Capítulo 3. Cryptica

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Isa.

—No estoy segura —Celia parecía igual de confundida.

¿No se habían dado cuenta? Josemi se detuvo a pensar sus siguientes palabras. Era imposible que fuese el único que había relacionado ese sonido con... la muerte. Quizá era la costumbre, si es que se le podía llamar de alguna forma. Instintivamente el ingeniero trató de llevarse la mano a su collar, pero se detuvo a media acción para evitar que sus amigas atasen los mismos cabos que él. No podía preocuparlas, o al menos no hasta que tuviese una forma de demostrar con pruebas que estaban metidos en un lío —como si haber sido secuestrados no fuese ya suficiente razón.

Todo aquello era tan familiar para Josemi que el miedo que debería haber sentido en aquel momento, se convirtió en un suspiro de disgusto.

—No tengo ni idea, pero es mejor que vayamos tirando, ¿sí? —interrumpió, tratando de ocultar sus nervios.

—¿Y esas prisas? —preguntó Celia.

—¿Cuándo me has visto llegar tarde a un sitio? —respondió, fingiendo ofensa— Que luego solo quedarán asientos de la primera fila y nos tendremos que joder.

—Vale, vale... —Celia le dio dos palmadas al hombro y caminó hacia la puerta— A sus órdenes.

Las puertas del edificio al fondo de la calle estaban ahora abiertas, y una oleada de jugadores caminaba hacia su interior como polillas hacia la luz. En las paredes de aquel lujoso vestíbulo de luces doradas y suelo de moqueta roja dignas de un hotel de lujo había un mapa que indicaba la ubicación de la sala que buscaban: el teatro.

—¡Tela con estos pijos, tienen hasta buffet! —dijo Celia, señalando un punto del mapa.

—¿Hasta en situaciones como esta solo piensas en comida? —Isa aún parecía inquieta.

—¿Tú no tienes hambre? —preguntó su amiga.

—Tengo el estómago cerrado, lo siento.

—No hace falta que te disculpes... —Celia le rodeó el cuello con uno de sus brazos, apoyando su cabeza en la suya— Conociéndote seguro que ahora mismo estás al borde de la taquicardia... si es que no lo estás ya. Tú tranquila: vamos a ir a ese teatro, nos van a dar las explicaciones que necesitamos, y encontraremos a tu hermana. Eso solucionaría todos tus problemas, ¿verdad?

Isa mostró una leve sonrisa.

—Sí... Supongo que sí. No te preocupes por mí, Celia.

—Sabes que no puedo no hacerlo.

A pesar de su personalidad brusca, Celia siempre había tendido a sobreproteger al grupo —incluso a Jaime—. Josemi no podía imaginar como debía sentirse su amiga en aquel momento, sabiendo la situación en la que estaban, y temía por su reacción cuando se enterase de lo que Josemi creía que pasaría con los eliminados.

A veces se planteaba decirle a Celia la verdad.

—Vamos al primer piso, es allí —interrumpió el joven.

Llegaron a una habitación iluminada por unos tenues focos, con cinco filas de veinte asientos en arco rodeando un gran escenario oculto por las gruesas cortinas de terciopelo rojo que colgaban del techo. Parecía una versión en miniatura de aquellos grandes teatros donde se hacían actuaciones de la mejor calidad, de aquellos que Josemi solo había visto en películas y series, solo que más vacío y tétrico. El público ya estaba en su mayor parte acomodado a lo largo de las filas de butacas, murmurando y formando un alboroto mayor al que al ingeniero le gustaría tener que soportar.

—¿Primera o última fila? —preguntó Celia.

—Qué extremista, ¿no? —Josemi soltó una pequeña risa.

—No quedan muchas más opciones —respondió.

—Mira que te lo dije.

—Veo unos huecos en la segunda fila, como en la uni —propuso Isa—. La primera es demasiado arriesgado y en las de atrás corremos el riesgo de no enterarnos de nada.

—Mírala, que lista es —su compañera la agarró del brazo y comenzó a caminar hacia dicha fila—. Pues ahí hay unos huecos libres, corred que esos de ahí tienen toda la pinta de querer sentarse también.

Celia aceleró el paso, haciendo a Isa casi tropezarse un par de veces con los escalones, pero logró pillar los asientos antes que los otros jugadores, quienes observaron con mala cara y se movieron hacia la primera fila. Josemi se sentó justo en el extremo, mirando a sus alrededores en busca de la hermana de Isa o de su otro amigo desaparecido, pero no había rastro de ellos.

Conociendo a Jaime, ese tipo de personas que lo sabe todo y le gusta hacérselo saber al resto, debería estar sentado en primera fila sin miedo a destacar. Lidia, por otra parte, podría estar en cualquier lado. No la conocía demasiado y no recordaba haber coincidido demasiado con ella, pero por lo que Isa contaba de ella era una rebelde en toda regla. Por poder, podría incluso estar viéndolo todo desde una esquina del teatro, de pie, por no tener que sentarse con extraños.

Pasaron un par de minutos desde que todos se sentaron y las puertas se cerraron para no volver a abrirse. De un momento para otro, todas las luces se apagaron y el teatro quedó en un incómodo silencio absoluto. Y así fue hasta que una voz entró en escena.

—Jugadores, sean todos bienvenidos a "El Reto Imposible".

Las luces se encendieron, revelando que las cortinas habían sido retiradas y que ahora tres extraños estaban sobre el escenario. Estaba claro que eran afiliados a la organización, pero no parecían trabajadores normales, o al menos no como aquel entrevistador cuya cara estaba cubierta por una simple máscara de porcelana blanca. Ellos eran diferentes: sus caras estaban cubiertas. Una mascarilla, unas gafas de sol y un bozal respectivamente. Sus apariencias eran tan peculiares que rozaban lo estrafalario.

Uno de ellos estaba al frente, unos pasos por delante de los otros dos. Parecía ser un chico de su edad, quizá un poco más, lo que lo hacía más raro aún. Sus manos pálidas estaban plácidamente entrelazadas y posadas sobre su estómago, y les dedicaba una inquietante sonrisa desde la plataforma que asustaba más si se le sumaba a su elegante pero extraña vestimenta que destacaba por sus dos únicos colores: blanco y negro

—Me presento, señoras y señores. Podéis llamarme Gambit —prosiguió—, y no soy más que uno de los cinco líderes de la organización, así como el portavoz de todo mi equipo. Mi objetivo es introduciros al concurso que conformará los próximos días de vuestra vida, y serviros como mentor durante el resto de vuestra estancia aquí.

Su voz era tan calmada y clara que invitaba a ser escuchado con atención. Por un momento, a Josemi se le olvidó que estaban por explicarle las normas del divertido juego en el que se había metido por error. El hombre del escenario sacó un mando a distancia y proyectó una serie de imágenes en la pared del escenario.

Campo, edificios de aspecto abandonado, montañas... un paisaje muy similar al del exterior que Josemi ya había explorado.

—Este lugar en el que os encontráis es Cryptica, una tierra llena de acertijos y desafíos que os toca superar a vosotros como jugadores —explicó—. Cryptica se divide en diversos sectores, numerados del uno al siete: todos excepto el uno están cerrados, y para abrirlos deberéis completar todas las pruebas repartidas por el sector anterior.

Las escenas del televisor cambiaron para mostrar diversas instalaciones de no muy buen aspecto: una sala vacía con una sola mesa sobre la que yacían diez cartas boca abajo, una noria en cuyas cabinas se mostraban tres botones, una estación de metro que parecía abandonada...

—Por supuesto, no es necesario que todos resolváis todas las pruebas: el avance a lo largo de Cryptica es una tarea más grupal que individual. Vuestra meta, por otra parte, sí es individual, y es sobrevivir a los desafíos en los que entréis.

La palabra "sobrevivir" ya pareció despertar la curiosidad de algunos. Josemi prefirió no verle la cara a Isa.

—No sabréis la naturaleza del desafío hasta que este comience, y no podréis dejarlo a medias. Puede que sea un puzzle, una prueba en grupo, un juego de competición o uno psicológico. Ganar estos desafíos os recompensará con valor, el cual os convendrá mantener en un número alto.

Gambit pareció hacer hincapié en esta parte concreta. La pantalla mostró un video de una persona con un número cinco en el brazalete. En cuanto trató de abrir una puerta, una luz en esta se volvió roja y dicha persona se retiró. Una distinta apareció acto seguido en escena para repetir la acción, pero esta tiene un nueve. La luz se vuelve verde y la puerta se abre. Bastante intuitivo, desde luego.

—Vuestra meta es la gran torre que ya habréis visto en la distancia antes de que el contador llegue a cero. Cabe destacar que... solo uno de vosotros podrá pisar último piso de esa torre.

Solo uno de cien.

—Muchos secretos se esconden en este misterioso lugar, así que analizadlo todo con lupa. Además os recomendamos hacer amigos, pues os será esencial a pesar de que a la larga no seáis más que rivales. Por favor, tened precaución a la hora de elegir aliados. Eso sería todo, así que... ¿Alguna pregunta?

Los murmullos comenzaron a hacerse más notables conforme pasaban los segundos. Finalmente un muchacho con cara de consternación alzó su mano entre la multitud.

—¿Eso es todo?

—Nuestro superior consideró que todo lo demás se quede en secreto para añadir efecto sorpresa al concurso.

Los murmullos aumentaron.

—¿Qué pasa si nadie llega al sector siete? —preguntó otro chaval notablemente asustado.

—Todos los jugadores restantes seréis eliminados.

—¿Y de qué contador hablas?

—De este.

La pantalla volvió a cambiar, ahora proyectando una gran cuenta atrás que descendía segundo a segundo.

—¿Cuánto coño es eso? —preguntó Celia, impactada.

—Es un total de... —Josemi lo pensó por un instante— Seis días. Un poco menos, de hecho.

—Nada de esto tiene sentido —lamentaba Isa, con una mano en la cara y la mirada clavada en Gambit— ¡Esto da miedo!

El administrador giró su cara hacia ella como si la hubiese escuchado. Acto seguido volvió a alzar la voz y calló a todos al instante.

—Si nadie tiene más preguntas, es hora del cierre de esta charla de presentación —dijo, sonriente—. Es vuestro primer día, así que tomadlo con calma, pero una pequeña prueba de bienvenida os espera a las 22:00 en la sala común de cada edificio. Se os informará por los altavoces, pero no faltéis si no queréis iros de aquí antes de tiempo. ¡Ha sido un placer! Nos vemos pronto.

El telón bajó y Gambit desapareció juntos a sus dos misteriosos secuaces. Era una persona rara, pero por algún motivo a Josemi le parecía alguien razonable, alguien que no haría algo como lo que el muchacho tenía en mente. Un aire de autoridad emanaba de él, pero había algo preocupante en sus palabras. "Uno de los cinco líderes de la organización y el portavoz del grupo", dijo. ¿Solo era el portavoz? ¿Había alguien por encima de él?

Josemi, aún en un intento de procesarlo todo, se levantó de su asiento y trató de caminar hacia la salida sin que nadie se lo llevase por delante. Necesitaba que les diese el aire, así que tanto él como Celia e Isa buscaron un banco en la periferia de la pequeña villa y se sentaron mientras veían la hierba mecerse con la brisa y los jugadores deambular como pollos sin cabeza.

—Esto es... —Isa murmuró.

—Una locura —dijo Celia—. Debería sonar divertido, pero hay un aura rodeando todo esto que no me cuadra.

—¿Tú crees, cielo? —preguntó Josemi sarcásticamente— Lo supe desde que asimilé que nos habían secuestrado y colocado un collar de metal como si fuésemos ganado.

—No digas eso, suena muy feo —Respondió Isa, jugando nerviosamente con unos mechones de su lacio pelo castaño.

—Pero la verdad es que es lo que parece —asintió Celia, cabizbaja.

Isa se puso en pie en cuanto su amiga dejó de hablar, dedicándoles una mirada de nervios a sus amigos.

—No puedo más. Voy a buscar a mi hermana, ¿sí? —informó— Os voy a pedir que os quedéis aquí por si la veis mientras no estoy, pero me estoy volviendo loca intentando esperar a que aparezca por arte de magia.

—Tranquila —el chico de gafas redondas le sonrió—, puedes ir tranquila. Vuelve en una media horilla si no la encuentras, ¿sí?

—Espero volver antes —admitió mientras comenzaba a caminar hacia la multitud—. Nos vemos.

Celia se arrimó a Josemi para cubrir el hueco que Isa había dejado entre ambos.

—Pobrecita —murmuró, mientras la miraba alejarse—. Se tiene que sentir muy culpable por haberse traído a su hermana.

—Ya, la entiendo.

Celia miró a Josemi, quien tenía la mirada perdida en el ancho manto de césped.

—¿Estás bien?

—¿Por qué?

—Estás... raro. Nunca te he visto así.

—Estamos secuestrados, Celia.

—Lo sé, imbécil. No espero que no estés asustado, nervioso o agobiado —refunfuñó—. El problema es que no lo estás lo suficiente. Te noto... indiferente. Vacío. Por eso te pregunto, ¿te pasa algo?

Josemi suspiró y negó con la cabeza.

—Estoy bien, de verdad. Solo intento procesar lo que está pasando mientras rezo para que solo sea una especie de Escape Room tan bien montada que roce lo ilegal.

—No lo roza, lo sobrepasa —aclaró—. Pero sí, lo mismo digo. Puto Jaime de los cojones, para una vez que hacemos lo que nos dice y acabamos aquí.

¿Por qué no lo pensó? ¿Cómo no pudo darse cuenta de que un concurso de este estilo solo podría tener que ver con ellos? La culpa no era de Jaime, sino suya por ser tan estúpido de no haberse dado cuenta de lo que todo aquello podría ser realmente. Un mismo pensamiento zumbaba constantemente en su cabeza como una insoportable mosca, y no se trataba más que de una única palabra: Apeiro.

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