#02: Culpas y culpables

La mañana había sido más calmada de lo que había esperado. Las nubes bloqueaban el sol, por lo que no tenía mucho de qué quejarse. De no ser por el maldito viento, sería perfecto. Se estiró cual gato, sintiendo los huesos de su espalda tronar uno por uno. Hacía mucho tiempo que no dormían hasta tarde y su cabeza dolía. Sin duda, extrañaba su café rutinario. Parpadeó, preparándose para salir a ver qué habían preparado de desayuno, cuando lo escuchó. Plaf.

Se mordió la lengua para no soltar una maldición y perturbar la paz. Se removió bajo la sábana que acababa de colapsar sobre él. Era la tercera vez que pasaba. LA TERCERA. Bufó, en su lugar. Por eso no se sentía descansado. ¡Su maldita tienda seguía siendo vencida por el viento! Movió los brazos y piernas frenéticamente, logrando escapar de la trampa de tela. Al final, se quedó acostado, viendo el techo de nubes grises.

Se cubrió los ojos con el brazo, haciendo presión. A veces, la presión ayudaba con el dolor. Esta no era una de esas veces. Maldición, este no era su día. Intentó descifrar los sonidos lejanos, no mucho éxito. ¿Dónde se metían todos los animales en invierno? Arriba no había más que nubes.

— ¿Te vas a quedar acostado ahí como un gran bulto?— La molesta voz de cierto signo de aire llamó su atención. Acto seguido, el idiota le pateó la planta del pie— Despierta— Virgo le pintó el dedo, ganándose otra patada.

— Me agradabas más cuando te sonrojabas cada que hablábamos— Masculló, sacándole una carcajada al otro— ¿Me das cinco?

— ¿Mi dis cinci?— Lo imitó Libra— Vamos, que se hace tarde para hacer el desayuno.

Eso lo hizo levantarse como una flecha.

La velocidad a la que lo hizo le causó que su visión se ensombreciera por un segundo. Una punzada dolorosa, justo detrás de sus ojos, lo obligó a llevarse una mano a sus sienes. Soltó otra maldición, el mundo dando vueltas a su alrededor. ¿Por qué le dolía tanto?

Al principio, cuando salieron del complejo y tuvo que adaptarse a la multitud de animales diferentes del exterior, experimentó sus primeras migrañas. Y las odió. Había otros miembros de la generación que, gracias a sus habilidades, habían vivido con ese tipo de dolor y, después de experimentarlo en carne propia, Virgo entendía por qué Acuario y Tauro siempre estaban de malas. Pero ahora era invierno. Las aves se habían ido a mejores lugares y los insectos entraron en hibernación. No había voces en su cabeza. Esto no tenía sentido.

Miró a Libra, quien sólo estaba parado frente a él sin mayor expresión. Si estaba preocupado por el peliblanco, no lo dejaba ver. De hecho, se veía impaciente. Como si no tuviera tiempo para las tonterías y quejas del singo de tierra. En su espalda, una de las mochilas con comida le daba el aspecto de un niño camino a su primer día de escuela, cómicamente grande para él.

— Con que anotes lo que usas...— Empezó. Su cabeza se fue directo a su papel como encargado del inventario. Para eso lo llamaba, ¿no? Habían vuelto a ser errantes, eso significaba que sus antiguos roles volvían a activarse. Libra alzó una mano, interrumpiéndolo.

— ¿Amanecimos comediantes o tu cerebro no se ha terminado de despertar?— Preguntó, ni una pizca de paciencia en su voz— Tú me vas a ayudar a cocinar, apresúrate.

Virgo quiso protestar, pero las preguntas eran tantas que al abrir la boca sólo salió un patético «¿Qué?». Se dio un golpe mental por balbucear, palabras atropelladas. ¿Qué se tenía esta mañana? Libra le había dado la espalda, caminando hacia lo que Virgo suponía sería el espacio designado para cocinar. Vio cómo se detuvo. Los hombros ajenos bajando al tiempo que un suspiro salía del cuerpo de la balanza. Sólo giró el rostro, la misma expresión neutral.

— No puedo hacerlo yo solo y todos los demás están ocupados— Sin agregar más, sin esperar respuesta, Libra siguió su camino.

Virgo seguía sentado en el piso, pasto muerto y tierra. Alzó su mirada al cielo, sintiendo un escalofrío bajar por su columna al caer en cuenta. Su cerebro había terminado de despertar, como dijo el otro. ¿Por qué necesitaría su ayuda? Se sentía como un idiota. ¡Es que lo era! Por supuesto que Libra necesitaría ayuda de alguien para hacer el desayuno. Mierda, mierda y más mierda...

Parpadeó, sintiendo la presión en su pecho volverse un vacío. Porque los encargados de la comida eran Libra y Géminis. Porque Libra estaba por su cuenta. Porque Géminis no estaba en condiciones de cocinar. Porque ayer había pasado.

Virgo no era una persona con una memoria defectuosa. Era sólo que... ¡Joder! ¿Por qué había sido tan idiota? Pero los recuerdos del día anterior se sentían tan ajenos, como si lo hubiera visto en una película, como si fuera un rumor que alguien más le contó. Había pasado por suficientes muertes para pensar que ese fenómeno de la vida no lo seguiría afectando, ¿verdad? Entonces, ¿por qué había tardado tanto en recordarlo? ¿Por qué se sentía como una mentira?

Miró a su alrededor, al campamento en completo silencio de tiendas improvisadas, algunas como la de él, derribadas por el viento. Anoche, nada más entrar en la falsa privacidad de su tienda, cayó en los brazos de Morfeo. No sueños, sólo un plácido vacío. Lo único que lo despertó fue la sábana cayendo sobre él. Tres malditas veces. Se preguntó si alguno de sus amigos pudo dormir. Si el hecho de que él pudo lo hacía peor persona.

Un pedazo de papel llegó volando y le dio en la frente. Miró hacia la dirección de la que provenía el proyectil. Libra se veía a nada de tomar un cuchillo y hacer estofado de Virgo. Suficiente estar en su mente. Se volvió a estirar, agradeciendo que el sol no quemaba ese día.

— ¿Qué tengo que hacer?— Preguntó nada más llegar, más resignado a su suerte que con verdaderas ganas de ayudar. ¿Qué tan difícil podía ser mezclar unas cosas y cortar otras? Además, mientras más rápido empezaran, más pronto terminaría esto.

Libra le dijo un par de cosas, dándole su espacio para que las hiciera y, al mismo tiempo, estando sobre su nuca para verificar que no lo arruinara. Virgo sintió un poco de enojo. Si no confiaba en él, ¿Por qué le había exigido su ayuda? ¿Por qué no a cualquier otra persona? Sabía que sus recursos eran escasos, preciosos. No podía darse el lujo de quemar algo tan valioso como la poca comida que tenían. Eso, más los ojos de Libra clavados en él, estaba a nada de enloquecerlo.

Poco a poco, el resto comenzó a salir de sus tiendas. Nadie hizo comentarios sobre lo miserables que los demás se veían; quizá porque sería como escupir para arriba. Cada uno se puso a hacer su cosa asignada sin necesidad de que otro se los pidiera. La mayoría ni siquiera se detenían para entablar una conversación fugaz con el resto. Virgo vio cómo Acuario observaba su tienda derrumbada como si fuera un acertijo antes de darse la vuelta y seguir con su trabajo.

— ¿A todo el mundo le duele la cabeza?— Preguntó, en parte para romper el silencio, en parte por genuina curiosidad. Todos se veían tan nefastos que, de haber sido cualquier otra situación, se reiría.

— Normal, han de tener una hipoglucemia horrible— Contestó el castaño, concentrado en su mezcla de cosas. Virgo lo observó un momento, esperando que agregara más a su comentario. Libra lo miró como quien acaba de decir algo obvio a un alíen— Ayer nadie comió bien, ni se diga de la deshidratación que nos cargamos... Por eso debemos apresurarnos.

Virgo pensó en cómo era irónico que Libra, de todos, insistiera con tanta fuerza que el resto comiera cuando él mismo se hacía pasar por ayunos. Quizás era por eso por lo que sabía tanto sobre lo mal que los demás se sentían. No dijo nada, sin embargo. Le castaño parecía estar de mejor humor y no lo arruinaría con un comentario idiota.

— Si quieres, terminando de cortar eso te puedes ir— Volvió a hablar el castaño. Su mirada no estaba en las acciones del peliblanco, sino perdida en el horizonte— Lo demás es sencillo.

Virgo le preguntó con la mirada si estaba seguro, pero la atención de Libra estaba clavada en otro lugar, alejada, casi donde empezaba el horizonte. En la tienda a la que nadie se acercaba. Demás estaba decir quién era el residente de esa sábana mal alzada.

Virgo miró hacia el otro lado, hacia atrás. Allá donde sabían que había una ciudad, donde habían pasado varios meses. Sabía que antes de llegar a la ciudad, pasarían por una montaña de tierra recién removida. Negó con la cabeza, sintiéndose indigno de estar triste. Ni siquiera era cercano con él. ¡Por todos los dioses! ¡Le había dado un puñetazo! Y, sin embargo, su cabeza dolía porque el vacío en su pecho le impidió recordar que tenía que comer. ¿Acaso era lógico?

— Pensé que tú no pensarías en eso— Murmuró Libra, voz rota— Mierda... ¿entonces a quién llamo para hacer la comida?

— ¿Por eso me escogiste?— Libra asintió, sonrisa triste en su rostro.

— Fuiste el único que no reaccionó cuando tuve mi pequeño... este... «accidente» en los baños— Respondió— No sé, pensé que eras de los que pretendían y negaban. Lo siento— Virgo abrió la boca para decir algo, pero el castaño negó con la cabeza. ¿Qué podía decir que arreglara la situación?— A partir de aquí yo me encargo. Gracias.

Virgo alzó la mirada. Arriba, las nubes cubrían al sol y el cielo era gris. Un ave solitaria era todo lo que interrumpía la monotonía. Reaccionó muy tarde, lo siguiente que sintió fue algo húmedo cayendo directo en su frente. Algo húmedo y tibio.

— Su puta madre— Se quejó, casi un gruñido, mientras el excremento de pájaro escurría por su cara.

En definitiva, no era su día.

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Siempre se sorprendía cuando limpiaba sus lentes. Ver al mundo a través de cristales sin manchas era una experiencia refrescante. Cáncer le preguntaba lo mismo cada vez, pero él sólo se limitaba a reír y negar con la cabeza. No lo entendería, no podría hacerlo. ¿Por qué dejaba que estuvieran tan sucios? Llevaba toda su vida usando lentes, por supuesto que siempre los traería sucios. Era la cosa con acostumbrarse a algo.

No obstante, esta vez el moreno no le hizo su pregunta de rutina cuando lanzó el comentario sobre lo bien que se veía el mundo sin polvo.

El campamento estaba dividido en dos, literalmente. A lo lejos, una tienda solitaria luchaba por no doblarse ante el viento. Cada tanto, le lanzaba una mirada, esperando ver a su huésped salir. En el otro extremo, el resto de la generación intentaba distraerse. Y, lo más alejada posible, la tienda de Cáncer era levantada por cuarta vez esa mañana.

Tauro caminó hacia su mejor amigo, manos en el bolsillo delantero de su sudadera, esperando no ser tan inoportuno. Al llegar, Acuario le dedicó una mirada antes de irse. Hasta hacía un segundo, el cobrizo estaba ayudando al cangrejo a poner en pie su cuarto, así que Tauro se puso en acción. Después de todo, ese era su rol.

Usó una piedra para clavar el soporte más profundo en la tierra. No entendía por qué se les estaba dificultando tanto hacerlo está vez si tenían la suficiente práctica. ¿Pérdida de costumbre? ¿Era culpa de los vientos de invierno? Golpeó con más fuerza, esperando que esa fuera la solución, tensando un poco más las cuerdas. En todo el proceso, Cáncer se limitó a imitar sus acciones en completo silencio. Al final, la tienda volvió a levantarse.

— ¿Quieres?— Ofreció, sacando de su bolsillo delantero un paquete de galletas con chispas de chocolate— ¡No es de las reservas!— Se apresuró a explicar, al ver la cara confundida de su mejor amigo— Yo lo empaqué en secreto— Confesó, sintiéndose como un niño pequeño.

— Algo muy Tauro de tu parte— Soltó Cáncer después de un silencio un poco más largo de lo normal, tomando los bocadillos. Mordió la galleta, disfrutando del chocolate— Odio mi mente.

El signo de agua se sentó en el interior de su tienda, piernas contra su pecho, con la mirada perdida en algún punto de la llanura. Tauro siguió su ejemplo, tomando una galleta para él. Ambos suspiraron al mismo tiempo, cosa que era común. Por lo menos la tela los refugiaba un poco del frío.

— Lo sé...

No tenía más que agregar. Ya lo sabía. Y también sabía por qué lo decía. Él estuvo a su lado cuando despertó esa mañana. Él vio la confusión y el miedo en los ojos del moreno cuando se encontró en medio de la nada. Llevaban dieciséis años juntos, por supuesto que comprendía la frustración ajena cada que su memoria se esfumaba. Y, al mismo tiempo, no lo entendía. ¿Cómo podría hacerlo si nunca había experimentado algo así? Si le dijera que pensaba lo mismo, quedaría como un idiota insensible. Lo había vivido de segunda mano toda su vida, pero no podía dimensionar la angustia que pasaba por la mente de Cáncer todo el tiempo.

Cáncer le pidió otra galleta, devorándola al instante. Tauro sonrió un poco, contento de ver que tan siquiera se estaba alimentando. Iba a decir algo, no sabía qué, pero las palabras se perdieron para siempre al ver cómo su mejor amigo detenía su actuar y parpadeaba confundido. Sus oscuros ojos pasaron por el campamento con urgencia, buscando respuestas que no tenía. Sus temblorosas manos fueron directo a la libreta que colgaba de su muñeca, empeorando las cosas.

Dejó salir un grito, desatando esa cosa de su cuerpo y lanzándola al otro lado. Tauro sonrió dolido. Intentó sujetar las manos de su amigo, pero Cáncer sólo retrocedió más. Estaba temblando y sus manos estaban tan frías. Vio sus ojos llenos de lágrimas.

Tauro tomó un enfoque diferente. Se estiró para tomar la libreta entre sus manos. Las manchas de sangre seca contrastaban con el blanco amarillento de las páginas. La guardó en el bolsillo delantero de su sudadera, esperando que ocultarla de la vista ajena ayudara un poco. Cáncer tenía su vista clavada en él, implorándole sin palabras que le dijera qué pasaba. Pero, por un segundo, Tauro creyó que el cangrejito en verdad le estaba pidiendo que le mintiera.

— Tuvimos que huir— Confesó al final— Nos encontraron y tuvimos que huir de la ciudad. Estamos a salvo, por el momento— Dijo.

Desvió la mirada, porque no era toda la verdad, porque sabía cuál iba a ser la siguiente pregunta. No tenía la fuerza para volver a darle esa noticia. No podía hacerlo. Tragó saliva.

El cuerpo de Cáncer pareció relajarse por un instante. Se sentó más cerca de su amigo, jugueteando con las mangas de su abrigo. En la mente del signo de agua, las palabras del toro se repetían como un salvavidas. «Estamos a salvo». Quería aferrarse a esa oración. Pero conocía a Tauro como la palma de su mano. Sabía que había algo que se estaba guardando. Se sintió terrible por poner a su mejor amigo en esa situación. Tauro no tendría por qué dar noticias pasadas cada que su memoria se reiniciaba. No era justo. De pronto, una ola de autodesprecio lo invadió. «Estamos a salvo». Pero, si era verdad, ¿Por qué el otro no lo veía a los ojos?

— Dame mi libreta— Esa petición bastó para que el pelirrojo alzara el rostro— Dámela.

El signo de tierra dudó. Técnicamente, no tenía ningún derecho a negarse: No era su libreta, después de todo. Además, no era una simple libreta: Era la única conexión que tenía Cáncer con el presente. Rehusarse a devolverla era como esconderle sus lentes, incluso peor. Era su tecnología de asistencia, no podía negarse, no importaba qué tanto quisiera proteger a su amigo.

Soltó un suspiro, resignándose. Le tendió la libreta, volviendo a desviar la cara. No podía protegerlo del pasado, pero se quedaría a su lado todo el tiempo que se lo permitiera.

Cáncer hojeó frenéticamente las páginas, sus ojos leyendo viejas anotaciones a la velocidad de la luz. Tauro vio a su mejor amigo descomponerse de nuevo frente a él. Era justo por esta razón que el campamento había sido dividido en primer lugar.

Para Cáncer, cada que leía su libreta, era como si Capricornio volviera a morir.

El signo de agua empezó a sollozar casi al instante, volviendo a encogerse en su lugar. Abrazó sus piernas con fuerza, temblando, hiperventilando. Tauro se acercó a él, puso su mano sobre el hombro de Cáncer. Dio un par de palmadas, sin saber muy bien qué hacer. No era el mejor cuando se trataba de consolar a la gente, lo suyo era hacer chistes cuando no debía. Se quedó a su lado, sintiéndose incómodo e inútil, hasta que los sollozos dieron paso a un llanto silencioso.

— ¿Es mi culpa...?— Murmuró por fin el cangrejito.

Tauro clavó su mirada en su amigo. El moreno se veía cansado, pero profundamente arrepentido. El menor no lo estaba viendo; tenía sus ojos puestos en las manchas cobrizas que cubrían los bordes de su libreta. Sabía que no tenía recuerdos de lo sucedido, no más de lo que estaba escrito en esas páginas, pero su corazón se encogió en su pecho.

Pero Tauro era impulsivo. La mayor parte del tiempo lograba contenerse en el último segundo, había aprendido por las malas a morderse la lengua y pensar dos veces, le había costado demasiado y por fin estaba logrando un poco más de autocontrol. No obstante, esto era demasiado. No podía contenerse, no cuando el menor estaba tan mal después de leer eso. Prácticamente le arrancó la libreta de las manos, causando un sobresalto en el otro. No le importó. Era su turno de hojear con desespero las anotaciones ajenas. ¿Qué demonios acaba de decir Cáncer? ¿Por qué mierda pensaba que era su culpa?

Miles de anotaciones hechas con la peor caligrafía del mundo pasaron frente a sus ojos, sucesos que ya había olvidado, cositas sin importancia sobre el drama cotidiano. Una voz en el fondo de su cabeza lo hacía sentir como una pésima persona. Sabía que esas anotaciones no fueron hechas para ser leídas por otra persona, se sentía demasiado personal, pero no podía detenerse. Vio recordatorios de apuestas perdidas y ganadas. Vio apuntes sobre fechas o cosas que había dicho que le gustaban. También vio noticias que lo habían cambiado todo en lo que parecía una vida pasada. Siguió leyendo, buscando la entrada, sintiendo que estaba sobrepasando un límite sagrado. No le importaba. Tenía que saber por qué Cáncer pensaba eso.

«Dejaste de intentarlo» vio escrito al inicio de una de las últimas páginas. «No lo salvaste, eras el único que podía y no lo hiciste» decía a continuación. Miró a Cáncer, quien sólo observaba sus manos con terror. Tauro tragó saliva de nuevo, parpadeó, las lágrimas en sus pestañas reflejaban la luz del sol. «Te rendiste demasiado pronto» letras temblorosas, al final de la hoja. Pero lo que más le llamó la atención era lo que estaba escrito en medio, en letras gigantescas, remarcadas varias veces. En medio, la parte destinada a las noticias más importantes:

«Capricornio murió por tu culpa».

— ¿Es verdad que lo dejé morir? ¿Es verdad que me rendí?— Preguntó con la voz rota.

Desde el inicio, ellos fueron el dúo sorpresa. Eran opuestos en tantas cosas que no tenía sentido que fueran mejores amigos y, sin embargo, lo eran. Tauro no era una persona a la que le gustara el contacto físico. Cáncer vivía de eso. Fue justo por eso que Cáncer abrió los ojos cuando sintió a Tauro abrazarlo con todas sus fuerzas.

El pelirrojo apretó el cuerpo ajeno, conteniendo los temblores, ayudándolo a regular su respiración. Cáncer se aferró a la ropa del signo de tierra, dejando salir todo el dolor que sentía. La mano de Tauro detrás de su cabeza, su voz susurrándole que estaba a su lado, que no se iría, que no lo culpaba de nada. Que no era su culpa.

No era justo que Cáncer pasara por eso. Desde el inicio, le habían puesto el peso del cielo sobre sus hombros. Recordaba cómo la cuarta y quinta generación habían insistido en que Cáncer leyera libros de medicina y supervivencia cuando el resto leía fantasía y aventuras. Desde el primer segundo, Cáncer había sido el médico y enciclopedia de la generación, su memoria lo había condenado a ese papel. Podía tener toda la información del mundo, pero sin los recursos necesarios cualquiera llegaría al mismo resultado.

— El disparo golpeó un vaso sanguíneo importante, eras sólo un niño en medio de una llanura, hiciste todo lo que pudiste— Soltó— Capricornio lo sabía, ni él ni nadie te culpa— Se separó del abrazo, sintiendo la tela mojada de su sudadera pegarse a su hombro— Por eso, vamos a deshacernos de esto, ¿sí?— Pidió, arrancando la hoja de la libreta— No quiero que vuelvas a pensar en eso nunca más, Akshay, hiciste más de lo que debías, yo estoy orgulloso de ti.

Cuando logró que Cáncer se calmara lo suficiente para que le aceptara otra galleta, se dio cuenta de que sus lágrimas habían vuelto a ensuciar sus lentes. Por eso no los solía limpiar.

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No había dormido en toda la noche. Sus ojeras estaban tan marcadas que lo hacían parecer un gracioso mapache. También estaba de pésimo humor. El exterior de su tienda era demasiado para afrontar, así que no lo haría, sin importar cuánto reclamara su estómago. Lo peor de todo, sin embargo, era el dolor de cabeza.

Se cruzó de piernas, colocando a su zorro de peluche entre ellas. No era su ideal para pasar la mañana, pero algo era mejor que nada. Se entretuvo jugando con las extremidades de su juguete, recordando la criatura gemela que tenía su hermana, de vuelta en la ciudad. ¿Si regresaba...?

Sacudió la cabeza, decidiéndose por guardar su animal de felpa en su mochila. No podía permitirse estar pensando esas tonterías. No podía poner en tal riesgo a su familia, no sería justo. En parte era por eso por lo que no quería salir de su cueva. De hacerlo, no sabía si podría evitar caminar de vuelta. ¿Qué se suponía que debía hacer? No lo entendía.

Sabía que era cuestión de tiempo para que Aries diera la orden de levantar el campamento e irse. Pero también sabía que sería más tarde que temprano. El líder se había desaparecido después de enterrar a Capricornio y nadie lo había seguido. Se preguntó si no se avecinaría otra discusión, si todos sólo levantarían sus cosas y comenzarían la marcha sin protestar. Él sólo quería volver.

Su mano fue a la pulsera roja que su hermana le regaló. Un accesorio casero, no más que hilos tejidos por la niña, pero que le recordaban que pertenecía a algún lugar. Su pequeño amuleto.

— Buenos días, bello durmiente— La voz de Escorpio lo sacó de sus pensamientos, haciéndolo saltar— ¿Puedo pasar?

Sagitario respondió con un sonido que no llegaba a ser una palabra, desganado. El pelinegro separó la tela de la tienda, dejando ver que traía un plato con algo en el interior. Aunque Escorpio pretendía normalidad, Sagitario sabía que esto no era propio de él. Si había venido hasta aquí, era porque lo había preocupado. Otra punzada de culpa a la lista. Cubrió la pulsera con su manga.

Si Escorpio quería preguntar algo, se lo guardó. Su mirada extrañada cambió rápidamente a una neutra. Conocía demasiado bien a Sagitario para saber que, de presionarlo, sólo ganaría que se cerrara más. Dejó el plato en el piso, frente al arquero. En su muñeca, su confiable reloj le decía que, de estar en circunstancias normales, Aries estaría gritándoles para que levantaran el campamento. Estaban a años luz de vivir algo normal, sin embargo. Sacudió la cabeza, alejando ese pensamiento. Había venido a checar a Sagitario, luego se preocuparía por el otro signo de fuego.

— Cuidado— Advirtió, en un intento de aligerar el ambiente— Virgo ayudó con el desayuno hoy— Sagitario vio la comida por un segundo, regresando su vista al signo de agua un par de veces.

— Ew...— Se quejó, alejando el plato con la mano como si fuera un gato— ¿Por qué intentas envenenarme?— Le preguntó, ganándose una risa— ¿Tú lo comiste?

— No está tan mal— Pero la mirada incrédula del más alto lo decía todo sin necesidad de palabras— Digo, Libra hizo la mayor parte... Y necesitas comer algo, te ves de la mierda.

— Pues gracias— Exclamó, acostándose.

Sagitario era demasiado alto para caber completo en la tienda, por lo que mantenía las rodillas en alto, una pierna cruzada sobre la otra. Usó uno de sus brazos para cubrir sus ojos. A pesar de que hacía frío, la luz del sol no se apagaba. La presión sobre sus ojos disminuyó un poco el dolor.

— Yo sólo digo la verdad.

El sonido de una envoltura siendo abierta llamó su atención. La perspectiva de comer las chucherías del mundo real era demasiado tentadora para seguir con su careta de odiar al mundo. Se quitó el brazo de encima de los ojos, observando como un niño pequeño lo haría. Eran donitas. El vacío en su estómago era molesto y esas cosas le encantaban. Demonios, Escorpio.

El signo de agua vio divertido desde su lugar cómo el arquero no podía disimular su antojo. Se tuvo que morder el interior de la mejilla para no empezar a reír. Claro que lo estaba haciendo a propósito. Sagitario era un niño gigante y la mejor manera de lograr cualquier cosa con él era dejando que tomara la iniciativa, inclusive si eso significaba terminar discutiendo con Tauro por robarle un paquete de sus preciosas provisiones.

No le ofreció, sin embargo. Como cualquier buena trampa, dejaría que el castaño se acercara a él.

El signo de fuego no pudo resistirse más. No tenía esa cantidad de fuerza de voluntad. Soltó un suspiro, levantándose de su lugar y gateando hacia donde el signo del escorpión se encontraba. Ni siquiera hubo necesidad de palabras, el otro sabía con exactitud lo que esos ojos de cachorro querían y sólo le tendió el paquete para que lo tomara. ¡Las donitas eran suyas!

— Hoy un ave cagó a Virgo— Soltó Escorpio cuando vio que Sagitario había tragado la dona.

De más está decir que el otro casi se ahoga de la risa.

Después de unas palmadas en la espalda y un poco de tos, las vías respiratorias de Sagitario fueron liberadas y Escorpio pudo calmarse. Es que era como un niño. Luego le pediría a Virgo que lo regañara o algo así. Nota mental: Nunca le volvería a dar donitas.

Cuando la risa pasó y el silencio se hubo instalado de nuevo entre ellos, Escorpio supo que era momento de hacer las preguntas que le fueron encomendadas. Sí, estaba ahí para ver que su amigo estuviera bien, pero también tenía una misión. Eran la sexta generación, después de todo; con ellos, las maquinaciones nunca se detenían. Acuario le ofreció dos paquetes de waffles si iba a hablar con Sagitario y, de vuelta en la vida de fugitivos, eran bienes preciosos.

— ¿Por qué no dormiste anoche?— Soltó, clavando sus grises ojos en los castaños.

La sonrisa desapareció del rostro ajeno de inmediato. Su mirada fue a sus manos, dedos cubiertos con el azúcar glas que decoraba los postres. No quería ver a Escorpio, era demasiado bueno leyendo a las personas y sabía que lo descifraría en un abrir y cerrar de ojos. De pronto, las donas eran amargas y su cabeza dolía un poco más. Estaba agotado. Comenzó a jugar nervioso con su pulsera, odiando el mundo exterior, odiando dormir en el piso, odiando tener que seguir las reglas de la tercera generación.

— Cuando era pequeño...— Confesó Sagitario después de un silencio muy largo. Escorpio no entendió a dónde iba, pero lo dejaría continuar— ...Y los líderes de la cuarta me acosaban para que les dijera qué había soñado, tenía una creencia muy estúpida— Se detuvo, como rebuscando en sus recuerdos, su vista fija en ninguna parte.

¿Qué le diría Sauce? ¿Qué le diría Dragón? Recordaba sus palabras, pero se sentían como una burla, como un mal chiste. Sauce intentó protegerlo lo más que pudo, pero él también era un niño y había un límite para todo. Y la mente de un bebé puede ser muy irracional. Toda su infancia quiso creer las palabras de los mayores, esas reafirmaciones que pretendían aligerar un poco su carga y calmar su conciencia. Pero ¿cómo podía creerles? ¿Cómo pretendían que la mente de un niño de cinco años racionalizara eso? Siempre quiso creerles, pero no tenía tanta fuerza de voluntad.

«Lo que sea que veas en tus sueños, no es tu culpa si pasa o no».

¡Por supuesto que había sido su culpa! ¿De quién más sino? La ira causó que su migraña empeorara. Se llevó las manos a los costados de su cabeza, ejerciendo presión, alertando a su amigo. ¿Cómo demonios no creería eso si él lo había soñado? ¿Cómo no lo creería si de nuevo había fallado?

¿De qué le servía ver el futuro si no podía hacer nada para evitarlo?

Se sentía culpable e inútil en partes iguales. Impotente. Si los dioses o las estrellas le habían dado la habilidad de ver hacia el futuro, ¿Por qué no le habían concedido la inteligencia para cambiarlo? ¿Por qué tenía que ser un espectador gritándole a la pantalla que no fueran al sótano? Llevaba toda su vida haciendo lo que los líderes le pidieron. Llevaba toda su maldita vida cumpliendo con su parte. ¿Por qué las cosas sólo parecían empeorar?

— Creía que, si no decía en voz alta lo que había soñado, no se cumpliría— Continuó su relato— Pero, ya sabes, Dragón tenía que saberlo— Dijo, voz cargada de reproche.

— Pero sabes que no es tu culpa, el futuro llega, lo digas en voz alta o no— Murmuró Escorpio, creyendo saber a dónde iba con todo esto— Lo sabes, ¿verdad?

— Y anoche tuve un pensamiento— Prosiguió, ignorando la pregunta ajena— Suena estúpido, pero quizá suena así porque lo soy— Rio, no una risa divertida, una risa cargada con amargura— Digo, la fantasía de un niño, pero pensé: «¿Y si no volviera a dormir?».

Sagitario comenzó una carcajada que evolucionó a sollozos. Su mano aferrándose a la pulsera que su hermana había hecho especialmente para él.

Escorpio se quedó paralizado en su lugar como un idiota. Se suponía que él era bueno para estas cosas de sentimientos, pero Sagitario... Estaba tan acostumbrado a la personalidad alegre del arquero, a su sonrisa idiota e ideas infantiles. No sabía cómo lidiar con esto.

— Una tontería, ¿no es así?— Dijo el más alto, recomponiéndose un poco. Secó sus lágrimas con sus manos, dejando un desastre de azúcar impalpable húmeda en sus mejillas— Ni siquiera tengo derecho a estar llorando, yo fui quién mató a Capricornio, qué descarado de mi parte.

Porque, de no haberle dicho sobre su sueño, Capricornio no habría intentado salvar a Géminis en primer lugar. Porque había sido su culpa. A pesar de que las palabras de Dragón parecían un maldito bucle en su mente.

Vaya mentira asquerosa.

«No es tu culpa, Sagitario».

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