II. Capítulo uno: "Innecesario."
Día tres: supresores.
Decidí hacerlo desordenado para que fuese más sencillo el desarrollo. 😔
***
—Observaciones magníficas, Talis, sabía que no me decepcionarías.
Jayce no escondió una sonrisa de labios juntos cuando apreció al decano agitar el cúmulo de hojas anilladas que Viktor posiblemente le entregó la noche que llegaron al edificio de Ingeniería Mecánica.
Cuando Viktor le dijo que Heimerdinger era el decano de la Escuela de Ingeniería, Jayce esperaba encontrarse con un hombre monstruoso de aura imponente. Un Alfa de dos metros con ojos negros y aspecto implacable. La sorpresa se la llevó cuando Viktor lo presentó, y Jayce tuvo que bajar la mirada para poder observar a un simpático hombre que no demoró en estrechar su mano con una efusividad notable.
Era un Beta algo regordete con intensos ojos azules y cabello anaranjado pincelado por algunas canas austeras. Era amable y enérgico, dispuesto a ayudar y fanático de los proyectos desafiantes. El día siguiente a la explosión le dio la bienvenida y le aseguró que el traslado interno se efectuaría en cuanto Jayce diese el visto bueno.
Su madre estuvo contenta del cambio aún si no lo entendió del todo. Jayce no le habló de la explosión, solo comentó que haría un traslado interno porque sus intereses encajaban mejor en Ingeniería Mecánica.
Decirle que su dormitorio había sido detonado porque querían matarlo por crear combustible plástico solo lograría asustarla, y su salud ya era considerablemente delicada. En su lugar necesitó de tres días para convencerla cuando le dijo que esas vacaciones las pasaría en Massachusetts.
Lograron llegar a un acuerdo cuando Jayce accedió ir las dos últimas semanas de Julio a visitarla. Serían sus vacaciones y podría descansar un poco de todo ese ambiente universitario.
—Lo leí en una noche y el resto de la semana le realicé observaciones, solo pequeñeces, muchacho, esta investigación vale mi peso en oro, ¡tu peso en oro! —se carcajeó, extendiendo el documento—. Obviamente no iba a garabatear el archivo original, así que lo fotocopié. Ten, estas son las dos copias, tienes suerte que las trajera ahora conmigo.
Jayce recibió ambos borradores. Se sintió más tranquilo teniéndolos otra vez en su posesión.
—Muchas gracias, profesor, las leeré hoy.
Heimerdinger le regaló una sonrisa brillante que agitó el gran bigote que poseía.
La idea de tener el apoyo de ese hombre le provocaba hormigueos. Su principal preocupación era su beca, cosa que Heimerdinger descartó al instante.
"—Tus investigaciones son prestigiosas, muchacho, y eres un alumno de excelencia —dijo—. Tienes sitio en este lugar hasta que te aburras."
Necesitaría un semestre para adecuarse a la nueva carrera y pasar los cursos básicos, entonces Heimerdinger le dijo que podría comenzar a optar por becas más importantes. El programa de investigación de la NASA llamó particularmente su atención.
"—Que Viktor te hable de eso, también está interesado en él."
Viktor pasó de ser su compañero de cuarto a ser su enciclopedia andante. Le habló de algunas becas para mecánica, adelantó lo que vería en los cursos que no pudo convalidar y le dijo que los de primer año serían los únicos en los que estaría solo, ya que los cursos de segundo los compartiría con los otros dos habitantes de la casa. Y los de tercero los tendría con Viktor. Porque Viktor iba en tercero.
La idea de tener amigos también se sintió curiosamente agradable.
En Química era él contra el mundo. Y no es que fuera infeliz, pero definitivamente Jayce no terminaba de encajar. Solo había elegido esa carrera porque pensó que coincidía mejor con sus metas –querer crear combustible a base de plástico– y, en efecto, le había servido. Consiguió crearlo, aisló los aditivos, mezcló los componentes adecuados, realizó las fórmulas y logró crear una pequeña porción.
Pero en este momento Jayce necesitaba algo más: crearlo a gran escala. Necesitaba una maquina que pudiese hacer a nivel macro lo que Jayce pudo hacer a nivel micro.
—Ya estás adecuándote en Mecánica, espero —Jayce parpadeó para bajarse de su propio tren de pensamientos y asintió— . ¿Viktor te ha tratado bien?
Jayce siguió su mirada y descubrió al chico empujando una escalera unida a un estante para poder ganar altura y tomar un tomo que estaba en una de las filas más altas. Él ni siquiera recayó en su charla, había ido a la biblioteca a buscar algunos libros que necesitaba, y Jayce se ofreció a acompañarlo porque aprovechaba de salir a caminar.
Encontrarse con Heimerdinger fue una coincidencia.
Jayce ojeaba algunos libros en los estantes mientras esperaba a Viktor. No era la primera vez que iba a la biblioteca, por lo que no había nada nuevo para él. Sí se entretuvo en la sección de robotica.
El Instituto poseía una biblioteca abastecida para todas sus carreras con una variedad apoteósica de información dispuesta en diferentes formatos, visitarla siempre era un deleite porque no solo contaba con un amplio repertorio de libros e investigaciones, sino también con una arquitectura amena contemporánea muy destacable.
La sensación de tecnología en la forma en que todo estaba construido, mezclada con el arte la volvía un espacio que definitivamente siempre era agradable visitar. Además del silencio tácito. Solo se escuchaba el susurro de las páginas y algunos murmullos porque todos respetaban el espacio de estudio. Si alguno deseaba hablar, podía solicitar un cubículo cerrado que contaba con insonorización.
—Le pedí personalmente que se encargara de enseñarte lo necesario para el próximo semestre.
Jayce ya llevaba cuatro años en Química cuando ocurrió la explosión, muchas de las materias generales ya las tenía cursadas ahí. Heimerdinger le dijo que al realizar el cambio, podría adaptar una gran parte de las materias cursadas y así adelantar otras materias. Tendría cursos de todos los años, primero, segundo, tercero y cuarto hasta lograr nivelarse otra vez en cuarto año.
—Es un tutor increíble —dijo—. Me ha ayudado mucho, me incluyó como co-investigador en su proyecto.
—Ah, su proyecto —él suspiró—. Un aparato capaz de redefinir el subgénero durante la infancia. Cuántas molestias y problemas se ahorrarían. Quizás algún día todos seamos Betas, ¿lo imaginas? Nada de discriminación por Casta, suena idilico. . .
Jayce asintió. Era fascinante, genuinamente fascinante. Había visto el prototipo en el laboratorio y le pareció una idea admirable, aunque Viktor a veces farfullaba sobre lo lejos que estaba de que funcionara.
Por otro lado, Jayce desconocía el nivel de odio que Viktor debía tener hacia su propia condición si buscaba por todos sus medios crear algo para cambiarla. Al final solo era un subgénero más, no cambiaba en nada salvo que sus feromonas eran un poco más dulces y su fisionomía algo más menuda.
Podía admitir que a veces su subgénero era un poco tedioso. Ser Alfa implicaba estar a la expectativa de la gente cada vez que algo sucedía. ¿Un robo? El Alfa debía ir. ¿Trabajos pesados? Déjenlos para los Alfas. ¿Un asesinato? Seguro fue un Alfa. ¿Una pelea? Un Alfa debió descontrolarse. Existía un estigma de "Alfa igual a violencia". Podía aceptar que habían respaldos científicos que establecían que, hasta cierto punto, los Alfas sí eran más violentos. Los estudios indicaban que una fracción de su cerebro se accionaba con un estímulo en particular, y eso los volvía locos.
Los testimonios siempre eran iguales: un Alfa hacía las compras, respiró un aroma dulce y se perdió. Otro más, en otra ocasión, contaba que el sujeto, un Alfa, comentó sobre el agradable olor en la tienda, y después se descontroló. Otro hablaba de su vecino, cuya pareja un día falleció y él simplemente cedió a la locura.
Y la lista seguía y seguía, y aún en la actualidad, con toda la tecnología existente, no se lograba llegar a la fuente de los aparentes descontroles que sufrían los Alfas. Hasta entonces siempre vivirían bajo la sombra de su violencia.
Jayce no era violento, no era dócil tampoco, pero definitivamente no le gustaba generar miedo y prefería evadir las peleas.
Y esto último era un tema, porque no eran pocas las veces algún Alfa perdía el control durante su celo o por puro instinto. Las maneras de controlar esas situaciones se sentían un poco arcaicas y bruscas; eso de poner un bozal para evitar una mordida y sedar a la persona era algo que le provocaba escalofríos.
Por suerte Jayce nunca había perdido el control. Se jactaba de su templanza y paciencia.
—Debe estar más que encantado en ayudarte —él hombre agregó—. Las grandes mentes se complementan.
—Creo que lo considera más como un favor por las unidades —Jayce comentó, alzándose de hombros. No lo culpaba, tampoco, la universidad era exigente y siempre buscaba alumnos destacados en todas las áreas y actividades externas—. Siempre es bueno tener algunas de más.
—Bah, ¿quieres saber un secreto?
Jayce asintió, por supuesto que quería saber, era un tipo patologicamente curioso.
El intercambio que siguió consiguió descolocar a Jayce a un nivel en el que, llegado a ese punto, ya consideraba imposible. Las palabras del Director llovían sobre su cuerpo, y su propia reacción a estas era todo menos estoica. Partió por la sorpresa, luego el espanto.
—¿No crees, Viktor?
Jayce no terminaba de asimilar su propio sentir cuando la tensión escaló por su columna al recaer en que la pregunta del director no iba dirigida a él.
—Me temo que no sé de qué habla, profesor —Jayce volteó cuando se percató de la presencia fantasmal a su costado. Su nuca se erizó, ni siquiera había notado cuando Viktor llegó hasta ahí. Le lanzó una mirada breve y alzó los cuatro enormes tomos que había estado buscando—. ¿Necesitas buscar algo tú?
—No, nada —balbuceó, y pronto extendió las manos hacia él—. Dámelos, se ven pesados.
—Solo de la camadería entre jóvenes —Heimerdinger dijo por encima—. Les comento que me voy de vacaciones yo también. Viktor, ve a visitarme mañana para dejarte las llaves de mi oficina.
—¿Vuelve en agosto? —Viktor curoseó mientras le entregaba los libros, Jayce se mordió la lengua para no hacer una mueca ante el insospechado peso.
—A mediados de julio.
La conversación se volvió corta y trivial luego de eso. Jayce podía sentir sus voces vibrando en sus oídos y, sin embargo, solo era capaz de repetir una y otra vez las palabras de Heimerdinger.
El beta se despidió, Jayce lo imitó con menos efusividad y Viktor solo le regaló un gesto formal.
—¿Vamos?
—Vamos.
La casa quedaba relativamente cerca de la biblioteca. Unos quince minutos caminando, diez si iban rápido. Pero como Viktor no podía correr, o hacer movimientos demasiado bruscos, caminaban, y entonces esos quince minutos se volvieron veinticinco.
—¿El director te devolvió tu borrador? —Viktor curoseó.
Él llevaba dos de los libros que había pedido, Jayce llevaba los otros dos.
Jayce asintió.
—Le hizo algunas observaciones a una copia, pensaba leerlas cuando llegara.
Viktor asintió y el silencio los envolvió solo por el par de segundos que le tomó realizar una pregunta.
—¿Lo puedo leer? —Viktor preguntó—. El otro, digo, el borrador.
Jayce giró su cabeza hacia él, notando que Viktor mantenía sus ojos fijos en el camino. Entendía eso, si Viktor se tropezaba o caía podría hacerse más daño en la pierna, él le había dicho que debía ser cuidadoso cuando se trataba de moverse.
—Creí que ya lo habías leído —dijo.
—Lo ojeé por encima, no tuve la oportunidad.
—Adelante —Jayce dijo—. De todas formas es bastante viejo, hay varias cosas ahí que no están del todo bien.
Viktor hizo un ademán descuidado.
Ambos siguieron su camino hasta la casa, esta vez en un silencio ameno.
Jayce pensó que compartir habitación con Viktor sería incómodo, que tendrían problemas de espacio o comunicación, o que sus ritmos no se adecuarían. Supuso que Viktor era un maniático del orden con horarios preestablecidos y lugares específicos para cada objeto, que comía tres veces al día sin falta platillos microscopicanente analizados.
Tenía razón a medias.
Resultó que Viktor sí era considerablemente controlador y pulcro. Tenía su espacio ordenado, pero nunca comentaba nada si Jayce no lo hacía igual. Comía lo que tenía a la mano –si no tenía nada, no comía– y dormía mucho. Demasiado. Lo cual era remarcable porque siempre tenía ojeras.
Si no estaba en la biblioteca o avanzando en su investigación, entonces dormía. Si tenía tiempo libre, dormía. Veía una película y se quedaba dormido. Comenzaba a leer un libro por ocio y se dormía. Jugaba algún juego electrónico y se dormía. Cualquier acción que implicase quedarse quieto sin pensar demasiado, Viktor la aprovechaba para dormir. Supuso que así aprovechaba sus vacaciones, así que no lo juzgó.
Jayce no entendía cómo ese sujeto salió con el mejor promedio. Y el por qué de su habitual cansancio, especialmente porque no se dormía tarde. Era como si siempre estuviera cansado.
Viktor lavaba, secaba y planchaba su ropa, lustraba sus zapatos, su caligrafía era exquisita aún si escribía a la rápida, con una letra elegante y fluida que daba gusto leer una y otra vez. Siempre olía bien. Se bañaba todos los días sin falta y se rociaba perfume, Jayce le preguntó para qué, si ya olía muy bien.
"—Justo por eso."
Viktor le dijo, y no volvió a hablar del tema. Porque Viktor le dijo que era un Omega, pero no le dijo nada más. Jayce preguntaba a diario guiado por su propia curiosidad, solo para recibir respuestas ambiguas que no le decían nada.
"—¿Cuál es la diferencia entre Betas y Omegas?"
"—Termina esto y te digo."
Nunca le decía.
"—¿Por qué escondes tus feromonas?"
"—Porque son un problema."
Jayce no las consideraba un problema, sino una fragancia amena que suavizaba el ambiente y lo relajaba. Viktor se ponía de malhumor cuando lo halagaba.
"—¿Necesitas tomar supresores?"
"—Innecesario."
Viktor decía eso cada vez que Jayce preguntaba algo que no quería responder.
"—¿Por qué te molesta tanto tu subgénero?"
"—Jayce. . ." —Viktor le dijo, y Jayce, por esa vez, pensó que quizás recibiría un poco más de la verdad que tanto se afanaba por esconder. Viktor lo miró a los ojos en silencio, casi pareciendo dudar si hablar o no, luego notó algo a su costado—. "Tu mesa se quema."
"—¡Diablos!"
Pero, además de las rutinas extensas de sueño de su compañero, Jayce no encontró algo relevante en ese subgénero que tanto parecía molestarle.
Jayce, personalmente, se sentía más feliz. Lo atribuyó a la compañía. O al cambio. Tener a Viktor a su lado, con sus comentarios mortales y humor sorpresivamente soez, menguaba su angustia. Con la ayuda del borrador ambos hacían avances veloces, tres años posiblemente se reducirían a medio con la rapidez que llevaban. Aún les faltaba comenzar a realizar las pruebas prácticas, como todo había sido destruido, tendrían que comenzar desde muy abajo para conseguir los mismos resultados. Lo bueno era que Jayce recordaba la mayor parte, y que Viktor era increíblemente inteligente.
La puerta de la casa se impuso ante ellos, y fue cuando Jayce sintió la mirada de Viktor a su costado.
—Oh, cierto.
Viktor recibió los libros y Jayce comenzó a palpar sus bolsillos buscando las llaves. No las encontró, así que procedió a dar vuelta su pequeña mochila.
Tampoco estaban.
Jayce quiso agarrarse el cabello y llorar.
—Te juro que las guardé.
—Te creo —definitivamente no le creía—. Por eso me dijiste que no buscara las mías y solo saliéramos.
De pronto dio igual qué tan increíblemente inteligente fuese Jayce. Todos sus premios por proyectos científicos y mejores notas desde la primaria. Dieron igual todas las investigaciones publicadas y alabadas, y todos los proyectos renombrados.
En ese instante definitivamente no existía alguien más idiota que él.
—Hombre, Viktor, lo siento —balbuceó, paseando una mano por su cabeza aún acuclillando frente a su bolso vacío. Su interior desperdigado alrededor—. Estoy un poco distraído. . .
Viktor dejó los libros en el suelo y se acercó un poco más. Si quería darle un golpe o algo, Jayce lo habría aceptado sin problemas.
No esperó que su única reacción fuese dejarle una palmadita suave en el hombro, que se sintió particularmente cálida, y acuclillarse a su costado para comenzar a guardar las cosas otra vez en su mochila.
—Está bien —dijo—. Busquemos otra forma de entrar.
Decidió que Viktor era un tipo increíblemente paciente.
Y que el lugar contaba con un increíble sistema antirrobo, porque entrar sin llaves sonaba como una tarea dolorosamente imposible.
Solo por esa única vez, Jayce odió el diseño de la casa. Era una estructura creada por ingenieros para ingenieros. Con espacios amplios y paredes despejadas de las que colgaban pizarras que podían rayar cuando quisieran, todas de tiza para que combinaran con el diseño. Jayce contó tres cuando llegó.
Una tenía dibujos de los otros dos chicos que vivían ahí. Eran garabatos graciosos, algunas palabras aisladas y dibujos exagerados de ellos, y otros de Viktor. Jayce nunca había visto tanta cantidad de tiza azul.
Otra estaba rayada por Viktor, que la usaba para escribir las cosas que faltaban en la casa –cuando estaban todos–, las tareas y horarios, qué semana le tocaba a cada uno hacer el aseo y otras cosas. Como estaban de vacaciones y aún faltaba que llegaran tres chicos nuevos de primer año, los dos usaban esa pizarra para anotar observaciones y jugar al gato.
La tercera estaba en blanco, supuso que dejaría de estarlo cuando las clases iniciaran.
—¿Hay alguna ventana que no esté asegurada?
Viktor sopesó su respuesta mientras Jayce ojeaba horarios de cerrajeros. Ninguno disponible.
Un cerrajero no iría en la noche, y romper la puerta les saldría más caro que desarmar y rearmar una ventana. Jayce llevaba un pequeño set de destornilladores en su mochila, su madre se lo había regalado para navidad y Jayce no salía ni a la esquina sin él.
Una búsqueda exhaustiva los hizo llegar a la conclusión de que desatornillar la persiana del baño sería la forma más adecuada de entrar considerando la hora. El resto de ventanas tenían barrotes y el diseño de la casa le impedía escalar hasta el segundo piso para entrar por ahí.
Con eso decidido, ambos se enfrentaron a otro problema.
—No llego a los de más arriba —Jayce sentenció después de estirarse todo lo que su cuerpo permitía y aún ser incapaz de alcanzar los dos tornillos más altos—. ¿Te molesta si te cargo?
—Solo si el peso no es un problema para ti.
—Cargo el triple en el gimnasio —dijo, ganándose una risa corta—. Ven, sobre mis hombros así alcanzas bien.
Viktor acató y entonces Jayce lo cargó después de que él subiera sobre sus hombros.
Levantar a Viktor no era lo complicado, lo complicado era no pasar a llevar su pierna mala mientras él desatornillaba los tornillos de la ventana del baño –la única sin barrotes– para poder desarmarla y sacarla.
—Así que. . . —Jayce inició, moviéndose un poco cuando Viktor lo solicitó—. ¿Le hablabas de mí al Director?
Algo sonó desde donde Viktor trabajaba, como si hubiese errado mientras usaba el destornillador y golpeado directamente el vidrio de la ventana. Fue un sonido agudo y chirriante que le sacó una mueca de disgusto.
El silencio de Viktor fue la afirmación que Jayce esperaba, y lo empleó para recordar las palabras del beta. Entre un discurso de información, porque el director era dolorosamente hablador, había mencionado la insistencia que tuvo Viktor para hacerle saber que había un muchacho en Ingeniería Mecánica con "una gran idea desperdiciándose".
—Así como ustedes hablan de mí, al parecer —Viktor dijo, y sonó particularmente mecánico. Admiró su capacidad de mantener la compostura—. Solo me pareció prudente hacerle saber que había un talento desperdiciándose.
—¿Desde hace cuánto? —cuestionó.
—Innecesario.
Jayce bufó algo divertido, Viktor no agregó nada más, por lo que Jayce se acomodó y volvió a habar.
—Eso significa bastante tiempo.
—No significa nada —Viktor masculló—. Solo fue un comentario aislado.
—Reiterados, según el director.
Viktor debió maldecir algo que Jayce no escuchó, posiblemente en otro idioma, antes de que un nuevo chillido del vidrio lo hiciera consciente de que estaba verdaderamente desconcentrado. Escondió su sonrisa cuando notó a Viktor removiéndose sobre sus hombros.
Una mano tomó su mandíbula desde abajo y guió su rostro hacia arriba, entonces tuvo los ojos de Viktor sobre los suyos y recién en ese instante pudo percatarse de su evidente irritación. Pasó saliva de manera involuntaria, casi de forma automática. No alcanzó a decir nada. Ni siquiera pudo parpadear, simplemente aguantar la respiración y observar por esa diminuta fracción de tiempo el brillo felino en sus ojos.
Jayce mentiría si dijera que su corazón no se detuvo por un instante cuando sintió su dedo tibio delineando su labio inferior. Necesitó de toda su concentración y autocontrol mantener sus colmillos adecuadamente escondidos.
Se regaló una bocanada corta de aire, entrecortada y mezquina que llegó a sus pulmones y los inundó con ese aroma dulzón a miel y canela. De pronto todo era miel y canela, y ambarino y brillante, y Viktor mantenía su rostro sujeto sin ejercer fuerza, como si supiese que Jayce no iba a rechazar el contacto.
Fue un microsegundo de vibrante suspenso, absoluto y nebuloso, que se fue tan pronto como llegó cuando la mano restante dejó entre sus labios una de las herramientas que estaba utilizando.
No tuvo otra que apretar la boca para no dejarla caer, ya que sus brazos estaban ocupados sosteniendo las pantorrillas de Viktor.
—Así está mejor —Viktor comentó, esbozando una sonrisita divertida, Jayce apostaría todo su dinero por que ahí también hubo un poco de malicia. Soltó su rostro después de dejar un apretón amistoso sobre su mejilla y se enderezó—. En silencio.
Jayce echó humo por las orejas.
Frunció los labios y se dedicó de mala gana a simplemente sostener las herramientas con la boca a medida que Viktor necesitaba. Sus dedos ardieron por pellizcar la zona a su disposición, pero no tenían tanta confianza.
Cuando la ventana estuvo floja, Viktor anunció que se la pasaría por partes. Fue sencillo, o quizás simplemente hacían una buena dupla. Lo que fuese, pudieron desarmar la ventana y abrirse un espacio en un par de minutos. Con eso suplido, no le fue difícil a Jayce treparse y pasarse al interior de la casa. Era atlético, levantar su propio peso no requirió esfuerzo, pasar por el espacio considerablemente reducido que era esa ventana sí.
Viktor no podía pasar por su pierna. Jayce cada día se cuestionaba más si no había algo más aparte de esa fractura doble. Viktor tenía demasiadas restricciones para alguien que se consideraba "sano". No correr, nada de saltos, caminatas cortas, no movimientos bruscos entre otras cosas que él mismo le había dicho.
Botó algunos envases de shampoo al caer por el otro lado, y un pequeño mueble, se golpeó en la rodilla y resbaló, alcanzando a agarrarse antes de tocar el suelo. Nada lo salvó del estruendo.
—¿Todo bien? —escuchó desde el otro lado de la ventana.
—¡Súper!
Trotó del baño a la puerta, y la abrió esbozando una sonrisa amplia que Viktor le devolvió en menor magnitud.
—¿Aún tienes hambre?
Viktor hizo un gesto sutil que tomó como un asentimiento.
***
—¿De verdad le hablabas de mí al Director? —la pregunta se le escapó incluso antes de considerar si sería prudente insistir en el tema.
—¿Es tan difícil de creer?
Definitivamente. Jayce se destacaba, pero en ese sitio todos se destacaban. Y Viktor no solo se destacaba, sino que había logrado volverse el ayudante del Decano de la Escuela de Ingeniería. Literalmente de todas las Ingenierías del MIT. Eso era algo grande.
—Quiero decir, ¿por qué?
—Te vi una vez en televisión —Jayce levantó ambas cejas al oírlo, pero Viktor no mostró intención en apartar la mirada de su plato. Recibir un poco de la verdad, de pasada, se sentía como una extraña victoria—. Cuando niño, un poco después de que me operaran, te hacían una entrevista por haber ganado un concurso de ciencias nacional. Hiciste un aparato robótico.
Decidieron que macarrones con queso sería una comida ideal para dos estudiantes con pocas ganas de cocinar a esas horas. Jayce cocinó y Viktor se quedó leyendo alguno de sus nuevos libros. Se sentó a su lado cuando Jayce volvió con dos cuencos llenos y de porciones más que generosas.
—Lo recuerdo —dijo, ignorando el hormigueo en su nuca ante el recuerdo.
Jayce tenía catorce y quería ganar el dinero del premio para comprarle cosas a su madre. Después de esa victoria, Jayce se volvió un poco adicto a participar en ferias científicas.
—Pensé que eras fascinante —Viktor confesó—. Realmente fascinante, así que yo quise hacer algo igual. Cada vez que creaba algo, pensaba en ti. Digo, no en ti, sino en ese niño que ganó la competencia. No seguí investigándote hasta que cumplí veintidós y encontré una de tus investigaciones en Internet. Muy interesante, por cierto. Creo que leí todas, así que obviamente iba a decirle al director sobre ti, eres mucho para perderte en Ingeniería Química.
Se regaló unos segundos para digerir sus palabras, y en estos mismos necesitó frotar sus mejillas en un intento por disimular el calor que expuso su vergüenza.
—No sabía que tenía un admirador —dijo—. ¿Quieres mi autógrafo?
Vio los ojos de Viktor blanqueándose antes de llevar otra cucharada a su boca. Había una sonrisa sutil curvando sus labios.
Era algo agradable comer acompañado otra vez, sentir su comida tibia porque perdía el tiempo charlando, y comentar cosas del día mientras bebía agua. O el solo hecho de disfrutar en silencio sabiendo que no estaba solo.
Viktor comió la mitad de su plato y dejó la otra. Jayce estuvo contento de terminar por él.
—¿Las hiciste para la universidad? —Viktor curoseó, limpiando sus labios con una servilleta.
—Fueron autónomas —lo vio alzar las cejas—. Diagnosticaron con cáncer a mi madre cuando tenía dieciocho, no podía solo entrar a la universidad y dejarla pasar todo ese proceso sola, así que logré que guardaran la beca que había ganado mientras yo fuese capaz de demostrar mi interés por la carrera.
—Así que hiciste investigaciones.
—Muchas —Jayce asintió—. Y también trabajé, pero me la pasé la mayor parte del tiempo estudiando e investigando. Dos años después conseguí mi beca y aquí estoy.
Lo contaba feliz porque sus esfuerzos habían dado resultado, pero en ese momento Jayce más de una vez estuvo tentando a renunciar. No por la presión, sino por el dolor que significaba tener que dejar sola a su madre.
—Aquí estás —Viktor lo imitó, asintiendo a la par.
Lo vio dejar el tenedor en el plato vacío y apoyar la cabeza sobre el dorso de su mano. Él abrió ligeramente la boca, como si desease decir algo, y la cerró. Volvió a abrirla, Jayce le dio el espacio esperando en silencio a que tomase la palabra.
—Tomo supresores —dijo. Su corazón se detuvo por un instante al recaer en su momento de sinceridad, después retomó su marcha—. Diariamente.
—¿Hay para Omegas? —Viktor negó—. ¿Entonces?
—Para Alfas.
Jayce no pudo, ni quiso, esconder su mueca de disgusto. Esas pastillas solo servían para dañar los órganos internos y retrasar cuánto se pudiera los celos, que después llegaban con el doble de los síntomas y duraban más días.
—¿Has visto los efectos secundarios? —encuestó con delicadeza—. Tiene tantos como la pastilla del día después o las anticonceptivas.
—Tomaré el riesgo.
—Ni siquiera yo los tomo.
—Lo noté —no había reproche en su voz, supuso que a Viktor no le molestaba—. Supongo que cuando vives entre una mayoría de Betas no es tan necesario.
—¿Entonces por qué tú sí? —encuestó—. Si la mayoría son Betas, no creo que a los pocos Alfas que hay realmente les genere un problema. A mi no me molesta.
Una arruga ligera unió el espacio entre las cejas de Viktor. Lo vio estirar las piernas y situar una de ellas sobre la silla paralela. No se perdió la mueca sutil al ejercer el movimiento.
—Prefiero prevenir que lamentar —dijo.
—¿Lamentar qué?
—Innecesario.
Jayce rodó los ojos. Los esquinazos de Viktor eran destacables. El tipo ni siquiera se arrugaba al momento de responder, y sus respuestas eran rotundas, no dejaba cabida para peros.
Al menos ahora sabía que Viktor sí tomaba supresores, y ahí el por qué de que su aroma a veces oliese tanto a algo sintético y apagado. De hecho, después de su primer encuentro hace dos semanas, el aroma a Viktor, ese suave deje a miel y canela, disminuyó de una manera drástica.
—¿Entonces tú-. . . —Jayce hizo un gesto sutil que Viktor no terminó de entender. O quizás fingió no entender. Él arqueó una ceja y Jayce carraspeó—. Digo, si tomas supresores tú-. . . Ya sabes, ¿celo?
Se formó un silencio en el que Viktor tomó un poco de agua. Jayce apoyó la mejilla sobre su propia mano y esperó con una renovada expectativa.
—Innecesario.
Golpeó la mesa sin fuerza en un gesto exagerado de pura frustración que se ganó una risa ligera.
—¡Por favor! —soltó—. Dame respuestas, hombre, no le contaré a nadie.
Viktor sonrió contra su vaso.
—Necesito saber, ¿y si de pronto entras en celo cuando compartimos habitación? —cuestionó.
—No pasará, ya te dije que tomo supresores.
Le provocó curiosidad saber cuántos tomaba para estar tan convencido de que no entraría en celo de la nada. O quizás no sufría de un celo y solo lo estaba molestando. En cualquier caso, Jayce tenía a un tipo con un subgénero casi desconocido compartiendo con él, y no estaba siendo capaz de aprender nada porque al sujeto no le gustaba exteriozarse.
—¿Qué tal una apuesta? —Jayce cuestionó, ganándose la atención de Viktor y su renovado interés.
—Te escucho —dijo.
Se puso de pie y tomó una tiza.
—El que cree el mejor proyecto de acá a dos meses gana —Viktor alzó las cejas, Jayce comenzó a enumerar las reglas—. Si gano, responderás todas mis preguntas sin excepción.
Y lo escribió. "Si gana Jayce, Viktor responderá cualquier pregunta."
—¿Y si yo gano?
Jayce se alzó de hombros.
—Elige algo equitativo.
Viktor se puso de pie y tomó la tiza de sus dedos. Jayce lo apreció escribir bajo su línea.
"Si gana Viktor, Jayce no volverá a preguntarle nada."
A Jayce no le gustó, pero decidió que quejarse no sería maduro. La idea fue suya, la condición le pertenecía a Viktor. Era justo.
—Puede ser cualquier clase de proyecto —Jayce puntuó—, mientras sea de Mecánica.
—Que el tema sea robótica.
—Me parece justo.
Viktor escribió.
—No podemos demorar más de cinco minutos en presentarlo —Jayce agregó, recibiendo la tiza para escribir.
—Y el veredicto lo tendrá un juez imparcial —Viktor señaló la pizarra llena de rayones azules y blancos—. Uno de ellos, el que llegue primero.
Jayce estuvo de acuerdo, Viktor lo agregó a la pizarra.
Ambos apreciaron las dos letras mezcladas estableciendo las bases de su apuesta. Jayce quiso hacerlo más formal y firmó, recibiendo una risa baja por parte de Viktor antes de que él también firmara.
—Es una apuesta, entonces —sentenció, extendiendo su mano hacia Viktor.
Viktor asintió, rodeando sus dedos y regalándole un apretón amistoso. El calor provocó hormigueos en su palma y recorrió su antebrazo como ligeras corrientes eléctricas. Notó que la piel de Viktor era tibia y suave, y sus bonitos dedos pálidos encajaban adecuadamente entre los propios.
Fue demasiado consciente de la sonrisa amena de Viktor.
—Que gane el mejor.
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