VI. Capítulo cinco: "Dulce agonía."
N/A: Perdón la demora, andaba recolectando con la naturaleza JAJAJA pero avancé escribiendo, ya no volveré a tardar tanto.
Recuerden pasar por el glosario, y no duden en preguntar si hay algo de este universo que no entienden.<3
Ojalá disfruten del capítulo, díganme qué tal porque es la primera vez que escribo el punto de vista de Viktor. Me esforzaré por hacerlo un personaje igual de interesante.
Saludos!
***
Viktor se estaba matando.
Metía veneno en su sistema diariamente, buscando una manera de detener su propia naturaleza. Y funcionaba, al menos por poco tiempo y para casi todo el mundo sus cuidados y precauciones servían. Viktor era un Beta más hasta que llegó un sujeto a cuestionar su existencia como si se tratara de una charla sobre el clima.
Que se veía muy "no-Beta" le dijo, porque Jayce en ese momento no sabía que había otro subgénero, pero seguramente pudo sentir que algo debía ser. Así que Viktor consideró prudente la sinceridad y le dijo a cambio de su confianza. Reveló su secreto más importante, peligroso y degradante a un sujeto con el que jamás había compartido palabras antes de eso, porque así lo sintió adecuado.
Y ahora Jayce podría arruinarle la vida al saber lo que sabía.
Eso a Viktor le daba igual en ese instante, Jayce en realidad no podía hacer mucho con esa información. A nadie le importaba lo suficiente un simple Omega en un mundo de Betas. Podría gritarlo a los cuatro vientos y seguiría siendo ignorado. Lo máximo que lograría sería ganarse la atención de algún Alfa viejo que tuviese alguna memoria austera sobre los Omegas. Inútil. Innecesario. Si no fuese por su propia fisionomía, Viktor viviría feliz como un Beta.
Pero era un Omega, y ser un Omega era una mierda.
Durante el tiempo que existieron lograron descentralizar los gobiernos machistas, y consiguieron normalizar cosas que en esos días ni siquiera se cuestionaban, como los embarazos masculinos. Pero a Viktor le daba igual lo extraño que fuese su capacidad para reproducirse, le daban igual los gobiernos machistas, y le daba igual lo bueno que hizo su subgénero en su momento. Actualmente ni siquiera los recordaban, y eso era lo único que pesaba.
Que Viktor podría haber sido felizmente uno más del montón, y terminó siendo un desajuste natural. Un error. Su subgénero era un error, y él iba a arreglarlo.
Solo había una cosa que fomentaba el odio a su subgénero, y era su propio instinto.
Ese susurro que se desconocía cada vez que su celo estaba cerca, que se volvía una cosa suplicante por contacto incapaz de razonar. Solo deseaba una cosa, y Viktor se odiaba por eso.
Su problema estaba en que ese susurro anhelante se volvió un llanto insoportable desde el momento en que tuvo a Jayce Talis delante suyo. Sus años de autocontrol, su impecable raciocinio, su "no deseo a nadie, no necesito a nadie" se fueron a la basura cuando se encontró con ese Alfa al borde del llanto por la reciente explosión de su habitación.
Viktor deseaba a Jayce. Lo quería desde el segundo en que lo vio en la televisión cuando tenía catorce y estaba hospitalizado. Lo quería desde que encontró su nombre en un documento y se volvió adicto a leer sus investigaciones. Lo quería desde el día en que, hace un par de años, lo había visto cruzar el campus hacia otra Ingeniería. Lo quería. Lo quería demasiado, y eso lo mataba tanto como las pastillas que se tragaba diariamente.
Se acercó a él esa noche porque quería apoyarlo un poco sabiendo lo mucho que ese proyecto significaba en su vida, y se descubrió incapaz de alejarse. Viktor se puso el collar al cuello y le entregó la correa a Jayce.
Y Jayce no tenía idea. Viktor se ahogaba diariamente en supresores para esconder su naturaleza, y esa debió ser la única razón por la que había logrado mantenerse impasible hasta el momento; porque vivía drogado, y eso también debía ser lo único que le impedía a ese Alfa volverse loco en su presencia.
Viktor se cuestionó decírselo, estuvo a punto de ceder un par de veces. Pero estaría arruinando a ambos si era sincero, la vida de un Alfa ya era difícil de por sí. Si Viktor dejaba que Jayce lo reconociera sin supresores, podría perder el control. Podrían ponerle un bozal o expulsarlo. Eso no podía pasar. No por su culpa.
Si debía ahogarse en supresores o inyectarse inhibidores para evitar percances, entonces lo haría. Lo haría con o sin Jayce. Aunque quizás fuese Jayce la única persona capaz de ayudarlo. Viktor podía arreglárselas solo.
Lo hizo bien en su último celo, escondido en un anexo y lejos del mundo mientras Jayce estaba en Denver y Ekko y Powder de vacaciones. Pudo soportarlo aunque en el momento deseó arrancarse la piel y acabar con el dolor. Dios, el dolor. Nada se comparaba, ni las fracturas en su pierna, el dolor actual o las jaquecas por los supresores. Podía soportar eso, ¿su celo? Viktor sentía los latigazos de angustia ante la sola idea de tener que volver a vivir algo así.
Cada vez pensaba que era la última, y cada vez era peor.
Observó la hora antes de abrir la puerta, notando con desgano que había llegado tarde.
Entró en la sala, ganándose la mirada de la enorme aula llena de alumnos nuevos.
Trató inútilmente de disimular su cojera, pero podía sentir el dolor como martillazos después del tramo hasta la universidad y luego las escaleras hasta la sala. Tendría que ir al médico pronto, la evadía únicamente porque ya sabía todo lo que se le vendría encima, partiendo por el cese a las recetas de supresores y la orden de retomar el uso diario de su bastón, además de otras atenciones para su pierna.
—Buenos días —dijo.
Nadie respondió. Viktor no lo tomó personal.
No se dirigió a los asientos, sino que a la mesa designada para el profesor. Dejó sus cosas ahí, y fue consciente de los cuchicheos porque seguramente pensaron que solo era un alumno atrasado más.
Incorrecto.
—Estaré sustituyendo al profesor Heimerdinger durante las primeras dos clases, les pido una disculpa por la demora, el ascensor estaba malo así que tuve que usar las escaleras y soy un poco lento —anunció, dejando su abrigo sobre la silla después de quitárselo—. Soy Viktor Braun, de tercer año.
Fue durante su segundo año que Heimerdinger le pidió que lo sustituyera porque conocía su materia a detalle. Y desde entonces se dirigía a él cuando necesitaba un reemplazo, porque no había otro profesor que impartiera su clase.
Viktor no adoraba dar clases porque hablar frente a mucha gente lo ponía nervioso, terminó acostumbrándose cuando se dio cuenta de que todos los ojos delante de él eran de personas respetuosas que escucharían lo que tenía para decir.
—¿Alguna pregunta?
Habían preguntas, Viktor las respondió todas. Cómo funcionaba el sistema de notas, qué tan exigente era la carrera, qué tan exigente era Heimerdinger, cómo eran los otros profesores.
—Todos los profesores son expertos en su área —Viktor indicó—. Y cada uno les presentará su materia. Su nivel de exigencia varía, pero nunca les pedirán algo que no se adecue a su nivel.
—¿Y el profesor Silco? —uno cuestionó.
Viktor buscó entre la gente al dueño de la pregunta, lo encontró a los pocos segundos.
Tercera fila, cuarta columna. Un muchacho de cabello azabache desordenado que aún mantenía elevada su mano mientras esperaba una respuesta.
A su costado estaba Jayce Talis.
Jayce Talis. En la clase. En su clase. Mirándolo. Mirándolo fijamente.
Viktor necesitó de mucho autocontrol para mantenerse impasible y no evidenciar su abundante sorpresa al descubrir a su compañero de habitación atestiguando su clase. Jayce le había dicho que tenía una clase en primer año, Viktor fue un poco tonto al no suponer que esa sería Introducción a la Mecánica.
Sus ojos verdes lo seguían con la intensidad de siempre, bonitos y brillantes. Y una ligera sonrisa curvaba su boca rojiza. Jayce se había afeitado para asistir a clases, Viktor supuso que deseaba verse lo más pulcro posible en su nueva carrera. No se había detenido a preguntarle en la mañana porque los supresores lo tenían particularmente drogado y apenas había tenido ganas de interactuar.
Viktor parpadeó, obligándose a concentrarse, y volvió hacia el muchacho que había preguntado. Respondió sin más preámbulos algo aleatorio pero certero, y eso fue todo.
El resto de la clase Viktor fue extremadamente consciente de la presencia de Jayce en el aula. Una enorme sala, repleta de muchísima gente, y parecía existir un foco iluminando la bonita silueta de Jayce.
Cuando llegó a su final, Viktor se aseguró de que el aula estuviese vacía para comenzar a guardar sus cosas.
Extrajo el recipiente con sus supresores y observó con cierto anhelo los pocos que le quedaban. No le durarían más de dos días, después de eso se las tendría que ingeniar para conseguir más antes de su cita con la doctora el viernes. Tragó una pastilla ayudándose de algunos sorbos de agua.
—No me dijiste que serías mi profesor.
Viktor se atoró con el agua producto del susto, y pronto tuvo una gran mano regalando palmaditas sobre su espalda para ayudarlo a respirar.
—Perdona, no quise asustarte.
—Tranquilo —Viktor balbuceó, limpiando la comisura de su boca—. Estaba distraído.
—Lo noté, ¿qué tomaste?
Jayce era demasiado observador para su propio bien, y Viktor tenía mucho sueño para pensar en una mentira.
—Supresor —dijo, de todas formas Jayce sabía que los tomaba.
—Te los tomas como si fueran alimento.
—Te preocupas como si fuera tu hígado.
—Tss.
Viktor sonrió al sonidito que emitió Jayce. Tomó su bolso, el computador de Heimerdinger y su libreta.
—No soy tu profesor —Viktor musitó, colgandose el bolso al hombro—. Solo son un par de clases, me sirven para el curriculum.
Jayce dijo algo más a lo que Viktor no puso mucha atención, y caminó a su lado comentando sobre la clase. Era el único Alfa entre los de primero y segundo. Solo en tercero había otro más, pero Viktor no hablaba mucho con él.
Tampoco tenían profesores Alfas. Aunque habían rumores sobre que la pareja de Silco lo era. Viktor no estaba muy al tanto, pero Silco le caía bien porque era un tipo silencioso y atento que se tomaba las clases en serio y le interesaba enseñar. Algo sádico al momento de hacer evaluaciones, pero nunca injusto.
—¿No tienes clases ahora? —Viktor cuestionó cuando notó que Jayce lo seguía a la sala de profesorss.
—Contigo —dijo—. Una de tercero, tendré que irme un poco antes porque me choca con una clase de segundo.
—Quizás tomaste muchas materias —observó sin desviar la mirada de las baldosas—. La carga académica podría ser demasiada.
—Perdí cuatro años en Química, necesito recuperar cuanto pueda ahora.
Podía entenderlo, pero, al mismo tiempo, no podia evitar preocuparse por su salud. No era secreta la exigencia del MIT, especialmente en Mecánica al ser una de las Ingenierías más antiguas. Y Jayce era increíblemente inteligente, pero la mente tenía un límite, y el estrés volvía loco hasta al más estable. No quería que Jayce la pasara mal en Mecánica, Viktor sugirió el cambio, si Jayce se arrepentía porque no estaba siendo capaz de sobrellevar la carga, sería su responsabilidad.
O quizás Viktor estaba sobrepensando.
—¿No prefieres esperarme en la sala? —curoseó—. Quizás me tarde un poco en la oficina de Heimerdinger.
Jayce miró por el pasillo por un par de segundos antes de inclinarse un poco en su dirección. El aliento mentolado de Jayce golpeó suavemente su mejilla.
¿Él siempre debía oler bien?
—¿Te molesta si voy contigo? —él preguntó por lo bajo—. Eres el único al que conozco de tercero y no he visto a ningún otro Alfa en el edificio.
Viktor observó sus ojos. Bonitos iris verdes, brillantes y enmarcados por unas mullidas pestañas azabaches. Jayce parpadeó una vez, Viktor fue incapaz de negarle algo a esa mirada de cachorro abandonado bajo la lluvia, con hambre y frío, triste y desolado. Su cara se sintió abrumadoramente acalorada mientras negaba apartando la mirada.
—No. . . No, no hay problema —balbuceó.
Jayce sonrió. Su sonrisa se sintió abrumadoramente brillante y agradable. El tipo tenía una cara que debería estar en revistas.
Su idea era establecer un límite en su permisividad con Jayce, mantener esa amistad pero no dejar que siguiera avanzando ni permitir que se profundizara. Su realidad se volvió en Jayce sentado en la silla a su costado mientras tecleaba cosas en su teléfono y esperaba que Viktor terminara de traspasar la asistencia en el computador de Heimerdinger.
Después de cinco minutos se aburrió de usar su teléfono y se puso de pie. Viktor lo siguió con la mirada mientras Jayce recorría sin prisa la oficina.
—¿No hay problema en que esté acá?
—¿Por qué habría algún problema? —Viktor curoseó sin apartar la mirada del computador.
—Porque es la oficina del Decano de la Escuela de Ingeniería. . . —él dijo—. Es como estar en la casa del presidente, no sé.
—Esta solo es su oficina de profesor —calmó—. Tiene otra oficina en donde atiende las situaciones relacionadas a su Decanatura, esa es más privada, tiene documentos importantes y cosas así.
Jayce asintió.
Viktor no escondió una sonrisita tentativa cuando le lanzó una mirada corta e hizo sonar un manojo de llaves.
—¿La quieres ver?
—No —Jayce cortó con demasiada rapidez.
Viktor se permitió una risita que duró los segundos antes de que la puerta se abriera. Viktor la había dejado sin llave porque no esperaba que alguien fuese a entrar sin tocar.
Como Jayxce estaba de pie en paralelo a la puerta, su amplia figura le impidió un vistazo inmediato del recién llegado. Curiosamente la postura de Jayce adquirió una tensión evidente, él se quedó en su sitio completamente estático e impactado.
—¿Tienes permitido estar acá?
Viktor reconoció inmediatamente esa voz susurrada y malhumorada. El tono bajo y grave que parecía incrustarse bajo la piel y escalar por los huesos como serpientes. Frío y tenebroso.
—Yo–. . .
—Vino conmigo, profesor —Viktor se asomó por el costado del computador y se enfrentó al recién llegado—. Me acompaña mientras termino un documento para el profesor Heimerdinger.
Silco le devolvió la mirada.
Viktor no era un tipo que se amedrentaba con facilidad. Pocas cosas realmente le daban escalofríos, y menos le causaban un miedo verdadero. Silco no lo asustaba, pero definitivamente su presencia era tanto o más imponente que la de un Alfa, y era gracioso porque el hombre era considerablemente bajo y bastante ceñido. Su cabello azabache era largo y estaba amarrado en una coleta que despejaba su rostro anguloso, y hacía un poco de ruido contra su actitud tan increíblemente helada y recta.
Todo en él evocaba respeto. Viktor incluso tenía problemas para mirarlo a los ojos, y eso que Silco no debía tener más de veintiocho. Quizás veintinueve. Era joven, y sus rasgos lo evidenciaban al mantener aún ese toque armonioso y curiosamente atractivo. Jovial pero maduro.
Quizás era la cicatriz surcando una parte importante de su cara la que causaba tanto miedo. Era grotesca y brutal, y definitivamente su ojo debía estar igual de comprometido porque Silco lo tapaba con un parche negro. Como un pirata. Eran grandes grietas cruzando su frente hasta su mejilla y labio, como si lo hubiese atacado un animal salvaje.
Jayce seguía en el mismo sitio, incluso cuando Silco caminó en un silencio tétrico hasta el escritorio. El ambiente perdió varios grados a medida que Silco acortaba la distancia hasta su escritorio.
—Braun —Viktor bajó la cabeza en un saludo cordial—. Heimerdinger dejó una carpeta para mí, la necesito.
Viktor fue rápido en buscarla, y aún más rápido al entregársela. Silco la recibió, agradeció de manera monótona y se enderezó otra vez. Viktor creyó, ilusamente, que se iría sin agregar nada más, pero entonces Silco volvió a mirar a Jayce.
—Alfa —Jayce se tensó involuntariamente—. Tu cara no me suena, ¿primer año?
—Cuarto —dijo—. Bueno, un poco de todo, me cambié de Ingeniería.
—¿De cuál?
—Química.
Silco asintió en silencio, volvió a repasarlo con la mirada mientras cambiaba la carpeta de mano.
—No te vi en mi clase —observó, Jayce abrió la boca y Silco se adelantó—. Termodinámica.
—La cursé en Química.
—Ya veo —él murmuró—. ¿Becado?
Jayce asintió.
—Eres el muchacho al que le explotó la habitación —Silco dijo, no estaba preguntando.
Viktor pudo apreciar la palidez extendiéndose por el rostro de Jayce. Seguía siendo un tema sensible, Viktor lo sabía. Jayce lo evitaba cuando podía, y cuando no, su incomodidad y malestar eran evidentes. Después de todo habían destruido la investigación de su vida junto con todas sus pertenencias.
—Se llama Jayce Talis —Viktor dijo—. Y fue un atentado de terceros, no fue su culpa.
—No dije que lo fuera.
Correcto, Viktor reaccionó de manera exagerada y sobreprotectora.
—¿Sabes cuántos Alfas hay en esta carrera? —Jayce negó—. Cuatro incluyéndote a ti.
Demasiado pocos, la cantidad de restricciones que les ponían conseguía que un porcentaje alto de Alfas abandonase la idea de la universidad para dedicarse directamente al trabajo. Habían pocos Alfas, y muchos menos con la oportunidad de estudiar.
—Leí tu borrador —Silco dijo—. Se cuidadoso, sería un desperdicio que expulsaran a una mente tan brillante por algo tan banal como el subgénero.
Se despidió con un ademán y cerró la puerta después de salir.
Los dos dejaron unos segundos para poder respirar por encima del aire helado, y solo entonces recaer en que esa era la primera vez que Viktor escuchaba a Silco dándole un cumplido a alguien.
Jayce frotó su nuca y observó la puerta cerrada con un aire perdido.
—Dios. . . Dime que no tendré clases con él. . . —Jayce musitó—. Es terrorífico.
—Silco imparte varias clases en todos los años.
—¿Él era Silco? —Jayce chilló, pasando de la puerta a Viktor cuando asintió—. Pues sí da miedo, ¿qué le pasó en la cara?
—Se dice que fue un accidente químico hace años —dijo—. Creo que le explotó un recipiente con ácido.
—Ya, seguro —Jayce tocó su propia cara en un gesto incrédulo—. Esos son surcos, como si algo no hubiese rasguñado, en una explosión química las heridas no tendrían ese patrón tan marcado.
—Pues ve y pregúntale.
Jayce hizo una mueca evidente y negó.
—¿Crees que haya pasado porque es como tú?
—¿Un antipático asocial?
Jayce sonrió negando.
—No, lo otro.
—¿Lisiado? —Viktor frotó su mentón—. No creo.
—Un Omega —dijo.
Viktor se detuvo de golpe. Miró a Jayce, quien había tomado un libro sobre robótica y lo ojeaba sin recaer en su aparente sorpresa.
¿Silco un Omega? No podía ser, Viktor lo habría notado, olería diferente, o le habría dado algún indicio. Por otro lado, Viktor apenas y diferenciaba a Alfas de Betas porque su nariz funcionaba mal por los supresores.
Todo eran los malditos supresores.
Necesitó hacer uso de todo su control para no dejar su lugar y simplemente preguntar.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque huele dulce —se asomó por el costado del computador y miró como Jayce tocaba su propia nariz—. Como a licor de miel, pero no son feromonas de Alfa.
—¿Las diferencias? —la nariz de Jayce era una cosa admirable.
—Claro, él huele un poco como tú —dijo—. Muy agradable para ser Alfa, y demasiado natural para ser un perfume de Betas. Aunque en él se nota más, seguro no toma supresores.
Jayce parecía tener una particular aversión al uso de los supresores, y era gracioso. Viktor blanqueó los ojos.
Si Silco era un Omega sin supresores, ¿significaba que sabía que Viktor lo era? Le habría dado un indicio, o quizás no lo consideraba tan importante. Quizás para Silco su subgénero no significaba tanto. Quizás solo Viktor lo consideraba un problema.
Pero era un problema. Sufrir celos, volverse débil frente a los Alfas, necesitar de su contacto.
—Terminé acá —anunció, apagando el equipo—. ¿Vamos a comer algo?
Jayce sonrió.
***
Comieron para hacer tiempo, ya que entre clases había un espacio de casi tres horas, y luego se quedaron charlando en el patio. Powder y Ekko los saludaron cuando pasaron, y anunciaron que la cena la prepararían ellos.
Viktor y Jayce tenían que presentar el proyecto de la apuesta, así que mientras los dos integrantes más pequeños de la casa cocinaban, ellos prepararían la sala para llevar a cabo la resolución del ganador.
Jayce como compañero de clases resultó ser agradable. Era silencioso, tomaba tantos apuntes como él y, de vez en cuando, compartía algún comentario. Era respetuoso, cuidaba sus materiales y su letra era bonita. Elegante pero manteniendo ese curioso toque "Jayce".
Se separaron luego porque Viktor no tenía más clases, a diferencia de Jayce que tenía otra. Jayce no le pidió que lo esperara, pero no se negó cuando Viktor lo ofreció, así que lo esperaría en la biblioteca. Era temprano, por lo que Viktor optó por descansar un poco. Traspasó la materia, estudió al respecto y acordó con Heimerdinger la clase de la siguiente semana.
Ni siquiera notó cuando el sueño lo invadió, porque, si era sincero, tenía sueño desde que se levantó en la mañana. Viktor simplemente convivía con él, acostumbrado a sentirse habitualmente pesado y mareado. Se dijo que solo cerraría los ojos para descansar un poco la mirada, de todas formas faltaba para que Jayce saliera.
Solo descansaría los ojos. . .
De pronto todo fueron gemas azules y ojos verdes. Una voz suave prometiendole qué estarían juntos. Juntos. . . Una amalgama de colores rodeándolo y dos manos tibias calentando sus mejillas.
Ojos verdes, como esmeraldas, como el pasto brillante por las gotas de rocío. Ojos verdes, que relucían y lo miraban con tanto amor que dolía. ¿Por qué lo amarían a él? Era un monstruo que se destruía porque se odiaba, no merecía amor.
Hay belleza en las imperfecciones. . .
Todo lo que veía eran esos ojos verdes tan cerca y tan amables.
Viktor. . .
Viktor quería abrazarlo con más fuerza y no moverse nunca. Y el dolor no se iba, y se intensificaba. Quería más tiempo para estar con esos ojos verdes. Necesitaba más tiempo. Todo el tiempo del mundo.
Todo lo que quiero. . .
Quería que esos brazos no lo soltaran jamás. Vivir en ese pequeño segundo, aunque doliera, aunque su corazón se estuviese desgarrando. Era una sensación agridulce similar a tragarse pastilla tras pastilla. Una dulce agonía.
Viktor. . .
Esa voz. Ese tono. Ese cariño. Viktor no merecía ese cariño. Era un monstruo. Era malo y estaba maldito. Roto.
—Despierta. . .
Viktor abrió los ojos, entre la tela que cubría sus brazos pudo ver un par de brillantes ojos verdes que lo miraron con la misma intensidad.
—¿Qué es lo quieres? —murmuró.
Quería saber. Necesitaba saber. Si lo sabía, se lo entregaría. Se lo daría todo.
Recibió un parpadeo confundido, Viktor entonces tuvo que parpadear y obligarse a despertar adecuadamente. Solo entonces recayó que se trataba de Jayce, que se había acuclillado delante suyo para despertarlo. Una mano estaba sobre su espalda, sacudiendolo con cuidado.
—Me dormí —observó enderezándose—. Perdona.
—¿Te sientes bien?
No, despertar era un suplicio y todavía sentía los despojos de angustia ante ese sueño tan extraño. Sentía un apretón en el corazón, como si le hubiesen arrebatado una parte importante de su memoria. Como si estuviese olvidando algo demasiado importante. ¿Quería recordarlo si eso implicaba más dolor? No estaba seguro.
—Sí, sí —se puso de pie tomando su bolso, y pronto se lo colgó. Jayce no dejaba de mirarlo—. ¿Nos vamos?
Eran las seis cuando Viktor consultó la hora. El sol ya comenzaba a bajar, corría una brisa amena y fresca que lo hizo consciente de su ropa desabrigada. Seguía siendo verano y los días cálidos, era Viktor el sujeto friolento.
Caminaron en un silencio que se interrumpió cuando Viktor le ofreció a Jayce una barrita de cereal al este anunciar que moría de hambre. Jayce aceptó contento y Viktor se la entregó sin miramientos.
Sus dedos se rozaron.
—Viktor, hombre, estás helado —Jayce observó, tomando una de sus manos para sentir mejor su temperatura, Viktor solo pudo ser consciente de los largos dedos de Jayce envolviendo su extremidad mientras decía aquello.
—¿De verdad?
—Sí, ¿se te bajó la presión o algo?
Viktor lo pensó.
Igual y le faltaba casi todo el abecedario de vitaminas.
Pero supuso que su presión baja se debía a la mezcla entre el estrés y los supresores, que bajan considerablemente sus defensas y consumían una parte importante de su energía al no estar diseñados para su fisionomía.
Negó recuperando su mano después de unos segundos. Su piel hormigueaba y ardía en los lugares que tocó Jayce, especialmente porque el chico era curiosamente cálido.
—Pareces un cubo de hielo —él reprochó. Viktor observó de reojo como se quitaba la chaqueta, y dio un traspié cuando el peso de la misma se aferró a sus hombros—. ¿Cómo lo haces en invierno?
—Me abrigo bien —musitó—. Esto es innecesario.
—¿Quién me ayudará en mi proyecto si te enfermas? —Jayce alegó.
—Puedo ayudarte igual.
—No, inaceptable —Viktor fue consciente de la agilidad con la que Jayce abrochó y luego subió el cierre de la chaqueta. Asimismo acomodó el cuello y le regaló una sonrisita—. Listo.
¿Jayce sería consciente de lo dolorosamente considerado que era? ¿Lo hacía a propósito?
Viktor apretó los labios, pero decidió prudente aceptar la ayuda. Se puso correctamente el abrigo y se percató de que nadaba en él de una forma vergonzosa. Sobraban varios centímetros de tela de sus mangas que Viktor debió doblar para poder usar las manos. Hundió los dedos en los bolsillos y escondió la nariz en el cuello de la prenda; los remanentes tibios del cuerpo de Jayce seguían impregnados en la tela, y consiguieron elevar su temperatura en poco tiempo.
—Gracias —dijo, sin alejar la mirada del concreto—. ¿No te dará frío?
—¿Bromeas? —Viktor apretó los labios—. Hace un calor horrible, solo la llevaba puesta porque me daba flojera guardarla.
Respiró del aire cálido, y todo lo que llenó sus pulmones fue el aroma puro y condensado de Jayce. Amaderado y dulce, cálido y entrañable. No era un árbol de la zona, pero olía bien.
Viktor casi no producía aroma, y así como no lo producía, tampoco los sentía demasiado. Su olfato estaba atrofiado por los supresores, supuestamente mejoraría cuando los dejara. Porque debía dejarlos. Tenía la certeza de que cuando lo viera su doctora no le renovaría la receta ni aunque suplicara.
Inhaló otra vez, y esa calidez hogareña recorrió su sistema como anestesia inyectada en su vena. Morfina pura diluyendo todos sus malestares. Viktor se sintió bien. Bien, como no se había sentido en meses. Se sintió tranquilo y estable, como si una voz amena susurrara contra sus oídos que todo estaba bien. Eran caricias sobre su piel, melodía contra sus oídos y amables partículas endulzando su nariz y paladar.
Su rostro se sintió varios grados más caliente cuando se percató de que ni siquiera estaba siendo disimulado al respirar de la prenda. Lanzó una mirada de reojo a Jayce, pero él iba más entretenido observando el camino.
—Me gustó tu clase —dijo. Viktor lo miró aún cómodamente escondido en la chaqueta—. Fue entretenida, eres un buen profesor.
—No soy profesor —masculló—. Solo fui un reemplazo.
—Un poco sí lo eres —Jayce dijo—. Vi a varios suspirando por ti, te apuesto lo que quieras a que Heimerdinger te dejará haciendo más clases.
Viktor definitivamente no iba a hacer más clases, era abrumador y hablar frente a la gente lo ponía nervioso. Además de que no tenía tiempo.
—¿Otra apuesta? —curoseó, notando al insecto de la curiosidad picándolo—. Powder ni siquiera nos ha dado los resultados de esta.
—¿Asustado?
Lo observó de reojo antes de esbozar una sonrisa divertida.
—Jamás.
—Bien, entonces el que gane tendrá que obedecer al otro un día completo.
Sellaron el trato cuando llegaron a la casa anotándolo en la pizarra junto a la apuesta anterior.
Viktor apostaba que Heimerdinger no le pediría otro reemplazo luego de la clase del próximo lunes.
Jayce, por el contrario, aseguraba que Heimerdinger lo estaría usando de reemplazo por, al menos, tres clases más.
Lo sabrían en dos semanas. Así como sabrían esa noche quién había ganado su apuesta anterior.
Ambos hicieron presentaciones austeras pero admirables.
Viktor presentó una idea algo antigua pero mejorada sobre un robot capaz de monitores la calidad del aire en distintos lugares. Capaz de reconocer distintos tipos de gases tóxicos y dar una alerta temprana, además de calcular porcentajes de qué tanto daño hace la inhalación continua del aire contaminado, y cuánto tiempo y algunas medidas para poder limpiarlo. La idea era que fuera pequeño para que todas las casas pudieran tener uno, detectaría fugas de gas, incendios químicos, si algún liquido tóxico se volteó o si hay incendios o humo cerca.
Jayce, por otro lado, diseñó un artefacto robótico que podía aislar las feromonas de los Alfas, de esa manera estudiarlas por separado y establecer un patrón de comportamiento con Inteligencia Artificial, y, en caso de ser necesario, crear un suero personalizado para calmar posibles descontroles.
Era fascinante. Viktor se descubrió imaginando la posibilidad de crear un supresor para él. Únicamente para él, que no le hiciera daño y no lo tuviera todo el tiempo medio dormido. Quizás hasta podría aislar la genética Omega y establecer un suero que anulase por completo sus instintos.
—¿Y funciona? —preguntó, observando las anotaciones que Jayce exponía con una presentación. Viktor había hecho lo mismo.
—Solo es un proyecto en base a algunas investigaciones de hace años —dijo—. Habría que crear adecuadamente al robot y realizar toda la tarea mecánica y matemáticas, pero debería funcionar, sí.
Quizás esa era la clave. Si mezclaba su trabajo autónomo e investigaciones con ese proyecto, podría crear algo útil.
Decidió que hablaría con Jayce para poner en práctica ese proyecto. Lo compraría si era necesario, o le entregaría los derechos, le daba igual. Solo quería una cura. Quería dormir tranquilo.
Powder y Ekko se fueron a una habitación a deliberar el resultado.
Viktor no admitiría en voz alta lo ansioso que lo ponía no saber aún el veredicto.
Constantemente pensaba qué haría si perdía. Si Jayce comenzaba a hacerle preguntas que tendría que responder, y entonces sabría más de lo que Viktor podía permitir. ¿Y si le preguntaba qué había bajo su cama? ¿Si sufría celos? ¿Cómo eran? Viktor no era muy pudoroso, era Jayce el que lo ponía extremadamente nervioso.
Decidió que un té de manzanilla ayudaría a calmar sus nervios después de treinta minutos sentado esperando. Jayce era más ansioso y se fue a trotar para matar el tiempo. También se preparó un sándwich solo para obligarse a comer algo en la noche.
El agua caliente se pintaba lentamente de un muy sutil tono amarillento producto de la bolsita en su interior. Viktor se entretuvo observando la lentitud con la que las partículas de té se mezclaban con el agua y caían lentamente hasta el fondo en formas abstractas. ¿Vería el mundo distinto si dejara los supresores?
Viktor no era completamente él cuando los tomaba. Una parte de su cabeza siempre estaba un poco dormida, en las nubes. Debía hacer un sobreesfuerzo para concentrarse en clases y no distraerse mirando los patrones de las nubes o escuchando los diferentes tonos de voces que poseían sus compañeros. ¿Sin supresores él sería distinto? Probablemente. Viktor tenía más paciencia porque no había tanto dolor. Era más tranquilo porque vivía drogado. Sin los supresores apaciguandolo, ni siquiera estaba seguro de qué tan drástico sería el cambio. Pero definitivamente cambiaría.
—Permiso.
Viktor parpadeó a la voz de Jayce y asintió sin interés, más concentrado en el contenido de su propia taza. Apreció de reojo que solo llevaba unos pantalones de chándal abrazados a sus caderas. Ninguna camisa. Su cabello estaba ligeramente humedecido en su sien y frente, evidenciando su trote nocturno. Viktor fue hiperconsciente del suave vello castaño pavimentando un camino desde su ombligo hasta perderse entre sus pantalones.
De pronto su boca tenía demasiado saliva, y su ropa era demasiado holgada y ligera.
Jayce se acercó por su espalda y abrió la puertecilla del mueble situado justo sobre su cabeza. Un brazo sobre su cabeza rebuscaba en el espacio, el otro permaneció apoyado junto a sus manos. No había distancia. Sus rodillas temblaron cuando se percató de que estaba acorralado. Su diminuto espacio se sintió sofocante y abrumador, y Viktor tuvo que morder el interior de su mejilla para mantenerse lúcido ante la absoluta sensación de calor que lo embargó por la cercanía.
—¿Tú no ves mi proteína por ahí? —Jayce preguntó, y su voz grave acarició su oreja como si fuese el suave roce de una pluma.
Se tragó un suspiro y disimuló un escalofrío. Su saliva se sintió caliente dentro de su boca, y el oxígeno que llenaba sus pulmones de pronto fue una cosa vaporosa escapando entre sus labios.
Viktor levantó la cabeza y miró también donde buscaba Jayce. Ese corto movimiento consiguió que su espalda rozara el pecho de Jayce; fue un toque inocente y breve que calentó su cara y debilitó sus piernas. La piel de Jayce ardía, podía sentir el calor incluso a través de su propia camiseta. Latente y vibrante.
Deseó más cercanía. Que Jayce lo apretara contra la encimera y lo cubriera con su cuerpo. Quiso el pecho de Jayce completamente aplastado contra su espalda, sus manos rebuscando en su piel así como lo hacía con las cosas de esa despensa. Anheló voltearse y hundir el rostro en su piel, y respirar de ese fuerte aroma amaderado. Llenarse de él en todos los sentidos.
—No la veo —balbuceó, negando al mismo tiempo con la cabeza.
Tragó saliva y aguantó la respiración. Jayce exudaba testosterona y feromonas por cada poro de su piel. Su falta de ropa y ligera capa de sudor producto del ejercicio volvía su aroma más crudo y picante, lo acentuaba como una segunda capa de esa misma exquisita fragancia, y Viktor no estaba siendo capaz de tragar sin paladear ese olor. Quería esas feromonas impregnadas en su sistema, las necesitaba tanto como el aire que no estaba siendo capaz de respirar.
—¡Ah! Acá está —él celebró.
Vio un tarro al fondo, y no le sorprendió cuando Jayce debió alzarse un poco sobre sus pies para alcanzarlo con las dos manos.
Viktor solo fue consciente de su entrepierna perfectamente encajada en su espalda baja por esa fracción de segundo. La sintió ahí, tan cerca, tan evidente, su cabeza dio vueltas, su cordura oscilante amenazó con perderse entre esa amalgama calurosa y pastosa.
Sabía que Jayce no lo hizo a propósito, y que él ni siquiera debió notar ese roce austero y mezquino. Viktor fue una cúmulo de nervios sin piel ni músculos, sintió cada fracción de cercanía por ese microsegundo, y su cuerpo sufrió las consecuencias.
—¿Tú necesitas algo? —Jayce preguntó.
"A ti. A ti. A ti. Todo tú. Solo tú. Sobre mí y debajo. Tócame más. Tómame. Tómame. Soy tuyo. A ti. Te necesito. Te deseo."
—No —dijo, felicitándose por sonar completamente normal después de carraspear—. Nada.
Viktor estaba perdiendo la cabeza por un poco de contacto humano, rasguñando los despojos como un muerto de hambre. Agonizaba deseando algo tan austero y humillante. Estaba tan dolorosamente necesitado que consideró la idea de voltear y abrazarlo de vuelta. Esconderse ahí y llorar, y quejarse, y dejar que Jayce le hiciera cariño mientras le decía que todo estaba bien.
—Perdona, fui invasivo —Jayce tomó su dichosa proteína y se apartó sin miramientos.
Fueron diez segundos o diez horas. Viktor no estaba seguro.
Viktor requirió de unos segundos apoyado en la encimera para calmar el temblor en sus piernas. Su corazón estaba desbocado, su interior ardía y rasguñaba y le dolía. Fue como si todo el efecto del supresor se diluyera frente a las feromonas de Jayce. Viktor otra vez estaba dolorosamente caliente, los remanentes de su último celo coloreaban sus pensamientos en apasionados tonos de rojo mientras preparaban su cuerpo para una posible invasión.
Eso no sucedería, y Viktor debía recomponerse.
Lo bueno de vivir con Betas es que no podrían oler su excitación por más evidente que fuera. Y habiendo tomado un supresor hace tan poco, Jayce tampoco debería ser capaz de olerlo. No tenía nada de lo que preocuparse, salvo de sus propios pensamientos descarrilados e innecesarios.
Llevó su plato y taza hasta la mesa y se sentó en un asiento vacío mientras veía a Powder escribir grandes letras en el costado limpio de la pizarra, el lado que no podían ver. Notó que Ekko jugaba con un silbato de papel que se extendian cuando se soplaban.
—¿Ya decidiste al ganador? —Jayce curoseó.
—Sip, ¿querían que tardara más? El resultado sería el mismo.
Ambos se miraron en silencio, luego negaron hacia Powder.
—Bien —Powder frotó sus manos y esbozó una sonrisita maliciosa—. Escoger un solo ganador fue difícil, necesité ayuda de nuestro árbitro completamente objetivo y para nada influenciable.
Ekko sonrió y asintió cuando Powder lo señaló.
—El ganador es aquel que presentó un proyecto completo y absolutamente revolucionario, cuyo punto central era. . . No, esperen —ella frunció el ceño y se detuvo de golpe, volteó para ojear algo anotado en unas tarjetitas y volvió hacia ellos con una sonrisa renovada—. Cierto, un proyecto innovador pero factible, que tenía como finalidad. . . Esperen.
Volvió a leer sus tarjetas, miró la pizarra y asintió, como si estuviese decidiéndose.
—¡El ganador es. . . ! Redoble de tambores, por favor —Ekko y Jayce golpearon la mesa con los dedos, generando más tensión y expectativa, Viktor sonrió a sus ocurrencias—. ¡Por un solo punto de diferencia y esperando que nadie se enoje conmigo porque realmente fui super obje–. . .
—Niña, ya —Jayce urgió, riendo.
—¡El ganador es Jayce Talis! —chilló.
Powder volteola pizarra, que dio un par de vueltas antes de establecerse delante de ellos demostrando en grande el nombre de Jayce, obviamente con decoraciones graciosas y muchos signos de exclamación. Viktor sonrió y le regaló una palmadita como felicitación.
Ekko sopló del simpático aparato, ganándose un sonidito habitual en los cumpleaños. Fue gracioso porque su rostro jamás cambió de expresión. Powder dejó sobre la cabeza de Jayce una corona de papel hecha por ella, y depositó sobre su frente un ruidoso beso que quedó plasmado en su piel por su labial. Jayce se carcajeó y agradeció.
Jayce le había ganado. En otra situación le habría dado igual porque Jayce era definitivamente un tipo muy listo y constante. En ese instante se sintió como una sentencia de muerte.
Jayce le había ganado.
Viktor le tendría que responder cualquier pregunta con la verdad. Cualquier pregunta, cuando quisiera.
Se encontró con su mirada achicada por su gran sonrisa. No era maliciosa ni cruel, no prometía tormentas ni terremotos. Era peor. Era mucho peor.
Prometía una curiosidad ingenua e inocente.
Viktor estaba perdido.
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