esperar que me incluyas.
— Aldrin...
— No, Libra, dijiste lo que tenías que decir y lo entendí a la perfección— Dicho eso, se dio media vuelta y comenzó a caminar, dejando a Libra hablando solo.
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Era la quinta vez que revisaba su libreta. Sentía los ojos preocupados de Tauro sobre él cada que lo hacía. Mirar a su alrededor, sólo para darse cuenta de que no tenía ni la menor idea de dónde estaba, era aterrador. Tenía grabado a fuego en su memoria lo horribles que habían sido los primeros meses después de escapar del complejo. Y ahora esto. Sabía que, con el tiempo, las cosas se volverían más fáciles; pero el futuro tardaba tanto en llegar. A veces, la mayor parte del tiempo, cuando se acordaba, Cáncer odiaba su habilidad.
— Deberíamos intentar llegar a las cabañas que te comenté— Dijo en susurro, sólo para que Tauro lo escuchara. No diría en voz alta lo que planeaba, no hasta estar seguro de esto.
Estaba en cuclillas, intentando encontrar la manera adecuada para clavar la viga y que esta se mantuviera en su lugar. Las cuerdas que habían conseguido en la ciudad hacían el trabajo mil veces más sencillo, pero el viento invernal amaba verlos fracasar. Era su enemigo número uno, siempre derribando las tiendas durante la noche. La tierra mojada por la nieve derretida no ayudaba mucho. No tenían la estabilidad para poner los cimientos y, al final, todo terminaba colapsando.
Golpeó con la roca que usaba como martillo con toda su fuerza, sintiendo una punzada en la palma de su mano. Soltó una maldición. Tan siquiera el pedazo de madera se quedó en su puesto esta vez. La cuerda fue tensada y, en pocos segundos, la tienda de campaña estaba en pie. Ni siquiera pudieron terminar de festejar cuando el viento la hizo caer. Tauro, siendo Tauro, maldijo a la vida misma antes de patear la sábana e irse.
Cáncer se quedó viendo el punto rojizo en la palma de su mano.
Estaba seguro de que en alguna parte de su mente debía estar la respuesta. Había leído sobre casi todos los temas que podrían serle de ayuda en estos momentos y, sin embargo, no podía acceder a la información. Desde que su habilidad mejoró, si es que era esa la palabra correcta, su mente se había vuelto un amasijo de recuerdos que no sabía si le pertenecían a él o a otro. Había obtenido la capacidad de rescatar memorias perdidas, de objetos materiales o incluso de la propia mente de alguien, pero al integrarlos su cerebro no podía procesarlos. Los dolores de cabeza eran cada vez más frecuentes también, aunque no se quejara.
El encabezado del periódico sobre la clausura de unas cabañas de vacaciones seguía surgiendo en su mente, como una señal, como una súplica de su subconsciente. En su libreta tenía anotado decirle a Aries sobre su idea de refugiarse ahí, por lo que sabía que no era la primera vez que lo pensaba. Conocía la respuesta sin necesidad de escucharla, sin embargo. El líder no accedería a volver a asentarse, era muy pronto.
Pero las tiendas de campaña se negaban a mantenerse en pie.
Miró a su alrededor, Ofiuco y Acuario tenían los mismos problemas para levantar el campamento. Tauro fue directo a las provisiones, para ver qué dulce se podía robar, aprovechando que Virgo estaba con Leo en su descanso. En el centro, Sagitario y Escorpio intentaban encender el fuego y ¿era eso un casco tejido lo que tenían en la cabeza? Rio ante la escena. Seguramente había sido idea del arquero. Sagitario lo tenía puesto completo, barbote cubriéndole nariz y boca; Escorpio no. El gorro le aplastaba su cabello, sin embargo, creando una cortina negra sobre sus grises ojos.
— ¿¡Qué demonios piensas que haces!?— Primero fue el grito de Virgo, después el sonido del impacto, luego Tauro corriendo hacia él con algo en las manos— ¡Ni cinco minutos puedo descansar porque vivo con unos malditos mapaches!
A una distancia segura, donde ya no le podía lanzar otro plato, Tauro le sacó la lengua.
Cáncer lo observó, negando con la cabeza en medio de una carcajada. El toro había logrado robar unos mini brownies doble chocolate. Le ofreció uno, el cual Cáncer aceptó con una sonrisa. Su mejor amigo era un idiota de primera categoría cuando se trataba de postres. Sabía que era una tontería, pero comió el brownie como si fuese un trofeo, el equivalente a una medalla de oro olímpica. El dulce en su boca lo hizo relajarse un poco, inclusive la pila de sabanas y cuerdas frente a él no parecía ser tan molesta. Y ver a Tauro con las mejillas manchadas de chocolate le recordaba que eran unos niños. ¿Cómo comía el pelirrojo para terminar así de cubierto de migajas?
Se quedaron de pie un rato más, observando cómo el dúo Acu y Ofi también fracasaban en su misión y se les unieron. Para su mala suerte, el signo del toro no se caracterizaba por compartir su comida. Al final, incluso Sagi y Escorpio vinieron a donde estaban, luego de no poder encender el fuego gracias a lo húmeda que estaba la madera, en la opinión de los caballeros de crochet.
— ¡Virgo, maldito animal!— Gritó de la nada Tauro, tocando su espalda sobre su suéter, ahí donde el plato volador que el peliblanco le lanzó había impactado de lleno. Al otro lado del campamento, el mencionado detuvo su conversación con Leo.
— ¡Ven para arreglar esto, si tanto valor tienes!— Caminó un par de pasos, brazos extendidos, invitándolo a soltarle un golpe en esa sonrisa engreída que siempre tenía. Tauro avanzó hacia él, apretando los dientes.
La respuesta de Leo y de Cáncer fue la misma: Contener a sus respectivos idiotas antes de que terminara en una pelea a puño-no-tan-limpio. Leo fue más discreto, sin embargo, desviando la atención del singo de la doncella regresando a su conversación. Cáncer optó por darle un golpe en la cabeza a su mejor amigo. El pelirrojo lo vio, dolido, traicionado. Imposible tomárselo en serio cuando tenía chocolate en toda la cara.
— Déjame ver ese golpe, mejor— Habló Cáncer, haciendo que el toro se volteara. Sin mucho deparo, le alzó el suéter para dejar al descubierto su espalda. Virgo tenía una puntería tan precisa que daba miedo. Justo en el centro de su espalda, un círculo rojo delataba dónde había sido agredido.
Tauro se estremeció ante el viento frío y el repentino cambio de temperatura. Cáncer lo estaba regañando sobre el desperdicio de crema para heridas que esto sería y que debía dejar de meterse en problemas perfectamente evitables, sobre todo con Virgo. ¿Por qué siempre peleaba con Virgo? Esos dos discutían por discutir, a lo idiota, para mantener el aburrimiento a raya. El cangrejo lo seguía regañando, mientras examinaba el daño, y Tauro no podía evitar sentirse como un niñito. Enfrente de él, Acuario y Ofiuco tenían los rostros congestionados por aguantarse la risa; Sagitario sí se estaba riendo, pero su gorro-yelmo lo ayudaba a no ser tomado en serio. Escorpio lo rodeó, parándose al lado de Cáncer, analizando su golpe como si tuviera idea de qué veía.
— Ouch...— Fue todo lo que el pelinegro atinó a decir.
Al darse cuenta de la cercanía, Cáncer se alejó de un salto. Inclusive su regaño se cortó a la mitad, voz temblorosa. Se apresuró a bajar el suéter de su amigo, tartamudeando algo sobre ir a por el botiquín y que volvía en segundos. Tauro blanqueó los ojos, observando la expresión de interés en el rostro del signo de aire. Por supuesto que Acuario se daría cuenta. ¡Cáncer era tan obvio! Resultaba casi doloroso lo evidente que era.
Las manos de Cáncer temblaban. Tomó una bocanada de aire, conteniéndolo, intentando calmarse. Se maldijo mentalmente. ¿Por qué tenía que ponerse así por algo tan simple como estar cerca al otro? ¡Pero no sólo había sido eso! Escorpio había puesto su rostro a centímetros del suyo. ¡Centímetros! Inclusive pudo ver sus pestañas. Sacudió la cabeza, sintiendo el sonrojo quemar su rostro. Rebuscó en el botiquín por la crema desinflamante, sin poder calmar el golpeteo en su pecho, concentrándose en algo que podía hacer.
De pronto, detuvo lo que hacía. Miró su entorno, confundido. ¿Qué estaba haciendo en ese lugar? ¿Por qué no estaba en la casa o en la biblioteca? Sus manos fueron directas a su libreta. Las manchas de sangre seca lo asustaron, pero se forzó a continuar, un sentimiento que le resultaba familiar. Hojeó las páginas, leyendo por encima todo. «DEBEMOS SALIR DE AQUÍ», justo en el centro, como Buey le había enseñado. Alrededor, los detalles, aquello que no necesitaba saber para calmarse, lo prescindible. Habían tenido que huir, se repitió. Con eso, pudo sentir que respiraba. ¿Pero qué buscaba en el botiquín?
Intentó recordarlo, sabiendo a la perfección que era inútil. La contraparte de su habilidad. Se sentía frustrado, sin embargo. En sus notas no había nada, lo cual le decía que había cometido el error de no anotarlo cuando tenía tiempo. Tauro y el resto le habían dicho mil y una veces que no les molestaba hacerlo recordar cuando cosas así pasaban, pero eso no le quitaba lo frustrante que era. Por un día, le gustaría ser más independiente, poder tener una vida más normal. Siempre tener que consultar con su libreta o con sus amigos sobre lo que estaba pasando lo hacía sentir inservible. Resignado, caminó hacia el centro del campamento, donde seguramente encontraría a alguien.
— ¡¿Puedes dejar de ser tan inmaduro?!— El grito de Libra lo hizo detenerse de golpe. A unos metros, Tauro y el resto rodeaban a los protagonistas de la nueva pelea. ¿Sagitario y Escorpio estaban usando yelmos tejidos? Negó, este no era el momento para preguntarse eso.
Llegó a donde la discusión se desarrollaba. Libra le estaba gritando a Ofiuco. Géminis y Acuario manteniéndose cerca de sus amigos. Interrogó con la mirada a su mejor amigo, pero el signo de tierra se encogió de hombros. Se sentía bien no ser el único que no tenía ni idea de qué la balanza le reprochaba a la constelación.
— ¡Ya te pedí perdón! ¿Qué más quieres?
— Quizá lo sabrías si fuéramos más cercanos— Farfulló. ¿Estaba siendo injusto? Le daba igual. Después de su discusión de la mañana, Libra insistió en hablar de nuevo hasta que Ofiuco cedió, sólo para pedirle un poco de tiempo para calmarse. ¿Por qué no se lo podía dar? En los ojos del signo de aire, pudo ver que el comentario fue un golpe bajo.
— Lo siento, yo... Esa no era la palabra correcta, me equivoqué, ¿ok?— Balbuceó Libra. Estaba a punto de decir algo más, pero Géminis lo tomó por el hombro y sonrió. Las sonrisas de Géminis estaban cargadas de tristeza y cansancio— No, Gem, no tienes que...
— Yo le pedí que no te incluyera— Confesó el signo de los gemelos— Pero no es justo para Libra que te enojes con él por mí. Tu ira debería ser dirigida a quien tiene la culpa: No te quiero ver— Los presentes se quedaron sin palabras al escuchar la confesión de Géminis. El cerebro de Cáncer yendo a mil por hora, intentando descifrar qué había detrás de ese comentario. Rebuscó en su libreta por una posible explicación.
— Wow, el novio de tu novio te odia— Se burló Acuario. De reojo, Cáncer vio cómo Tauro le daba un codazo directo en las costillas al cobrizo.
— Aldrin...— Llamó Libra, al borde del llanto— No es eso, es que...
— Es que eres un egoísta de primera— Interrumpió Géminis— Ya sabes, si quisieras, Capricornio seguiría aquí, pero— Extendió los brazos, mirando alrededor, un gesto por demás dramático— Como podemos ver, no es así.
— Dionizy...— Pidió la balanza en un susurro, pero su mejor amigo no le hizo caso.
— Nada te costaría dar un salto y evitar esa noche, pero no quieres hacerlo, ¿verdad?
— Cállate, Kostka— Espetó Acuario. Ofiuco estaba demasiado ocupado para responder, mirada clavada en su novio. Libra no le pudo mantener el contacto visual.
— No es tan simple— Murmuró Cáncer. Todos los ojos de la generación fueron directos hacia él, algunos confundidos; Acuario lo intentaba asesinar, diciéndole en su mente que cerrara la boca. Decidió ignorar a todos, menos a Ofiuco. El castaño rubio dudó un segundo, antes de asentir.
La contraparte de las habilidades era un tema sensible para algunos. Todos, sin excepción, tenían una mal-habilidad, la otra cara de la moneda, un efecto secundario, una falla. Para algunos, era más notoria que para otros; para algunos, era más incapacitante. En parte eso eran los tipos. A, B, C, creados en principio para clasificar lo severos que eran los defectos de sus habilidades; para luego indicar la cantidad de poder en bruto que la habilidad concedía. Esa parte defectuosa de ellos era tan normal en su vida que no se detenían a pensar mucho en eso. No podían cambiarlo.
Pero no por eso era un tema menos delicado. Había quienes no podían ocultarlo: Leo desapareciendo cuando se ponía nervioso, Libra teniendo que ser atado para no salir volando, Aries y Piscis siendo incapaces de tocar algo. Había otros a los que los hacía discapacitados: Capricornio sin poder ver a la luz del día, Tauro dependiente de sus lentes, Sagitario cayendo enfermo cada que tenía un sueño; inclusive él, que no podía recordar el presente.
No obstante, la mal-habilidad de Ofiuco no era de conocimiento popular.
Lo habían decidido los líderes de la quinta generación. La única decisión con la que Acuario estuvo de acuerdo: Sólo unos pocos podrían saberlo. El resto creía entenderlo. El resto, aquellos que no fueron dictaminados como estrictamente necesarios, no sabían qué tan profundo llegaba el lago. De la sexta generación, ni siquiera el líder lo sabía. Porque Ofiuco no estaba contemplado en el plan de escape.
Podía ver en el rostro de Acuario que la idea de revelar ese pedazo de información no lo hacía feliz, ni siquiera había estado de acuerdo cuando la quinta dijo que él debía saberlo, hacía tantos años. Pero Ofiuco le había dado autorización para hacerlo.
— Ofi no puede saltar ahora que está fuera de su cápsula, podría morir si lo hace— Ante sus palabras, se hizo el silencio.
Cáncer lo explicó como mejor pudo, no deteniéndose a dar detalles innecesarios porque sabía que su ventana de tiempo era limitada antes de que su memoria se reiniciara. La constelación bajó la mirada, sabiendo a la perfección que después de esa declaración todos lo mirarían. Libra intentó tocarlo, pero él se retiró. De todas las personas, especialmente no quería que él supiera el precio de su habilidad. Cáncer siguió hablando. Él le había dado permiso, después de todo.
La habilidad de Ofiuco era complicada de entender y también de explicar. Era la mezcla perfecta de una habilidad física y una mental. Era un poder ajeno a lo humano. Hacer saltos en el tiempo era eso: Saltar. Una habilidad consciente. Pero el tiempo que podía pasar en el pasado, o inclusive el momento y lugar al que llegaba estaba por completo fuera de su control. Por eso la regla de la tercera que especificaba que, de encontrarse con Ofi, estaban obligados a escucharlo.
La cuarta y quinta generaciones se preguntaban cuál era su contraparte desde el inicio. Llegaron a pensar que sería similar a la de Sagitario, después de todo, ambas eran habilidades que tenían que ver con el futuro. ¿Lógico? Además, la constelación fue un niño excepcionalmente enfermizo. Siempre que no lo encontraban, sabían que estaría en el C61. A pesar de los esfuerzos de todo el equipo médico del complejo, nadie podía curarlo por completo. Entonces desapareció.
Lo siguiente que supieron de él fue cuando movieron su cápsula al B30, el dormitorio cuatro, aquel que ajustaron sólo para él. En el comienzo, un pasante siempre estaba de guardia, vigilando las posibles visitas que llegaran. Nadie les había explicado por qué lo habían metido ahí, sumergido en un líquido desconocido por un tiempo indefinido; pero sabían que estaba vivo. Con el tiempo, cuando las otras dos generaciones murieron y ellos quedaron solos, cuando los años hubieron pasado y la generación se distanció, las visitas se hicieron menos frecuentes y los pasantes dejaron de hacer guardia frente a la cápsula. Alguien ya había obtenido las respuestas, sin embargo.
El único que no dejó de visitarlo fue Acuario. Nunca. Había veces en las que sus visitas se distanciaban por una semana, pero siempre volvía. Era su mejor amigo. Y Cáncer. Por instrucción de la quinta, el signo de agua tenía que visitarlo cada mes para contarle lo que estaba pasando. Si sus sospechas eran ciertas, Ofiuco necesitaba esa información para saber qué advertir en sus saltos. Y fue gracias a esas dos visitas constantes que supieron la verdad.
Ofiuco estaba metido en esa cápsula para evitar que su mal-habilidad lo matara.
Acuario usó su habilidad en los pasantes de guardia para obtener esa pieza de información, en contra de las indicaciones de la quinta generación. Hacer muchas preguntas era riesgoso, y Acuario usó el ego desmedido de varios pasantes en su contra: Haciendo como que le creía sus obvias mentiras a su pregunta «¿Por qué está metido ahí?»; ellos inevitablemente pensaban en la verdad. Fue así como Acuario lo supo. Fue por eso por lo que ahora podían tomar las precauciones necesarias y no caer en la trampa en la que Géminis había caído.
Cada que Ofiuco daba un salto, envejecía a nivel celular.
Cáncer no terminaba de entender los pormenores, pero en resumen era como si su cuerpo viviera el tiempo que saltaba al doble. A los médicos les costó mucho descifrar lo que pasaba y mucho más llegar a una solución. Acuario le contó que, según los pensamientos de los pasantes, ya lo habían intentado de todo cuando optaron por la cápsula; era su última opción. La solución que prácticamente los dejó en bancarrota, la razón detrás de la no-existencia de la séptima generación. Lo que nunca les quedó en claro era por qué se obstinaban tanto en mantenerlo con vida.
— El líquido en el que estaba sumergido evitaba que sus células siguieran envejeciendo a ese ritmo— Concluyó— Por eso nos podíamos permitir, entre comillas, saltos ilimitados.
— Por eso no va a saltar más— Sentenció Acuario, un tono que no dejaba lugar a reproches.
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Algo sin precedentes había pasado en el campamento: Acuario había reconocido una autoridad.
El castaño llevaba casi dos días mordiéndose la lengua para no decir nada, esperando por el momento indicado, a que el signo de aire bajara la guardia, a que se sintiera seguro; entonces atacaría. Dos días que le parecieron eternos. Mil oportunidades que dejó ir, porque no eran el momento, porque debía esperar, porque sabía que su paciencia sería recompensada, porque ese suceso era su maldito cometa Halley.
Y el momento había llegado en forma de la cena de esa noche.
¿Cómo sacarían a la generación del foso de depresión en el que Cáncer los había metido? Nadie lo diría en voz alta, pero todos secretamente se sentían un poco mejor al pensar que tenían la ventaja del control sobre el tiempo, que tenían a Ofiuco de su lado. Ahora se sentían perdidos, expuestos, como si su as bajo la manga hubiera sido un espejismo todo este tiempo. El peso del futuro y lo definitivo del pasado los aterraba. Para Piscis el golpe no lo fue tanto. Acuario había dejado migajas de información sobre esto a lo largo del camino, lo veía venir. No por eso pesaba menos, sin embargo.
La sexta generación comía en silencio en medio de la oscuridad. En verano, los días eran interminables y solían maldecir al sol por quedarse con ellos tanto tiempo. Ahora en invierno, lo extrañaban. Por las noches, la nieve caía y hacía todo más difícil. No podían seguir así y lo sabían. Esa noche, sin ir más lejos, Sagitario había pasado casi tres horas intentando encender un fuego gracias a lo mojada que estaba la madera.
Piscis vio en silencio cómo Cáncer y Tauro caminaban directo hacia la tienda de Aries. Desde que salieron de la ciudad, el líder se había mantenido alejado de todos y de todo, metido en su cabeza, y estaba en su lista de pendientes hablar con ese signo de fuego. Después de burlarse de Acuario, claro estaba.
— Así que...— Habló, inclinándose hacia un lado.
Por supuesto que Acuario estaba sentado muy cerca de él, rompiendo las reglas de la tercera generación y poniéndose en peligro de ser congelado por accidente. Con el tiempo, a Piscis le dejó de preocupar tanto: Tenían experiencia en ese baile. El cobrizo lo volteó a ver, comprendiendo al instante qué intenciones se ocultaban detrás de esa sonrisa bobalicona y esa mirada astuta. Acuario blanqueó los ojos, dejando salir un gruñido por lo bajo. Se alejó un poco, Piscis se volvió a inclinar. La atención de un par de signos fue llamada.
Escorpio clavó sus grises ojos en la escena, divertido al ver a Acuario acorralado. De tratarse de cualquier otra persona, hace tiempo que hubieran llovido maldiciones. Pero era Piscis el que lo torturaba. Y eso sólo lo hacía mil veces más disfrutable. Leo y Virgo no se quedaron atrás, uniéndose a la tontería generalizada. Inclusive Sagitario, quien seguía usando su casco. Ofiuco pretendía que no los veía, lanzándoles miradas fugaces sobre su plato.
— Con que «Segundo al mando Géminis», ¿eh?— Soltó, apenas pudiendo contener la carcajada hasta terminar la frase. Ni Escorpio ni Virgo le dieron la misma gentileza, ellos rieron como gallinas. Tan siquiera Leo se cubrió el rostro— ¿Dónde quedo el anarquista de mi novio?
Las palabras salieron de manera tan natural que su cerebro tardó un segundo en procesar lo que acababa de decir. «Mi novio», se repitió con sorpresa en su mente, la voz de Acuario. De pronto, el rostro del pez ardía en un sonrojo que las llamas rojas de la fogata lograban disimular. Ahora quien tenía la sonrisa idiota era el signo de aire. ¿Acaso los demás podían escuchar sus latidos? Quería desaparecer de la vergüenza.
— Pues el anarquista de tu nov...— Comenzó el signo del jarrón, para ser interrumpido por un hielo lanzado directo a su frente.
Piscis salió corriendo de ahí como un cobarde, dejando huellas congeladas a su paso.
Cuando se hubo alejado un par de metros y la pena quedó atrás, pudo tomar una bocanada de aire. El viento frío de esa noche invernal lo golpeó de lleno, haciendo que su cabello le cubriera los ojos. Alzó la mirada, miles de estrellas brillando a través de las nubes cargadas de lluvia que se volvería nieve. Nieve que se acumularía en las tiendas que su novio y el resto habían tardado tanto en levantar y las haría colapsar. Nieve...
Al inicio, Piscis pensó que adoraría el invierno. El frío no lo afectaba tanto como a los otros, gracias a su habilidad, pero los cielos blancos y los árboles de ramas desnudas no eran lo suyo. A él le gustaban más las flores y la cálida lluvia de verano. Los atardeceres tardíos y los amaneceres tempranos. Hielo era su habilidad, su pequeña maldición que cada día controlaba un poco más, y el invierno lo rodeaba de algo con lo que era tan familiar que se sentía incómodo. Al poco tiempo lejos del fuego central, su cuerpo comenzó a temblar, la respuesta de su sistema nervioso para mantenerlo con vida. Si él estaba así, no quería imaginar lo que pasaba su generación por las noches.
Vio las siluetas de Tauro y Cáncer acercándose más y más. Sus cuerpos pasaron de ser penumbras en el horizonte a tener un filtro cálido, cortesía de la fogata. Sus sombras se extendieron en el piso. A pesar de que el pelirrojo iba enfurruñado, Cáncer lo saludó a lo lejos. En el punto más lejano, allá donde el horizonte empezaba, la solitaria silueta del líder de la sexta generación miraba a las estrellas.
— Hola, tú— Llamó al acercarse. Un par de metros separando a los dos intocables originales.
Aries bajó la mirada para encontrarse con el castaño. Le sonrió de lado. Piscis sabía que era complicado para el moreno comunicar sus sentimientos y no lo forzaría si no estaba listo. Desde que eran niños, cuando Aries sentía que las cosas lo superaban, se alejaba y se quedaba viendo luces, no importaba cuáles. Piscis siempre había considerado hermosa la manera en la que las luces en cuestión se reflejaban en las lágrimas que recorrían el rostro de su mejor amigo. El más alto se apresuró para secar su cara con su manga. Carraspeó.
— Quieren buscar refugio.
— Lo sé— Vio la ira deformar la expresión de su amigo y negó— No, no me dijeron nada, no tengo ni idea de qué hablaron, pero tú y yo sabemos que no podemos seguir así, Aries. Estamos exhaustos, no es como en verano, es demasiado difícil y estamos demasiado cansados...
— No podemos perder más tiempo, nos están pisando los talones, Piscis— Espetó el líder. Piscis ve el miedo en la cara de su mejor amigo, la mezcla de luto y culpa— Es mi culpa que seamos doce, si yo no hubiera accedido a quedarnos en esa ciudad... Si yo hubiera sido más duro, si me hubiera impuesto con más fuerza... Éramos trece, Brander. Eran mi responsabilidad. Son mi responsabilidad. ¿Cómo me puedes pedir eso si ya fallé una vez? No puedo... No...
Piscis lo silenció lanzándole una esfera de hielo en su frente. Aries parpadeó un par de veces, confundido por el repentino frío. Miró a las estrellas. Si ellas podían brillar a pesar de las nubes...
— Escuché lo que le dijiste a Géminis sobre perder a tu segundo al mando— Habló en susurros. El frío viento del invierno golpeó sus cuerpos sin piedad y, a lo lejos, Tauro se burlaba de Acuario. Piscis forzó una sonrisa— Pero aún tienes al resto de la generación. Te necesitamos más que nunca.
El signo de agua sabía lo duro que había sido el golpe para el líder. Aries pasó gran parte de su tiempo como «líder» dejando que Capricornio tomara las decisiones. El signo de tierra era el cerebro, el de fuego era la fuerza. Dependió por mucho tiempo del gigante de la generación y ahora su mirada gritaba lo perdido que se sentía. Ni Géminis, ni Acuario, ni ningún otro podría llenar el vacío que Capricornio había dejado, lo sabían, pero no podían permitirse perder a sus dos líderes.
— Aries, llevas toda tu vida haciendo lo mejor que puedes con los limitados recursos que tienes. Los dioses te dieron la jugada perdedora y mira lo lejos que nos has traído. Nadie, y te juro que nadie te culpa por lo que has hecho. Eres un niño guiando niños. Eres un jodido genio.
— Ser líder apesta— Confesó con una risa cansada— Nadie nunca está feliz con lo que haces. Si algo sale bien, es tu trabajo; si algo sale mal, es tu culpa. No tengo ni idea de por qué tu noviecito insiste tanto con serlo.
— ¿Ese idiota qué?— Le restó importancia, sintiendo el sonrojo volver a su rostro— Pero ¿sabes? Para odiar tu trabajo, eres excelente en este.
— No odio ser el líder— Al voltear hacia el campamento, pudo ver la silueta de Cáncer intentando detener a Tauro de darle un golpe a Acuario. Aries no pudo evitar sonreír. Por momentos como estos, le agradecía a la quinta generación haber visto lo que sea que vieron en él— Te juro que no lo odio: Es lo más gratificante que he vivido. Pero la contraparte del puesto es jodida.
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