two.
BRIELLE MONROE.
—Y esta es la rutina, chicos, lo hicieron en veinticinco minutos de diversión. Por favor den al botón de like...
Apagué la televisión y Chloe Ting desapareció de la pantalla.
—Joder, qué tortura —jadeé, tirándome al frío suelo de mi cuarto.
Eran las siete de la mañana y me había despertado una hora antes para hacer ejercicio. Ese día de seguro se moriría alguien u ocurriría alguna catástrofe nuclear, como mínimo.
Tras regular mi agitada respiración, me fui a dar una ducha caliente. Salí del baño con una bata roja y comencé a ordenar mi ropa en el armario mientras veía qué ponerme.
Me vestí para ir a la universidad con algo casual. Es decir, me planté una minifalda negra, una blusa del mismo color, y encima un largo abrigo de piel roja. Es que tenía que verme fabulosa, llamar lo suficiente la atención y no morir de frío al mismo tiempo. Cuando ya parecía una mezcla entre estrella de Hollywood, Cruella y la esposa de un traficante, supe que estaba lista.
Bajé las escaleras y me encontré con los demás tomando desayuno. Me senté con ellos y me serví un vaso de agua.
—Buenos días —dije después de tragarme un sorbo.
—Buenos días —dijeron todos al mismo tiempo, distraídos en la televisión.
Fruncí el ceño con confusión debido a que parecían muy interesados. No me concentré en lo que estaban viendo hasta después de que partí por la mitad un pedazo de limón y le puse sal encima.
En las noticias estaban hablando de un caso muy misterioso del asesinato de un hombre llamado Gregory Knight, realizado hace poco menos de un año en un hotel de otra ciudad, específicamente en Roswell, Georgia.
«El misterioso caso de lo que muchos llaman "el crimen perfecto"» decía el slogan.
Hice una mueca y miré a los demás, que parecían hipnotizados con la tele. Hasta que tosí ruidosamente no despegaron la vista de ella.
—Cielo, no se pudo ingresarte en la universidad para que asistieras hoy —me dijo mamá con cierta tristeza—. Hay que esperar a que se realice bien el papeleo e irías la próxima semana.
—Oh... —murmuré con decepción—. ¿Por qué no me avisaron antes? Pude haber seguido durmiendo.
Me quedé mirando la televisión un momento, viendo la cara de la persona a la que mataron con el ceño levemente fruncido. Era un hombre que debía haber tenido unos cuarenta años, con los ojos azules y el cabello rubio.
La bocina de un auto me sacó del ensimismamiento y Leandro se puso de pie tan rápido que casi vuelca la silla.
—Debe ser Nai —dijo—. Adiós.
Agarró su mochila del suelo, besó a su padre en la frente y se despidió de nosotras con la mano, saliendo de la casa apresuradamente con una tostada entre los dientes.
—¡Que te vaya bien! —le gritó Leo cuando desapareció por la puerta.
—¿Qué harán hoy? —pregunté sin dirigirme a ninguno en específico.
—Iremos a ver unos preparativos para la boda —contestó mamá con una sonrisa.
—Qué lindo —dije, sonriendo—. Yo creo que volveré a acostarme... —Una idea se vino a mi cabeza y miré a Leo de reojo—. O tal vez puedo ir de compras. Me hace falta una manicura y me gustaría comprarme un vestido para su boda. ¿Me prestas dinero, mami?
Puse cara de cachorrito hambriento y Leo habló de inmediato.
—Yo te puedo prestar una tarjeta de crédito. La habilité hace años para que Leandro se comprara lo que quisiera —sacó una tarjetita dorada de su billetera—, pero no quiere nada nunca, y se nota en que ocupa la misma camiseta durante una semana. Tiene unos seiscientos dólares, ocúpalos todos si quieres. —La puso en la mesa frente a mí—. La clave está anotada atrás.
Abrí la boca con asombro, admirando el plástico dorado con los ojos bien abiertos. Sólo faltaba la música angelical de fondo y la brisa que debería estar meneando mi cabello.
—Qué lindo —chillé, contentísima, poniéndome de pie de un brinco—. ¡Muchas, muchas gracias!
Leo soltó una risita y mamá me preguntó.
—¿Cómo piensas ir de compras?
—Que se lleve un auto —dijo Leo con despreocupación. Al parecer estaba fascinado consintiéndome—. Las llaves del garaje están en la sala, Bri.
Sentía que iba a salir chillando de la emoción.
—¡Muchísimas gracias! Pero, si me disculpan, voy a aprovechar de dormir un rato.
Mientras subía las escaleras corriendo y besando la tarjeta de crédito, escuché a Leo decirle a mamá animadamente:
—Siempre quise una hija porque son caprichosas y es divertido.
Dormí cinco horas. Creo que me pasé un poquito, pero aún así era temprano.
No había nadie en casa. A las una de la tarde me levanté, me retoqué el maquillaje y tomé un pequeño bolso de mano negro; luego fui a la sala a buscar las llaves del garaje y, lo que más esperaba, elegir un auto.
Había cinco vehículos en total. Dos de ellos eran negros; un BMW y una Chevrolet. El siguiente se trataba de un Roll Royce blanco. Lo seguía un Mercedes Benz azul, y el restante era el Ferrari rojo que habíamos ocupado la noche anterior para ir a cenar. Había un espacio vacío, y supuse que ahí faltaba el auto en el que debieron salir mamá y Leo.
Elegí el rojo porque me gustaba, combinaba con mi abrigo y además era un Ferrari. Todo era demasiado perfecto para ser real y sentía que estaba en un sueño.
Manejé a mi gusto y con Lana del Rey sonando a todo dar en la radio. Las calles de Carmel parecían sacadas de una película de vampiros como Crepúsculo, pues todo era muy húmedo, frío y rodeado de árboles. Al mismo tiempo se mezclaba con una urbanización moderna, lo que le daba un toque único. Ya me gustaba ese lugar.
Al llegar al enorme centro comercial lo primero que hice fue beber un café, seguí con la manicura y la pedicura. Luego fui a hacer lo que más me gustaba: comprar ropa.
Me quedé embobada mirando una falda que se parecía mucho a la que llevaba puesta, tal vez por eso se me hacía tan linda y me gustaba tanto. Estuve diez minutos pensando si comprarla o no, hasta que una chica morena y más baja que yo me habló.
—Hola, disculpa, ¿piensas llevarla? —preguntó con timidez.
—¿La quieres?
—Solo quiero probármela —aclaró—. No creo que me quede bien.
—Creo que te quedaría preciosa. Tenla. —Se la dejé en las manos, sonriéndole—. No lo pienses mucho, eres linda.
—¡Oh! —exclamó ella, asombrada—. ¡Qué amable! Muchas gracias.
Sí, tal vez podría ser egocéntrica, ambiciosa y más sincera de lo necesario, pero me gustaba ver a las personas sonreír. Si es que eran buenas, claro.
En el fondo tengo corazón de abuelita.
Compré un montón de ropa y llevaba unas seis bolsas en las manos, por lo que decidí tomar un descanso e ir a comer tranquilamente un taco. Eran las seis de la tarde cuando continué en busca de un vestido para la boda.
Después de comprar todo lo que necesitaba, fui por una malteada de frutilla y finalmente por un par de joyas, ya que me quedaban más de trescientos dólares en la tarjeta.
Todo iba bien hasta que me dieron ganas de ir al baño por culpa de la malteada.
Lo peor era que ya eran alrededor de las nueve de la noche y el centro comercial estaba cerrando, por lo que los dos primeros baños a los que fui ya estaban fuera de servicio. Mientras me dirigía a otro, recibí una llamada, así que contesté rápidamente.
—¿Aló?
—¿Bri?
—¿Leandro?
—Sí, yo soy... O sea, soy yo —balbuceó mi hermanastro—. ¿Dónde estás?
—En el centro, ¿por qué? —pregunté, afirmando el celular contra mi oreja con el hombro mientras acomodaba las bolsas que llevaba en las manos.
—Es que no hay nadie en casa. Me siento solo y estoy aburrido. Pedí pizza, ya me la tragué y sigo aburrido. Compré un servidor de Minecraft para que juguemos, ¿a qué hora vuelves?
—En unos quince minutos estaré ahí —dije entre risas por lo bajo.
—¡Genial! —exclamó—. ¿Sabes dónde están nuestros padres?
—En la mañana dijeron que irían a ver preparativos para la fiesta, pero no me sorprendería si están en un motel...
—¡Qué asco!
Me reí por lo bajo mientras me metía al pasillo del baño, deseando que estuviera abierto.
—Bueno, debo colgar —dije—. Nos vemos en un rato.
—Por favor, apúrate —suplicó.
Guardé el celular en el bolsillo de mi abrigo cuando escuché un ruido extraño, parecido a un puñetazo seguido de un gruñido de dolor, proveniente del baño de hombres. Curiosa, me acerqué un poco para escuchar.
—¡Mierda! Gre...Gregory era un buen amigo. Yo... yo lo conocí muy bien. Estuvo con otra mujer en otro lugar.
—¿Qué es lo que sabes de ella? —decía una voz gruesa.
—Nada más, ya te lo dije... —Otro puñetazo—. ¡Mierda! ¡Que no sé nada, joder...! —De nuevo el golpe—. Basta, te lo suplico...
—Escúchame, idiota —gruñó la voz del agresor—. Te dejaré ir porque te tengo un poquito de piedad, pero si te vuelvo a ver por aquí, te mato. Ahora sal de aquí antes de que lo haga ya mismo.
La persona que estaba siendo agredida salió corriendo a toda velocidad, se quedó quieta al verme, pero miró hacia atrás y volvió a correr con la cabeza agachada. Me quedé paralizada unos segundos, tiempo suficiente para que el hombre que estaba dentro golpeando a la víctima saliera del baño.
No pude distinguir su cara debido a un pasamontañas, pero apenas me vio se abalanzó en contra de mí y me puso un pañuelo húmedo en la nariz... Luego todo se volvió oscuro.
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—¿Por qué mierda va vestida así?
—¿Qué te importa? Se ve preciosa.
—Cállense.
—Sé que se ve linda, pero parece una estrella de Hollywood.
—¿Estás seguro de que no es famosa, Jesse?
—Te dije que no, no la reconozco.
—¿Y novia de un traficante?
—No lo creo.
—Porque si secuestramos a la novia de un traficante...
—Cállenseeee.
—Es que si secuestramos a la novia de un traficante, nos van a partir el culo a todos.
—De seguro que a ti te gustaría que te partieran el culo.
—Qué mierda dices...
—¡Cállense un rato, joder! Me ponen nervioso.
—UUUUYYYY.
Se escucharon carcajadas y yo por fin pude abrir los ojos. Mi cabeza dolía como si me hubiesen pegado diez puñetazos como mínimo. Cuando levanté la vista me encontré con un lugar peculiar, curioso... y asqueroso.
Era parecido a un sótano donde, seguramente en una película de Disney, una banda de adolescentes ensayaba canciones de rock. Las paredes blancas y sucias estaban llenas de graffitis con letras de canciones alrededor de un enorme dibujo de un pene sonriente. Había fotos de bandas por todas partes. Un par de patinetas rotas colgaban de las paredes y, en el fondo de la sala, vi que mi teoría era cierta. Ahí estaban la batería, el bajo, la guitarra acústica, la eléctrica y el teclado.
Por mi parte, estaba recostada en un sofá que olía a pipí de gato...
¡Estaba recostada en un sofá con olor a pipí de gato!
Me puse de pie de un salto, sacudiéndome la ropa como si tuviera arañas por todo el cuerpo, aunque tenía miedo.
Cuando los chicos que estaban en el lugar me vieron dar señales de vida, se quedaron en completo silencio y mirándome de forma inquisitiva y acusadora.
Los miré uno por uno. Eran cuatro.
Había un chico rubio, flaquito y bajo en comparación a los demás, tal vez de mi altura.
El que estaba sentado a su lado se encontraba fumando. Era uno de cabello crespo, castaño claro y los ojos azules, muy alto y flaco, pero con rostro de bebé.
El otro era de piel muy pálida, pelo y ojos negros, con cara de que odiaba a todo el mundo. Tenía los pómulos muy marcados y el cabello desordenado con mechones en la cara. Podía ver un montón de tatuajes que le cubrían el cuello y los brazos.
El último era negro y corpulento. Llevaba un arito dorado en el labio y jugaba con él mientras se columpiaba en la silla.
Todos deberían tener mi edad, más o menos.
Me quedé con la boca abierta, temiendo por mi vida, intentando acercarme a una de las patinetas en la pared para sacarla y golpearlos. Eran demasiados y parecían muy fuertes.
—¡Hola! —saludó el rubio, sonriendo. Su entusiasmo me hizo dar un respingo.
—¡Eh, fideos, ya despertó! —gritó el chico de pelo negro. Ni siquiera tenía expresión en la voz.
—¿Quiénes son? —pregunté con la voz temblorosa.
—Los Backyardigans —contestó el chico negro.
—¿No éramos los Power Rangers?
—Yo juraba que éramos los Teletubbies.
—Los Teletubbies son cuatro, somos cinco.
—Sigo pensando que quedábamos mejor como los Vengadores.
—Los Vengadores son como ocho mil, idiota.
Yo no sabía nada, lo único que quería era salir de ahí lo antes posible e irme a jugar Minecraft con Leandro a casa para sentirme segura.
Hubo un silencio largo.
—¿Quiénes son? ¿Qué hago aquí? —pregunté, intentando mantener la calma. Saqué rápidamente el celular de mi bolsillo—. Voy a llamar a la policía si no...
El chico negro se levantó y mis piernas, la lengua, mi anatomía y todo, me fallaron apenas se acercó a mí, y simplemente me arrancó el celular de la mano.
—No llamarás a nadie —replicó suavemente, guardándose el aparato en el bolsillo.
Tuve que alzar un poco la barbilla para mirarlo a la cara. Tragué saliva, mis manos temblaban.
—Me llamo Ryan —se presentó, sonriendo levemente—. No te vamos a hacer nada malo. Sólo conversaremos un poco contigo sobre lo que viste o escuchaste en el centro comercial, y luego te podrás ir, ¿entendido?
No contesté. Me quedé mirándolo con la mandíbula apretada y el ceño fruncido, sin saber qué decir, sin saber si confiar. De todas maneras, no esperó respuesta de mi parte y procedió a presentarme a los otros tres chicos.
—El rubio que ves ahí es Isaac, el bebé del grupo. El que tiene cara de culo es Nash, quiere morirse. Y el que está fumando es Jesse, es un... hormonal.
Isaac agitó su mano hacia mí. Nash me ignoró porque estaba pegado en su celular y Jesse me saludó con un guiño de ojo. Tragué saliva por enésima vez, nerviosa.
Súbitamente recordé el auto de Leo, la tarjeta, mis queridas compras...
—¿Dónde estoy? ¿Dónde están mis cosas? —pregunté intentando no parecer desesperada.
Ryan movió su cabeza, señalando a un costado del sofá con olor a meado de gato. Ahí estaban todas mis bolsas, intactas, sanas y salvas. Solté un pequeño suspiro de alivio, pero me acordé del auto.
—¿Y mi auto? —pregunté.
—Estacionado afuera.
Volví a soltar aire.
—Si quieres puedes sentarte —dijo Jesse, palmeando la silla que había a su lado—. Mi hermano fue a buscar la pizza.
—Mentira, el idiota debe estar jalándosela en el baño —gruñó Nash.
—No soy como tú —replicó una voz gruesa detrás de mí.
¿Otro más?
Me di la vuelta y lo miré.
Era alto y evidentemente trabajaba su cuerpo en un gimnasio o practicando algún deporte, porque esos músculos de seguro tenían mucho mérito. Tenía el cabello rubio oscuro y rizado, entonces entendí el apodo de «fideos» porque de verdad parecían fideos de esos enrollados. Tenía los ojos de un castaño claro, parecidos al color de la miel, que le daban una mirada profunda. Sus pómulos eran bastante marcados, algo que le sentaba muy bien. Al pasar por mi lado me miró con una leve sonrisa y me impregnó la nariz con su olor a perfume, muy delicioso. Llevaba un arito en forma de cruz colgando de una oreja y en la aleta de la nariz una argolla plateada.
¿Esto es el cielo, Bri?
Tiene más pinta de infierno.
—Deja de fumar esa mierda —le dijo a Jesse, quitándole el cigarro de la mano y apagándolo contra la pared—. Me deben cinco dólares cada uno. —Y dejó tres cajas de pizza sobre la mesa.
—Al fin —murmuró Nash, sacando un enorme pedazo de pizza.
Todos tomaron su parte y se sentaron alrededor de la mesa, sirviéndose jugo de piña.
Me encontraba demasiado confundida, pero por lo menos el dolor de cabeza ya se me había pasado un poco.
Hubo un silencio en el que sólo se escuchó el masticar de los chicos y el choque de sus vasos cuando servían jugo una y otra vez, lo que me ponía mucho más nerviosa.
—¿No quieres pizza? —me ofreció Jesse.
—No me gusta —murmuré, un poco mareada.
Los cinco chicos me miraron con sorpresa y extrañeza.
—¿Cómo no te puede gustar la pizza? —preguntó Nash, su cara más bien era de asco.
No respondí. Parpadeé un par de veces y me quedé mirando el suelo. Lo que habían ocupado para drogarme seguramente mantenía algo de su efecto.
Ryan se puso de pie y me volvió a tomar suavemente de la muñeca, dirigiéndome a la mesa y sentándome en una silla frente a los demás. Unos cinco minutos más tarde, se terminaron las tres pizzas entre todos.
—Oye, estás pálida, ni que fuésemos fantasmas —comentó Jesse, observándome con sus ojos enrojecidos.
Lo único que hice fue observarlo. ¿De verdad me acababa de decir eso, como si fuera raro que tuviese miedo?
¡Dios, si estaba secuestrada!
El chico, el cual no sabía su nombre, me miró con una leve sonrisa, alzando un poco las cejas. Se levantó, arrastró su silla hacia mí y se sentó a mi lado. Nuevamente sentí el riquísimo aroma de su perfume mientras él se movía para tomar un vaso limpio.
—¿Prefieres jugo de frutilla o de piña? —preguntó como si se dirigiera a una niña de cinco años que era muy tímida.
No dije nada. Me mantuve con la mirada fija en mi regazo. Él se encogió de hombros y me sirvió jugo de frutilla, dejando el vaso frente a mí.
—¿Cómo te llamas? —preguntó en voz baja.
Tampoco contesté. Él puso sus dedos en mi mentón con una fuerza moderada y levantó mi rostro para que lo mirara. Fruncí el ceño y clavé mis ojos fijamente en los suyos.
—¿Cómo te llamas? —repitió.
—Brielle.
—¿Apellido?
—Monroe —murmuré.
—Qué lindo nombre.
—Qué frase tan patética y cliché —gruñí, y le quité la mano de mi mentón de un manotazo.
Le di un largo sorbo al jugo de frutilla para ver si se me pasaba lo dormida que todavía me sentía. Funcionó, porque tuve esa sensación de cuando te emborrachas y te metes al agua helada, saliendo casi sobrio.
—Si te interesa saberlo, me llamo Calvin —repuso el chico con ironía.
—Justamente no me interesa —le espeté, sonriendo con sarcasmo—. ¿Me puedo ir ahora?
—No te vas a ir hasta que hablemos —replicó Calvin, pasando el brazo por el respaldo de la silla en la que yo estaba sentada.
Hicimos contacto visual por unos segundos. Yo no aparté la mirada hasta que él lo hizo, mirando a sus amigos como si buscara ayuda.
—¿De dónde vienes? —me preguntó Ryan—. Nunca te vi por aquí.
Comencé a pensar, buscando una respuesta en mi cerebro. Gracias a los seis maridos de mamá, jamás tuve un lugar en específico en el que me pudiera sentir como en casa.
—Roswell, en Georgia —contesté tras un momento de reflexión.
Hubo una pausa que no entendí. Los chicos se miraron entre ellos como si acabaran de descubrir un tesoro.
Me iba a poner de pie, pero Calvin enrolló sus dedos con fuerza alrededor de mi muñeca y me jaló con brusquedad hacia abajo, provocando que volviera a caer sentada con fuerza.
—Ya saben de dónde vengo, ¿qué otra mierda quieren? —pregunté, furiosa.
—A ti...
Calvin le mandó una mirada fulminante a Jesse, tan intimidante que el chico se quedó inmediatamente en silencio, aunque le enseñó el dedo del medio.
—¿Cuántos años tienes? —me preguntó Ryan.
—Veinte —contesté con dureza.
—¡Eres mayor que nosotros! —exclamó Isaac con asombro.
—Siempre me gustaron mayores —comentó Jesse.
—¿Y quieres que te aplauda? —le espeté, mirándolo con cara de asco.
—Mira, Bri, no...
—No me llames Bri —interrumpí a Ryan de golpe.
—Oigan, esto es patético —comentó Nash.
—Vaya, tenemos algo en común, porque también lo pienso —gruñí.
—¿Puedes ir al puto grano, fideos? —preguntó Nash, inclinando la cabeza hacia atrás con frustración.
Me quedé mirándolo. Su cuello también estaba tonificado y no pude evitar fijarme en que tenía cicatrices bajo los tatuajes. Parecía que esos chicos iban en serio, aunque no confiaba mucho en eso.
—Bien —dijo Calvin—. ¿Qué fue lo que escuchaste en el baño del centro?
—Gregory era un buen amigo, bla bla... —murmuré de mala gana—. Que Gregory tenía una mujer, bla bla. Que el tipo no sabía nada de ella, bla bla. Puño, puño, golpe, golpe.
Jesse soltó una risita por lo bajo y ahora Nash fue el que lo miró con mala cara. Hice una mueca al reflexionar por un momento.
—¿Hablaban... del tipo al que mataron? —pregunté con lentitud.
El ambiente fue tan tenso de repente que se podía cortar con papel. Puse carita de niña inocente mientras los miraba uno por uno.
—El mismo —contestó Nash.
Hicimos contacto visual por un momento y, nuevamente, yo no aparté la vista hasta que él lo hizo. Volví a mirar a Calvin a mi lado, que me observaba de forma inquisitiva.
—¿Alguien te envió a espiar? —preguntó bruscamente—. ¿Trabajas para alguien?
—Eh, que yo solo quería hacer pis —me defendí, alzando una mano—. ¿Me puedo ir aho...?
—No —me cortó Calvin con brusquedad—. ¿Por qué te viniste a vivir aquí?
—¿Esto es un cuestionario? —inquirí.
Calvin rodó los ojos y Isaac fue el que habló ahora.
—¿Qué te trajo a este pueblo?
—Un avión —contesté.
Me estaba divirtiendo hacer enojar a esos niños.
—Joder, qué irritante eres —susurró Nash—. ¿Por qué mierda viniste a vivir aquí?
—Porque quise y pude...
Calvin agarró mi silla de los costados y tuve que afirmarme para no caer debido a la brusquedad con la que me giró hacia él. Abrió un poco las piernas y me jaló para que quedara entre ellas, su rostro se inclinó hacia el mío y pude sentir el olor a menta del chicle que estaba masticado.
—Escucha, estamos hablando muy en serio, y si no quieres meterte en problemas, será mejor que cooperes —dijo con calma, aunque se notaba que estaba furioso.
Sonreí burlonamente y solté una risita, ladeando un poco la cabeza.
—¿Qué? ¿Me estás amenazando? —inquirí con voz suave.
—No es una amenaza, es una advertencia —repuso Calvin— porque no serás la única en problemas, también lo estaremos nosotros.
Hubo una pausa en la que reflexioné.
—Ya, yo les coopero si me dicen a qué se debe todo esto —objeté con una sonrisa de suficiencia.
—Queremos encontrar al asesino de mi padre —respondió Calvin sin más.
Entreabrí los labios con asombro. De verdad me sorprendí.
—Oh... Tu padre es el muerto y quieren saber quién lo mató —resumí.
—Exacto —murmuró Jesse.
Los miré uno por uno y solté una carcajada.
—¡Qué lindo! —exclamé, alzando las cejas—. ¿Juegan a los detectives?... Qué ridículo, me voy.
Me puse de pie y me di la vuelta, pero al mismo tiempo sentí el ruido de un traqueteo tras mi espalda y me detuve en seco.
—No te pongas idiota, fideos —dijo la voz de Isaac entre dientes.
Giré la cabeza y miré por sobre mi hombro, viendo cómo Calvin me apuntaba con una pistola a la altura del cráneo. Tenía el ceño fruncido, y aunque se notaba que estaba muy enojado como para explotar, su mano estaba tan firme como todo su cuerpo.
—Vuelve a sentarte —me ordenó con brusquedad, señalando la silla con el arma.
Por primera vez tuve miedo de verdad. El corazón me subió a la garganta y me dieron hasta ganas de vomitar. Tragué saliva y me senté lentamente de nuevo, mirando a los demás con temor.
—Ahora vas a responder a cada pregunta y nos darás toda la información que te pidamos —dijo Nash—, ¿entendido, rubia?
¡Hola!
Hasta que por fin aparecieron los Backyardigans. Cuéntenme, ¿qué opinan de ellos?
¡Espero que les haya gustado mucho el capítulo!
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