Capítulo 2: San José de Arimatea.



Evein y Simma-Ron regresaron al pueblo de Sweetzerland, el muchacho ahora que estaba más tranquilo, había encontrado interesante, como en aquel lugar, convivían duendes, hadas, y personas hechas de dulce, hombres y mujeres de caramelo, los guaridas estaban hechos de galleta de jengibre, sin embargo, había algo en sus inertes ojos de chocolate. Algo que a Evein no le gustaba...además que eran los únicos en el pueblo que tenían un sable de verdad y sombrero de capitán.

—¿Y que es San José de Arimatea? —Le preguntó Evein a Simma.

La joven mujer rápidamente se dio la vuelta y al instante colocó su dedo índice en sus labios. —¡Shhhh!, No lo digas tan alto, que podrían estar escuchándonos. —Replicó Simma, mirando hacia ambos lados para que no vieran lo que estaba pasando.

—¿Quién? —Le preguntó Evein.

—Kringle.

—¿Kringle?

—Sí, el duende es miembro de los Pilares de Adviento: El consejo que gobierna junto a Alexander Noelius. —Replicó Simma. —Así que hay que tener cuidado. Gran parte de los duendes se conocen y por lo tanto se protegen mutuamente. Y como podrás ver, aquí en Sweetzerland, hay muchos de ellos.

—Okey, ya entendí. —Respondió Evein. —Entonces, ¿a donde vamos?

—No me creerías sí te lo digo. No digas nada y solo sígueme.

Evein sabía que no podía seguirle ciegamente, sin embargo, que más podía hacer, el cielo nocturno enrojecido era una muestra de que ya no estaba en Ström, ni siquiera en el mundo que él conocía.

La aldea de Sweetzerland era acogedora, con casas y tiendas hechos de madera, pero por el otro lado el cementerio era muy lúgubre. Grandes árboles secos con largos brazos, la nieve que recubría el suelo era gris, y las lápidas de piedra tenían los nombres completamente ilegibles. Si las casas de Sweetzerland parecían hechas de galleta y turrón y sacadas de un cuento de hadas, las lápidas y las estatuas de ángeles mutilados, parecían sacadas de una película de terror.

—Una moneda para un pobre este pordiosero...—Dijo un vagabundo que yacía encogido y cubierto en pieles, a los pies de un grueso roble muerto. Simma se detuvo frente al hombre. El vagabundo se retiró su capucha roja de la cabeza, revelando su espeso cabello grisáceo.

—Déjate de tonterías, Lucas. Soy yo Simma...lo encontré.

Inmediatamente, el vagabundo se levantó. —No bromees con eso, sabes muy bien que no se juega con...—Gruñó enfadado el vagabundo, Lucas.

—No es una broma. —Replicó Simma, y luego señaló con su mano a Evein.

Lucas caminó torpemente hacia Evein, los ojos del hombre eran grises, su cabello rizado extrañamente no apestaba, extrañamente el hombre no emanaba ningún hedor. A pesar de que su barba estaba llena de espigas de trigo, de pequeñas ramitas y hojas, no apestaba.

—Es cierto... ¡Oh, no lo puedo creer, un humano en Purgis! —Exclamó jovialmente, Lucas. El hombre caminó hacia el muchacho y lo agitó, emocionado, más Evein no se inmutó.

—Qué extraño, ¿cómo es que no te da miedo?

—No es la primera vez, que tengo un encuentro cercano con un vagabundo, hacía muchos años en Ström, también había tenido ya un encuentro parecido.

Entonces el hombre sacó de entre las pieles que le cubrían, un vial con un líquido escarlata. —¡Enhorabuena, enhorabuena! Sin embargo, yo no soy un vagabundo. Permíteme presentarme, Yo soy Lucas de Beltrán, caballero ungido por el mismo Cid. Y No sabes cuantos siglos he estado esperando a que otro humano regresase a Purgis.

EL hombre comenzó a recorrer el sendero hasta que llegaron a una pequeña rotonda, donde en medio se alzaba una jardinera y enterrada en medio de la jardinera. Una cruz de piedra larga.

—No, puede ser...—Dijo Simma. —Así que aquí es donde habías escondido la San José de Arimatea. —Le dijo Simma a Lucas de Beltran.

Entonces Lucas de Beltrán, levantó el vial con el líquido rojo hacia el cielo nocturno. —En nombre de David, te pido que nuevamente vuelvas a brillar, San José de Arimatea, que tu fulgor vuelva a brillar sobre todo aquel que sea digno de creer en ti... ¡Despierta San José de Arimatea!

Lucas de Beltrán entonces vació el líquido rojo sobre la cruz de piedra y esta al instante comenzó a brillar. Evein había quedado muy sorprendido...la piedra comenzó a brillar con un fulgor escarlata.

Entonces el vagabundo se hizo a un lado.

—Adelante, Evein. Si eres digno de ella, San José de Arimatea te elegirá como su espadachín.

—Es una broma...

—No hay ninguna broma, muchacho. —Replicó Lucas de Beltrán.

Entonces Evein caminó hacia la cruz y la tomó del mango, el muchacho entonces trató de levantarla más esta no cedió ni un milímetro.

Evein volvió intentarlo, una y otra vez, hasta que finalmente se cansó. Jadeante se recargó sobre la misma piedra.

—Es inutil, esto no sirve. —Replicó Evein...

—No digas eso. —Replicó Lucas de Beltrán. —Debes creer en ella, José de Arimatea solo puede ser usada por aquellos humanos que crean en ella.

—¿Creer? ¡Cómo me pides que crea en esto cuando nada de esto debería ser real! —Exclamó Evein. —¡Yo solo quiero rescatar a mi hermana, de las garras del hombre barbón!

—No tienes de otra Evein, si quieres salvar a tu hermana, solo podrás hacerlo si liberas a San José. —Replicó Simma.

—No es tan fácil.

—Claro que lo es, solo tienes que creer, Evein. Solo cree que puedes hacerlo y la espada vendrá a ti.

—Si es tan fácil porque razón tú no la sacas, viejo. ¡También eres humano! —Exclamó Evein, ya frustrado.

—No, no puedo. —Gruñó el viejo. —No soy digno de la espada...

—¿Por qué?

Entonces el piso comenzó a temblar y se escuchó un ruido metálico. Por el sendero comenzaron a aparecer hombres de jengibre y entre ellos iba un sentado en una silla mecánica con largas patas de metal que simulaban el movimiento de una araña, un duende que vestía de verde, con pequeños ojos ambarinos y cabello anaranjado. Que vestía con un traje de tres piezas color verde. y un bombín negro con una cinta verde.

—¡Quién lo diría, así que aquí es donde se encontraba esa jodida espada! —Exclamó el duende con su chillona voz, entonces el duende miró al vagabundo. —Así que te la pasaste escondido aquí en el cementerio de Sweeterland como una rata, por todos estos años, eh...Sir. Lucas de Beltrán.

—Kringle, tu afable rostro se ha encrudecido, el joven duende idealista que alguna vez esperó ver el fin de la Era de la Incertidumbre murió.

—No murió, solamente maduré, viejo. —Replicó el duende desde su silla. Entonces el duende se dirigió al enorme hombre de gengibre. —¡Capitán Zuckermann arreste a estos dicidentes, y mate al humano, no podemos permitir que libere la espada de San José de Arimatea!

El hombre de gengibre asintió con la cabeza y gruñó, inmediatamente desenfundó su sable y se fue caminando hacia Evein.

—¡Evein, libera la espada, nosotros nos encargaremos de Kringle! —Exclamó Simma.

La chica entonces sacó de la manga de su saco escarlata una varilla de metal y la agitó en el aire, de la punta salió un rayo de electricidad que golpeó al capitán Zuckermann, la galleta cayó al suelo, pero volvió a levantarse rápidamente.

Por otro lado, Lucas de Beltran se quitó las pesadas pieles, una armadura metálica con una cruz labrada en el peto relució por un momento, el caballero entonces desenfundó su espada y fue al encuentro con los hombres de jengibre.

Evein entonces volvió a tratar de levantar la espada, más esta no se movía ni un milímetro, siguió intentándolo una y otra vez, sin ningún efecto

"¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos, maldita espada!"

Simma entonces fue atrapada en un abrazo por uno de los guardias de jengibre, evitando que se pudiese mover. —¡Suéltame! —Gritó Simma.

Al escuchar gritar a su amiga, Lucas de Beltrán giró la cabeza en dirección a Simma, lo que hizo que uno de los guardias le diera un golpe en la cara que lo hizo caer a la nieve sucia. Entonces la galleta le colocó su bota sobre la espalda del caballero, impidiéndole que se levantara del suelo.

—¡Mierda! —Gritó Evein y continuó tratando de levantar la espada...pero sin ningún efecto.

Simma entonces fue llevada hacia Kringle.

—Pero miren nada más lo que tenemos aquí...una cardinal, pensé las de tu clase se habían extinguido con la primera nevada.

Entonces Simma comenzó a reír nerviosamente. —¡Duende tonto! ¿crees que una nevada iba a poder con nosotras?

Entonces Kringle acarició con sus largos dedos con largas uñas ennegrecidas, el níveo rostro de Simma.

—Por suerte, eres una cardinal bonita. Tal vez te meta en una jaula de oro para que cantes para mí en las mañanas y me diviertas en mi cama en la noche. —¿Qué dices, eh bonita?

Simma le escupió en la cara.

Kringle entonces lanzó una malévola sonrisa y se retiró el vaho de la cara, el duende entonces le dió un bofetón a Simma. La cardinal lanzó un grito de dolor.

—Ahora sí, vas a ver. —Replicó Kringle. El duende la tomó de su saco rojo y lo abrió de par en par, solo para que inmediatamente le arrancara la blusa blanca. —Si no aprendes a servirme por las buenas, lo harás por las malas. Dijo Kringle.

Simma comenzó a gritar, pues sabía lo que Kringle trataría de hacerle.

Evein continuaba tratando de levantar la espada, pero sin ninguna posibilidad, sus manos se habían enrojecido y comenzado a sangrar. lo cual hacía que se resbalara su mano del mango de la espada...

"¡POR QUÉ RAZON NO PUEDO, POR QUÉ RAZON NO PUEDO SACAR LA ESPADA!"

—Porque no crees...

Escuchó Evein una voz en su cabeza.

Entonces Evein tuvo un flashback cuando regresaba a su infancia en Ström. En su recuerdo Evein se vio a él mismo a sus 9 años, llorando en un callejón de la ciudad, y frente a él un vagabundo sentado en unas bolsas de basura.

—¿Por qué lloras mocoso? —Le preguntó el vagabundo.

—Porque mis padres no están...—Dijo el niño.

—¿Qué les pasó? —Volvió a preguntar el vago.

—Se han ido y nos han abandonado a mí y a mis hermanas. —Replicó Evein mientras se tallaba sus ojos llorosos.

—Ya veo...

—Me han dicho que tengo que ser fuerte, pero no creo que pueda serlo.

—¿Por qué crees que no puedas serlo?

—Por qué no creo que mis padres vayan a regresar. —Dijo Evein.

—Niño, tal vez no puedes creer en que tus padres regresen...pero sí puedes creer por la seguridad de tus hermanas... ¿no?

Evein regresó en sí y luego comenzó a reír...

—Tal vez, no puedo creer en ti, San José de Arimatea... ¡Pero sí puedo creer en que me puedas ayudar a salvar a Yavine! —Exclamó Evein, entonces el muchacho agarró con fuerza la espada y esta brilló con un fulgor escarlata, la piedra comenzó a desmoronarse de la espada y una espada mandoble apareció, completamente roja con un brillo granate inusual.

Mientras la sujetó Evein pudo sentir una fuerza que nunca antes había sentido...Entonces uno de los guardias de jengibre fue tras el muchacho, la galleta alzó su sable para atacar a Evein, y de un giro rápido, Evein blandió la espada cortando en dos a la galleta, luego dio un salto y enterró la espada en la cabeza de la galleta que tenía a Lucas de Beltrán, sometido. El caballero se levantó del suelo cuando la galleta se cayó a la nieve.

Entonces Evein, se dirigió hacia Kringle, más guardias galleta trataron de cércale el camino a Evein, pero era inútil, el muchacho había logrado esquivar sus armas. Y de rápidos tajos había acabado con los guardias.

—¡Qué, no es posible! —Exclamó Kringle.

—Créelo, duende. —Replicó Simma. —Evein Coaster, es el nuevo dueño de San José de Arimatea, él es un guerrero vetado por la cristiandad.

Kringle entonces se alejó de Simma. Evein dio un salto y decapitó a la galleta que sostenía a Simma. La chica cayó a la nieve.

Entonces el duende presionó un botón en su silla y esta comenzó a alejarse.

Simma inmediatamente le lanzó un rayo de su varita hacia la silla del duende. La silla se paralizó y se derrumbó en el suelo. Kringle se cayó en la nieve y comenzó a gatear. Tratando de alejarse.

En la distancia comenzó a escucharse que se oían clarines de guerra.

Simma trató de perseguir a Kringle, pero Lucas de Beltrán la tomó del brazo.

—¡Sueltame! —Exclamó la chica.

—No, Simma, ustedes dos ahorita tienen que huir. —Replicó Lucas de Beltrán. —Sabes muy bien que Evein solo no podrá contra Alexander Noelius, necesitan a los otros guerreros de la cristiandad.

—¿Hay otros a de más de mí? —Preguntó Evein.

—Sí.

—Solo cuando los tres guerreros se hayan reunido, es cuando podrán enfrentarse a Alexander Noelius: Santa.

—Vale. —Gruñó Simma. —Vámonos pues, Evein.

Tanto Simma y Evein comenzaron a correr lejos del cementerio.

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